CAPÍTULO III
Transcurrieron cinco minutos antes de que Paul Drayton, agregado militar de la Embajada de Estados Unidos en Tánger —IS-Enlace Operación Kasbah— se acomodara frente al volante de su auto.
Dijo en voz queda, mientras accionaba los mandos:
—No te levantes hasta que te avise.
—Correcto —respondió una voz ahogada, desde el piso de la parte posterior.
El «Alfa Romeo» se puso en marcha bruscamente, ganando velocidad en cuestión de segundos.
Enfiló como una saeta el boulevard Pasteur, principal arteria de la moderna Tánger, cruzando la plaza de Francia para torcer, a la izquierda, hacia la avenue d’Alexandre y por ésta, en cerrado viraje de derecha, pasar a la rue de Siddi Amar.
Hacia las afueras de la ciudad.
Llevaban rodando unos quince minutos, cuando Paul advirtió:
—Ya vale, Frankie.
001 salió de su improvisado escondrijo saltando, en plena marcha, sobre el asiento delantero.
Se acomodó junto a Drayton.
—¿Y bien, Frankie?
Paul mantenía sus ojos en la asfaltada autopista mirando de hito en hito a su compañero.
—Donald Farrell ha sido asesinado.
Una brusca contracción endureció los músculos faciales de IS-Enlace.
—¿Cómo lo sabes? ¿Desde cuándo estás en Tánger? 001 relató sus vicisitudes.
—¿Entonces…? —vaciló Paul Drayton al término del relato.
—Hay un traidor entre nosotros. Alguien que trabajaba, o lo sigue haciendo, en la Operación Kasbah y que se ha vendido al enemigo.
—El enemigo, en este caso, sólo puede ser uno —razonó Drayton—. Se me hace imposible creer en la existencia de un traidor. Excepto lo sucedido a 005 y lo que tú acabas de contarme, nada hace sospechar la existencia… ¡No, no puedo concebirlo! Positivo, Negativo, y Neutro llegaron a la hora prevista con los planos… Sin la más ligera novedad.
—Por eso precisamente he querido verte.
—No te entiendo.
—Positivo, Negativo y Neutro, ¿dónde se alojan?
—En diferentes hoteles. Sólo Negativo ha declarado a su llegada los verdaderos motivos de su viaje como representante e ingeniero de una fábrica de automóviles alemana a la que, como ya sabes, el Gobierno marroquí ha concedido licencia legal para instalar en Tánger una factoría. Los demás, provistos de documentación falsa, han adoptado falsas personalidades.
—¿Cuándo se inician los trabajos?
—El lunes próximo.
—No se iniciarán.
Paul Drayton giró la cabeza sorprendido, descuidando peligrosamente su atención de la autopista.
—¿Por qué?
—Porque hasta que no despeje la incógnita que rodea la muerte de 005 y desenmascare al traidor, no puede empezarse la instalación. ¿Quieres que una vez construida la use el enemigo?
Paul Drayton se mantuvo unos segundos en silencio.
—Pero… —tartamudeó al fin— todo está dispuesto. Se ha contratado la empresa constructora y el personal. —Hizo una pausa, para agregar—: Además, el Gobierno marroquí ha concedido los permisos necesarios para que se empiece el montaje; las fechas de inicio y terminación están ya concretadas. ¿Te das cuenta de que una irregularidad explicada insatisfactoriamente, un retraso no justificado, puede despertar las sospechas del Gobierno y hacer que vuelque su atención sobre nosotros?
Fue 001 quien se encerró ahora en el silencio.
—Lo admito así —dijo al fin—. Pero ¿qué riesgo es peor? Si fracasamos, sólo nos restará la posibilidad remota de «volar» la base. En caso de que estemos vivos, desde luego.
—Entonces… —Drayton esculpía en su rostro la más honda preocupación—, ¿qué piensas hacer?
McCasland pareció reflexionar.
—Primeramente necesito saber dónde se alojan Positivo, Negativo y Neutro.
—¿Sospechas de alguno de ellos?
—Ni siquiera los conozco.
—Toma nota.
—Mi cabeza es un bloc de apuntes estupendo, Paul. Te escucho. Suspiró profundamente el agente enlace. Dijo:
—Positivo: Joáo Gonçalves. Habitación 18, «El Mebrouk», rue Jeanne d’Arc, 163. Negativo: Horts Weizsacker, habitación 35, «El Djenina», rue Grotius, 93. Neutro: Leoforos Gheorghiou, habitación 101, «Three Pelicans», rue Gandhi, 146.
—Correcto —asintió Frankie. Preguntando al instante—: Mavis Beymer está aquí, ¿no?
Drayton cabeceó afirmativamente.
—Como secretaria de la Embajada —agregó—. Pertenece al C. I. A. y actúa de enlace entre los agentes que trabajan en Europa y los de África y Oriente. Os conocéis, ¿no?
001 esbozó una sonrisa que podía significar muchas cosas.
—Nos hemos visto —musitó con cautela.
—¿Conseguirás resultados positivos antes del lunes, Frankie?
—Eso espero.
—Así se podrá emp…
La palabra murió en labios de Drayton bruscamente.
Sus manos, convertidas en pedazos de corcho, aflojaron la presión que ejercían sobre el volante.
Sus pupilas tornáronse vidriosas y desaparecieron en el fondo de un blanco peligrosamente significativo.
Todo sucedió en segundos.
001 se percató de la anomalía en el momento que el auto, perdida la dirección, corría por la pendiente camino de estrellarse contra el «Austin» que circulaba delante.
—Paul, ¿qué sucede?
La cabeza de IS-Enlace cayó hacia atrás.
Frankie McCasland reaccionó fulminante ante el inminente peligro. Saltó sobre Drayton, cerrando sus manos encima del volante y torciéndolo a la izquierda en el justo instante que ya rozaban el «Austin».
Le fue difícil, con Paul debajo, accionar los mandos de pedal mientras iniciaba el adelantamiento.
Y al punto, de la cerrada curva que se abría a pocos metros, emergió un camión de gran tonelaje a velocidad suicida.
001 comprendió que iban a ser aplastados entre uno y otro vehículo.
En un esfuerzo desesperado consiguió hundir el pie sobre el acelerador al tiempo que cerraba el volante a la derecha, cortando el paso al «Austin», y giraba de nuevo a la izquierda, aumentando la velocidad.
Fue un zigzag mortal.
El «Alfa Romeo» pudo evitar el vehículo que circulaba a su derecha, pero no por entero la embestida del camión que, golpeándolo violentamente por la parte trasera, le hizo patinar y lanzarse como una exhalación camino del terraplén.
Frankie, sentado encima de Paul, despidió su pie contra el freno en fracciones de segundo.
Las ruedas se pegaron al asfalto marcando una raya oscura. Detuviéronse al borde del terraplén, pero la inercia levantó el coche por detrás, le hizo dar dos vueltas de campana y acabó precipitándose al terraplén.
001, sin saber cómo, se vio surcando los aires convertido en un bólido humano.
Y su pirueta, al comprender que iniciaba el descenso camino de la tierra, fue digna del más depurado estilista circense.
Uno de los antebrazos le sirvió de trampolín amortiguando la caída, a la vez que giraba sobre él y entraba de espaldas en colisión con el duro suelo.
Se incorporó de un salto, buscando a Drayton con la mirada.
Un ahogado gemido delató la posición de su compañero. Yacía tendido a pocas yardas del lugar en que el siniestrado vehículo mostraba sus ruedas en alto.
Corrió hacia él y, tomándolo por los hombros, lo arrastró lejos del radio peligroso de una posible explosión.
Lo tendió, despojándole de la chaqueta, y procedió a practicarle la respiración artificial.
El corazón, algo débil, respondía.
Le puso la chaqueta, doblada, debajo de los pies. Y luego, sacando la botella petaca que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, le acercó el gollete a los labios.
Paul tosió, escupiendo parte del líquido. Abrió los ojos con dificultad, mirando inexpresivo a su alrededor.
—¿Qué ha sucedido? ¿Dónde estoy?
Y de repente, sentándose en el suelo de un brinco, gritó sollozante:
—¡Mavis! ¡Mavis! ¿Dónde estás? ¿Qué te ha ocurrido, mi vida? Luego miró a McCasland como si no le conociese.
Y éste, inopinadamente, soltó dos sonoras bofetadas en el rostro de Drayton.
Cambió la expresión.
—¡Frankie! ¿Qué ha pasado? 001 sonrió afablemente.
—¿Te sucede esto con frecuencia, Paul?
Antes de que respondiera, le ayudó a levantarse.
—Algunas veces… —respondió IS-Enlace, agitando la cabeza de izquierda a derecha—. Desde hace algún tiempo… Me dan extraños mareos sin motivo aparente que los justifique, pero desaparecen con la misma rapidez. Si me da tiempo, suelo tomar un par de aspirinas y me calma enseguida.
—Pues esta vez —aseguró McCasland— no hubieses tenido tiempo de tomar aspirinas. De no ir yo contigo, estarías muerto.
Paul suspiró con tristeza.
—Te debo la vida, muchacho.
Y de repente, 001 soltó una pregunta inesperada.
—¿Qué hay entre tú y Mavis?
Drayton, bastante aturdido todavía, le miró lánguidamente.
—No…, no te comprendo.
—Cuando estabas inconsciente la has nombrado con insistencia y temor. Creías, por lo visto, que era ella quien iba contigo.
—Simpatizamos —articuló. Y como si aquella conversación se le hiciese enojosa, cambió, preguntando—: ¿Podrá empezarse la construcción?
Era precisamente la pregunta que había interrumpido su desvanecimiento.
—Se empezará —afirmó McCasland, que miraba en torno suyo como si buscase algo. Miró a Drayton fijamente a la vez que agregaba—: Mañana iré a la Embajada. Quiero presentar mis respetos a míster Morrison. Nos conocimos hace un año, cuando el F. B. I., recién salido de Quántico, me envió a Tánger en misión de protección. Hubo algunas violencias que perturbaron la sedentaria y diplomática existencia de míster Morrison. No creo que le agrade verme.
—Y a Mavis… ¿le gustará? —inquirió Drayton, recelosamente.
—Puedes estar tranquilo. Jamás me entrometo en la vida privada de mis compañeros, y menos ahora que tengo algo mucho más importante de que preocuparme.
—¿Qué piensas hacer?
—Todavía no lo sé. Pero sólo dispongo de tres días si no quiero apelar al recurso de destruir la base. ¿Entiendes?
—Si el momento llega, será la única solución.
—No me gusta el papel de saboteador.
Mientras hablaban, habían caminado por un pequeño sendero que ascendía del terraplén hasta la carretera.
Al borde de ésta, dijo McCasland:
—Tú, Paul, seguirás en tu misión como hasta ahora. Exactamente igual que si nada hubiese ocurrido.
—Correcto.
—De haber novedades, me pondré en contacto contigo.
—Bien. ¿Qué hacemos?
—Procurarnos un sistema para llegar a Tánger antes de la madrugada. El único sistema era emplear el universal lenguaje de «auto-stop».
Dedos cerrados y pulgar en alto señalando la carretera.
Hubo suerte.
Un turismo suizo accedió a llevarles.
* * *
Frankie McCasland consultó su reloj.
Las cinco de la madrugada quedaban atrás. Y los albores del día que empezaba a nacer despuntaban ya por el horizonte.
Desde una calle vecina contempló el granítico bloque que se ubicaba en el 146 de la rue Gandhi.
Hotel «Three Pelicans». Habitación 101. Neutro: Leoforos Gheorghiou. El último de sus objetivos en aquella madrugada.
En los dos anteriores había tenido más suerte. Ya que las habitaciones 18 y 35 de los hoteles «El Mebrouk» y «El Djenina», respectivamente, resultaron dar al exterior.
Trepar por los tubos del agua provisto de sus guantes y zapatos especiales, había resultado un juego de niños.
Pero esta vez, tras cerciorarse por teléfono, un tanto sospechosa su pregunta, de que la habitación 101 era interior, las dificultades aumentaban.
Un riesgo ineludible que debía correr forzosamente.
Tiró el cigarrillo que mantenía entre sus labios y cruzó la calle caminando decidido en dirección al «Three Pelicans».
Salvó la puerta en dos zancadas y caminó hacia el «comptoir» a través del amplio y suntuoso vestíbulo.
Un tipo de ojillos porcinos y rostro verde oliva trató de sonreírle.
—Bien venido, monsieur.
—¿Dispondré de un buen baño caliente? —preguntó 001, con aspecto severo y tono autoritario—. ¡Porque un maldito taxista me ha llevado a una pocilga en la que no hay ni agua! ¿No me oye?
—Oui, monsieur. Todas las habitaciones disponen de baño doble con agua fría y caliente. ¿Su nombre, por favor?
—Míster Lawrence Stockbridge, descendiente de una familia cuyos miembros masculinos han tomado asiento, todos sin excepción, en la Cámara de los Lores. Puede anotarlo así, si quiere.
—Mis respetos, míster Stockbridge —repitió el empleado, en dudoso inglés.
Estaba acostumbrado a recibir tipos estrafalarios y uno más no era motivo para alarmarse.
001 sonrió interiormente.
—Habitación 123, míster. ¿Quiere firmar aquí, por favor? Frankie garabateó una firma ilegible en el libro de registro.
—¿Su equipaje, monsieur? —preguntó un botones que habíase acercado en aquel instante.
Frankie miró al de los ojos de cerdo.
—Lo tengo en esa inmunda porqueriza… ¡Puaf, basura! Por la mañana daré orden de que pasen a recogerlo.
—Como usted guste, míster —sonrió el del «comptoir».
Cinco minutos después, Frankie McCasland, alias Lawrence Stockbridge. IS-001 para Washington, quedaba cómodamente instalado en la habitación 123 del hotel Three Pelicans.
Y ya sabía que la 101 quedaba en la segunda planta. Dio un vistazo a los extremos del pasillo.
No se veía a nadie, y tampoco ruido alguno hacía presumir la presencia inesperada de alguien.
Los zapatos de McCasland, silenciosos merced a la tupida recubierta de caucho, se hundían muellemente sobre la no menos tupida alfombra.
Se detuvo frente a la habitación señalada con el 101, aplicando una oreja contra la hoja de madera.
Silencio absoluto.
Rápidamente extrajo un estuche plano del bolsillo secreto de su americana, y de aquél, dos utensilios de metal que eran delgadas láminas.
Los aplicó a la cerradura. Ni veinte segundos tardó en abrir la puerta.
Se coló en la habitación, cerrando sigilosamente tras sí.
Las alfombras allí eran igual o más tupidas que las del pasillo, y ello hizo que 001 caminara con toda tranquilidad.
Cruzó el living y se encontró en una de las tres piezas que formaban la habitación. Era ésta la sala de estar, sala de fumador o como quisiera llamársele.
A la izquierda, entornada, se veía la puerta del dormitorio.
Frankie se acercó hasta ella atisbando con la cabeza por el espacio abierto. Percibió con claridad la acompasada respiración de alguien que dormía profundamente.
Volvió sobre sus pasos centrando la atención en la mesita que ocupaba el teléfono.
Se arrodilló, estudiándola por debajo.
—No veo un sitio mejor —musitó para sí.
Sin pensarlo más sacó del bolsillo del pantalón un pequeño envoltorio.
Una pieza de proporciones rectangulares que protegía con suave gamuza.
Trabajó en la base interior de la mesita colocándole a la madera unos ganchos diminutos que segregaban materia adhesiva.
Luego clavó contra los ganchos la placa rectangular, asegurándose de que no rozaba en la madera y de que la sujeción era perfecta.
Hizo oscilar la mesa con resultado satisfactorio.
—De ti depende mi éxito —bromeó, quedamente. Y así era, en verdad.
Aquellas placas, metálicas en apariencia, eran el resultado de una serie de aleaciones que tenían como base cintas de uranio.
Estaban dotadas de una hipersensibilidad magnética que, como un imán, atraía hasta el siseo de una mosca al volar, para luego, por medio de ondas hertzianas, reflejarlo en una frecuencia de 30 megaciclos sobre un receptor de igual naturaleza.
Un sistema de escuchar —como hubiese dicho Alexis H. Drake— sin el empleo de cables enojosos.
Frankie, consciente del riesgo que corría, se retiró apresuradamente.
Ya en su habitación, la 123, que sí era exterior, se dijo que iba siendo hora de retirarse a descansar.
Pero en el «Pasadena», que era realmente donde habíase alojado McCasland a su llegada a Tánger.
Allí podría darse un buen baño.
001 salió al balconcillo, se encaramó a la baranda, alcanzó una de las cañerías y descendió como un felino.
Ya en tierra, dentro del jardín, pequeño pero reducido, se frotó los guantes suavemente.
Alcanzó la rue Gandhi segundos después y detuvo un taxi.
—Route de Tétouan, 198 —indicó al taxista. Y empezó a dormitar.