CAPÍTULO VI
Llegó la mañana despertando a todos los inquilinos de la casa. Cuando Dani despertó se colocó sobre un hombro y besó a Eli que estaba tumbada mirando hacia él. Ella le devolvió el beso. Un beso largo y dulce como la miel. En cuanto la gente de la casa lo vio comenzó a vitorearles.
Al cabo de un rato dejaron de ser el centro de atención pero aun así, cada vez que se miraban o se besaban, que fueron varias veces, se oía un murmullo y risitas como cuando comenzaron Iván y Miriam.
Pero no podían entretenerse con chorradas, pues la noche anterior decidieron buscar una nueva guarida y tenían mucho por hacer.
Antes de recoger nada irían en busca de un nuevo escondrijo. Estuvieron debatiendo hacía que zona les convendría más mudarse.
Después de la cháchara se marcharon con todas las precauciones del mundo.
Como siempre, la calle estaba desierta. Sólo algún animalillo corría a esconderse en cuanto los veía. Habían llegado a ver animales que habían bajado de la sierra, seguramente querrían averiguar que era todo el silencio que reinaba donde antes solo había caos e infinidad de personas. Además, parecía que a ellos no les había afectado la radiación.
Se dirigieron en dirección contraria a la casa que habían visto habitada un par de noches atrás cuando se produjo aquella explosión. En aquella zona, las construcciones eran distintas de las que se encontraban por donde ellos se escondían y estaban la mayoría derruidas.
No había nada por allí. La única solución era cruzar la autovía como había dicho Rania. Era la única zona en la que se veían casas en pie y cabía la posibilidad de encontrar comida. Sería muy peligroso cruzar al otro lado, pero no les quedaba otra alternativa si estaban decididos a mudarse.
El camino a casa resultó sin incidencias. La verdad es que ya llevaban casi
24 horas sin que se les presentara ningún problema. ¡Estaban en racha!
Al llegar a la casa informaron de sus averiguaciones y todos estuvieron de acuerdo en no partir hasta la madrugada. Aquel día se dedicarían a recoger todo lo que pudieran y dejar las cosas listas para partir de allí en cuanto les fuera posible.
Miriam trataba de hacer funcionar sus cachibaches antes de desmontarlo para trasladarlo a su nuevo escondrijo. Todos la observaba alucinados como conectaba un cable aquí y el otro allá, giraba una rueda, le daba a un botón y otro. ¡Menudo lío! Parecía una niña jugando con aquel montaje extraño que había ideado.
Al oír aquello todos se agolparon alrededor de Miriam que se encontraba concentradísima con los auriculares puestos y tocando aquel extraño aparato que se había construido con lo que había traído del centro comercial.
Miriam captó una conversación:
“Esos hijos de perra no nos cogerán con vida. Antes me mato”
“¡Ya han llegado!”
Lo último que oyó fueron un montón de disparos.
Liam al oír aquello subió corriendo las escaleras hasta la azotea de la casa, a los pocos minutos bajo blanco como la nieve.
Todos escuchaban aterrorizados las palabras de la muchacha.
Era verdad. Tres coches llenos de tarados se aproximaban a ellos.
Reptaron por el suelo hacia el baño mientras Sergio y sus compinches continuaban amenazándoles y soltando burradas.
Aquellos psicópatas comenzaron a contar. Desde el interior de la casa se olía el alcohol que llenaba los cuerpos de aquellos trastornados. Antes de llegar al cinco comenzó la lluvia de balas.
No cabía ni un alma más en aquel diminuto baño. Estaban realmente aterrorizados, tanto que no podían ni llorar.
Eli y Dani se abrazaban fuertemente. Ella se puso de puntillas y le dijo al oído:
El la miró con los ojos empantanados como los de ella y la besó. Ambos sabían que ese podía ser su final. Después de tanta espera habían disfrutado de muy poca felicidad, pero pasara lo que pasase no se separarían más.
El tiroteo parecía no cesar nunca. “¿Cómo es posible que no se les acaben las balas?” llegó a pensar Eli.
Un par de proyectiles atravesaron la puerta del baño hiriendo a Alex en una pierna y a Sara en la clavícula. El baño se llenó de sangre. Pablo fue a socorrer a Sara que al parecer algo le había tocado pues aparte de la sangre estaba muy mal.
Alex necesitaba un torniquete urgentemente, Dani se quitó la sudadera y la camiseta rompiendo ésta última en tiras y se la colocó en la pierna fuertemente.
La muchacha sonrió pero estaba muy grave.
Martina lloraba sin consuelo ocultándose bajo su larga cabellera para que su amiga no la descubriera mientras le apretaba la mano.
Estaba todo perdido. Habían resistido en aquella casa a salvo pero parecía que esa seguridad tocaba a su fin para siempre.
De repente el tiroteo se intensificó pero extrañamente no contra ellos. Se oyeron más vehículos y entonces ocurrió.
Un megáfono del ejército les pedía que se rindieran y entregasen sus armas. Pero aquellos locos no estaban por la labor y continuaron disparando hasta que el último de ellos cayó.
La puerta de la casa se abrió y se oyeron pasos por toda ella. Unas pisadas se detuvieron delante de la puerta del baño. No podían ni respirar del pánico. Sus corazones latían fuertemente hasta que el bombeo de su propia sangre les provocó dolor en los oídos.
La puerta se abrió de un golpe. Un soldado completamente equipado les iluminaba con la luz de su casco mientras les apuntaba con su arma. Al verlos lo bajó.
Un montón de soldados les ayudaron a salir de la casa, ahora medio derruida por el ataque. Gracias a que habían recogido todo para mudarse, la mayoría consiguió llevarse la mochila con sus pocas pertenencias.
Los heridos fueron llevados a unos camiones mientras que el resto fue subido en otro.
Se subieron en aquel camión junto con más personas que por la pinta habían debido estar ocultos en sitios peores al suyo.
Fueron conducidos en aquellos transportes durante más de dos horas. Por el camino siguieron recogiendo gente y fueron testigos de alguna escaramuza más.
Al final llegaron a lo que parecía un campo de refugiados aunque por sus enormes dimensiones parecía más una ciudad. Toda ella estaba vigilada por decenas y decenas de soldados. Había torres de vigilancia como en las cárceles pero dirigidas hacia el exterior para poder impedir que ningún demente pudiera entrar o aproximarse a ella.
Bajaron del camión y los acompañaron a unas oficinas en las que tenían que hacer cola y registrarse.
Había muchísima gente instalada allí y la zona de hospital, donde llevaron a Sara y Liam, era enorme.
Al fin llegó su turno. Primero dio sus datos Eli y le dieron un número de registro. En cuanto Dani pronuncio su nombre el soldado que estaba tomando nota levantó la vista de la pantalla con los ojos como platos.
Dani tomó de la mano a Eli cuando uno de ellos se giró hacia ella y le dijo:
Se abrazaron y de mala gana se separaron.
Eli sintió que le faltaba el aire mientras veía como se alejaba con aquellos hombres. Volvía a estar sola y aunque ahora no lo estaba, pues tenía a todos sus compañeros de la casa, esta vez se sentía mucho más abandonada que cuando estuvo dando tumbos por la terminal.
Pablo la rodeó con el brazo.
Una lágrima rodo por el suave rostro de Eli.
¿Podrían alguna vez estar juntos? ¿Se habría forjado ilusiones con algo que desde el principio era un imposible?
Todo el grupo menos los heridos y Dani fueron asignados a una de las tiendas junto con otras personas con las que Eli no tenía ganas ni fuerzas de entablar amistad. La tienda estaba llena de literas, no quedaba mucho sitio para más y aquello le provocaba una sensación de claustrofobia.
El tiempo era fresco y aquella especie de barracón no parecía lo más acogedor del mundo en esas condiciones. Pero el saber que iban a estar protegidos de los psicópatas era un sentimiento maravilloso que hacía que aquel lugar pareciera mejor de lo que era.
A la hora de la cena, un camión pequeño fue dejando en cada una de las tiendas las bandejas de comida para los inquilinos.
Eli, sentada en su cama no tenía ánimos para comer. Se sentía desgraciada y estaba sumamente preocupada por el destino de Dani. ¿Por qué se lo habían llevado? ¿Cómo era posible que nadie le contara nada sobre él? Había interrogado a todo soldado que había caído cerca de ella y ninguno pudo darle respuestas.
Otro camión como el de la cena paró delante de la tienda-barracón. Todos miraron a ver de qué se trabada. La puerta del pasajero se abrió y salió Dani.
Eli se puso de pie y corrió hacia él. El resto de amigos también acudieron a su lado.
Pasaron a su rincón de la tienda y se sentaron todos juntos para oír el relato de Dani.
Una vez acabó de hablar hubo silencio. Las caras de todos mostraban tristeza sobre todo la de Eli. El camión llegó.
Uno a uno se fue despidiendo quedando Eli para el final.
Dani estiró de la camiseta de la chica hacia él.
Eli lloraba sin consuelo. Había tratado de hacerse la dura pero era imposible. Estaba totalmente enamorada de él y con su marcha, una parte de su alma se iría con él dejándola incompleta.
El soldado tocó la espalda del muchacho.