Tiempo 1. Presente

Les contaré mi historia y las razones que me llevaron a quitarme la vida a mí mismo, una y otra vez, a través de diferentes tiempos y realidades.

El viaje en el tiempo era posible. No sólo era algo factible teóricamente, sino que yo llevaba haciéndolo casi diez años. Esta historia comenzó una tarde lluviosa en Ginebra. Yo estaba trabajando en el CERN, mientras finalizaba mis estudios de posgrado, donde podía dar rienda suelta a mi fascinación por las partículas subatómicas.

Todo el mundo ha oído hablar del bosón de Higgs, la partícula divina, o como quieran llamarla. Decenas de libros y documentales sobre él hacían de ella una de las partículas subatómicas más conocidas, aunque prácticamente nadie sepa de qué demonios se trata. Pero más interesante que la partícula en sí, es el campo en el que ésta se encuentra inmersa.

El campo de Higgs es un campo cuántico que llena por completo el universo. La interacción de la materia con este campo es lo que hace que las cosas tengan masa. En cierto modo se asemeja al éter luminífero, el fluido imponderable que los científicos de hace unos siglos pensaban que llenaba el universo y por el que se desplazaban las ondas de luz. Pero a diferencia del éter, el campo de Higgs es real.

Visualizar el campo de Higgs no es tarea fácil, es algo tan anti-intuitivo que nuestra pobre mente humana no puede imaginarlo. De hecho, en 1993, el por aquel entonces ministro británico de ciencia desafió a los científicos del país a contestar en una sola página y de una manera sencilla la pregunta «¿Qué es el bosón de Higgs y por qué queremos encontrarlo?». El físico David J. Miller se alzó con la victoria, obteniendo como premio una simple botella de champán.

Miller describía el campo de Higgs como una especie de «hierba alta» que llena por completo el universo y que siempre crece en la misma dirección. Debemos entender que esta «hierba» no es algo tangible, y que cuando hablamos de «dirección» no nos estamos refiriendo a una de las direcciones espaciales a las que estamos acostumbrados, sino más bien se trata de una dirección imaginaria, como una dimensión extra. Las partículas tienen una onda asociada que oscila en determinada dirección. Si resulta que esa dirección es la misma en la que crece la hierba, las partículas apenas notarán el campo al pasar a través de él y se moverán a la máxima velocidad. Por ejemplo el fotón es una de este tipo.

Hay otras que oscilan en un determinado ángulo respecto a la hierba. Cuando se mueven a través del campo, encontrarán hojas en su camino que las frenarán, mientras más pronunciado sea este ángulo, más les costará moverse ya que encontrarán más oposición a su movimiento.

En una de las tardes lluviosas que había pasado en casa jugueteando con las ecuaciones del campo de Higgs, había descubierto algo interesante. Al parecer, bajo ciertas condiciones, cuando aplicamos una onda electromagnética de una determinada frecuencia a un espacio vacío, se producía una interacción entre el campo electromagnético y el campo de Higgs que los anulaba a ambos. Era como si pudiésemos segar la hierba imaginaria que formaba el campo, de manera que era posible construir una especie de receptáculo que contenía espacio completamente vacío, sin ningún campo para que la materia interactuara. Cualquier objeto introducido en este campo segado, carecería por completo de masa.

Esto tenía consecuencias muy interesantes. Un objeto en el interior de la jaula de Higgs, como yo la había llamado, podía ser acelerado a la velocidad de la luz sin esfuerzo alguno, ya que carecía por completo de masa. Esto, según las ecuaciones de la relatividad de Einstein, lanzaría al objeto hacia atrás en el tiempo.

Todo parecía correcto. Por más vueltas que le di a los cálculos, no encontré ningún error. La única cuestión que quedaba, era probarlo experimentalmente.

Alquilé un pequeño trastero en las afueras de la ciudad, con la intención de aprovechar el poco tiempo libre que me quedaba tras la jornada de trabajo en el acelerador, para construir un prototipo de la jaula de Higgs. No eran necesarios costosos materiales ni alta tecnología. Podía adquirir todo lo necesario en una tienda de bricolaje normal, y tomar prestados algunos aparatos e instrumentos de medida del laboratorio sin levantar mayor sospecha.

Trabajé en el prototipo durante dos semanas. Una vez terminado, el artefacto era poco más grande que un microondas. En su interior, albergaba espacio suficiente para contener pequeños objetos no mucho mayores que un puño.

El primer experimento que puse en marcha fue intentar enviar una pelota de tenis unos minutos hacia el pasado. Introduje la pelota en la jaula de Higgs y empecé a manipular los controles para iniciar el proceso de anulación de la masa. Una vez finalizado, di paso a la aplicación de la vibración que causaría el desplazamiento temporal. Pulsé el botón y …el objeto desapareció instantáneamente.

¿Qué había pasado exactamente? ¿El objeto se había desintegrado? ¿Había funcionado la máquina? Mientras le daba vueltas a las posibles interpretaciones del experimento, me pregunté cómo sabría si el experimento había funcionado o no. Es decir, si la pelota había viajado efectivamente hacia el pasado, …¿cuáles serían las consecuencias en el presente? ¿Debería recordar una pelota como esa hace unos minutos en mi propio laboratorio? Una no… ¡dos!, porque hace unos segundos la pelota original todavía estaba en el laboratorio. Pero no recordaba nada de aquello. Por más que busqué en el laboratorio, no encontré la pelota de tenis por ningún sitio.

La situación era del todo frustrante. Tenía una, en teoría, máquina del tiempo que permitía viajar al pasado, pero no había forma de comprobar si funcionaba o no. Cualquier objeto que introducía en su interior desaparecía de nuestro universo sin dejar rastro, pero no tenía idea de a dónde lo había mandado.

Una posible solución que se me ocurrió fue plantearme el problema desde la perspectiva de los múltiples universos. Pensándolo bien, ésta era la única manera en la que el universo podía protegerse a sí mismo de la aparición de paradojas temporales. Además era la interpretación más sencilla de los resultados del experimento.

Después de cada desplazamiento temporal, el universo se desdoblaba en dos a partir del punto de destino en el pasado. En una de las líneas temporales, el desplazamiento se había producido y en otra no. Tomando como ejemplo el caso de la pelota de tenis, yo había enviado ésta efectivamente hacia el pasado, pero el universo se había separado en aquel punto del pasado, un universo en el que había llegado una pelota de tenis desde el futuro, y un universo en el que todo seguía igual que antes. Yo por desgracia me encontraba en el segundo, el universo inalterado, y no había forma de enviar información de uno a otro.

La única manera de verificar su funcionamiento era utilizar la máquina para viajar yo mismo al pasado. Este arriesgado experimento requería, además de armarse de valor, la construcción de un prototipo mucho más grande. No era una tarea especialmente difícil. La nueva máquina sería esencialmente igual que la inicial, pero más grande.

El otro gran problema, éste sin solución aparente, era que una vez desplazado al pasado, no podría volver nunca a mi línea temporal original. Si bien viajaba dos días al pasado, siempre podría esperar esos dos días para encontrarme de nuevo en el tiempo presente, pero no sería este presente, sino el tiempo presente alternativo creado en el momento del desplazamiento. Realmente ambos presentes serían iguales, salvo por las modificaciones que hubiera hecho en el pasado, así que no habría mayor problema.

Pero había un detalle importante. En ese pasado habría otro yo. A partir de ese momento tendría que convivir con una copia exacta de mi mismo, con todas las consecuencias y dificultades que esto acarrea. Al menos por un periodo de tiempo, hasta que mi otro yo se introdujera en la máquina y se marchara al pasado.

Ya improvisaría algo. De momento estaba obsesionado con demostrar de cualquier forma el funcionamiento de la máquina, y no quería dedicar demasiado tiempo a estas cuestiones.