LEXIE
Vemos a las personas desde afuera, como un público sentado en primera fila, y ellas nos muestran solo la parte luminosa de su vida, como la luna menguante.
¿Pero que esconden detrás del lado oscuro?
Mark ocultaba una terrible demencia, una loca obsesión que terminó apagando su vida. Me duele su final porque aprendí a quererlo, porque fue un verdadero apoyo en momentos tristes; porque era mi amigo.
Cuando entramos al galpón, fue un terrible golpe sorpresivo encontrarme con una réplica exacta de mi loft, desde el color de los sofás hasta la disposición de ellos. Supe entonces que su obsesión había llegado demasiado lejos y que debía hacer exactamente lo que él quisiera.
Las horas parecieron días dentro de ese lugar escalofriante y Mark parecía disfrutar de aquello, tergiversando la realidad. Me obligó a sentarme erguida en una silla alta por lo que creo fueron dos horas mientras pintaba lo que él llamó su obra maestra.
Sus ojos se clavaban en los míos por minutos y luego pintaba en el lienzo, que ubicó sobre un cabestrillo, por más del tiempo que me había observado.
Dispuse todo mi esfuerzo en sentirme calmada, solo para que Less supiera que estaba bien y le diera el mensaje a mi Adrien. En lo único que pensaba, era en lo atormentado que estaría cuando lo supiera y lo mucho que deseaba que diera conmigo.
—Hora de dormir, flaquita —anunció Mark, soltando los pinceles en un bote de agua— Esta será nuestra primera noche juntos de todas las que quiero a tu lado.
Asentí y caminé hasta el colchón que estaba cubierto con una sábana idéntica a la mía, blanca con bordes dorados en el bies.
—¿Dónde dormirás tú? —susurré esperando que dijera en el sofá.
—¿Cómo que dónde? A tu lado, Lexie. No te preocupes, no pienso dormir. —dijo con una sonrisa que odié al instante.
Mark cumplió con su palabra y no durmió, lo sé porque yo tampoco lo hice.
Al amanecer, me senté en el sofá pequeño. Mark hacía sonar las ollas en la cocina improvisada, mientras yo planeaba como huiría de esa prisión.
La comida estuvo servida en la mesa de centro de la sala y me negué, no tenía hambre y no me arriesgaría a comer, quizás le había puesto algún somnífero como ingrediente.
El resto de las horas, Mark trabajó en terminar la pintura. De nuevo me encontraba como una escultura de museo en medio de la sala, inerte.
—Listo. —aseguró con una sonrisa. Sus pasos se dirigieron a mí y vi su obra terminada.
Lo único real en la pintura era mi rostro, lo demás fue mera imaginación. En él, estaba desnuda con los labios separados y la cabeza inclinada atrás. Mark se dibujó a él detrás de mí con sus manos cubriendo mi sexo. Era grotesco y perverso además.
—Hagámoslo real, hermosa Lexie. —un escalofrío me invadió y me tensé al instante. No permitiría que nadie más tomara algo de mí a la fuerza.
—Mark… es muy apresurado para eso. —balbuceé y él enarcó una ceja.
—¿Apresurado? Te casaste con ese maldito dos meses después de conocerlo. No te hagas la santa, Lexie. Tu estupidez de no me toques fue siempre una farsa. Podemos hacer esto de la manera fácil o difícil. —gruñó y temblé de miedo con su amenaza.
—Por ahora comenzaremos con un beso, flaquita. —su revólver apareció en escena cuando lo sacó de la parte trasera de su pantalón y no tuvo que decirme más, sabía lo que implicaba.
Me quedé en mi lugar y él dirigió sus pasos a mí. Con sus dientes, jaló mi labio inferior fuera para morderlo como un pedazo de carne. Dejé que me besara sin inmutarme siquiera, era eso o un balazo en la frente.
Me sentí asqueada y muy culpable por ello, Adrien no merecía que le hiciera algo así.
Lo que pasó después, pareció una película en cámara rápida, no sabía si era real o fantasioso. Distintas armas apuntaban hacía Mark y me alejé de él a petición de los oficiales que vinieron a mi rescate.
—Flaquita, nunca olvides que te amo. —Mark se puso el revólver en la boca y grité, esperando que no lo hiciera. El sonido de la bala atravesando su garganta sonó poco después y ahí terminó todo.
Mark, el vecino que me traía cafés, comida; quien arreglaba la cañería cuando estaba rota, se acababa de suicidar delante de mis ojos y no pude evitarlo.
La sangre se esparció en el suelo como un bote de pintura derramado y mis piernas temblaron por el horror de lo que sucedió. Fue espantoso.
Adrien vino a mi encuentro y deposité la agonía de estas horas en su abrazo.
«---»
—Buenos días, dormilona. —me saluda mi esposo con la bandeja del desayuno en las manos.
—Buenos días mi Butler. Feliz tercer mes de casados— le digo y beso sus cálidos labios cuando él se sienta a mi lado —¿Es una propuesta indecente señor Butler? —indago al ver las fresas y el chocolate derretido en la bandeja.
—Lo es. —musita y se humedece los labios. Su lengua hace magia, es más poderosa que la varita de Harry Potter.
Me prendo de los labios de mi amor y, mientras nos besamos, la ropa comienza a danzar en el aire. Lo hago caer desnudo sobre el colchón y comienzo a esculpir con mis dedos a mi escultural esposo.
Hundo mi dedo en el chocolate y me lo llevo a la boca, saboreándolo y haciendo ruiditos que sé cuanto lo ponen. Su segundo al mando se manifiesta enseguida y me muerdo los labios, mi amor sabrá hoy cuánto lo quiero.
Uso mis manos como una brocha para pintar su torso con el líquido marrón y dulce que terminará luego en mi boca.
—Sin duda, eres una deliciosa fresa, mi Butler. —comienzo a besar su piel y viajo al sur, adonde su hombría me está esperando erguido como los Stonehenge[27] de Salisbury.
Seré una inexperta, pero he hecho una pequeña investigación y estaré satisfecha si logro que se corra a disposición mía.
Adoso mi boca a su sexo y convierto a mi Butler en una caja rimbombante de gruñidos al embestirlo. Su sexo es suave como la seda y demasiado para entrar entero en mí.
Con cada acometida, sus piernas se tensan más y sus pequeños gruñidos estallan en gritos, en todos los nombres que usa para mí.
—Bonita me voy a correr en tu boca. —advierte y es momento de la retirada; no es algo que pienso probar, al menos no hoy.
—Te amo, Lexie. Tu boca es… tu eres… mi diosa. ¡Joder! —su pecho sube y baja agitado y concluyo que lo hice feliz, muy feliz.
Camino a la ducha y tarareo esa canción que no ha salido de mi cabeza desde que Adrien la reprodujo en su auto de camino al teatro.
Dice algo así:
It might seem crazy what I'm about to say
Puede parecer una locura lo que estoy a punto de decir
Sunshine she's here, you can take a break
Luz del sol: ella está aquí, puedes tomar un descanso
I'm a hot air balloon that could go
to space
Soy un globo de
aire caliente que podría ir al espacio[28]
—¿Quién dijo que te podías ir, bonita? —la voz ronca de mi Butler vibra en las paredes de cristal de la ducha y mi humedad ya no se debe solo al agua.
Sus manos sostienen mis muñecas sobre mi cabeza y sus labios acogen los míos con un beso salvaje, delicioso… diferente. Creo que desperté a la bestia que oculta mi esposo en alguna parte por temor a quebrarme. Amo descubrir en cada nuevo encuentro una forma distinta de amar. A veces lo dulce hay que dejarlo en segundo plano y darle rienda suelta a la locura.
Su boca reclama mi sexo y no le cuesta mucho hacerme alcanzar la cima del cielo.
Sin darme tregua, toma mis piernas y las envuelve alrededor de su cintura. Su generosa virilidad me embate dentro y profundo. Me sostengo de sus hombros con la cabeza inclinada hacia atrás, extasiada con sus habilidosos movimientos y maldigo en voz alta por primera vez en mi vida.
—Ya estoy deseando nuestro cuarto mes aniversario. —jadeo cuando me deja en pie en el suelo.
—Creo que es mañana, bonita. —bromea y sacudo la cabeza a los lados. Es insaciable. Bueno, los dos lo somos.
«---»
La noche que falté al recital, Thifany ocupó mi lugar y ahora se empeña en restregarme en la cara que el público la ovacionó por diez minutos de pie.
Ya quisiera ella.
Estoy en el camerino ajustando mis zapatillas cuando la mujer en cuestión hace acto de aparición.
—Lexie. He estado pensando… —¿De verdad ella piensa?— que deberíamos ser amigas. Me vendrían bien unas clases de alguien como tú. —dice mientras simula pintar sus labios.
—Lo siento, no se me da bien la hipocresía. —espeto y ella continua hablando a pesar de mi respuesta.
—Deberías publicar un libro “Como engatusar a los hombres y no morir en el intento”.
¿En serio?
—¿Y ahora de qué hablas? —replico mientras me miro en el espejo para comprobar mi maquillaje.
—Damián, Paul, el suicida de tu vecino; el monumento de tu esposo. Todos babean por ti. Eres una jodida broma.
Definitivamente, esta mujer no tiene alma.
Giro los ojos y emprendo camino al escenario, no vale la pena gastar pólvora en zamuros.
—Aunque a tu esposo si me lo follé. —añade cuando ya estoy a punto de salir.
Es una… le arrancaría los ojos pero no caeré a su nivel.
—Recuerda quien tiene el anillo en su dedo cuando pienses en eso, Thifany.
Saboréate esa, perra.
Los ojos claros de Adrien y los míos se encuentran unas cuantas veces mientras bailo, pero no lo miro con dulzura, estoy muy enojada. Si lo que dijo Thifany es cierto hoy dormirá en el suelo, o quizás en otra de sus tantas habitaciones.
Quizás sea una tontería, pero me muero de celos cada vez que alguna mujer se acerca a mi esposo. Es que lo miran como un pedazo de carne, como si lo desnudaran con la mirada, y siempre me pregunto con cuantas estuvo antes que yo, porque lo que hace ese hombre no se aprende en internet.
—Una hermosa flor para otra más hermosa. —susurra Butler con una rosa roja en las manos.
—Gracias. —me limito a decir y no me molesto en tomarla.
Cuelgo mi bolso en el hombro y camino delante de él. Bueno, quizás esté trotando. Me subo al asiento trasero de la camioneta y cierro a puerta para que entienda el mensaje. Hoy le sale de copiloto con Basile.
—Estuviste estupenda, bonita. Amé la parte en que…
—Hola Less. ¿Cómo están todos en casa?
¿Querías hablar? Lo siento, Butler.
Mi hermana me cuenta de sus nuevas aventuras con Adam y de lo bien que se la están pasando. Después de todo, decidió no mudarse con él. Al menos por un tiempo.
—Espera ¿En serio te vas a vivir con él? ¡Oh mi Dios! ¿Qué dijo el ogro?
—Aún no se lo digo. Necesito que seas mi apoyo para darle la noticia. ¿Cuándo vienes?
—Creo que en unas semanas estaré en casa. Tomaremos un descanso antes de iniciar los ensayos de la nueva obra y es perfecto.
—Ya quiero verlos a los dos.
—Creo que iré sola, Adrien está algo ocupado. —mientras lo digo, él gira la cabeza hacía mí con cara de circunstancias. Es una pequeña lección por ser un follador de bailarinas de ballet. Aparte de mí, obviamente.
Basile detiene la camioneta y dejo de nuevo a mi esposo detrás. Será un largo viaje hasta el piso diez.
—Basile. ¿Puedes tomar el ascensor del lobby? —le pregunta no sé para qué, Adrien manda y él obedece.
Bufo y me subo al ascensor con los brazos cruzados. Que ni crea que me hará una encerrona como aquella vez.
—¿De qué va todo este berrinche, Lexie?
Espera ¿Dijo berrinche? ¿Y me llamó Lexie? No que va pero si la enojada soy yo.
—Pregúntaselo a Thifany o a la morena que te hizo el amor con los ojos en aquel restaurante hace unos días. —le digo como un reclamo.
—Oh, solo es eso. Thifany fue hace siglos y la morena igual.
¿Qué? ¿No piensa negarlo?
—¿Solo eso? ¿SOLO ESO? ¿Con cuántas mujeres te has acostado Adrien Butler?
—¿Quién lleva la cuenta? Tú eres mi esposa, Lexie. Te amo a ti no a ellas. —él intenta acercarse pero lo paro en seco.
—No, Butler. No intentes apabullarme con tu encanto arrollador. Hoy no.
—Bonita… eso fue antes de ti. Mucho antes.
—¿Y eso qué? Me muero de los celos, Adrien. No es igual saber que existieron mujeres antes que yo, que saber que la imbécil de Thifany fue una de ellas. La muy… me lo echará en cara cada que pueda.
—Pues que se muera de envidia porque mi corazón, mi mente, mi cuerpo… todos son tuyos. —sus fuertes manos ya han hecho de la suyas al tomarme por las caderas y empujarme a las suya, haciendo que mi sexo arda en llamas al instante. Quiero que me tome aquí mismo. Tan débil soy en sus manos.
—¿Yo te satisfago Adrien? ¿Cumplo con tus expectativas?
—No. Las excedes. Entre tú y ellas no hay punto de comparación, tú eres mi ángel y mi demonio a la vez. —enredo mis piernas en su cintura y me entrego al deseo. Llevaremos esta discusión al plano correcto.
El ascensor hace un stop y mi Butler hace de mí lo que desea; lo que yo deseo también que me haga.
—Deliciosa y tan dispuesta para mí, señora Butler. —susurra mientras saborea con sus dedos el fruto de mi excitación. Por suerte traía una falda de tablones bastante accesible y conveniente.
Adrien reinicia el ascensor y esperamos llegar a nuestra habitación para amarnos sin restricciones.
«---»
Los secretos son como una bomba de tiempo, va a explotar a la hora precisa.
Me han llegado varios mensajes como estos y ya estoy comenzando a molestarme. Sea quien sea, le gusta ocultarse detrás del anonimato y no cederé ante sus juegos.
Me estoy terminando de maquillar para la cena de esta noche en el Hotel Hilton, a beneficio de una fundación de ayuda a la mujer maltratada. Amo la filantropía de mi Adrien y que no sea como esos millonarios que prefieren gastar en un viaje al espacio en vez de ayudar a los demás.
El vestido que elegí es hermoso. El color borgoña de seda resalta mis ojos celestes y me encanta que sea discreto al frente y sensual atrás, con un escote que deja mi espalda expuesta.
—Creo que no saldrás de casa esta noche, bonita. Tendré que matar a quien te mire más dos minutos.
—Después la celosa soy yo. —bromeo.
El insaciable de mi Butler recorre mi espalda con sus dedos pero no señor, me tomó mucho arreglarme para esta noche y deberá hacer ayuno.
Salimos poco después en su Porshe rojo y nuestros guardaespaldas nos siguen detrás en la camioneta. Mi esposo redobló la seguridad y no hay lugar al que vaya sin una sombra detrás.
Mi sexo comienza a latir descontrolado en plena vía y el corazón se me acelera como un bombo.
¿Pero qué carajos?
Es la segunda vez que me pasa algo así, tengo que chequear mis estúpidas hormonas.
—Detén el auto. —le pido a penas puedo hablar y Adrien me mira confundido.
»Fóllame aquí y ahora.
—Lexie… amor estamos en plena avenida y el auto…
—Haz lo que puedas, Butler. —le pido agitada y él frunce el ceño.
—No soy una máquina, Lexie. No funciona así. —dice molesto y le saco el dedo medio.
Qué le den al bastardo.
—Es que me tomas desprevenido. Yo quería… tu sabes, en nuestra habitación y tú…
—No digas nada, Butler. Vamos a la cena y olvida esto. Quizás deberíamos probar la abstinencia para curarme de esta adicción que he contraído.
—No juegues con eso, bonita. —dice mientras vuelve a la carretera.
—No estoy jugando. —es lo último que digo hasta llegar al dichoso hotel.
Adrien le entrega las llaves al valet y sonrío para las cámaras que comienzan a disparar flashes hacia nosotros. Ser la esposa de Adrien Butler me mantiene en el radar de los paparazzi. Ya no puedo ni tomar un café porque sale en el área de sociales. Hasta inventaron que Thomas, el novio de Joy, y yo tenemos una aventura. Ya entiendo lo que sintió la pobre Lady Diana.
Mi esposo me presenta a un puñado de senadores, empresarios y no sé qué, quienes se muestran bastante felices de mirarme sin disimulo.
¿Será que me falta una ceja?
—Hola cariño. Sigo sin perdonarte que no me invitaras a la boda. —es la madrasta de Adrien, a la que de nuevo le faltó tela en el escote. Le da dos besos en la mejilla y luego le limpia el labial con los pulgares.
La odio.
—Sino fueras la esposa de August…
—¿Hasta cuándo pelearan como niños, Adrien?
—Pregúntale eso a tu esposo. Con permiso. —mi enfurruñado hombre deja a la rubia con la palabra en la boca y me lleva con él hasta la mesa que ocuparemos.
—¡Adrien! Pero que grata sorpresa. —alerta de zorra a la vista.
No me culpen, ella tiene toda la apariencia.
—Marian. Te presento a mi esposa, Lexie Butler. —dice orgulloso y yo que casi grito “SI, SU ESPOSA”. La morena de ojos cafés me hace un escaneo y me provoca preguntarle si se le perdió alguien igual a mí.
—Te llevaste a una joya, Leslie. —murmura al tiempo que me toca el brazo.
—Es Lexie y lo sé. Mi esposo es maravilloso y está locamente enamorado de mí. —digo por necesidad, cubriendo todos los flancos y elevando una bandera que dice Propiedad de Lexie. No tocar.
La tal Marian no deja de buscarle conversación a Adrien y él, como todo un caballero, responde a todas pero sin dejar de tocarme ni un segundo. Sus dedos han dibujado tantas figuras en la palma de mi mano que, de ser una pintura, sería una muy abstracta.
—Invitamos al señor Adrien Butler a decir unas palabras en apoyo a la fundación. —le hablan desde el escenario y él asiente.
—Ya vuelvo, bonita. No asesines a Marian. —me advierte y yo giro los ojos.
Él camina por el pasillo y me quedo embobada mirando al monumento de hombre que es mi esposo; el más hermoso y caliente de todo el universo.
—Buenas noches, para mí es un honor apoyar fundaciones como esta. La mujer es un ser sublime y maravilloso que jamás debería pasar por el dolor de un maltrato. Ni de palabra ni de hecho. En Butler Inc. seguiremos impulsado la igualdad y, sobretodo, el valor de la mujer. Y para muestra un botón. Mi esposa es lo más valioso de mi vida y moriría yo primero antes de lastimarla. Señores, amen y respeten a la mujer que tienen a su lado, ellas merecen su admiración, su amor y su cuidado. Te amo, bonita.
—Te envidio, Leslie. Él nunca habló así de Salomé. —cuchichea la castaña y me descoloca su comentario.
¿Quién es esa Salomé?
Si le pregunto quedaré como una estúpida y todo por culpa de Adrien, quién parece se hizo de una enorme lista de mujeres en su camino.
Hago un esfuerzo por forzar una sonrisa pero fallo en el intento de ocultar mi cara de no tengo idea de quién es.
»Oh, lo siento. ¿Adrien no te contó de su primera esposa?
¿Su qué?
»Es madrileña y muy hermosa. No entiendo porqué se separaron, se veían tan felices.
—Con permiso, debo ir a… disculpa. —me levanto de la mesa y tropiezo con el pecho macizo de mi esposo.
—¿Adónde vas, bonita? —dice en tono encantador.
Estúpido Butler y estúpida sonrisa de ensueño.
—¿Quién es Salomé? —la voz me falla en el intento.
Los ojos de Adrien lo dicen todo, es verdad. ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué me ocultó algo así? Él sabe todo de mí, hasta mis más oscuras pesadillas, y vuelvo a enterarme de su pasado por terceras personas. No puedo mirarlo ahora mismo.
—Lexie… te lo iba a decir, solo no encontré…
—No tienes excusa, Adrien. Me iré a casa y, por favor, no me sigas. —contengo las lágrimas lo más que puedo y camino fuera del hotel. La voz de Adrien me sigue llamando pero no quiero escucharlo, no ahora.
El frío colapsa en mi piel cuando llego a la salida del hotel porque no tomé mi abrigo. No tengo como huir, Basile solo vendría cuando Adrien lo llame.
Odio que él no confíe en mí, que sea como una isla en medio del océano.
—¿Necesitas ir a alguna parte, muñeca? —susurra la voz de Fred.
—Bonita, puedo explicarlo. Yo… —habla el farsante Butler detrás de mí.
—No Adrien, tuviste la oportunidad antes y siempre haces lo mismo. Decides hablar cuando ya otra lo ha hecho por ti. —le digo mientras emprendo camino al auto de Fred. No me quedaré para escuchar sus estúpidas excusas.
—No te vayas con él Lexie. ¡LEXIE! —grita y golpea el maletero del Mustang cuando Fred comienza a arrancar el auto.
—¿Adónde te llevo, cuñadita?
—A Floral Street. —le digo mientras me seco las lágrimas con los dedos. No puedo ir a casa esta noche. Bueno, a su casa. Después de hoy no sé si en verdad alguna vez fue mía.
—¿Problemas en el paraíso? —espeta con una risa odiosa en sus labios.
Fred y Adrien solo comparten el color de su cabello, por lo demás, son totalmente diferentes. Es delgado y usa una barba tipo candado. Sus ojos son marrones con destellos de verde y su rostro es ovalado.
—No vine contigo para charlar, solo necesitaba un transporte. —mi móvil no ha dejado de sonar desde que salimos del hotel pero no pienso responder.
—No me molesta que me utilicen. Podríamos tener sexo de venganza si te falta.
—¡No! ¿Estás loco? ¿QUÉ MIERDA CREES QUE ME HIZO ADRIEN? —grito agitada.
¿Será que debo desconfiar de él hasta ese punto?
—Lo siento, pensé que era un rollo de infidelidad. Conociendo su reputación…
No quiero escuchar más, no quiero atormentarme con más secretos… pero ¿Si Fred tiene todas las respuestas?
—¿Qué pasó con Salomé? —le pregunto con un nudo en la garganta. Las lágrimas no han dejado de fluir libres por mis mejillas y el dolor en mi pecho ahoga mis intentos de respiración.
—¿De verdad quieres saberlo?
—No, pero tengo que.