Capítulo VI

VI

La coronela, Sofya Petrovna Farpuhina, se asemeja a una urraca sólo en lo moral. En lo físico parece mas bien un gorrión. Es una pequeña dama cincuentona, de ojillos penetrantes, pecosa y con manchas amarillas por toda la cara. Sobre su exiguo y enjuto corpezuelo, sostenido por unas patitas de gorrión fuertes y flacas, lleva un vestido de seda oscuro que susurra de continuo porque la coronela no puede estarse quieta más de dos segundos. Es una cotilla siniestra y vengativa. Está pagada hasta la chifladura de ser esposa de un coronel. Ríñe a menudo a su marido, coronel retirado, y le araña la cara. Por añadidura, se bebe cuatro vasos de vodka por la mañana y otros tantos por la tarde, y odia hasta la locura a Anna Nikolaevna Antippva, que la ha echado de su casa la semana pasada, y a Natalya Dmitrievna Paskudina, que ha colaborado en esa empresa.

—Me detengo sólo un minuto, mon ange —gorjea—. No sé por qué me he sentado. He venido a decirle que aquí están pasando cosas muy raras. ¡Toda la ciudad se ha vuelto loca, ni más ni menos, con ese príncipe! Nuestras viejas raposas, vouz comprenez, le acaparan, le persiguen, le traen y le llevan en palmito, beben champaña…, parece mentira, parece mentira. ¿Pero por qué le ha dejado usted apartarse de su lado? ¿Sabe usted que ahora está en casa de Natalya Dmitrievna?

—¿En casa de Natalya Dmitrievna? —Exclama Marya Aleksandrovna saltando de su asiento—. ¡Pero si! ¡Iba sólo a ver al gobernador y luego, quizá, a casa de Anna Nikolaevna, aunque nada más que un ratito!

—¡Pues sí, nada más que un ratito! ¡Vaya usted a cogerle ahora! No encontró al gobernador en casa, luego fue a ver a Anna Nikolaevna, le dio palabra de comer con ella, y Natalya Dmitrievna, que ahora no sale de allí, se lo llevó a almorzar a su propia casa. ¡Ahí tiene usted al príncipe!

—¿Y qué de… Mozglyakov? Porque él prometió…

—¡Vaya con su Mozglyakov! Piensa usted bien de él, ¿eh? También se fue con ellos. Ya verá usted cómo le hacen jugar a las cartas y perderá otra vez como perdió el año pasado! ¡Y al príncipe también le harán jugar! ¡Lo dejarán en cueros! ¿Y las cosas que cuenta esa Natalya? Dice a voz en cuello que quiere usted atraerse al príncipe, bueno… con el propósito consabido, vouz comprenez. Ella misma se lo explica. Claro que él no entiende palabra, sigue en su asiento como un gato mojado y a cada momento dice: «Pues sí, pues sí». Y ella misma, ella misma le pone delante a su Sonka —figúrese, quince años y todavía viste de corto, así, sólo hasta la rodilla, y ya puede usted imaginarse… Mandaron a buscar a esa huerfanita Maskha, que también está de corto, sólo que por encima de la rodilla —la miré con los impertinentes—. Les colocaron en la cabeza unas caperuzas rojas con plumas…, no sé qué significa eso, e hicieron bailar la kazachka a las dos urraquitas acompañadas por el piano. Bueno, ya conoce usted el punto débil de este príncipe. Nada, que se derritió: «¡Formas —decía—, formas!». Las miraba con sus impertinentes y ellas, las dos urracas, ¡a ver cuál se destacaba más! Estaban subidas de color, echaban las piernas por alto, y se armó tal jarana que hasta la servidumbre quedó avergonzada, no le digo más. ¡Y a eso llaman baile! Yo también bailé con un chal en la fiesta de despedida del excelente pensionado de madame Jarnis ¡y cause muy buena impresión! ¡Me aplaudieron unos senadores! ¡Allí se educaban hijas de príncipes y condes! Pero esto de aquí no es mas que un cancán. ¡Me puse colorada de vergüenza, colorada, colorada! En fin, que no pude aguantarlo más y me fui.

—¿Pero… ha estado usted también en casa de Natalya Dmitrievna? Pero si usted…

—Bueno, sí, me insultó la semana pasada. Se lo digo a todo el mundo sin rodeos. Mais, ma chére, yo quería ver a ese príncipe aunque sólo fuera por un resquicio de la puerta. También fui. Si no, ¿dónde hubiera podido verlo? ¿Cree usted que hubiera ido a esa casa si no hubiera sido por ese miserable principejo? Figúrese que sirvieron chocolate a todo el mundo menos a mí, y ni siquiera me dirigieron la palabra durante todo ese tiempo. Ella lo hizo de propósito… ¡Barril de mujer, ya me las pagará! Pero adiós, mon ange, voy con prisa, con mucha prisa… Necesito encontrar a Akulina Panfilovna y contárselo todo… Ahora despídase usted del príncipe, porque en esta casa ya no le verá usted. Ya sabe usted que no tiene memoria; con que Anna Nikolaevna de seguro que se lo lleva consigo. Todas temen que usted… ¿comprende?, por Zina.

¡Quelle horreur!

—Igual que se lo cuento. Toda la ciudad habla de ello. Anna Nikolaevna quiere retenerle a toda costa para comer, y después para siempre. Lo hace por la inquina que le tiene a usted, mon ange. La he visto en el patio, por una rendija. ¡Qué bullicio que hay allí! Estaban preparando la comida, rechinaban los cuchillos…, han mandado por champaña… Dése usted prisa, mucha prisa, y cójale en el camino cuando vaya a casa de ella. Porque, al fin y al cabo, la de usted fue la primera invitación a comer que aceptó. Es el invitado de usted, no de ella. ¡Vamos, que estaría bueno que se riera de usted esa vieja zancarrona, esa intriganta, esa daifa! ¡Si no vale una suela de mi zapato por muy fiscala que sea! ¡Yo soy coronela! Yo me eduqué en el excelente pensionado de madame Jarnis… ¡qué se creerá ella! Mais adieu, mon ange. He venido en mi propio trineo, que si no, me iba con usted en el suyo.

La gaceta ambulante desaparece. Marya Aleksandrovna tiembla de agitación, pero el consejo de la coronela resulta sobremanera claro y práctico. No hay tiempo que perder. Aún queda, sin embargo, el obstáculo más importante. Marya Aleksandrovna corre al cuarto de Zina.

Zina va y viene por él, pálida y angustiada, con los brazos cruzados y la cabeza gacha. Tiene lágrimas en los ojos, pero en la mirada que lanza a su madre hay resolución. Se enjuga las lágrimas precipitadamente y una sonrisa irónica aparece en sus labios.

—¡Mamá —dice anticipando a Marya Aleksandrovna—, hace un momento ha gastado usted en balde conmigo mucha retórica, demasiada retórica! Pero no me ha deslumbrado usted. No soy una niña. Persuadirme de que cumplo la misión de una hermana de la caridad, no teniendo para ello la menor vocación, justificar la bajeza que se hace sólo por egoísmo fingiendo que tiene un noble propósito, todo eso es de una trapacería tal que no puede engañarme. ¡Óigame bien: no ha podido engañarme y quiero que lo sepa usted bien!

—¡Pero, mon age…! —Exclama intimidada Marya Aleksandrovna.

—¡Céllese, mamá! Tenga paciencia para escucharme hasta el fin. A pesar de tener plena conciencia de que esto no es más que una trapacería, a pesar de mi pleno convencimiento de que esta conducta es enteramente innoble, acepto por completo su propuesta, ¿oye?, por completo, y le anuncio que estoy dispuesta a casarme con el príncipe, dispuesta incluso a ayudar con todas mis fuerzas a inducirle a que se case conmigo. ¿Por qué hago esto? No tiene usted por qué saberlo. Baste el hecho de que estoy decidida. Estoy decidida a todo: le pondré las botas, seré su criada, bailaré para tenerle contento, para resarcirle de mi vileza, haré uso de cuanto haya a mano para que no se arrepienta de haberse casado conmigo. Pero a cambio de mi decisión exijo que me diga usted claramente cómo piensa arreglar el asunto. Puesto que ha empezado usted a hablar de ello con tanta insistencia, la conozco demasiado bien para saber que no lo hubiera hecho usted sin tener ya en la cabeza un plan determinado. Sea franca al menos una vez en su vida. La franqueza es condición indispensable. No puedo decidirme sin saber exactamente cómo piensa usted hacer todo eso.

A Marya Aleksandrovna la deja tan perpleja la in esperada conclusión de Zina que queda muda e inmóvil de asombro ante ella, mirándola con los ojos muy abiertos. Estaba dispuesta a luchar con el obstinado romanticismo de su hija, cuya severa probidad le ha causado miedo siempre, y ahora oye de pronto que Zina está plenamente de acuerdo con ella y dispuesta a todo, e pesar de sus convicciones. El proyecto, pues, tiene ahora un firmísimo asiento. Sus ojos brillan de gozo.

—¡Zinochka! —Exclama en un rapto de entusiasmo¡Zinochka! ¡Eres carne y sangre mía!

No puede decir mas y corre a abrazar a su hija.

—¡Ay, Dios mío! No le pido sus caricias, mamá —responde Zina con impaciente repugnancia—. ¡No necesito sus entusiasmos! Exijo contestación a mi pregunta y nada más.

—¡Pero, Zina, yo te quiero! Yo te adoro y tú me rechazas… Ya sabes que mis afanes son por tu felicidad…

Le brillan los ojos de lágrimas sinceras. Marya Aleksandrovna quiere a Zina de veras, a su manera, y en esta ocasión la tienen muy conmovida la agitación y el éxito. Zina, a pesar de cierta iluminación en su modo actual de ver las cosas, comprende que su madre la quiere y… se siente agobiada por ese cariño. Mejor sería que su madre la odiara…

—Bueno, mamá, no se enfade. ¡Estoy tan agitada! —Dice para tranquilizarla.

—Si no me enfado, si no me enfado, angelito mío —gorjea Marya Aleksandrovna animándose al instante—. Ya sé que estás agitada. Bueno, hija mía, pides franqueza… Pues bien, seré franca, completamente franca, te lo aseguro. ¡Si al menos me creyeras! En primer lugar, Zina, te diré que aún no tengo un plan enteramente elaborado, o sea, en todos sus detalles, ni, por supuesto, podría tenerlo. Tú, con tu cabecita inteligente, comprenderás por qué. Preveo incluso algunas dificultades… Hace un momento esa urraca me ha trastornado con sus chismes… (¡Ay, Dios mío, habrá que darse prisa!). Ves que soy enteramente franca. ¡Pero te juro que lograré mi propósito! —Añade con entusiasmo—. Mi confianza no tiene nada de poesía, como tú decías hace una rato, ángel mío; está basada en los hechos; está basada en la chochez innegable del príncipe… y éste es un cañonazo en el que se puede bordar lo que se quiera. Lo importante es que nadie se entrometa. ¡Si se creerán esas imbéciles que pueden ganarme en gramática parda! —Exclama, dando un puñetazo en la mesa y echando chispas por los ojos—. Esto corre de mi cuenta. Y lo más necesario es empezar cuanto antes para poder terminar lo más importante hoy mismo, si es posible.

—Bien, mamá. Ahora escuche una… franqueza más. ¿Sabe por qué me intereso tanto por su plan y no tengo confianza en él? Pues porque no tengo confianza en mí misma. Ya he dicho que estoy resuelta a cometer esa bajeza; pero si los detalles del plan de usted resultan demasiado repugnantes, demasiado sucios, le advierto que no lo toleraré y que lo abandonaré todo. Sé que esto es otra bajeza: decidirse a hacer algo vil y no querer meterse en el fango en que flota la vileza; pero no hay más remedio: así tiene que ser.

—Pero, Zinochka, mon ange, ¿dónde está esa vileza tan particular? —Objeta Marya Aleksandrovna con timidez—. Aquí hay sólo un casamiento ventajoso y eso es cosa de todos los días. Basta con mirar el asunto desde ese punto de vista para que resulte por completo honorable…

—¡Por amor de Dios, mamá, no me venga con sofismas! ¡Ya ve que estoy de acuerdo con todo, con todo! ¿Qué más quiere? Por favor, no se asuste de que llame las cosas por su nombre. Quizá sea mi único consuelo ahora.

En sus labios se dibuja una sonrisa amarga.

—Bueno, bueno, angelito mío, podemos no estar de acuerdo y, sin embargo, respetarnos mutuamente. Deja a mí cargo toda esa lata sí te preocupan los detalles y temes que sean sucios. Te juro que no te salpicará una mota de fango. ¿Es que quiero yo que te comprometas ante todos? Confía en mí y todo saldrá a pedir de boca, y sobre todo con el mayor decoro. No habrá escándalo alguno, y si hubiera algún escandalillo de poca monta, bueno ¿y qué?… para entonces ya estaremos lejos de aquí. Porque aquí no vamos a quedamos. Que griten a voz en cuello, ¿qué más da? Lo que tendrán es envidia. ¡Como si valiera la pena preocuparse de ellos! Sin embargo, Zinochka, me asombra —no te enfades conmigo— que con todo tu orgullo les tengas miedo.

—¡No les tengo ningún miedo, mamá! ¡Usted simplemente no me comprende! —Responde Zina irritada.

—¡Bueno, bueno, querida, no te enfades! Sólo quería decir que ellos hacen algo sucio todos los días del año, y tú, que lo haces una sola vez en tu vida… ¡pero qué tonta soy! ¿Qué hay de sucio aquí? Nada, por supuesto. ¡Al contrarío, es algo perfectamente honroso! Quiero probártelo de manera concluyente, Zínochka. En primer lugar, repito que todo depende del punto de vista…

—¡Basta ya de pruebas, mamá! —Grita Zina impaciente, golpeando el suelo con el pie.

—¡Bueno, hija, no digo más! Me he equivocado otra vez…

Hay un corto silencio. Marya Aleksandrovna espera que Zina diga algo y la mira con inquietud, como una perrita culpable mira a su ama.

—Francamente no comprendo cómo se las va a arreglar usted— prosigue Zina con repugnancia—. Estoy convencida de que el resultado será la vergüenza. Desprecio el qué dirán, pero esto será una deshonra.

—Sí eso es todo lo que te inquieta, ángel mío, por favor no te preocupes. ¡Te lo ruego, te lo suplico! Pongámonos de acuerdo y no te preocupes por mí. ¡Si tú supieras de cuántos lodazales he salido con los pies limpios! ¡Los asuntos que he tenido que resolver! Bueno, ahora, con tu permiso, ¡manos a la obra! En todo caso, lo que urge más que nada es quedarse a solas con el príncipe lo antes posible. ¡Es lo primerísimo de todo! Todo lo demás depende de eso. Pero ya preveo el resto. La gente se va a sublevar, pero… ¡qué importa! Yo misma le siento la mano. Quien todavía me asusta es Mozglyakov…

—¡Mozglyakov! —Dice Zina con desprecio.

—Pues sí, Mozglyakov. ¡No temas, Zinochka! Te juro que le voy a trastear de manera que acabe por ayudarnos. ¡Tú no me conoces todavía, Zinochka! ¡Tú no sabes todavía lo batallona que soy cuando hace falta! ¡Ay, Zinochka, hija! Tan pronto como oí hablar del príncipe hace poco, me empezó a bullir una idea en la cabeza. Fue como una iluminación repentina. ¿Y quién había de pensar que vendría a nuestra casa? Mil años que viviéramos no volvería a presentarse otra ocasión como ésta. ¡Zinochka! ¡Angelito! No hay deshonra en que te cases con un viejo tullido, pero sí en que te cases con alguien a quien no puedes aguantar y de quien tendrás que ser mujer verdadera. ¡Porque del príncipe no lo serás! ¡Esto no es un matrimonio! No es más que un contrato doméstico. Pero en ello hay ventaja para ese tonto, porque a ese tonto se le da una felicidad inapreciable. ¡Qué hermosa estás hoy, Zinochka! ¡Requetehermosa, y no sólo hermosa! Si fuera hombre, hasta yo misma ganaría para ti medio imperio si tú lo quisieras. ¡Todos esos son asnos! ¿Cómo no besar esta manecita? —Y Marya Aleksandrovna besa ardorosamente la mano de su hija—. ¡Pero si esto es mi cuerpo, mi carne, mi sangre! ¡Aunque sea a la fuerza hay que casar a ese tonto! ¡Y cómo vamos a vivir Zinochka! ¡Porque tú no te separarás de mí! ¡No arrojarás de tu lado a tu madre cuando consigas la felicidad! A pesar de que reñimos, angelito mío, nunca has tenido una amiga como yo; a pesar de…

—¡Mamá! Si ya se ha decidido, quizá sea hora… de hacer algo. ¡Aquí no hace más que perder el tiempo! —Dice Zina con impaciencia.

—¡Ya es hora, Zinochka, ya es hora! ¡Cómo le doy a la lengua! —Dice Marya Aleksandrovna reportándose—. Estarán tratando de atraerse por completo al príncipe. En seguida tomo el trineo y me voy. Llego, llamo a Mozglyakov y, nada… ¡que me llevo al príncipe a la fuerza si es preciso! ¡Adiós, Zina, adiós, paloma! ¡No te aflijas, no tengas dudas, no te pongas triste; sobre todo no te pongas triste! ¡Todo saldrá bien, muy decorosamente! Lo importante es mirarlo desde un punto…, bueno, ¡adiós, adiós!

Marya Aleksandrovna hace la señal de la cruz sobre la cabeza de Zina, sale corriendo de la habitación, da un par de vueltas ante el espejo durante un minuto, y en dos más vuela por las calles de Mordasov en su trineo, que está listo todos los días a esta hora por si quiere salir. Marya Aleksandrovna vive en grand.

—No, no vais a ganarme por la mano —piensa en el trineo—. Ahora que Zina está conforme, queda resuelta la mitad del asunto. ¿Que puede fallar algo ahora? ¡Qué tontería! ¡Ay, qué Zina ésta! Ha consentido por fin, lo cual quiere decir que en esa cabecita también se hacen cálculos. ¡Qué perspectiva tan tentadora le he dibujado! Le he tocado una cuerda sensible. ¡Hay que ver lo guapa que está hoy! Con su belleza podría yo revolver media Europa a mi gusto. Bueno, esperemos a ver… Shakespeare desaparecerá cuando ella llegue a ser princesa y a conocer otras cosas, porque ¿qué conoce ahora? ¡Mordasov y ese maestro! ¡Hum…! ¡Qué princesa será! Lo que me gusta de ella es ese orgullo, esa audacia. ¡Es tan altanera! Cuando mira es como si mirara una reina. Pero ¿por qué no comprendía las ventajas? Bueno, por fin las comprendió… y comprenderá el resto… ¡De todos modos estaré junto a ella! ¡Al fin se puso de acuerdo conmigo en todos los particulares! ¡Y no puede prescindir de mí! ¡Yo también seré princesa y me conocerán en Petersburgo! ¡Adiós, poblacho! ¡Morirá el príncipe, morirá ese mozuelo y entonces la casaré con un príncipe reinante! Sólo temo una cosa: ¿no le he hecho demasiadas confidencias? ¿No he sido demasiado franca? ¿Demasiado efusiva? Me asusta, ¡ay cómo me asusta!

Y Marya Aleksandrovna se sume en sus reflexiones. Ni que decir tiene que son complicadas; pero, como dice el refrán, el deseo hace más que la obligación.

Cuando se quedó sola, Zina se estuvo paseando largo rato por la habitación, con las manos cruzadas y absorta en sus pensamientos. Éstos eran de muy diversa índole. A menudo, y casi inconscientemente, repetía: «¡Ya es hora, ya es hora, hace mucho que ya es hora!». ¿Qué significaba esta exclamación suelta? Más de una vez brillaron lágrimas en sus largas y sedosas pestañas, pero no pensaba en retenerlas ni en secarlas. Su madre no tenía por qué preocuparse ni intentar adivinar los pensamientos de su hija. Zina estaba enteramente decidida y preparada para afrontar todas las consecuencias…

—¡Espera y verás! —Pensaba Nastasya Petrovna saliendo sin hacer ruido del cuarto trastero cuando se fue la coronela—. ¡Y yo que iba a ponerme un lazo color de rosa para ese principejo! ¡Tonta que soy, creer que se casaría conmigo! ¡Pues adiós al lacito! ¡Ah, Marya Aleksandrovna! ¿Con que soy una guarra, una mendiga a quien se puede sobornar con doscientos rublos? ¡Hubiera debido dejarte, figurona, que tú misma salieras del lío! ¡Sí, tomé ese dinero, y a mucha honra! Lo tomé para gastos relacionados con el asunto… Quizá hubiera tenido que sobornarme yo a mi misma. ¿A ti qué te importa que rompiera el cerrojo con mis propias manos? ¡Para ti trabajaba, señora de las manos blancas! A ti te basta con bordar la tela. ¡Espera, que ya te daré yo tela! ¡Ya os haré ver a vosotras dos la clase de guarra que soy! ¡Ya veréis quién es Nastasya Petrovna y toda su humildad!