Prehistoria

Las primeras señales

La primera marca humana; el primer trozo codiciado

Partiendo de la definición de marca como aquel signo de identidad que permite a una persona o colectivo organizarse «simbólicamente», las recientes investigaciones muestran que la aparición del pensamiento simbólico tuvo lugar mucho antes de lo que se creía.

En enero de 2002, el doctor Christopher Henshilwood, de la Universidad Estatal de Nueva York, dio a conocer dos sorprendentes objetos con más de 70 000 años de antigüedad. Se trata de dos pequeñas piezas de tono almagre con bastantes motivos geométricos complejos. El hallazgo tuvo lugar en Blombos, una cueva de Sudáfrica, en la costa bañada por el océano Índico. Hasta ese momento, las primeras evidencias de «arte» provenían de Francia, y se remontaban a 35 000 años. Mientras que algunos intentan descifrar las marcas, otros las consideran «sólo garabatos» que en modo alguno demuestran una forma de expresión artística o «proto-lenguaje». No obstante, cabe preguntarse si el esfuerzo —aunque torpe— por expresar un símbolo ya es «inteligencia» o si sólo una pieza «bien acabada» puede ser arte. ¿Fue Mozart menos músico por haber balbuceado de bebé?

La marca eterna: nuestras manos

La exitosa campaña lanzada por iPhone en 2009 se resumió en un anuncio con la imagen de una mano cuyo dedo índice tocaba la idolatrada máquina. El eslogan no podía ser más claro: «Tocar es creer». Este anuncio no pretendía ocultar sus fuentes de inspiración: la escena de la creación del hombre diseñada por Miguel Ángel en que el dedo de Dios insufla vida a Adán, y la escena de santo Tomás poniendo el dedo en las llagas de Cristo para asegurarse de su resurrección. Aún hoy, el lenguaje del marketing habla de valores «tangibles» e «intangibles», lo que se toca y no se toca marca la diferencia. En el Hotel Mandalay de Las Vegas (EE. UU.), en mayo de 2010, durante la cita que cada año organiza Microsoft para exhibir sus progresos, Bill Buxton —uno de los cerebros de la empresa—, ante tres mil personas recordó la leyenda que a todos los niños catalanes les cuentan desde el colegio: la de Guifré el Pilós agonizando delante de Carlos el Calvo y cómo éste unta sus cuatro dedos en la herida del moribundo rey para arrastrarlos sobre el escudo dorado y así «diseñar» la bandera de Cataluña. Para Buxton, esta leyenda refleja el primer ejercicio tecnológico táctil de la historia. No obstante, podemos encontrar un ejemplo mucho más antiguo: la marca de diferentes manos humanas pintada en una cueva del Paleolítico Superior.

FIG. 1. Pieza hallada en Blombos (Sudáfrica). Con 70 000 años de antigüedad, se la considera la primera «marca» realizada por un ser humano que se ha conservado. No hay acuerdo en cuanto a su exacto significado.

Se podría escribir un libro entero con ejemplos de manos utilizadas con fines artísticos y, más recientemente, publicitarios. Varias campañas de denuncia social han recurrido recientemente al gesto de pintar las manos de los manifestantes y levantarlas todas al mismo tiempo. Incluso se ha escrito un libro de marketing cuya portada se inspira en el gesto inmemorial de las manos prehistóricas: Identité de marque, de Marie-Claude Sicard. La realidad es aquello que es tangible. Este gesto, esta idea, ha acompañado al ser humano desde sus inicios. En la Cueva de las Manos, en la Patagonia (Argentina), con más de 12 000 años, se han llegado a contar 729 señales de manos. Algunas de ellas aparecen cerca de una manada de animales, como queriendo decir: esto es lo que ansiamos. ¿Acaso no es lo que todas las marcas desean?

FIG. 2. Desde la prehistoria, las manos han sido un poderoso símbolo de identidad. Hoy en día, la publicidad ha recuperado este símbolo tanto en marcas comerciales como en ONG.

Marcamos lo que elegimos

En mayo de 2009 se produjo un descubrimiento aún más sorprendente: «la Venus más antigua del mundo». La figura —tallada en marfil de mamut— muestra unos senos y una vulva desproporcionados y data de hace 40 000 años. En el lugar del hallazgo, la cueva de Hohle Fels, en Alemania, también se ha descubierto una flauta, considerada el instrumento musical más antiguo del mundo. La nueva Venus confirma que el hombre prehistórico no sólo tallaba figuras de animales al principio del período auriñacense sino también humanas, algo que ha resultado una sorpresa para la comunidad científica.

Es posible, por lo tanto, que en el futuro nuevos hallazgos nos lleven a desdecir lo que ahora vamos a plantear. No obstante, a la luz de las evidencias disponibles, lo realmente destacado es que aquellos artistas eligieron los temas de sus creaciones con gran detenimiento. La mayoría son caballos, bisontes, uros, íbices, renos, ciervos y mamuts. La presencia de otros animales, como leones, rinocerontes y osos de las cavernas, es bastante menor. Algunos animales, aunque abundasen en su entorno, apenas fueron representados (peces, pájaros, lobos, zorros). Comprobamos que tampoco se interesaron por las plantas ni por los árboles, y en general no hay alusiones al paisaje, al sol o a las estrellas.

Las figuras humanas también son muy poco frecuentes —por eso fue tan sorprendente el hallazgo de la Venus de Hohle Fels—, y cuando aparecen, además de estar incompletas, suelen estar poco «logradas», contrariamente a los animales. Muchas veces sólo son manos o esquematizaciones del sexo femenino. Como escribe Jean Clottes: «No es por falta de habilidad, puesto que eran diestros dibujantes en otros temas (recuérdense los bisontes de Altamira o la estatua de este mamut), sino porque así lo decidieron». Y este es el detalle realmente significativo: la destreza al servicio del interés. En el antiguo Egipto, el mundo de los dioses puede parecer un zoológico, pero se trata de un zoológico muy pequeño: no hay dioses con cabeza de burro o de caballo, pese a ser animales de gran importancia para la economía. En la actualidad, las marcas también hacen un uso selectivo de los animales para sus logotipos. Sea una estatuilla prehistórica, un icono religioso o un logotipo actual, lo importante es que el ser humano representa sólo una parte de la realidad. En una palabra, elige. Las marcas reflejan, ante todo, nuestras elecciones; eso es precisamente lo que nos marca, y es que, seguramente, sólo una elección puede diferenciarnos.

Tengo - me falta = comercio

William J. Bernstein, en su magnífico libro Un intercambio espléndido, nos explica con asombroso detalle e ingenio cómo el comercio modeló el mundo desde Sumer hasta nuestro tiempo. Nada más comenzar, hace hincapié en un fenómeno que no se ha observado en otras especies animales a excepción del Homo sapiens: el intercambio sistemático de bienes y servicios a distancias cada vez mayores.

¿Qué impulsó al hombre primitivo a comerciar? La respuesta es difícil de precisar. Simplemente ocurrió. Tal vez fue el deseo de tener lo que me falta, la atracción por lo exótico. En efecto, a lo largo de la prehistoria no sólo fue evolucionando la talla de herramientas de piedra sino el intercambio de materiales. Los grupos humanos tallaban los materiales locales y al mismo tiempo buscaban otros, mejores o diferentes, factor que favoreció las primeras rutas «comerciales». Poco a poco aumentó la variedad y el volumen de productos. Con anterioridad al cobre, el estaño, el oro, la plata y el hierro fueron el sílex y la obsidiana. Con ellos se produjeron los primeros «objetos de deseo». Pero no fueron los únicos.

Las minas prehistóricas de Gavà, cerca de Barcelona (España), constituyen el conjunto minero con galerías más antiguo de Europa. Se comenzaron a excavar hace aproximadamente 6000 años y su aprovechamiento se prolongó más de mil años. El único objetivo de esta enorme explotación minera era la extracción de un mineral de color verde, la variscita, que se usaba para confeccionar joyas. Otros minerales de gran valor fueron el jade, el cristal de roca, la malaquita, el lapislázuli, la turquesa, el alabastro y esa resina mágica llamada ámbar, que fue el principal producto de intercambio entre los pueblos bálticos y las culturas mediterráneas y orientales. Como hoy, lo importante no era ser la fuente de la mercancía —pongamos los diamantes y el petróleo africanos—, sino el centro que controlaba su producción. Allí donde convergían estos materiales surgían grandes poblaciones humanas. La ciudad de Çatal Hüyük (Turquía), en la fértil región de Konya, estuvo habitada ininterrumpidamente durante unos 2500 años, desde el 7000 a. C. hasta el 5500 a. C. Se trata de una de las primeras ciudades conocidas, y en ella se utilizaban muchos instrumentos con materiales que no había en la región, como por ejemplo la obsidiana, rastreable sólo en Accigol, a unos 200 km al noreste.

La piel humana no es humana

Es posible que los primeros humanos cosieran sus vestimentas con los pelos o los tendones de los animales. También debían de lucir peinados y varias especies de gorros, así como calzados confeccionados con el cuero de sus presas. En algunos yacimientos se han encontrado manchas rojizas que corresponden a restos de pigmentos. Además de su efecto colorante, estos minerales se pueden utilizar para curtir pieles. Por desgracia, la piel es un material muy perecedero y apenas se han encontrado restos tan antiguos. Sin embargo, sabemos que a aquellos hombres les gustaba utilizar joyas; algunas eran de metal; otras, de diferentes huesos trabajados, o de minerales como la variscita.

Lo más curioso de estos adornos es que se han encontrado modelos de una zona determinada en lugares muy alejados, señal inequívoca de algún tipo de intercambio. Como carecían de dinero, no podemos hablar de comercio propiamente dicho, pero sí de «tendencias». Algunos modelos parecen haber tenido más éxito que otros, como la «moda» magdaleniense de las arandelas de hueso perforadas en su centro, que suelen aparecer decoradas con figuras geométricas o de animales. ¿Hubo algún tipo de «moda» textil? Al menos sabemos que hubo agujas de coser.

Los arqueólogos han encontrado «una herramienta de más de 20 000 años de antigüedad cuya forma jamás ha cambiado, aunque hoy en día es de metal. ¿Adivinas de qué herramienta se trata?», escribe Jean Clottes en su libro La prehistoria explicada a los jóvenes.

Respuesta: «¿El hacha? No, en aquel entonces no existían hachas similares a las nuestras. La herramienta en cuestión es la aguja de coser. En los entornos solutrenses aparecen con mucha frecuencia. Miden lo mismo y tienen el mismo aspecto que nuestras agujas modernas, con un agujero, salvo que son de hueso».

Los primeros bienes de lujo

La arqueología es aburrida. A diferencia de las películas de Indiana Jones, los cursos de arqueología en la universidad no incluyen asignaturas como «Manejo del látigo» o «Persecución de tanques a caballo». Muy pocos arqueólogos tocan un arma —son raras en la mayoría de los yacimientos—, y si pelean con algo es con los «fósiles directores».

A falta de otras evidencias, el estudio del pasado se basa, sobre todo, en el análisis de ciertas piezas y decoraciones que, durante un tiempo, se repiten en varios yacimientos más o menos alejados entre sí, configurando si no «modas», al menos «culturas materiales». Con ellas, los arqueólogos delimitan épocas y pueblos. Mutatis mutandi, sería como clasificar nuestra sociedad a base de clasificar los objetos que más utilizamos en nuestras casas y/o nos llevamos a la tumba. En la última escena de El planeta de los simios, Charlton Heston entra en una cueva y encuentra señales de seres humanos. Son los restos de una excavación en «La Zona Prohibida», y entre ellos, el que más le conmueve es una muñeca capaz de hablar cuando se le aprieta la barriga. Bobada que en ese momento reviste la mayor importancia y lleva a George Taylor, el personaje interpretado por Charlton Heston, a decir una frase de cine: «Doctor, ¿construiría un simio una muñeca humana que habla?».

Cada vez que sale a la luz un fósil director podríamos decir algo semejante, y entonces la arqueología deja de ser aburrida: por pesado que parezca clasificar un trozo de cerámica, el conocimiento de nuestra especie depende de esa clasificación, y es así como llegamos al vaso campaniforme.

Escada, hace 4000 años

Escada es una empresa internacional de moda femenina de lujo fundada en Múnich (Alemania) en 1978. La empresa se declaró en bancarrota en agosto de 2009 y fue adquirida por la millonaria Megha Mittal en noviembre de ese mismo año. Como otros grupos similares, Escada creció abriendo diferentes divisiones, incluida una de moda infantil, y contando con el reclamo de varias celebridades (en especial, Kim Basinger). Hace muchos siglos también hubo otra gran marca de lujo en Alemania.

El vaso campaniforme da nombre a una «cultura» que se denominaba así por su principal fósil director: unas vasijas de cerámica con forma acampanada que, desde el curso inferior del Rin, en Alemania, se extendió por buena parte de Europa y el norte de África a principios de la Edad del Bronce, entre 2200 y 1900 a. C. Junto a este vaso aparecen variados «complementos», como puñales de lengüeta, lanzas de dos puntas, joyas de oro, brazaletes de arquero y botones de hueso con perforación en uve. Al igual que las marcas actuales, aquella cultura diversificó su producto estrella en diferentes divisiones: marítimo, cordelado, marítimo-cordelado mixto, «estilo bohemio» e inciso. Y es que cada «mercado» es diferente.

De acuerdo con la moderna arqueología, la propagación de este vaso, así como sus complementos y divisiones, demuestra la interacción entre diferentes elites —ávidas de bienes de prestigio— y la ligera adaptación de los mismos productos de lujo a los gustos de cada región, confirmando una característica de las marcas: diferenciación e igualación. Hay otra: ritual, pues el vaso campaniforme debió de servir para beber cerveza o hidromiel en grandes ceremonias sociales y políticas.

El estudio del vaso campaniforme fue aprovechado por el Grupo Mahou-San Miguel para promocionar un estudio de la Universidad de Valladolid sobre el vaso campaniforme en la península Ibérica. El resultado no podía tener mejor título: Un brindis con el pasado. Para la ocasión se rodó un documental que recreaba el posible ritual de la fabricación de la cerveza hace 4500 años y se ofreció una degustación de dicha cerveza a los asistentes a un acto conmemorativo. Un excelente ejemplo de colaboración entre empresa e historia, y un ejemplo raro, ya que muchas empresas carecen de un asesor histórico en sus departamentos comerciales.