Agradecimientos

A Estefanía Tapié, que me contó sus vivencias de misionera en Mozambique y que, con sus relatos, me inspiró para crear a uno de los personajes de esta novela.

A la doctora Claudia Rey, una eximia ginecóloga y una persona maravillosa, que me explicó de manera fácil el cáncer de ovario.

A la doctora Raquel “Raco” Rosenberg, cuyo testimonio inestimable me sirvió para comprender la situación del África y el sufrimiento de su gente. A la doctora Valeria Vassia, quien, al igual que mi Matilde, es cirujana pediátrica y que me transmitió valiosísima información.

A mi querida Estelita “Amorosa” Casas, quien conoce el glamour de París como nadie y que me describió los lugares en los que se mueve Eliah Al-Saud.

A Juan Simeran, que vivió siete años en Israel y me brindó información y sus escritos y me regaló un libro, los que me sirvieron para comprender la situación de ese país y de Palestina. A su esposa Evelia Ávila Corrochado, una querida lectora, que sirvió de nexo.

A Clarita Duggan, otra lectora maravillosa, por contarme su experiencia en Eton.

A mi amiga, la escritora Soledad Pereyra, por brindarme sus conocimientos en materia de aviones de guerra. Sol querida, todavía sueño con ver tu libro Desmesura publicado.

A mi amiga, la queridísima “Gellyta” Caballero, por darme ideas brillantes y su cariño; por inspirar algunas de las salidas ocurrentes de Juana Folicuré; por proveerme de libros increíbles para la investigación; y por analizar el manuscrito con tanto amor y a la vez con tanto profesionalismo.

A Leana Rubbo, por sus averiguaciones que parecían imposibles de ser averiguadas.

A mi entrañable amiga Adriana Brest, por sus dos maravillosos regalos: el epígrafe de la primera parte de Caballo de Fuego y El jardín perfumado. A mi queridísima amiga Paula Cañón, que siempre está buscándome material para mis investigaciones, y que, para Caballo de Fuego, consiguió una historia de incalculable valor. En esta tercera parte me dio una mano enorme con Angelie Trouvée.

A mi dulce y entrañable amiga Fabiana Acebo. Ella y yo sabemos por qué. A la doctora María Teresa “Teté” Zalazar, por ayudarme a construir una escena, sin cuyos conocimientos en medicina, habría sido muy difícil para mí. A Uriel Nabel, un soldado israelí, que con tanta generosidad compartió conmigo su experiencia de tres años en el Tsahal.

A Sonia Hidalgo, una querida lectora que buscó información para este libro con un desprendimiento que me llegó al corazón. Y también por hacer de nexo entre su sobrino Uriel Nabel y yo.

A Marcela Conte-Grand, que colaboró desinteresadamente con las traducciones al francés.

A mi querida amiga Vanina Veiga, que también me dio una mano con las traducciones al francés.

A mi prima, la doctora Fabiola Furey, que, pese a sus tantas obligaciones laborales y familiares, se tomó el tiempo para buscarme material acerca de la porfiria.

A Laura Calonge, delegada en la Argentina de Médicos Sin Fronteras, y a su asistente, Carolina Heidenhain, por explicarme la filosofía y el funcionamiento de este gran organismo de ayuda humanitaria.

A mis queridas amigas Natalia Canosa, Carlota Lozano y Pía Lozano, por acompañarme y alentarme siempre durante mis procesos creativos y por inspirarme para crear a Juana Folicuré. A Lotita le agradezco de corazón su permanente y desinteresada asistencia para las traducciones al francés. Y, en esta última parte de la trilogía Caballo de Fuego, a mi sobrino, Felipe Bonelli, cuya locuacidad con tan sólo tres años inspiró la de Amina. A mis sobrinos Patricio y Agustín Ríos Carranza, que son tan dulces, tiernos y adorables como Jérôme.

A mi querida amiga Victoria Ferrari, por haber tenido el buen tino de comprar en su momento el libro El gran oh, de Lou Paget, y por nombrarme custodia del mismo.

Y a los periodistas Amira Hass y Hernán Zin, por sus valiosísimos testimonios recogidos en la Franja de Gaza, que me ayudaron a construir las escenas en esa zona tan castigada del planeta. Sus libros Drinking the sea at Gaza (Amira Hass) y Llueve sobre Gaza