ACTO TERCERO
Jardín a todo foro de la casa del brigadier. En la derecha, una tienda de campaña llena de provisiones, provista de un camastro y de todo lo necesario para hacerla habitable. Delante de ella, un anafe para hacer fuego con carbón de encina, y al lado, un asiento de madera. En la izquierda, un banco de jardín, y en primer término, la fachada del palacete con puerta practicable en el centro, a la que se llega por dos o tres escalones y un dístilo. A derecha e izquierda, términos de jardín. Arboleda en el foro. Pintados sobre gasa, en esa arboleda tres transparentes: dos pequeños a los lados y uno grande en el centro, que no se verán hasta que, en momento oportuno, se iluminen sus forillos.
Es al anochecer del día siguiente. Conforme avanza el acto, va anocheciendo Al levantarse el telón, en escena DON MARCIAL, sentado ante la tienda de campaña. Dentro se oyen lejanas vocee de unas niñas, que cantan a coro
VOCES:
¿Dónde vas, Alfonso XII;
dónde vas, triste de ti?
—Voy en busca de Mercedes,
que ayer tarde no la vi…
—Tu Mercedes ya se ha muerto;
muerta está, ¡pobre de ti!
Cuatro duques la llevaban
por las calles de Madrid.
(Las voces infantiles se van perdiendo en la lejanía).
DON MARCIAL:
(Melancólicamente.)
Que el sol se ha puesto voy viendo.
¡Un día llevo viviendo
y durmiendo en esta tienda
colocada en mi jardín:
y ella es mi hogar y mi hacienda
y en ella estaré hasta el fin!
Pues aunque se tome a guasa
y habrá más de un galopín
que lo haga, no entraré en casa,
¡por la luz de aquella estrella!,
mientras que esté dentro de ella
agonizando el canalla
que es causa de la querella
con la que mi alma batalla
y que en el pecho me estella…
¡Digo, estilla!… ¡Digo, estalla!
Y es que el cerebro me falla
y hasta la lengua me marra.
Estella es ciudad… ¡bien bella!,
del cogollo de Navarra!
(Tristemente, suspirando.)
¡Ay, amor de la mujer,
engañoso como el mar!…
¡Cuánta dulzura al mirar!…
¡Cuánto amargor al beber![2].
Recuerdo de mi baldón
que atormentas mi existencia,
¡con qué cruel persistencia
corroes mi corazón!
Y las peticiones mías
hechas a Dios, son baldías,
pues me corraes…
(Dudando.)
¿Es corraes,
carroes o carraes,
corrúas o corrías?
(Angustiosamente.)
¿Cómo se dice, Dios mío,
que de nuevo me hago un lío,
como si hablase en francés?
(Pasando revista a sus conocimientos gramaticales.)
Corroer…, corroo…, corrío…,
corroas.
(Vivamente.)
¡Corroas es!
Mas pensando en el ultraje
que me ha atacado infamante,
quizá no es muy importante
una duda del lenguaje.
(Recreándose exaltado en su propio dolor, como los clásicos héroes de la tragedia griega.)
¡Yo, engañado! ¡Yo, un marido
de esos a quien ve la gente
con mirada sonriente
y un ademán convenido!…
¡¡Que a todo un gran brigadier,
que siempre venció en campaña,
dentro o fuera de España,
se la pegue su mujer!!
(Con vergüenza.)
¡Yo, burlado! ¡Qué dolor!
Y qué vergüenza, qué espanto
(Reconcentrándose.)
Mas… ¿por qué causa, Dios santo,
por qué chiripa, Señor,
no me di cuenta de cuanto
sucedía a mi alrededor?
(Razonador.)
Yo no soy tonto ni lerdo
y no siendo lerdo o tonto,
debí saberlo tan pronto
como…
(Deteniéndose, pensativo.)
Pero ahora recuerdo
que un día sí sospeché…
Y aquella sospecha fue
porque yo mosca gastaba
y a Marcela le gustaba,
hasta una mañana en que
abandonó la opinión
que siempre hubo sustentado,
diciéndome que afeitado
le hacía más ilusión.
«Marcial, la mosca te avieja.
¡Quítatela!» Obedecí…
Mas al quitarla de aquí
(Se señala la barbilla.)
sentí la mosca en la oreja.
(Evocador.)
Desde entonces se me enrosca
la duda en el corazón ;
al ver a Germán sin mosca
me amosqué más, con razón…
¡Y así he perdido la fe
en la Tierra y en el Cielo!
¡¡Bien que me han tomado el pelo,
incluso el que me afeite!!
(Transición.)
En fin…, cálmate, Marcial.
No seas loco, no seas ciego…
¡Que te excitas, por tu mal,
y no puedes dormir luego
y eso te sienta fatal!
Olvídate de esta pena
y para lograr sosiego,
ponte ya a encender el fuego,
que tienes que hacer tu cena.
(Trajina para encender fuego. Por la derecha entra DON JUSTO, sin nada en la cabeza, en la actitud de quien busca a alguien).
DON JUSTO:
Marcial…
DON MARCIAL:
(Mirándole fijamente.)
Hola. Me buscabas…
DON JUSTO:
Desde hace rato.
DON MARCIAL:
Lo he visto;
pero como soy más listo
que tú, cuando te acercabas,
en un paraje imprevisto
me escondía y no me hallabas.
DON JUSTO:
¿Qué, te has escondido?
DON MARCIAL:
(Después de un silencio.)
Sí.
DON JUSTO:
(Frunciendo el ceño.)
¿Tan poco para ti valgo,
que al verme no me has dicho algo?…
DON MARCIAL:
Qué te iba a decir, ¿orí?
DON JUSTO:
(Sentimentalmente; venciendo su resquemor.)
Soy tu amigo.
DON MARCIAL:
(Dándole la espalda.)
Ya lo sé.
DON JUSTO:
(Más sentimental todavía.)
El más íntimo, Marcial,
de cuantos tienes.
DON MARCIAL:
(Volviendo el rostro.)
¿Y qué?
DON JUSTO:
(Sentimentalísimo.)
Que, siéndolo, es natural
que me confíes, sincero,
tu dolor y tus torturas
y yo haré éstas menos duras
y el otro más llevadero.
( DON MARCIAL vuelve a mirarle de hito en hito y, después de una pausa, le maúlla en la cara.
DON MARCIAL:
¡Miau!
DON JUSTO:
(Estupefacto.)
¿Cómo?
DON MARCIAL:
Que… ¡de verano!
DON JUSTO:
(En el colmo del asombro.)
Marcial…
DON MARCIAL:
(Tajante.)
Peroras en vano.
DON JUSTO:
¿No es humana mi bondad?
DON MARCIAL:
(Terminante.)
Conozco a la Humanidad.
Y lo único que es humano
es hablar con arrebato
de cariño inoportuno…
¡y compadecerle a uno
… para divertirse un rato!
(Después de una pausa.)
Si es que ése era tu deseo
dímelo, que yo poseo
de procedimientos varios.
Toma…, ahí va uno, por si cuaja.
(Metiéndose una mano en el bolsillo extrayéndose de él un paquetito.)
DON JUSTO:
¿Y esto qué es?
DON MARCIAL:
Una baraja
para que hagas solitarios.
(Se va por la derecha. Al tiempo que por la izquierda —casa— entra RODOLFO).
DON JUSTO:
(Hablando para su interior y guardándose la baraja.)
Le soportaré el desaire,
porque él es tan fuerte que
si me atiza un puntapié
me muero de hambre en el aire[3]
(A RODOLFO, que avanza.)
¿Cómo está Germán?
RODOLFO:
(Abatido.)
Igual;
a esto no se le ve el fin
por desgracia. ¿Y don Marcial?
DON JUSTO:
También sigue en el jardín.
(Por la izquierda —casa— entra DOÑA CALIXTA.)
¿Y qué dice don Elías
del herido?
RODOLFO:
Tonterías.
DON JUSTO:
Si el pobre es un batata…
DOÑA CALIXTA:
(Interviniendo.)
Su ciencia es tan insegura
y tiene tan mala pata,
que cuando ha de curar, mata ;
y cuando ha de matar, cura.
RODOLFO:
Por cierto que el sacristán
ha traído un padre a Germán,
que está diciéndole preces
para que se muera en calma.
DOÑA CALIXTA:
Le ha recomendado el alma
lo menos cinco o seis veces.
DON JUSTO:
Pues que no se haga ilusiones
y que lo deje, si quiere,
(Por la izquierda entra DON ELÍAS. Al verle, todos le rodean preguntándole con ansia).
porque Germán no se muere
ni con recomendaciones
DOÑA CALIXTA:
¿Qué?
RODOLFO:
y DON JUSTO.
(Al mismo tiempo.)
¿Qué?
DON ELÍAS:
Nada todavía.
(Desaliento general.)
DON JUSTO:
¡Nada!
DOÑA CALIXTA:
Nada…
RODOLFO:
Nada…
DON ELÍAS:
No.
Les dije que moriría…
(Ansiedad en los tres).
DON JUSTO:
¿Cuándo?
DOÑA CALIXTA:
¿Cuándo?
RODOLFO:
¿Cuándo?
DON ELÍAS:
(Justificando su impotencia científica.)
Yo
no puedo fijar el día
y no ha sido culpa mía
si en el duelo no murió.
DON JUSTO:
Pero ¿y la bala?
DON ELÍAS:
No sé.
( DOÑA CALIXTA, Rodolfo y DON JUSTO le miran con extrañeza).
Primero estuvo en el pecho
y dentro avanzó gran trecho
y a los pulmones se fue.
A las diez debió marcharse
de la región pulmonar,
para ir a localizarse
en la pelvis y pasar
al riñón, acto seguido,
en donde ha permanecido
hasta la hora de almorzar.
Pero después del almuerzo,
sin duda de algún esfuerzo,
se produjo el extravío…
En fin: que nunca vi lío
tan grande desde que ejerzo.
Mas cuanto digo lo avala
mi cuidado en los sondajes.
DON JUSTO:
(Inquisitivo.)
¿Y qué pretende esa bala
efectuando tantos viajes?
(Por el tercer término izquierda aparece el SACRISTÁN).
RODOLFO:
(Aparte, a los demás.)
El Sacristán…
DON JUSTO:
¡Hombre, bien!
DON ELÍAS:
Su opinión es buen sostén.
DOÑA CALIXTA:
Oigamos sin perder ripio…
DON ELÍAS:
¿Y usted, qué opina, Senén?
SACRISTÁN:
(Con la gravedad de quien dice algo decisivo.)
«Sicut erat in principio
et nunc et semper. Amén.»
RODOLFO:
(Aparte, a DOÑA Calixta.)
¿Eso es inglés o alemán?
DOÑA CALIXTA:
Eso es latín, criatura.
DON ELÍAS:
Digo, amigo sacristán,
si cree usted que Germán
se morirá o tiene cura,
pues mi arte en la ocasión esta
toda opinión necesita.
SACRISTÁN:
(Alzándose de hombros.)
«Excusatio non petita,
acusatio manifesta.»
DON ELÍAS:
Le juro que no le entiendo.
SACRISTÁN:
(Alzándose de hombros.)
Lamento que no me entienda;
pero voy por la merienda,
pues yo hasta que no meriendo
no acostumbro a soltar prenda.
(Inicia el mutis por la casa en el momento en que de ella salen Marcela y ANGELINA).
MARCELA:
(Al SACRISTÁN, dulcemente.)
Descuide, Senén Ansaldo,
que no me olvido de usté
y ahora mismo ordenaré
que le den a usted un caldo.
SACRISTÁN:
Muchas gracias.
MARCELA:
No hay de qué.
(El SACRISTÁN se va por la casa. RODOLFO, DON JUSTO y DOÑA CALIXTA inician el mutis por el mismo sitio).
¿También ustedes se van?
DON JUSTO:
Vamos ahí dentro un momento
a ver cómo está Germán.
(Se van los tres por la casa.)
MARCELA:
(A ANGELINA, con ansia que disimula heroicamente.)
¿Tú crees?
ANGELINA:
Como lo cuento.
Papá tiene que ceder;
sabrá comprender al ver
su claro arrepentimiento.
MARCELA:
(Con un suspiro.)
Lo ocurrido, hija adorada,
no lo puedo comprender,
y es lógico, un brigadier,
que ha mandado una brigada.
ANGELINA:
Yo le hablaré…
MARCELA:
(Atemorizada.)
¡No! ¡Qué horror!
ANGELINA:
Pero ¿por qué ese temor?
A mí me perdonará
RODOLFO:
… aunque le agravié
y estoy cierta de que a usté
la perdonará papá.
MARCELA:
Lo tuyo fue una imprudencia
fruto de tu inexperiencia
de muchacha jovencita.
ANGELINA:
Bueno… Igual que usté, mamita.
MARCELA:
(Aparte.)
¡Dios mío! ¡Cuánta inocencia
ANGELINA:
(Animándola.)
Ya verá cómo él refrena
esa actitud inhumana.
Déjeme ir…
MARCELA:
(Ya convencida.)
Bueno, nena…
Ve. Háblale. Di que ardo en gana
de ser formal y ser buena
¡y que ya que no Susana,
aún puedo ser Magdalena!
ANGELINA:
Eso mismo le diré.
(Mirando hacia la derecha.)
Ahí viene… ¿Voy?
MARCELA:
(Rendida.)
Bueno; ve.
Siempre logras lo que quieres…
ANGELINA:
Verá cómo es muy sencillo.
MARCELA:
(Contemplándola con amor y admiración.)
¡Tú no eres mi hija! ¡Tú eres
una santa de Murillo!
Se va por la casa.
(DON MARCIAL entra por la derecha).
ANGELINA:
Papá…
DON MARCIAL:
(Hablando para sí.)
Mi hija… Otra perjura…
Por más que ésta, bien mirado,
tiene menos cara dura,
pues cometió su locura
antes de haberse casado…
ANGELINA:
(Decidiéndose.)
Vengo a hablarle, y antes que hable
creo que será mejor
el que me haga usté un favor.
DON MARCIAL:
¿Qué favor es?
ANGELINA:
Darme el sable.
DON MARCIAL:
(Extrañado.)
¿Mi sable? ¿Por qué lo quieres?
ANGELINA:
Por capricho… ¿Sí o no?
DON MARCIAL:
¿Quién entiende a las mujeres?
ANGELINA:
¿Qué? ¿Me lo da?
DON MARCIAL:
Tómalo.
Se desciñe el sable y se lo da.
ANGELINA:
Y ahora, perdone, papá,
mi proceder despreciable…
(Mimosamente.)
Juro que su hijita está
arrepentida de…
DON MARCIAL:
(Creyendo comprender.)
¡Ya!
Ahora caigo en lo del sable.
¿Tenías miedo por ti?
Mujer; pues es excesivo.
(Suavemente.)
Sí me has tocado en lo vivo
con lo hecho ayer; mas de ahí
a creer…
ANGELINA:
(Bajando los ojos.)
Si no es por mí
por quien el sable recibo.
DON MARCIAL:
¿Qué dices?
ANGELINA:
De otra cuestión
espero la solución.
Lo mío me importa menos…
(Decidiéndose y ocultando el sable detrás de sí.)
Vengo a pedirle perdón…
por mamá.
DON MARCIAL:
(Echando chispas y dando un respingo.)
¡¡Rayos y truenos!!
¡¡Relámpagos apagados!!
¡Cien mil bombas!! ¡¡Voto a bríos!!
¡¡Infiernos, volcanes fríos
y demonios colorados!!
ANGELINA:
Pero papá…
DON MARCIAL:
¡¡Satanás!!
¡¡Lucifer y Belcebú!!
¿De qué vienes a hablar tú?
¡¡Déjame!! ¡¡Márchate!! ¡¡Atrás!!
ANGELINA:
Papá, escuche usted…
DON MARCIAL:
¡No! ¡No!
¿Perdón, esa miserable?
Pero ¿qué oigo? ¡Dame el sable!
ANGELINA:
Pero papá
DON MARCIAL:
¡¡Dámelo!!
¡Pronto, que mi alma desea
lucha, exterminio y pelea!
Voy a blandirlo, hija mía,
igual que lo blandí el día
del combate de Alcolea!
ANGELINA:
Papaíto; un brigadier
no debe hablar de esa forma.
DON MARCIAL:
¿Vas a darme tú la norma
de cómo he de proceder?
ANGELINA:
(Convincente.)
Es que mamá tiene gana
de ser formal y ser buena,
y ya que no fue Susana
aún puede ser Magdalena.
DON MARCIAL:
(Retrocediendo dos pasos.)
¿Te ha dicho eso?
ANGELINA:
Sí, señor.
DON MARCIAL:
(Después de meditar unos momentos.)
Pues a contestarla accedo
con una frase mejor:
Dile que si, por mi honor,
no soy Juan Lanas, aún puedo
ser Jack el Destripador.
(Por la casa salen DON JUSTO, RODOLFO y el SACRISTÁN. Vienen muy nerviosos).
DON JUSTO:
¡Marcial!
RODOLFO:
¡Don Marcial!
DON MARCIAL:
¿Qué pasa?
DON JUSTO:
(Apremiante.)
¡Ven con nosotros!
DON MARCIAL:
¿Quién? ¿Yo?
¿Adónde?
DON JUSTO:
A casa…
DON MARCIAL:
¡No
SACRISTÁN:
¿No?
DON MARCIAL:
(Inapelable.)
¡No pisaré más la casa
donde está quien me afrentó!
DON JUSTO:
(Seriamente.)
¡Has de venir!
SACRISTÁN:
¡Venga usted!
DON MARCIAL:
(Irritado.)
Pero ¿a qué tamaño afán?
DON JUSTO:
Es que se muere Germán…
DON MARCIAL:
Conformes; le rezaré.
SACRISTÁN:
(Dolido de la crueldad de DON MARCIAL.)
¡Don Marcial!
DON JUSTO:
(Con gravedad.)
Yo soy testigo
de que el pobre hombre se muere
y que antes de morir quiere
hablar no sé qué contigo.
DON MARCIAL:
(Firme en su decisión.)
A mi alma noble y altiva
le da igual que muera o viva
o se caiga de la cama.
Y lo que ha de referir
que me lo mande a decir
en un parte o telegrama
y, si no, que me lo escriba,
porque yo no lo he de oír.
DON JUSTO:
(Tercamente.)
Soy de la piedad heraldo
al decir que entres a verle..
DON MARCIAL:
(Rotundo.)
¡No me insistas, Justo!
DON JUSTO:
(Volviéndose hacia el SACRISTÁN.)
Ansaldo
ayúdeme a convencerle.
Usté afirmó que diría
algo que le ablandaría.
Dígalo, pues.
SACRISTÁN:
Lo diré.
(Brindándole a DON JUSTO su intervención en el asunto.)
Don Justo, va por esté.
(A DON MARCIAL.)
Cimonis summum impía.
DON JUSTO:
(Encarándose con DON MARCIAL, muy cargado de razón.)
¿Qué contestas a eso?
DON MARCIAL:
(Después de dudar, pero convencido de que el SACRISTÁN le ha dicho algo muy gordo.)
Iré.
Se va, seguido por todos, para la casa. ANGELINA sujeta a RODOLFO por la americana.
ANGELINA:
Tú no vas…
RODOLFO:
¿Eh?
ANGELINA:
Te lo pido aun a riesgo de cansarte.
¡Perdón!
RODOLFO:
No he de perdonarte…
ANGELINA:
¡Pero si no he cometido
nada que pueda agraviarte!
RODOLFO:
Ya sólo busco el olvido
de cuanto llevo sufrido…
Me refugiaré en el arte
y con todo lo ocurrido
para mí de cruel y adverso
escribiré un drama en verso
que será muy aplaudido.
ANGELINA:
¡Pero tienes que escucharme
antes de dejarme sola!
Te aseguro que al raptarme
GERMÁN:
me obligó a marcharme
empuñando una pistola.
RODOLFO:
Oye, Angelina: eso es trola
y tú quieres embrollarme…
ANGELINA:
¡Que no es trola, que es verdad!
La pura verdad, Rodolfo.
Ese Germán es un golfo
sin pizca de dignidad.
Ayer, cuando me raptaba
en tanto que yo clamaba
inútilmente en la noche,
él me agarró por el pelo
y, a la rastra, por el suelo,
así me llevó hasta el coche.
Y para que no gritara
y le espantase la caza,
me puso, como mordaza,
un pañuelo por la cara.
RODOLFO:
¿Es posible? ¡Calla; calla!
ANGELINA:
Así ocurrió, Rodolfín.
RODOLFO:
¿Permitirá Dios que, al fin,
no se muera ese canalla?
ANGELINA:
(Señalando la casa.)
¡Ahí sale!
RODOLFO:
¿Eh? ¡Qué bandido!
(Por la casa salen DON MARCIAL, DON JUSTO, DON ELÍAS, GERMÁN, Marcela, DOÑA CALIXTA y el SACRISTÁN).
SACRISTÁN:
Que se siente ahí el herido.
GERMÁN:
Que se siente don Marcial,
que es lo digno y lo cabal,
en el sitio preferido.
Y yo hablaré en pie y erguido.
Y a hablar así me decido
porque yo no estoy tan mal.
DON MARCIAL:
Eso veo. Y es extraño…
¿O es que, por ventura, he sido
víctima de un nuevo engaño?
Lo que Justo me decía
para que yo me animase
era que…
GERMÁN:
Que me moría…
(Sonriendo con tristeza.)
Puede usted acabar la frase.
Porque de sobra comprendo,
aunque lo vengo callando,
que yo aquí estoy estorbando
por cuanto viene ocurriendo.
(Irguiendo la cabeza.)
Pero me atrevo a creer
que nos vamos a entender.
DON MARCIAL:
(Humanizándose.)
De igual modo lo preveo.
¿Qué quiere de mí?
GERMÁN:
Deseo
hablarle de su mujer.
( DON MARCIAL se estremece. Emoción en todos, que hacen aparte sus respectivos comentarios).
DON JUSTO:
(Aparte.)
¡Qué cínico!
DON ELÍAS:
(ídem.)
¡Qué valiente!
DOÑA CALIXTA:
(ídem.)
¡Qué sinvergüenza!
RODOLFO:
(ídem.)
¡Qué tío!
ANGELINA:
(ídem.)
¡Qué canalla!
MARCELA:
(ídem.)
¡Qué inocente!
DON MARCIAL:
(ídem.)
¡Qué desalmado!
SACRISTÁN:
(Ídem.)
¡Qué lío
va a armar éste, Dios clemente!
GERMÁN:
(A DON MARCIAL, respetuosamente.)
Si le parece a usté mal
hablar delante de gente…
DON MARCIAL:
(Alzándose de hombros.)
Eso para mí es igual,
ya que, desgraciadamente,
mi caso es tan general
como Palafox.
GERMÁN:
Corriente.
Pues hablemos, don Marcial.
(Con sinceras tristeza y desilusión.)
Me muero; no tengo cura…
DON MARCIAL:
(Severamente.)
¿Palabra?
GERMÁN:
(Vencido.)
Usted lo desea,
y fallecer es la idea
que en mi espíritu perdura.
DON JUSTO:
(Aparte, a DON ELÍAS, despectivamente, y refiriéndose a GERMÁN.)
¡Qué va a morirse! Ese dura
hasta la Guerra Europea.
GERMÁN:
(Amenazador, a DON Marcial.)
Mas viviendo seguiré
Si me niega usté una cosa…
que pienso pedirle a usté.
DON MARCIAL:
Juro que se la daré
(Con interés no disimulado.)
¿Qué es?
GERMÁN:
(Dulcemente, persuasivo)
Que perdone a su esposa.
( DON MARCIAL, después de una pausa emocionante, rompe a reír a carcajadas. Todos le miran estupefactos y temerosos. GERMÁN avanza hacia él desconcertado).
¿Cómo? ¿Se ríe?
DON MARCIAL:
Sí, a fe.
(Ríe más todavía; el estupor de los presentes aumenta.)
DON ELÍAS
Es una risa nerviosa…
DON JUSTO:
(Alarmado)
Pero… ¿será peligrosa?
DON ELÍAS:
(Yendo hacia DON MARCIAL.)
Eso luego lo diré
( DON MARCIAL, sigue riendo a más y mejor. El estupor general se va conviertiendo en miedo).
MARCELA:
¡Marcial!
DOÑA CALIXTA:
¡Qué se va a enfermar!
DON JUSTO:
Marcial, ¡oye!
ANGELINA:
Padre mío!
( DON MARCIAL, sigue riendo desaforadamente. Todos rodean el banco donde está sentado, francamente aterrados ya.
RODOLFO:
¡Loco!
DON JUSTO:
(A DON ELÍAS)
Hágale callar…
( DON ELÍAS le da golpecitos en las mejillas a DON MARCIAL para volverle a la realidad sensible).
DON ELÍAS
¿De qué se ríe?
DON MARCIAL:
(Dejando de reír poco a poco y permutando sus carcajadas por un gemido doloroso.)
Me río…
¡Me río por no llorar!
(Una pausa angustiosa.)
Por eso río… Además,
¿qué extraño es que yo me ría,
si de esta tragedia mía
también reirán los demás?
¿Si la humana condición
halla sus risas mejores
en lo hondo del los dolores
que estrujan el corazón?
(Un nuevo silencio. Alzándose del banco y ganando el centro de la escena. Patéticamente.)
Vista de todas maneras
la situación es risible;
Pero…, pero lo sensible
es que yo sufro de veras…
Y con mosca o con perilla,
con bigote o con tupé,
¡pobre de aquel que se ve
viviendo esta pesadilla!…
GERMÁN:
(Con lástima y arrepentimiento)
Don Marcial, despierte usté.
DON MARCIAL:
No es difícil despertar;
Lo imposible es perdonar
cuando se odia a una persona.
GERMÁN:
(Firmemente.)
¡Es que si usted la perdona
me moriré sin tardar
y le dejaré tranquilo!
DON MARCIAL:
(Escéptico)
¿Usté?… ¡usté es un chaval
con tanta cuerda vital
que me va a tener en vilo
toda mi vida mortal,
aunque yo viva en total
más años que un cocodrilo
del África ecuatorial!
GERMÁN:
(Conciliador)
Nadie sabrá lo ocurrido
ni le perderá el respeto,
pues se guardará el secreto
de todo lo sucedido,
y una vez que me muera yo
usted hallará el olvido
como Rodolfo lo halló…
Señala a RODOLFO y a Angelina, que se hallan muy cogidos del brazo. Todos ruegan persuasivamente, con el gesto, a DON MARCIAL
DON JUSTO:
Marcial…
DON ELÍAS
Don Marcial…
ANGELINA:
Papá…
RODOLFO:
Brigadier…
DOÑA CALIXTA:
Decídase…
GERMÁN:
Vamos, no lo dude usté…
SACRISTÁN:
¿Digo un latín?
DON MARCIAL:
(Desesperado.)
¡Callen ya,
que en fiebre y dolor me abraso!
¿Qué hubiera hecho en igual caso
mi buen padre, aquel señor,
prototipo del honor,
fuente de sangres azules,
que en su finca de Algodor
sembró sus campos… de gules
para mayor esplendor?
¿Qué habría hecho él?
(Se enciende en este instante el transparente pequeño del foro derecha y aparece el padre de DON MARCIAL, un caballero de unos cincuenta años, con chistera, en busto, dirigiéndose al BRIGADIER).
PADRE:
Marcialito…
(Grito de horror en todos los presentes. GERMÁN hace mutis por detrás de la casa).
DON MARCIAL:
(Llevándose las manos a las sienes.)
¿Eh? ¿Qué es esto? ¿Desvarío?
PADRE:
No. Soy tu padre, hijo mío.
DON MARCIAL:
(Cayendo de rodillas ante el espectro.)
¡Qué aparición, Dios bendito!
(Todos los personajes se reitran a los lados con los párpados muy abiertos).
PADRE:
(Hablando con voz fría de fantasma Standard.)
Me presente ante ti
vistiendo como vestí:
de ciencuenta años, Marcial.
¿Te gusto?
DON MARCIAL:
(Amablemente.)
Sí. No estás mal.
PADRE:
Gracias. ¿te alegras?
DON MARCIAL:
(No muy convencido.)
¡Sí, sí!
PADRE:
Soy tu padre.
DON MARCIAL:
Ya lo he oído.
PADRE:
Y como me has invocado,
al oírte me he apresurado
a venir, y ya he venido
DON MARCIAL:
(Con tono ligero e informativo)
¿Por mucho tiempo?
PADRE:
Un instante,
Marcial, estaré presente
y luego, rápidamente,
me quitaré de delante.
Tengo el tiempo muy escaso.
DON MARCIAL:
(Siempre interviuvando.)
¿Y no volverás?
PADRE:
Ya no.
(Solemnísimamente)
Vengo a explicar que tu caso
también a mí me ocurrió.
(DON MARCIAL da un respingo y se pone en pie).
DON MARCIAL:
¿Mi caso? ¡No he de creer
que la que a mí me dio el ser
te engañase! ¡Eso es mentira!
PADRE:
(Sin alterarse)
Lo ocurrido vas a ver
con tus propios ojos. Mira:
(Al llegar aquí se enciende el transparente del centro y se ve en él un saloncito, puesto según el gusto de 1840, donde empieza a desarrollarse la pantomima mímica que el padre de DON MARCIAL va describiendo con las palabras que siguen. Una mujer y un hombre, jóvenes, vestidos con arreglo a la moda de 1840 también, aparecen abrazados en el saloncito transparente. GERMÁN hace mutis por detrás de la casa).
Cuarenta años ha, una vez,
tu buena madre se hallaba
una tarde en Aranjuez
en donde veraneaba,
y a un guapo mozo abrazaba
con ardiente amor…
(Las figuaras del transparente se abrazan. Los que están en escena miran a DON MARCIAL y se miran luego entre sí…)
DON JUSTO:
(Aparte)
¡Rediez!
(A DON ELÍAS, aparte)
¡Doctor, esto es la caraba!
PADRE:
Ella es la de la derecha
y el de la izquierda el galán.
To me enteré del desmán
y acudí como una flecha
en mi caballo alazán.
El caballo no se ve,
pues lo até junto a una higuera.
Yo soy el de la chistera…
(Un nuevo personaje con chistera ha aparecido en el transparente en actitud agresiva para los otros dos).
En cuanto entré me lancé
hacia ambos como una fiera,
gritando: «¡Infames! ¡Malditos!
¡Rezad, que vais a morir!»
Pero en seguida, en mis gritos,
me tuve que reprimir:
pues tu madre alzó de pronto
su peregrino semblante,
diciendo: No hagas el tonto,
que este chico no es mi amante».
(Las figuras del transparente van haciendo todo lo indicado en su relación por el PADRE de DON MARCIAL).
Yo exclamé: «¡Mientes en vano
y mi ánimo vacila!»
Y ella replicó tranquila:
«Éste es mi hermano Emiliano,
el que vivía en Manila».
Y, en efecto, era su hermano,
según pude comprobar.
Rebosando de emoción,
caí a sus pies, a rogar
para mi injuria perdón.
(Se ve arrodillarse en el transparente a la figura que interpreta el papel de PADRE).
Y ella me lo hubo de dar
con todo su corazón.
(Verificando también esto último, el transparente del centro se apaga).
Si yo hubiese disparado,
por una equivocación,
ya ves, hijo, qué dramón
se habría desarrollado.
Contén, pues, tu paroxismo
y piensa, Marcial, si no
te sucede a ti lo mismo
que a mí hace años me ocurrió
(Se apaga asimismo el transparente pequeño de la derecha, borrándose la figura del PADRE de DON MARCIAL).
DON MARCIAL:
(Avanzando con los brazos extendidos hacia el sitio donde apareció el espectro.)
¡Padre! ¡Padre!
RODOLFO:
Se ha esfumado
su aparición imprecisa
DON JUSTO:
(Brindándoles una explicación racional)
Dijo que tenía prisa
y estará ya en otro lado.
DON MARCIAL:
Su voz al perdón me obliga,
¡Esto aumenta mi extravío!…
(Se enciende el transparente pequeño de la izquierda y aparece el busto de la MADRE de DON MARCIAL, una dama de la edad aproximada de su marido, que le habla también a DON MARCIAL).
DON MARCIAL:
(Parándose en seco.)
¡¡Cielos!!
MADRE:
Hijo mío,
lo que tu padre te diga
no es exacto… ¡hubo lío!
DON MARCIAL:
¿Cómo? Mamá…
MADRE:
(Dulcemente)
Sí; yo soy
en persona: Filomena.
Y has de saber que aquí estoy
para enseñarte el final
que tuvo luego la escena.
Contempla atento, Marcial.
(Se enciende de nuevo el transparente del centro y se ve, mientras el espectro de la MADRE habla, cómo el PADRE de DON MARCIAL se despide de su mujer y de su cuñado y se va).
Tu padre se marchó, ufano
de ver intacto su honor
y al marcharse, aquel señor,
me volvió a abrazar, insano,
porque es que no era mi hermano,
sino un vil conquistador.
DON MARCIAL:
(Alterado)
¿Es posible? ¿Y tú, mamá?
MADRE:
(Digna)
¿Qué supones? Fíjate.
(Sigue la acción que se indica en el transparente iluminado).
Cuando tu padre se fue,
cual lo está haciendo ya,
a aquel señor rechacé,
pues nunca, hijo, le engañé,
a tu querido papá.
(Después de verse esto último, se apaga el transparente grande definitivamente).
DON MARCIAL:
(Respirando tranquilo)
¡Vuelvo a vivir, madre mía,
libre de negras ideas!
MADRE:
(Con gravedad materna.)
Me alegro, pero no creas:
tu padre se merecía
el aludido extravío,
pues por su genio irritable,
era tan insoportable
como lo eres tú, hijo mío
DON MARCIAL:
(Herido en su propia estimación.)
¡Pero madre!
MADRE:
(Solemne, sin hacer caso de su protesta.)
Y si tú has sido
engañado, créelo,
que lo teines merecido,
así es que aguántatelo.
(Se apaga el transparente, y la MADRE de DON MARCIAL se esfuma.
DON MARCIAL:
(Después de un silencio expectante. Con gravedad trascendental.)
Madre, te obedeceré,
y pues me debo aguantar,
me aguantaré sin tardar
e incluso perdonaré.
(Tendiéndole los brazos a su esposa)
¡Marcela!
MARCELA:
(Yendo hacia DON MARCIAL, también con los brazos abiertos)
¡Marcial!
(Aparte, tranquilizándose al fín.)
¡Respiro!
Concluya al fin nuestro afán…
(Súbitamente, dentro, en la izquierda, detrás de la casa, suena un tiro. Sobresalto de todos los personajes).
DON JUSTO:
¡Un tiro!
MARCELA:
(Adivinando lo que ocurre.)
¡Dios mío!
DON MARCIAL:
¿Un tiro?
RODOLFO:
(Que al oír el tiro se ha ido corriendo, junto con DON Elías, por detrás de la casa, sale con el semblante descompuesto.)
¡Se ha suicidado Germán!
DON ELÍAS
(Saliendo también, después de su brevísimo mutis, por detrás de la casa.)
¡¡Ha muerto!!
TODOS:
¡¡Oh!!
DON MARCIAL:
¿Qué se ha matado?
DON ELÍAS
¡Se ha disparado en la sien!
GERMÁN:
(Saliendo de pronto por detrás de la casa, ya de americana y con el hongo puesto. Saludando.)
Señores…
TODOS:
(Retrocediendo con espanto)
¿Eh?
GERMÁN:
(Con acento sencillo.)
Me he tirado,
pero no me he acertado,
porque no he apuntado bien.
DON JUSTO:
(Despectivo)
¡Qué falta de seriedad!
(Se va DON JUSTO por detrás de la casa).
DON MARCIAL:
¿No digo…? ¡Éste es inmortal!
GERMÁN:
(Poniéndose una mano en el pecho.)
Pero ahora va de verdad,
pues para vengar su honor,
por mí mismo, don Marcial,
voy a coger un vapor
¡y a que me maten, señor,
en la guerra del Transvaal!
DON ELÍAS
¡Buena idea!
DON MARCIAL:
(Enarcando las cejas.)
¡Hum!… No me fío,
Váyase… ¡y por Dios no le guarde!
DON JUSTO
(Saliendo por detrás de la casa nuevamente, empujando el velocípedo del acto primero.)
Y suba aquí, amigo mío,
no vaya usté a llegar tarde.
(Cuadro. Todas las figuaras quedadn súbitamente inmóviles donde se hallaban, y DON MARCIAL se adelanta a la batería, dirigiéndose al público).
DON MARCIAL:
El drama se ha terminado
y, como final, señores,
ruego el abplauso obligado
al autor y a los actores.
TELON