Renga
El bosque
Cuando se encuentre en Angola no entre en la selva de los Cokwe de noche. Pues allí el anciano Muhangi, antaño gran cazador, corre por el bosque gritando. Kanyali, con aspecto de niña, persigue a los nómadas con un nido de termitas en la cabeza. Kapwakala, un niño que vive en los huecos de los árboles, hace crujir un mandil hecho de cuero. Está Ciyeye, la hoguera que anda, y Kalulu, un chiquillo rojizo que sesea mientras zumba por los aires. Samutambieka, animal desconocido de una sola pata, un ojo, una oreja y un diente, porta un garrote bermejo de sangre humana. Y el peor de todos es Nguza, un ojo enorme que se posa en las ramas y observa.
Ojos azules
Estaba en un pueblo del Amazonas a la espera, día tras día, de que una barca me sacara de allí. Dormí en el único sitio que alquilaba habitaciones: cuando encendía la luz de noche el techo estaba cubierto de cientos de salamandras transparentes, inmóviles, al revés. El lugar donde se podía comer era una choza sin ventanas con una cocina oscura y dos mesas metálicas en el exterior sobre el camino polvoriento que constituía la única calle. Tomé asiento. En una ocasión, sentado aún en una larga tarde, un individuo más o menos viejo llegó andando por el camino y me dijo: «Sprechen sie Deutsch?» Vestía ropa de algodón limpia y deslavada como el color de las nubes, y su rostro había estado expuesto al sol mucho tiempo. Decepcionado a causa de mi ignorancia, pronunció en inglés un monólogo: «Tal vez crea que soy un indio, pero no. Mire mi ojos, son azules. Los indios no tienes ojos azules. No soy indio. Son como animales. En Alemania se nos ocurrió lo justo. Una hipodérmica y paf, hasta siempre. Mire mis ojos, son azules...» Y así continuó hasta la oscuridad.
La mayoría de los alemanes creía que Hitler tenía ojos azules, pero eran marrones. Los retratos oficiales de los altos cargos nazis a menudo eran retocados para dotarlos de ojos de aquel color y de aquella singular mirada, prístina y fría como un lago de montaña, como un glaciar, como un cielo despejado, como el fruto de una sangre pura imaginaria.
Años más tarde estaba conduciendo un automóvil por una llanura en India, a muchas horas de cualquier ciudad, por una monótona sucesión de caseríos de adobe con su solitario árbol, dos hombres en cuclillas fumando a la sombra de un muro, tres niños trazando líneas en el polvo, cuatro buitres disputándose los restos de un perro, una mujer pastoreando una cabra, dos individuos en un carro tirado por una yunta, tres cuervos picoteando al azar, cuatro moscas posadas en mi pierna. El coche amainó la velocidad, como siempre, a causa de un hato de vacas que llenaba el camino. Entre ellas andaba un mendicante vagabundo, con su habitual túnica color azafrán, báculo de madera y cuenco para las limosnas, con la cabeza afeitada y pintada con las líneas de Shiva. Pero era mucho más alto que lo normal y su piel tostada era de color rosado, no morena. Mientras el coche pasó junto a él despacio, levantó su cuenco a la altura de la ventanilla, mudo, y me miró fijamente por un momento con unos ojos azules celestiales, incomprensibles y helados.
Moscas
Una mosca en la ventana no entiende cómo es que hay un mundo que puede ver pero no alcanzar. Se ha señalado a menudo que una mosca posada en la mierda está en el paraíso; una mosca en la miel está condenada. El mosqueador de Vishnu, hecho de pelo de yak, simboliza el dharma: así son ellas, así nosotros y no podemos sino ahuyentarlas. La mosca disfruta de un placer vedado a los mamíferos: aparearse en pleno vuelo. Belcebú, el Señor de las Moscas. La persona que viese como mosca ―al igual que por un caleidoscopio― enloquecería; la mosca que viese como hombre se deprimiría a causa de lo lineal. Apolonio de Tiana libró a Bizancio de las moscas haciendo construir una de bronce y sepultándola bajo una columna. La mosca podrá acaso estar pensando en otras cosas, o acaso en nada; no mira a donde se dirige y se estrella contra el mosquitero. Yoko Ono rodó el ascenso de una mosca por un pecho como si se tratara del Everest. Las jóvenes rusas solían tallar nabos en los féretros y sepultar moscas. La mosca en la herida abierta no está siendo más que mosca, gozando del hecho de que el hombre es meramente humano. Charles Reznikoff, empleado por Hollywood pero sin nada que hacer, escribió poemas sobre el silencio y la soledad dedicados a las moscas de su escritorio.
Un niño se sueña en la primera versión de la película La mosca: la minúscula cabeza humana en el cuerpo del insecto, atrapado en una tela de araña, chillando «Auxilio». Un adulto se sueña a sí mismo en la segunda versión de la película La mosca: aún lo ama pese a su aspecto monstruoso.
Tres oraciones de camino a Belice
Sentado en la última fila del avión junto a una beliceña de edad indefinible. Para comer podíamos elegir espaguetis, pescado o pollo, pero cuando el carrito de la comida llegó a nosotros no había más que espaguetis o pescado. Mi compañera de asiento sonrió con dulzura a la azafata y dijo: «La próxima vez han de matar más gallinas».
Un párrafo allá
Volando a tumbos hasta la autopista del Colibrí, polvorienta y llena de cráteres, tras el pueblo de Colibrí, hay diez palafitos. El río Colibrí corre desde lo alto de las montañas del Colibrí, cada una de las cuales se llama monte Colibrí. Se dice que la imaginación de esta gente es excepcionalmente limitada. De una mujer se dice que es bella como un colibrí, de un niño que es raudo como un colibrí, de un comentario que es agudo como el pico de un colibrí, de la mañana que es brumosa como las alas de un colibrí, de un individuo que es silencioso como un colibrí, de las cosas que son pequeñas como, o más grandes que, un colibrí, y de la comida que es tan deliciosa como para que un colibrí se mantenga suspendido sobre el plato. Cuando mueren los hombres renacen como colibríes. Cuando muere el colibrí, va al paraíso. Vive allí para siempre en el pueblo de Colibrí, junto al río Colibrí, al pie de las montañas del Colibrí. Todo es igual, salvo que no hay autopista del Colibrí, pues ya no hay a donde ir.
Las alas de los ángeles
El alma suele representarse como ave y los ángeles tienen alas porque la vida se desarrolla aquí y el más allá está en algún lugar en las alturas. Pero los cadáveres se colocan boca arriba en la mayoría de las culturas, y los fluidos se asientan por la gravedad, lo que le da a las regiones superiores su palidez cérea. Las regiones inferiores se oscurecen a medida que se asienta la sangre, salvo las partes del cuerpo en contacto con la superficie en la que yace. En éstas la presión del peso del cadáver expulsa la sangre del tejido, lo cual forma contornos mucho más pálidos que los circundantes. Una de esas zonas se sitúa en los omóplatos y la parte superior de la espalda, y adopta a la perfección la forma simétrica de las alas.
Estados Unidos: los muertos
La gente muere, pero no hay muertos en Estados Unidos. Los muertos son los exhumados un año después del entierro: huesos lavados y dispuestos en las catacumbas o en un nicho específico de la casa, cráneos pintados con joyas montadas en las órbitas oculares, cráneos colgados de clavos alrededor del patio. Los muertos son los enterrados con trajes de jade para la vida eterna, con adornos, armas, utensilios de cocina y el alimento que precisarán en el trasmundo. A los muertos se les sepulta sentados en una silla, de cara al este. Los muertos ostentan un gallo tallado en la lápida para anunciar el despertar del alma. Los muertos son ante los que arde el incienso, los cirios, el papel moneda, los coches de papel, las casas de papel y sus lavaplatos y reproductoras de vídeo. Los muertos son los que con sus retratos o placas conmemorativas ocupan un lugar destacado en la sala o en el templo. Los muertos y sus tumbas que se visitan con regularidad y se mantienen libres de hierbajos o inspiran melancolía por el abandono. Los muertos y sus tumbas donde la familia merienda una vez al año y se porta mal. Los muertos habitan un sitio en el cual los vivos, por medio del canto, el trance, la soledad o las drogas, pueden charlar con ellos. Los muertos son los que poseen a los vivos. Los muertos son los que regresan.
No hay muertos en Estados Unidos porque no hay cadáveres. Los cadáveres son los ciudadanos invisibles de Estados Unidos, el secreto que nadie repite, y verlos por casualidad es menos frecuente que ver una copulación. No los vemos, no los tocamos, no los vestimos, no sabemos qué hacer con ellos, no los dejamos en nuestra habitación hasta el entierro, no vemos sus pies sobresaliendo del sudario mientras las llamas los consumen. Muere tanta gente en la televisión de Estados Unidos porque en la vida cotidiana nadie muere, sólo desaparece, y la televisión compensa de sobra todo lo que no poseemos o no vemos.
No hay muertos en Estados Unidos porque no hay sitio. Los muertos dependen de que las generaciones no se trasladen. Los muertos y sus tumbas: las familias saben dónde se encuentran. En Estados Unidos los antepasados han quedado atrás en una nación desarrollada, como ninguna otra, sobre el afán de felicidad, un sueño del porvenir en el que no hay sitio para los muertos. No hay afán de felicidad alguna entre los muertos. El país fue colonizado (en su periodo histórico) para evadir a los muertos. Salvo los que llegaron en los primeros años para profesar su religión ―a fin de mantener las antiguas costumbres―, los emigrados han llegado con el empeño de librarse de la tiranía de los muertos y, al igual que los libertos, han debido errar e inventarse a sí mismos. Siguen las generaciones, nuevas personas siempre «empiezan de nuevo» manteniendo el ideal ético de un «renacimiento» en la vida presente.
En el sueño de la no historia, los miedos nimios se ulceran e infectan. El argumento de la película de terror más común en Estados Unidos es el de la casa, colegio o centro comercial edificados sobre un cementerio olvidado y la consecuente venganza a causa de la profanación: una historia inconcebible en cualquier otro sitio. De visita por Estados Unidos en 1944, el antropólogo chino Fei Tsaot’ung informó que «la gente se mueve como la marea, incapaz de entablar lazos permanentes con los lugares, de decir algo a las otras personas... Es de esperar entonces que casi nunca vean fantasmas».
Un informe de Salcombe Regis, Devon
John Bastone, lechero, bautizado el 30 de marzo de 1817, escribe:
«Hace unos ciento veinte años, el fantasma de un tal señor Lyde apareció en el huerto del lado oriental del camino que bordea las laderas de la colina de Salcombe. (El huerto está numerado con el 561 en el mapa del distrito trazado por el Estado Mayor.)
»Cada año el fantasma se acercaba con paso de gallo a la mansión Sid, hasta que, por fin, sentóse a la verja al otro lado del camino. (La verja llevaba al campo numerado con el 553 del mapa del Estado Mayor.)
»Luego, pese al inverosímil lento ritmo de un paso de gallo al año, se dirigió a un viejo roble situado casi en medio del campo. El dicho roble, aunque algo maltrecho por las tormentas de muchos lustros, puede todavía verse de pie en la vega.
«Transcurridos muchos años más, el espectro llegó resuelto a la bodega de la mansión Sid. Una criada, al entrar en ella a buscar licor, vio el espectro del señor Lyde sentado en un barril comiendo queso y pan, y a su lado un cuarto de sidra.
«Finalmente una noche, ante el horror y desaliento de los moradores de la casa, el espectro, con mirada triunfal, se sentó a la mesa para cenar.
«Cuando la familia concluyó que compartir la mesa con un aparecido durante la cena era el colmo de lo tolerable, un integrante cabalgó en busca del señor George Cornish de Pascombe, en el valle de Harcombe, para rogarle que los visitara e intentara conjurar al obstinado espectro.
»E1 señor Cornish llegó portando una Biblia pequeña y con escasas dificultades conjuró al espectro.»
El periodo oculto
El universo taoísta es un infinito de ciclos concéntricos de tiempo, cada uno de los cuales gira a una velocidad distinta, y quienes no son meros mortales pertenecen a ciclos diferentes. Algunas enseñanzas tardan cuatrocientos años en transmitirse de sabio a discípulo; otras, cuatro mil años; otras más, cuarenta mil. Se dice que Lao-zi, el autor del Tao Te Ching, permaneció ochenta y un años en el vientre de su madre.
El ritual taoísta comienza con la construcción de un altar que es al mismo tiempo calendario y mapa de este universo. En el perímetro hay veinticuatro estacas, los Veinticuatro Nodos de Energía, que representan quince días cada una, lo que integra un año de trescientos sesenta y cinco días. En el interior, una proliferación de postes para los Dos Principios (yin y yang), las Tres Energías, los Tres Poderes Irracionales, los Cinco Elementos, los Cinco Tonos, los Seis Rectores, los Ocho Trigramas y Sesenta y Cuatro Hexagramas del I Ching, los Nueve Palacios y Nueve Salones, los Diez Tallos, las Diez Ramas... Cada uno de los cuales es un ente sobrenatural, una puerta, una dirección, una parte del cuerpo, una unidad de tiempo, un concepto filosófico, un substancia alquímica. Como Lao-zi señaló : «El Tao creó el uno, el uno engendró el dos, el dos el tres y el tres los diez mil seres».
Como era de esperar en el taoísmo, el sistema tiene un defecto inherente: un fractura en el tiempo denominada la Abertura Irracional. Si en un instante cualquiera, el cual jamás es el mismo, caminamos hacia atrás cruzando las diversas puertas en un orden específico, podemos sustraernos del tiempo y entrar en el Periodo Oculto. En este otro tiempo podemos recolectar hierbas medicinales, hongos mágicos y elixires que garantizan la inmortalidad.
Las Seis Doncellas de Jade del calendario enseñaron al emperador la técnica por primera vez, éstas a su vez la habían aprendido de la Mujer Misteriosa de los Nueve Cielos, también llamada Señora del Yin Supremo. Su practicante más célebre fue un estratega militar del todo real, Chu-ko Liang (181-234). Con objeto de repeler a un ejército invasor, dispuso señales ocultas en una enorme planicie que copiaba furtivamente un altar taoísta, y luego atrajo a las tropas a fin de que entraran por una puerta simbólica. Si bien el paisaje permaneció inalterado, el ejército se vio atrapado en un laberinto de tiempo alterno del cual no pudo escapar.
Angola
Cuando visite Angola no entre en la selva o los campos, no ande por la orilla de los caminos o por las numerosas veredas que no hayan sido transitadas en los últimos años. Se han enterrado allí quince millones de minas terrestres: las PPM-2 de Alemania Oriental, las cuales fueron un muro invisible más allá del Muro; las 72-A de China, fabricadas casi exclusivamente de plástico para que los detectores de metal no las localicen, y provistas de un mecanismo que impide su manipulación al desenterrarlas; las rumanas MAI-75, del tamaño de medio pomelo con una gruesa tajada de ciclonita, una mezcla de TNT y RDX; las «arañas» estadounidenses que se lanzan desde aviones y tienden al caer una red de cables trampa; las «mariposas» de plástico soviéticas, camufladas de verde, las cuales aletean desde los helicópteros o disparadas desde un mortero y no pueden ser desactivadas. Se precisan doscientos hombres durante dos días para limpiar un terreno del tamaño de una cancha de fútbol; en Angola la mayor parte de los terrenos cultivables son inaccesibles. Hay poblados que han permanecido completamente aislados desde hace más de un decenio; sus historias aún se desconocen.
[1999]