CAPÍTULO II

Las paredes eran calcinadas, muy altas, y componían un perfecto cubo de agudas aristas.

No había puerta alguna. Al menos, no se veía.

Ni un saliente. Ni un indicio de oculto resorte que pudiera poner en movimiento los tabiques y facilitar la salida de aquel angosto encierro.

¿Por dónde lo habían entrado?

001 se frotó las sienes y palpó el abultado chichón que le estaba creciendo en la nuca.

Pero no le sorprendió demasiado el hecho de encontrarse metido en aquella ratonera de la que no se veía, en apariencia, salida alguna.

Otro detalle fue el que llamó poderosamente su atención.

En el suelo, a medio metro de él, veíase un objeto que tenía cierta similitud con las corazas empleadas por los caballeros feudales en sus duelos del medievo.

Pero distinta. De superficie completamente lisa. Compuesta por la aleación de varios materiales, duro aluminio como base, y cuyo peso total no excedía a los sesenta y tres gramos.

La causa de que el cuchillo del gigantón, en rue de Sidi Jali, 38, se hubiera partido en dos.

Porque era él, 001, el único agente del I. S. que usaba de tal protección: podía decirse que la estaba experimentando.

Por instinto, McCasland echó una ojeada a su anillo. Al que llevaba en el anular de la mano derecha.

Suspiró aliviado. En aquello, afortunadamente, no habían reparado.

Incorporóse de un salto para desentumecer los músculos. Consultó su reloj. Si no recordaba mal habían transcurrido tres horas desde el momento aproximado que lo atacaran en el callejón.

¿Quién?

Fuera quien fuese, era obvio que estaba al corriente de su personalidad y del porqué de su presencia en Tánger.

Ahora ya no quedaban dudas. 005 estaba muerto. La Operación Kasbah, en peligro.

¡Debía haberse puesto en contacto, antes que nada, con el agente Enlace!

Silenciosamente, se abrió un hueco rectangular en el tabique del fondo.

Justo para dar cabida y dejar ver una pequeña pantalla de televisión.

Habló una voz en tono metálico:

—Bien venido a Tánger, 001.

Frankie centró su atención en la imagen, borrosa primero y menos difusa después, que iba tomando forma en el centro de la pantalla.

Un rostro. Protegido por una máscara de goma que no delataba en lo más mínimo un solo rasgo facial.

—Es un placer comprobar que todavía estoy vivo… —dijo McCasland, con matiz burlón.

—Por poco tiempo, si piensa demorar su estancia aquí —replicó la voz.

—¿Por qué no hablamos con claridad? —inquirió 001—. ¿Quién es usted y qué pretende?

Sonó una risita seca.

—Hablaremos con claridad. Saltó la imagen.

Y en la pantalla, ante el asombro de Frankie, aparecieron dos hombres tendidos en decúbito supino en el interior de una especie de frigorífico.

Uno, era Donald Farrell.

—Están muertos —le dijeron—. Y actualmente se encuentran sometidos a una temperatura de 270º bajo cero. Luego, les serán inyectados unos líquidos de propiedad absorbente que reducirán su tamaño sin alterar su apariencia física. Quedarán convertidos en dos muñecos. ¿Le seduce la idea, 001?

—¿Qué piensa hacer conmigo? ¿Un soldadito de plomo?

—Usted es inteligente, McCasland. Cuando salga de donde está, sabrá lo que le conviene. ¿Tiene otra alternativa? Su Gobierno no le puede proteger, ni siquiera reclamar su cadáver; por el contrario, negarán su condición de agente del I. S. si fracasa. ¡Si muere…, vendrá otro número con dos ceros delante… la morir también!

Saltó de nuevo la imagen y apareció el rostro de la máscara.

Los ojos escrutadores de Frankie McCasland habían captado un detalle.

Sin importancia, aparentemente.

Aunque la voz se oyera, la cara no se movía de su posición frontal ante la cámara. Cuando lo lógico era que, al hablar, accionase o se desviara, aunque sólo lo hiciera ligeramente, al compás de las palabras.

Sin embargo, la imagen permanecía estática.

—O sea —dijo 001 para no llamar la atención con su silencio—, que me está invitando a que abandone Tánger, ¿no?

—Yo diría mejor que lo estoy invitando a vivir. Es usted muy joven para ser convertido en un muñeco. ¿No le parece, 001?

—Muy razonable, desde luego. Y de súbito, preguntó:

—¿Qué piensan hacer con la base? Hubo un silencio. Luego, la risita seca.

—Instalarla. ¿Cree que se puede desaprovechar una idea tan fantástica? Montar una fábrica de automóviles y convertirla en pocos minutos en rampa de lanzamiento de proyectiles dirigidos no es una chiquillería… Dele mis saludos a su tío y mi más sincera felicitación por su extraordinaria agudeza. ¡Le deseo un feliz viaje, 001!

Desapareció la imagen. Corrió el fragmento de tabique en dirección contraria y la pared recobró su normal apariencia.

Frankie McCasland, en la certeza de que desde algún punto de la estancia le observaban, no hizo ningún movimiento que pudiera revelar la existencia de aparatos o instrumentos en su persona.

Se limitó a pasear mientras su cerebro entraba en estado de ebullición. La posibilidad de encauzar sus sospechas quedaba limitada al mínimo.

Los hombres que intervenían en la operación habían sido seleccionados tras una «criba» meticulosa.

Él sabía positivamente que Alexis H. Drake no era hombre de correr riesgos por insignificantes que pudieran ser; más bien podía pensarse que se hubiera excedido en precauciones de toda índole.

El hecho de separar a los hombres base; Positivo, Negativo y Neutro. Las instrucciones que éstos habían recibido para trabajar. El hacerles pasar delante del mundo por traidores o posibles espías.

La manera ingeniosa de coordinar la operación.

Nada de todo esto dejaba opción a pensar en un movimiento subversivo iniciado por uno de los integrantes de la operación.

Sin embargo, Donald Farrell había comunicado con 000 a las 23:42 del día 6 para hablar de un hombre que aseguraba conocer los proyectos y decía saber la existencia de un traidor.

¿El personaje del rostro de goma?

Interrumpió sus reflexiones al notar que un olor raro flotaba en el ambiente.

El aire se hacía espeso y llegaba a la garganta con extraño sabor.

Ahora, la sensación se materializó. Hasta el extremo de advertir una sensación de asfixia.

Los sentidos le abandonaban lentamente.

Flotaba su cerebro en el vacío y su cuerpo parecía elevarse en lo alto de espesas nubes.

De repente, un vacío impresionante.

Luego, nada. El silencio. La oscuridad. Un abismo sin fin de pegajosas tinieblas.

¿Estaba muerto? No estaba muerto.

Ni en el interior de aquel cubo de paredes calcinadas.

¿Dónde?

Consultó su reloj. ¿Cuántas horas habían transcurrido?

Las agujas rebasaban en diez minutos la una de la madrugada.

La humedad del suelo habíase filtrado por entre todos sus huesos. Notaba anquilosadas las articulaciones, pesado el cuerpo y flojas las piernas.

Aferrándose a los salientes del portalón, consiguió ponerse en pie.

Lo habían abandonado en el laberinto portuario. En una de aquellas vías estrechas, tan mezquina y sórdida como las de la Kasbah, por donde nadie transitaba a horas tan avanzadas.

El chichón de la nuca, en su punto álgido, molestaba lo suyo.

Se frotó sienes y muñecas, flexionó las rodillas varias veces, pisó de talón y puntera, extendió los brazos de atrás adelante elevándolos finalmente por encima de la cabeza.

Miró el anillo. Luego, escrutó las tinieblas que lo envolvían. Nada y nadie dejaban paso al más absoluto silencio.

Oprimió un diminuto resorte, apenas visible, que sobresalía de la superficie del anillo en espesor aproximado de medio milímetro.

La primera capa de oro cedió hacia arriba, dividióse luego en dos partes, aumentó unos milímetros la circunferencia de la capa superior y en la inferior, la que permanecía ceñida al dedo, se distinguió el brillo de una lucecita roja.

Un punto encarnado de menos espesor que la cabeza de un alfiler. Acercó sus labios.

—001 llamando a Enlace Operación Kasbah, 001 llamando a Enlace Operación Kasbah… ¿Puede oírme?

El silencio vióse taladrado por las señales que a intermitencias emitía el microscópico transmisor de ultra alta frecuencia.

Un «ti-ti-ti-ti»…

Al cabo de treinta segundos, una luz verde se encendió en la capa inferior del anillo.

Y llegó una voz.

—Enlace Operación Kasbah a 001, Enlace Operación Kasbah a 001…

Le escucho perfectamente. Cambio.

—Debo sustituir a 005. Me encuentro en los muelles de Tánger.

¿Dónde podemos vernos inmediatamente?

—Es peligroso nuestro contacto, 001. De acuerdo con las instrucciones de 000…

—Es vital, Enlace. Debemos vernos con toda urgencia. 000 me ha otorgado completa libertad de acción… Insisto, ¿dónde podemos vernos?

—Correcto, 001. Boulevard Pasteur, 234. «Whisky a Gogo». Estaré sentado en la barra dentro de… de quince minutos. Cambio y me retiro de la escucha.

Frankie McCasland pulsó el resorte. Se quitó el anillo, lo hizo saltar en la cuenca de su mano, lo ciñó de nuevo al dedo y acabó por esbozar una sonrisa.

¿Sonrisa?

No era halagüeño ni motivo de hilaridad el pensar que podía ser convertido en un pequeño muñeco.

Como Donald Farrell, IS-005.

* * *

—Ponlo sin soda.

El camarero dejó el vaso sobre el mostrador hundiendo en aquél el gollete de una botella de «Spey Royal».

Un «suave» kilométrico.

—Un «Manhattan» —pidió otro de los clientes.

Se extrañó el camarero. ¡Mira que pedir allí semejante porquería! No obstante, lo sirvió sin dilación.

—Dame un paquete de cigarrillos —pidió el del Manhattan.

—¿«Chester», «Lucky», «Philips», «Pall Mail», «Paxton»? Dudó el otro unos segundos.

—¿Tienes «Gold Leaf»? Aquel tipo era cargante.

—Lo tengo, lo tengo. ¿Cerillas también? —Y ante la negativa del cliente, fue en busca de los cigarrillos.

Un periódico había sobre el mostrador entre quien saboreaba el «Manhattan» y quien había apurado su whisky de un trago.

Un torpe codazo llevó el diario al suelo. Dos brazos y dos cabezas se inclinaron al unísono.

Se miraron por debajo del mostrador.

—Bien venido, Frankie.

—Me alegra verte, Paul. Aunque las circunstancias…

—Fuera tengo mi coche —cortó el llamado Paul—. Un «Alfa Romeo» descapotable de color gris. Tiéndete en la parte posterior.

—Correcto.

Frankie abonó su consumición saliendo del «Whisky a Gogo».

Estaba aparcado en una zona tenuemente iluminada. Caminó hacia el auto mirando a su alrededor con el rabillo del ojo.

Llegó frente al «Alfa Romeo». Otro vistazo.

«Ahora», se dijo.