Capítulo 11
Subiendo por las montañas a veinte minutos de la ciudad, todo lo que veía Lily por la ventanilla era chaparral, roble rastrero y rocas. La carretera era empinada, y el cielo sobre su cabeza estaba tan claro y era tan intenso que parecía que con bajar la ventanilla Lily podría tocarlo fácilmente. Aquellas montañas eran colinas comparadas con las Rocosas, pero ella las adoraba. Le hacían pensar en viejos vaqueros, cansados y curtidos por la dura vida al aire libre.
Una buena parte de aquellas montañas era propiedad del padre de Rule.
Y de acuerdo con el expediente que le había facilitado el FBI, eso no era todo lo que figuraba como propiedad de Isen Turner. Tenía viñedos en el valle de Napa. Y un montón de bienes inmuebles en San Diego y Los Ángeles. También valores de Bolsa, bonos del Estado y más tierras en alguna región remota de Canadá. El FBI estimaba su patrimonio en trescientos millones de dólares, y Rule lo administraba todo.
Pero los federales no lo sabían todo. No sabían quién era la madre de Rule, ni cuántos años tenía su padre. Ni siquiera sabían cuántos años tenía el propio Rule.
En la treintena, pensó Lily. Podría pasar por alguien de veintitantos, pero su actitud dejaba claro que era mayor. Aunque, pertenecer a la realeza, o casi, quizá tuviera ese efecto.
Observó a Rule y luego volvió a mirar por la ventanilla. La vista era más interesante que un hombre lobo refunfuñando.
El coche, sin embargo, había despertado el deseo en su corazón. Un Mercedes descapotable precioso y nuevecito, plateado por fuera, cuero negro por dentro y sistema de navegación incorporado. En vista del ambiente malhumorado no había querido sugerir que podían bajar la capota, pero así era más fácil disfrutar del increíble estéreo del equipo de música… aunque no hubiera mucho que escuchar.
Cuando Rule había pasado a recogerla estaba escuchando a Dvorák.
En general, soportaba bastante bien la música clásica. Pero no esta, no los cuartetos. Quizás habría tenido que apretar los dientes y aguantar hasta que acabara, pero no lo hizo. Preguntó educadamente si Rule podía cambiar de música. Y, educadamente también, él había cambiado de dial hasta dar con una emisora de clásicos del rock. Lo que suponía que, desde el punto de vista del gusto musical de Lily, le había salido el tiro por la culata. Le dio igual.
Ya se había disculpado la noche anterior. ¿Qué más quería que hiciera? Y, maldita sea, ¿realmente estaba deseando que Rule volviera a intentar ligar con ella? No podía ser tan estúpida.
Oh, está bien, admitió. Quizá sí lo era. Estaba trabajando para superarlo. Pero no hacía falta que él se comportara de una manera tan condenadamente educada. Ella lo había intentado. ¿Acaso no había intentado empezar una conversación civilizada? Era increíble lo sofocante que podía resultar un simple sí o no. Cortésmente él la había forzado a guardar silencio.
Rule le recordaba a su madre.
Ese pensamiento era lo suficientemente absurdo como para hacerla sonreír. Estaba tomándose a sí misma, y tomándole a él, demasiado en serio. Y esto era una investigación, no un viaje de placer.
Se lo había dejado bien claro al capitán esa misma mañana. El había estado de acuerdo con ella en omitir de los informes oficiales todos los detalles irrelevantes; le gustaba la idea de tener a oscuras a los federales. Después, Lily había ido a hablar con los vecinos de los Fuentes. Pilló a un par en casa.
El del piso de abajo no conocía a la pareja. Así que no fue de gran ayuda. Sin embargo, le había tocado el gordo con la del 41-C. Erica Jensen era una mujer joven, soltera, amiga de Rachel. Estaba de acuerdo con que a Carlos se le iban fácilmente los ojos tras las mujeres, y no solo los ojos, también las manos y otras partes del cuerpo. Él había convencido a Rachel de que intentara ligar con alguien del Club Infierno, y había estado muy orgulloso de ella al saber que había caído un príncipe lupus.
—Era todo muy raro, ¿sabe? —Erica se había encogido de hombros—. Carlos hablaba constantemente de que estaba mal poseer a una persona, pero yo no lo tengo tan claro. Si quiere mi opinión, yo creo que le ponía que otros hombres se sintieran atraídos por su mujer, solo porque ella era suya. Era una forma de dejar patente que ella era de su propiedad. Y Rachel parecía de acuerdo con todo.
—¿Habló con Rachel o con Carlos sobre esto? —había preguntado Lily.
—Sobre todo con Rachel. Pero Carlos le hablaba de esa extraña iglesia suya a cualquiera que quisiera escuchar. —Parecía triste—. Estoy haciendo que parezca que era un auténtico desgraciado, pero no lo era. Trabajaba duro y la mayor parte del tiempo era tierno con Rachel. Si quiere saber mi opinión, de vez en cuando se le cruzaban los cables, eso es todo. Rachel estaba loca por él. El asunto con Turner… bueno, eso también le gustaba. Dice que el sexo era increíble, pero creo que simplemente se sentía especial a su lado. Y hacía que Carlos la apreciara más.
Después de todo, la señorita Jensen hizo que Rule Turner pareciera que estaba haciendo de buen samaritano acostándose con Rachel Fuentes. Lily no se lo tragó. Pero las costumbres lupi eran diferentes. Para empezar, no creían en el matrimonio.
Lily observó al buen samaritano tras el volante.
Rule había olvidado mencionar que no hacía falta vestir de etiqueta para la ocasión. Iba de negro como de costumbre, pero los vaqueros estaban gastados en las rodillas y la camiseta era vieja y había perdido color. Calzaba zapatillas de deporte, sin calcetines, y lucía gafas espejadas. Y no se había afeitado.
Entonces, ¿por qué parecía que iba tan condenadamente elegante? Lily rompió el silencio.
—Según tengo entendido, su padre es el propietario del Hogar del Clan.
—Técnicamente, sí —dijo Rule con esa voz fría y educada que había usado desde que había pasado a recogerla—. Administra la propiedad en nombre del clan.
—Una empresa podría hacer lo mismo.
—Hemos debatido sobre ese tema, ahora que es legal ser lupus. Pero el derecho mercantil y las costumbres lupi no casan bien.
—Supongo que no. Se supone que los dueños de acciones tienen derecho a votar.
Las gafas espejadas miraron en su dirección brevemente, luego volvieron a fijarse en la carretera.
—No hay duda de que usted cree que los miembros del clan viven privados de sus derechos, y que serían más felices si pudieran votar.
—¿Y no es así?
—No.
Eso fue todo. No hubo más explicaciones. Lily trató de reprimir su irritación. No era la primera vez que se encontraba con un testigo reacio a cooperar.
—Hábleme de su padre. ¿Vamos a verle hoy?
—Es un viejo bastardo muy astuto. Y quiero decir literalmente, por supuesto.
Ahora había algo más que cortesía en su voz. Burla.
—Según sus estándares, todos somos unos bastardos.
—Usted no sabe cuáles son mis estándares. ¿Hay algo que deba saber sobre la ceremonia de hoy?
—No. No va a asistir.
La furia estaba a punto de rebasar todos los diques.
—Así que todo eso de dar mi palabra para no contar nada era sobre ¿qué? ¿La decoración de la casa?
—Todos los visitantes extraños deben aceptar la promesa de no contar nada de lo que vean antes de ser aceptados en el Hogar del Clan. No puede asistir a la ceremonia de alianza porque hay otro clan implicado y su rho no quiere que un extraño esté presente.
Otro clan, ¿un nuevo aliado? Política lupi. Como decía la abuela, se hacía según las reglas. Las reglas lupi. Lo que implicada un combate, a veces a muerte.
—¿Qué clan? ¿Qué está pasando?
—Eso no es parte de su investigación, detective.
—Es increíble cómo puede hacer que «detective» suene a insulto.
—Estoy haciendo lo que quería. Mantener esta relación totalmente impersonal.
—¿En serio? —Lily se giró para observar a Rule y negó con la cabeza—. Pues yo no lo creo. Si esta relación fuera impersonal, no estaría ahí haciendo pucheros.
Las cejas de Rule se arquearon.
—Pucheros. Eso desde luego cuadra con esas otras ideas que se ha formado usted sobre mi carácter. Pero tiene razón. —El coche disminuyó de velocidad—. Esta relación es demasiado personal. Y no soy yo el que no se da cuenta.
—A lo que me refiero es que es usted el que está haciendo de todo esto algo personal. O al menos, lo intenta. Y su enfado actual prueba que… ¿qué demonios hace?
—Comportarme como un idiota. —Rule paró el coche en medio de la carretera.
—Supongo que no me dirá que me baje y vaya andado.
—Ni se me ocurriría. —Lanzó las gafas de sol al salpicadero y se desabrochó el cinturón de seguridad.
Un súbito salto de su corazón le dijo lo que iba a ocurrir ahora. No quería escuchar. El no se atrevería. No cuando había tanto en juego, no cuando seguía siendo sospechoso en una investigación policial. No en mitad de la carretera, por Dios.
—Hay una curva muy cerrada ahí delante. Más vale que mueva el coche si no quiere que alguien se la pegue contra nosotros.
—Usted puede pegarme —dijo y agarró el brazo izquierdo de Lily—. Después.
La mano derecha de Lily salió disparada, no para dar una bofetada, sino para dar un puñetazo. El lo interceptó en el aire. Pero no con las manos, sino con su boca sobre la de Lily.
Ella le mordió.
Rule contuvo el aliento, pero no se retiró. No, el maldito bastardo se rió. Lentamente frotó su labio sangrante con el de ella. Después, lamió el labio inferior de Lily.
Y ella… no se resistió. No podía moverse. Como si él le hubiera inyectado algún tipo de metal en las venas, estaba clavada en el asiento, y temblaba, todo su ser vibraba al ritmo de una nueva música silenciosa.
Rule soltó su mano para sujetar su cabeza, profundizando en el beso. Una vez liberada, Lily no intentó retirarse. Le tocó. Le tocó la oreja y el pelo que se rizaba sobre ella. Su hombro, firme e indudablemente masculino. El revolvió el cabello de la nuca de Lily y, que Dios la asistiera, la música se convirtió en una latido familiar, el ritmo intenso del deseo. Emitió un pequeño gemido y devolvió el beso con mayor fuerza.
El respondió con un ronroneo muy masculino a modo de aprobación. Su mano se movió hacia los pechos de Lily, y se detuvo en uno de los pezones. Su boca se detuvo un segundo.
La necesidad de Lily estaba a la altura de la de él. La camiseta de Rule era delgada, pero obstaculizaba el camino de Lily. Necesitaba tocar su cuerpo, necesitaba que estuviera desnudo para que ella pudiera tocarlo y reclamar cada centímetro de él. Lily conocía a Rule, no, necesitaba conocerle, le conocería ahora, siempre, cada parte de él…
Lily se oyó gemir a sí misma. El sonido la sorprendió y le devolvió la cordura. O al menos lo que le quedaba de ella. Echó la cabeza hacia atrás.
Rule se inclinó hacia su cuello, besándolo, lamiéndolo.
—No… no. No puedes. No podemos… —El sonido desesperado de su voz la asustó. Empujó a Rule.
El levantó la cabeza y la miró con los ojos ciegos de deseo, las pupilas tan dilatadas que casi no quedaba iris.
—No, claro… no aquí. No debería… ven aquí, querida, necesitas que te abrace. Ven, yo también lo necesito —dijo Rule, y soltó el cinturón de seguridad de Lily.
Su mano temblaba.
Como ella. Como si la hubieran dejado caer en una piscina helada y pequeños escalofríos recorrieran su espina dorsal hasta los muslos. Su mandíbula se tensó y resultaba difícil articular las palabras.
—No me toques. No puedes ayudarme. Tú, tú me has hecho esto.
—Te he besado. El resto no ha sido elección mía tampoco. Este condenado cambio de marchas está molestando aquí en medio —añadió, pero no parecía que le molestara mucho.
Tampoco a ella. Lily dejó que Rule la acomodara, su mente turbada por la confusión… Su cuerpo todavía deseaba el de él.
El brazo que rodeaba los hombros de Lily la obligó a acercarse a Rule tanto como permitía el cambio de marchas. El pecho de él subía y bajaba con la misma respiración agitada que el de ella.
—Lo siento, nadia. Estaba enfadado, pero no tenía derecho a estarlo. No tienes ni idea de qué es lo que hizo que me enfadara. Sé que es duro para ti. Hay tantas cosas que no comprendes…
Lily sabía que esto estaba mal. Se lo dijo a sí misma, pero no se movió.
—Has empleado algún tipo de hechizo. Tienes que haberlo hecho, aunque no sea capaz de percibirlo.
—No es cierto. Tú y yo… tienes razón en que esta atracción no es normal. Estamos vinculados, destinados el uno al otro. Ninguno de los dos hemos tenido elección alguna, ni nadie puede controlarlo.
—¡No! —Lily se obligó a incorporarse, alejándose de él—. Siempre hay elección. A veces está limitada por… por las circunstancias… —Como en este caso, que estaba perdiendo la cabeza por un hombre involucrado en un caso que estaba investigando, y con el que no debería relacionarse. Un hombre que ni siquiera creía en la fidelidad. Un hombre que ni siquiera era completamente humano.
»No podemos controlar nuestras emociones constantemente —dijo suavemente—. Pero podemos decidir si actuamos según su mandato o no.
—¿Por qué será que ya sé lo que tú decidirías? —Rule se frotó el cuello y suspiró—. Lily, no va a funcionar. Ni el sentido común más fuerte ni toda la voluntad del mundo pueden cortar la conexión que hay entre nosotros. No puedes volver la espalda como lo harías ante un enamoramiento tonto.
—Genial. Estamos de acuerdo en algo. Yo no estoy enamorada de ti. Ni siquiera sé si me gustas.
—Ya me he dado cuenta. Y en este momento, tampoco estoy muy entusiasmado contigo. Eres cabezota, exasperante, estás llena de prejuicios…
—¡Eso no es cierto!
—¿Así que no tienes ningún problema con lo que soy?
—Con lo que tengo un problema es con tus hábitos sexuales.
La sonrisa torcida de Rule era de todo menos feliz.
—Te alegrará saber que tú has cambiado eso. Para siempre.
—Ya, y también quieres venderme la torre Eiffel.
Lily miró hacia delante, se arregló el pelo y esperó que no pareciera tan hecha polvo como estaba realmente. Maldita sea, todavía temblaba.
—¿No tenías que acudir a una ceremonia?
Rule permaneció sentado mirándola. Ella se negaba a devolverle la mirada, pero podía sentir su mirada como si pesara. Y emanara calor. Los latidos de su corazón se aceleraron.
Finalmente, Rule decidió arrancar el coche.
—Hay un montón de cosas que tienes que aprender, y no tiene sentido que te explique ninguna de ellas ahora mismo. No cuando estás decidida a desechar todo lo que digo. Cuando estés lista para escucharme, me lo haces saber.
Durante el resto del viaje, los dos permanecieron en silencio.
El Hogar del Clan era una tierra larga y sinuosa que limitaba con tierras públicas por un lado y una reserva natural por otro. Según los mapas, solo era accesible por dos carreteras, esta misma y una carretera privada hacia el norte que conducía a la pequeña comunidad de Río Bravo. El tramo del Hogar al que conducía la carretera por la que iban estaba vallado y tenía una puerta de acceso.
Rule paró el coche el llegar al acceso. Un hombre joven en pantalón corto, y nada más, los esperaba para abrir la puerta. Tenía aspecto saludable y parecía simpático, estaba lleno de pecas e iba descalzo; un hombre lobo estilo Jimmy Olsen.[6] Un walkie talkie colgaba de su cinturón.
Tras abrir la puerta no se retiró para que pudieran pasar, sino que se acercó a la ventanilla del conductor. Rule la bajó.
—Sammy.
—Hola, Rule. Dice Benedict que lleves a tu invitada a la casa del rho antes de que te dirijas al ritual.
Rule miró levemente a Lily.
—Puedes decirle que he recibido su mensaje.
El hombre joven frunció el ceño.
—No me has entendido. Es el rho el que quiere verla, no Benedict. —Miró dentro del coche, curioso por ver quién era la invitada de Rule.
Rule no la presentó. Sus dedos repiquetearon sobre el volante y asintió. El hombre joven se retiró y ellos pasaron por la puerta.
—Al parecer —dijo Rule—, vas a conocer a mi padre después de todo.
—Bien.
—Supongo que hablas como la detective que tiene un caso para resolver, y no como la mujer con la que tengo una relación.
Lily quiso decirle que no tenían ninguna relación, pero las palabras se le atragantaron. Se limitó a aspirar el aroma de Rule. Fuera lo que fuera aquello, no era exactamente una relación. Pero no dijo nada.
Al atravesar la puerta, el camino de gravilla rodeaba la ladera rocosa de una montaña y bajaba hacia un valle largo y profundo. Escondido en ese valle había lo que parecía una aldea. Dos perros, un terrier y otro mezcla de collie y de otra raza, los siguieron al aproximarse al pueblo.
Lily no había esperado encontrar perros allí. Parecía que no pegaba con todo ese tema de los lobos.
No había vallas ni ordenadas manzanas de viviendas que distinguieran la aldea de la naturaleza salvaje. Algunas casas modestas de estuco, madera o de adobe se agrupaban sin orden en torno a una calle principal. Otras asomaban entre los pinos y robles cubriendo ambas laderas. Pasaron ante una gasolinera, un pequeño mercado, una cafetería, una lavandería y un colmado.
También había gente. La carretera rodeaba un área cubierta de hierba un poco más grande que un campo de fútbol y había varios grupos de personas reunidos en él. ¿Llegaría a ver el lugar de la ceremonia? Al igual que el que vigilaba la puerta, los hombres vestían pantalones cortos, y punto. Las mujeres… ¿Por qué había creído que no vería mujeres? También vestían pantalones cortos, pero calzaban zapatos y llevaban camisetas o tops. Algunas saludaron, otras simplemente les miraron al pasar.
Carretera arriba una niña adolescente estaba sentada en las escaleras del porche de una pequeña casa de estuco, y bebía un refresco de una lata. Llevaba un vestido transparente… y tenía un brazo apoyado en el lomo de un lobo enorme que tomaba el sol y jadeaba feliz junto a ella.
El lobo giró la cabeza para ver pasar el Mercedes.
El hogar del rho estaba situado en lo alto de una cuesta al final de la calle. Era una gran casa de estuco cubierta de tejas rojas. Encantadora, pero nada tenía que ver con una mansión. No era lo que Lily habría esperado de un hombre que poseía trescientos millones.
Rule condujo hacia la entrada de la casa y Lily vio a un hombre de pie en una esquina. Era de mediana edad e iba casi desnudo, como todos los que ella había visto hasta ahora.
Sostenía un cuchillo en la mano. Con una hoja desnuda de unos ochenta centímetros.
—Dios mío, ¿quién es? ¿El guardián del palacio?
—Algo así.
Rule aparcó delante de la casa. El guardián les observaba. No parecía tan simpático como el de la puerta de antes.
—Esto no dice mucho a favor de tu argumento de que todo el mundo es feliz sin derecho a votar.
—Desconoces la situación.
—Infórmame entonces.
—No sé lo que el rho quiere que sepas.
—¿Y no tomas decisiones como esa sin consultarle?
—No cuando estoy hablando con la policía. —Abrió la puerta del coche.
Lily hizo un amago de tocarle. No sabía lo que iba a decir, ni tuvo tiempo de averiguarlo. La puerta de la casa se abrió de golpe y un niño salió corriendo.
—¡Papá! ¡Papá!
Rule salió del coche igual de precipitadamente. Estaba llegando al encuentro del niño antes de que Lily se hubiera desabrochado el cinturón de seguridad. El rostro de Rule estaba lleno de una intensa alegría que hizo que Lily se sintiera avergonzada, como si estuviera entrometiéndose.
Salió del coche lentamente cuando padre e hijo se encontraron. Rule levantó al niño y dio vueltas con él, luego lo sentó en un hombro tan fácilmente como quien se pone un bolso. El niño tenía el pelo liso y corto, un poco más oscuro que el de Rule, una barbilla menos prominente y no lucía barba. Por lo demás, era la viva imagen de su padre.
Aunque quizá el parecido se acentuara porque los dos tenían la misma expresión de felicidad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Rule—. ¿Y tus lecciones?
—¡Es la hora de comer! —gritó el niño, indignado—. Pero ya he acabado con los ejercicios de lengua, y me sé todos los estados y sus capitales, y Nettie dice que después estudiaremos mates. —Hizo una mueca de disgusto—. No me gustan las mates, ¿sabes?
—Ya lo sé. Pero cada vez te salen mejor las divisiones. Y ya tienes dominadas las malditas multiplicaciones. ¿Cuánto es siete por siete?
—¡Cuarenta y nueve! Y se supone que no debes decir «malditas».
—Lo había olvidado. Quiero que conozcas a alguien, ma animi.
—¿Sí? —Giró la cabeza e, ignorando al guardián, enseguida vio a Lily—. Es una chica. —Estaba sorprendido.
—Una señora —corrigió Rule—. Lily, este es mi hijo, Toby Asteglio. Toby, esta es Lily Yu.
—¿Tú?
—Yu. Es un nombre chino —dijo—. Suena parecido al pronombre, como si estuviera siempre hablando con otra persona. ¿A que sí? Pero en chino tiene muchos significados, dependiendo de cómo se escriba.
—¿Sabes hablar chino?
—A veces. Cuando estoy con mi abuela.
—Qué guay. Mi amigo Manny me está enseñando español. Sus padres hablan en español todo el rato y nunca me entero de lo que dicen. Pero todavía sé muy poco. Puedo contar hasta veinte. ¿Cómo está usted?
—Muy bien, gracias —dijo Lily seria—. ¿Y usted?
—¡También sabes hablar español! ¡Eh, papá! —Tocó la mejilla de su padre—. Ella habla español. Quizá pueda enseñarme para que no se me olvide lo que sé mientras estoy aquí. Gammy dice que estás loco porque me has hecho venir desde la otra punta del país —añadió—. Y que si no lo estás, deberías empezar a madurar. Creo que no tendría que haber escuchado esa parte.
—Probablemente no —dijo Rule—. Sin embargo, estoy trabajando en eso de empezar a madurar.
—No lo decía para mal. Lo dice un montón de veces. Si olvido hacer los deberes, me dice que tengo que madurar. Pero me alegro de que tú no lo hayas hecho porque así puedo quedarme aquí mucho tiempo.
Una mujer alta con el pelo gris encrespado y largo hasta la cintura salió de la casa.
—Toby, tienes que acabarte la comida, o Henry creerá que estás incubando algo.
—¡No estoy enfermo!
—Tú lo sabes y yo lo sé, pero ¿Henry nos creerá? —La mujer vestía pantalones cortos de correr y un sujetador para hacer deporte. Su piel era de color cobre, tanto por naturaleza como por el sol, y estaba muy en forma, lo que hacía difícil determinar su edad.
—Hola, Rule. Desde luego, Toby conoce el sonido de tu coche. Se ha puesto a gritar en la cocina como si estuviera sentado sobre una hoguera.
—Son bocadillos —informó Toby a su padre—. Pero están hechos con el pan de Henry, así que están muy buenos. —Se dirigió a Lily—: Hace el pan él mismo. Gammy compra el pan, pero Henry lo hace. A veces me deja ayudarle. —Volvió su atención a Rule—: ¿Quieres comer conmigo?
—Quizá lo haga la señorita Yu después de hablar con tu abuelo —dijo Rule—. Ahora mismo yo no puedo.
Toby puso cara de decepción.
—Ah, sí, lo había olvidado. No puedes entrar. ¿Pero después del ritual…?
—Vendré a verte —dijo Rule con cariño—. Si te esfuerzas con las divisiones, tú y yo iremos de excursión al arroyo. —Bajó al niño de su hombro, le dio un beso en la frente y una suave palmadita en la espalda—. Vete a comer.
Toby no se movió. Lily vio a Rule en la actitud testaruda del niño.
—Me gustaría ir contigo.
—Claro que te gustaría. Pero los niños no pueden ir, cosa que sabes muy bien. Ahora encárgate de tus obligaciones y yo me encargaré de las mías.
El niño suspiró dramáticamente.
—Encantado de conocerla, señorita Yu. Quizá después podamos conversar un poco en español.
—Por supuesto —dijo, encantada. Y sintiéndose un poco culpable. Esa no era la relación impersonal y distanciada que se había imaginado—. Aunque tampoco sé mucho.
—No importa. Yo tampoco. ¡Adiós! —Y corrió hacia la casa en lo que ella sospechaba era su estilo habitual: precipitadamente.
Lily miró brevemente al guardián. Los demás actuaban como si no estuviera ahí, pero a ella la resultaba un poco difícil ignorar a un hombre con una espada. Bueno, con un machete, corrigió. Quizá no midiera ochenta centímetros. Quizá fuera un poco más pequeño. Habló con Rule en voz baja.
—Tu hijo es todo un encanto.
—Yo también lo creo. —Rule observó la puerta por la que había desaparecido Toby y después se volvió hacia Lily—. Me temo que no voy a entrar contigo.
—¿De qué va esto?
Rule sacudió la cabeza y señaló a la mujer alta que permanecía de pie, en silencio.
—Esta es Nettie Dos Caballos. Supongo que te llevará a ver al rho. Nettie, esta es la detective Lily Yu. ¿La esperabas?
—Sí. —Alargó una mano. Lily la estrechó y percibió una pizca de magia a la vez que un enérgico apretón que decía «nada de tonterías». Magia nativa. Había encontrado otros casos antes.
—Rule solo me ha presentado a medias —dijo la mujer—. Soy la doctora Dos Caballos. No es que esté obligada a llamarme así. El cielo sabe que por aquí nadie lo hace. —Tenía una sonrisa amplia y rápida—. Tampoco creo que a usted le parezca que soy una doctora.
—La mayoría de los médicos no llevan batas blancas en casa.
—Y se pregunta si esta es mi casa. Bueno, el Hogar del Clan lo es. Pero no esta casa concretamente. Tengo un paciente aquí. —Hizo una mueca—. Un paciente condenadamente difícil.
Rule sonrió secamente.
—Obviamente está despierto.
—Y recuperándose bien, dadas las circunstancias. Pero le quiero de vuelta en el sueño lo antes posible. Lo que significa que será mejor que lleve a Lily a verle ahora mismo.
Rule asintió.
—Te veré luego. —Lanzó a Lily una mirada que ella no pudo descifrar y tocó su mejilla—. Ten cuidado.
Ella arqueó las cejas.
—Querrás decir, «ten cuidado, detective».
Él rió por lo bajo. Después, en vez de volver a su coche, recortó camino echando a correr tan fácilmente que era un puro placer observarle.
—Es hermoso verle en movimiento, ¿verdad? —dijo la mujer que estaba detrás de Lily—. Lo es con todos ellos. Nunca me canso de observarles.
Lily emitió un sonido poco comprometido, avergonzada de que la hubieran pillado mirando.
—No sabía que Isen Turner estuviera enfermo. Espero que no sea nada grave.
—Es grave, pero no está enfermo. Vamos, entremos. Puedo contarle algo, pero tendrá que reservar sus preguntas para Isen. —Empezó a caminar hacia la casa.
Lily miró una vez más al hombre del machete y luego la siguió.
—Tampoco sabía que el hijo de Rule estaba de visita.
—Mmm. Dígame, ¿cómo debo llamarla? ¿Detective? ¿O Lily?
Es decir, que quería saber qué significaba que Rule hubiera tocado su mejilla. Bueno, Lily también.
—Estoy aquí como parte de una investigación.
—Lamento oír eso. ¿Le haría sentirse incómoda si le pido que se quite los zapatos para entrar? Es la costumbre aquí.
—Por supuesto que no. —Aunque, de hecho, sí que le hacía sentirse un poco rara, porque es algo que hacía solo en casa de la abuela.
Nada más cruzar la puerta, Lily se detuvo para mirar a su alrededor a la vez que se agachaba para quitarse los zapatos planos que iban a juego con su traje de lino. El vestíbulo de entrada era amplio, con baldosa en el suelo, y una claraboya en el techo. Acababa en unas puertas de cristal que estaban abiertas y daban a un atrio. Las entradas a ambos lados conducían al comedor y a otro vestíbulo respectivamente.
Un sonido de pasos llegó desde la otra puerta. Otra vez un déjá vu, pensó Lily incorporándose. Sentía las baldosas frías con sus pies descalzos. Percibió la magia a través de las plantas de los pies, ligeramente, un zumbido confuso como el que había percibido en la escena del crimen.
Magia lupi. Magia que Rule no tenía. Se volvió para mirar a su guía.
—Si el señor Turner no está enfermo es que está herido.
—Así es. Como es usted oficial de policía, supongo que no será aprensiva.
—Trabajar en la patrulla de tráfico generalmente te cura de eso.
—Por supuesto. Como trabajar en urgencias, supongo. ¿Ahora es usted detective?
—Sí. Homicidios.
La mujer arqueó las cejas como único comentario, y no hizo las preguntas que Lily hubiera esperado que hiciera. En cambio, se dirigió hacia la entrada de la derecha.
—Los lupi sanan mejor si las heridas se dejan al aire libre y, como ya ha visto usted, carecen de pudor. Isen no está vendado ni vestido y no es una imagen agradable ahora mismo. Le han vuelto a crecer la piel y algún músculo superior a la herida del abdomen pero…
—Un momento. ¿Tiene una herida de bala y no está en un hospital?
Nettie paró un momento y miró a Lily por encima de su hombro.
—En general, los lupi odian los hospitales. Hay razones para que el rho permanezca aquí, y cuidamos bien de él. Aunque siempre cabe la posibilidad de que entre en estado de choque. Por eso le mantengo en sueño el mayor tiempo posible.
—¿Cómo y cuándo fue atacado?
Una sonrisa cruzó el rostro de la mujer.
—Es usted rápida. Pero guarde las preguntas para Isen.
—De acuerdo. Pero esta es para usted. Ha usado un par de veces esa palabra, «el sueño». ¿Qué significa?
—Es un trance sanador. En general ayuda a curarse a cualquiera, pero los lupi se benefician mucho más de él, ya que por naturaleza sanan más rápido. Elimina cualquier posibilidad de que el paciente entre en estado de choque.
La mujer empezó a caminar de nuevo, y se dirigió hacia una puerta con paneles de madera al final del pasillo.
—Supongo que es usted algún tipo de sanadora por contacto.
—Me licencié en medicina convencional en Boston, y luego aprendí prácticas chamánicas con mi tío.
Lily asintió. Las prácticas chamánicas tenían relación con la magia de la tierra, lo que encajaba con lo que había percibido al estrechar la mano de la mujer. Aunque le sorprendió encontrar a una chamán entrenada en aquel lugar. Los sanadores nativos estaban muy solicitados, sobre todo por la gente de Hollywood, pero no había muchos que decidieran abandonar las reservas. Y muchos menos aún eran los que estudiaban también medicina occidental.
—¿Y trabaja aquí, en el Hogar?
—Aquí y en Río Bravo. Y a veces paso consulta en otros sitios. Ya estamos —dijo, y llamó a la puerta con una par de golpes secos. Después la abrió.
Casi dos metros de sólidos músculos masculinos le bloquearon el paso. Este lupus vestía unos pantalones vaqueros cortados por la mitad del muslo y tenía el torso más impresionante que Lily había visto nunca. Su pecho era liso y carecía de pelo, y lo cruzaba una tira de cuero.
Igualmente impresionante era el machete que sostenía en su mano como si quisiera hacerse una brocheta con la próxima persona que cruzara por la puerta.