EL REY CORINIUS
De la entrada del señor Corinius en Owlswick,
y de cómo fue coronado en el sitial de zafiro de Spitfire
como virrey del rey Gorice y rey de Demonlandia;
y de cómo lo recibieron y reconocieron por tal
todos los que estaban en Owlswick.
Después de rematar esta gran victoria, Corinius volvió a dirigirse al norte con su ejército, hacia Owlswick, cuando empezaba a faltar la luz del día. Le bajaron el puente levadizo y le abrieron los grandes portalones, que estaban tachonados de plata y tenían refuerzos de adamante[256], y entró en el castillo de Owlswick cabalgando con los suyos con gran pompa, sobre la calzada construida de roca viva y de grandes bloques tallados de granito de Tremmerdale. La mayor parte de su ejército estaba en los reales de Spitfire, ante el castillo, pero lo acompañaron mil en su entrada en Owlswick, con los hijos de Córund y los señores Gro y Laxus a su lado, pues la armada había cruzado la ría para fondear allí cuando advirtieron que habían vencido.
Corsus les saludó amablemente, y hubiera querido llevarlos a sus aposentos cerca del suyo propio, para que pudieran quitarse los arreos y ponerse ropa limpia y de fiesta antes de la cena. Pero Corinius se excusó, diciendo que no había comido nada desde el desayuno.
—Por lo tanto, dejémonos de ceremonias; llevadnos directamente a la sala de banquetes, os lo ruego.
Corinius entró el primero junto a Corsus, rodeándole afectuosamente los hombros con el brazo, todo lleno de polvo y de sangre coagulada. Pues no había esperado siquiera a lavarse las manos. Y esto no hacía ningún bien a la capa bordada de tafetán[257] púrpura que llevaba en los hombros el duque Corsus. Pero Corsus hizo como que no lo advertía.
Cuando hubieron entrado en el salón, Corsus miró a su alrededor y dijo:
—Encuentro, mi señor Corinius, que este salón es algo pequeño para la gran multitud que ha llegado aquí. Muchos de los míos que son gente de cuenta deben sentarse con nosotros, según vieja costumbre. Y no les quedan asientos. Te ruego que mandes a algunos de los más plebeyos que han venido contigo que hagan lugar, para que todo pueda hacerse con orden. Mis oficiales no deben agolparse en el tinelo.
—Lo siento, mi señor —respondió Corinius—, pero es preciso que no olvidemos a mis muchachos, que han llevado el mayor peso de la batalla, y me parece justo no negarles el honor de sentarse a la mesa con nosotros: sobre todo a ellos debes agradecerles haber abierto las puertas de Owlswick y haber levantado el cerco que te habían puesto nuestros enemigos durante tanto tiempo.
Se sentaron y les sirvieron la cena: cabritos rellenos de nueces, almendras y pistachos; garzas en salsa de camelina[258]; lomos de buey, gansos y avutardas, y grandes cuencos y jarras de vino de color de rubí. Bien necesitados estaban Corinius y su gente del banquete, y durante un rato no se oyó nada en el salón, salvo el ruido de los platos y el mascar de las bocas de los comensales.
Al cabo, Corinius, después de trasegar de un trago un gran vaso de vino, habló y dijo:
—Hoy hubo una batalla en los prados junto al acantilado de Thremnir, mi señor duque. ¿Estuviste en ella?
Las mejillas pesadas de Corsus enrojecieron un poco.
—Bien sabes que no estuve —respondió—. Y consideraría una precipitación culpable haber salido cuando parecía que Spitfire se alzaba con la victoria.
—Oh señor mío —dijo Corinius—, no creas que lo dije por culparte. Antes bien, déjame mostrarte cuánto te honro.
Dicho esto, dio una orden al muchacho que estaba de pie detrás de su silla, y éste regresó al instante con una diadema de oro pulido, engastada de topacios que habían pasado por el fuego. Y al frente de la diadema había una pequeña figura de cangrejo en hierro pavonado, y sus dos ojos eran dos berilos verdes sobre vástagos de plata. El muchacho la puso sobre la mesa ante el señor Corinius, como si le sirviera un plato de carne. Corinius extrajo de su faltriquera un documento, y lo puso en la mesa para que lo pudiera ver Corsus. Y llevaba el sello de la serpiente Uróboros, sobre lacre escarlata, y la rúbrica del rey Gorice.
—Mi señor Corsus —dijo—, y vosotros, hijos de Corsus, y vosotros; los demás brujos, os hago saber que el rey nuestro señor me ha nombrado, por medio de estos signos visibles, virrey suyo en ésta su provincia de Demonlandia, y ha querido que lleve nombre de rey en esta tierra y que todos sus súbditos de la misma me presten obediencia.
Corsus, contemplando la corona y el decreto del rey, adquirió al instante una palidez mortal, para ponerse rojo como la sangre inmediatamente después.
—A ti, oh Corsus —dijo Corinius—, de entre todos estos grandes que están aquí reunidos en Owlswick, te concedo el honor de que me corones con esta corona como rey de Demonlandia para que así veas y sepas cuánto te honro.
Todos quedaron en silencio, esperando que Corsus hablara. Pero no dijo palabra. Dekalajus le dijo en secreto al oído:
—Oh padre mío, si la mona reina, bailad ante ella. El tiempo nos dará ocasión de hacerse justicia.
Corsus no despreció este sano consejo y, aunque no era capaz de dominarse completamente el semblante, consiguió tragarse las injurias que había estado a punto de pronunciar. Y cumplió con cierta dignidad su misión de poner en la cabeza de Corinius la nueva corona de Demonlandia.
Corinius se sentó en el sitio de Spitfire, del que se había retirado Corsus para hacerle lugar; en el sitial de honor de Spitfire, de jade de color de humo, tallado delicadamente y engastado de zafiros con lustre de terciopelo; y a su izquierda y a su derecha estaban dos altos candelabros de oro fino. Sus anchos hombros llenaban todo el espacio entre las columnas del amplio sitial. Parecía hombre temible como enemigo, revestido de juventud y de fuerza, armado de pies a cabeza y todavía humeante tras la batalla[259].
Corsus, sentado entre sus hijos, dijo a media voz:
—¡Ruibarbo! ¡Traedme ruibarbo para purgarme de esta cólera[260]!
Pero Dekalajus le susurró:
—Silencio; pisad con cuidado. Que nuestros planes no sean patentes mientras creemos que están ocultos. Haced que se sienta seguro; ésa será nuestra seguridad y el medio para borrar esta infamia. ¿No era Gallandus un hombre tan grande como éste?
A Corsus le brillaron los ojos. Alzó una copa rebosante de vino para brindar a la salud de Corinius. Y Corinius le devolvió el brindis y dijo:
—Mi señor duque, te ruego que llames a tus oficiales y me proclames como rey ante ellos, para que ellos a su vez me proclamen como rey ante todo el ejército que está en Owlswick.
Y Corsus lo hizo así, aunque mal de su grado, pues no supo encontrar razón alguna para no hacerlo.
Cuando se oyeron las aclamaciones en los patios exteriores, proclamándolo rey, Corinius volvió a hablar y dijo:
—Mi gente y yo estamos cansados, mi señor, y quisiéramos ir a reposar. Te ruego que des orden de que preparen mis aposentos. Y que sean los mismos aposentos que tuvo Gallandus cuando estaba en Owlswick.
Corsus apenas pudo evitar dar un respingo al oír esto. Pero Corinius tenía los ojos clavados en él, y dio la orden.
Mientras esperaba a que estuvieran dispuestos los aposentos, el señor Corinius estuvo muy alegre, pidiendo que se sirviera más vino y nuevos manjares a los señores de Brujolandia: aceitunas, botargas e hígado de ganso preparado con muchas especias, tomado todo de las alacenas bien surtidas de Spitfire.
Mientras tanto, Corsus hablaba en voz baja con sus hijos.
—No me gusta que haya nombrado a Gallandus. Pero parece descuidado, como si no temiera traiciones.
—Por ventura, los dioses mandan su destrucción, cuando le hacen que elija aquel aposento —le respondió Dekalajus al oído.
Y rieron. Y el banquete concluyó con gran placer y alegría. Entraron sirvientes con antorchas para acompañarlos a sus aposentos. Y, cuando se levantaron para darse las buenas noches, Corinius dijo:
—Mi señor, sentiré hacer algo que no te parezca conveniente y que se oponga a tus buenas costumbres. Pero no dudo de que tú y tus hijos, que habéis pasado tanto tiempo encerrados en el castillo de Owlswick, ya debéis de encontraros a disgusto en él. Y tampoco dudo que estaréis cansados de este asedio y de una guerra tan larga. Por lo tanto, es mi voluntad que partáis de inmediato para vuestra casa en Brujolandia. Laxus tiene un barco tripulado y dispuesto para llevaros allí. Os acompañaremos al barco para terminar la fiesta en paz y amistad.
Corsus se quedó boquiabierto. Pero consiguió mover la lengua lo bastante para decir:
—Señor mío, sea como gustéis. Pero hacedme saber vuestros motivos. Sin duda, mi espada y las de mis hijos no son de tan poco valor para Brujolandia en este país de nuestros enemigos como para que las envainemos y volvamos a nuestra casa. Pero es cuestión que no se debe decidir a la ligera. Tomaremos consejo sobre ello por la mañana.
Pero Corinius le respondió:
—Mucho os ruego que me perdonéis: es preciso que subáis a bordo esta misma noche.
Y le dirigió una mirada torva, y añadió:
—Dado que esta noche dormiré en los aposentos de Gallandus, creo que es conveniente que mi guardia de corps ocupe tu alcoba, mi señor duque, que es contigua, según me han dicho.
Corsus no dijo palabra. Pero Gorius, su hijo menor, que estaba lleno de vino y borracho, saltó y dijo:
—Corinius, en mala hora has llegado a esta tierra para pedirnos pleitesía. Y muy mal te han informado de mi padre si nos tienes miedo por lo de Gallandus. Es esa víbora que se sienta junto a ti, el embustero del goblin, el que te ha ido con cuentos falsos sobre nosotros. Y es una lástima que haya vuelto a tu lado, pues sigue maquinando males contra Brujolandia.
Dekalajus lo arrojó a un lado, y dijo a Corinius:
—No hagas caso a mi hermano; sus palabras son precipitadas y rudas, pues habla cargado de vino, y el vino lo convierte en otro hombre. Pero es muy cierto, oh Corinius, y te lo jurará mi padre el duque y te lo juraremos y confirmaremos todos nosotros con los juramentos poderosos que desees, que Gallandus quiso usurpar la autoridad sólo para esto: para entregar todo nuestro ejército al enemigo. Y sólo por eso lo mató Corsus.
—Mientes desvergonzadamente —dijo Laxus.
Gro rió suavemente.
Pero Corinius sacó media espada de la vaina y avanzó un paso hacia Corsus y sus hijos.
—¡Llamadme «rey» cuando me habléis! —dijo, torciendo el gesto—. Vosotros, hijos de Corsus, no sois hombres para hacerme caer en una trampa como un pajarillo, ni para saliros con la vuestra. Y a ti —dijo, mirando ferozmente a Corsus—, te vale ir mansamente y no alzarme la voz. ¡Necio! ¿Crees que soy otro Gallandus? Tú que lo mataste no me matarás a mí. ¿O crees que te he liberado de los trabajos en que caíste por tu propia locura y arterías[261] para que vuelvas a mandar aquí y vuelvas a perderlo todo con tu malicia inquieta? Aquí está la guardia que te acompañará al navío. Y da gracias de que no te corte la cabeza.
Corsus y sus hijos dudaron en su corazón durante un rato si sería mejor caer con sus armas sobre Corinius, jugándose su fortuna al azar del combate en el salón de Owlswick, o hacer de la necesidad virtud y bajar hasta el barco. Y les pareció que el mejor acuerdo era subir a bordo en calma; pues allí estaban Corinius y Laxus con sus hombres, y de la gente de Corsus había pocos para hacerles frente que fueran a ponerse de su lado con seguridad en caso de pelea; y tampoco estarían dispuestos a enfrentarse a Corinius aunque se encontraran con más igualdad numérica. De modo que, al fin, con ira y con amargura en los corazones, se redujeron a obedecer su voluntad; y, aquella misma hora, Laxus los llevó al barco y los pasó a Scaramsey, cruzando la ría.
Allí estaban tan seguros como un ratón en un molino. Pues el patrón del barco era Cadarus, vasallo de confianza del señor Laxus, y su tripulación era fiel y leal a Corinius y a Laxus. Pasaron la noche fondeados a sotavento de la isla, y con las primeras luces del alba navegaron por la ría llevando a Corsus y a sus hijos de Demonlandia a su casa.