CAPÍTULO 11
Grace emitió un sonido desgarrador. Debajo de sus pestañas Trevor vio la misma pesadilla que persiguió a su madre en vida. Entonces era un niño y no pudo hacer nada por ayudarla, en cambio ahora era todo lo contrario.
—¡Suéltala! —exigió Trevor, apuntó a Jake con furia; el destello plateado de su Colt amenazaba muerte.
Jake entornó los ojos a modo de rebeldía, su comisura derecha se alzó hasta formar un rictus de indiferencia. Sin embargo, cuando escuchó que su contrincante amartillaba el arma, abrió de golpe la mano que sujetaba el pelo de la mujer. Grace cayó al suelo igual que un fardo pesado que no vale nada y que tiran con desprecio. El retumbar fue doloroso, y su eco impactó en el alma de Trevor. Quiso correr hacia ella, abrazarla, protegerla, adorarla con cada uno de sus sentidos a fin de borrar en ella aquel sufrimiento. Pero si lo hacía, Jake los mataría a ambos, primero, la debía poner a salvo.
Trevor experimentó un progresivo incremento de su furia que rivalizaba con la tranquilidad y el buen hacer que había mostrado siempre en aquellas lides. Su deseo era infringirle a Jake todo el castigo que se merecía, pero tuvo que enfriar su imaginación a fin de no sucumbir a sus más bajos instintos como ser humano. Jake merecía un infierno hecho a medida, construido de torturas, porque la muerte no era suficiente castigo para él.
—Grace, ¿estás bien? —preguntó Trevor sin apartar la mirada de Jake.
La mujer se incorporó, se sentó en el suelo con evidentes muestras de dolor.
—Más o menos.
—¿Puedes moverte?
—Sí…
—Entonces aléjate de Jake.
Grace se levantó y caminó hacia un rincón, sus pasos titubeaban, con todo, logró mantenerse estable y se alejó todo lo que pudo de su marido. Se apoyó en la pared con sus manos en el vientre, pues ese lugar todavía le dolía. Trevor la miraba de reojo y su furia crecía a cada paso que ella daba, consciente de que estaba así por culpa de un salvaje. Jake también contemplaba a Grace y su rostro evidenció lo satisfecho que se sentía por haber lastimado a su mujer. Sus facciones profundas y su mirada oscura cubierta de veneno adquirieron la expresión de felicidad del pintor que contempla su macabra obra.
Trevor sintió un asco profundo por ese ser. Se daba cuenta de que ese engendro mostraba una grandilocuente superioridad sin vergüenza, el mismo orgullo enfermizo que poseía intrínsecamente todo asesino déspota y cruel. La persona que tenía delante era como su padre, ese ser sin compasión que había matado a su madre por egoísmo y por el mismo sentido de superioridad del que estaba haciendo gala Jake. Cuando era niño, no había comprendido esos aspectos de la naturaleza humana. Ya de mayor, con mucho vivido, con la vida como maestra que le había enseñado las mejores lecciones, sabía que solo haría falta despojar a Jake de aquella superioridad y desnudarlo como nunca creyó posible. El muy canalla se había alimentado del miedo de Grace para saciar su orgullo de hombre; la verdad era que no se merecía la compasión de nadie. Porque a un hombre como ese, si se le demostraba que no era nada frente a la verdad, se derrumbaba. Y esa verdad era la que él le iba a enseñar de inmediato. Aunque dudaba mucho de que sirviera para algo, pues lo veía en sus ojos malignos, emborrachados de crueldad, saturados de una oscuridad espesa que lo ahogaba cada día un poco más en los lodazales del mal, tal como le había sucedido a su progenitor. Cuando no había voluntad de cambiar, todo esfuerzo era inútil, era como querer alumbrar al ciego con una lámpara para que vea el camino. Lo había vivido en su padre, y Jake era igual.
Teresa, que había corrido tras Trevor, entró en la habitación. El hombre no contó con aquel inconveniente, pues había sido tan grande su precipitación por ayudar a Grace que no le había dicho a Teresa que se quedara abajo y buscara un lugar seguro, dado que podía desatarse un tiroteo y las balas, por desgracia, eran caprichosas y no tenían nombre.
Aun así, Trevor reaccionó deprisa, empujó a la mujer para que se quedara a su espalda, con lo que su propio cuerpo le servía de escudo. Por su parte, Jake aprovechó aquel segundo para desenfundar su arma, quiso disparar a Trevor, pero enseguida se dio cuenta de que su adversario era un gran pistolero al que no se podía coger desprevenido. En lo que duró un parpadeo, Trevor disparó y dio allí donde había mirado.
Jake recibió un balazo en la mano que sostenía su pistola; en consecuencia, provocó que el arma cayera al suelo. El proyectil había entrado por los nudillos y había salido a la altura de la muñeca para terminar incrustándose en la pared. A pesar de que la herida impactaba y sangraba mucho, la realidad era que no era grave, aun así, le era imposible utilizarla hasta que curara. Sin embargo, Jake tenía la mano izquierda en perfectas condiciones y miró el arma que había caído en el suelo, si bien le faltaba un dedo, con el tiempo aprendió a disparar con los cuatro buenos.
—Ni se te ocurra… —amenazó Trevor, bajo el ala de su sombreo se percibían sus pupilas dilatadas de furia.
De los dedos de Jake se iba escurriendo la sangre, gota a gota caía al suelo, espesa y amarga como la hiel, porque en ese hombre todo era hiel, su mirada, sus pensamientos, sus acciones… A Trevor no le sorprendió que no mostrara dolor, porque los demonios nunca sentían dolor. Se dio cuenta de que miraba a Teresa con la alevosía que traía una lujuria enfermiza. Aquello no le gustó, pues supo que no solo tendría que velar por Grace, sino que la belleza de Teresa lo atraía como a un oso, la miel. Un maltratador como aquel no respetaría la nueva vida que la irlandesa concebía en su interior.
Quizá sería mejor matarlo de una vez por todas, así de simple y fácil, deseaba su muerte como una manera de liberar a Grace. Pero ¿lo soportaría su conciencia? Sabía que no, porque siempre había luchado por no parecerse a esos hombres de gatillo fácil que encontraban en la muerte la solución a todos sus problemas. No creía en la violencia sin sentido y sin justificación. Al fin y al cabo, los hombres como Jake, en el fondo, eran unos cobardes; solo haría falta despojarlo de su orgullo, desnudarlo ante la verdad, y huiría con el rabo entre las piernas, entonces dejaría de ser una amenaza.
—Ahora llega ese momento en el que tengo que decidir si matarte o dejarte vivo —dijo Trevor en un tono despectivo.
Pretendía jugar con él, que se pusiera tenso, que temiera por perder la vida, que supiera que le podía infligir mil y unas torturas si se lo proponía. Solo así la máscara de soberbia, que lucía con altanería en aquellos instantes, caería, dejando a su paso su verdadera naturaleza cobarde.
Jake apretó los labios y alzó las cejas, después abrió los brazos en un gesto que mostraba rendición, y dijo:
—¿Dispararás a un hombre desarmado y herido? ¿Eres de los que matan a indefensos?
Trevor enfundó su Colt y sonrió abiertamente, enseñando sus dientes blancos y mostrando una seguridad que Jake no poseía, ya que lo delataban el par de gotas de sudor de su frente.
—¿Ves? —Trevor alzó sus palmas—. Ahora estamos en igual de condiciones.
Trevor dio dos pasos hacia su contrincante, sus botas se clavaban en el suelo y su ruido parecía tambores tocando para la batalla. La tensión era grande, Teresa corrió hacia Grace, y esta le rodeó los hombros con su brazo derecho. Ambas mujeres se pegaron a la pared, sus ojos abiertos casi no parpadeaban, incluso contenían el aliento por la expectación del momento.
—Yo estoy herido y tú no —dijo Jake enseñándole su mano ensangrentada.
Trevor separó ligeramente las piernas, tenía las manos relajadas a su costado, abrió y cerró un par de veces los puños, entrenando sus dedos para el duelo. Era evidente que se estaba preparando para pelear.
—Bueno, eso a ti no te importa, ¿por qué me iba a importar a mí? —aseguró su contrincante encogiendo los hombros.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Jake.
Trevor dio otro paso adelante, en aquellos instantes, los separaba poco más de un metro de aire y tensión. Era evidente que a Jake le estaba costando guardar la compostura, pues ya no tenía un par de gotas de sudor en la frente, sino que aquella parte del rostro transpiraba de lado a lado, Trevor casi podía ver su orgullo marchando con las orejas gachas.
—Nunca te importó que Grace estuviera herida para darle su merecido, ¿verdad? ¿Cuántas veces la dejaste inconsciente en el suelo y la seguiste golpeando? —Trevor seguía con las manos pegadas a su cuerpo y apretó los puños, puños que guardaban golpes—. ¿Cuántas veces te rogó que pararas porque le hacías daño? ¿Cuántas veces te detuviste cuando la viste sangrar tal como hace tu mano ahora mismo? ¿Te crees que a mí me importa que tengas una mano invalidada? Es más divertido, porque se trata de eso, de que yo me divierta y tú sufras, tal como te gusta hacer con Grace.
Trevor se dio cuenta, gracias a la nuez del cuello de su adversario, que se movía de arriba abajo con mucha dificultad al intentar tragar, que el miedo lo estaba poseyendo, que ya sus ínfulas de grandeza lo abandonaban deprisa. Era bueno que captara que él no se detendría si le tenía que dar su merecido.
—No te atrevas… —susurró Jake.
Trevor se acercó completamente a él, sus cuerpos notaban la presencia el uno del otro.
—Que no me atreva a qué —dijo, entre dientes, Trevor.
En aquella estancia, se había producido un paréntesis temporal. Los minutos, los segundos no importaban, tampoco importaban los cuchicheos que se estaban produciendo en el comedor, donde las suposiciones y las exageraciones de lo que pasaba en la habitación de arriba corrían como la pólvora.
Jake estaba acorralado, bien lo sabía, y como animal que huele el peligro, no tuvo reparo en embestir con su cuerpo a Trevor. Sin embargo, a este no lo cogió desprevenido, su fuerza detuvo la arremetida y aprovechó el contacto para empujarlo con todas sus fuerzas, que provocó que su contrincante cayera al suelo. Fue tal la violencia que a ambos hombres se les cayó sus respectivos sombreros.
Trevor había visto desde niño la impaciencia del cobarde que se siente atrapado y que no calcula sus posibilidades. Más bien arremete desesperadamente, dejando su vida en manos de la suerte. Lo había aprendido en su padre cuando su madre se enamoró de otro y ese otro la defendió. Pero no sirvió de mucho, pues el cobarde de su progenitor esperó a que su madre estuviera sola para matarla por venganza. Y allí estaba su padre reflejado en los ojos de Jake, y su madre, en las heridas de Grace.
Trevor no pudo contenerse, tenía al enemigo tendido en el suelo. Se agachó y lo agarró de la camisa, tiró de él hacia arriba y lo obligó a que se levantara. Le dio un puñetazo con tanta fuerza que Jake volvió a caer al suelo, esta vez el golpe fue duro y sonoro. Entonces Trevor dijo:
—¿Verdad que ahora no eres tan valiente? Los cobardes como tú solo se meten con gente indefensa, eres patético, Jake, tan patético que das asco.
Una parte de Trevor estaba fuera de sí, pues no podía dejar de ver en el brillo de los ojos marrones de Jake a su padre. Su sangre caliente, llena de furia y de venganza por no haber podido ayudar a su madre en el pasado, se concentró en sus puños, en aquellos momentos convertidos en instrumentos de tortura y dolor. No perdió ni un segundo, y el recuerdo del sufrimiento vivido por su madre le dio el valor necesario.
Trevor se agachó sobre Jake, como si fuera un oso enfurecido con ganas de descuartizar a su presa, y empezó a pegar a su adversario. Un puñetazo, y otro, y otro caían sobre el rostro de su contrincante; labios y nariz se partieron. Trevor no podía parar, las venas de sus sienes incrementaron su tamaño como ríos de sangre que se abrían paso en una mente dominada por la amargura de un pasado aún por cicatrizar. Y es que Trevor nunca había reaccionado de aquella manera tan agresiva, jamás había recurrido a la violencia para salir de un problema. Su naturaleza comprensiva, calmada y racional le buscaba los caminos correctos. Pero en aquellos instantes era presa de una rabia que se llevaba fermentado durante casi toda su vida. Así que siguió golpeando y golpeando a Jake, perdido en otra dimensión.
Grace se dio cuenta de que Trevor no era Trevor, sino que era su versión agresiva, la misma que vio cuando lo conoció y que la asustó sobremanera. Pero también había conocido la parte bondadosa y racional de él y, sin duda, esa parte era mucho más enorme que la que estaba contemplando, con lo cual reaccionó sin miedo y se acercó a Trevor, ignorando el peligro que suponía dicha acción, aunque sabía del cierto que a ella no le haría nada. Su corazón se lo decía, y el corazón nunca se equivoca. Con firmeza, agarró el brazo del hombre para que detuviera sus golpes.
—¡Ya basta, Trevor, no vale la pena!
Con determinación, como burbujas efervescentes, las palabras se abrieron camino en el interior descompuesto del hombre. Se detuvo y se dio cuenta de que estaba fuera de sí y que respiraba con agonía. Sacudió su cabeza y miró a la mujer. Ella lo contemplaba con sus labios de melocotón apretados, en sus ojos había el brillo de la comprensión, Grace esbozó una triste sonrisa y negó con la cabeza, diciendo con ese gesto que no siguiera.
Solo la magia de esa mujer era capaz de detener la locura que iba a cometer. Se levantó y miró a Jake, estaba con sus labios inflados y ensangrentados, al igual que la parte izquierda de su rostro. Su ojo derecho era una bola enorme color púrpura, y nada más que una rendija delgada como una la hoja de un cuchillo dejaba entrever su mirada. Sin duda estaría varios días sin poder abrir el párpado.
Trevor contemplaba su obra macabra horrorizado con él mismo, pero no era el momento de derrumbarse emocionalmente. Lo hecho, hecho estaba, no podía retroceder en el tiempo. Nunca había golpeado a nadie hasta ese extremo de locura. Si bien se arrepentía, de ningún modo iba a pedir disculpas; a Jake debía quedarle claro que, si se acercaba a Grace o a Teresa, se convertiría en un salvaje y que no dudaría en alimentar a la bestia de su interior. Más valía que no lo violentara si no quería recibir otra golpiza como aquella, o incluso otra peor.
De modo que Trevor aprovechó aquel momento y se dirigió a Jake para amenazarlo:
—Bien, Jake. —Agarró a Grace de la cintura, que seguía a su lado apoyándolo y dándole consuelo con su mirada y su magia de mujer; la separó un par de metros de Jake, pues no se fiaba—. Esto es solo una pequeña muestra de lo que te sucederá si te acercas a Grace o a Teresa.
El aludido se apoyó por los codos, enfocó su ojo bueno y, lejos de sentir arrepentimiento, sintió odio y también miedo, un miedo que pareció detectar Trevor, el cual esbozó una sonrisa de satisfacción. Cierto, no había estado bien golpearlo de aquella manera, sin embargo, algo bueno había salido de todo ello, pues ese demonio estaba probando en su propia piel lo que era el miedo, el mismo miedo que le hizo padecer a Grace. Fue entonces cuando Trevor se dio cuenta del charco que había en el suelo a la altura de la pelvis del hombre, abrió sus ojos de sorpresa.
—Mira, Grace —empezó a explicar Trevor—, Jake se ha meado de miedo, ha perdido hasta la dignidad, lo que tú jamás perdiste. Lárgate, Jake, lárgate antes de que te meta una bala en la cabeza y remate el trabajo. —Echó mano a su Colt para dar énfasis a su amenaza.
El ranchero no precisó que lo amenazara una segunda vez. Se levantó a trompicones, incluso resbaló con su propia orina. Grace era incapaz de reconocer a su marido, ese hombre cruel y déspota que la golpeaba. Trevor lo había despojado de su orgullo de la manera más humillante posible. De pronto se sintió libre, como nunca se sintió mientras estuvo casada con Jake.
Trevor esperó a escuchar los pasos de Jake en su huida y no dejó de mirar la puerta abierta hasta que se aseguró de que había salido del hotel. Corriendo, se dirigió a la ventana y apartó la cortina lo suficiente para mirar el exterior. Contempló la cojera de Jake mientras caminaba a su caballo, dedujo que era como resultado a la herida producida por el disparo de Grace. Montó en el équido y trabajo le costó por lo conmocionado que estaba. Después lo vio galopar hacia la salida del pueblo.
Trevor se dio la vuelta, sus ojos se encontraron con los de Teresa, que seguía pegada a la pared con una expresión de sorpresa, Trevor bufó aliviado, pues le hubiera pesado que lo mirara con miedo. Mientras, Grace se acercó a él y lo abrazó, por algún motivo se sentía cerca de él, y él aceptó el abrazo como lo más maravilloso del mundo.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Sí, muy bien —informó aliviado—, tengo que hacer algo urgente, no sé cuánto tiempo tardaré, diré a la camarera de abajo que os traiga algo de comida, solo abridle a ella, luego quiero que tú y Teresa os encerréis en esta habitación. Y cuando llegue, tú y yo tendremos una charla —dijo mirando a Grace en un tono contundente que no admitía réplica.
A Grace no le dio tiempo de preguntar nada, ya que él salió de la habitación como si los demonios lo persiguieran. Teresa fue la primera que reaccionó en cuanto se quedaron solas; se acercó rápidamente a la puerta, que cerró con llave.
—Vaya… —susurró Teresa asimilando todo lo que había pasado, apoyando su espalda en la batiente—. Parece que estamos bien protegidas.
Grace no pudo hacer otra cosa que darle la razón y asintió con la cabeza, pues aún estaba asimilando todo lo que había pasado. Y es que Trevor no dejaría que nadie las lastimara, les había proporcionado una seguridad que en aquellas salvajes tierras era media vida, y más siendo mujer.
Trevor salió al exterior después de haber pedido a la camarera que llevara el almuerzo a las chicas. Conocía a un par de hombres de Santa Fe que por un buen puñado de dólares harían lo que les pidiera. Eran bastante temerarios, y eso jugaba a su favor, de modo que no perdió el tiempo y fue en su busca. Los hombres se mostraron receptivos en cuanto les habló del dinero que ganarían. La entrevista duró poco, solo el tiempo necesario para que Trevor les pidiera que vigilaran al forastero que había acabado de abandonar la ciudad. Les dio una descripción, el rasgo más distintivos sería que vestía de negro, que le faltaba un dedo en su mano izquierda, que estaba herido en la mano derecha por un balazo, que cojeaba de la pierna izquierda y que en la cara tendría signos evidentes de haber recibido una paliza, de esta manera, se aseguraba de que no se confundieran de hombre.
Lo único que pretendía Trevor era asustar a Jake. Este ya había dado muestras de cobardía y sería un trabajo fácil. Quería que se sintiera vigilado durante un tiempo, que lo amenazaran, que lo intimidaran. Solo así el miedo se enroscaría por su cuerpo como una serpiente y no se atrevería acercarse a Grace o a Teresa, porque si lo hacía, la próxima vez no habría perdón y dispararía a matar. Le había dado la oportunidad de seguir viviendo a cambio de que se fuera lejos; y si no lo hacía le esperaba la muerte. Jake debía comprender que siempre había que esperar de los demás lo mismo que uno les había hecho, y Jake había causado mucho dolor, y eso sería lo que recibiría. Al fin y al cabo, la mediocridad siempre se medía con las acciones, y Jake se había definido a sí mismo. Trevor no tendría compasión con él.
El hombre acarició su arma, nunca había matado a nadie, casi había sido un milagro teniendo en cuenta que en el Oeste solo sobrevivían los fuertes. Por experiencia sabía que siempre había una primera vez para todo. No le gustaría tener que disparar a Jake, pero por ninguna circunstancia dejaría que tocara a Grace, aunque perdiera la vida defendiéndola.
Después, Trevor paseó por el pueblo en busca de tranquilidad, a fin de asimilar los últimos acontecimientos. Se tomó su tiempo, gran parte de la tarde, pues necesitaba calmarse y estar a solas consigo mismo; seguidamente, regresó al hotel. Deambular por Santa Fe había dado sus frutos, en su interior había germinado con fuerza la semilla que plantara día atrás de no dejar marchar a Grace, cuando se enteró de que se incorporaría a la caravana. Ya entonces sus pensamientos eran de hacerle entender que no podía marcharse con ellos, no sabía con qué argumento, pero en aquellos instantes, después de los últimos acontecimientos, no necesitaba justificarse. Grace debía entender que en su rancho podía proporcionarle seguridad, de modo que no dudaría en recurrir a la fuerza para llevársela a su hogar.
Así de contundentes se mostraban los pensamientos del hombre mientras subía los escalones hacia la habitación de las chicas. Todo en su persona hablaba de seguridad. Sus pasos amenazantes sonaban con fuerza en el suelo de madera, uno tras otro; su pose rígida; sus labios convertidos en una línea recta severa; sus ojos cubiertos por un sudario de frialdad… Sabía que estaba haciendo lo correcto, así tuviera que sacar lo peor de él para intimidarla y hacerla cambiar de opinión, porque si no, no dudaría en atarla como un pavo que se mete en el horno, amordazarla y llevársela a la fuerza.
Los terminantes pensamientos de Trevor lo instaron a golpear con fuerza la puerta de la habitación de las mujeres. Fue Grace quien la abrió, no esperaba encontrarse con la expresión severa de él, y aquello la hizo recular un paso.
El ranchero miró en dirección a Teresa al tiempo que agarraba a Grace de la muñeca.
—Me llevo a Grace, tengo que hablar a solas con ella, sobre todo, cierra la puerta cuando salgamos, y no abras a nadie.
La irlandesa asintió con la cabeza, también estaba impresionada por la feroz expresión de Trevor y se limitó a cerrar la puerta, tal como le había pedido, cuando ambos salieron.
El hombre se la llevó a su cuarto, era el lugar tranquilo que necesitaba para hablar a solas con ella.
Por su parte, Grace temblaba por dentro y por fuera, tenía piel de gallina, y no era de frío, sino de incertidumbre, de no saber qué esperar y, lo peor de todo, no tener la certeza de qué sería de ella de ese mismo momento en adelante. Jake la había encontrado para matarla, de acuerdo que Trevor la había defendido y la había salvado de él. Sin embargo, conociendo como conocía a su esposo, sabía que poseía una mente retorcida e intentaría buscarla de nuevo. Jake tenía el don de podrirlo todo, y tenía la absoluta seguridad que recurriría a cualquier cosa para dar con ella. Casi su corazón salía de su pecho solo de pensarlo.
Pero ahora no debía meditar en el futuro, sino en el presente, de modo que se centró en el hombre que tenía delante. Sus facciones estaban endurecidas y las arrugas, más marcadas de lo normal, sus ojos grises parecían plomo en ebullición, sus labios apretados formaban una línea tensa, las aletas de su nariz se ensancharon evidenciando una respiración agitada… A pesar de la agresividad que mostraba Trevor, en el fondo captaba que su naturaleza no era agresiva, tal como la de su esposo.
Grace estaba tan rígida que su musculatura le dolía. Sus miedos la llevaron a pensar que Jake estuviera planeando en aquellos mismos instantes matar a Trevor como venganza. Su esposo no era un ser honorable, por tanto, lo mataría a traición; seguramente por la espalda. De hecho, no sería la primera vez, ya lo había hecho con el cura Patrick. Solo de imaginarlo, el corazón de Grace latió tristeza, ya que no quería que él, el único hombre al que amaba y que la había tratado como una persona, muriera. Todo unido provocó en ella demasiada pena, se abrazó a sí misma, como si en ese acto buscara un consuelo que no llegaba. Sus lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas formando cadenas de cristal.
Trevor fue consciente de su pesar nada más su mirada azul vertió la primera lágrima. De pronto la contempló con ojos nuevos y la vio tan indefensa que toda su rudeza se esfumó. Fue en ese instante que se dio cuenta de que no estaba haciendo las cosas bien, que de nada servía mostrarse altanero ante una mujer que merecía un cielo bordado de estrellas. Quiso abrazarla, un abrazo sincero y tierno, que borrara su pasado de malos tratos. Se acercó a ella, pero cuando vio que temblaba, se quedó a un par de metros de distancia. Fue entonces que advirtió la opacidad del ambiente, miró por la ventana y el día fenecía dando los últimos coletazos en líneas anaranjadas y ocres en el cielo; pronto sería una bóveda inmensa de oscuridad. A fin de relajar la atmósfera, se acercó a la mesa y encendió un quinqué. La luz de la lámpara los tocó con suavidad, los dotó de sombras y luces, de misterio y verdad.
—Jake no te molestará más —dijo Trevor rompiendo el silencio.
Grace tragó saliva e imaginó lo peor: Jake estaba muerto. Aun así, por mucho que lo hubiera deseado en el pasado no anhelaba su muerte. Tampoco quería venganza, solo ansiaba que la dejara en paz y que se olvidara de su existencia, puesto que ya lo había condenado al más absoluto ostracismo.
—¿Lo, lo… has matado? —preguntó en un hilo de voz.
—No.
Trevor detectó que ella respiraba de alivio y la admiró todavía más. En el corazón de esa muchacha no había ni un gramo de venganza, y le agradaba.
—Entonces, ¿cómo sabes que no me molestará?
—Lo sé.
Trevor siempre escatimaba palabras… y Grace necesitaba saber más.
—Conozco a Jake, sé lo retorcido que puede llegar a ser, ¿qué le has hecho?
—Nada. Jake es agua pasada —se apresuró a comentar.
Por muy loco que pareciera, la mujer confiaba en él, además, sabía que no le contaría nada, de modo que lo dejó estar.
—Está bien —claudicó en un suspiro—, ¿es todo lo que tenías que decirme?, ¿puedo irme? Aún tengo que arreglar mis cosas para marchar mañana.
—No, tenemos un asunto pendiente del que debemos hablar. Ha habido un cambio de planes, mañana por la mañana partirás con Teresa y conmigo hacia mi rancho.
Grace necesitó de unos segundos para comprender lo que había dicho con tanta contundencia.
—No puedo, ya te dije que me iba con la caravana, parten también mañana, eso ya lo sabes.
Trevor se puso tenso, las aletas de su nariz se abrían y cerraban, y se obligó a no sacar el enfado que empezaba a enroscarse en su cuerpo.
—No, tú no te vas a ninguna parte, salvo a mi rancho —soltó con la solemnidad del que sabe que está haciendo algo bien y que no acepta que le digan lo contrario.
—No puedes obligarme.
—Sí que puedo —advirtió en un tono engañosamente tranquilo, y continuó con rapidez para no darle tiempo a que pusiera excusas—: ¿Acaso no te das cuenta de que pondrás a toda la gente de la caravana en peligro? Jake podría vengarse con ellos, acuérdate del cura.
—También lo puede hacer con la gente de tu rancho y contigo. Lo has puesto en evidencia, sé que no te perdonará.
—Lo dudo, Jake me tiene miedo, ¡se ha orinado encima! La vergüenza y el miedo lo mantendrán a distancia.
—Entonces, me iré sola a donde sea.
—Ni lo sueñes, te vendrás conmigo, por las buenas o por las malas. Si tengo que atarte y amordazarte, lo haré.
—Tú no harías una cosa así jamás.
—Ponme a prueba. Tu vida está en juego y haré lo que haga falta.
—¡No puedo irme contigo!
—Pero ¿por qué? No lo entiendo, y sospecho que hay otro motivo del que no me quieres contar nada.
Grace respiró profundo para insuflarse fuerzas.
—Porque es evidente que estás interesado en Teresa…
—¿Yo interesado en Teresa? —preguntó incrédulo.
Trevor no pudo evitar estallar en carcajadas.
—Reconozco que Teresa es una mujer hermosa —dijo, al fin, Trevor—, pero no, no estoy interesado en ella.
Toda la indignación del mundo se acumuló en el rostro de Grace.
—¡Eso no es lo que parece! Le pediste, casi le suplicaste —puntualizó—, que fuera a vivir a tu rancho. Y sonríes como un idiota cuando hablas del tema. ¡Cualquiera hubiera pensado lo mismo!
El hombre aún rio con más fuerza.
—¡A mí no me hace gracia! —espetó ella crispada hasta la desesperación.
—¡Claro que me río! Sin embargo, no es por lo que tú crees. Mi interés por Teresa es otro.
Trevor, como siempre, tan conciso, y aquello exasperó a la mujer, de ninguna manera intentó disimularlo.
—¡No te atrevas a darme una explicación tan vaga, tal como haces siempre! —exclamó la mujer—. ¡Explícamelo para que yo lo entienda!
—Quiero que Billy Sims, mi socio en el rancho, conozca a Teresa. Reconozco que él es algo mayor, pero es el hombre que le conviene a ella, lo intuyo. Tengo un buen presentimiento.
En un primer momento, Grace repitió mentalmente lo que acababa de decirle y no supo qué comentar al respecto. En realidad, estaba más que aturdida, no esperaba que el motivo fuera aquel. Llevaba tantos días cavilando con el amorío de Trevor y Teresa, que verse liberada de golpe y porrazo del sufrimiento que le suponía tal realidad la dejó sin fuerzas y habla. La sensación de alivio recorrió su cuerpo como una chispa de fuego que calentaba sus carnes a su paso. La sensación de paz le resultó balsámica para su mente y para sus músculos agarrotados desde hacía tiempo. Había dado por hecho que Trevor estaba interesado en Teresa.
—¿Y ella lo sabe? —preguntó Grace paralizada por la impresión y confusión.
—¡No, y no se te ocurra decirle nada! Mis intenciones son nobles, Grace. Solo busco que ella tenga otra oportunidad.
—No le diré nada, sé que lo haces por su bien. Pero el amor es un sentimiento complicado, no puedes imponerle que ame a otro hombre si a ella no le apetece.
—Estoy de acuerdo. Siempre he creído que el amor nace, no se impone. De todos modos, no adelantemos acontecimientos, primero quiero que conozca a Billy, que vea que le conviene en muchos sentidos, será entonces cuando ella sabrá valorarlo. Tal vez en un principio no lo ame, pero con el tiempo eso cambiaría. Conozco a Billy y es fácil que una mujer lo acepte y quiera. Si hasta ahora no está casado es porque es muy tímido… —Trevor hizo una pausa, por su cabeza de casamentero rondó una idea—. Tú podrías ayudarme.
—¿Yo? —aclamó sorprendida.
—Sí, como te he dicho, Billy es tímido, y podrías alentar a Teresa a acercarse a él, a ti te escuchará.
—Oh, Dios, creo que estás loco de remate.
—Bueno, tal vez, pero cuando conozcas a Billy sé que me ayudarás.
Grace se encogió de hombros, todo estaba yendo muy deprisa, había decidido su futuro y, de pronto, su vida parecía cambiar. Si bien Trevor había aclarado su intención de llevar a Teresa a su rancho, ella no podía ir con él. Había demasiadas cosas que los separaban.
—Trevor, no puedo irme contigo, yo, yo… no está bien.
El hombre se acercó a ella.
—Sí que está bien, todo está bien. Por favor, deja que cuide de ti, deja… —Hizo una inspiración—. Deja que te ayude a superar los malos momentos que pasaste.
—No puedo…
—¿Tu negativa tiene que ver con mi comportamiento con Jake? ¿Tienes miedo de mí? Sí, de acuerdo, reconozco que por un momento perdí el mundo de vista y me convertí en un hombre agresivo, más en consonancia con el carácter de Jake.
—Sé que te cegó la rabia.
—¿Tú crees? ¿Y si te digo que yo soy fruto de un acto de violencia? Mi agresividad hacia Jake fue fruto de mi frustración…
Trevor no podía creerse que estuviera desnudando su alma, pero más sorprendido estaba por el hecho que hacerlo lo reconfortaba.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella sorprendida por la confesión de él.
—Mi madre era una mujer como tú. —Trevor estaba dejando en libertad sus sentimientos y, tal como sucede cuando la piel queda despojada del calor de sus ropas, sus palabras temblaron en su boca—. Mi padre la maltrataba y abusaba de ella a diario. Yo no fui engendrado con amor… Dentro de mí llevo la semilla de la violencia. ¿No te acuerdas cuando nos conocimos? Es así como era mi padre, esa es mi herencia… yo, yo no poseo el don maravilloso de amar, sino de destruir.
Trevor no pudo continuar, pues en la cara de Grace se fue esculpiendo poco a poco el terror. Y es que él había aprendido a descifrar miradas de pavor, espasmos involuntarios cuando el maltratador estaba cerca, las respiraciones agitadas, los llantos silenciosos, los rezos que no llegaban a nadie… Supo que ella se estaba imaginando la escena en la que su madre era forzada, tal como casi hizo él cuando la conoció. Trevor dedujo que Grace, a partir de aquel instante, lo vería como un monstruo.
Sin embargo, ocurrió algo que dejó a Trevor sin habla.
Grace se acercó a él y le acarició el rostro con sus dedos esponjosos y tibios como miel de primavera. En aquellas yemas había un dulce agradecimiento que se había acumulado durante un viaje en el que habían aprendido más de ellos mismos que en toda su vida.
El corazón de Trevor se ahogó en la emoción de sentirse querido. La fragancia de la vida era hermosa, y él podía deleitarse en su felicidad, aspirar esperanza, aunque solo fuera un instante.
—¿No tienes miedo de estar en una habitación a solas con un salvaje?
Grace dejó de acariciarlo y lo miró a los ojos.
—No. Nunca me he sentido más segura en mi vida.
—¿No eres consciente de que por mi sangre corre la violencia? Ahora mismo podría hacer contigo lo que quisiera.
—¿Por qué te esfuerzas tanto en que te vea como un monstruo?
—Porque lo soy. ¡Nací de la violencia!
—Un hombre capaz de enamorarse de una mujer, como tú te enamoraste de Amy, nunca sería violento. Así que no insistas, tú no eres como tu padre o como Jake. Sabes lo que es el amor nacido del corazón.
—Te crees que lo sabes todo, y no sabes nada.
En su tono de voz había un matiz de ternura lastimada por los golpes de la vida, que tenía que ver más con su pasado frustrado que con su presente esperanzador.
—El que cree que lo sabe todo eres tú. Solo sé que tu corazón habla a través de tu mirada, y cuando el corazón habla, dice la verdad, tu corazón me está hablando, me dice muchas cosas, y todas buenas. Lo sé, en el fondo siempre lo he sabido, pero mi miedo me impedía verlo.
Dicho esto, Grace sonrió, pues en sus palabras no había ninguna recriminación, salvo la certeza de lo que ella intuía y expresaba en voz alta. Trevor vio el paraíso en aquella sonrisa de melocotón. Esta vez fue él quien acarició el rostro de Grace, tal como ella había hecho momentos antes. Grace cerró los ojos, para ella eran caricias enhebradas en la aguja de la esperanza que cosían su interior a puntadas fuertes.
—Por favor, Grace, sálvame, ven conmigo al rancho.
En aquellos instantes, Trevor la vio como una estrella fija en el cielo que, con su mágica luz, guiaba al despistado marinero. Sí. Él iba a la deriva desde hacía mucho tiempo y necesitaba de ella para no perderse en las aguas turbulentas de su pasado. Como hombre desesperado y a la vez agradecido por que la vida le pusiera una mujer como aquella en su camino, posó sus labios en los de Grace y, errando por ellos, buscó saciarse. Pero cuanto más erraba, más ansiaba, más deseaba. Senderos carnosos lo llevaron a un camino de flores. Untó aquello labios de melocotón de dulzura, y ángeles y mariposas aletearon en su interior. Grace se dejó conquistar por aquella boca que sabía a felicidad. Sintió la plácida emoción de aquel beso fraguado de esperanza y la hizo volar. Subía y subía. Su amor por Trevor tocó el firmamento. Subía y subía. El ritmo de su corazón se incrementó, sus sentimientos cobraron vida más allá de las estrellas y fueron estos los que decidieron. Entonces tuvo la respuesta.
Grace se separó de él entre un tembleque de rodillas, respiraba con cierto nerviosismo y la emoción la dejó sin habla. Tragó saliva para recomponerse y dijo:
—Sí, iré contigo a tu rancho.