CAPÍTULO 10
El día amaneció soleado y frío. Cualquiera hubiera dicho que la noche anterior había descendido la rabia del cielo en forma de ventisca y nieve, pues lucía un sol radiante y la bóveda celeste era un lienzo azul perfecto, sin mácula alguna que desluciera su grandiosidad. La nieve recién caída parecía un mar de merengue espumoso y liso. Casi daba pena pisarla y ensuciarla con las botas, las ruedas de los carros y las patas de los caballos sucias de fango. Pero la tranquilidad y la poesía del paisaje solo destellaron en los habitantes de Santa Fe el tiempo que cruza un relámpago en las nubes, pues el día a día y las necesidades dejaban poco espacio a saborear la hermosura de la madre naturaleza y suspirar de alegría con algo que el sol fundiría tarde o temprano.
Lo primero que hizo Trevor cuando se levantó fue ir a buscar a Pirata y a inspeccionar el camino que llevaba a su hogar. El rancho estaba cerca del nacimiento del río Pecos, en lo alto de unas montañas, por tanto la nieve habría cortado provisionalmente el camino y habría que esperarse unos días a que se deshiciera. Si dependiera de él, emprendería el camino sin vacilaciones, pues conocía atajos y confiaba en el buen hacer de Pirata. Sin embargo, tenía que pensar en Grace y Teresa, ellas no estaban acostumbradas a circular por lugares angostos y peligrosos en aquellas condiciones. Además, una cosa era viajar a caballo, que le permitía dar rodeos con facilidad y pasar por todos lados, y otra muy distinta con un carromato que necesitaba espacio para circular y maniobrar. También debía pensar en el embarazo de la irlandesa, y no debía arriesgarse más de lo necesario. Así que no tuvo más alternativa que informar a las mujeres que estarían unos días en Santa Fe hasta que pudieran emprender el viaje en condiciones.
Por una parte estaba contento, porque aquello le permitiría tener más tiempo para convencer a Grace de que la única alternativa que tenía era irse a su rancho. Por suerte, la caravana en la que ella pretendía marcharse tampoco podía salir debido a los mismos motivos: la nieve.
Y los día pasaron, y esos días de tranquilidad sirvieron para que Trevor pidiera ayuda a las mujeres, ya que decidió comprar un carro y llenarlo de provisiones; bien sabía que su rancho necesitaría de todo un poco. Por fortuna, en la tiendas y en los almacenes todavía encontraron todo lo necesario, incluso había hermosos retales de ropa para confeccionar vestidos. Además, en uno de los comercios, no hacía muchos días que les habían llegado tejidos para hacer cortinas. La idea había sido de Teresa en cuanto vio las bonitas telas que, sin quererlo, ya estaba poniendo un toque femenino en su hogar, que agradó al hombre.
Grace no quiso intervenir mucho, sabía que acabaría marchándose en dirección contraria. Aun así, Trevor insistió, pues los planes del hombre con respecto a ella eran otros; de modo que la mujer se dejó llevar no solo por él, sino que la emoción que mostraba Teresa terminaron por contagiarla a ella. Aquello sirvió para que la irlandesa se olvidara por un rato de su tristeza por haber perdido a su marido y para que Grace no pensara en un viaje que la llevaría lejos. Ambas escogieron telas, encajes, lazos y botones con los que confeccionar vestidos. De hecho, Teresa era muy buen costurera, explicó que en Irlanda cosía para gente de la alta sociedad, y prometió enseñarle a su amiga algunas técnicas. Grace asintió sin mucha efusividad, pues sabía que aquel deseo no se cumpliría. En su interior ya había asimilado que se marcharía con la caravana, aunque Teresa parecía no aceptarlo; era como si quisiera convencerla de lo contrario intentando sobornarla con lo que tenía a mano.
Trevor aprovechó otro nuevo día de compras para adquirir ropa nueva, pues la que llevaba se había desgastado durante el viaje, sobre todo por la parte de las rodillas de los pantalones, incluso se apreciaba algún agujero. Escogió una chaqueta de piel negra larga hasta las rodillas, un chaleco de seda también negro, una camisa de lino blanca, unos pantalones grises, unas botas oscuras y un sombrero claro de ala ancha. Se aseguró de que fuera grueso a fin de que aguantaran las inclemencias del tiempo y lo protegieran del sol. Una vez que escogió su nuevo atuendo, fue al probador, no tardó en salir ataviado con todas las prendas. Cabía decir que recibió la aprobación de las muchachas y alguna otra que había en la tienda, arrancando las sonrisas de los presentes. No era para menos, Trevor destacaba por su corpulencia y por la esencia fuerte que emanaba. Fue Grace la que se sonrojó de pies a cabeza cuando notó la chispa del deseo inundarla de pies a cabeza. Amaba y deseaba a ese hombre.
A pesar de que Grace se negó, Trevor no prestó atención a sus negativas y le regaló un bonito vestido rosa satinado con volados, con detalles de encaje blanco en las mangas, falda y cuello, y una capa azul marino con sus guantes a juego que la protegerían del frío. Lo complementó con un bonete de paja con visera ancha, adornado con lazos rosas y flores de varias tonalidades, y unos botines marrón oscuro. Teresa la ayudó a ponerse las prensas nuevas, cuando terminó, Grace se miró en el espejo antes de salir del probador. Nunca había tenido un vestido tan bonito como ese, y verse vestida con él le resultó un sueño. Se sintió como una princesa de cuentos de hadas y le dio pena llevarlo puesto; casi prefería tenerlo guardado para que no se estropeara nunca y poder admirarlo cuando quisiera, como si fuera una obra de arte.
Cuando la mujer apartó la cortina y salió, se hizo un silencio expectante en toda la tienda, fueron muchos los compradores que contuvieron el aliento; entre ellos… Trevor, que se quedó sin aire en los pulmones de la impresión. Grace poseía una figura hermosa que realzaba la belleza de cualquier cosa con la que se cubriera. Cualquier modista de reputación estaría encantada de diseñar prendas para ella, sabiendo de antemano que sus telas se amoldarían y cobrarían vida en aquella figura esbelta con dulzura y clase.
Los días fueron pasando uno tras otro. La nieve se iba derritiendo y, poco a poco, las carreteras quedaban limpias, aunque el fango también empezaba a ser un problema, con todo, sería por poco tiempo, pues los aires empezaban a cambiar y la primavera ya estaba dando sus primeros guiños, tal como tocaba por aquella época.
Por su parte, Grace evitaba a Trevor a toda costa, pero él se negaba a que lo apartara. No entendía el motivo por el cual la mujer le rehuía y prefería estar con los forasteros de la caravana; al fin y al cabo, eran desconocidos, de los que sabía poco, por no decir nada. De acuerdo que no estaba siendo justo, pues una manzana podrida en un cesto no significaba que todas estuvieran podridas, y sin duda habría muy buenas gentes en esa caravana. Sin embargo, Grace no tenía a nadie que velara por ella, por tanto, estaba a merced de cualquiera con malas intenciones. Siempre había algún granuja de mente primitiva entre buena gente, porque los malos pensamientos no saben vivir solos. Necesitan de la bondad de otros para sentirse superiores, dándoles el derecho a lastimar. Además, conocía lo suficiente a Grace para saber que ella, en muchos aspectos, era demasiado ingenua. Jake la había engañado desde el primer momento, mostrándose ante ella como un príncipe azul sobre un corcel blanco. Definitivamente no podía dejarla al amparo de la suerte, porque buscar un futuro mejor no era jugar una partida de póker, y ella parecía estar jugando una partida con los ojos vendados, tomando decisiones demasiado precipitadas.
Trevor revivió todos los momentos que había pasado con ella desde que la vio por primera vez en el burdel, a su mente acudieron los buenos y los malos ratos. No quería olvidarse de ninguno, pues para él eran demasiado importantes. Con todo había un pensamiento por encima de los demás: la noche en la que planeó pegarse un tiro. La decisión más estúpida y más cobarde que cualquier ser humano pudiera cavilar. Ella lo había salvado de su propia desesperación en el momento preciso, cuando casi acababa cometiendo una locura. En verdad existían ángeles de carne y hueso que, sin saberlo, ayudaban al más necesitado. Siempre había visto magia en Grace, incluso antes de conocerla se había metido en sus sueños, ayudándolo a revivir las pesadillas de su pasado como una manera de curarlas y tomar conciencia de que no era como su padre.
Hubo un tiempo, cuando era un niño sin madurez suficiente para saber lo que era correcto o no, que pensaba que todo hombre debía recurrir a la violencia para sobrevivir. No obstante, ese Trevor fue creciendo y su alma se reveló contra aquel pensamiento. En algún lugar oculto de su interior, una chispa había sido empujada hacia el anhelo fuerte de desear algo de lo que no había sido consciente hasta entonces. Comprendió que había dos maneras de amar: una destructiva y otra constructiva. Con la sabiduría que da los años, y alejándose cada vez más del ejemplo negativo de su padre, supo que a través del amor él quería construir un hogar, tener hijos y educarlos, no solo para que fueran hombres y mujeres de provecho para sí mismos, sino también para la sociedad, predicando con el ejemplo.
Trevor sonrió tontamente. Se dio cuenta de ello, pero no se reprimió, porque cuando pensaba en el amor y en construir un hogar, a su cabeza no acudía Amy, como en un pasado no muy lejano, sino Grace y su magia de mujer. Sus pulmones se hincharon de aire, Grace le importaba demasiado, tanto que no podía perderla, y debía esforzarse al máximo. Bien sabía que estaba pidiendo un imposible, pues ella necesitaba tiempo para sanar el dolor que le había causado su marido. Deseaba demostrarle que una caricia era lo contrario a un bofetón, y que no debía temer a sus manos y su cuerpo.
No obstante, para demostrarle todo aquello debía tenerla a su lado. Un imposible. Porque ella se había negado en rotundo y cada día se estaba alejando un poco más. Algo que no entendía, ya que por más que ella lo negara, la verdad de sus sentimientos como mujer chispeaba en sus ojos cuando él estaba cerca, evidenciado su impaciencia por tenerlo tan próximo, incluso notaba que lo deseaba como hombre.
Aquello lo ponía nervioso, nervios que se acumulaban en su ser, provocando que su frustración creciera al comprobar que cada día pasaba más tiempo con la gente de la caravana. Era como si ella estuviera desconectando de él y de Teresa empujada por algo más profundo que advertía en su mirada aguamarina cuando se cruzaba con la de él, y que ella evitaba a toda costa, batiendo con miedo sus pestañas, como aleteos de mariposas atrapadas en una telaraña.
Él ya se había mentalizando de que Grace no cambiaría de opinión por mucho que insistiera; y lo único que le quedaba por hacer era obligarla. Solo esperaba que no lo odiara por ello. Se sentía responsable, quería lo mejor para ella, y lo mejor para ella era que se tomara el futuro con tranquilidad y que no decidiera con precipitación opciones que tal vez le pesarían en el futuro. Si después de reflexionar deseaba vivir lejos de él, lo entendería, lo aceptaría e intentaría soportarlo.
Lo que no sabía Trevor era que el pasado de Grace llegaba montado a caballo una vez que la nieve dejó que los caminos fueran transitables. Como una sombra amenazante, cargado con mil razones y ninguna verdad, con la maldad circulando por sus venas, con su pistola señalando muerte dentro de su funda, con sus puños amasando golpes, entró Jake en el pueblo. A veces no hacían falta palabras para que un aura definiera a las personas, y eso le pasaba a ese hombre vestido de negro de arriba abajo; todo él era oscuro como la muerte. La sensación espesa de tenebrosidad que se agudizaba con su cercanía precipitaba a que cualquiera que se acercara a él se marchara veloz, con la impresión surrealista de haber sido empujado por unas manos ficticias. Miedo era lo que evocaba ese hombre, cuya rabia agudizada por los días que había tenido que perseguir a Grace lo había vaciado por dentro. En su lugar había un nido de serpientes, y es que su interior no daba cobijo a sentimientos claros y puros.
Como siempre, Jake no tardó en saber dónde estaba Grace, pues su pelo pelirrojo, un pelirrojo nada común con mechas doradas, y su piel blanca, igual que los puñados de nieve que aún sobrevivían en las sombras eternas que todo pueblo tenía, no la hacían pasar desapercibida. Con sus espuelas resonando a cada paso, y cojeando debido a la herida mal curada por sus prisas —producida por el disparo de su esposa— se acercó al hotel. Como era avanzada la mañana y todavía quedaba para la hora del almuerzo, no había mucha gente. El comedor estaba ubicado en la parte derecha y encontró a dos mujeres, una limpiaba las mesas y la otra barría. No perdió tiempo y se dispuso a sobornar a una de ellas para que le informara en cuál habitación se hospedaba a la que consideraba aún su esposa y de su propiedad. La otra camarera recriminó a su compañera y le aconsejó que no aceptara el soborno y que no dijera nada, pero en cuanto Jake la miró de manera amenazante, decidió mantenerse al margen.
Jake era un hombre precavido, cuanto menos supieran de él, mucho mejor, por lo que no dijo su nombre cuando las mujeres le preguntaron y se marchó sin decir ni tan solo adiós; poco le importaba no ser educado. Luego, anduvo por el exterior del hotel con disimulo, pues a esa hora había gente circulando por las calles embarradas debido a la nieve deshecha. Bien sabía que debía entrar en el dormitorio sin que nadie lo viera, a fin de que no alertaran a Grace. Su cojera le impedía mostrarse ágil como antes, de todos modos, se las apañó bastante bien y una vez que ubicó la habitación de su huidiza esposa, entró a hurtadillas por la ventana, valiéndose de un gran establo y un árbol que había detrás del edificio, que le proporcionó las sombras y los recovecos necesarios para trepar sin ser visto.
No muy lejos de allí, Trevor y Teresa ultimaban los preparativos; al día siguiente se marcharían hacia el rancho del hombre. Grace, como era de esperar, no estaba con ellos, sino con la caravana que también reanudaría el viaje al mismo tiempo que ellos. De modo que no era de extrañar que Trevor no estuviera muy efusivo por la marcha, ya que casi tendría que atar y amordazar a Grace para llevársela con él, y no era motivo de orgullo actuar como un cavernícola.
Sin embargo, ellos dos no se habían dado cuenta de que Grace no estaba con las gentes de la caravana, sino que aquella excusa le había permitido a la mujer alejarse, pues su dolor ya era tan grande que no podía aguantar el llanto. El día era soleado, de esos días tibios que invitaban a buscar un lugar resguardado, y sin sombras, para disfrutar de la recién nacida primavera que, con vergüenza, empezaba a dar los primeros abrazos a la tierra. Grace estaba detrás del almacén buscando oscuridad y soledad. No había nada más amargo en la vida que la tristeza a oscuras, pero no le quedaba más remedio y se escondió y lloró. Sus lágrimas eran hojas que caían de un árbol sin vida ni ilusión por crecer, porque así se sentía ella: como una planta con raíces muertas. Estaba siendo patética, lo sabía, cualquier otro en su situación estaría disfrutando de las pocas horas que le quedaban por pasar con Trevor y Teresa. Pero no se sentía con fuerzas, y no quería sucumbir al llanto ante su presencia, porque implicaría desnudar sus emociones, y no quería abrazos nacidos de la lástima.
La mujer estaba apoyada en la pared, removía la tierra semihúmeda con la punta de su bota distraídamente, dibujando circunferencias que deshacía cuando eran círculos perfectos. Como si sus pies tuvieran vida propia y decidieran su destino, escribieron el nombre de Trevor. Grace se sorprendió, la inmensidad de los sentimientos que ella llevaba en su interior estaban más vivos que nunca; en cierto modo, su cuerpo le estaba hablando sin decir una palabra. De nada le estaba sirviendo ignorar la evidencia, por más que se forzara a vestirse con la indumentaria de la seguridad a fin de que todos vieran solo esa parte de ella, pues eso le daba una confianza ficticia, la realidad se imponía, y dicha seguridad se diluía como la nieve que ella contemplaba. Claro que sus sentimientos se estaban negando a llevar aquel vestido, y es que toda ella clamaba por irse con Trevor y Teresa, pero ya había tomado una decisión.
Aunque… ¿Trevor la escucharía si le dijera «te amo» antes de que se marchara? Grace cerró los ojos y negó con la cabeza. Mejor no, se pondría en evidencia y después le sería imposible mirarlo a la cara sin sentir una profunda vergüenza. Mejor no hacer nada, como los cobardes que huyen de la batalla. Mejor permanecer en silencio el resto de su vida.
Grace se agachó y tocó el nombre de Trevor, lo acarició con las puntas de los dedos con el mimo de un rayo de sol tocando un pétalo. Grande fue la emoción que experimentó, y supo que jamás aquel nombre habitaría el olvido. Y como le sucedía últimamente, dejó vagar su mente e imaginó un futuro idílico junto a él, que bien sabía que se sostenía por columnas de humo, pues por mucho que lo deseara, era un viaje a ninguna parte. Y cada vez era más consciente de que debería encontrar la manera de arrancarse esa fantasía del alma, porque sus ilusiones eran como las estrellas: imposibles de tocar.
La mujer deshizo el nombre de Trevor, las letras se difuminaron en la tierra humedecida por la nieve, ya líquida, pero aunque desapareciera a la vista, ella escribía cada palabra con cada uno de sus latidos en el interior secreto de su corazón. Decidió irse al hotel, ya que se sentía casada por dentro y por fuera. Dormía mal por las noches, y de día la paz no acudía a su mente por más que intentara distraerla hablando con las gentes de la caravana. Siempre acababa equiparando a todos aquellos hombres con Trevor, y ninguno se podía comparar con él, era imposible. Trevor era una excepción.
Pasó por al lado de la caravana y saludó a los que a partir del día siguiente serían sus nuevos compañeros de viaje; estaban poniendo a punto las carretas. Algunos de ellos se acercaron, pero como ella no tenía ganas de conversar, se despidió alegando que debía preparar el equipaje. De hecho, no había dicho ninguna mentira, ya que aún no había organizado sus cosas; se había negado a hacerlo hasta última momento porque aquello significaba que Trevor y ella seguirían por caminos distintos. Pero ya no podía esperar más y tendría que arreglar sus pocas cosas. Mientras caminaba, el ajetreo de los preparativos que conllevaba una caravana de aquellas dimensiones se desvanecía en el aire.
Nada más entrar en el hotel, la recibió el aroma a comida, distinguió el olor contundente a pastel de carne asada, incluso percibió a lo lejos el olor a galletas recién horneadas. Sin duda un festín para estómagos exigentes, aunque ella, debido a los nervios, había perdido el apetito.
La mujer echó una mirada al comedor. Los primeros comensales ya estaban ubicados en sus mesas y echaban buena cuenta a sus platos llenos; los servían las dos camareras de siempre. Cuando vieron entrar a Grace, contuvieron la respiración, esta, que siempre había vivido con sus instintos en alerta, se percató de que una de ellas se quería acercar para decirle algo, no obstante, la otra se lo impidió agarrándola del brazo. Ambas intercambiaron alguna que otra palabra; a simple vista, una de las camareras parecía estar bastante enfadada, y era tal su enfado que reprimió a la otra. Aquel comportamiento tan extraño la sorprendió por el mero hecho de que parecía que el problema era ella, y no lo entendía, pues aparte de alguna conversación relacionada con la comida que servían, no había mantenido ningún contacto más profundo con ellas. Con todo, no le dio importancia, o mejor dicho, no quiso darle importancia. Su cabeza estaba revuelta con idas y venidas de pensamientos, unos más absurdos que otros debido a su situación emocional, y no quería más motivos de desvelos. Solo deseaba que el día de mañana llegara pronto y acabar de una vez por todas con su sufrimiento.
Subió los escalones uno tras otro, como si su cuerpo pesara el doble y su alma se arrastrara por el suelo. No tardó en llegar a la habitación, ella no era consciente de que Jake estaba detrás de la puerta, aguardando con paciencia y en silencio desde hacía un buen rato.
Pronto Grace sabría que del pasado no se podía escapar.
Grace abrió la puerta, no le dio tiempo a cerrarla, pues él la arrastró adentro y cerró con brusquedad. Inmediatamente después, y antes de que ella pudiera reaccionar, le puso las manos a la espalda y le apretó las muñecas con fuerza a fin de inmovilizarla; ella se debatió, pero todo esfuerzo fue inútil.
Grace miró a su marido: la maldad impregnaba los ojos del hombre como si fuera un veneno letal. Ni las serpientes miraban de aquella manera, porque las serpientes mataban por hambre o para defenderse, Jake lo hacía por placer.
—Cuánto tiempo, Grace, por tu cara veo que no soy bien recibido.
Su tono, en otrora seco y duro, había mutado a uno cavernoso, Grace se dio cuenta de ello y pensó que ese hombre ya estaba podrido por dentro. Intentó no mostrar miedo, pero en su situación, inmovilizada por completo, resultaba inútil, y más todavía porque se sentía sin aliento, pues su maldad la oprimía. Era como estar entre dos paredes que la aplastaban sin remedio. Aun así, utilizó sus pocas fuerzas para hablar.
—Nunca serás bien recibido.
—Grace, Grace… —empezó a decir con un aire engañosamente tranquilo—, a un marido le debes mostrar respeto y sumisión —declaró con un matiz a mofa.
Apretó con tanta fuerza las muñecas de Grace que ella no pudo evitar quejarse de dolor a través de un siseo largo y profundo. Eran tan fácil en aquellos momentos acordarse de Trevor, que entre este y el hombre que tenía delante había un abismo de intenciones. Trevor jamás haría daño a una mujer.
—Después de todo el daño que me has hecho, no te odio, Jake, solo mereces que te tenga lástima.
Jake la agarró del pelo con tanta violencia que su moño se deshizo. Ella, al verse con las manos libres, quiso golpearlo, pero no le dio tiempo porque él la aferró por los hombros y la tiró contra la pared. El golpe que recibió en su delgado cuerpo fue duro y seco, sus pulmones se quedaron sin aire; a duras penas podía respirar y mucho menos incorporarse. Se quedó en el suelo, con su mejilla pegada en la superficie de madera, hizo amago de levantar la cabeza, ya que debía ubicar a su marido en el espacio para defenderse. Sin embargo, no podía, estaba demasiado aturdida, de hecho, no era la primera vez, pues conocía la sensación de morirse lentamente. Jake, cuando vivían juntos, la solía golpear hasta el límite. Solo la dejaba con un hilo de vida en el cuerpo, lo suficiente para que pudiera recuperarse y poder golpearla de nuevo, con lo cual no le sorprendió que la pateara en el vientre. El impacto fue tan fuerte que no pudo evitar que su estómago se contrajera y expulsara allí mismo lo poco que llevaba dentro.
Grace estaba mareada, su mirada borrosa no le servía de mucho y, cuando pudo enfocar, las paredes daban vueltas a su alrededor, aun así, notó la presencia espesa de Jake cerca de ella. Él era el hijo legítimo del dolor; como tal, le gustaba pavonearse de su poder sin miramientos, porque lo llevaba muy adentro y, cuando se llevaba el pecado pegado en el alma, dejándolo sin aire para recomponerse en un intento de que tomara conciencia de lo que hacía, todo ruego era inútil. De modo que la mujer decidió no suplicar por su vida, no cuando hacerlo significaba darle un placer morboso.
Jake la contempló desde la altura, había aprendido a dar forma a la crueldad desde el primer día de su enlace matrimonial. Que ella lo abandonara solo había sido un revulsivo a su naturaleza malvada; de alguna manera le había proporcionado las alas negras que todo ángel caído llevaba, y se sentía orgulloso de llevar esas alas. En parte, la sensación poderosa que experimentaba haciéndole daño se unía con la expectación que traía consigo el futuro, pues había decidido matarla lentamente. Jake sonrió, se agachó frente a ella, tenía asumido que si la mataba, no tendría con quien divertirse. Pero su mente retorcida no tardó en buscar solución y la idea de encontrar otra Grace lo emocionaba, tanto como ver el sufrimiento de su esposa brillando en sus preciosos ojos azules.
La muchacha notó el aliento de él cerca de su rostro, su maldad la oprimía, era como encontrarse aplastada bajo el peso de una piedra, sin posibilidad de moverse. Jake la agarró de nuevo del pelo, el moño ya era una sombra maltrecha en su cabeza, y a tirones la obligó a levantarse. No dándose por satisfecho, alzó el brazo con que sujetaba el cabello de la mujer, no tuvo miramientos con ella, y Grace quedó suspendida en el aire. Su cara desfigurada por el dolor hizo reír a Jake, ella movió los pies con desespero buscando el suelo. No obstante, él era un hombre fuerte y ella, una mujer menuda, por lo que no le costó mucho esfuerzo mantenerla en aquella posición.
Grace clavó sus uñas en el brazo que la sujetaba, pues le dolía, dolía mucho. ¿Acaso para morir hacía falta sufrir tanto? «Dios, apiádate de mí», susurró en el silencio de su mente.
—¡Mátame de una vez! —pidió ella.
Aunque sus ganas de llorar eran enormes, se negaba a hacerlo, pues sabía que sus lágrimas eran la alegría de él y no quiso darle aquella satisfacción.
—Antes de eso quiero divertirme un poco, creo que me lo merezco. —Hizo una pausa, respiró tan profundo que se escuchó en toda la habitación—. Te haré pagar cada kilómetro que me has hecho recorrer en tu busca.
Grace supo que los próximos minutos serían difíciles de soportar. En el fondo de su corazón deseó que su alma se despegara de su cuerpo, porque no sabía si podría aguantar tanto dolor.
***
Trevor y Teresa habían terminado de empaquetar las últimas cosas. Se dirigieron a la caravana en busca de Grace. Una vez en el lugar, les informaron de que ella no estaba con ellos, sino que se había ido a hacer su equipaje. De modo que fueron al hotel, pues era casi hora de comer y podrían hacerlo los tres juntos.
Cuando ambos entraron en el establecimiento, una de las camareras acababa de dejar un plato humeante sobre la mesa de uno de los clientes, era la misma muchacha que había censurado el comportamiento de su compañera cuando se dejó sobornar por Jake. Se percató de la entrada de Teresa y Trevor, aunque en un primer momento titubeó, acabó por acercarse a ellos. Por lógica, la muchacha había deducido que el forastero tan oscuro de la mañana no llevaba buenas intenciones con respecto a Grace, y como sabía que Teresa y Trevor eran sus compañeros de viaje, tal vez pudieran ayudarla.
—Señor Jenkins… —Hablaba retorciendo el delantal entre sus nerviosos dedos, Trevor frunció el entrecejo, pues se había dado cuenta—. Esta mañana ha estado aquí un forastero preguntando por la señorita Grace, quería saber en qué habitación se hospedaba.
—¿Un forastero? —preguntó, sorprendido, él, su instinto empezó a ponerse en guardia, Jake, su marido, fue en el primero que pensó—. ¿Te dijo su nombre?
—No, no quiso darnos su nombre. —Su tono pausado y triste mostraba culpabilidad—. Solo que la andaba buscando, yo, yo no quise decirle nada, pues me pareció que no llevaba buenas intenciones, pero mi compañera… —Hizo una pausa—. Se, se lo dijo a cambio de una buena propina. —Suspiró de alivio y de vergüenza al mismo tiempo.
La camarera estaba siendo breve, el sentimiento de culpa había provocado que de su boca solo salieran las palabras justas. Aunque ella no había sido la sobornada, su silencio la hacía sentirse cómplice de un acto que ella repudiaba. Trevor se dio cuenta y quiso agradecerlo, pero la premonición de que la misma maldad de su padre flotaba en el ambiente en otro cuerpo y con otro nombre lo dejó sin habla.
La sensación de peligro se filtró huesos adentro. Trevor dejó en libertad un gruñido más propio de un lobo que se preparaba para la caza. No podía dejar de pensar en Grace y, aunque perdiera la vida, su necesidad por ayudarla lo hizo reaccionar con rapidez. Sin perder un segundo más, que bien podría salvarla, corrió veloz hacia la habitación, sin saber si ella estaría allí o si Jake ya se la habría llevado, o, en el peor de los casos, si ya la habría asesinado. Aquella última suposición fue la que le dio velocidad a las zancadas mientras el suelo se estremecía bajo sus pies, incluso de la unión de los listones de madera, colocados uno al lado de otro, salía polvo.
Con un movimiento rápido de mano, se encargó de soltar la correa que mantenía sujeta su Colt, en un segundo la empuñó con la determinación clara de que si tenía que disparar a matar, lo haría por más que sus entrañas se revelaran contra tan terrible acción, tal como le sucedía cuando agarraba su arma. Sin más, abrió la puerta, por suerte no estaba cerrada por dentro, aunque si lo hubiera estado, no hubiera tenido ningún problema de echarla abajo.
La imagen que se desplegó antes sus ojos fue de esas que impactaban hasta lo más profundo del interior de cualquier persona con conciencia en el cuerpo. Jake tenía agarrada a Grace por el cabello y la había alzado, sus pies se agitaban en el aire en busca de estabilidad. Sin embargo, lo que más le impactó fue su rostro de miedo y resignación, que evocaba a la vida sin vida, a las estrellas sin luz, a los ríos sin agua, al sol sin su tibieza, a la boca sin sonrisa. Grace era su piano sin teclas y sin música porque Jake se lo había arrebatado todo, absolutamente todo.