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La autonomía de la biología
Tuvieron que pasar más de doscientos años y que ocurrieran tres conjuntos de sucesos antes de que una ciencia aparte del mundo viviente —la biología— lograra ser reconocida. Como he de mostrar, es posible atribuir estos sucesos a tres conjuntos diferentes: (A) la refutación de ciertos principios erróneos, (B) la demostración de que algunos principios básicos de la física no pueden aplicarse a la biología, y (C) la toma de conciencia de la singularidad de ciertos principios básicos de la biología, que no son aplicables al mundo inanimado. Este capitulo está consagrado a un análisis de esos tres conjuntos de acontecimientos. Es preciso hacer esto antes de que se pueda aceptar la idea de la autonomía de la biología. Para un apoyo temprano a la autonomía de la biología véase Ayala (1968).
LA REFUTACIÓN DE CIERTOS SUPUESTOS BÁSICOS ERRÓNEOS
En este acápite examino el apoyo a ciertos principios ontológicos básicos cuyo carácter erróneo más tarde fue demostrado. La biología no podía ser reconocida como una ciencia del mismo rango que la física mientras la mayoría de los biólogos aceptase algunos principios explicativos básicos no convalidados por las leyes de las ciencias físicas y que finalmente resultasen ser no válidos. Los dos principales principios involucrados en este caso son el vitalismo y una creencia en la teleología cósmica. Tan pronto como se demostró que esos dos principios no eran válidos y, más ampliamente, que ninguno de los fenómenos del mundo viviente se halla en conflicto con las leyes naturales de los fisicalistas, ya no existía ninguna razón para no reconocer a la biología como una ciencia autónoma legítima a la par de la física.
Vitalismo
La naturaleza de la vida, la propiedad de ser viviente, siempre ha resultado enigmática para los filósofos. Descartes trató de resolver el acertijo ignorándolo. Un organismo, dijo, no es en realidad nada más que una máquina. Y otros filósofos, en especial los que tenían una formación en matemática, lógica, física y química, tendieron a seguirlo e hicieron de cuenta de que no había diferencia entre la materia viviente y la inanimada. Pero esto no satisfizo a la mayoría de los naturalistas, quienes creían que en un organismo viviente hay en actividad ciertas fuerzas que no existen en la materia inanimada. Llegaron a la conclusión de que, así como los movimientos de los planetas y las estrellas son controlados por una fuerza oculta, invisible, denominada por Newton gravedad, los movimientos y otras manifestaciones de la vida en los organismos son controlados por una fuerza invisible, la Lebenskraft o vis vitalis. A quienes creían en esa fuerza se los llamó vitalistas. El vitalismo tuvo muchos adherentes desde principios del siglo XVII hasta principios del siglo XX. Constituyó una reacción natural al craso mecanicismo de Descartes. Henri Bergson (1859-1941) y Hans Driesch (1867-1941) fueron destacados vitalistas a comienzos del siglo XX. El final del vitalismo llegó cuando ya no pudo encontrar partidarios. Para esto hubo dos causas principales: en primer lugar, el fracaso de literalmente miles de experimentos llevados a cabo para demostrar la existencia de una Lebenskraft, en segundo lugar, la toma de conciencia de que la nueva biología, con los métodos de la genética y de la biología molecular, estaba en condiciones de resolver todos los problemas para los cuales los científicos habían invocado tradicionalmente la Lebenskraft. En otras palabras, la propuesta de una Lebenskraft se había tomado simplemente innecesaria.
Sería ahistórico ridiculizar el vitalismo. Cuando se leen los escritos de Driesch, uno de los principales vitalistas, forzosamente hay que concordar con él en que muchos de los problemas básicos de la biología no pueden ser simplemente resueltos por la filosofía cartesiana, en la cual el organismo se considera sólo una máquina. Los biólogos desarrollistas, en especial, planteaban algunas preguntas muy pertinentes. Por ejemplo, ¿cómo puede una máquina regenerar partes perdidas, como muchos tipos de organismos son capaces de hacer?, ¿cómo puede una máquina replicarse a sí misma?, ¿cómo pueden dos máquinas fusionarse en una sola, como en el caso de la fusión de dos gametos para producir un cigoto?
La lógica crítica de los vitalistas era impecable. Pero todos sus esfuerzos para encontrar una respuesta científica a los fenómenos denominados vitalísticos fracasaron. Generaciones de vitalistas se afanaron en vano para encontrar una explicación científica para la Lebenskraft hasta que por fin resultó evidente que tal fuerza simplemente no existe. Ése fue el fin del Vitalismo.
Teleología
La teleología es el segundo principio inválido que tuvo que ser eliminado de la biología para que ésta pudiese alcanzar la categoría de ciencia a la par de la física. La teleología tiene que ver con la explicación de los procesos naturales que parecen llevar automáticamente a un fin o meta definidos. Para explicar el desarrollo desde el huevo fecundado hasta el adulto de una especie determinada, Aristóteles invocaba una cuarta causa, la causa finalis. Se acabó apelando a esta causa para todos los fenómenos del cosmos que llevan a un fin o una meta. Kant, en su Crítica del juicio, trató al principio de explicar el mundo biológico en función de leyes naturales newtonianas, pero en este intento fracasó completamente. Frustrado, atribuyó toda Zweckmässigkeit (adaptatividad) a la teleología. Por supuesto, esto no constituía una solución. Por ejemplo, una escuela de evolucionistas que contaba con mucho apoyo, los así llamados ortogenetistas, invocaba la teleología para explicar todos los fenómenos evolutivos progresivos. Creían que en la naturaleza viviente existe un esfuerzo intrínseco (“ortogénesis”) hacia la perfección. Aquí pertenece también la teoría de la evolución de Lamarck, y la ortogénesis tuvo muchos seguidores antes de la síntesis evolucionista. Lamentablemente nunca se pudieron encontrar pruebas de la existencia de tal principio teleológico, y los descubrimientos de la genética y la paleontología acabaron por desacreditar totalmente la teleología cósmica. Para un análisis más pormenorizado de la teleología véase el capítulo 3.
¿QUÉ ES LA BIOLOGÍA?
Cuando tratamos de contestar esta pregunta se nota que la biología, de hecho, consta de dos campos más bien diferentes, la biología mecanicista (funcional) y la biología histórica. La biología funcional trata de la fisiología de todas las actividades de los organismos vivientes, en especial de los procesos celulares, incluidos los del genoma. Estos procesos funcionales pueden explicarse en última instancia en forma puramente mecánica por la química y la física.
La otra rama de la biología es la biología histórica. No se necesita conocer historia para explicar un proceso sólo funcional. Sin embargo, resulta indispensable para la explicación de todos los aspectos del mundo viviente que impliquen la dimensión del tiempo histórico; en otras palabras, como se sabe ahora, todos los aspectos que tienen que ver con la evolución. Este campo es la biología evolutiva.
Los dos campos de La biología difieren también en la naturaleza de las preguntas que se hacen con más frecuencia. Por cierto, en ambos campos se hacen preguntas “¿qué?” a fin de conseguir los hechos necesarios para continuar con el análisis. Empero, la pregunta más frecuente en la biología funcional es “¿cómo?” y en la biología evolutiva, “¿por qué?”. Esta diferencia no es completa porque en la biología evolutiva también se hacen ocasionalmente preguntas “cómo”; por ejemplo, ¿cómo se multiplican las especies? No obstante, como se verá, para conseguir respuestas, en especial en casos en los que los experimentos no son apropiados, la biología evolutiva ha desarrollado su propia metodología, la de las narrativas históricas (argumentos tentativos).
Para captar realmente la naturaleza de la biología se debe conocer la notable diferencia entre estas dos ramas de la biología. De hecho, algunas de las diferencias más decisivas entre las ciencias físicas y la biología son válidas para una sola de esas ramas, la biología evolutiva.
El surgimiento de la biología moderna
El período de doscientos años entre aproximadamente 1730 y 1930 presenció un cambio radical en el marco conceptual de la biología. La etapa que se extendió entre 1828 y 1866 fue particularmente innovadora. Durante esos 38 años ambas ramas de la biología moderna —la biología funcional y la evolutiva— quedaron establecidas. Y sin embargo la biología era todavía en buena parte pasada por alto por filósofos de la ciencia, desde Carnap, Hempel, Nagel y Popper hasta Kuhn. Los biólogos, aunque ahora rechazaban el vitalismo y la teleología cósmica, no estaban conformes con una filosofía de la biología puramente mecanicista (cartesiana). Pero todos los intentos de escapar de este dilema —como por ejemplo, los escritos de Jonas, Portmann, von Uexküll y varios otros— invocaban de modo invariable algunas fuerzas no mecánicas que no eran aceptables para la mayoría de los biólogos. La solución tenía que satisfacer dos demandas: ser completamente compatible con las leyes naturales de los físicos, y no invocar fuerzas ocultas. No fue sino hasta casi mediados del siglo XX que se hizo evidente que un filósofo sin formación en biología no podía encontrar una solución. Pero ninguno de estos filósofos hizo el intento.
Resultó claro, asimismo, que para desarrollar una ciencia autónoma de la biología era necesario hacer otras dos cosas. En primer lugar, había que emprender un análisis crítico del marco conceptual de las ciencias físicas. Esto reveló que algunos de los principios básicos de las ciencias físicas simplemente no eran aplicables a la biología. Tenían que ser eliminados y reemplazados por principios pertinentes a la biología. En segundo lugar, era necesario investigar si la biología está basada sobre ciertos principios adicionales que no son aplicables a la materia inanimada. Esto requería una reestructuración del mundo conceptual de la ciencia mucho más profunda que lo que nadie había imaginado hasta ese momento. Resultó evidente que la publicación en 1859 de El origen de las especies de Darwin era en realidad el comienzo de una revolución intelectual que redundó finalmente en el establecimiento de la biología como ciencia autónoma.
Las ideas fisicalistas no aplicables a la biología
Las ideas de Darwin fueron particularmente importantes para descubrir que muchos conceptos básicos de las ciencias físicas, que hasta mediados del siglo XIX eran también suscritas por la mayoría de los biólogos, no eran aplicables a la biología. Analizaré ahora cuatro de estos conceptos fisicalistas básicos respecto de los cuales tenía que demostrarse que no son aplicables a la biología antes de que se cayese en la cuenta de cuán diferente es la biología de las ciencias físicas.
1. Esencialismo (tipología). Desde los pitagóricos y Platón en adelante, el concepto tradicional de la diversidad del mundo era que consistía en una cantidad limitada de eide o esencias netamente delimitadas e invariables. Este punto de vista se denominó tipología o esencialismo. La en apariencia inacabable variedad de los fenómenos, se dijo, consistía en realidad en una cantidad limitada de variedades naturales (esencias o tipos), cada una de las cuales formaba una clase. Se pensaba que los miembros de cada clase eran idénticos, constantes, y separados con precisión de los miembros de cualquier otra esencia. La variación, por tanto, era no esencial y accidental. Los esencialistas ilustraron este concepto mediante el ejemplo del triángulo. Todos los triángulos poseen las mismas características fundamentales y se distinguen netamente de los cuadrados o de cualquier otra figura geométrica. Algo intermedio entre un triángulo y un cuadrado es inconcebible.
El pensamiento tipológico, por ende, no puede dar cabida a la variación y ha dado lugar a una concepción engañosa de las razas humanas. Los caucásicos, los africanos, los asiáticos y los inuit son, para un tipologista, tipos que difieren en forma conspicua de otros grupos étnicos humanos y se hallan netamente separados de ellos. Esta manera de pensar lleva al racismo. Darwin rechazó por completo el pensamiento tipológico y empleó, en cambio, un concepto completamente diferente, actualmente denominado pensamiento poblacional (véase más abajo).
2. Determinismo. Una de las consecuencias de la aceptación de las leyes deterministas de Newton fue que no dejaba espacio para la variación o los hechos fortuitos. El famoso matemático y físico francés Laplace se ufanaba de que un conocimiento completo del mundo actual y de todos sus procesos le permitiría predecir el futuro sin limitación en el tiempo. Pronto hasta los físicos descubrieron la existencia de suficiente aleatoriedad y contingencia como para rebatir la validez del alarde de Laplace. La refutación del determinismo estricto y de la posibilidad de la predicción absoluta despejó el campo para el estudio de la variación y de los fenómenos aleatorios, tan importantes en biología.
3. Reduccionismo. La mayoría de los fisicalistas eran reduccionistas. Sostenían que el problema de la explicación de un sistema se resolvía en principio tan pronto como el sistema había sido reducido a sus componentes más pequeños. Apenas se completara el inventario de estos componentes y se determinara la función de cada uno —sostenían—, sería una tarea fácil explicar todo lo observado en los más altos niveles de organización. Véase el capítulo 4 para un análisis detallado de la validez del reduccionismo.
4. La ausencia de leyes naturales universales en biología. Los filósofos del positivismo lógico, y de hecho todos los filósofos con una formación en física y matemática, basan sus teorías en leyes naturales, y por consiguiente esas teorías son casi siempre estrictamente deterministas. En biología hay también regularidades, pero varios autores (Smart, 1963; Beatty, 1995) cuestionan con severidad que se trate de las mismas leyes de las ciencias físicas. Aún no reina el consenso acerca de la solución de esta controversia. Las leyes desempeñan, por cierto, un papel más bien pequeño en la construcción de teorías biológicas. La razón principal para la menor importancia de las leyes en la formación de la teoría biológica es quizá la significativa función que cumplen el azar y la aleatoriedad en los sistemas biológicos. Otra razón del pequeño papel de las leyes es la singularidad de un alto porcentaje de fenómenos en los sistemas vivientes, así como también la índole histórica de los hechos.
Debido a la naturaleza probabilística de la mayor parte de las generalizaciones en biología evolutiva, resulta imposible aplicar el método falsacionista de Popper para poner a prueba las teorías porque el caso particular de una aparente refutación de una determinada ley puede resultar ser nada más que una excepción, algo común en biología. La mayor parte de las teorías biológicas no se basan en leyes sino en conceptos. Ejemplos de tales conceptos son la selección, la especiación, la filogenia, la competición, la población, la impronta[*], la adaptación, la biodiversidad, el desarrollo, el ecosistema y la función.
La imposibilidad de aplicar a la biología esos cuatro principios básicos de las ciencias físicas ha contribuido en gran medida a la comprensión de que la biología no es lo mismo que la física. Librarse de estas ideas inadecuadas fue el primer —y quizá más difícil— paso en el desarrollo de una filosofía correcta de la biología.
CARACTERÍSTICAS AUTÓNOMAS DE LA BIOLOGÍA
El último paso en el desarrollo de la autonomía de la biología estuvo constituido por una serie de conceptos o principios biológicos específicos.
La complejidad de los sistemas vivientes
No existen en el mesocosmos sistemas inanimados que sean tan complejos como los sistemas biológicos de las macromoléculas y células. Estos sistemas son ricos en propiedades emergentes porque constantemente aparecen nuevos grupos de propiedades en cada nivel de integración. El análisis aporta casi siempre una mejor comprensión de estos sistemas, aunque la reducción en el sentido estricto de la palabra es imposible (véase el capítulo 4). Los sistemas biológicos son sistemas abiertos; los principios de entropía, por lo tanto, no son aplicables. A causa de su complejidad, los sistemas biológicos se encuentran ricamente dotados con capacidades tales como la reproducción, el metabolismo, la replicación, la regulación, la adaptación, el crecimiento y la organización jerárquica. En el mundo inanimado no existe nada por el estilo.
Otro concepto específico de la biología es el de evolución. Por cierto, incluso antes de Darwin los geólogos sabían acerca de cambios en la superficie de la Tierra, y los cosmólogos eran conscientes de la probabilidad de cambios en el universo, en especial en el sistema solar. No obstante, en general el mundo se consideraba como algo bastante constante, algo que no había cambiado desde el día de la Creación. Esta perspectiva cambió totalmente a partir de mediados del siglo XIX, cuando la ciencia se percató de lo abarcador de la evolución del mundo viviente (véase el capítulo 7).
La adopción del concepto de biopoblación es responsable de lo que ahora parece ser la diferencia más fundamental entre el mundo inanimado y el viviente. El mundo inanimado consiste de las clases, las esencias y los tipos de Platón, en los que los miembros de cada uno son idénticos entre sí, y en los que la variación aparente se considera “accidental” y por ende irrelevante. En una biopoblación, en cambio, cada individuo es único, en tanto que el valor medio estadístico de una población constituye una abstracción. No hay dos individuos idénticos entre los seis mil millones de seres humanos. Las poblaciones, en conjunto, no difieren por sus esencias sino sólo por valores medios estadísticos. Las propiedades de las poblaciones varían de una generación a otra de modo gradual. Pensar en el mundo viviente como un conjunto de poblaciones siempre variables que se convierten gradualmente unas en otras de una generación a otra da como resultado una concepción del mundo por completo diferente de la de un tipologista. El marco newtoniano de leyes inalterables predispone al físico a ser un tipólogo, aparentemente en forma casi necesaria. Darwin introdujo en la biología el pensamiento poblacional más bien por casualidad, y debió pasar bastante tiempo antes de que se tomase conciencia de que se trata de un concepto enteramente diferente del pensamiento tipológico tradicional en las ciencias físicas (Mayr, 1959).
El pensamiento poblacional y las poblaciones no son leyes sino conceptos. Constituye una de las más fundamentales diferencias entre la biología y las así llamadas ciencias exactas el hecho de que en biología las teorías se basan habitualmente en conceptos, mientras que en las ciencias físicas se basan en leyes naturales. Ejemplos de conceptos que llegaron a ser bases importantes de teorías en diversas ramas de la biología son el territorio, la selección de la hembra, la selección sexual, el recurso y el aislamiento geográfico. Y aunque, por medio de una reformulación apropiada, algunos de estos conceptos pueden expresarse en forma de leyes, son algo completamente diferente de las leyes naturales newtonianas.
Además, todos los procesos biológicos difieren en un aspecto fundamental de todos los procesos del mundo inanimado: están sometidos a la causación dual. En contraposición con los procesos puramente físicos, los biológicos no sólo están controlados por leyes naturales sino también por programas genéticos. Esta dualidad aporta en forma plena una clara demarcación entre procesos inanimados y vivientes.
Empero, la causalidad dual, que constituye quizá la característica diagnóstica más importante de la biología, es una propiedad de ambas ramas de ésta. Cuando hablo de causalidad dual no me estoy refiriendo, por supuesto, a la distinción cartesiana de cuerpo y alma, sino más bien al notable hecho de que todos los procesos vivientes obedecen a dos causalidades. Una de ellas está constituida por las leyes naturales que, junto con el azar, controlan completamente todo lo que tiene lugar en el mundo de las ciencias exactas. La otra causalidad consiste en los programas genéticos que caracterizan el mundo viviente de forma tan singular. No existe un solo fenómeno ni un solo proceso en el mundo viviente que no se halle en parte controlado por un programa genético contenido en el genoma. No existe una sola actividad en cualquier organismo que no se vea afectada por un programa semejante. En el mundo inanimado no hay nada comparable con esto. La causación dual, sin embargo, no es la única propiedad de la biología que apoya la tesis de la autonomía de esta ciencia. De hecho es reforzada por otros seis o siete conceptos adicionales. Paso ahora a analizar algunos.
El concepto más novedoso e importante introducido por Darwin fue quizá el de la selección natural. La selección natural es un proceso a la vez tan simple y tan convincente que resulta casi enigmática la razón de que después de 1858 haya tardado casi ochenta años en ser universalmente adoptado por los evolucionistas. El proceso, por cierto, se ha modificado con el transcurso del tiempo. Algunos biólogos sufren una conmoción al caer en la cuenta de que la selección natural, tomada en sentido estricto, no es en absoluto un proceso de selección, sino más bien de eliminación y de reproducción diferencial. En cada generación son los individuos menos adaptados los que son eliminados primero, mientras que los que se hallan mejor adaptados poseen una chance mayor de sobrevivir y de reproducirse.
Durante largo tiempo han existido discusiones acerca de qué es lo más importante, la variación o la selección. Pero no cabe discusión. La producción de variación y la de verdadera selección constituyen partes inseparables de un solo proceso (véase el capítulo 8). En el primer paso la variación es producida por mutación, recombinación y efectos ambientales, y en el segundo paso los fenotipos variantes son clasificados por selección. Por supuesto, durante la selección sexual tiene lugar una verdadera selección. La selección natural es la fuerza que guía la evolución orgánica y representa un proceso prácticamente desconocido en la naturaleza inanimada. Este proceso permitió a Darwin explicar el “designio” tan importante en los argumentos de los teólogos naturales. El hecho de que todos los organismos se hallen aparentemente adaptados en forma tan cabal entre sí y con su ambiente fue atribuido por los teólogos naturales al designio perfecto de Dios. Darwin, no obstante, mostró que podía explicarse igualmente bien, y en realidad mejor, por la selección natural. Esto constituyó la refutación decisiva del principio de la teleología cósmica (véase el capítulo 3).
La biología evolutiva es una ciencia histórica
Es muy diferente de las ciencias exactas en su marco conceptual y metodología. Trata, en gran medida, con fenómenos singulares, tales como la extinción de los dinosaurios, el origen de los seres humanos, el origen de las novedades evolutivas, la explicación de las tendencias y tasas evolutivas, y la explicación de la diversidad orgánica. No hay manera de explicar estos fenómenos por medio de leyes. La biología evolutiva trata de encontrar la respuesta a las preguntas “¿por qué?”: Los experimentos son habitualmente inadecuados para obtener respuestas a cuestiones evolutivas. No es posible hacer experimentos acerca de la extinción de los dinosaurios o del origen de la humanidad. Con el experimento no disponible para la investigación en materia de biología histórica, se ha introducido un notable y nuevo método heurístico, el de las narrativas históricas. Así como en buena parte de la formación de teorías el científico empieza con una conjetura y pone a prueba su validez en forma exhaustiva, del mismo modo en biología evolutiva el científico construye una narrativa histórica, la cual es posteriormente puesta a prueba en cuanto a su valor explicativo.
Permítanme ilustrar este método aplicándolo a la extinción de los dinosaurios, ocurrida a fines del Cretácico, hace unos 75 millones de años. Una narrativa explicativa temprana proponía que habían sido víctimas de una epidemia especialmente virulenta contra la cual no habían podido adquirir inmunidad. Este argumento, empero, encontró una serie de objeciones serias, y fue sustituido por una nueva propuesta, según la cual la extinción había sido provocada por una catástrofe climática. Sin embargo, ni los climatólogos ni los geólogos pudieron, encontrar pruebas de semejante evento climático, y esta hipótesis también tuvo que ser abandonada. No obstante, cuando el físico Walter Álvarez postuló que la extinción de los dinosaurios había sido provocada por las consecuencias del impacto de un asteroide sobre la Tierra, todo lo observado concordó con este argumento. El descubrimiento del cráter del impacto en Yucatán contribuyó a reforzar la teoría de Álvarez. Ninguna observación posterior entró en conflicto con esta teoría.
Evidentemente, la metodología de las narrativas históricas es una metodología de la ciencia histórica. De hecho, la biología evolutiva, como ciencia, es en muchos aspectos más similar a las Geisteswissenschaften que a las ciencias exactas. Si se trazara una línea divisoria entre las ciencias exactas y las Geisteswissenschaften, esta linea atravesaría la biología por el medio, vinculando la biología funcional con las ciencias exactas, en tanto que clasificaría la biología evolutiva con las Geisteswissenschaften. Esto, dicho sea de paso, muestra la debilidad de la vieja clasificación de las ciencias hecha por filósofos que conocían las ciencias físicas y las humanidades pero ignoraban la existencia de la biología.
La observación desempeña un papel tan importante en las ciencias físicas como en las biológicas. El experimento constituye la metodología más usada en las ciencias físicas y en la biología funcional, mientras que en la biología evolutiva la puesta a prueba de las narrativas históricas y la comparación de diversos hechos constituyen los métodos más importantes. Esta metodología se usa en las ciencias fisicalistas sólo en ciertas disciplinas históricas tales como la geología y la cosmología. El valioso papel de las narrativas históricas en las ciencias históricas ha sido hasta ahora casi totalmente ignorado por los filósofos. Es importante señalar que la comparación constituye una metodología aún más importante y más usada en las ciencias biológicas —desde la anatomía comparativa y la fisiología comparativa a la psicología comparativa— que el método de las narrativas históricas. Esto es asimismo válido para la biología molecular, porque la comparación es indispensable en la mayor parte de las investigaciones en este campo. De hecho, gran parte de la genómica consiste en comparaciones de secuencias de pares de base.
El azar
Las leyes naturales producen un resultado más bien determinista en las ciencias físicas. Ni la selección natural ni la sexual avalan ese determinismo. De hecho, el resultado de un proceso evolutivo es habitualmente producto de una interacción entre numerosos factores fortuitos. El azar con respecto al resultado funcional y adaptativo se halla por doquier en la producción de variaciones. Durante la meiosis, en la división reductora, controla tanto el entrecruzamiento como el movimiento de los cromosomas. Es curioso que fuese este aspecto fortuito de la selección natural aquello por lo que esta teoría resultó criticada con más frecuencia. Algunos de los contemporáneos de Darwin —por ejemplo, el geólogo Adam Sedgwick— manifestaron que invocar el azar en cualquier explicación no era científico. En efecto, es precisamente lo fortuito de la variación lo que es tan característico de la evolución darwinista. En la actualidad, todavía hay bastante discusión acerca del papel del azar en el proceso evolutivo. La selección, por supuesto, siempre tiene la última palabra.
Pensamiento holístico
El reduccionismo es la filosofía declarada de los fisicalistas. Se reduce todo a sus partes más pequeñas, se determinan las propiedades de esas partes, y así se habrá explicado todo el sistema. Sin embargo, en un sistema biológico hay tantas interacciones entre las partes —por ejemplo, entre los genes del genotipo— que un conocimiento completo de las propiedades de las partes más pequeñas brinda necesariamente una explicación sólo parcial. Nada es tan característico de los procesos biológicos como las interacciones en todos los niveles, entre, los genes del genotipo, entre los genes y los tejidos, entre las células y otros componentes del organismo, entre el organismo y su ambiente inanimado, y entre los diferentes organismos. Es precisamente esta interacción de las partes lo que confiere a la naturaleza como un todo, o al ecosistema, o al grupo social, o a los órganos de un mismo organismo, sus características más pronunciadas. Como señalo en el capítulo 4, el rechazo de la filosofía del reduccionismo no constituye un ataque al análisis. Ningún sistema complejo puede comprenderse si no es por medio de un análisis cuidadoso. No obstante, las interacciones de los componentes deben considerarse tanto como las propiedades de los componentes aislados. El modo como las unidades más pequeñas se organizan en unidades mayores resulta de crucial importancia para las propiedades particulares de las unidades mayores. Este aspecto de la organización y las propiedades emergentes que de él resultan son lo que los reduccionistas habían descuidado.
Limitación al mesocosmos
En función de su accesibilidad a los órganos sensoriales humanos se pueden distinguir tres mundos. El primero es el microcosmos o mundo subatómico de las partículas elementales y sus combinaciones. El segundo es el mesocosmos, que se extiende desde los átomos hasta las galaxias, y el tercero es el macrocosmos, el mundo de dimensiones cósmicas. En general, sólo el mesocosmos es relevante para la biología, si bien en fisiología celular se toman en cuenta a veces los electrones y los protones. Por lo que yo sé, ninguno de los grandes descubrimientos hechos por la física en el siglo XX ha contribuido a una comprensión del mundo viviente.
La observación y la comparación constituyen métodos de sumo valor también en las humanidades, y por eso la biología funciona como puente privilegiado entre las ciencias fisicalistas y las humanidades. El fundamento de una filosofía de la biología resulta particularmente importante para la explicación de la mente y de la conciencia. La biología evolutiva ha revelado que en esas explicaciones no existe diferencia fundamental entre humanos y animales. Actualmente, el pensamiento evolutivo y en reconocimiento del papel del azar y de la singularidad también son apreciados en las humanidades.
Esto explica por qué todos los esfuerzos previos por construir una filosofía de la biología en el marco de las ciencias físicas constituyeron otros tantos fracasos. La biología —se comprende ahora— es en realidad una ciencia autónoma, y una filosofía de la biología debe basarse primariamente en las características peculiares del mundo viviente, reconociendo al mismo tiempo que esto no entra en conflicto con una explicación estrictamente fisicoquímica en el nivel celular-molecular[1].
¿Puede una biología autónoma unificarse con la física?
En los doscientos años posteriores a Galileo existió una ciencia unificada: era la física. No existía la biología para causar problemas. Pero la consoladora creencia en una ciencia unificada se tornó cada vez más difícil de sostener con el surgimiento de la biología. Esta dificultad fue ampliamente percibida, y se fundaron organizaciones enteras con el fin de intentar la unificación de la ciencia. El modo de lograrlo era por medio de la reducción. Esta perspectiva se fundaba en la convicción de que todos los fenómenos tangibles de este mundo “se basan en procesos materiales que son últimamente reductibles […] a las leyes de la física” (Wilson, 1998: 266). Pero esta idea se apoyaba en un análisis defectuoso de la biología que descuidaba sus componentes autonómicos. Tal reducción sólo sería posible si todas las teorías biológicas pudieran reducirse a las teorías de la física y la biología molecular, mas esto es imposible (véase el capítulo 4). Wilson pensó que la consiliencia constituía un mecanismo que volvería posible semejante reducción. De hecho, sostuvo que “la consiliencia es la clave de la unificación” (1998: 8). Y “la consiliencia debe lograrse mediante la reducción a las leyes de la física”. Esto es un bello sueño, pero no hay ninguna posibilidad de que cualquiera de los rasgos autónomos de la biología se pueda unificar con cualquiera de las leyes de la física. El intento de una unificación de las ciencias es una búsqueda de la Fata Morgana. Como se dice en lenguaje llano, “no se pueden juntar manzanas con naranjas”.
Esta conclusión es tan importante porque posee numerosas consecuencias. Una de ellas es que no se puede fundamentar una filosofía de la biología en el marco conceptual de las ciencias físicas. Ni tampoco puede una filosofía de la biología expresarse mediante las explicaciones de una sola de las ramas de la biología, como la biología molecular. Debe basarse, más bien, sobre los hechos y conceptos fundamentales de todo el mundo viviente, tal cual se lo presentó en este capítulo.
Es preciso un análisis similar de todas las otras ciencias, y esto permitirá determinar qué es lo que tienen en común. Pero esos análisis, tal como se los expuso en este capítulo para la biología, aún no se han intentado con ninguna de las otras ciencias.
La importancia de la biología para la comprensión de los seres humanos
Hasta 1859 existía un consenso casi completo acerca de que los seres humanos son fundamentalmente diferentes del resto de la Creación. Los teólogos, los filósofos y los científicos estaban totalmente de acuerdo entre sí en este punto. La teoría darwinista acerca de la descendencia de todas las especies a partir de ancestros comunes y su aplicación a los seres humanos tuvo como resultado un cambio fundamental. Se cayó en la cuenta, entonces, de que la especie humana es un miembro del orden de los primates y, como tal, objeto legítimo de investigación científica. Las consecuencias de esta nueva percepción pueden verse en los progresos modernos de la antropología, la biología conductiva, la psicología cognitiva y la sociobiología.
Lo que constituyó, quizá, el descubrimiento más estremecedor fue cuán increíblemente similar es el genoma humano al del chimpancé (Diamond, 1992). Pero precisamente la comparación con el chimpancé ha llevado a una mejor comprensión de los seres humanos. Por ejemplo, no se pudo seguir negando que muchos seres humanos poseen una tendencia innata a una conducta muy agresiva cuando se descubrió que los chimpancés pueden también exhibir un comportamiento igualmente agresivo. Y sin embargo el altruismo se encuentra muy difundido entre los primates (De Waal, 1997), y esta prosapia facilita una comprensión del altruismo humano. La comparación con los primates ha revelado que está completamente justificado investigar a los seres humanos mediante los mismos métodos usados con los animales. Parte de la filosofía de los seres humanos puede por tanto fusionarse con la biofilosofía.
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