CAPÍTULO XVII
EL ÚLTIMO RESCATE

Cuando llegué a Nueva Zelanda a principios de diciembre de 1916, encontré que los arreglos para el rescate ya estaban hechos. El gobierno de Nueva Zelanda se había encargado de la tarea a principios del año, antes de que yo me pusiera en contacto con el mundo exterior. Los gobiernos de Gran Bretaña y de Australia estaban prestando ayuda financiera. Durante el año, el Aurora había sido reparado y reequipado en Puerto Chalmers a un coste considerable y había sido abastecido con provisiones y carbón para el viaje al estrecho de McMurdo. Mi viejo amigo, el capitán John K. Davis, que fue miembro de mi primera expedición antártica en 1907-1909 y que, luego, comandó el buque del Dr. Mawson en la expedición antártica australiana, había sido puesto al mando del Aurora por ambos gobiernos, y había contratado a oficiales, ingenieros y tripulación. El Capitán Davis llegó a Wellington con el fin de verme a mi arribo, y oí su relato de la situación. Yo también me reuní con el Ministro de Marina, el difunto Dr. Robert McNab, un amable y simpático escocés que se interesó personalmente en la expedición. Stenhouse también se encontraba en Wellington, y debo decir otra vez aquí que su relato del viaje y de la deriva en el Aurora me llenó de admiración por su valor, su arte de navegar y su ingenio.

Después de analizar la situación en detalle con el Dr. McNab, estuve de acuerdo en que deberían seguir en pie los preparativos ya hechos para la expedición de rescate. El tiempo era importante, y había dificultades para hacer cualquier cambio de planes o de control en el último momento. Después de que el capitán Davis hubiera estado trabajando durante algunos meses, el gobierno aceptó entregarme el Aurora libre de responsabilidad para su regreso a Nueva Zelanda. Se decidió, por lo tanto, que el capitán Davis llevara el barco al estrecho de McMurdo y que yo fuera con él para hacerme cargo de las operaciones en tierra que pudieran ser necesarias. «Firmé un contrato» por un salario de 1 chelín mensual, y zarpamos de Puerto Chalmers el 20 de diciembre de 1916. Una semana más tarde, divisamos el hielo otra vez. El Aurora pasó con bastante rapidez por la banquisa y se internó en las aguas libres del mar de Ross el 7 de enero de 1917.

El capitán Davis ubicó al Aurora a lo largo del borde de hielo que había frente al cabo Royds la mañana del 10 de enero, y yo desembarqué con un grupo para buscar algún registro en la cabaña levantada allí por mi expedición en 1907. Encontré una carta que decía que el grupo del mar de Ross estaba en el cabo Evans y, cuando estaba regresando al barco, divisamos a seis hombres, con perros y un trineo, que venían desde la dirección del cabo Evans. A las 13:00, este grupo subió a bordo, y nos enteramos de que de los diez miembros de la expedición que habían quedado atrás cuando el Aurora soltó sus amarras el 6 de mayo de 1915, siete habían sobrevivido; entre ellos se encontraban: A. Stevens, E. Joyce, H. E. Wild, J. L. Cope, R. W. Richards, A. K. Jack, I. O. Gaze. Estos siete hombres estaban bien, aunque mostraban signos de la terrible experiencia por la que habían pasado. Nos contaron acerca de la muerte de Mackintosh, Spencer-Smith y Hayward, y de su angustiosa espera del rescate.

Lo único que quedaba por hacer era una búsqueda final de los cuerpos de Mackintosh y Hayward. No había posibilidad de que ninguno de los dos estuviera vivo. Habían estado sin equipos cuando la ventisca rompió el hielo por el que estaban cruzando. Habría sido imposible que sobrevivieran más de unos días, y ahora habían pasado ocho meses sin noticias de ellos. Joyce ya los había buscado al sur de la lengua del glaciar. Consideré que debía hacerse otra búsqueda en dos direcciones: la zona al norte de la lengua del glaciar y el viejo depósito frente a Butler Point, e hice un informe para el capitán Davis a tal fin.

El 12 de enero, el barco llegó a un punto que se encontraba a casi nueve kilómetros al este de Butler Point. Llevé a un grupo a través de hielo rocoso y lleno de agua hasta menos de treinta metros del hielo del pie de los montes, pero debido a los altos acantilados y al hielo suelto y medio derretido, no pudimos desembarcar. El hielo terrestre se había separado en la posición del corte de marcaciones del depósito, pero era visible en la forma de dos grandes témpanos varados al norte del cabo Bernacchi. No había señales del depósito ni de que ninguna persona hubiera visitado las cercanías. Regresamos al barco y seguimos a través del estrecho hasta el cabo Bernacchi.

Al día siguiente, desembarqué con un grupo a fin de inspeccionar el área al norte de la lengua del glaciar, incluida la isla Razorback, en busca de rastros de los dos hombres perdidos. Llegamos a la cabaña del cabo Evans a las 13:30, y Joyce y yo salimos a las 15:00 hacia las islas Razorback. Realizamos una búsqueda por ambas islas y regresamos a la cabaña a las 19:00. La búsqueda había sido infructuosa. El 14, comencé a buscar con Joyce el lado norte de la lengua del glaciar, pero la nieve que se había amontonado en la superficie, con viento del sureste, hizo que decidiera no continuar, puesto que el hielo se estaba moviendo rápidamente en el extremo del cabo Evans, y la laguna entre la cabaña y la isla Inaccesible se estaba agrandando. El viento aumentó por la tarde. Al día siguiente, sopló una ventisca del sureste, con mucha nieve acumulada en las islas. Consideré que no era seguro usar el trineo ese día, en particular porque el hielo se estaba separando del lado sur del cabo Evans y se dirigía a la laguna. Pasamos el día ordenando la cabaña.

El 16, nos levantamos a las 3:00. El tiempo era bueno y calmo. Salí con Joyce a las 4:20 en dirección sur y avanzamos lo más rápido que pudimos. Llegamos a la lengua del glaciar a un punto que se encontraba aproximadamente a dos kilómetros y medio del extremo del lado del mar. En donde no había acantilados escarpados, había una ladera de nieve pareja hasta la cima. Desde arriba, buscamos con catalejos; no se veía nada, excepto hielo azul, agrietado, sin protuberancias.

Bajamos y, un poco corriendo, otro poco caminando, avanzamos unos cinco kilómetros hacia la base del glaciar, pero vi que no había la menor posibilidad de encontrar ningún resto debido a las enormes acumulaciones de nieve que había en donde se podía acceder a los acantilados. En la base de los empinados acantilados había nieve acumulada de entre tres y cinco metros de altura. Regresamos a la cabaña a las 9:40 y casi inmediatamente nos dirigimos al barco. Consideraba que todos los lugares donde era probable que estuvieran los cuerpos de Mackintosh y Hayward ya habían sido registrados. No tenía dudas de que habían encontrado la muerte al romperse el hielo fino cuando se levantó la ventisca el 8 de mayo de 1916. Durante mi ausencia de la cabaña, Wild y Jack habían erigido una cruz en memoria de los tres hombres que habían perdido la vida al servicio de la expedición.

El capitán Davis llevó el barco hacia el norte el 17 de enero. Las condiciones del hielo eran desfavorables, y la banquisa impedía el paso. Permanecimos en la costa oeste hacia la isla Dunlop y la seguimos hasta Puerto Granite. No se veía ninguna marca ni depósito. El Aurora llegó a la banquisa principal, a casi cien kilómetros del cabo Adare, el 22 de enero. El hielo estaba cerrado más adelante, y Davis se dirigió hacia el sur en aguas libres para esperar a que mejoraran las condiciones. El 28 de enero, un viento fuerte del noroeste permitió que el barco pasara entre la banquisa y la tierra frente al cabo Adare, y cruzamos el Círculo Antártico el último día del mes. El 4 de febrero, Davis envió un informe formal al gobierno de Nueva Zelanda por radio, y el 9 de febrero, el Aurora atracó en Wellington. Fuimos recibidos por el pueblo de Nueva Zelanda como hermanos que regresaban.