Capítulo 1

 

 

 

Estoy en mi habitación, tratando de leer el libro que esperé con ansias por más de un año, pero en esta casa es imposible concentrarse. Lo digo por la molesta chica de al lado. La amo, pero a veces —más de las que debería— la quiero matar.

¿De quién hablo?

Pues de Less —alias chispita— la castaña que sopla las velas cada ocho de agosto junto a mí; mi hermana gemela, menor que yo por cinco minutos, y la mujer más intensa que he conocido.

De apariencia somos idénticas; no hay una cosa que nos diferencie, pero nuestras personalidades son tan opuestas como la azúcar y la sal.

Golpeo dos veces la pared que da a su habitación para que deje de tocar esa estúpida guitarra eléctrica, pero no parece funcionar. Ella está en una constante búsqueda de su identidad y nos arrastra a todos con ello. Cosa que comenzó cuando tenía siete años. Primero, quiso ser patinadora profesional, a los cuatro días lo abandonó. A los diez años, probó las artes plásticas, tenía pintura hasta en las orejas. Con eso duró unos... nueve días.

A los trece, se le metió la idea del Skateboarding[1]; a papá casi le da un infarto cuando habló de ello así que ni lo intentó,  ella hace todo lo que él le diga; están muy unidos. Bueno, las dos lo somos pero ellos comparten la misma afición por el fútbol; parecen dos locos cuando  ven el partido y sus gritos no faltan cuando su equipo anota un touchdown[2].

He intentado sentarme con ellos algunas veces, pero no le veo el sentido estar ahí por horas viendo como dos equipos se dan de golpes.

Ahora, se le metió la idea de ser guitarrista de rock, quizás un poco influenciada por Ryan, nuestro primo mayor. Él es un músico excelente... o lo fue hasta que lo abandonó por esa horrible tragedia.

Bueno, volviendo a lo que estaba, nos graduamos de la preparatoria hace un par de meses y aún ella no decide que va a estudiar. Solo espero que se saque de la cabeza eso de la música porque estoy por tirarme del balcón para no escucharla más. 

Yo, por mi parte, siempre he tenido claro lo que quiero, ser la mejor bailarina de ballet. Lo hago desde los cinco años y, no es por alardear, pero se me da muy bien. Inclusive, tengo dos grandes ofertas profesionales, una en New York y  otra en Londres.

Miro el reloj sobre la cómoda y me apresuro a la ducha; son las diez de la mañana y tengo una hora para llegar al ensayo. Mi habitación no es muy grande pero agradezco que tenga  un baño solo para mí. 

Soy una obsesiva de la limpieza y muy inquieta además. He cambiado tanto las cosas de posición que ya perdí la cuenta. Estoy rompiendo mi récord de un mes, no he movido nada en treinta y tres días exactos.

La cama sigue en el centro de la habitación; la biblioteca a la derecha y a la izquierda una linda mesita blanca con una lámpara de pantalla a juego. El piso de toda la habitación está cubierto con una suave alfombra blanca y, en una esquina,  al lado de la ventana, está mi portátil sobre una  mesa de vidrio. Less dice que parece la habitación de un enfermo mental porque todo es blanco.

Salgo del baño y saco del armario unos vaqueros y mi camiseta de la suerte, una que dice delante lectora adicta. Chispita dice que estoy loca por postear a lo largo de todas las paredes las frases que más me han gustado de los libros, pero es inspirador leerlas y revivir esas historias cada vez.

Meto mis pies en unas zapatillas rosas y paso del maquillaje, no tengo tiempo. La guitarra de Less hace un sonido estruendoso y los oídos me chillan

¿Acaso se volvió loca?

—¡Less! APAGA ESA COSA.

Mi puerta se abre de golpe y aparece la maniática del rock, sigue vistiendo su pijama de pizza ¿Y dice que la loca soy yo?

—¡LEXIE! Ya sé lo que quiero estudiar. —dice y se sienta con las piernas cruzadas en la cama que ya había ordenado. Mirarla a ella es como verme al espejo. Nuestros ojos son celestes como los de papá, pero sacamos el cabello castaño y los hermosos labios delineados y asimétricos de mamá. Papá dice que somos hermosas y que nos parecemos mucho a su mamá, quién murió cuando él tenía dieciséis. 

—¿Ahora qué se te ocurrió? —meto en un bolso mi móvil y las zapatillas de ballet mientras espero que mi hermana anuncie su nueva locura. 

—Periodismo deportivo. —ruedo los ojos y la enfrento.

—Chispita ¿Recuerdas que las clases están por comenzar?

—Sí, pero apliqué a tres universidades. Tres carreras diferentes y salí en todas.

—¡Qué! ¿Por qué no me dijiste?

—¿No lo hice?  Lo siento, pero lo importante aquí es que ya elegí. Iré a anunciarlo. —y así como llegó, se va; dejando mi cama desordenada, para colmo.

«----»

Hace un mes Less inició sus clases y está bastante entusiasmada. Espero que sea definitivo esta vez.  Ahora me toca a mí decidir lo que haré; New York o Londres. 

Estamos sentadas frente a la encimera de la cocina mirando a nuestros padres. Desde que papá dejó la Guardia Costera se la pasa metido aquí y le encanta prepararnos el desayuno.

Less y yo somos sus dos niñas y si fuera por él nunca nos iríamos de aquí. Muchas chicas de nuestra edad ya tienen su independencia, pero él insiste en que podemos seguir viviendo con ellos y la verdad me gusta estar aquí.

Mi  mamá es doctora pero decidió dedicarse a nosotras y nunca más ejerció su profesión.

Se aman con locura y son tan lindos. Algún día quisiera algo como lo que ellos tienen.

La parte asquerosa de estar sentada aquí es que papá le ha tocado el trasero unas tres veces a mi madre desde que llegamos.

—¡Mi Dios! ¿Por qué son tan molestos? —murmuro y Less grita: 

—PAPÁ, DEJA DE METER MANO Y DAME MI DESAYUNO.

Sí, está loca.

Mamá se gira y su enorme panza de ocho meses se asoma primero. Han querido tener otro hijo desde que tengo conciencia, y vaya que sí lo intentaron, parecen recién casados. Es lindo y perturbador a la vez.

—¡Eh! ¿Desde cuándo están sentadas ahí? —pregunta mamá  sonrojada.

—Desde la primera vez que papá te tocó el trasero. —habla mi gemela.

—¡Oh mi Dios!

—No te avergüences, pequeña. El amor no tiene porque ser tabú.  —le dice él y le besa los labios.

Se quieren, lo sé. Pero ¡Por favor!

—A veces desearía que fuera tabú. ¿Es que acaso tienen quince años?  —replico.

Papá se ríe, se sienta en otro taburete al lado nuestro y nos entrega el desayuno. A sus cuarenta y un años, sigue siendo muy guapo. Sus ojos, su cabello rubio y sus grandes músculos, lo hacen el padre más hermoso del planeta tierra. Ya entiendo porqué mamá lo ama tanto. Claro, además es todo un dulce de algodón.

—¿Ya decidieron el nombre del pequeño? —les pregunto mientras corto un trozo de pan tostado.

—Sí —responde él—, se llamará Hanson.

—¡Hanson! —decimos las dos, muchas veces hablamos sincronizadas. Es raro, lo sé.

—Sí, es la mezcla de Hayley y Maison ¿No es lindo?  —habla mamá.

—Están locos. Gracias a Dios no fui niño. 

—Me gusta, no le hagan caso a la friki[3] de Less.— Mi hermana me saca la lengua y giro los ojos. 

¿Por qué es tan inmadura?

—Bueno, familia. Les tengo un anuncio. Elegí Londres.

—¡LONDRES! Mi corazón no lo resistirá —dramatiza el padre más sobreprotector del mundo. 

—Papi. Es que ellos son los mejores y de verdad quiero ir.

—No podre vivir sin ti mi cuqui. —me dice así desde que tengo siete porque, según él, soy la más dulce de las dos.

—Papi... no te me pongas melancólico o no podré ir. —le pido abrazándolo por la cintura. Mi cabeza apenas llega a su hombro, él es muy alto comparado con nosotras. Somos sus tres pequeñas. 

—Papá, no te preocupes, cuando Lexie se vaya puedo usar su ropa unos días así crees que soy ella. Aunque dudo mucho que pueda ser tan ñoña como tu cuqui. —se burla la gemela malvada.

—¡Less! —la reta mamá. —Tranquila, cariño. Tu papá lo soportará ¿Verdad amor?

—No. —responde haciendo un berrinche.

—Maison Hudson, dile a tu hija que estarás bien.

Esto se pone bueno.

—Estaré bien, Lexie. —susurra y me besa la coronilla de la cabeza.

Salgo de casa rumbo al último ensayo antes del espectáculo de verano en Miami, dónde vivimos desde que nacimos. Esta será mi despedida de la compañía y es agridulce; he pasado los mejores años de mi vida con ellos. 

—¡Eh, Ryan! —lo saludo cuando se baja de su Jeep pero ni me responde. 

—No le hagas caso, está enojado porque papá lo obligó a buscarme.  —dice mi prima Maggy.

Los dos son hijos de mi tío Axxel, hermano de mamá, y viven justo al lado.  Él es el tío más divertido y loco que he conocido. Lo quiero mucho, a pesar de ser tan pesado a veces con eso de la abstinencia y el sexo seguro. Tengo una copia de su libro Sexo con Sentido en mi biblioteca pero no lo he leído. 

—¿Y Sam? —le pregunto por mi primo menor, tiene siete años.

—Se quedó en casa por fiebre; papá dice que estuvo mucho tiempo en la playa pero ya sabes que para él nunca es suficiente. —lo dice por su afición por el surf.

Me despido con un gesto y me subo al auto de mamá, lo uso más que ella. Enciendo mi ipod y me pongo los auriculares para escuchar el Cascanueces de Tchaikovski, es la obra que interpretaré este fin de semana.

«----»

—Hola, Lexie —me saluda Esteban, uno de los bailarines de la compañía. Es un rubio bastante atractivo que me ha invitado a salir varias veces pero no es mi tipo y no perderé el tiempo en una cita que no tendrá futuro.

Me pongo las zapatillas y camino hasta la barra para hacer los ejercicios de calentamiento. Usualmente, me toma un poco más de media hora.

Alessandro, el maestro de ballet, nos indica que comenzaremos el ensayo. La música de Tchaikovski resuena por los altavoces desde el inicio del segundo acto y Esteban y yo salimos a escena, interpretando al Príncipe y a Clara. 

Tres horas después, vuelvo del ensayo y me encuentro con Less esperándome en la entrada de la casa con una  gran bolsa de M&M [4]sin destapar.

Algo grande me va a pedir.

—Cuqui... hermana hermosa y sexy...

—Somos idénticas, así que la adulación no se te da.

—Estoy en S.O.S. y tú eres la única que me puede salvar. —camino y ella me sigue hasta la habitación sin dejar de hablar. 

—A ver si entendí. ¿Quieres que me haga pasar por ti en tu primer trabajo de campo como estudiante de periodismo porque te sientes tan mal que podrías morir hoy mismo?

—Sip. Ya captaste todo, gemela.  —dice engulléndose un puñado de chocolatitos.

—No lo haré. 

—Cuquiiiiiii. Si no fuera una emergencia, no te lo pediría. Please[5], hazlo por mí.

La hago sufrir un poco diciéndole que no pero al final acepto. No me gusta hacerme pasar por ella, pero algunas veces salvé  materias gracias a nuestro juego de gemelas. Soy muy mala en las matemáticas y ella es un As.

«----»

—¿Por qué tengo que vestirme así? —pregunto señalando los vaqueros rotos, la camiseta negra, con una horrenda calavera blanca, y el par de botas negras de plataformas con cordones, que están sobre mi cama. Es un estilo demasiado punk para mi tendencia casual–chic.

—Porque es parte de mi personalidad, Lexie y no sería creíble si usas tus cursis atuendos en tonos pastel.

—¿Creíble para quién? ¡NO TE CONOCEN! —gesticulo con las manos al aire. 

—¿Qué quieres usar entonces? ¿Un crop–top con una linda falda de tablones?

—No exageres. Puedo usar los vaqueros con esas horribles botas, pero esa camiseta no va. Buscaré una más... decente.

Less gira los ojos y suspira fuerte—: Tú ganas, cuqui. Usa tu estúpida blusa pero vístete ya que llegarás tarde. 

Me doy una ducha rápida y me pongo la horrible ropa de mi hermana. Recojo mi cabello en una cola de caballo y me aplico un poco de maquillaje; no saldré pálida como un fantasma a la calle.

—Lexie Hudson, deja ya de acicalarte y sal de ahí AHORA.

—Ya salgo Less. Para estar “muriéndote” andas muy mandona. 

—No sabes lo difícil que es para mí perderme esto. —murmura tocándose el pecho con la mano derecha.

»Bueno, a lo que iba. Aquí tienes una libreta con las preguntas que le harás a Justin.

—¿¡Bieber!?

—¿Cómo crees? Haz solo las preguntas que te marqué. El entrenamiento debe terminar sobre las ocho. Tienes una hora para llegar. 

—¿Entrenamiento?

—Sí, la entrevista será en el estadio de los Marlins de Miami. ¡Yei!

—Sí, que emoción. —digo sin ánimo.

—Vete ahora y no lo arruines. —me saca a empujones de la casa y me mete en el auto.

»Es pan comido, Lexie. 

—Lo que digas, chispita. —enciendo el motor y conduzco hasta el dichoso estadio.

Entrevisto a Justin Crowley, el campo corto del equipo de los Marlins de Miami, un poco después de las ocho, como mencionó Less, y salgo fuera del estadio sobre las nueve. Me tardé unos cuarenta minutos con el lindo castaño de ojos marrones. 

Estacioné el auto de mamá cerca de la entrada, pero está muy solitario ahora. Cuando llegué, había más de diez autos alrededor y ahora nada.

¿Adónde se fueron todos?

Camino rápido para meterme en el auto y busco la llave dentro de mi bandolera negra al mismo tiempo.

Debí traerla a mano.

—¿Qué hace una preciosura como tú sola en la noche? —habla una voz detrás de mí y comienzo a temblar.

—¿Qué quieres?  —pregunto con dificultad. Muevo mis dedos dentro del bolso, tratando de sacar las llaves, pero no doy pie con bola.    

El tipo apoya su mano izquierda en el vidrio del auto y presiona su cuerpo sobre el mío y me dice:

—Follarte.

—¡Lárgate o grito!

—Si lo haces te mato. —me amenaza y siento el filo de un cuchillo presionar mi espalda, traspasando la tela de algodón de la blusa verde que escogí.

—Vete, por favor. —le pido a punto de llorar. 

—Me iré  pero no todavía.

El sujeto me jala por el cabello y  me lleva a empujones al costado del estadio. Trato de zafarme, clavándole las uñas en el brazo que me sujeta del cabello pero eso no parece afectarle.

Estoy aterrada. Muy asustada. Quiero gritar fuerte, pero sigo sintiendo el filoso cuchillo clavado en mi piel. Temo que cumpla con su amenaza así que decido guardar silencio.

Mi verdugo me empuja y me hace caer al suelo boca abajo; pero me da tiempo de meter las manos para no golpearme el rostro contra el piso de hormigón.

Intento sacar el móvil que tengo en el bolsillo trasero de mis vaqueros pero él me pisa la mano con fuerza.

¡No! ¡No! Esto no me puede estar pasando.

—¿Querías llamar a tu papito? —dice cuando saca el móvil de mi bolsillo y escucho el crac del aparato rompiéndose en pedazos cuando lo pisa con sus botas negras.

Sigo tumbada boca abajo sin intentar moverme; me da miedo hacerlo. El desgraciado usa el cuchillo para romperme los vaqueros y me los quita, junto con la ropa interior, dejándome solo las botas.

En ningún momento he visto su cara. Solo escucho su maldita voz aguda detrás de mí.

—Disfrutarás esto,  preciosa. —susurra.

¡Oh mi Dios! ¡No! ¡No!

—¡No, por favor!

—¿Quieres vivir, preciosa?  —me pregunta y asiento —Entonces ofrécete para mí.

—No me hagas esto, por favor. —balbuceo con el llanto ahogando mi garganta.

—¡HAZLO! —grita y lacera el lado posterior de mi muslo derecho con el cuchillo.

—No le diré a nadie, lo juro. Déjame ir ahora y...

—Cállate, perra. Apoya las manos en el suelo y ofrécete para mí.

—No. No. No —repito llorando. El hombre me toma por las caderas y me obliga a ponerme en la posición que exigía.

El corazón me late fuera de control y quisiera desmayarme para no sentir como sus sucias manos me tocan la piel.

Me muerdo los labios, al punto de sentir el sabor de la sangre en mi boca, cuando el degenerado me embiste con su miembro en el trasero. Quiero morir. Quiero gritarle que me mate; pero ni para eso tengo aliento. 

Mis rodillas y mis manos están expuestas al rústico concreto y siento como se rompe mi piel por el roce.

Duele.

Me lastima.

Me está destrozando. 

El pervertido empuja cada vez más duro y profundo dentro de mí y grito en mi mente pidiendo que se detenga.

—Ya no más. —gimo exhausta y mis palabras provocan lo opuesto. Me está desgarrando la piel y destruyendo mi alma al mismo tiempo.

—Disfruté mucho de tu lindo trasero, preciosa. —dice jadeante— Ahora voy por tu sexo.

—¡No más!  ¡MEJOR MÁTAME!  —eso es lo que quiero, morirme.

El sonido de una patrulla lo hace alejarse y grito por ayuda con las pocas fuerzas que me quedan. Grito hasta que mi garganta arde a punto de romperse en pedazos, en tantas partes como lo hizo mi alma cuando ese hombre me desgració la vida para siempre. 

Estoy desnuda de la cintura para abajo, tirada en el suelo, cubriéndome apenas con los restos de los vaqueros que deshizo ese degenerado, en el mismo lugar donde me arrastró para abusar de mí sin piedad.

—¡Lexie! ¡Oh mi Dios! Bebé ¿Qué te hicieron? —grita papá. Se quita su polo e intenta ponérmela pero no quiero que se acerque.

—No me toques.  No me toques. —grito tantas veces que sin poder detenerme.

No sé cómo llegó aquí; no sé cómo me encontró, pero lo único que quiero es que se vaya, que no me vea… que me deje sola.

—Lexie soy yo, papá. Mírame, cariño. Estoy aquí. 

—No me toques. Estoy sucia. Muy sucia. Déjame. Vete. Vete.

Escucho un sollozo detrás de él y levanto la mirada, es Less. Sé que siente mi dolor. Esa misteriosa conexión entre gemelos es real; siempre hemos sentido cuando alguna de las dos tiene miedo o mucho dolor. Esa debe ser la razón por la que están aquí.

—Yo no quería. Yo le pedí que me dejara. Yo no quería. —repito sin parar.

—Cariño, déjame ayudarte. —susurra papá a mi lado, sin tocarme como le pedí. Su llanto es desolador; tanto como el mío. 

Luces rojas y azules iluminan el cielo oscuro y sigo en el suelo; meciéndome adelante y atrás sin cesar. 

Less intenta consolarme abrazándome, pero no tengo remedio, ese hombre me destrozó,  acabó con mi espíritu, derrumbó mis sueños.

«----»

En un segundo, la vida puede cambiarte para siempre.

En un momento, estás celebrando porque tienes una excelente propuesta profesional y al otro, estás en la cama de un hospital, expuesta a la pesquisa de una doctora, buscando rastros de semen y huellas que identifiquen al degenerado que abusó de ti.

              ¿Cuál fue su motivo? No lo sé, pero de lo que sí estoy segura es de cómo me siento; como un cristal que se fragmentó en trocitos y estoy segura que nada podrá recomponer nunca.  

—Lexie, mi amor. Háblame. —insiste mi madre pero no puedo hacerlo. La escucho, la veo, pero no siento nada, ni siquiera dolor. Estoy muerta o cerca de estarlo.

—Lo mejor es que le pongamos un sedante para que descanse. —dice el médico.

Ojalá se pase de dosis y no despierte jamás.

—Cariño, estaré fuera con Maison y Less. Te amo. —susurra y me besa la frente.

¿Cómo puede amarme? ¿Cómo después de esto?

Despierto en medio de la oscuridad y grito tan fuerte que me zumban los oídos. Siento como si estuviera quemándome en carne viva y no hay agua que apague este infierno.

La luz se enciende y veo la silueta de mi padre frente a mí. Su rostro grita dolor, impotencia… tristeza.

—Cuqui, estoy aquí. 

—Quiero a mamá. Vete.

No sé qué me pasa, no sé porqué lo alejo, pero, en este momento, no quiero que esté aquí.

—Mi amor —murmura derrotado— No me alejes, Lexie. No me excluyas, mi pequeña.

—Quiero a mamá. —repito sin mirarlo.

—Está bien, preciosa.

—¡NO ME DIGAS PRECIOSA. ¡NUNCA MÁS! —le grito y pierdo el control. Golpeo mis muslos con los puños cerrados y él se derrumba. Sus ojos se bañan en lágrimas y me siento tan culpable por hacerle esto. Soy como una plaga inmunda en un pastizal que contamina todo.

—Papá —murmuro cuando logro salir de la crisis— dame tiempo. ¿Si?

—Perdóname. Perdóname por no llegar a tiempo. Perdóname por no cuidarte como prometí. Nunca, jamás dudes de mi amor, Lexie. 

—Lo sé. —mascullo.

Mi padre sale de la habitación y me tumbo en la cama, fijando la mirada al techo. Me pierdo en su color blanco y comienzo a soñar que nada de esto pasó.

Less aparece en el umbral de la puerta y camina temblorosa hasta mí.

—¿Dónde está mamá?

—¡Oh mi Dios, Lexie! Todo es mi culpa, debí ser yo, no tú. —murmura llorando en mi pecho. A ella es la única que le permito tocarme, porque ella lo comprende, porque ella sabe cuán vacía me siento.

—No vuelvas a repetir algo así ¿Me escuchas? Nunca digas  eso de nuevo. —le exijo. Ninguna debió pasar por esto pero prefiero haber sido yo y no ella.

—¿Dónde está mamá? ¿Por qué no viene?

—Ella… se complicó con el embarazo y Hanson nació hace una hora.

—¿Están bien? Dime que lo están. Le pregunto y comienzo a desconectar el suero de mi brazo para levantarme.

—Lo están, Lexie. Los dos están bien. —dice bajando la cabeza.

—No llores, chispita. Hanson hizo de este día uno mejor. —le digo y tuerzo los labios a un lado con una sonrisa.

Si tengo que fingir que estoy bien para que ellos sean felices, lo haré. Aunque mi alma esté tratando de reunir los pedazos esparcidos dentro, fingiré que nada pasó.

La policía me interroga a la mañana siguiente y les doy los detalles que recuerdo del maldito hombre, que son pocas. No tengo un rostro para describir pero reconocería esa voz sin mucho esfuerzo si la escuchara de nuevo.

Me levanto dolorida de la cama y hago un esfuerzo para sonreír. Less me acompaña al baño y me ayuda a ponerme un vestido floreado largo que me cubre los pies; fue el que le pedí.

Mi hermana sofoca un grito con la mano cuando me ve desnuda; debo ser un espanto de piel rota y muchos cardenales. 

—Se ve peor de lo que parece, chispita. —murmuro sin enfrentar mis ojos al espejo que está detrás de ella.

—Lexie, sé que lo que yo sentí no se compara con lo que tú viviste pero tienes que saber que siempre, siempre, te amaré sin importar lo dolida, triste y desesperanzada que estés. Eres mi otra mitad. —musita y me echo en sus brazos a desahogar el llanto que vengo acumulando desde ayer.

Pasé dos días en el hospital, hasta que al fin me dieron el alta. Todos vamos de camino a casa, inclusive el pequeño Hanson, quien no requirió incubadora, por suerte.

Papá conduce el auto y Less lo acompaña delante; mamá, el bebé y yo, vamos detrás.

—¿Quieres cargarlo?

—Mejor no, mamá. Se ve que está a gusto contigo. —le digo con mi perfecta cara de aquí no ha pasado nada.

Él viene a ser esa calma después de la tormenta; con él podrán ver la luz que llega tras el amanecer de una noche oscura y triste. 

«----»

Es un bonito lugar, con una linda vista de la costa de Miami. Me gusta el sofá negro de cuero y la decoración vanguardista por la que optó la doctora Jensen, mi psicóloga desde hace cinco semanas.

—Lexie ¿Pudiste mirarte al espejo esta mañana?

—No lo intenté.

—¿Por qué?

—Porque no necesito hacerlo, para eso tengo a Less.

—No has cooperado en nada de lo que te he pedido. ¿Cómo quieres superar esto si no lo haces?

—¿Superarlo? ¿EN DÓNDE COMPRASTE TU LICENCIA? —le grito y me levanto de su estúpido sofá.

—Lexie, es difícil. Lo sé. Pero debes intentarlo al menos.

—¿Lo sabes? ¿Sabes lo que se siente que abusen de ti? ¿Qué desgarren tu piel por el simple hecho que a un degenerado le provocó? ¿Qué tus sueños se derrumben? ¿Qué no puedas abrazar a tu padre porque comparte el mismo sexo que el maldito que te violó?

No digas que lo sabes.

No lo sabes.