Capítulo 2
—¿Y se puede saber por qué —preguntó Rule con un tono que indicaba que se le estaba acabando la paciencia— te has negado a que te traten los técnicos de emergencias?
Lily estaba sentada en el suelo de los lavabos, en medio de una mancha de gasa color verde moho, acariciando las baldosas blancas. En el pasillo, junto a la puerta, un agente de policía uniformado mantenía alejados a los curiosos mientras su compañero recogía declaraciones.
Rule también estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, alejado de Lily para evitar destruir las pruebas que hubiera podido dejar el agresor.
Ella frunció el ceño como si alguien hubiera escrito en el suelo un mensaje desagradable con tinta invisible.
—Querían llevarme al hospital.
Rule miró al corazón de su corazón, a la única mujer que para él existía en el mundo... a la cabezota, terca, que solo admitía que las cosas se hicieran a su manera y que había rechazado el tratamiento médico.
—Fíjate. ¿En qué estarían pensando?
Los labios de Lily amagaron una sonrisa. Y por fin dejó de examinar el fascinante suelo.
—Ya iré después. Mi cabeza es una prueba, más o menos; estoy bien, de verdad. Al contrario que tú, no he perdido ni una gota de sangre.
—Se te ha abierto la herida.
—Pero casi no ha sangrado, y ya me han atiborrado de antibióticos. Me ha examinado mi hermana.
—Sí, y ha dicho que lo más probable es que tengas una conmoción cerebral...
—Una ligera conmoción.
—...Y que deberías ir a urgencias y dejar que te hagan unas pruebas.
—Que tan solo confirmarían que me duele la cabeza, y después de eso me dirían que descansara. Y estoy descansando.
—¡Estás llevando una maldita investigación!
—No tengo mucho tiempo antes de que lleguen los de la PC.
—Estás hablando con acrónimos otra vez.
Lily suspiró fastidiada.
—Los de la policía científica. Quería examinar la escena antes de que lleguen ellos. O Karonski. —Volvió a mirar al suelo una última vez y después alargó una mano—. Y ya he descubierto todo lo que hay para descubrir. ¿Me ayudas a levantarme?
Rule se puso en pie con agilidad, caminó hasta ella y tomó su mano. Con un delicado tirón la ayudó a levantarse y la recogió entre sus brazos. Olió el pelo de Lily. Su esencia se le metió muy dentro, y poco a poco alejó la ira que lo dominaba.
Y tan solo quedó el miedo. Respiró temblorosamente.
—Maldita sea, Lily. Tu cara tiene el color de los calcetines sudados de hacer deporte.
—Muchas gracias por decirme eso. —A pesar de todo, Lily se apoyó en él, dejando que Rule absorbiera su calidez y su peso, el cosquilleo de la excitación y el alivio por haber recuperado su conexión con ella. Rule sabía que ella también adquiría fuerza gracias al contacto. Por lo menos, Lily había llegado a aceptar eso respecto del vínculo. Ya no trataba de negarlo por miedo a que sus necesidades llegaran a devorarla por completo.
Pero no quería vivir con él. Y Rule se prometió a sí mismo que eso iba a cambiar. Después de ese ataque, incluso Lily tenía que ver que no tenía sentido insistir en seguir manteniendo cierta autonomía en sus vidas.
—El uniformado nos está mirando —murmuró.
—Mmm. —El uniformado, como ella se había referido al agente, no estaba muy contento de tener a un lupus en la escena del crimen. El primer impulso del hombre había sido arrestar a Rule como medida cautelar. Y al ser disuadido de hacerlo, lo que quería ahora era sacar a Rule de la escena del crimen.
Desde el punto de vista de un policía era un deseo bastante razonable, supuso Rule. Pero no pensaba dejar sola a Lily. Llegado un punto, el agente había tenido que aceptarlo, aunque no estaba claro si había sido a causa de la identificación de agente federal de Lily, de su pasado cercano como policía de homicidios, o de la simple negación de Rule a marcharse.
Rule acarició el pelo de Lily con la mejilla e intentó respirar su esencia. Y se detuvo.
—Hueles raro.
—Eh. —Se alejó de él—. No más chistes sobre calcetines sudados.
—No raro en ese sentido. —Rule se inclinó sobre ella, olisqueando su hombro y su brazo izquierdo por encima del cabestrillo, donde el olor era más fuerte.
—¿Podrías intentar comportarte de un modo menos extraño?
—Imagínate que estoy moviendo la cola y la situación te resultará más natural. —Rule inhaló profundamente, intentando identificar el olor extraño para aislarlo de los demás—. No puedo situarlo —dijo incorporándose—. No en esta forma.
—Quizá estés oliendo a lo que sea que dejó esas huellas en el suelo.
Lily era una émpata. Era el más raro de los dones, y el más intenso. La magia no podía afectarla, pero podía sentirla, incluso en el más minúsculo rastro dejado por algún acontecimiento o ser sobrenaturales. Las cejas de Rule se arquearon.
—¿Qué has sentido?
—Era raro. Algo... naranja.
—Lo que no me dice nada.
—A mí tampoco. —Sacudió la cabeza—. Yo percibo la magia como una textura, no como un color, y sin embargo, esto... No puedo explicarlo. Nunca había sentido nada parecido.
Lily parecía preocupada, pero Rule se sintió aliviado.
—Entonces no se parecía nada al maldito báculo.
Antes de que Lily pudiera responder, los interrumpieron.
—Disculpe, señora, pero no puede entrar.
Era el agente situado en la puerta. Una voz femenina que les resultó muy familiar le respondió con una andanada de chino, seguido por otra voz familiar, Julia Yu.
—Ya te he dicho que no te iban a dejar entrar. Si no dejan entrar a su madre, no iban a hacer excepciones con su abuela.
Lily suspiró y se liberó de Rule.
—Abuela, no maldigas al agente por hacer su trabajo.
—Yo elijo a quién maldigo y a quién no. Ahora sal de ahí.
La anciana a quien el fornido oficial no quería franquear el paso medía menos de metro cincuenta. Su vestido era rojo y largo hasta los tobillos, al estilo oriental. El cabello negro salpicado de plata estaba recogido en un moño sujeto con dos alfileres esmaltados, y el anillo que lucía en un dedo tenía engastado un rubí ovalado. A pesar de sus años, su columna vertebral era como la de un árbol joven, flexible y recta, y tenía todos los aires de una reina.
Rule no podía mirar a madame Li Lei Yu sin pensar en un gato. Ella sabía quién estaba al mando, fuera lo que fuera lo que pensaran los idiotas que la rodeaban. En aquel momento, era un gato que quería que se le abriera una puerta. Inmediatamente.
Lily miró a Rule exasperada y salió del lavabo de señoras. Rule la siguió.
En el extremo oeste del pasillo, otro agente estaba hablando con una de las mujeres que había estado quejándose de que la puerta del lavabo estaba cerrada. El olor a comida surgía de la cocina cercana, y el sonido de los clientes en la zona pública del restaurante competía con el murmullo de los salones ocupados por los invitados al banquete de bodas.
Allí, bajo los ojos sospechosos del agente de patrulla, las tres mujeres formaron un triángulo, con la más anciana y pequeña situada en el vértice superior. Julia Yu, que estaba en medio, tocó el hombro de su hija, muy preocupada. Lily le sonrió para que se tranquilizara y se giró hacia su abuela.
—Estoy aquí, como has ordenado.
—¡Ja! A mí no me engañas. Has salido porque estabas lista para salir.
Dos pares de ojos negros se encontraron; un par rodeado de arrugas y el otro enmarcado en piel joven y tersa. Las dos mujeres medían casi lo mismo. Y se parecían bastante en muchos aspectos, algunos de ellos visibles y evidentes.
—No querrías que dejara de cumplir con mi deber —dijo Lily.
—Descarada —dijo la abuela—. Siempre has sido una descarada. —Tomó la mejilla de Lily. La piel en el dorso de su mano era tan fina y suave como un delgado pañuelo extendido sobre la delicada arquitectura de huesos y tendones. Sus uñas eran rojas y estaban perfectamente cuidadas—. ¿Estás bien, mi niña?
Lily sonrió.
—A pesar del dolor que me martillea la cabeza desde dentro, sí.
—Entonces tranquiliza a tu madre. Se preocupa.
Julia Yu estaba indignada.
—Tú eres la que ha insistido en venir para ver por ti misma que Lily estaba bien. No te fiabas de mi palabra. Ni de la de Susan, y ella es médico.
Madame Yu ignoró el reproche, retiró su mano y se giró hacia Rule.
—No me has saludado.
—Estoy esperando el momento oportuno. —Se inclinó y besó a la anciana en una de sus suaves mejillas.
Las cejas de la abuela se arquearon.
—¿Flirteas con la abuela de tu amante?
—Flirteo con usted, madame Yu. Es irresistible.
—Bien. Me gusta que me halaguen cuando se hace bien. Dile a tu peculiar amigo que quiero verlo.
—Eh... ¿Y qué peculiar amigo es ese?
Ella rio.
—Tienes tantos, ¿verdad? El guapo.
—Habla de Cullen —dijo Lily secamente.
Por supuesto que hablaba de Cullen. Rule miró a la anciana, preguntándose si quería saber para qué aquella mujer quería ver a Cullen. Quizá no, decidió.
—Le daré su número de teléfono, pero no suele cogerlo siempre.
—No me gustan los teléfonos. Dile que venga a verme cuando vuelva.
—¿Cuándo vuelvas? —Preguntó Julia Yu frunciendo el ceño—. ¿De qué estás hablando? No vas a ninguna parte. No te gusta viajar.
—Mañana cojo un avión. Vuelo a China.
En el súbito silencio que siguió a aquella revelación, Rule observó los rostros de las tres mujeres. Julia Yu estaba en estado de shock. Madame Yu, obviamente, estaba disfrutando de la reacción que había suscitado su anuncio en su nuera. Y Lily... su malestar era patente, al menos para él. Lo demostraba en su súbita inmovilidad, su falta de expresión, el cambio en su olor.
Rule se acercó a ella.
—No ha sido una decisión repentina —dijo a la anciana mujer con cierto tono de reproche—. No se puede conseguir un visado para China de un día para otro.
—¿No se puede? —La expresión de su rostro revelaba que lo del viaje se le acababa de ocurrir. Se encogió de hombros y habló a su nieta—. Durante años he pensado en hacer ese viaje. Llevo muchos años en América. Hay personas y lugares en China que quiero volver a ver antes de morir. O de que mueran ellos.
—Siempre has hablado de hacer un viaje —admitió Lily—, pero nunca has hecho planes. ¿Por qué ahora?
—Soy una mujer anciana. Se me ha recordado recientemente.
El inesperado tono de amargura en la voz de la abuela hizo que Rule pensara en la batalla de hacía dos semanas, una que había implicado a un buen número de azá armados, a él mismo, a Cullen, a Lily, a un puñado de agentes del FBI, a algunos hombres lobo... y a un tigre bastante grande.
En aquel momento a Rule no le había parecido que madame Li Lei Yu fuera muy anciana.
Lily recuperó el control de la situación.
—¿Li Quin va contigo?
—Ella también tiene personas a las que ver y lugares que visitar. Mis jardines... —Detuvo su discurso volviéndose hacia el extremo este del pasillo a la vez que Rule.
Rule ya sabía quién se acercaba, ya que era capaz de identificar el sonido de los pasos. Y un instante después, el hombre en cuestión torció la esquina y apareció en el pasillo: Abel Karonski, a veces amigo, siempre agente del FBI, parte de la División de Crímenes Mágicos. Y brujo. La bolsa que llevaba con él a todas partes no servía precisamente para transportar archivos ni ropa de recambio.
Pero la persona que acompañaba a Abel no era su compañero, Martin Croft. En vez de eso, el agente caminaba al lado de una mujer alta y desgarbada, con el pelo rubio plateado cortado como un chico, media docena de aros en cada oreja, un traje gris que le quedaba fatal y un par de profundos ojos del color del güisqui añejo.
La mayoría de la gente no llegaba a fijarse en sus ojos. No en un primer momento, al menos. Todo lo que veían eran los tatuajes.
—¡Cynna!—exclamó Rule.
La boca de la mujer se ladeó un poco entre las marcas color índigo que recorrían su rostro desde las mejillas hasta la barbilla.
—Hola, Rule. Qué casualidad encontrarnos aquí, ¿eh?
—Hay algunos pocos que no te los conozco —dijo Rule mientras tomaba asiento.
Tras una breve confusión, Lily, Rule, Karonski y la agente recién incorporada a aquel grupo especial del FBI, se acomodaron en uno de los pequeños comedores privados del restaurante. Contenía una mesa, seis sillas y una jarra de café.
—Más que unos pocos, pero a algunos no les gusta salir a la luz en compañía tan refinada. —La sonrisa de la mujer redibujó los tatuajes de sus mejillas—. Maldita sea, tienes buen aspecto. No has cambiado ni un ápice. Quizá más tarde te apetezca echarle un vistazo más de cerca a mis nuevos tatuajes.
Lily se sentó en la silla que había elegido Rule. Supuso que debía empezar a acostumbrarse a que las mujeres se le insinuaran a Rule. Iba a suceder continuamente.
—Maldita sea, Cynna, te he dicho que...
—Y yo te he respondido que no son más que tonterías. Rule es un lupus.
—Ah, Cynna. —La sonrisa de Rule tenía, sin duda, un ligero tono de pesar—. Aunque no tengo duda de que sería una tarea de lo más placentera, me temo que voy a tener que rechazar tu proposición. No estoy disponible.
Las cejas de la mujer se arquearon. Miró a Lily con una expresión que resultaba difícil descifrar debajo de todos aquellos tatuajes. Pero no parecía muy contenta.
Lily decidió que le dolía demasiado la cabeza para ponerse a pensar en cómo tomarse esta aparición del pasado de Rule. Aunque no tenía ninguna duda de lo que sentía al respecto. Estaba molesta. ¿Pero con quién se suponía que debía estar molesta?
Quizá con Karonski, por haberle arrojado a la cara a Cynna Weaver de aquella forma. Se preguntó si Weaver estaba allí para hacer cumplir una orden judicial de ejecución inmediata que, de hecho, era una orden de ejecución normal firmada por el fiscal general de los Estados Unidos en persona. El director interino del FBI estaba presionando para conseguir una, pero hasta el momento, el fiscal general se había negado a firmar nada. No era de extrañar. Las consecuencias políticas a esa acción serían desastrosas, ya que este tipo de órdenes judiciales solo se extendían contra no humanos.
Como los lupi.
Pero Karonski les había asegurado que Weaver era parte de la unidad. Estaba allí para ayudarles a encontrar a Harlowe, no para matar a nadie. Lily se volvió hacia Karonski.
—¿Qué le has contado exactamente sobre Rule y sobre mí?
—Que tiene que portarse bien. Rule ya no está libre. —Miró a su alrededor—. ¿No había mencionado alguien algo sobre café?
Lily habría sonreído si la cabeza no le hubiera dolido tanto. Karonski era un hombre blanco sobrealimentado, con una preocupante falta de gusto a la hora de vestir, una testarudez digna de un asno y una firme creencia en el poder de la cafeína. También era el jefe de Lily.
—Claro. Ahí hay un poco. Pásame una taza a mí también.
Karonski suspiró y fue a por un poco de la sustancia que, según él, lo mantenía con vida.
El pequeño refugio en el que se encontraban había sido concebido originalmente para reuniones de negocios. Con la policía rondando por todas partes, los hombres trajeados habían considerado que no era el momento oportuno para discutir fusiones, adquisiciones o lo que fuera que hicieran allí; así que Karonski se había apropiado de aquella estancia y del café. Mientras los cuatro discutían el tema, el equipo de la policía científica estaba inmerso en su rutina, ya que había llegado pisándole los talones a Karonski; y los otros agentes de la policía local estaban tomando los nombres y direcciones de todos los presentes en el restaurante.
Eso incluía, para gran disgusto de la madre de Lily, a todos los invitados a la boda. Susan y su nuevo marido habían obtenido permiso para marcharse, pero habían sido los únicos hasta el momento. Los padres de Lily estaban intentando calmar a sus invitados y la abuela había llamado a Li Quin para que la llevara a casa. La policía local intentaría detenerla, por supuesto, pero Lily estaba dispuesta a apostar a favor de la abuela.
Era extraño encontrarse en aquel bando de la disputa de la policía local contra agentes federales.
—¿Croft ya está en Virginia? —preguntó Lily a Karonski, refiriéndose al antiguo compañero del agente.
—Está de camino. Ha sido una gran fuga, la mayor desde hace décadas.
—¿Alguna baja?
—Dos confirmados. Esos pequeños seres asquerosos le destrozaron el parabrisas a un camión y causaron un gran choque múltiple en la interestatal. —Trajo dos tazas llenas de café a la mesa. El traje que llevaba esta vez era marrón, estaba arrugado y le faltaba un botón. Su corbata sugería que había comido algo rebosando kétchup para almorzar—. Ahí tienes.
—Gracias. —Lily rodeó la taza de café humeante con las manos y tomó un sorbo. El café tenía propiedades analgésicas, ¿no? Se suponía que iba a hacerle bien.
—¿Y tú? —preguntó Rule al agente—. ¿No vas tú también?
—En cuanto deje las cosas más o menos arregladas por aquí.
—No sé mucho sobre diablillos. Pero siempre ha sido extraño encontrarlos en la costa. ¿Fueron invocados?
—Nadie invoca diablillos a propósito. No se les puede controlar. Pero un hechizo pobremente ejecutado para invocar a un demonio puede acabar llamándolos a ellos. Y la mayoría de los hechizos de invocación son una mierda. Esa es una de las cosas que se perdieron durante la Purga que espero que no redescubramos jamás. —Karonski tomó un sorbo de café, suspiró de placer y continuó—: Sin embargo, a menudo los diablillos se cuelan por alguna grieta abierta en algún trozo débil del tejido que separa las esferas. No sabemos por qué. Aunque no suelen hacerlo en cantidades tan grandes.
—Últimamente el infierno está un poco inquieto —comentó Cynna—. Lily la miró.
—¿Cómo has sabido eso?
—No directamente. A día de hoy me estoy portando bien. Pero he oído cosas.
Lily sabía que la División de Crímenes Mágicos, que formaba parte del FBI, y a la que también se conocía como la Unidad, era más flexible que el resto de la oficina federal a la hora de emplear personas con habilidades mucho menos que respetables. Tenían que tener una mente abierta. A la vista de cómo fue su propio reclutamiento, totalmente apresurado, Lily sabía que la Unidad no podía funcionar sin contar con personas con ciertos dones. Y a lo largo de los años, aquellas personas privilegiadas habían encontrado una manera de ejercer sus habilidades, una manera que a menudo estaba rodeada de secretismo. La Purga había puesto punto y final a la experimentación abierta con dones de todo tipo.
¿Pero que una dizi1 estuviera trabajando para el reí?
—De acuerdo —dijo Karonski—, tengo que coger un avión y Lily tiene que hacer que le examinen la cabeza, y sí, es una orden —le dijo directamente a ella—. Así que vamos a darnos prisa. ¿Qué ha ocurrido?
—He visto a Helen.
Karonski escupió el café que estaba bebiendo.
—Me estás preocupando.
—No era Helen de verdad. Lo sé. Pero tampoco estoy hablando de un simple parecido. Aquella mujer tenía exactamente el mismo aspecto que Helen, cuerpo, rostro, cabello... Todo era exactamente igual.
Karonski frunció el ceño.
—¿Una gemela?
—Es una posibilidad. O era una mera ilusión. O me estoy volviendo loca. Cosa que no creo, pero tampoco puedo probarlo ahora mismo. La otra posibilidad es que la hayan utilizado para captar mi atención, o la de Rule. Ya que yo sabía que no era una ilusión...
—Espera un segundo —intervino Cynna—. ¿Cómo podías saberlo?
Lily alzó una ceja y miró a Karonski.
—Acaba de aterrizar. La he puesto al día de los puntos más importantes mientras veníamos hacia aquí, pero no sabe mucho más que lo que ha leído en los periódicos sobre el gran ataque.
De acuerdo, así que Lily tenía que explicarse, cosa que no estaba acostumbrada a hacer. Hasta el mes anterior, Lily habría podido contar con los dedos de una mano la gente que sabía en qué consistía su don.
—Se me puede engañar, pero no con magia. Soy una émpata.
Los labios de Cynna hicieron un gesto de disgusto, como si hubiera mordido algo amargo.
—Una émpata.
—Nunca me dediqué a delatar a la gente. —Era una frase que Lily había empleado muchas veces en los últimos tiempos. A menudo los émpatas habían sido utilizados por cazadores de brujas, oficiales y furtivos, para descubrir a las personas con dones. Eso había sucedido en el pasado... pero no en un pasado muy lejano—. En mi trabajo me resultaba bastante útil a veces, pero trabajaba en Homicidios, no en la Patrulla X. ¿Crees que vas a poder trabajar conmigo?
—Puedo adaptarme. ¿Crees que tú podrás trabajar conmigo?
—Veremos. —Lily alargó su mano.
A favor de Weaver, Lily tuvo que decir que la nueva agente no había vacilado en estrecharle la mano, un apretón rápido, como si estuvieran cerrando un negocio. Después, Weaver inclinó su cabeza hacia un lado.
—¿Y qué es lo que percibes sobre mí?
—No sobre ti, no soy empática. Leo la magia, no a la gente. —Se detuvo un instante para reunir las impresiones que había recibido del breve apretón de manos—. Tienes un don muy fuerte, —dijo por fin—. Y complejo, como un montón de huellas dactilares que se superponen. Nunca había tocado nada parecido a tu magia hasta ahora.
Weaver sonrió mostrando los dientes.
—No hay muchos como yo por ahí.
Rule se agitó en su silla.
—Volvamos a la mujer que se parecía a Helen. Si una persona hubiera venido aquí a estropear la fiesta, no lo tenía muy difícil.
—No. ¿Pero cómo sabía que había una fiesta que estropear?
—A eso voy. Sospechas que alguien la ha puesto ahí para captar tu atención. Eso significa que saben lo suficiente sobre ti como para colarla aquí, en la boda de tu hermana. Y tú, por supuesto, la has seguido. —Sus dedos repiquetearon sobre la mesa una sola vez—. ¿No se te ha ocurrido que podía ser un cebo?
—Claro que era un cebo. Eso no significa que tuviera que ignorarla. Harlowe sigue desaparecido. Al igual que ese maldito báculo. Esta Helen tenía toda la pinta de que tenía algo que ver con él, con el bastón, o con ambos, y alguien sabía lo suficiente como para mandarla a la boda de mi hermana. ¿Qué se supone que tenía que haber hecho? ¿Dejar escapar la única pista que tenemos hasta ahora?
—Podías haber venido a buscarme.
—Si hubiera ido a buscarte, quizá la hubiera perdido.
—La has perdido igualmente.
Como aquello era una verdad como un templo, no siguió la discusión.
—Quizá no he tomado la decisión correcta, pero soy la única a quien ese báculo no puede afectar, y no quería correr el riesgo de perderla. Si hubieras estado ahí... —Meneó la cabeza, frunció el ceño y miró a Karonski—. La mujer se ha dirigido al lavabo de señoras, la he seguido y eso es lo último que recuerdo. Algo me ha golpeado en cuanto he puesto un pie dentro.
—Y te ha encerrado—dijo Rule—. Y después ha desaparecido.
Karonski frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Los lavabos están en medio del edificio. No hay ventanas. No hay forma de salir, salvo por esa puerta, y estaba cerrada por dentro.
—No alucines —dijo Cynna—. ¿Un misterio de esos de una habitación con la puerta cerrada?
Lily estaba cansada, le dolía la cabeza y, si tenía que ser honesta consigo misma, estaba un poco asustada. Habían llegado hasta ella cuando se encontraba rodeada de su familia. ¿Cómo habían sabido dónde y cuándo encontrarla?
—¿Esos tatuajes son simple decoración o realmente tienes alguna idea sobre magia?
—Sé lo suficiente como para no tragarme eso de los malos que desaparecen. La invisibilidad ya era imposible antes de la Purga. No creo que de pronto se haya vuelto posible.
—El cerrojo —intervino Lily—. Quien sea que haya sido el que me ha dejado fuera de combate no ha tenido por qué desaparecer. Quizá simplemente lo haya hecho con un hechizo desde el otro lado de la puerta.
La boca de Cynna se abrió como para decir algo, luego se cerró. Hizo un gesto de disgusto. —Soy estúpida. Lo siento.
La ira no era compatible con las conmociones cerebrales. Aunque fueran leves. El dolor aumentó y le provocó una oleada de náuseas. Lily esperó a que pasara.
—Tenemos que, ¡eh!
Rule había tirado hacia atrás de la silla de Lily.
—Bien, ya has hecho de poli machito todo el tiempo que has querido. Ahora nos vamos. Abel, encantado de haberte visto de nuevo. Cynna, lo mismo digo.
—Espera un minuto. —Pero cuando aquella mano grande y amable la obligó a levantarse, la habitación empezó a dar vueltas alrededor de ella. Lily cerró los ojos y esperó a que todo volviera a la normalidad.
—Vale, vale. Incluso te dejaré conducir.
—La ambulancia todavía está aquí. Les he dicho que esperaran.
Lily abrió los ojos de par en par y miró a Rule. Él sonrió y rodeó la cintura de Lily con un brazo.
—Vas a ir a urgencias, Yu —dijo Karonski—. No te pongas cabezota como si fueras un niño en plena rabieta.
—Ya he dicho que iría. —El orgullo no la dejaba apoyarse en él, pero resultaba tentador. Por mucho que odiara tener que admitirlo, la determinación que la mantenía en pie estaba empezando a flaquear.
—Pero esto no es una urgencia. No hace falta que vaya en ambulancia.
—Ya que están aquí, podemos utilizar sus servicios. Asegúrate de tener encendido el móvil, te llamaré antes de marcharme para informarte de lo que descubramos Cynna y yo.
—¿Vuelas a Virginia esta noche? —Lily intentó disimular su angustia. Como agente del FBI era muy novata. Quizá supiera cómo llevar una investigación, pero no conocía los procedimientos ni los recursos del FBI.
Karonski gruñó como única respuesta.
—No sé cuánto tiempo estaré fuera. No es muy difícil deshacerse de los diablillos, pero hay muchos, y tenemos que averiguar de dónde han salido. Si hay una fuga por una grieta, tenemos que cerrarla.
—¿Puedes hacer eso?—preguntó Rule.
—Está chupado. —Sonrió—. Bueno, quizá no tanto. Quizá necesite un poco de ayuda. Mientras tanto, Lily y Cynna se encargarán de buscar a Harlowe y a su báculo. Lily, tienes autoridad para llamar a la policía local siempre que lo necesites. Cynna, tú tienes mayor antigüedad...
Cynna rio burlona.
—Como si me importara esa mierda.
—No, eres una maldita bala perdida. Como estaba diciendo, tú tienes mayor antigüedad, pero no estarás al mando. Esta es la investigación de Yu. Tú estás aquí para ayudarla.
Maldita sea, Lily había terminado apoyándose en Rule. Se obligó a erguirse de nuevo.
—Dices que es mi investigación, pero has traído a alguien más sin consultarlo conmigo.
—Échale la culpa a Rubén. Ayer tuvo una de sus premoniciones. Dice que pronto vas a necesitarla.
Rubén Brooks era el líder de la Unidad. Y también era un precog asombrosamente certero. Si tenía una premonición, merecía la pena prestarle atención.
Lily giró la cabeza para observar a la última premonición de Rubén, la mujer cuyo cuerpo estaba cubierto, doloroso milímetro a milímetro, por imposibles e intrincados diseños de poder.
O esa era la idea, al menos. Hacía una década, los dizis habían tenido una gran presencia en las calles. Eran un grupo cuasireligioso basado en unas prácticas mal entendidas del chamanismo africano. La mayoría de ellos habían sido negros, tenían que ver con pandillas, y apenas tenían dones lo suficientemente poderosos como para causar problemas, o para que el movimiento siguiera en marcha. Murió en cuanto fue obvio que los líderes no podían cumplir sus promesas de poder.
Debajo de los tatuajes de tinta azul, la piel de Cynna Weaver era blanca. Lily dedujo que era una excepción en más aspectos que en el mero color de la piel. La Unidad no la habría reclutado si fuera tan inútil como los otros dizis.
—¿Y cómo vas a ayudarme con la investigación? —preguntó Lily.
—Soy una localizadora. —Mostró los dientes en una sonrisa de cazadora—. Consígueme algo con lo que pueda trabajar y yo te encontraré a ese bastardo de Harlowe.
Mierda.
—Eso puede suponer un problema. Su casa quedó reducida a cenizas hace dos días.