19
—¿No estuvo aquí hace poco? —preguntó la enfermera, tratando de ubicar mi cara.
—Sí, hace un par de semanas, por una amiga de mi hija que se cayó del autobús.
La enfermera no se echó a reír. Ignoro por qué yo sí. No le veía la gracia por ningún lado, pero estaba algo histérica y reír indebidamente era preferible a gritar. Quería ver a Claire. Karen había tardado tres horas en dar conmigo. Caray, Karen telefoneándome para decirme que mi hija se había torcido un dedo en una pelea con Elliott Jackson e Isabelle, ¡la hija de Andrea! Me aseguraré de que Tara Brownlow sea despedida por llamar a Karen.
La enfermera asintió con la cabeza al recordar el incidente con Isabelle.
—En fin, por lo menos ha llegado —dijo mientras me conducía hasta el cubículo de Claire.
¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso era una crítica sutil a mi conducta como madre? ¿Una indirecta por haber llegado después de la auténtica madre? Quizá esté una pizca susceptible, pero ¿quién podía reprochármelo? El simple hecho de hallarme de nuevo en este hospital me recuerda que no soy la madre verdadera de nadie, ni de Isabelle ni, en este caso, de Claire. Cada día lo tengo más claro.
Lo llevaba bien. Estaba haciendo frente a la situación. Pero este incidente era el colmo. Y nada de esto habría ocurrido de no haber sido por mi móvil.
Había estado en casa de mamá, viéndola preparar la cuarta tetera. Yo tenía la vejiga a punto de reventar y aún no le había contado la noticia. Pero había otras noticias igualmente importantes.
Anoche, mientras me hallaba en la cama hirviendo de rabia tras descubrir que Rob iba a llegar aún más tarde por alguna estúpida razón, traté de desenredar la maraña de ideas que invadía mi mente impidiéndome conciliar el sueño restaurador que tanto ansiaba.
Pensaba, sobre todo, en Rob y Karen juntos. Que hubiese ocurrido una vez o una docena era lo de menos. Lo importante era que había ocurrido. Y yo seguía viva. Peor aún, no estaba abatida por el dolor, que es como habría estado si hubiese sucedido la semana en que Karen regresó.
Eso significaba una de estas tres cosas. Primera posibilidad: que ya no quiero a Rob. Segunda posibilidad, absurda pero peligrosamente probable: que estoy enamorada de Simon. Tercera posibilidad: que la sobrecarga sensorial me había incapacitado para tener reacciones humanas normales. Quizá tenga uno de esos síndromes en que no puedes evitar hablar sin ton ni son en los momentos menos apropiados. Básicamente, me he vuelto loca de remate.
Pensé en las dos primeras posibilidades, pues, aun estando loca, todavía tenía que resolver mis problemas. Si me había desenamorado de Rob, eso explicaría por qué no me molestaba en exceso su infidelidad. Pero si me había enamorado de Simon, la cosa se complicaba. Porque yo podía todavía querer a Rob pero, sencillamente, no sentirme con derecho a tener celos porque yo también le había sido infiel (pues todos sabemos que fueron únicamente las mallas las que impidieron que consumara la infidelidad física).
No saqué nada en claro, pero caí rendida por el simple esfuerzo de intentarlo. Y no levantes las cejas y digas que no importa. Sí importa. Rob me está presionando para que tome una decisión.
El día siguiente a su regreso estuvo plagado de tensiones. Las chicas llegaban tarde al colegio y yo tuve que obligarlas a desayunar y prácticamente vestirlas mientras ellas no querían hacer otra cosa que abrazar a su padre. Rob y yo habíamos acordado no mencionar el Santuario de Lobos hasta la noche, cuando pudiéramos hablar con tranquilidad, pero las cosas no salieron como teníamos planeado. Hoy día era la norma.
Las chicas querían saber qué había estado haciendo su padre durante los últimos cuatro días en Estados Unidos. Rob las ahuyentó cariñosamente de su regazo e hizo gestos para que se calmaran. Claire no se dejó engatusar.
—No pienso ir al colegio hasta que nos lo cuentes todo. ¿A qué viene tanto secreto?
Ali la secundó.
—¿Es un secreto que tiene que ver con nosotras, papá? ¿Son unas vacaciones?
Hasta Jude dejó a un lado su indiferencia.
—¡Venga, papá, dínoslo!
Phoebe se limitaba a sonreír. Había sido la primera en levantarse y había compartido cinco preciosos minutos a solas con su padre antes de que las demás bajaran.
Miré a Rob y me encogí de hombros. Decídelo tú, le estaba comunicando en silencio. Le observé estudiar la situación.
—Vale, si tanto insistís. Bien, el caso es que hay una buena noticia y una mala noticia. ¿Cuál queréis primero?
—¡La buena, la buena! —gritaron todas al unísono.
Rob alzó una mano para acallarlas.
—Lo siento, pero os daré primero la mala. —Las chicas gruñeron. A Rob le brillaban los ojos pero adoptó una expresión severa—. La mala noticia es que este año no iremos a Norfolk de vacaciones.
No hubo reacciones, salvo una pequeña semilla de entusiasmo que fue creciendo entre las chicas mientras se preguntaban si eso quería decir que… no, no podía ser. ¿O sí?
—¿Queréis oír la buena noticia? —preguntó Rob, prolongando despiadadamente la tensión.
—¡Sí! —gritaron.
Ahora yo también sonreía, pese a la angustia que sentía por dentro. Rob respiró hondo.
—La buena noticia es que la razón por la que no iremos a Norfolk es porque iremos a…
Se hizo un silencio sepulcral. Cuatro caras radiantes miraban a Rob conteniendo el aliento, a punto de desmayarse de la emoción.
—¡… Disneyworld!
La palabra fue recibida con aullidos de alegría y los perros corrieron asustados hasta el estudio para esconderse. Las chicas se abalanzaron sobre Rob y luego sobre mí. Hasta Phoebe se contagió. Nunca las había visto tan felices. En realidad, a todos. Estábamos juntos, éramos una familia que reía unida, con unas vacaciones de ensueño por delante y los tiempos difíciles atrás. Estábamos juntos, ilesos. Así lo parecía y así debía seguir siendo. Sólo un monstruo haría algo que pudiera dañar este retrato familiar. Y yo no era ningún monstruo.
Rob levantó de nuevo la mano.
—Debo deciros otra cosa, y no es la mejor de las noticias. —Las chicas no mostraron demasiada preocupación. Su madre y su padre estaban juntos y se iban a Disneyworld. Nada podía estropear eso—. Os estaréis preguntando cómo es posible que podamos pagarlo.
Miradas vacías. Naturalmente que no se lo estaban preguntando, Rob. Los niños no se preguntan esas cosas. Cuando les ofrecen la realización de un sueño, la agarran sin hacer preguntas. Sólo se preguntan sobre las cosas que no tienen, no sobre las que tienen.
—Como ya sabéis, vuestra brillante madre está trabajando en un proyecto para Internet con uno de sus estudiantes. El dinero que gane con eso será lo que nos permitirá ir a América.
Las chicas me sonrieron educadamente para agradecer mi pequeña contribución. Lo acepté con una leve inclinación de cabeza.
—¿Ya está? ¿Podemos irnos? —preguntó Ali.
—Queremos ir al cole y contárselo a todo el mundo —dijo Jude.
—Todavía no he terminado —prosiguió Rob—. En un principio no iba a quedar dinero para el viaje porque vuestra madre tenía previsto gastarlo en otra cosa. —Vaciló mientras buscaba el valor para proseguir—. Mamá me habló de la sorpresa que estabais organizando para mí. —Gracias, Rob. Ahora todas me odian. Parecían decepcionadas más que enfadadas, lo cual era aún peor—. No os enfadéis con ella. Se vio obligada a decírmelo. Antes de marcharme no tenía ni idea de que estuvierais organizando ese viaje para mí, y vuestra otra madre tampoco, de modo que, aprovechando que estábamos en Estados Unidos, Karen pensó que sería un buen regalo de cumpleaños enviarme unos días al Santuario de Lobos.
La casa se convirtió de nuevo en Gormenghast. Florida quedó olvidada. Rob había calculado mal. Se apresuró a rescatar la situación. Las chicas ya tenían los ojos húmedos.
—Hablaremos de todo ello esta noche. He pensado que podríamos ir a Pizza Express ya que ayer me perdí la fiesta de bienvenida. —Estupendo, Rob, recuérdales eso también—. Lamento muchísimo haber estropeado vuestra sorpresa. Vuestra otra madre está destrozada. Jamás lo habría hecho de haberlo sabido. —¿Detecto cierto tono acusatorio dirigido a mí?—. Cuando comprendí la decepción que ibais a llevaros, ya no pude disfrutar del santuario. Lo siento muchísimo y quiero hacer todo lo que pueda para compensaros, de modo que utilizaremos el dinero que ibais a gastaros en mí en todos nosotros, ¿de acuerdo?
Phoebe, mi dulce Phoebe, rompió el silencio.
—No te preocupes, papá, no es culpa tuya. Debimos contárselo a nuestra otra madre. De haberlo hecho, esto no habría ocurrido.
Jude también se ablandó.
—Y será genial ir a Florida, ¿no os parece?
—¿Sirven comida para vegetarianos en los aviones? —preguntó Ali.
Rob miraba a Claire con preocupación.
—¿Te parece bien, Claire?
Claire levantó lentamente la cabeza y mostró una cara inundada de lágrimas. Rob se acercó para consolarla, pero ella lo apartó.
—Lo del Santuario de Lobos fue idea mía, de nadie más, porque sabía que te encantaría. ¡Iba a ser el regalo más especial de tu vida!
Rob estaba cada vez más acongojado. Nunca había hecho llorar a sus hijas.
—Pero Claire, sigue siendo el regalo más especial de mi vida porque se te ocurrió y por todo el esfuerzo que pusiste en organizarlo. Nunca lo olvidaré.
—Ella tiene la culpa —murmuró Claire. Todos sabíamos a quién se refería—. Si no hubieras ido a América con ella, nada de esto habría ocurrido.
Rob no sabía qué hacer o qué decir para consolarla. Me miró con aire desvalido. Gracias. Puse un brazo alrededor de los hombros de Claire.
—Cariño, sé cómo te sientes, pero no es culpa de Karen.
Claire me rechazó bruscamente.
—¡Sí lo es! Si no hubiese vuelto, todo seguiría como antes. Seríamos felices. Papá no se habría ido a América con ella y estropeado mi sorpresa y mamá no habría empezado a ponerse maquillaje y a comer fuera cada día y a no estar nunca en casa.
Como nadie abrió la boca, todos oímos claramente el anuncio de la hora en la radio y nos dimos cuenta de que las niñas llegaban tarde al colegio. Yo había negociado con el señor Walters la terminación de las expulsiones de Claire y Jude. El director se había convertido en mi gran colega desde que saqué a Phillippa de su despacho antes de que causara grandes daños.
Claire lamentaba sus palabras y se marchó sin despedirse. Las demás la siguieron después de plantar un beso rápido en mi mejilla y la de Rob. Y entonces nos quedamos solos.
Rob estaba sentado a la mesa untando mantequilla meticulosa, puntillosamente, en una tostada helada. Era el antídoto contra el estrés previo a la supervisión de los armarios. Aguardé la pregunta. Por fin llegó.
—¿A qué se refería Claire? —preguntó.
Habiendo iniciado un intercambio similar con Karen el día antes, apreciaba el valor de ahorrarse los «nada» o los «venga, ya, no soy ninguna estúpida».
—Hablaba de mis almuerzos con Simon.
—¿Simon? —Rob siguió untando mantequilla sin alterar el ritmo.
—Simon Flynn, el estudiante con quien estoy haciendo el proyecto de Internet. Ya te he hablado de él.
—No, no lo has hecho. Nunca antes habías mencionado su nombre.
Me impacienté.
—No digas tonterías. —Se había convertido en mi lema. Es sorprendentemente versátil y puede defenderte de una gama ilimitada de acusaciones—. Claro que te he hablado de él. Lo que pasa es que nunca me escuchas.
Rob me miró imperturbable.
—Siempre te escucho. Lo sé todo sobre tu trabajo y estoy muy orgulloso de lo que estás haciendo. Pero estoy seguro de que nunca mencionaste a un Simon Flynn. Y desde luego no almorzabas con él cada día antes de que me fuera. ¿O sí?
—No digas tonterías. —¿Entiendes a qué me refiero?
—Deja de decir eso.
El problema con esta clase de lemas es que tienes que dejar de utilizarlo cuando empieza a irritar a tu interlocutor. Con todo, fue eficaz mientras duró y hay mucha otra gente con quien puedo emplearlo.
Tuve que recurrir a una defensa más conservadora: la explicación detallada.
—Si tanto te interesa, empecé a quedar con él la semana pasada porque necesitaba a alguien con quien hablar.
Podría haber dicho simplemente que Simon y yo teníamos que repasar juntos mi trabajo y Rob lo habría aceptado, pero me apetecía remover las cosas. Pongamos nuestras confesiones sobre la mesa y veamos quién se ha portado realmente mal aquí.
—¿A qué te refieres? —preguntó Rob. Ya estamos otra vez.
—A que lo estaba pasando muy mal. No podía hablar contigo porque no estabas. Andrea no me dirigía la palabra porque le dije que me parecía mal que se hubiera liado con Joe. —Rob levantó el cuchillo para interrumpirme—. Y antes de que digas que nunca te hablé de eso, sí lo hice. Te dije que los había visto juntos en el pub y tú dijiste que era una boba por sospechar.
—Ahora que lo mencionas, es cierto que me lo contaste —convino Rob.
—Gracias —dije—. Me alegro de que algunas de las cosas que digo permanezcan. ¿Qué más? Ah, sí, no podía hablar con Phillippa porque me sabía fatal tener que ocultarle lo de Andrea y Joe, sobre todo teniendo en cuenta la historia con la señorita Brownlow.
Para entonces Rob había abandonado la tostada, pues necesitaba toda su capacidad de concentración para seguir el desarrollo de los acontecimientos.
—¿Qué historia con la señorita Brownlow? Sólo he estado fuera ocho días. A nuestros amigos y a nosotros no nos ha ocurrido nada en diez años, pero nada más irme esta parte de Londres se convierte en un especial de Brookside.
—Nunca has visto Brookside —señalé.
—No me hace falta. Sólo tienes que ver los avances para deducir que a todos los personajes les persiguen terribles coincidencias y desastres naturales y artificiales mientras se dejan arrastrar por acoplamientos sexuales nada creíbles.
No iba desencaminado.
—Bueno, como te decía, fue horrible. Estaba completamente sola y necesitaba a alguien ajeno a todo esto con quien hablar. He trabajado estrechamente con Simon. Es muy simpático y le he aburrido con todos mis problemas.
—Parece razonable. ¿A qué viene entonces tanto misterio?
Me notaba cada vez más alterada.
—No hay ningún misterio. Ignoraba siquiera que las chicas supieran qué hacía yo a la hora de comer, y aún menos que les molestara. Nunca lo mencionaron. La culpa la tiene este ambiente de conspiración que se ha formado entre nosotros. Tienen pánico a herir nuestros sentimientos y hacer preguntas. No debiste hacerles guardar el secreto de que Karen iba a Estados Unidos contigo. Eso las tuvo muy preocupadas.
Rob se levantó para hacer más tostadas.
—Yo no tengo nada que ver con eso. Las chicas querían saber por qué no podían ver a Karen esa semana y Karen tuvo que contarles el motivo, pero dudo que les dijera que debían mantenerlo en secreto. Apuesto a que lo decidieron ellas solas. Eres tú quien les ha inyectado el pánico, no Karen. Cada vez que mencionan su nombre, se te pone cara de palo y te vuelves fría, así que hacen lo posible por no mencionarlo. Tú las has forzado a una situación en la que tienen que vigilar lo que piensan y lo que dicen.
Otro defecto mío. Añádelo a la lista si queda espacio. Rob, sin embargo, tenía razón. Yo lo sabía y ya había tomado algunas medidas para suavizar los baches de nuestra familia extendida. La velada con Karen el día anterior había sido un éxito. Comimos todas juntas y nos reímos todas juntas. Había prometido a las chicas que así sería y así fue.
Curiosamente, no me costó tanto. No hubo silencios violentos ni miradas incómodas. No entiendo cómo es posible que Karen y yo nos llevemos mejor ahora que sé que se ha acostado con Rob, justamente lo que más había temido desde el día que irrumpió en nuestras vidas.
—¿Qué es esto? —preguntó Rob señalando la carta de Betty Speck que había dejado detrás de la tostadora. No me apetecía hablar de eso pero no tuve elección.
—Es de mi madre biológica. Al parecer mamá guardaba una carta de ella dirigida a mí y decidió dármela cuando le dije que quería encontrarla.
Rob me miró atónito.
—Nunca me lo contaste. Y no intentes convencerme de que lo hiciste pero yo no te escuché. Sé muy bien que nunca me dijiste que querías encontrar a tu madre. Hemos hablado del tema millones de veces y siempre has asegurado que no tenías interés en encontrarla. ¿Cómo es posible que no me contaras algo tan importante?
—No has estado muy abordable últimamente —respondí con calma.
Nos sentamos. Había llegado el momento. Ambos lo sabíamos.
—Lo sé —dijo Rob.
Su respuesta me sorprendió. Había llegado a la conclusión de que Rob era un hombre sin conciencia de sí mismo que iba cometiendo errores, generalmente descuidos, ajeno a las consecuencias que tenían para las vidas de otros. Eso le absolvía de gran parte de la culpa pero no le redimía como ser humano.
Pero él lo sabía. Aguardé a que se explicara. Nunca antes me había molestado en esperar a que Rob se explicara sobre algo. No era un hombre dado a las explicaciones. Ahora, sin embargo, tenía delante a un Rob diferente.
—El motivo era Karen.
No fue la más asombrosa de las observaciones pero a Rob le supuso un gran esfuerzo confesarlo, pues hasta ese momento había negado rotundamente que el regreso de Karen le hubiese afectado. Confié en que empezara a utilizar frases más largas. Empezaba a dolerme la cabeza y no quería levantarme a buscar un analgésico por miedo a perturbar la inspiración de Rob.
Jamás podría haber previsto lo extraña que iba a resultarme su confesión. Era como escuchar la radio e intentar imaginar la cara que había detrás de la voz pero sin conseguirlo del todo porque la imagen cambiaba constantemente. No conocía a ese hombre.
—Cuando Karen volvió y oí su voz… —Se tomó tiempo para serenarse— los diez años desaparecieron. Y sé que te parecerá absurdo pero no tenía nada que ver con lo que sentía por ti. Seguía queriéndote como siempre te había querido, pero la verdad es… la verdad es que nunca sentí por ti el mismo amor profundo que había sentido por Karen.
Dios mío. Odio esta situación. No me hagas esto. Ya basta de tanto amor verdadero o no verdadero. Nunca seré capaz de volver a confiar en esa palabra.
—Con todo, había tratado de ser objetivo, de mirar la situación desde la posición de las chicas. Ellas eran lo único que importaba. Y tú, claro. —Casi lo olvidas, Rob. Casi.
—Entonces la vi. Después de todo este tiempo estaba tal como la recordaba, aunque algo mayor y más triste. No más sabia. Ninguno de nosotros somos más sabios, sólo mejoramos en hacer ver que sabemos lo que hacemos. Así que la vi y…
No podía decirlo, así que yo lo dije por él.
—¿Te enamoraste otra vez de ella?
—No, he ahí la cuestión. Tú haces que suene como un amor nuevo y diferente, pero no lo era. Era el mismo amor. No había muerto, simplemente lo había guardado en un cajón para que no lo cubriera el polvo y ahora podía volver a sacarlo. Era como retroceder diez años atrás. Salvo que las chicas habían crecido, Karen estaba sana y…
—Yo estaba en la película.
Rob me cogió la mano. Y dale con la mano.
—No podía ignorarlo, pero te juro que nunca pretendí hacer nada al respecto. Cuando te decía que te quería y que me quedaría contigo, hablaba en serio. No tenía intención de serte infiel.
Aparté la mano, pero con suavidad.
—Entonces ¿por qué lo fuiste? —Me miró sorprendido—. Lo sé todo, Rob. Ayer tuve una conversación con Karen.
Ahora estaba perplejo.
—No lo entiendo.
—¿No entiendes cómo pude pasar la noche con Karen después de lo que me dijo? ¿No entiendes por qué tus pertenencias no aparecieron en la calle cuando llegaste? ¿Por qué estoy sentada aquí planeando unas vacaciones a Disneyworld y escuchando cómo justificas un lío con tu esposa?
—¿Qué te contó?
—No mucho. Quería oírlo de tus labios. Sólo me dijo que ocurrió. Que quiere recuperarte pero tú no. Eso es todo.
Rob se animó ante mi porte sereno, deseoso de resolver el asunto antes de que me diera un ataque de histeria.
—¡Y es cierto, eso es todo! No hay más. Ocurrió una vez y enseguida supe… supe…
—¿Qué? —dije, confiando en que no fuera algo gráfico. No soy tan madura.
—Supe que ya no la amaba.
Enarqué las cejas.
—¿Y se lo dijiste en ese preciso instante? —¿Estoy bromeando sobre el tema? Tachar posibilidades una y dos. Es locura.
Rob me miró atónito.
—¿Cómo puedes hablar tan tranquilamente del asunto y encima bromear? Te he sido infiel. Con Karen. Después de todas las promesas que te hice de que no sentía nada por ella, te mentí y te fui infiel.
Su relato del incidente me estaba hiriendo mucho más de lo que había intuido. Imágenes televisivas empezaban a echar raíces en mi imaginación, donde podían hacer un daño serio y prolongado. Quería volver a mi posición de ayer, cuando pude afrontar el asunto con objetividad. Me esforcé en conseguirlo.
—Desde el principio supe que mentías. Y cuando averigüé lo de tu infidelidad, no me sorprendió. Fue desagradable y me gustaría que no lo hubieras hecho, pero siempre supe que ocurriría.
Era la verdad pero ya no sonaba como una verdad en mi corazón. Mi capacidad de análisis racional se estaba alejando irremediablemente de mis ganas de gritar. Respiré profundamente y evité la erupción.
Rob hundió la cabeza en las manos.
—Estoy tan avergonzado. La forma en que ocurrió fue… tan absurda. Acababas de contarme por teléfono lo del viaje sorpresa. Me sentía fatal, pero la forma en que lo expusiste…
—Lo siento. —No, no lo siento, pero me tranquiliza decirlo.
—Cuando se lo conté a Karen, se quedó destrozada. Sabía que las chicas le echarían la culpa de todo y estaba furiosa por el hecho de que nadie hubiera compartido el secreto con ella. Estábamos cansados, había sido un vuelo largo, con dos escalas, y nos habíamos perdido la cena, así que empezamos a beber.
Levanté una mano.
—Puedo imaginar el resto, gracias. No necesito que me cuentes los detalles. No quiero conocer los detalles.
—Estoy avergonzado y sólo me queda confiar en que me perdones y que mi inconsciencia no haga daño a Karen. No está tan entera como imaginas.
Lo sé. Había una cosa que me inquietaba. Bueno, en realidad me inquietaban muchas cosas.
—Cuando aterrizasteis parecíais muy unidos. Luego parecisteis culpables.
—Lo sé. Llevábamos horas hablando. O mejor dicho, yo llevaba horas hablando de ti, de nosotros. Karen estaba muy dolida. Pensaba que volveríamos a estar juntos. Necesité mucho tiempo para convencerla de que eso no iba a ocurrir. Lo que habíamos hecho… —Percibió mi encogimiento y me apretó la mano—. Será la última vez que lo mencione, pero es importante que lo haga. Lo que habíamos hecho fue el final entre ella y yo. Karen lo comprendió enseguida. Lo leyó en mi cara. Lo siento muchísimo, Lorna. Pasaré el resto de nuestras vidas compensándote por ello. Aquello fue el principio y el final. Para cuando llegamos a Gatwick, Karen y yo habíamos llegado a un entendimiento. Todavía teníamos que pensar en las niñas. Lo que tú presenciaste fue el final absoluto y amistoso de un matrimonio. ¿Y la culpa? En fin, teníamos algo de lo que sentirnos culpables.
—Lo sé, esas malditas teles.
—¡Oh, Dios, lo había olvidado! Le dije a Karen que no te gustarían, pero no me hizo caso.
—Gracias al menos por saber que no las aprobaría.
Dedicamos un minuto a intentar asimilar lo que habíamos dicho y escuchado.
Entonces Rob volvió a hablar.
—Lo más curioso de todo esto es que fue la conversación telefónica contigo lo que finalmente me sacó de mi confusión. Sólo podía pensar en ti y en las chicas organizando mi viaje, las cinco juntas, y el dolor que os estaba causando. De repente lo vi claro. Tú eras mi realidad. Karen sólo había sido un asunto inacabado que se fue convirtiendo en una fantasía cuanto más lejos me hallaba de resolverlo. Cuando regresó, la fantasía salió a la superficie. Quise que Karen volviera al punto donde lo había dejado e interpretara la historia hasta un final feliz, hasta atar todos los cabos.
—Y entonces, ¿qué?
—Entonces lo sabría, sería capaz de elegir. —Rob se puso pensativo.
—¿Entre ella y yo?
—Entre el amor que sentía por ella y el amor que sentía por ti.
Comprendía a qué se refería. Simon me había ayudado a verlo. Había dos clases de amor, el amor que es suficiente y el amor que no es suficiente. Rob no podía saber cuál de ellos sentía por mí mientras no tuviera la certeza de cuál de ellos sentía por Karen.
—¿Y gané? —dije sin demasiada sensación de triunfo.
Rob llegó hasta mi silla, se puso de rodillas y me tomó las manos.
—Ahora sé que lo que sentía por ella estaba coloreado por las pequeñas. Karen me había dado cuatro hijas. No sabes lo que eso significa. —Le miré enojada. Él me apretó las manos—. Lo siento, no lo decía en ese sentido. El caso es que estaba enamorado de toda la familia, no de ella en particular. A través de la terapia Karen llegó a la conclusión de que siempre lo había sabido y que eso contribuyó a su crisis nerviosa.
Pobre, pobre mujer. Ahora sí me daba lástima.
—¿Lo comprendes? Ella me había dado cuanto yo deseaba y la amaba por eso. Pero tú, Lorna, tú sólo me diste tu ser y es de ese ser de quien yo me enamoré. La persona que aportaste a esta casa fue un complemento extra maravilloso, pero era a ti, ante todo, a quien yo amaba. A quien amo.
Le creía con el corazón. Podía sentir ese amor como una fuerza física que me presionaba. Y le creía con la razón. Lo que decía tenía mucho sentido. Era lo que siempre había deseado oír. Pero…
—Cásate conmigo, Lorna. Quiero casarme contigo y tener un hijo contigo.
Entonces sonó mi teléfono móvil. Tuve que levantarme para ir a buscarlo. Vi por el número que era Simon. Maldita sea. Me había llamado por primera vez a las siete de la mañana.
—Hola —dije.
—¿Puedes hablar ahora? —preguntó con impaciencia.
—No —contesté mientras miraba a Rob, que no había apartado sus ojos de mí.
—Dijiste que me llamarías para contarme cómo te fue ayer con Rob.
¿Qué digo ahora?
—Oh, bien.
—Promete que me llamarás en cuanto puedas.
—De acuerdo. Adiós.
Colgué sin darle la oportunidad de despedirse. Luego apagué el teléfono.
—¿Quién era? —preguntó Rob con curiosidad.
—Simon —contesté, sintiéndome extraña por utilizar ese nombre tan a la ligera en nuestra casa. Y después de que Rob me hubiese propuesto matrimonio. Rob me ha propuesto matrimonio.
Se levantó y corrió hasta donde yo estaba para rodearme con sus brazos.
—Tengo una idea fantástica. Hagamos una fiesta para celebrar mi cuadragésimo cumpleaños. —Genial, otra sorpresa a la porra—. Pero será una fiesta de cumpleaños y de compromiso. ¿Qué te parece?
—¡Oh, Lorna, es la mejor noticia que he oído en mucho tiempo! Voy a preparar la tetera.
—Todavía no he aceptado, mamá —protesté.
—No digas tonterías. —¿Perdona?—. Por supuesto que aceptarás. Es lo que siempre has querido y no finjas ahora lo contrario. Siempre has dicho que yo era una tonta por querer ver a mi hija casada, pero si lo quería era únicamente porque sabía que tú también lo querías. Se me rompía el corazón viendo que los años pasaban y tú no estabas establecida. Me alegro por Robert.
—Mamá, te repito que todavía no he aceptado.
Agitó el colador del té con un guiño astuto.
—No te lo reprocho, hija. Que sufra un poco. Después de haberte hecho esperar todo este tiempo, deja que pruebe un poco de su propia medicina. Pero no esperes demasiado. Dentro de diez semanas es su cumpleaños, ¿no? —Estaba consultando el calendario mientras hablaba.
Diez semanas. Como si fueran diez años. Ojalá no le hubiera mencionado el tema. Con ello sólo había pretendido retrasar la verdadera razón de mi visita.
Sabía que si no lo decía ahora, ya nunca lo diría.
—Mamá, leí la carta.
Mamá se detuvo en seco. Ya estaba preparando té, yo ya me encontraba en la cocina. ¿Qué podía hacer?
—Voy un momento arriba a bajar un poco la calefacción. —Buen intento.
—Mamá, por favor, quédate quieta y escucha lo que tengo que decirte.
Mamá se puso a lavar tazas limpias y a frotar manchas imaginarias.
—No es necesario. Sé lo que vas a decir. Has hablado con ella y vais a veros. Y quieres mi bendición. Pues bien, ya te he dicho que lo acepto, incluso te di la carta para facilitarte las cosas. ¿Qué más quieres que diga? Espero que todo salga de maravilla.
Me acerqué al fregadero y le quité la taza de las manos. Eso era peligrosamente íntimo para nosotras y mamá agarró rápidamente un trapo y se puso a secar. Me mantuve firme.
—Te equivocas —dije.
Eso llamó su atención.
—¿Qué quieres decir? ¿Tiene algo que ver con mi dicción? ¿No hablo con suficiente claridad? No soy una pensadora tan enigmática como para que mis frases necesiten una explicación.
—Te equivocas —repetí—. Es cierto que pensé en ponerme en contacto con… ella, pero no voy a hacerlo.
Mamá se volvió para mirarme.
—¿Por qué no? No lo entiendo. ¿Qué sentido tiene hacernos pasar por todo esto para luego no querer verla? ¿Es por mí? ¿Te he desanimado? ¿Estás intentando protegerme? ¿Es eso? ¿O había algo en la carta? Quiero que sepas que nunca la abrí.
Serví el té porque ella estaba demasiado alterada incluso para eso.
—No es por nada de eso, de veras. Era una carta breve. Después de mucho pensar decidí que no valía la pena abrir viejas heridas. Me alegro de haberla encontrado, de que me ayudaras a encontrarla, de que tenga un nombre y una dirección. Me gusta saber eso, pero es cuanto necesito saber.
Había tomado la decisión después de que Rob se marchara a trabajar. Había pasado una hora sentada en la cocina, repasando los acontecimientos de los últimos meses, y cada hebra siempre parecía tener como principio a Karen. Había irrumpido en nuestras vidas para satisfacer una necesidad maternal que se siente con derecho a poseer y nos había desgarrado a todos. Uno no puede abrir las puertas de las vidas de los demás, decir hola y luego marcharse, porque siempre dejará huellas y enormes cráteres en sus salas de estar.
Mira el legado que nos ha dejado Karen. No había llegado aún y su primera llamada fue el detonante inconsciente de la aventura de Andrea y Joe que condujo a Dan a intensificar su aventura con Tara Brownlow. Dos matrimonios y una carrera por el desagüe. Luego, cuando llega, acelera el ritmo. Una a una, nuestras hijas sienten que su seguridad se desmorona al verme discutir con Rob y con Karen, al ver a Rob irse de viaje con Karen, acostarse con ella, regresar, hacer añicos sus sueños, darles uno nuevo. Por otro lado, ¿habría dejado yo que las cosas fueran tan lejos con Simon de no haber sido por Karen?
No, uno no irrumpe en la vida de otra persona a menos que esté dispuesto a aceptar todas las consecuencias imposibles de prever. Consecuencias que no deseo imponer a un montón de parientes desconocidos que quizá sean tan felices como lo habíamos sido nosotros. Así que Betty Speck y mis cuatro hermanos y hermanas (glups, tengo cuatro hermanos y hermanas, enteritos, del mismo padre y la misma madre) tendrán que seguir siendo fantasmas de un fragmento no corroborado de mi historia.
Le conté a mamá únicamente una parte. No había suficiente té en el mundo para ayudarle a asimilar toda la epopeya.
De repente recordé que no había vuelto a encender el móvil. En cuanto lo hice, empezó a sonar. Después de hablar con Karen, me disculpé con mamá por tener que marcharme aprisa y corriendo.
Cuando llegué, Karen y Claire salían del cubículo.
—¿Estás bien, cariño? —pregunté mientras corría a abrazar a Claire. Estaba llorando.
—¿Dónde estabas? ¡Te estuvieron llamando durante horas! Tampoco encontraron a papá, así que al final tuvieron que llamarla a ella.
«Ella» era Karen. Parecía deprimida.
—Siento lo ocurrido. Intentaron localizarte por todos los medios. Al final tuvieron que recurrir a mí.
—Me hicieron darles su teléfono —sollozó Claire—. Quiero ir a casa, mamá. —Y dicho esto, se arrojó a mis brazos.
—Vamos, cariño —dije—. Podrás contármelo todo cuando lleguemos.
Al marcharnos, pasamos frente a Andrea y una Isabelle sollozante, y frente a Phillippa y un Elliott desgraciado. Ninguna dijo nada.