Capítulo 7
Lily había sentido que se le aceleraba el corazón cuando vio a Rule ponerse en guardia. Había corrido para cubrir los últimos escalones, con el arma lista para disparar. Pero después Rule se había relajado y le había preguntado a alguien qué estaba haciendo allí.
—Buena pregunta —dijo Lily, y detuvo su carrera. Maldita sea, estaba demasiado cansada para soportar otro subidón de adrenalina. Su corazón seguía latiendo, pero se sentía débil. Esperaba no desmayarse y caerse de cara contra el suelo.
—También son buenas preguntas quién, cómo y por qué, pero estoy tentada de pasar de hacerlas y simplemente decir «buenas noches».
—Haré todo lo que pueda para que eso de las buenas noches llegue cuanto antes. —Rule entró y Lily obtuvo así una respuesta a sus muchas preguntas.
Solo había una silla en su pequeña y austera sala de estar. Y su visitante inesperado no la estaba usando. En vez de eso estaba sentado en un almohadón en el suelo, cerca de la mesita de café, y movía los dedos en el aire. Vestía una camisa azul oscuro, sin cuello y abotonada apenas hasta la mitad del torso. Iba descalzo, y su cabello color canela había crecido demasiado. Con la cabeza inclinada, el pelo ocultaba la mayor parte de un rostro que Lily sabía que era arrebatadoramente hermoso.
Cullen miró hacia arriba.
—Hola, cariño. Vaya vestido más horroroso llevas. ¿La sangre es tuya?
Lily suspiró.
—Sé que cerré la puerta con llave y, sin embargo, aquí estás. En mi salón. Sin haber sido invitado.
—Ah, bueno. He pensado que no querrías que esperara ahí fuera, sentado en el frío hormigón; o al menos sabía que yo no quería. Llevo aquí... —Sus dedos se detuvieron—. Dios mío, tiene que ser ya pasada la medianoche. —Cullen examinó a Lily de arriba abajo con sus brillantes ojos azules a los que ella todavía no se había acostumbrado del todo. Tres semanas atrás, en lugar de ojos no había tenido más que sendos vacíos, profundos y oscuros—. Parece ser que habéis tenido una noche muy movidita. ¿Sexo duro?
Lily gruñó y se encaminó hacia la cocina.
—Vamos, Harry. —Y se sintió inmediatamente humillada cuando Rule la recogió en brazos, mientras ahogaba un grito de sorpresa en el último segundo—. No hagas eso cuando vaya armada.
—Tiene razón, sabes—dijo Cullen.
Rule depositó a Lily en su enorme sillón.
—Ahora puedes librarte de esa arma. Yo me ocuparé de Harry y luego me libraré de Cullen. Y antes de que empieces a gritarme tienes que saber —añadió Rule mientras se ponía de cuclillas delante de Lily—, que estoy acostumbrado a que me griten por mi comportamiento dominante.
Cullen rio.
—Se refiere al rho. El viejo está sanando, pero le está llevando más de lo normal debido a su edad. Se lo pasa muy bien incordiando todo el rato. La semana pasada le echó una bronca descomunal a Rule por haber seguido las instrucciones de Nettie en lo referente a la reunión del Consejo.
El jueves pasado Rule le había contado a Lily que tenía que ocuparse de algunos asuntos del clan. No había mencionado que se tratara de una reunión del Consejo. Rule no tenía por qué contárselo todo, pero ahora Lily formaba parte del clan, ¿no era cierto? ¿No debería habérselo contado?
Lily observó los ojos de Rule que la miraban fijamente; ojos oscuros, no azul claro y brillante como los de su amigo. Su rostro era hermoso pero imperfecto. La nariz era demasiado estrecha, y quizá ligeramente demasiado larga. Sus labios eran demasiado delgados y las orejas...
La oreja izquierda de Rule estaba situada un poquito más arriba que la de la derecha.
Qué gracia. Lily nunca se había dado cuenta hasta ese instante.
Lily se inclinó para dejar el arma en el suelo, al lado del sillón, y después se incorporó de modo que pudiera seguir observando aquella oreja imperfectamente situada. Los sentimientos la abordaron como una troupe de acróbatas: saltando, rodando, subiéndose unos encima de otros en un precario equilibrio. Y se dio cuenta de que estaba sonriendo.
—Voy a tener que inventarme algo impresionante de verdad para igualar las broncas de tu padre. No creo que pueda estar a la altura.
—Tú eres impresionante. —Rule se inclinó hacia ella para darle un beso—. Todo el rato.
—Qué bonito —dice Cullen—. Y en general disfrutaría mucho observando vuestros jueguecitos, pero he venido por una razón. Os agradecería que dejarais los besitos y los arrullos para otro momento.
—Estoy demasiado cansada para matarlo —dijo Lily—. Hazlo tú.
—Primero le daré de comer a Harry—dijo Rule poniéndose de pie—. Que no es un gran gato guardián, precisamente.
Cullen meneó la cabeza sin dejar de mirar el espacio vacío que había entre sus manos.
—No te preocupes por Harry. Ya le he dado de comer.
Por eso Harry, en vez de mirarlos insistentemente desde el umbral de la puerta de la cocina, estaba sentado en la mesita de café con los ojos fijos en Cullen.
—¿Qué le has dado? —preguntó Lily. Se suponía que Harry estaba a dieta, aunque sobre ese tema el gato no estaba en absoluto de acuerdo con el veterinario.
—Jamón. Tenías un poco en la nevera y parecía que le gustaba mucho. Se ha puesto morado antes de salir a la calle otra vez. Y yo me he comido un sándwich. —Se detuvo para fruncirle el ceño al gato—. Déjalo ya.
Rule meneó la cabeza, se agachó, cogió a Lily en brazos de modo que él pudiera sentarse en el sillón con ella. Era un sillón grande y cabían los dos... siempre y cuando ella apoyara sus piernas en el regazo de él.
Al menos así era como Rule la había colocado.
—Vamos a tener que hablar seriamente sobre esta costumbre que has adquirido de moverme según te convenga.
—Te prometo que más tarde serás tú la que podrás hacer conmigo lo que quieras.
La imaginación de Lily se aferró a la imagen del largo y hermoso cuerpo de Rule colocado en una posición particularmente atractiva, y de pronto, sintió que su cuerpo ya no era un lugar terrible en el que estar, a pesar de los dolores.
Él lo sabía, por supuesto. Más que nada porque el olor de Lily se lo había dicho. Los labios de Rule se curvaron hacia arriba, pero sus ojos permanecieron oscuros y serios mientras recolocaba un mechón rebelde de Lily.
—Cuando hayas descansado, nadia —susurró.
Lily arqueó las cejas.
—Ya veremos. —Después miró a Cullen y suspiró—. Al grano. Has dicho que tenías una razón para estar aquí.
—Medio segundo. Maldita bestia metomentodo —murmuró Cullen mientras meneaba el dedo meñique como si estuviera enganchado con algo—. Yo solía tener un gato como mascota —añadió, como si eso lo explicara todo—. No pueden resistirse a dar su opinión... Ya está.
—Cullen —dijo Lily exasperada—, ¿se puede saber qué estás haciendo?
Cullen alzó la mirada. Su rápida sonrisa hizo que pasara de ser un chiflado molesto a un encanto.
—Mientras os esperaba he estado jugueteando con algunas sorcéri que tienes por aquí. Hay un montón, sobre todo para ser un lugar que no tiene ningún nodo cerca. Quizá sea por el mar... Pero no creo que os apetezca escuchar una disertación sobre el tema. ¿Queréis echarle un vistazo?
Sin esperar una respuesta, inclinó las manos hacia delante mientras murmuraba algo y de pronto en sus manos apareció una bola del tamaño de una pelota de tenis hecha de gusanos que se retorcían y brillaban.
Un segundo después, la bola parpadeó y volvió a ser invisible. Lily estaba impresionada a su pesar.
—¿Eso era sorcéri? No sabía que podías hacer que fuera visible para aquellos que no son hechiceros.
—Un truco nuevo. —Se le veía muy satisfecho de sí mismo—. Todavía no he descubierto cómo hacer que sea estable, así que su utilidad es limitada. Sin embargo, es un buen espectáculo, ¿eh?
Rule no sonaba tan satisfecho.
—Creía que era peligroso manejar sorcéri de forma directa sin emplear un hechizo.
—Estas son muy débiles. Y yo soy muy bueno. Ciao —dijo, y dio una palmada, al parecer para disipar las energías con las que había estado trabajando. El gato giró la cabeza como si siguiera con la mirada algo invisible que flotara hacia el rincón.
—¿Los gatos también las ven? —preguntó Lily.
Cullen se encogió de hombros.
—Algunos. Por eso las brujas los eligen como mascotas.
Lily consideró eso durante unos instantes.
—¿Y qué es lo que acabas de hacer? Has cambiado algo en las sorcéri, ¿no? En ellas, no en nosotros.
Cullen arqueó las cejas.
—Normalmente no sueles hacer preguntas tan estúpidas. Aparte de que Rule me mataría si le hiciera algo mágico sin su consentimiento. Modificar a la gente directamente es muy, muy delicado. Y confieso que no estoy por la labor. Aunque no creo que lo esté nadie que viva en esta esfera, a no ser que estemos entreteniendo a un señor de los hados o algo así. De todas maneras, tú eres inmune, lo que nos lleva de vuelta a eso de la pregunta estúpida. ¿Qué está pasando?
—Un demonio ha atacado a Lily —dijo Rule de la forma más directa posible—. Quizá haya dejado algún residuo tras él.
Cullen se quedó muy quieto. Solo sus ojos se movían y estaban fijos en Lily.
—No estoy poseída —dijo Lily irritada—. Nettie lo ha comprobado. Pero el demonio ha dejado algún rastro en mí. No debería ser posible, pero ha sucedido.
—¿Estás bien?
—Aparte de que me estén molestando en mi propia casa cuando lo único que quiero es irme a la cama sí, estoy bien.
Una sonrisa iluminó el rostro de Cullen.
—Es maravilloso. Jodidamente maravilloso.
Lily apoyó la cabeza en el hombro de Rule.
—¿Cómo puedo hacer que se vaya?
—Lo siento. —Cullen se puso de pie con un movimiento ágil, y nada en su expresión indicaba que de verdad lo sintiera. Empezó a pasearse por la sala. Cullen era bailarín. De danza exótica para ser más exactos, una profesión más conocida como estríper, y, por muy molesto que pudiera llegar a ser, siempre era un placer verlo en movimiento. Era la persona más naturalmente grácil que Lily había visto nunca.
—Ya sabes que soy un cabrón egoísta. Es solo que ahora no tendrás ninguna excusa para rechazarme.
—¿Rechazarte?
Rule respondió antes de que lo hiciera Cullen.
—Quiere formar parte del equipo que va a la caza de Harlowe. De forma oficial.
Lily alzó la cabeza y buscó los ojos de Rule. Ella ya se había imaginado que Cullen estaría llevando a cabo su propia búsqueda. Y se había preguntado si Rule sabría algo sobre el tema... y no había querido preguntar. Al parecer, sí que sabía y no había querido compartirlo con ella.
Su relación encerraba algunos detalles delicados en lo que a lealtad se refería, por ambas partes. Miró a Cullen.
—¿Porqué?
—El báculo, por supuesto. Tengo que encontrarlo y destruirlo.
Una oleada de compasión sacudió a Lily. Cullen había sufrido lo indecible tras haber sido hecho prisionero por Helen la Loca. A causa de sus barreras mentales mágicas, Helen no había podido tomar posesión de su mente empleando el báculo, cosa que la había enfurecido sobremanera.
Le habían sacado los ojos. Le habían encerrado en una jaula de cristal y solo le habían quitado los grilletes para interrogarlo. Le habían dado varias palizas y le habían amenazado constantemente con la muerte.
Lily no culpaba a Cullen por odiar, pero su odio lo convertía en alguien en el que resultaba difícil confiar. Incluso si la hechicería no fuera ilegal, Lily no habría podido dejar que Cullen se uniera al equipo.
—No puedo. Lo siento.
—No te estoy pidiendo que sea algo oficial. Puedes hacerme consultor, como Rule. Me necesitas. —Se acercó aún más—. Puedo ayudarte a localizarlo.
—Ya tenemos a un localizador en el equipo.
Cullen arqueó las cejas.
—Incluso aunque fuera buena...
—Espera un segundo. ¿Por qué das por supuesto que es una mujer?
—Probabilidades. Casi todos los localizadores que merecen la pena son mujeres. —Mientras Lily trataba de absorber aquella nueva información, Cullen siguió con su discurso—. Los localizadores necesitan algo concreto en lo que concentrarse y tú no tienes un trozo de esa abominación de báculo para que tu localizadora pueda empezar a trabajar, ¿me equivoco? Así que tendrá que intentar localizar a Harlowe, pero está protegido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lily.
—He escrutado mi bola. Está protegido de alguna manera, al igual que el báculo.
Si Cullen tenía razón, Cynna no iba a ser la ayuda determinante que Lily había esperado.
—Si una localizadora no puede encontrar a Harlowe, ¿cómo podrás tú?
La sonrisa de Cullen le hizo recordar a Harry. Engreída.
—No está protegido todo el rato, y al contrario que localizar, escrutar no está sujeto a un momento determinado.
—Me he perdido.
—Al escrutar, las imágenes proceden de los elementales. Agua es el pasado, tierra el presente, aire el futuro y fuego lo mezcla todo. Yo escruto utilizando el fuego, lo que significa que empleo elementales de fuego y puedo obtener imágenes del pasado, del presente o del futuro. — Hizo una pausa—. Hace dos días, vi a Harlowe en las llamas. Y no tenía el báculo.
—Hace dos días. —Lily sintió que la ira la golpeaba con renovada fuerza. Dejó caer los pies al suelo y adoptó una postura más seria—. Te ha costado mencionarlo.
—Estás enfadada —observó—. ¿Pero por qué debería sentirme obligado a darte información, si tú no tienes intención de contarme nada? Y no te escudes detrás de tu placa. No puedes obligarme a que divulgue una información que la ley no reconoce como válida.
—Yo sí puedo —dijo Rule de forma neutra—. Y lo haré, si es necesario. Han atacado a Lily esta noche.
Durante un largo rato los dos hombres se miraron sin decir palabra. Parecía que estuvieran intercambiando una serie de complejos mensajes. Finalmente, Cullen sonrió.
—Afortunadamente no va a ser necesario. Como he dicho antes, para eso he venido. Me ha llevado dos días porque necesitaba comprobar mis investigaciones para estar seguro de mis conclusiones. Y al parecer mi impresión inicial era correcta. He visto a Harlowe en el infierno.
Lily parpadeó.
—He pensado... cuando has dicho en las llamas, creía que te referías a las llamas que escrutas. Si Harlowe está en el infierno, está fuera de nuestro alcance.
—Borra de tu mente cualquier dibujo animado teológico que te hayas podido montar. — Cullen caminó hasta la puerta donde lo esperaba Harry, meneando la cola.
—Y es verdad que me refería a mi llama de escrutar y no a las de tipo sulfuroso. El infierno no es el destino de los pecadores muertos. Al menos, este no lo es. —Apoyó la mano en la puerta—. No puedo decir lo mismo de los demás.
¿Este infierno? ¿Los demás? ¿Cuántos infiernos existían? Lily se masajeó las sienes.
—Harry no debe salir a la calle tan tarde.
—¿No? —Cullen alzó una ceja y miró al gato—. Lo siento. Su puerta, sus normas. En cualquier caso, el infierno, o llámalo Dis, si lo prefieres —dijo mientras volvía a sentarse al lado de la mesita de café—. Según mis fuentes, así es como lo llaman los nativos del lugar. ¿Me pregunto si tomaron prestado el nombre de la obra de Dante o fueron ellos los que lo inspiraron? Sea como sea, Dis es la esfera de los demonios.
—¿Y dices que Harlowe está allí?
—Está, estaba o estará, semana arriba, semana abajo. Parece que encaja muy bien con eso del ataque del demonio, ¿eh?
—Diablos, claro que sí... —Lily parpadeó. La expresión había sido demasiado adecuada—. ¿Cómo puedes saber dónde estaba?
—Demonios, cariño. Había un par de demonios con él.
—Creemos que Ella también podría estar allí —dijo Rule—. Es la esfera más cercana a nuestro mundo y sabemos que Ella intentó abrir una puerta. Quizá se llevó a Harlowe con Ella cuando su intento resultó fallido.
Cullen lanzó una sonrisa.
—Gracias a nuestros heroicos esfuerzos. Aunque a mí no me pareció que Harlowe fuera un devoto seguidor de Ella. Parecía más un oportunista. No creo que Ella estuviera dispuesta a hacer un esfuerzo tan grande por él. Pero puede ser que Harlowe pusiera sus manos sobre el báculo y que este volviera a Ella cuando tú —y señaló a Lily— mataste a Helen. Harlowe hizo el viaje de polizonte.
Cuando tú mataste a Helen... Sus manos sujetando aquella cabeza rubia y golpeándola sin descanso contra el duro suelo de piedra de la cueva.
Los fríos dedos de la culpa, o de la superstición, se hundieron en el interior de Lily y dejaron un rastro viscoso a su paso. Lily sacudió la cabeza. Maldita sea, no se iba a culpar a sí misma por algo que había tenido que hacer.
—Así que crees que Harlowe acabó en el infierno por accidente.
—Podría ser. —Pero desechó la idea con un gesto de la mano—. Lo que no nos dice nada, y además, nos estamos desviando del tema.
—Y claro, tú eres un tipo que nunca se desvía de los temas.
—No tengo ganas de discutir. —Se inclinó hacia delante. Una piedra brillante que colgaba de una cuerda de cuero asomó por el cuello de su camisa.
—¿Eso es un diamante? —preguntó Lily sorprendida. Cullen no nadaba en dinero, precisamente. Rule le había dicho que casi todo lo que tenía se lo gastaba en fragmentos de viejos libros de hechizos y cosas así.
—Sintético. Bonito, ¿verdad? —Cullen devolvió el colgante al interior de la camisa, después se levantó y se estiró. Durante unos instantes pareció más un gato que el hombre lobo a tiempo parcial que era en realidad—. No voy a presionarte para que tomes una decisión ahora mismo. Es tarde, estás cansada, un poco maltrecha y probablemente no sientas la más mínima inclinación por apoyar mi causa. Pero piensa en esto: ¿Cómo piensas destruir el báculo sin mí?
—Ah. —Ese era Rule—. Así que eso es lo que te traes entre manos. —Y recitó en un murmullo—: Suus scipio, Id uri, uri, viril In Níger ignis incendi, Aduri vulnus ex mundus.
—Exactamente. Y debo decir que me alegra que tengas tan presente el Indomitus. Hoy en día hay mucha gente que lo ignora por completo.
—Acostumbrabas a citarlo cuando te emborrachabas.
—Siempre he tenido muy buena memoria —dijo Cullen satisfecho de sí mismo.
—¿De qué diablos estáis hablando? Un resumen, por favor. —Lily se masajeó las sienes y se preguntó si en algún momento le permitirían irse a la cama—. Parecía como si estuvieras recitando poesía.
—Bingo —dijo Cullen—. El Indomitus es un poema épico escrito en latín muy antiguo, de mucho antes de que los clanes se configuraran como los conocemos en la actualidad. Hoy en día no lo utilizamos mucho —añadió con un tono de desaprobación bastante evidente—. El inglés lo está sustituyendo como nuestra lengua común, al igual que sucede entre los humanos.
Rule le cortó.
—Creo que Lily preferiría escuchar una traducción en vez de una disertación lingüística. El poema relata hechos de la gran guerra —explicó a Lily—. La parte que he recitado habla del báculo de Gelsuid, que era un avatar de la diosa a la que no nombramos.
—Algo me dice que no estamos hablando precisamente de la Primera Guerra Mundial. Déjalo —dijo apresurada—. Deja las leyendas de los clanes para más tarde. Solo dime por qué crees que un fragmento de ese viejo poema tiene algo que ver con un báculo que estamos buscando en la actualidad.
Cullen se encogió de hombros.
—Es el mismo báculo.
—Vamos, hombre. No tienes ni una sola razón para pensar que...
—Cuando estuvimos en las cariñosas manos de Helen viste cómo sujetaba un trozo de madera largo y negro. Pero yo no veía eso.
Por aquel entonces le acababan de sacar los ojos a Cullen, pero aun así Lily sabía que las sorcéri seguían siendo «visibles» para él. Así que el báculo había aparecido también en su radar de hechicero.
—Me rindo. ¿Qué viste?
—Una herida, una grieta, un desgarro en el tejido del mundo. El báculo de madera que tú veías quizá fuera de nueva fabricación, pero en realidad es un antiguo rasgón practicado en la realidad de nuestro mundo. Por eso me necesitas, para cerrar ese agujero. «Cauterizar la herida», como dice el poema. —Se le veía bastante animado ante la perspectiva—. Soy muy bueno con el fuego.
—Lo eres —dijo Rule—. Pero el Indomitus habla de quemar el báculo con «fuego negro». Y nunca te he visto usar nada parecido. Ni siquiera estoy seguro de lo que es.
—Fuego mágico. Es un poco peligroso. Nunca me había hecho falta emplearlo, pero estoy aprendiendo.
Teniendo en cuenta que a Cullen le gustaba jugar con las sorcéri que había extraviadas en su salón, Lily prefería no saber qué es lo que él consideraba «un poco peligroso».
—Espero que estés entrenando bien lejos de cualquier área poblada.
Cullen le lanzó una mirada de reproche.
—Por supuesto que sí. No merece la pena alarmar a los vecinos con algún incendio ocasional.
Lily abrió la boca con la intención de mencionar más peligros que ella asociaba con el fuego, pero en vez de eso, bostezó.
—Lo siento. Cualquiera diría que un desgarro en el tejido de la realidad debería ser lo suficientemente importante para mantenerme despierta.
—En otras palabras —dijo Rule—, buenas noches, Cullen.
Cullen rio.
—Sé cuándo me están echando, gracias. —Se acercó a Lily lo suficiente para inclinarse y darle un beso en la mejilla—. Duerme un poco, cariño. Puedes freírme a preguntas cuando yo te inunde de peticiones en otro momento.
—Por una vez deja encendido tu móvil y lo haré.
—Por ti, lo dejaré encendido. —Caminó hacia la puerta.
—Cullen...
—¿Sí? —Sus cejas se arquearon—. ¿Has cambiado de idea? ¿Vas a acceder a todos mis deseos?
—¿Qué sabes sobre posesiones?
—No mucho. Los jefazos religiosos mantienen la boca bien cerrada sobre el tema, siempre ha sido así. No quieren que les pisen el césped, supongo. Aun así, mi conocimiento sobre el tema, por muy fragmentado que pueda ser, sería muy difícil de transmitir completamente antes de que Rule me agarre por el cuello de la camisa y me eche de aquí. ¿Hay algo en particular que quieras saber?
Lily se sintió un poco avergonzada de hacer la siguiente pregunta.
—¿Por qué la fe es una protección?
—Que me vaya al infierno si lo sé. —Sonrió—. Un pequeño chiste. No sé si realmente la fe es una protección.
—Nettie lo cree. Y también el FBI.
Cullen arqueó las cejas.
—¿En serio? Interesante... Quizá El exorcista por lo menos acertara en una cosa. —Sonrió a Rule—. ¿Recuerdas cuando la estrenaron? La gente pensaba que todo era real. Un montón de idiotas salieron de no se sabe dónde afirmando que eran expertos sobre el tema. Dios, recuerdo a aquel gilipollas en el programa de Phil Donahue diciendo que había practicado docenas de exorcismos. Docenas. —Rio.
Lily también rio, pero su risa estaba cargada de sarcasmo.
—Estás minando tu credibilidad, Cullen. El exorcista llegó a los cines antes de que yo naciera. Y quizá Rule y tú acabarais de abandonar los pañales, pero no erais mucho mayores.
Cullen lanzó a Rule una mirada inquisitiva.
—Ah, me has pillado. Me gusta hacerme el importante, pero eso ha sido demasiado obvio, ¿eh?
Pero Cullen no había estado haciéndose el importante. Simplemente había estado conversando de manera informal, sobre algo que esperaba que Rule recordara, pero aquello era absurdo. Lily se dijo a sí misma que se estaba comportando de forma ridícula, pero de todas maneras, la pregunta escapó de sus labios.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Crees que soy un centenario bien conservado? —La sonrisa de Cullen era retadora—. O quizá solo tenga sesenta o setenta. Debería estar en los libros de los récords. No creo que haya otro estríper de mi edad que todavía esté actuando.
Rule le cortó en seco.
—Déjalo.
El estómago de Lily se movió como si fuera en ascensor, como si ella hubiera ido hacia abajo tan rápido que a la gravedad no le hubiera dado tiempo a reaccionar.
Cullen suspiró.
—No tenía intención de meter la pata.
—Lo sé. He estado retrasando el momento de decírselo, esperando el instante adecuado... que no es este, pero no le voy a mentir sobre esto. Ni voy a pedirte a ti que lo hagas.
Lily por fin consiguió formular una pregunta.
—¿Mentir sobre qué?
Rule tocó el pelo de Lily.
—Lo siento, nadia. Debería habértelo dicho.
¿Decirle qué? Esperaba que no tuviera que ver con lo que se estaba imaginando. Aquello era absurdo. Se puso de pie.
—Tú no tienes cien años.
Una leve sonrisa tocó los labios de Rule, labios jóvenes y firmes.
—No. Nada tan extremo. Pero sí que soy mayor de lo que aparento. Mayor de lo que he dejado que creyeras.
El corazón de Lily latía como loco.
—¿Cuántos años tienes?
—Cincuenta y cuatro. Cullen es un poco mayor.
—Cincuenta y nueve en junio. —El gesto de Cullen era realmente de disculpa—. Espero que aprecies que no te haya mentido. Bueno, solo un poco.
Lily miró a aquel hombre joven, alto y hermoso que afirmaba ser mayor que su propia madre y meneó la cabeza.
—No, no es posible.
Ninguno de los dos dijo nada. Cullen parecía estar arrepentido de haber sacado el tema. Rule se había puesto su máscara inescrutable, aquella que impedía que Lily pudiera leer sus sentimientos reflejados en su rostro.
Lo decían en serio. Lily empezó a pasearse.
—¿Por qué nunca he oído nada al respecto? ¿Cómo habéis podido engañar a todo el mundo durante tanto tiempo? —¿Cómo habían podido engañarla a ella?
Rule se levantó. Fue un movimiento elegante y ágil. No era posible que tuviera cincuenta y cuatro años.
—Hemos llegado a extremos insospechados para mantener el secreto. Hasta hace apenas tres años, todavía era legal pegarnos un tiro en cinco estados. La situación podría haberse puesto muy fea si los humanos hubieran sabido que vivimos al menos el doble de tiempo que ellos.
¿El doble?
El corazón de Lily latía demasiado fuerte y demasiado rápido. Sentía la cabeza espesa, como si la tuviera llena de algodón. Ya sabía que Rule era mayor de lo que aparentaba. Y aparentaba ser de la edad de Lily. Su seguridad y aplomo sugerían que era un hombre que había pasado ya la inseguridad y la inefabilidad de la juventud. Treinta y tantos, había pensado ella. Eso era lo que ella le había dicho la primera vez que se habían visto.
—En tu carné de conducir pone que tienes treinta y cinco.
—Bueno. —Cullen se levantó y caminó hasta la puerta—. Luego no digáis que no soy un hombre sensible, porque ahora mismo estoy sintiendo que sobro. —Puso la mano sobre el picaporte.
—Espera —dijo Rule—. ¿Puedes conjurar algunas defensas para la casa? De lo contrario tendremos que embalar a Harry y marcharnos a mi apartamento.
—Claro, puedo hacer algo. No serán defensas reales, eso llevaría mucho tiempo, pero un poco de «no me ves» puede serviros para esta noche. Es un hechizo muy pequeño y muy eficaz. No requiere mucho poder. Confunde la mente de las personas de modo que no puedan localizar el lugar en el que lo he conjurado. Aunque no sé si funcionará con demonios.
—Me gustaría mantener a los demonios fuera.
—No sé de nada que pueda servir para eso —dijo Cullen con franqueza—. Algunos creen que los símbolos sagrados podrían ayudar, pero yo soy bastante escéptico. En los viejos tiempos..., pero no podemos contar con eso, ¿verdad? En cualquier caso, tu casa tiene un sistema de alarma. Los gatos odian a los demonios. Harry se pondrá a maullar si siente a alguno cerca.
Lily buscó a su gato, pero al parecer Harry se había aburrido ya de seguir sentado en la esquina. No se le veía por ningún lado.
—Lo que tú decidas —susurró Rule a Lily.
Las manos de Lily se convirtieron en puños. No se dio cuenta hasta que las uñas empezaron a hacerle daño en las palmas. Se obligó a relajarlas.
—Aquí. Me han encontrado en la boda de mi hermana. Así que también sabrán dónde está tu apartamento.
—¿Cullen?—preguntó Rule.
—Estará bien. ¿Tienes romero?
—¿Te sirve la especia en bote?
Lily vio que no la necesitaban. Recogió su arma.
—Voy a darme una ducha.
Cullen arqueó las cejas.
—¿Armada?
—Quizá tus hechizos no funcionen con demonios, pero te apuesto a que mis balas sí.