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Preparativos mortales

 

 

-Es mejor que usted no siga al frente de los casos de las masacres, coronel-, recomendó el general Reynaldo Rosario Marte, jefe de la DNCD, enfáticamente: -Si las investigaciones siguen el curso que llevan, continuarán siendo un desperdicio y un escándalo que no nos llevará a ninguna parte. Recuperamos una buena suma de dinero. Luego matamos siete sicarios, y en la operación mueren dos de nuestros más serios, buenos y obedientes agentes. O sea, murieron nueve personas en la última operación, y ninguna de esas muertes nos ha conducido a resolver nada y ni siquiera tenemos una pista, un nombre… Esto es inconcebible, increíble, esto es ridículo-.

 

-Lo lamento general, y comprendo cómo se siente. De corazón, siento mucho la suerte que corrieron nuestros agentes. Estoy en sus manos, general. Cualquier decisión que tome al respecto la comprenderé-, respondió el coronel Pepe El Gordo a las quejas, reclamos y incriminaciones del general. -Haga usted conmigo lo que considere conveniente.-

 

El jefe de la DNCD y el coronel Pepe El Gordo, ambos estaban reunidos desde las siete de la mañana en la oficina del general, y el coronel se sentía molesto y fastidiado, más por lo inútil que había sido la operación, que por las más de 24 horas en que no había podido pegar los ojos.

 

-Aunque debo reconocer que su operación de encubrimiento de la masacre es muy buena, dudo mucho que el Procurador General de la República se la trague-, dijo el general, duramente, acotejándose en la estrecha silla de su despacho. Luego continuó:

 

-Si tanto usted, como yo, y todos los agentes de la Unidad de Reacción Táctica que participaron en la operación de anoche podemos mantener la boca cerrada, e inclusive mentir para hacer lo más creíble que podamos el encubrimiento de la masacre, sería lo mejor que nos podría suceder-.

 

El general hizo una pausa, y con una mirada serena miró al coronel directamente a los ojos y continuó:

 

-Quizás usted no está consciente de la situación coronel, pero por los complejas que se están tornando estas masacres, y por el curso peligroso que han tomado las investigaciones, es muy probable que seamos removidos de nuestros cargos, y estoy casi seguro de que dentro de pocos días la DEA solicitará su intervención en estos casos-.   

 

Desde hacía días el coronel había pensado que eso podría ocurrir en cualquier momento. A la verdad estaba tan agobiado y extenuado, que le importaba poco lo que pudiera suceder.

 

El general se levantó ágilmente de la silla de su escritorio, para irse a la reunión que tenía pautada con el procurador, a las ocho de la mañana.

 

-Es mejor que se vaya a descansar, coronel-, le recomendó. -Posiblemente no seguirá al mando de estas investigaciones, pero continuará en ellas como principal oficial investigador. Yo me encargaré de que sea así. Confío mucho en usted, coronel. De estas masacres estamos aprendiendo algo, aunque la lección principal es que nuestros recursos para combatir el narco son cada día más escasos y limitados-.

 

-Creo que será mejor así, general. Me muero por contribuir con algún cerebro pensante que salga de la DNCD. Como quiera que sea yo estaré cerca-, repuso el coronel.

 

El general lo despidió con una mirada franca, llena de confianza, y le dijo:

 

-He depositado mi fe en usted desde el primer día que asumí como jefe de la DNCD. Por eso, cuando me recomendaron que lo removiera de su puesto como jefe de Operaciones, lo transferí a la jefatura de Decomisos, que para mí es tanto o más importante que Operaciones-.

 

-Le agradezco su confianza general-, respondió el coronel. -Pero debo reconocer que estos sicarios me tienen despistado. Honestamente hablando, en estos momentos no sé ni por dónde empezar para resolver estos casos, y la última operación me ha dejado más confuso y perplejo de lo que estos sujetos son capaces de hacer. Ahora mismo no nos sirve de nada que, a estas alturas, ni siquiera sepamos a quién estamos persiguiendo.-

 

-Yo, el jefe de Operaciones y usted nos haremos cargo personalmente de estos casos-, dijo el general. -Necesitamos redoblar el equipo que esté al frente, y reforzar el batallón. Mientras estemos aquí esta misión es indispensable para nuestra permanencia en la DNCD-.

 

-Definitivamente es muy necesaria-, añadió el coronel, planchando con la palma de su mano su sucio y arrugado uniforme. Si no podemos apresar estos capos, perderemos el control-.

 

-No sea tan fatalista y levante ese ánimo-, agregó el general. -Algo hemos avanzado. Si quiere hablar conmigo, alguna otra cosa que se nos esté olvidando, dígamelo antes que me vaya-.

 

-No tengo nada más que comentarle. Eso es todo, general-.

 

-Pues tómese el día libre y descanse bien esta noche, que mañana nos reuniremos en la mañana-, le ordenó el general.

 

-Entendido-, respondió.

 

Ambos se marcharon en direcciones opuestas. El general se dirigió a su reunión con el procurador y el coronel se encaminó por otro lado hacia el estacionamiento.

 

Cuando el coronel comenzó a caminar por el pasillo se encontró solo, y llamó por teléfono a su ayudante, el joven, primer teniente Edwin José Echavarría, quien se encontraba barajando por las oficinas de la DNCD.

 

Ambos se encontraron en la antesala del edificio.

 

-Teniente, estoy muy cansado, lléveme a la casa- le ordenó.

 

-Entendido-, contestó el teniente.

 

Ambos se montaron en la yipeta Prado asignada al coronel.

 

-¿Qué le pasa jefe que lo veo tan desanimado? ¿Parece que se ha complicado la investigación de la última masacre?-, preguntó el teniente.

 

-Qué va. Las cosas van mejor de lo que pensaba-, dijo el coronel. -Estamos atando algunos cabos que todavía andan sueltos-, dijo secamente.

 

-Lo que pasa es que no he dormido en casi dos días, y estoy que me caigo del sueño-, repuso.

 

En el trayecto hacia su casa el coronel venía pensando en lo que podría hacer ahora para mejorar las investigaciones. Había llegado el momento de volver a estudiar los archivos, revisarlos, mirar de nuevo los casos de las últimas masacres, re leerlos, voltearlos por completo de delante hacia atrás, virarlos al revés, para poderlos descifrar.

 

Por un monto el coronel se sintió impotente, desesperanzado. Los tiempos había cambiado. Lejos estaban ya los días en que las unidades a las que estaba al mando podían resolver los casos más difíciles y complejos con las torturas eficientes y los ahogamientos simulados que practicaban en la jefatura de Operaciones, con los detenidos en casos de envergadura.

 

Más lejos estaba el tiempo en que tanto él como los oficiales de las unidades podían infiltrarse en las operaciones de cualquier organización importante que meneara muchos kilos y hacer ventas con la organización que luego servirían de pruebas en los tribunales.

 

Los tiempos han cambiado. La tortura había sido prohibida, hasta el punto de que los investigadores tenían que llegar al intercambio de disparos para controlar y poner a rayas al crimen organizado.

 

Ya las operaciones del narcotráfico se habían sofisticado, y los capos invertían cuantiosos recursos en armas, cámaras y equipos técnicos de última generación para evadir los organismos de seguridad.

 

También había modernizado su manera de operar en cuanto a la compra y venta de mercancías, y además había sofisticado sus sistemas de lavado del dinero proveniente del narcotráfico, que en un abrir y cerrar de ojos convertía el flujo de efectivo de la venta de drogas en capitales completamente legales, difíciles de detectar por las autoridades, y todavía más difíciles de decomisar.

 

El misterio de las últimas masacres acaecidas, le había hecho sentir un inútil, y pese a que apenas cumplía los 45 años el coronel comenzó a pensar en estos días en la posibilidad del retiro, porque las cosas se habían complicado más aún con la entrada en vigencia del Nuevo Código Procesal Penal, que en su opinión, era muy benévolo con los delincuentes, y todavía más complaciente con los narcotraficantes.

 

También lo había desmoralizado cuando comenzó a ver una irrupción de los políticos en el crimen organizado, y de igual forma lo encolerizaba el incremento en el consumo, porque al ser la isla un punto estratégico de tránsito, los cárteles estaban pagando en especie, lo que causaba una sobreoferta de drogas localmente y un aumento vertiginoso en el consumo entre jóvenes y adolescentes.

 

Al coronel solo le quedaba la satisfacción del deber cumplido, pese a lo que muchos puedan pensar, porque por su pericia y valor había resuelto la mayoría de los casos más difíciles de drogas en la República Dominicana.

 

El coronel y el teniente llegaron a su casa del ensanche Naco y cuando se dirigía a abrir la puerta, le llamó el agente de investigaciones que estaba adscrito al Aeropuerto Internacional Las Américas, para reportarle la entrada, desde temprano en la mañana, de cinco pasajeros provenientes de Colombia, que presentaban perfiles sospechosos.  

 

El agente le reportó al coronel que había tirado algunas fotos a los sospechosos, como también tomaron unos videos sin que ellos se dieran cuenta, a cada uno de ellos para reconocimiento facial, y además tenían todos los datos a mano de sus identificaciones para suministrárselo a su requerimiento para un pronto análisis.

 

-Buen trabajo agente. Usted ha hecho una maravillosa labor, que creo que hará avanzar nuestras investigaciones. Por ahora guárdelos bien, que voy a pasar por allá esta noche o mañana en la mañana para recoger los datos-, contestó el coronel. Luego se despidió y colgó.

 

Por ahí andaba la solución de esos casos, pensó Pepe El Gordo, abriendo la puerta de su casa. La llegada de los colombianos indica que habrá más acción, quizás como nunca antes la ha visto en el país, calculó.

 

Cualquiera podía leer y descifrar que estas masacres presagiaban una guerra entre carteles a escala mayor. La pregunta del millón sería si los colombianos vendrían a fortalecer o atacar al Cartel de Cali, que obviamente era la organización que había recibido los ataques recientes, e indiscutiblemente era la organización para la cual trabajaban los verdugos del Pentágono del Mal.  

 

El coronel había barajado las dos posibilidades, por el simple análisis de los hechos. El coronel entró en la casa y de inmediato subió las escaleras para dirigirse a su cuarto, encendió el ventilador de techo para refrescar su cama, y abrió la ventana principal de la habitación.

 

Soplaba el viento fresco de la mañana cuando el coronel se quitó las botas y el uniforme y sin bañarse se tiró en la cama.

 

Luego, recostado en la cama imaginó los rostros de los colombianos que habían llegado en los vuelos de la mañana, pensando en que por ahí andaba la solución de estos casos, cuando de pronto quedó completamente dormido.