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10:55 PM

BARSIDIOUS WHITE PERMANECIÓ EN LO ALTO DEL hueco de ladrillo de las escaleras que conducían al sótano, con los brazos cruzados, esperando. Esperar... esperar. Gran parte de la vida era esperar. Todas las cosas buenas llegan a quienes esperan, como dice el refrán.

Levantó el rostro hacia la lluvia torrencial y se fijó en su empapada piel. Se vio el resplandor de un relámpago. Esta tormenta era de las que traían visos de inundaciones. Buenas cosas para aprender.

Naturalmente, él sabía algunas cosas que ninguno de los que estaban adentro sabía. Más que algunas cosas. El juego se estaba ejecutando de modo tan perfecto que se preguntaba si su suerte se acabaría antes de que tuviera una oportunidad de presentar la verdadera apuesta.

O, más bien, de mostrar su verdadero poder.

Si todas las cosas buenas llegan a quienes esperan, y él estaba esperando que el mal obrara su magia, ¿hacía eso que el mal fuera bueno? Si estaba esperando la hora del asesinato, ¿hacía eso bueno al asesinato?

Matar a una persona te convierte en criminal. Matar a un millón de personas te convierte en rey. Matarlas a todas te convierte en Dios.

Al final él sería Dios, porque el juego que se llevaba a cabo detrás de estas sucias paredes blancas no era distinto del que todas las personas jugaban en todas partes, cada día, hasta el último de todos los inmundos seres.

Al final todos se matarían, todos morirían, todos se pudrirían en el infierno.

Pero en esta casa todos jugarían su juego, el cual contaba con suficiente drama y deleite para sacar una sonrisa a la más sucia de las almas. Suponiendo que ganara él. Pero ganaría. Nació para ganar, nació para arrancarles sus sucias cabezas de sus esqueléticos cuellos de tal manera que, como mínimo, lo hacía todo interesante.

White respiró hondo. Después de semanas de esperar, cada segundo presente era suficiente recompensa para justificarlo todo.

Descruzó los brazos y caminó hasta el borde del hueco de las escaleras. Los sonidos de un hacha o un martillo golpeando una puerta resonaban con cada golpe. Si tenía razón, si había juzgado correctamente, los jugadores estarían pronto en el sótano y podía empezar el verdadero juego.

Por supuesto, el verdadero juego ya estaba en pleno desarrollo, pero ellos no entendían esto. Para el amanecer él lo clarificaría todo.

Clavar la camioneta en la puerta principal había sido un lindo detalle. Puso temor de Dios en los corazones de ellos. Y ese sería él porque, tal como acababa de establecer, él era Dios.

—Bienvenido a mi casa, Jack —dejó escapar un resoplido de alegría—. Jack estaba atrapado.

White descendió. Montones de hojas y de suciedad habían cubierto el concreto mucho tiempo atrás, levantando varios centí-metros la zona de descanso, de tal modo que cuando se abría la puerta solían caer al sótano hojas en descomposición. Pero esta noche había más que un poco de podredumbre esperando entrar.

Puso la mano en la manija sin llave de la puerta y la presionó hacia abajo. Cerrada. Como debía estar. Esperaría.

White volvió a entrar en la noche. Los metódicos hachazos de dentro se convertían en un sonido apagado de madera astillándose.

Un fuerte estrépito. Martilleo de pies.

La mano derecha de White empezó a temblar. No intentó calmarla. En la profundidad de los bosques de Alabama, donde nadie estaba observando y la oscuridad había engullido toda luz, a él se le permitía disfrutar un poco la vida, ¿la estaba disfrutando?

El encendedor de Jack titiló sobre las viejas escaleras de madera. Hizo una pausa a medio camino, forzando la vista para tratar de ver algo. Un olor repugnante —huevos podridos o azufre— le hinchó la nariz. Trató de respirar superficialmente.

No tenía seguridad de qué estaba buscando, a no ser Leslie.

Logró ver que el piso abajo era de concreto gris y las paredes de ladrillo rojo. Nada más.

—¡Leslie! —gritó, inclinándose hacia delante.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Randy detrás de él—. ¡Te oirán!

Quiero que me oiga ella, ¿no es eso lo importante?

Ella, no toda la casa. Sabrán que fuimos tras ella.

—Están en la cámara de la carne haciéndose los sordos... no hay manera de que me oigan.

—¡Jack! —llamó desde el clóset la voz apagada de Stephanie.

Él no le hizo caso y continuó. Cuatro peldaños antes de comprender que Randy no lo seguía. Su compañero aún permanecía en lo alto de las escaleras.

—¿Vienes?

—¿Seguro que es una buena idea?

¿Qué le hacía creer que podía entrar tan campante en esta mazmorra, hallar a Leslie, liberarla de la bestia y meterse en el bosque sin recibir una ráfaga de perdigones de la escopeta de los dueños? ¿O de la de White? Esa es la probabilidad que les esperaba allá afuera.

—No tenemos alternativa —contestó, sabiendo que unos golpes más y Stewart habría salido de la cámara de la carne.

—Deben de tener más escopetas aquí abajo —añadió por consideración a Randy.

Correcto. Escopetas. Volvió hacia las escaleras y descendió rápidamente, ahora ansioso de seguir su propio consejo. Primero las armas, después Leslie, porque estaba claro que sin una escopeta eran hombres muertos. Cualquier cosa que fuera esta casa, no se trataba de un pintoresco hotel habitado por dueños comunes llenos de buenos deseos hacia viajeros cansados.

Las náuseas se podían palpar. La muerte los acechaba y la única manera de sobrevivir muy bien podría ser matando.

Jack parpadeó ante la audacia de sus propios pensamientos y se paró sobre el piso de concreto. Randy bajó con fuertes pisadas los peldaños que le faltaban.

El sótano se abrió ante Jack. Del techo colgaba una bombilla de poco vataje. Dejó que se apagara el encendedor. Un amplio corredor de concreto y ladrillo con tres puertas corroídas de acero en cada lado terminaba en una sólida pared de ladrillo rojo. El corredor parecía salido de una antigua película de prisiones.

La pared derecha dejaba escurrir un par de hilitos de agua que luego corrían por el suelo hasta una rejilla.

—¿Qué es ese olor? —preguntó Randy—. ¿Qué clase de lugar es este?

—El sótano.

—Más parece una... alcantarilla.

—Vamos.

—Ese olor...

Jack trató de hacer caso omiso al asqueroso hedor. Caminó por el corredor, enfrentando ahora un dilema inesperado. El pensamiento de abrir una de las puertas, cualquiera de ellas, le pareció absurdo. Pero aparte de regresar rápidamente y subir las escaleras, no había otra opción.

Jack se precipitó a la primera puerta de su derecha. Puso la mano en la oxidada manija. Vaciló.

¡Crack!

El apagado sonido del progreso de Stewart sobre la pesada puerta del cuarto de la carne le recordó el cercano terror pasado.

Giró la manija. Empujó la puerta.

El cuarto que se abrió ante ellos estaba tenuemente iluminado por otro foco de poco vataje. Ninguna amenaza inmediata, ningún arma en el rostro, ninguna ridícula trampa, ninguna flecha tensada apuntando a sus corazones. Simplemente un cuarto.

No, no era un cuarto cualquiera.

Jack, Randy y una mirada alrededor. Cuatro sofás color poso de vino, dos bastante nuevos, dos muy viejos con tapizado raído. Muchas almohadas esparcidas. Una alfombra tejida de color habano con negro cubría la mayor parte del concreto. Pinturas. Al menos una docena de pinturas colgaban de las paredes de ladrillo. De alguna manera excéntrica, casi acogedor. Una extraña combinación de lo antiguo y lo nuevo, lo asqueroso y lo limpio.

—Busquemos un arma, un armario de escopetas —dijo Jack entrando—. ¡De prisa!

Había un calentador panzudo en uno de los extremos del cuarto, reluciente y limpio como si nunca lo hubieran usado. Una espesa telaraña con insectos momificados se extendía desde la parte superior del tubo del calentador hasta la pared adyacente. ¿Por qué limpiar el calentador y dejar la telaraña?

Había otro mobiliario interesante: un telar, un porta abrigos, una mecedora antigua... ¿una lavadora oxidada?

El cuarto añadía una dimensión totalmente distinta al entendimiento de Jack sobre Betty y Stewart. El problema era que la dimensión no era clara.

Entonces Jack vio algo que aclaró bastante las cosas. Sobre la pared de su izquierda había una estrella de cinco puntas pintada de rojo. La atravesaba una amenaza garabateada en negro. La paga del pecado es muerte.

Las acusaciones de Stewart le resonaban en los oídos: culpable de pecado. Debajo de la estrella de cinco puntas yacía un sofá-mesa, y sobre esa mesa un círculo de velas negras. Parecía que los anfitriones eran muy religiosos.

En alguna parte profunda de la casa se cerró una puerta.

—¿Qué fue eso? —preguntó Randy.

—Revisa ese clóset —dijo Jack, señalando una puerta al lado de la estrella de cinco puntas. Atravesó corriendo el cuarto hacia una segunda puerta de clóset.

—¡Mantente alerta!

El clóset que él revisó estaba lleno de cachivaches. Velas. Trapos.

Una escoba. Nada parecido a una escopeta o cualquier cosa que pudiera imaginarse para deshacerse de Pete, quien él creía que podría bajar.

—Este... ¿Jack?

Al girar vio que la puerta de Randy se abría hacia otro cuarto.

—¿Qué es? —dijo, y atravesó corriendo el cuarto.

—Otro cuarto.

—Eso ya lo veo. ¿Qué...

Metió la cabeza en el cuarto. Concreto gris en todas partes.

Espesas telarañas en todas las esquinas y a lo largo de las paredes.

Un solo escritorio en medio del cuarto. Ningún otro mueble.

Parecía como un enorme estudio. En cierto modo lo era.

Jack entró. Largas cortinas rojas enmarcaban un enorme espejo sobre la pared izquierda. Otra estrella de cinco puntas con las mismas palabras aparecía en la pared de enfrente. La paga del pecado es muerte. Eso era todo. Solamente el escritorio, el espejo, el graffiti.

Y tres puertas más, una de las cuales parecía conducir de vuelta al corredor principal. Las otras dos estaban directamente frente a la pared opuesta. Quizás profundizaban más en el sótano.

—¿Crees que esa puerta lleva de vuelta al corredor? —preguntó Randy—. Esto no se ve bien. No me gusta. Tenemos que encontrar el cuarto de depósito, o cualquier sitio donde guarden armas.

—Dime, ¿qué clase de insólito lugar es este? —continuó, dirigiéndose aprisa hacia una de las puertas del frente.

Jack pensó que Randy empezaba a ablandarse.

¿No era así con todos?

Randy agarró la manija, la levantó un poco. Miraba fijamente el espejo. ¿Por qué? Jack no iba a gastar un tiempo precioso averiguándolo.

—Bueno, tenemos que separarnos. Tú vete, corriendo —Jack corrió hacia la puerta que suponía que volvía al corredor principal—. Registremos todos los cuartos y volvámonos a encontrar en el corredor.

Jack abrió la puerta de un empujón y entró audazmente en la oscuridad. Agua goteando. Grato aroma a humedad al lado del hedor a huevo podrido que impregnaba el cuarto detrás de él.

Randy aún parpadeaba ante el espejo, y ahora lo sacudía.

—¡Reacciona, Randy! ¿Me oíste? ¡Debemos apurarnos!

—Yo no... Hay algo mal con este espejo.

—¿A quién le importa? ¡Vamos!

—No me refleja.

La ridiculez de la afirmación de Randy ascendió en la mente de Jack. Soltó la puerta y se dirigió hacia Randy, que aún miraba estupefacto.

Jack se puso a su lado y miró en el espejo. No había reflejo.

Corrección. No había reflejo de ellos dos. Se veía con claridad el escritorio detrás de ellos. Igual que la pared del fondo.

—Debemos irnos —comentó Randy.

—Es un espejo de mentira o algo parecido. Los hacen así.

Quizás Betty y compañía habían sido parte de algún circo gitano.

Eso explicaría algunas cosas.

—No, este no es un espejo de mentira. ¡Amigo, aquí somos como vampiros!

—No seas tonto. Vamos, tenemos que ser razonables. Anda a...

—No voy a separarme.

—¡Basta! ¡Leslie está allá afuera!

—Vamos a morir aquí abajo, Jack. Todos nosotros. Todos vamos a morir.

—Así es, si no nos movemos. Sígueme.

Corrió hacia la puerta que había abierto, ahora con Randy pisándole los talones.

—Busca un interruptor de luz.

Randy palpó la pared de la derecha. Húmeda y fría. Ningún interruptor. Levantó la mano y comenzó a agitarla arriba.

Una cuerda colgaba a varios centímetros. Le dio un suave jalón, con lo que prendió una bombilla engarzada a las vigas de arriba.

Esta sí era la clase de cuarto que Jack esperaba encontrar aquí abajo. Paredes húmedas y mohosas alineadas con estantes de madera. Dos puertas más.

—Una bodega —comentó.

—¿Dónde está el corredor?

—Debería estar detrás de esa puerta.

La realidad era, basado en lo que había visto aquí abajo hasta ahora, que el sótano no estaba diseñado como cualquier otro que hubiera visto. Jack atravesó la bodega y abrió la puerta. Como esperaba, el corredor principal. Soltó la manija con gran satisfacción.

Randy lo pasó aprisa.

—Revisa una de las otras puertas —le dijo Jack.

El sonido de botas corriendo retumbó sobre sus cabezas.

Randy giró con brusquedad la cabeza hacia arriba y miró fijamente el laberinto de tubos que atravesaban el cielo raso.

—¡Ya vienen!

Como para recalcar el punto, arriba tronó un disparo de escopeta. ¿Stephanie? No, ella aún estaba en el clóset, y el sonido había venido del área de la cocina. A menos que lo hubiera abandonado a los cinco minutos y corrido hacia la puerta trasera. ¿Vendrían directamente abajo, o buscarían primero en los pisos de arriba?

Se volvió a oír el sonido apenas perceptible de un tarareo, como se había oído arriba.

—¿Oíste eso? —preguntó Jack, dando la vuelta.

—El canto...

Pero ninguno de los dos logró ubicarlo.

Jack no se puso a esperar. Trató de abrir la puerta que daba frente a la bodega. Cerrada. Los pasos se oyeron en la otra dirección. No se podían arriesgar. Jack agarró el brazo de Randy y lo jaló dentro de la bodega. Cerró la puerta detrás de ellos.

—¿Adónde vamos?

—A cualquier parte que no sea el corredor. Permanece agachado.

Atravesaron aprisa la bodega, haciendo caso omiso de la puerta de su izquierda. Volvieron a entrar en el estudio, pasando el extraño espejo.

—¿Adónde vamos —volvió a preguntar Randy.

—¿Dejamos abierta la puerta que da al primer cuarto? —dijo Jack, deteniéndose.

—¡La verán! —exclamó Randy mirándolo con evidente horror—.

Sabrán...

Otra vez el tarareo, de su derecha, apenas perceptible. Luego silencio.

Jack corrió hacia una de las puertas que aún no habían revisado.

Ahora podía oír el sonido de pasos en las escaleras.

—¡No digan que no se lo advertimos —resonó la voz de Betty—.

Dijimos que el sótano no, pero no, ustedes no querían escuchar. ¡Ni se atrevan a decir que no les advertimos!

—¡Rápido! —dijo Jack.

Se deslizó contra la puerta. Si sus anfitriones seguían el rastro de puertas abiertas...

Agarró la manija de la puerta y jaló. La puerta se movió unos centímetros, luego la liberó de sus manos y se cerró rápidamente, como si la aspirara un vacío.

—¡Intenta con la otra puerta!

Randy corrió hacia la única puerta que aún no habían revisado.

Jack volvió a tirar de la puerta. Esta vez la abrió quince centímetros... suficiente para notar la oscuridad más allá. El cuarto se llenó de un profundo sonido succionador.

—¡Está cerrada! —gritó Randy.

Impelido por la amenaza de que Stewart disparara dentro del cuarto, Jack hizo caso omiso de la voz en su mente que le sugería que no era buena idea abrir a la fuerza una puerta contra una corriente subterránea de aire.

Jaló con más fuerza.

La puerta se abrió más. ¿De dónde podía venir tal corriente de aire? La única luz del estudio se debilitó. Algo andaba muy mal en este cuarto.

Para él se hizo claro de repente que fuera cual fuera la amenaza que había tras ellos, no podían, no debían, traspasar la puerta. Jack soltó la manija.

Cesó el sonido succionador. Pero en vez de cerrarse bruscamente, la puerta se quedó suelta, abierta donde él la había soltado.

Más allá, silencio. Ningún tarareo.

—¡Ya! —susurró Randy—. ¡Ya!

—Incorrecto. Algo estaba terriblemente mal.

Jack extendió la mano. Antes de que sus dedos tocaran la manija, la puerta se abrió de golpe, voluntariamente. Abierta del todo.

Por un breve instante Jack enfrentó una entrada de oscuridad absoluta. No había ninguna pared a la vista.

Antes de ser consciente de ninguna succión, corriente de aire o fuerza alguna que lo arrastrara, sintió que jalaban su cuerpo hacia la entrada.

Era rápida y silenciosa, como una fuerza magnética. En un segundo pasaba de mirar fijamente la oscuridad a volar dentro de ella.

¡Tas!

Con una sacudida que pudo aplastarle los huesos, se estrelló contra una pared a no más de metro y medio dentro.

¡Bum!

La puerta se cerró con fuerza.