Jinetes de la luz

—Señor Bowman, ¿está seguro de que ha entendido correctamente todo el procedimiento? —preguntó el doctor Fowler.

—A la perfección, doctor. Después de todo, el proceso de teletransporte instantáneo no es nada nuevo. Hoy en día se considera prácticamente un proceso rutinario.

—El proceso no es difícil de entender —dijo el doctor—, lo que quiero estar seguro de que entiende son las implicaciones… como diría yo… éticas. No, «éticas» no es el término más adecuado. En realidad no sé muy bien como expresarlo, señor Bowman,…

—Ya sé a qué se refiere, doctor. Esas implicaciones «éticas» o filosóficas si me permite decirlo, han estado en boca de todo el mundo durante años. Multitud de grupos antiteletransporte han surgido a lo largo de los últimos tiempos, intentando advertir al público general sobre «ese hecho». Pero tarde o temprano todo el mundo estaba abrazando este nuevo medio de transporte, y ni una sola persona que lo hubiera probado ha vuelto a los métodos convencionales.

—En efecto señor Bowman. Pero la compañía de transportes me obliga a informarle de todas estas circunstancias. El proceso es sencillo de entender; mediante la máquina transcodificadora que vio antes durante su visita a las instalaciones, haremos una especie de resonancia magnética de todo su cuerpo. No se trata de una simple resonancia médica, sino que es un proceso de una resolución mucho más alta.

»Este escáner captará la posición exacta y el estado cuántico de cada uno de los átomos individuales que forman su cuerpo. No solo de los átomos, sino de las partículas subatómicas que los integran. Esta información se codificará digitalmente y se enviará en un rayo de luz hasta su destino, en su caso, la estación transcodificadora de Solis Lacus, en Marte. Allí se aplicará el proceso inverso y se regenerará su cuerpo en exactamente la misma configuración cuántica que tenía en origen.

»El problema es que para alcanzar tan alta resolución y poder captar todos los detalles de su cuerpo, hemos de usar una radiación de energía extremadamente alta. Esto causará la desintegración del sujeto de origen conforme avance el escáner. Pero no se preocupe, pues el proceso no toma más de unos microsegundos y usted no notará nada en absoluto.

—¿Pero el cuerpo que aparecerá en Marte seré yo mismo?

—A nivel cuántico será completamente indistinguible. Teniendo en cuenta las leyes de la Física conocidas actualmente, será exactamente usted.

—¿Y no recordaré nada del proceso de transporte?

—En absoluto, señor Bowman —dijo el doctor—. La configuración de su cuerpo que se envía a Marte es justamente la que existe antes de la desintegración. Bajo su punto de vista, Marte aparecerá alrededor suya de manera instantánea.

—Entonces no hay ningún problema, ¿no? Todos mis colegas que llevan años viajando como jinetes de la luz me han referido que el proceso es totalmente indoloro.

—Así es señor Bowman. Pero existe la posibilidad de que… usted realmente muera en el proceso.

—¿Qué quiere decir, doctor? No le entiendo, estaba convencido de que el proceso era 100% seguro.

—Verá señor Bowman. No me refiero a la fiabilidad del proceso. Hasta ahora no hemos tenido ni una sola incidencia en los procesos de transporte. Me refiero a lo que especulan todos los charlatanes anti-teletransporte. Realmente no sabemos a ciencia cierta si la persona que aparece en el punto de destino es usted o es una copia idéntica a usted.

—Pero, tenía entendido que en efecto se trata de la misma persona.

—En teoría si. El cuerpo es exactamente igual que el de origen hasta los niveles que la física nos permite discernir. Y el sujeto en origen es desintegrado durante el proceso. Si usted le pregunta al sujeto de destino, le asegurará que se trata de él, de la misma persona que viajó en un rayo de luz apenas unos segundos antes. Poseerá todas las vivencias y recuerdos, y a todos los efectos será él. Pero,… ¿cómo podemos asegurar que es la misma persona?

—¿Me está usted insinuando la existencia de un alma inmortal que no se teletransporta?

—Es más sencillo que eso, señor Bowman. Es perfectamente posible que se trate de una copia idéntica a usted, pero que en efecto sea otra persona.

—¿Como un hermano gemelo?

—Más que eso. Pues él estará completamente seguro de que es usted.

—Pero la copia de origen es destruida en el proceso de escaneo, con lo cual no debería haber problema, ¿no?

—A eso me refiero, señor Bowman, cuando le hablo de las implicaciones filosóficas del proceso. Hay quien piensa que realmente usted muere en el proceso, y lo que aparece al otro lado es un duplicado exacto.

Frank Bowman salió de las oficinas de LightRiders con cierta sensación de desasosiego. No podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con el doctor, paso obligatorio en el proceso de inscripción como jinete de la luz. Una vez finalizado este trámite y realizado el primer viaje, éste sería su medio de transporte en sus futuros desplazamientos. Se terminaron las incontables horas de espera en espaciopuertos, meses de tránsito para un simple viaje a las lunas de Júpiter, incluso los viajes intraplanetarios serían ahora un placer. Podría ir de Nueva York a Sidney en el tiempo que dura un parpadeo, y por un precio mucho más económico.

Con razón, el teletransporte era el medio más usado en la actualidad. Poco a poco los detractores iban cediendo a las delicias de esta nueva forma de viajar. Tras varias conversaciones con usuarios regulares de este método, era inevitable tarde o temprano replantearse su uso.

Llegó a su pequeño apartamento en la periferia de Washington prácticamente a la hora de la cena. Tomó dos o tres platos con sobras que quedaban en el frigorífico y dio cuenta de una rápida cena antes de irse a dormir. Después de todo, iba a pasar al menos tres meses destinado en la división marciana de su compañía, con lo que la casa estaba virtualmente vacía. Una maleta previamente empacada con las pocas pertenencias que se llevaría consigo le esperaba a un costado de la puerta.

La decisión estaba tomada. Le había costado mucho, pero esta vez había resuelto que haría su primer viaje telepórtico. Estaba cansado de pasar meses en naves incómodas, hastiado de las náuseas y efectos secundarios de la hibernación, cuando la longitud del vuelo lo requería. Además, la empresa premiaba con vacaciones extra a los operarios que decidían viajar mediante teletransporte, ya que el ahorro y aumento de productividad para ellos también era significativo.

Esa noche apenas pudo conciliar el sueño. Seguía teniendo cierta inquietud interior causada por la conversación con el doctor. ¿Sería cierto que el transportado al punto de destino no sería él, sino una copia idéntica? Sin embargo, ninguna de las conversaciones que había tenido con sus compañeros usuarios regulares del sistema le hacía inclinarse a considerar esta opción. Todo parecía seguro y fiable, y buena cuenta de ello era que este método no hacía más que popularizarse cada vez más. No había vuelta atrás. A partir de mañana sería un Jinete.

Finalmente se rindió al cansancio del intenso día y quedó sumido en un profundo sueño.

A las 9:30 a.m., tal como habían convenido el día anterior, Frank Bowman se presentó en las instalaciones de LightRiders para ultimar los trámites de su viaje. Sus compañeros en Solis Lacus le esperaban dentro de unas horas para la reunión de seguimiento semestral.

Las distancias interplanetarias hacían imposible el tener reuniones fluidas mediante holoconferencias, tal como solía hacerse de manera habitual en la Tierra. Debido a la velocidad finita de la luz, una simple conversación con la base lunar tenía un desfase de varios segundos entre los interlocutores, soportable para una conversación rápida, pero totalmente desquiciante durante una conversación larga. Ya no digamos una conversación con Marte, que según la época del año y la posición relativa de los planetas, ¡podía tener más de 20 minutos de desfase! Eso imposibilitaba cualquier tipo de conversación fluida, lo que requería constantes viajes interplanetarios para tratar asuntos importantes.

Bowman pasó a la antecámara donde debía desvestirse y enfundarse un ceñido mono de vuelo. Tanto su equipaje como él mismo serían desinfectados para evitar un posible transporte de gérmenes a Marte.

Una vez finalizados los preparativos, entró en la cámara de escáner, donde le esperaban unos operarios vestidos con lo que parecían trajes de cirujano.

—Bienvenido, señor Bowman —dijo uno de ellos—. Tengo entendido que es su primera vez, ¿no?

—Así es —manifestó sin demasiado entusiasmo—. La verdad es que llevo unos días un tanto nervioso por todas las implicaciones del proceso.

—No se preocupe señor Bowman, es algo completamente normal. Por favor, túmbese en la camilla del escáner. Antes de iniciar el proceso le inyectaremos un sedante muy suave que hará que se sienta mucho mejor.

Uno de los operarios se acercó con una jeringuilla hipodérmica, y tras hacerle un torniquete en el antebrazo, le inyectó una pequeña cantidad de líquido transparente. Tras unos segundos empezó a encontrarse mucho más tranquilo y relajado.

—¿Ve como ya está mucho mejor? —dijo el operario jefe—. En unos segundos procederemos al inicio del escáner. No se preocupe, no sentirá absolutamente nada. Aparecerá en la estación de destino como si nada hubiera pasado.

—Eso espero, doctor —dijo el señor Bowman.

—Confíe en mi. Todos los días pasan decenas de personas por aquí, y nunca hemos tenido una sola incidencia.

Los operarios se retiraron a la sala de control, y el señor Bowman cerró los ojos.

«Señor Bowman, en breve vamos a dar comienzo al proceso. Que tenga usted una buena estancia en Marte» —dijo una voz a través de un altavoz.

El escáner se puso en marcha con un rugido y Bowman sintió un tremendo dolor por todo su cuerpo. Sintió como se deshacía rápidamente, conforme los campos magnéticos recorrían los entresijos de su ser. Se sintió morir, y supo que su mayor pesadilla era cierta. No reaparecería en Marte. Simplemente moriría y una copia se haría cargo de su vida. Su consciencia se fue desvaneciendo rápidamente, pero aun le quedó tiempo para un último y aterrador pensamiento. Y de esta manera, Frank Bowman fue consciente durante unos microsegundos de un hecho mucho más aterrador. Se estaba condenando a morir una y otra vez, en cada uno de los procesos de teletransporte a los que se sometería en adelante, ahora que oficialmente era un Jinete. Su copia no recordaría nada de esto. Finalmente perdió la consciencia y desapareció.

Frank Bowman vio como a su alrededor aparecía una sala de teletransporte ligeramente diferente. Se incorporó en la camilla y notó extrañeza en sus movimientos. Parecía más liviano que hacía unos segundos. En ese momento recordó que ya se encontraba en Marte y que su peso corporal se había reducido a un tercio del peso terrestre. Comenzó a caminar hacia la puerta cuando ésta se abrió de repente y unos operarios accedieron al interior.

—Bienvenido señor Bowman —dijo uno de ellos—. ¿Ha tenido un viaje placentero?

—La verdad es que sí. Solo recuerdo que hace unos segundos estaba en la Tierra tumbado en una camilla similar a esta, y ahora de repente estoy aquí. Parece increíble, ¿verdad?

—Ya lo creo, señor Bowman. Es increíble pensar que aun hay personas que deciden pasar meses hacinadas en naves interplanetarias para hacer el mismo trayecto que usted ha hecho de manera instantánea.

—Yo era uno de ellos, doctor. He hecho esta ruta en al menos diez ocasiones. Pero afortunadamente eso ya terminó. A partir de ahora seré un fiel usuario de su sistema de teletransporte.

—Siempre nos es grato que nuestros clientes estén contentos con el servicio. Que tenga usted una buena estancia, señor Bowman. ¡Y esperamos verle de vuelta pronto!

Frank Bowman salió de la estación transcodificadora y se dirigió a las oficinas centrales de su compañía para asistir a la reunión que le había traído hasta Marte.

«Está listo señor Bowman» —preguntó uno de los operarios por el intercomunicador

—Cuando quiera, doctor.

Se disponía a regresar a la Tierra tras su corta estancia en Marte.

Nuevamente el gran electroimán del escáner se puso en marcha con gran estrépito y Bowman fue nuevamente (por primera vez) consciente de su inevitable muerte. Intentó moverse y escapar de la camilla de escáner, pero le fallaban las fuerzas. Se desvaneció una vez más (la primera vez para él) y supo que se estaba condenando a morir sin remedio una y otra vez.

Frank Bowman (copia) emergió en la estación de transcodificación de Washington. Salió de las instalaciones de LightRiders y se dirigió a su casa para descansar. Había sido una semana intensa y mañana debía estar en la oficina a primera hora. En un par de semanas tenía planeado un nuevo viaje al cinturón de asteroides para supervisar las obras de ampliación de la estación de repostaje.