EL TALENTO (1876)

Al reflexionar sobre el talento, Dostoievski intenta encontrar la respuesta a un difícil y eterno interrogante: ¿el talento domina al hombre o el hombre domina al talento?

¿Qué es el talento? El talento es, ante todo, una cosa muy útil. El literato de talento es capaz de expresarse bien allí donde otro se expresaría mal. Dices que, en primer término, hace falta una dirección, y después el talento. Conforme; yo no me proponía referirme al arte, sino tan sólo a algunas propiedades del talento, generalmente hablando. Las propiedades del talento, generalmente hablando, son muy diversas y, a veces, sencillamente insoportables. En primer lugar, «talento obliga…», ¿a qué, por ejemplo? Pues, a veces, a las cosas más feas. Aquí surge una cuestión insoluble: ¿es el talento el que domina al hombre o el hombre quien domina su talento? A mí, según las observaciones que he podido hacer sobre los talentos, vivos o muertos, se me antoja muy difícil que el hombre pueda dominar su talento, siendo este el que, por el contrario, gobierna a su poseedor y, por así decirlo, le tira de la manga (sí, así como suena), arrastrándolo a gran distancia del verdadero camino. En no sé qué pasaje de Gogol, un embustero se pone a contar no sé qué, y quizá dijera verdad; pero intercalaba tales pormenores en el relato, que no era posible que lo fuera. Cito esto únicamente a modo de símil, aunque hay talentos especialmente fraudulentos. El novelista Thackeray, describiendo un hombre de mundo, embustero y chistoso, de la buena sociedad y que se trataba con lores, dice que al salir de una reunión gustaba dejar detrás de sí un reguero de risas; es decir que se reservaba la gracia mejor para el final, con objeto de suscitar la risa. Esa misma preocupación puede acabar por hacerle perder toda seriedad a un hombre. Sin contar con que cuando la tal agudeza no sucede espontáneamente, es preciso idearla.

Me dirán que con tales exigencias se hace imposible la vida. Y es verdad. Pero convendrán conmigo también en que raro es el talento que no presenta ese achaque, casi innoble, que siempre influye en el hombre más despejado.

A mis críticos

No persigo honores ni los acepto, y no es en verdad mi intención

treparme a las estrellas para orientarme.

(de "Pensamientos anotados")