CAPÍTULO 16

El sol brillaba en el cenit, sus rayos eran agradables. Trevor y Billy se estaban lavando las manos y la cara en unos cubos de agua, preparándose para almorzar. Se estaban colocando unas camisas limpias cuando vieron a Teresa y al sacerdote acercarse a ellos. Por las caras contrariadas de ambos sabían que había algún problema.

—¿Sucede algo? —preguntó Trevor en cuanto se pusieron a su altura.

—Eso es lo que no sabemos —contestó Glenn.

—No encuentro a Grace, la he buscado por todos lados y no sé dónde está.

Trevor fue incapaz de moverse, un miedo narcótico le impidió incluso pestañear. Se obligó a reaccionar, sabía que no se había ido, ya que no faltaba ningún caballo y dudaba que se hubiera aventurado a marcharse caminando por unas tierras salvajes donde lo único que le esperaba era una muerte segura. Grace no era una persona temeraria.

—¿Cuándo fue la última que la viste? —quiso saber Trevor.

—Esta mañana tocaba hacer colada, ella se encargaba, lo extraño es que solo las sábanas están tendida, la demás ropa aún está sin colgar, es como si hubiera desaparecido sin más.

De pronto, a Trevor le vino a la memoria un día en que Grace y él habían salido a cabalgar, cuando regresaban, ambos notaron una sensación pegajosa, oscura, de sentirse observados por una energía negativa. Su corazón no tardó en unir las piezas… En su mente rebotó, una y otra vez, un único nombre.

—Jake…

Dicho esto, corrió al lugar donde se tendía la ropa, miró a su alrededor, buscaba alguna pista. Su cuerpo reaccionó convulsivamente a causa de una sensación profunda, y giró el rostro hacia un punto que lo atraía de una manera especial; era como si su cuerpo fuera guiado por una fuerza ajena. Paladeaba muerte y se puso nervioso. No tardó en ver la cruz en el suelo, su corazón subió a su garganta debido a un mal presentimiento; todo en su interior se cubrió con la tristeza que traía el color negro del luto. Se apagaba como una vela consumida cuya llama tiritaba sus últimos instantes, ¡qué dolor más grande experimentó! ¡Qué sensación de ahogo!, casi no podía respirar por el impacto tan brutal.

Cuando pensó que por su culpa Grace estaba en peligro, le vinieron ganas de despellejarse vivo. Tan fácil que hubiera sido acabar con Jake en la habitación del hotel de Santa Fe. Pero su reticencia a sentenciar a muerte a otro semejante nunca lo había llenado de orgullo. Idiota… Sí, idiota, porque esas mismas reticencias habían sentenciado a la agonía a la que consideraba su mujer. Nunca debería haber esperado que un hombre como Jake abandonara una obsesión enfermiza. Su fijación no era otra cosa que gusanos descomponiéndolo todo. Y Jake ya hacía tiempo que estaba podrido por dentro, era incapaz de razonar, sus pensamientos estaban envenenados. No había cura para personas como aquella, capaces de arrastrar a otros a sus infiernos porque se creían superiores y con derecho. Y ahora estaba él pagando su error de dejarlo vivo. Grace…

Se acercó a la cruz, se arrodilló frente a ella y la cogió. Estaba llena de tierra y tenía marcas de haber sido pisoteada con rabia. Trevor la limpió con sus dedos temblorosos; significaba tanto que le dolía verla en aquellas condiciones. Después la apretó en su puño en un intento de buscar esperanza, tal como hacía Grace.

Llegaron los demás, también estaban trastornados, se colocaron detrás de él, todos reflejaban en sus rostro la angustia.

—Si se la ha llevado Jake… —dijo Teresa, que lloraba por su amiga, pues bien sabía de lo que era capaz aquel hombre.

—¡Hay que salir en su busca! —anunció Billy con la vitalidad que le daba luchar contra las injusticias.

Trevor se levantó, sus facciones endurecidas no tenían aquella picardía juvenil tan característica, sino que la ferocidad estaba estampada en su mirada, en sus labios convertidos en una línea feroz, en las arrugas de crueldad que se habían marcado en su rostro.

—Traeré a Grace de vuelta a casa —sentenció, con dureza, Trevor, hasta su voz había cambiado y, en aquel momento, mostraba la furia contenida del que estaba dispuesto a todo—, mataré a Jake. Esta vez, no cometeré el error de dejarlo vivo.

—Trevor, matar no es la solución —dijo el párroco.

El aludido detuvo sus andares, no se dio la vuelta y se mantuvo de espaldas a los presentes.

—Se trata de salvar, no de matar.

No dijo nada más, se colocó la cruz alrededor de su cuello y se fue a buscar a Pirata. Billy y todos los hombres del rancho, excepto el religioso, fueron detrás de él dispuestos a salvar a Grace al precio que fuera. La mujer se había hecho un lugar en el rancho y en sus corazones, todos la apreciaban y no dudarían en ayudarla, así tuvieran que arriesgar sus propias vidas.

Trevor no tardó en dar con el rastro de Jake; por las pisadas dedujo que solo llevaba un caballo, por tanto, dos personas montaban un mismo équido. Eso le daba cierta ventaja, pues si Jake era listo, sabía que no podía extenuar el animal si no quería matarlo. Si sucedía, lo obligaría a seguir a pie, aquello equivaldría a la muerte, no solo para Grace, también para Jake. Trevor conocía aquellas tierras, habían montañas y barrancos, zonas sin vegetación que no podían ocultar ni a una mosca. Además, no vivía nadie por aquella zona, de modo que no podría robarle el caballo a nadie. Cierto, tenía una pequeña ventaja, eso lo tranquilizó en parte, pero más valía no dar nada por hecho, puesto que la experiencia que da la vida, le había enseñado que las personas perturbadas tenían una capacidad de supervivencia asombrosa.

El jinete cabalgaba como el viento. Animal y hombre conectaban de una manera especial y Pirata sabía que ese día debía dar lo mejor de sí. El sonido de los cascos, rompiendo el suelo, se elevaba por encima de cualquier otro ruido. Las montañas devolvían su eco con una furia inhabitual; Trevor tuvo la impresión de que era el llanto de Grace que llegaba a sus oídos. ¿Qué horribles torturas estaría aguantando? El hombre no podía quitarse de la cabeza a una Grace lastimada, con sus carnes golpeadas y sollozando de dolor. Tenía claro que, si Jake la había herido, recibiría el mismo trato por su parte; además, le reservaría una muerte lenta para que experimentara el mismo dolor.

Trevor se sacudió tales pensamientos; necesitaba serenidad y no furia para no cometer equivocación, pues cualquier error o precipitación podría sentenciar a Grace a muerte. Un hombre como Jake la haría sufrir lo indecible antes de matarla. Para insuflarse fuerzas, llevó su mano a la cruz, la acarició, pronto notó su energía tranquilizadora y su cuerpo se llenó de fe y esperanza, porque tal como le había enseñado Grace, la esperanza debía circular por las venas siempre.

Sin más, azuzó a Pirata, su asombrosa velocidad difuminaba el camino, las montañas y los matorrales. Daba la sensación de que volaba, y los demás jinetes no podían seguir su ritmo; pronto quedaron rezagados. Trevor se dio cuenta, pero no podía detenerse, pues su instinto le decía que pronto daría con Grace. Aún le parecía un milagro haber encontrado la felicidad, y no la iba a perder, esta vez, no. No había oscuridad más profunda que la oscuridad que traía la ausencia de la persona amada. Amaba a Grace, la amaba por encima de todo, un amor de esos que construían vida y ahuyentaba todo lo malo. Ella era como lluvia que mojaba la tierra sedienta, una estrella en el cielo, un sol en invierno, un aliento cuando no quedaba…

Mentalmente, repasó todos los ratos que había pasado junto a ella; los buenos y los malos, todos formaban parte de algo grande que se había gestado muy lentamente. Ella lo había salvado de sí mismo, y cuando la encontrara, la amaría cada día, a cada minuto, a cada segundo del resto de su vida.

***

A duras penas Grace pudo entreabrir los ojos, sus párpados parecían dos rocas que ni con su fuerza de voluntad podía levantar. No sabía en qué lugar se hallaba, todo estaba borroso, un borroso gris a nube espesa, aun así, logró enfocar su mirada: estaba en el espacio vacío de una cueva de la cual no veía ni la entrada ni la salida. Solo la poca luz que entraba de unas grietas en la pared le daban a entender que fuera era de día. Estaba atada de pies y manos, ambos amarres parecían estar unidos por un nudo. Tiró de las cuerdas sirviéndose de sus extremidades y, horrorizada, comprobó que si movía sus pies hacia abajo, las ligaduras de sus muñecas se ceñían de una manera dolorosa. Al final, lo dejó estar, consciente de que Jake era listo y la había inmovilizado demasiado bien.

Grace cerró los ojos, le dolía la cabeza debido al golpe que le había dado su esposo, también notaba sus labios inflados. Respiró profundo en busca de tranquilidad, que la inspirara para trazar un plan que la ayudara a escapar; solo tendría una oportunidad de liberarse en cuanto Jake la desatara. Pero tenía un problema: tampoco sabía cómo reducir a un hombre que la doblaba en tamaño y fuerza. Sin embargo, morir en el intento era el menor de sus problemas. Sabiendo de antemano que Jake la haría sufrir antes de acabar con ella, morir tratando de escapar era la mejor opción de todas.

Grace echó un vistazo a su alrededor, buscaba algo que le sirviera de arma. A pesar de la poca luz, apreciaba varios tamaños de piedras. En cuanto Jake la soltara, se haría con una de ellas; tal vez lo pudiera sorprender golpeándolo en la cabeza, entonces cogería su montura y huiría. Desde luego que lo tendría difícil para alcanzarla, aunque corriera con todas sus fuerzas no le podría dar caza; un hombre sin caballo, en aquellas tierras, estaba perdido.

Cuando sobrevivir era todo lo que se tenía, los silencios dolían. Grace lo sabía, y más en aquella oscura, fría y silenciosa cueva. Casi parecía una tumba, todo a su alrededor hablaba de muerte. Se preguntó si había amado alguna vez a Jake; que conocía el verdadero amor, el respeto, el cariño, la ternura… de la mano de Trevor, se le hacía muy difícil, casi imposible, haber amado a Jake alguna vez. Ni cuando lo conoció el día que fue al orfanato a recoger la cosecha de algodón y la cortejó con educación, había abrazado la idea de amor. Sus ganas de escapar del lugar donde la tenían esclavizada para trabajar incansablemente en las tierras que poseían los señores dueños del orfanato la habían hecho creer que sentía algo por aquel hombre.

La verdad era que nunca había tenido opciones de escoger, la vida y las circunstancias habían elegido por ella desde su nacimiento. La habían abandonado. No la habían amado en el orfanato. La habían utilizado para trabajar en las plantaciones de algodón del sur. Sí, de acuerdo, había decidido casarse con Jake, pero en el fondo, fue él quien la había seleccionado, seguramente, entre muchas otras dada su mente retorcida. Y ella nunca calibró las consecuencias, pues su único objetivo no había sido otro que escapar de la esclavitud a la que la tenían sometida. Lo que verdaderamente había deseado siempre era estar con Trevor; incluso antes de conocerlo, su corazón anhelaba experimentar un sentimiento que nunca creyó tener a su alcance y que no quería perder. Esa había sido la elección de su vida. La más importante. La única. Una oportunidad por la que valía la pena luchar y de la que nunca se arrepentiría.

De pronto tuvo la sensación de que todo el tiempo que había pasado junto a Trevor y todo lo que había vivido flotaba, como si fuera un mundo irreal en el interior de una gran burbuja. Y que dicha burbuja estallaría. Y que con su estallido desaparecería para siempre aquel mundo maravilloso.

Grace no pudo evitar llorar. Había tenido tan cerca la libertad y la felicidad que su recuerdo la magullaba como los golpes que le daría Jake en cuanto le apeteciera. Saber que ya no volvería junto a Trevor dolía tanto como las palizas, incluso más. Se trataba de un sufrimiento interior, mucho más profundo, que la dejaba sin aliento y le provocaba temblores de angustia.

Grace dio un respingo y se obligó a prestar atención, pues había oído en la lejanía unos ruidos; pronto supo que era Jake y su caballo. En cuanto él entró en la cueva, desmontó y se acercó a Grace. Jake siempre había utilizado la intimidación para someter a su esposa. Esta vez, no fue diferente y la agarró por la barbilla, apretando con sus fuertes dedos aquella zona. Incluso en la penumbra, ella logró ver que él sonreía con su boca abierta y sus dientes apretados mientras la amenazaba con la mirada marrón. Jake cerró sus dedos un poco más, su mentón dolía, pero Grace no mostró el miedo de otras ocasiones, cuando solo una de aquellas miradas la llevaban a temblar y a rogar a su marido que no le hiciera daño. La mujer sabía lo que vendría a continuación: una paliza, una violación… Sin embargo, para su sorpresa, la soltó de la mandíbula y de sus amarres.

—¡Sube al caballo! —gritó él de mala manera, apuntándole con su arma.

Su voz cavernosa aún se escuchó más profunda entre las paredes de la cueva. Con solo un vistazo rápido, supo que el palomino de su marido estaba en malas condiciones, también respiraba con cierta agonía. Jake no había cambiado y nunca cambiaría, maltratar era por lo único que vivía. No pudo evitar sentir compasión por el équido; sus pensamientos la llevaron a pensar en cómo Trevor trataba a las personas y a los animales, tan diferente a las maneras de su esposo.

—¿No ves que el pobre animal no está en condiciones? —se quejó ella.

Jake miró al animal; después centró su atención en ella al tiempo que las comisuras de su boca se arqueaban en una mueca de desprecio.

—No te preocupes, si no obedece sabe lo que le espera. Aguantará.

La mujer apretó los labios, quería reprenderlo por su comportamiento, pero decidió evitar toda confrontación, pues no estaba en condiciones de presentar batalla.

—¿A qué viene tanta prisa que no puedes dejar que el animal descanse y se reponga? —La mujer miró la cantimplora que colgaba de la silla—. Tiene sed, igual que yo. ¿Acaso nos vas a matar a ambos de sed?

Jake acarició la cantimplora con la alevosía del maltratador que se siente satisfecho con sus acciones.

—Si os doy agua, me quedo yo sin beber, tendréis que esperar.

Grace evaluó a su marido: estaba nervioso, sudaba y se limpiaba la transpiración de la frente con gestos agitados y algo temblorosos. Algo en sus planes no estaba saliendo bien, pero tampoco se lo preguntaría, hacerlo sería atizar su furia y, si hasta ahora no la había golpeado hasta dejarla inconsciente, mejor no darle motivos. Debía estar en las mejores condiciones físicas posibles si quería escapar.

Grace se frotó las muñecas doloridas, sintió alivio en cuanto notó la sangre circular por sus dedos, estos estaban agarrotados y le dolían a medida que iban despertando. La mujer sabía que debía improvisar, no había tiempo de trazar un buen plan, de modo que decidió que, antes de montar, debía coger una piedra e intentar golpearlo. Para ello, fingió que sus rodillas no podían sostenerla y se desplomó al suelo. Agarró la primera piedra que tocó, con todo, sus reflejos no pasaban por su mejor momento a causa de que tenía todavía el cuerpo entumecido, además estaba mareada por el golpe en la cabeza. Todo unido provocó que su velocidad fuera lenta y patosa, y Jake, por el contrario, estaba con sus instintos en su cenit de locura y reaccionó a su intento con mucho éxito.

No solo fue que esquivó la piedra apartándose a un lado, sino que inmediatamente después cogió a Grace por los hombros y la tiró contra la pared. Su espalda se golpeó con fuerza y toda ella rebotó hacia adelante. A duras penas pudo aguantar el equilibrio; se tragó su grito, por nada del mundo se quejaría, eso era alimento para su esposo. Durante un instante se tambaleó, pero las ganas por contrariarlo y por que no la viera débil y vulnerable acudieron en su ayuda y se mantuvo erguida. Su vestido añil, con el cuello de dos piezas en encaje blanco, sufrió un importante desgarro y un trozo de ropa quedó colgando a la altura de su hombro. Debajo, su piel había sufrido varios desgarros y empezaron a sangrar.

—Zorra estúpida, ¿quieres que te mate aquí mismo?

Jake alargó el brazo y quiso intimidarla apretando el cañón de su arma en su sien. Ella no se amedrentó, en sus ojos azules se había espesado la rebeldía, el pelo se le había soltado y caía sobre sus hombros y espalda en cascadas rizadas pelirrojas, acrecentando todavía más aquella expresión díscola. Grace era la viva imagen de la vida, una vida que se mostraba indómita frente a la muerte. Alzó la barbilla en un gesto desafiante que hizo que Jake apretara los dientes. La mujer lo miró de reojo y sonrió, sin duda la fuerza de aquella pistola era potente y letal, sin embargo, no le temía. En el fondo se sentía ganadora. Eran pocos los que comprendían que el amor de una caricia era aún más fuerte que una bala disparada por unas manos crueles, porque el amor de una caricia no se podía matar. Grace lo había descubierto junto a Trevor, y si Jake le disparaba, moriría con una sonrisa en los labios, con su ilusión de mujer bombeando en su corazón hasta su último aliento por el amor que sentía por Trevor, teniendo la certeza de que sus caricias y besos volarían con ella al Cielo. Jake se había apropiado de su cuerpo, y su cuerpo no era nada comparado con los sentimientos del alma.

—No te tengo miedo, Jake, mátame y acabemos de una vez.

La respiración de Jake se agitó, pues estaba calibrando las consecuencias de matarla. Por una parte, las ganas de venganza le decían que disparara, pero por otra, Grace era el cebo que necesitaba para hacer sufrir a Trevor.

Pasó un segundo, dos, tres… solo silencio y silencio. El hombre acabó guardando la pistola en su cinto, aferró a Grace de mala manera y la montó sobre su palomino. Una vez hecho, agarró una cuerda y le ató las muñecas en el fuste de madera.

—Dime, Jake, ¿por qué no me has matado?

El hombre tenía el pie en el estribo, no contestó de inmediato, sino que esperó a terminar de montar detrás de ella, le dijo al oído:

—¿No sabes la respuesta?

Una risa malévola brotó de sus labios.

—No, no lo sé, por eso te lo pregunto. Si lo supiera, te aseguro que mantener esta conversación contigo sería lo último que haría.

Era cierto, pues le era difícil mantener una charla con una persona que despreciaba.

—Hace días que os vigilo, Trevor te ama, y hubiera sido demasiado fácil mataros a ambos. Quiero que él sufra, ¿te imaginas cómo debe estar sufriendo sabiendo que tú estás conmigo y que, por tanto, yo tengo el poder de hacer contigo lo que quiera? Daría mi vida por ver la cara de ese perro ahora mismo.

Un latigazo recorrió la espina dorsal de la mujer. El frío se instaló en su cuerpo como un mal presagio.

—Pretendes mantenerme viva hasta que te canses de hacerlo sufrir a él, solo después me matarás.

—Ah… veo que vas entendiendo.

—Cierto, voy entendiendo, y lo único que entiendo es que Trevor es más listo y mucho más hombre que tú.

—¡Estúpida, no tenías la lengua tan larga cuando vivíamos juntos! —gritó crispado.

—Entonces te temía, ahora no, Jake. Puedes golpearme y violarme todas las veces que quieras, lo único que te da poder sobre mí es tu fuerza física, nada más.

Grace esperaba el estadillo. Y así fue. Jake agarró la melena de la mujer y tiró de ella hacia atrás, esta se negó a mirarlo, tal como pretendía, y mantuvo los ojos fijos en el techo desigual y escarpado de la cueva.

—Si no fuera porque Trevor y sus hombres han dado con nuestro rastro más deprisa de lo que creía, ahora mismo te daría tu merecido y te demostraría lo hombre que soy.

Dicho esto, pasó su lengua pegajosa por el lateral de su cuello mientras tiraba más de su pelo. Grace sintió náuseas y a punto estuvo de vomitar, pero se obligó a no sucumbir ante él, a no mostrar ni un ápice de cobardía. Sin embargo, su marido le había proporcionado información: ahora sabía que Trevor le estaba pisando los talones. Después de todo, a lo mejor tenía una oportunidad, pues su esposo no canalizaba muy bien la expectación que traía consigo la venganza que ansiaba como un loco, y aquello unido a la tensión de sentirse perseguido, quizá, solo quizá, le hicieran cometer un error.

Jake sabía que no había tiempo que perder, debía poner distancia entre sus perseguidores, así que guió a su palomino para salir de la cueva con premura, ya había perdido demasiado tiempo. Una vez fuera, el sol de la tarde cegó a Grace y a Jake, sus pupilas tuvieron que acostumbrarse a la luz. Galoparon a través de unas lomas áridas, después siguieron campo abierto; pronto Jake se dio cuenta de que no había sido muy buena idea y maldijo por lo bajo. Hubiera sido más acertado dar un rodeo, ya que su caballo dejaba una estela de polvo detectable a los lejos y Jake sabía que Trevor no tardaría en verlos. Además, su palomino estaba casi extenuado, sacaba espuma por la boca y, por más que él lo azuzaba, no podía dar más de sí. También los flancos del animal sangraban debido a sus espuelas, que él había afilado con mala intención. Jake lo maldijo y prometió matarlo a palos en cuanto tuviera otro.

La mujer también se dio cuenta del error, pues no había escogido un buen camino para escapar y no había sido buena idea no dejar descansar al caballo. Como había supuesto, su mente enferma y sus prisas por vengarse le habían jugado una mala pasada. Con disimulo, empezó a tirar de las cuerdas que sujetaban su muñecas al fuste de la silla de montar. Tal vez, si podía liberarse, y cuando el équido disminuyera el galope, podría saltar.

De pronto, a lo lejos sonaron cascos de caballos, Jake volteó la cabeza y vio una nube de polvo, entre esa neblina ocre visualizó caballos.

—¡Maldita sea! —gritó Jake.

—Nunca podrás salir vivo de aquí, Jake. Trevor te dio la oportunidad de seguir vivo y la has desaprovechado. Te lo he dicho…, él es mucho más listo que tú.

—Te aseguro que no me iré solo al Infierno —amenazó.

Grace conocía lo suficiente a Jake para saber que era un cobarde, tal como lo había demostrado en el hotel de Santa Fe cuando tuvo la muerte cerca. Sin embargo, si se sentía acorralado, moriría matando, de eso estaba segura.

Jake debía trazar un plan para despistar a sus perseguidores, oteó el paisaje y pronto dio con una solución: hacia el sureste se desplegaban unos montículos de grandes rocas escarpadas. Una vez que las alcanzara sería cuestión de encontrar un escondite y, cuando se hiciera de noche, se escabulliría junto con Grace arropados por las sombras.

Casi había alcanzado las montañas pedregosas, se sentía eufórico y paladeaba el éxito. Las rocas parecían paredes enormes, incluso tapaban el sol de la tarde y su sombra se proyectaba en el árido suelo como si fueran dedos alargados y gruesos. Fue en ese momento en el que Grace, a fuerza de tirones dolorosos, había soltado las amarraduras de sus muñecas para que quedaran lo suficiente holgadas y le permitieran escurrir sus manos. Jake se había detenido y había desmontando bajo la atenta mirada de Grace que estudiaba el instante idóneo para salir corriendo.

No tardó en presentarse el momento.