APÉNDICE. DECISIONES ONTOLÓGICAS

Sin intentar discutir en detalle la ontología de Badiou —algo que haré en mi próximo libro en preparación, La universalidad elusiva— quisiera suplementar el ensayo precedente con unas breves consideraciones en torno a los puntos en que difieren la perspectiva ontológica de Badiou y la mía. Sin duda, hay un punto inicial de acuerdo en lo que se refiere al ser en cuanto tal: el Uno no es. El nivel ontológico primario no es unificado por ningún fundamento. Tal unificación sería, para Badiou, teología, y en esta afirmación inicial coincido con él. En el segundo paso es donde nuestras perspectivas comienzan a diferir. ¿Cuál es, en efecto, la alternativa a la unicidad del ser? La respuesta de Badiou es: una estricta multiplicidad, irreductible a toda calculabilidad. Como señala su comentarista Peter Hallward, a diferencia de un Lyotard o un Deleuze, para quienes la idea de multiplicidad se liga a las nociones de diferencia, fragmentación e inconmensurabilidad, la innovación de Badiou consistiría en

sustraer el concepto de multiplicidad como tal de cualquier referencia, tan implícita como se quiera, a la noción de diferencias sustanciales entre múltiples y, en verdad, al medio mismo del «entre». Si lo múltiple se fundara en algo (distinto) —un élan vital, un agonismo primario, un principio creativo o caótico, una unidad o «átomo» elemental—, su multiplicidad estaría en cierta medida constreñida por este algo más allá de su lógica inmanente[70].

Este carácter constitutivo e irreductible de lo múltiple abre la vía a la ontología matemática de Badiou y a la centralidad que ocupa en ella la teoría de los conjuntos.

Es importante advertir que para Badiou afirmar la primacía ontológica de las matemáticas no consiste en delimitar un área regional de objetos a la que las otras áreas podrían ser reducidas —hacer esto sería reintroducir de contrabando la noción de unicidad—, sino en afirmar que las relaciones matemáticas son aquellas en torno a las cuales se estructura el ser en cuanto tal. La cuestión que se plantea, desde luego, es hasta qué punto es posible verificar una transición del nivel matemático abstracto al estudio de las situaciones históricas concretas. Un enfoque fenomenológicamente inspirado argüiría que la cuestión de la relación entre el ser abstracto y la existencia concreta —que es el problema ontológico clave— no es encarado en absoluto por Badiou. No es ésa, sin embargo, la objeción que yo plantearía. La reconstrucción intelectual del objeto como empresa filosófica no puede ser reemplazada por ninguna apelación intuitivista «a las cosas mismas». En este punto coincido con Badiou. La discrepancia surge porque yo no pienso que la teoría de los conjuntos tenga el carácter ontológico primario que le atribuye Badiou; creo que el conjunto de axiomas en el que tal teoría se funda restringe indebidamente el campo de aquello que es ontológicamente pensable.

Desde mi perspectiva, lo que es ontológicamente primario no es la multiplicidad, sino la unicidad fallida y es esta falla elemental —falla casi en el sentido geológico— lo que se trata de pensar. En el curso de esa reflexión reaparece una serie de categorías que son parte integrante del discurso de Badiou —el vacío, lo pleno, las dualidades situación/acontecimiento y presentación/representación—, pero, por un lado, son pensadas desde una perspectiva teórica distinta y, por el otro, el abanico de posibles articulaciones que ellas abren es más amplio, creo, que aquel al que la teoría de los conjuntos nos permite acceder.

¿Qué significa en tal caso afirmar, como lo hemos hecho en el ensayo precedente, que ese papel ontológico primario corresponde a la lingüística? La afirmación sería insostenible sin una serie de precisiones complementarias, ya que ella podría ser interpretada como un nuevo tipo de reduccionismo, que identificaría el campo general de la objetividad con los objetos constituidos en un dominio regional. No se trata evidentemente de eso. Nuestra perspectiva ontológica no reduce la objetividad al lenguaje, del mismo modo que la de Badiou tampoco la reduce al número. En ambos casos se trata de algo diferente: de analizar si en una u otra disciplina —matemática o lingüística— no se exploran ciertas categorías cuya validez excede en mucho las áreas regionales en las que fueron originariamente formuladas. El momento de esta «universalización» en el campo matemático lo constituyó la teoría de los conjuntos, tal como fuera formalizada a partir de Cantor. Lo que quiero argumentar es que un proceso similar de universalización tuvo lugar a través de la radicalización del formalismo lingüístico, tal como ha operado en la tradición postsaussureana, originariamente en las escuelas de Praga y de Copenhague. Las conclusiones de este proceso son claras: por un lado, se puso en cuestión la dependencia lingüística de las sustancias fónica y conceptual —que para Saussure era la condición misma de la dualidad constitutiva del signo—; por el otro, el creciente formalismo que esa puesta en cuestión hizo posible condujo a que la lógica relacional que explora la lingüística pudiera expandirse a áreas objetivas mucho más amplias que la del lenguaje concebido como objeto delimitado. Al límite, las dos lógicas complementarias y opuestas de la combinación y la sustitución —que están presentes en la lingüística a través de la contraposición sintagma/paradigma; en la retórica, en la polaridad metáfora/metonimia; en el psicoanálisis, en términos de condensación y desplazamiento; y en el lenguaje teórico-político que hemos elaborado, en la oposición entre diferencia y equivalencia— conducen al trazado de una «gramática de la objetividad» que explora tanto las posibilidades como los impasses de un relacionalismo radical. El hecho mismo de que ambas lógicas se hayan universalizado al punto de romper sus lazos con el sustancialismo que limitaba su operación a un campo regional de objetos implica que la misma distinción entre significación y acción pasa a ser una distinción intradiscursiva; los juegos de lenguaje de Wittgenstein, por ejemplo, abarcan tanto el uso de las palabras como las acciones con las que ese uso esta entrelazado.

Esto nos muestra ya una diferencia capital entre las dos rutas ontológicas que estamos discutiendo. Mientras que en la perspectiva discursivista que defendemos la categoría de «relación» es absolutamente central, ella está enteramente ausente en el enfoque teórico de Badiou: el estricto «extensionalismo» que domina su versión de la teoría de los conjuntos es incompatible con toda categoría relacional. Es por esto que, como lo he afirmado en el texto precedente, aquello que resulta pensable por la teoría de los conjuntos es excesivamente limitado y, en muchos casos, sólo puede proceder a través de la extensión de sus categorías mediante asimilaciones de un valor teórico dudoso (como en el caso que hemos discutido de la equivalencia que se establece entre conjunto vacio y universalidad).

Hay un punto sobre el que quiero insistir. La perspectiva ontológico lingüística que preconizamos sería imposible sin el postulado adicional de que los mecanismos retóricos son inherentes a la estructura misma de la significación. ¿Por qué? Porque sin ellos las relaciones equivalenciales serían impensables, y sin equivalencia (sin sustituciones) tendríamos un orden sintagmático/diferencial cerrado que se autorreproduciría sine die. Tendríamos, usando la terminología de Badiou, una pura «situación» en la que todo sería calculable y en la que ningún «acontecimiento» podría advenir. No es en vano que el estructuralismo de estricta observancia haya tendido siempre a privilegiar el polo sintagmático del lenguaje a expensas del paradigmático. Las semillas de un círculo de posibilidades más amplio están ya presentes, sin embargo, en el estructuralismo clásico. Fue el mismo Saussure quien afirmó que el polo asociativo del lenguaje, a diferencia del sintagmático, no está sometido a reglas sintácticas fijas, ya que las asociaciones pueden avanzar en las direcciones más diversas. Y esas asociaciones (sustituciones) —que operan tanto al nivel del significante como del significado— son esencialmente retóricas. Lo retórico, por lo tanto, no es un adorno supernumerario de la significación, sino parte del mecanismo constitutivo de esta última.

Consideremos una categoría que está presente tanto en la perspectiva teórica de Badiou como en la mía: la categoría de vacío. El uso del término es, ciertamente, distinto en ambas teorías, pero presenta las suficientes analogías como para que una comparación resulte fructífera. En el caso de Badiou, se trata del conjunto vacío; en el mío, del significante vacío. Para Badiou el conjunto vacío está presente en todos los conjuntos, pero no se identifica con ninguno ya que carece de elementos; significa la pura no consistencia del ser. Sólo se manifiesta en el acontecimiento —no en un conocimiento que, como tal, pertenecería a aquello que es calculable en una situación dada, sino en una verdad que puede ser declarada a partir del acontecimiento—. El carácter vacío del significante (el puro nombre) de la incalculabilidad sería lo que establece la transición hacia la universalidad; una transición que, por los motivos que he expresado, me parece ilegítima.

Para mí, el significante vacío también resulta de la presencia de algo incalculable, pero esa incalculabilidad deriva de una génesis distinta de la del vacío en Badiou. Los pasos centrales de mi argumento son los siguientes: 1) como toda estructura significativa consiste en un sistema de diferencias, el cierre del sistema es un requerimiento lógico de la posibilidad de la significación (de lo contrario, habría una dispersión que tornaría imposible toda significación); 2) un cierre tal, sin embargo, requiere fijar los límites de ese sistema, y dicha fijación requiere ver lo que está más allá de esos límites; 3) pero lo que está más allá de ellos sólo puede ser otra diferencia y, si a lo que nos estamos refiriendo es al sistema de todas las diferencias, esa diferencia tendría que ser interior y no exterior al sistema, con lo que la noción de límite resultaría puesta en cuestión; 4) la única escapatoria de este aparente callejón sin salida es postular que la diferencia exterior a los límites no es simplemente una diferencia más, sino que consistiría en una exclusión, con lo que pasaría a ser, por lo tanto, el fundamento que totalizaría al sistema; 5) este tipo de totalización, sin embargo, conduce a un nuevo impasse lógico, ya que las diferencias internas al sistema no son solamente diferentes las unas de las otras sino también equivalentes en su oposición común al elemento excluido, y una relación de equivalencia es precisamente lo que subvierte las diferencias. Esta tensión equivalencia/diferencia no puede resolverse lógicamente, por lo que la totalización sistémica es un objeto a la vez necesario e imposible. Necesario, porque sin él no habría significación posible; y, sin embargo, también imposible, ya que la tensión equivalencia/diferencia no resulta en su superación por parte de ningún objeto unificado.

Llegados a este punto, la única conclusión que se desprende es que ese objeto imposible carece de un concepto positivo que logre aprehenderlo y sólo puede tener un nombre: el de alguna de las diferencias particulares que asume la función suplementaria de transformarse en el significante de la totalidad inalcanzable. Esta totalización, lograda mediante el pasaje a través de la particularidad, es lo que llamamos una relación hegemónica; y, puesto que ella transforma su particularidad en el significante de una totalidad sistémica ausente, podemos hablar de significante vacío. Finalmente, puesto que una particularidad expresa sirve como medio expresivo de una universalidad inconmensurable con su mera literalidad, nos enfrentamos con una relación retórica de sustitución. Por otro camino llegamos, pues, a la misma conclusión que habíamos enunciado antes: la retoricidad es interna a la significación.

Resultan claros, por lo tanto, los aspectos en los que mi enfoque se acerca y aquellos en los que se aparta del de Badiou. Comparto con él el intento de llegar a una ontología general formalizada y el rechazo de todo intuicionismo; pero este momento de formalización lo buscamos en direcciones distintas: en las matemáticas, en su caso; en el análisis lingüístico retórico, en el mío. Hablaba antes de la oposición fundamental combinación/sustitución y su operatividad en áreas diversas tales como la lingüística, la retórica, el psicoanálisis y la política: la tarea de una ontología general consistiría, quizás, en ir más allá de las disciplinas particulares, con la meta de elaborar una gramática o lógica general de lo relacional en cuanto tal. Tanto en el análisis de Badiou como en el nuestro, la categoría de vacío juega un papel decisivo, pero se construye de manera distinta. La noción de una inconsistencia irreductible es esencial para pensar el vacío, pero mientras que para Badiou ella se liga a la presencia del conjunto vacío, es decir, de algo que tiene una (in)-consistencia propia, y que él intenta transferir al espacio histórico político a través de una apelación a lo universal que me parece lógicamente insustentable, para mí, el vacío se construye equivalencialmente, esto es, a través de un proceso estrictamente relacional que cristaliza en torno a significantes vacíos que unifican una cadena de sustituciones. Esto implica que no habría una estricta oposición entre lo particular calculable y un universal que es nombrable pero incalculable, sino un proceso recíproco y constante de universalización de lo particular y de particularización de lo universal. Es por eso también que, por las razones aducidas en el texto, no puedo aceptar la separación tajante entre situación y acontecimiento, lo que lleva a hablar de una contaminación entre ambas dimensiones. Estas diferencias se traducen en la oposición entre una visión hegemónica y otra no hegemónica de la política: para Badiou, la política emancipatoria tiene lugar estrictamente fuera del terreno del Estado; desde nuestra perspectiva, la lucha tiene lugar, a la vez, dentro y fuera del Estado: de lo que se trata es de constituir, a través de una construcción hegemónica, un Estado integral, en el sentido gramsciano del término.