CAPÍTULO III
MESES DE INVIERNO
Marzo comenzó con un fuerte vendaval del noreste. Durante la mañana del día 1, cazamos cinco focas de Weddell y dos cangrejeras en la placa, y el viento, que arrastraba nieve fina, se levantó mientras los grupos con trineos traían los animales muertos. Los hombres debieron abandonar parte de la grasa y la carne y, con dificultad, regresaron al barco, desplazándose sobre el hielo desigual en las fauces de la tormenta. Este vendaval siguió hasta el día 3, y todos los hombres estuvieron ocupados despejando la entrecubierta, que se convertiría en sala de estar y en comedor para los oficiales y los científicos. En esta sala, el carpintero construyó la cocina que había sido pensada para usar en la barraca de tierra, y las dependencias se tomaron muy acogedoras. Los perros parecían indiferentes a la ventisca. Emergían ocasionalmente de entre la nieve que volaba y se sacudían y ladraban, pero estaban conformes la mayor parte del tiempo, acurrucados como bolas compactas bajo la nieve. Uno de los perros viejos, Saint, murió la noche del 2, y los médicos informaron que la causa de su muerte había sido apendicitis.
Cuando el vendaval amainó, descubrimos que la banquisa había sido arrastrada desde el noreste y ahora estaba más firmemente consolidada que antes. Un nuevo témpano, probablemente de veinticinco kilómetros de largo, había aparecido en el horizonte norte. Todos los témpanos dentro de nuestro círculo de visión se habían vuelto objetos familiares, y a algunos les habíamos puesto nombre. Al parecer, estaban todos a la deriva con la banquisa. El avistamiento de un nuevo témpano era algo de un interés más que pasajero, puesto que, en ese mar relativamente poco profundo, sería posible que un témpano grande se encallara. Entonces, la isla de hielo sería un centro de tremenda presión y alteración en medio de la banquisa a la deriva. Ya habíamos visto algo semejante al devastador efecto de la lucha entre un témpano y una placa, y no deseábamos que el inofensivo Endurance se viera involucrado en semejante batalla de gigantes. Durante el 3, la carne y la grasa de foca fueron realmacenadas en montículos alrededor del barco. Las masas congeladas se habían estado hundiendo en la placa. El hielo, aunque duro y sólido al tacto, nunca es firme con objetos pesados encima. Es probable que un objeto dejado en la placa durante algún tiempo se hunda en la superficie del hielo. Luego, el agua salada se colará, y el objeto se congelará dentro del cuerpo de la placa.
Después del vendaval, llegó el buen tiempo, y tuvimos una serie de parhelios. Las temperaturas bajo cero prevalecieron, y el 6 se registró una temperatura de -29,5° C. Hicimos colchones para los perros llenando bolsas con paja y basura, y la mayoría de los animales estuvieron contentos de recibir esta comodidad en sus perreras. Algunos de ellos habían sufrido cuando la nieve se derretía por el calor de sus cuerpos y luego se volvía a congelar en forma de hielo. Los miembros científicos de la expedición estaban todos ocupados para entonces. El meteorólogo tenía su estación de registro, que constaba de un anemómetro, un barógrafo y un termógrafo, instalados en la popa. El geólogo estaba aprovechando lo que, para él, era una situación infeliz; pero no carecía de materiales. Los guijarros encontrados al despiezar los pingüinos muchas veces eran de considerable interés, y algunos fragmentos de roca eran rescatados del lecho marino con el escandallo de la sonda y la red de arrastre. El 7, Wordie y Worsley encontraron unos guijarros pequeños, un trozo de musgo, una concha de bivalvo perfecta y un poco de polvo en un fragmento de témpano, y con orgullo trajeron su tesoro al barco. Clark usaba la red de arrastre, con frecuencia, en los canales y obtuvo buenas cantidades de plancton, con ocasionales especímenes de mayor interés científico. No había muchas focas, pero nuestra reserva de carne y de grasa crecía gradualmente. Todos comían carne de foca con gusto, y no les habría importado depender de la carne enlatada del barco. Preferíamos la foca cangrejera a la de Weddell, que es un animal muy perezoso. La cangrejera parecía más limpia y sana. Las orcas seguían con nosotros. El 8 examinamos un lugar donde el hielo había sido golpeado desde abajo, presumiblemente por una gran ballena en busca de un lugar para respirar. La fuerza que había ejercido era sorprendente. Trozos de hielo de un metro de espesor y que pesaban toneladas habían sido arrojados hacia lo alto en una superficie circular de un diámetro de unos ocho metros, y las grietas se irradiaban hacia fuera por más de seis metros.
Las dependencias de la entrecubierta se terminaron para el 10, y los hombres tomaron posesión de los cubículos que se habían construido. El cubículo más grande albergaba a Macklin, McIlroy, Hurley y a Hussey, y fue llamado The Billabong. Clark y Wordie vivían del otro lado, en un cubículo llamado Auld Reekie. Luego estaba la vivienda de The Nuts o los ingenieros, seguidos de The Sailors Rest, habitado por Cheetham y McNeish. The Anchorage y The Fumarole estaban del otro lado. Las nuevas dependencias recibieron el nombre de The Ritz, y las comidas se servían allí en lugar de en la cámara de oficiales. El desayuno era a las 9:00, el almuerzo a las 13:00, el té a las 16:00 y la cena a las 18:00. Wild, Marston, Crean y Worsley se instalaron en cubículos en la cámara de oficiales, y para mediados de mes, toda la tripulación estaba dedicada a la rutina de invierno. Yo vivía solo apopa.
Worsley, Hurley y Wordie hicieron un viaje a un gran témpano, que nosotros llamamos «La Muralla», el 11. La distancia era de doce kilómetros, y el grupo cubrió una distancia total de unos veintisiete kilómetros. Hurley tomó algunas fotos, y Wordie regresó alborozado con un poco de tierra y algo de musgo.
«Dentro de un radio de kilómetro y medio alrededor del témpano, hay hielo fino y joven, lo suficientemente fuerte para caminar por él con cuidado», escribió Worsley. «El área de presión peligrosa, respecto de un barco, no parece extenderse más de cuatrocientos o quinientos metros del témpano. Aquí hay grietas y un constante movimiento leve, que se vuelve excitante para el viajero cuando siente un trozo de hielo que poco a poco se da vuelta debajo de sus pies. Cerca del témpano, la presión hace toda clase de sonidos extraños. Oímos un golpeteo como de martillo, gruñidos, gemidos y chirridos, tranvías eléctricos pasando, pájaros cantando, teteras hirviendo ruidosamente y un ocasional crujido como un gran trozo de hielo liberado de la presión, que de pronto salta y se da la vuelta. Notamos todo tipo de efectos curiosos, tales como enormes burbujas o bóvedas de hielo, de más de diez metros de ancho y un metro y medio de alto. Grandes capas sinuosas de hielo liso como una tabla se extendían en distintos sitios de la placa, y en un lugar contamos cinco de esas capas, cada una de unos seis centímetros de espesor, imbricadas una debajo de la otra. Parecen hechas de azúcar candi y son muy resbaladizas».
La posición del mediodía del 14 era 76° 54' latitud S, 36° 10' longitud O. La tierra era apenas visible hacia el sureste, distante unos sesenta kilómetros. Desde el barco podían verse algunos pequeños canales, pero el hielo era firme a nuestro alrededor. La deriva del Endurance seguía en dirección noroeste.
Hice disminuir la presión de las calderas el 15, y luego cesó el consumo de cien kilogramos de carbón por día para evitar que las calderas se congelaran. Las carboneras aún contenían 52 toneladas de carbón, y el consumo diario en las cocinas era de alrededor de ciento veinticinco kilogramos. No quedaría mucho carbón para el motor de vapor en la primavera, pero yo tenía previsto que este durara utilizando grasa en su lugar. El 17, un vendaval moderado del noreste trajo nieve fina y penetrante. El tiempo aclaró por la noche, y ante nuestros ojos apareció un hermoso crepúsculo carmesí. Al mismo tiempo, los acantilados de hielo de la tierra aparecieron en el cielo en un espejismo, con un claro reflejo en las aguas abiertas, aunque la tierra misma no podía verse con definición. El efecto se repitió de un modo exagerado el día siguiente, cuando los acantilados de hielo se irguieron por encima del horizonte en líneas paralelas dobles y triples, algunos invertidos. El espejismo se debía probablemente a vías de aguas abiertas cerca de la tierra. El agua estaría unos -1,1° más caliente que el aire y causaría que estratos más templados ascendieran. Un sondeo dio 1108 metros, con un fondo de barro glacial. Seis días después, el 24 la profundidad era de 766 metros. Estábamos derivando constantemente, y el continuo movimiento, junto con la aparición de vías cerca de la tierra, me convencieron de que debíamos quedarnos cerca del barco hasta que este se liberara. Yo había considerado la posibilidad de desembarcar en el hielo en la primavera, pero los peligros de semejante empresa serían demasiado grandes.
El entrenamiento de los perros en equipos con trineos estaba progresando. Las órdenes usadas por quienes los conducían eran Mush (vamos), Gee (derecha), Haw (izquierda) y Whoa (alto). Estas son las palabras que adoptaron hace tiempo los conductores canadienses, quienes las tomaron originalmente de Inglaterra. Al principio, hubo muchas peleas hasta que los perros aprendieron cuáles eran sus posiciones y sus tareas, pero con el correr de los días, los conductores y los equipos se volvieron eficientes. Cada equipo tenía su líder, y la eficiencia dependía, en gran medida, de la disposición y la capacidad de este perro para castigar la rebeldía y la desobediencia. Aprendimos a no interferir, a menos que las medidas disciplinarias amenazaran con tener un final fatal. Los conductores podían sentarse en el trineo y avanzar sin prisa si así lo querían. Pero las temperaturas bajo cero prevalecientes hacían que nadie quisiera ir en el trineo, y los hombres en general preferían correr o caminar junto a los equipos. Seguíamos perdiendo perros debido a la enfermedad causada por parásitos en el estómago y el intestino.
Una de la tareas de estos días fue la de dragar en busca de especímenes a diversas profundidades. La draga y varios cientos de metros de cable se convertían en una pesada carga, que superaba la fuerza de los científicos, que no tenían ayuda. El 2.3, por ejemplo, bajamos una draga de sesenta centímetros y mil ciento ochenta y ocho metros de cable. La draga fue izada cuatro horas después y trajo mucho barro glacial, varios guijarros y fragmentos de roca, tres esponjas, algunas lombrices, braquiópodos y foraminíferos. El barro era problemático. Era pesado de levantar y, puesto que se congelaba rápidamente al ser llevado a la superficie, la recuperación de los especímenes incrustados en él resultaba difícil. Una carga obtenida el 26 trajo un premio para el geólogo en la forma de un trozo de piedra arenisca que pesaba treinta y cuatro kilogramos, una pieza de piedra caliza fosilífera, un fragmento de esquisto estriado, polvo de piedra arenisca y algunos guijarros. Levantar la draga a mano fue un duro trabajo, y el 24 usamos el motor de tracción Girling, que subió casi mil metros de línea en treinta minutos, incluidas las paradas. Una parada se debió a que el agua había llegado a la rueda de fricción y se había congelado. Fue un día o dos después de oír un fuerte grito desde la placa y encontrar a Clark bailando y emitiendo gritos de guerra escoceses. Había conseguido su primer espécimen completo de un pez antártico, al parecer una nueva especie.
Los espejismos eran frecuentes. El 29 aparecieron a nuestro alrededor barreras-acantilados, incluso en lugares donde sabíamos que había agua profunda.
«Témpanos y placas suben violentamente hacia el cielo y adoptan las formas más fantásticas y distorsionadas. Trepan, temblorosos, y se desparraman en extensas hileras a diferentes niveles, luego se contraen y se desploman, y solo dejan un incierto y vacilante borrón que viene y se va. Enseguida, el borrón se hincha y crece, adoptando alguna forma hasta que presenta el reflejo invertido perfecto de un témpano en el horizonte, su sombra revoloteando sobre la sustancia. Aparecen más borrones en diferentes puntos del horizonte. Estos se dispersan en largas hileras hasta que se encuentran, y nos vemos rodeados de líneas de brillantes acantilados de nieve, bañados en sus bases por aguas de ilusión, en las que parecen estar fielmente reflejados. Así, las sombras llegan y desaparecen en silencio, y finalmente se derriten al tiempo que el sol cae en el Oeste. Parecemos estar yendo a la deriva, impotentes, hacia un extraño mundo de irrealidad. Es reconfortante sentir el barco debajo de nuestros pies y mirar la conocida línea de las perreras y los iglúes en la sólida placa».
La placa no era tan sólida como parecía. En ocasiones, se nos recordaba que el ambicioso mar estaba muy cerca, y que la placa solo era un amigo traicionero, que podría abrirse de repente bajo nuestros pies. Hacia finales de mes, hice que trajeran a bordo nuestras provisiones de carne y de grasa de foca. La profundidad registrada mediante un sondeo el último día de marzo era de 468 metros. La continua pérdida de profundidad de 1108 en una deriva de sesenta y dos kilómetros rumbo norte z6° oeste en treinta días era interesante. El mar perdía profundidad a medida que íbamos hacia el norte, ya fuera al este o al oeste, y esto sugería que las curvas de nivel iban de este a oeste, más o menos. Nuestra deriva total entre el 19 de enero, cuando el barco quedó atrapado en el hielo, y el 31 de marzo, período de setenta y un días, había sido de ciento cincuenta y dos kilómetros en una dirección norte 80° oeste. Los témpanos a nuestro alrededor no habían cambiado sus posiciones relativas.
El sol se hundía cada vez más en el cielo, las temperaturas bajaban y el Endurance sentía la fuerza de la gélida mano del invierno. Dos vendavales del noreste a principios de abril contribuyeron a consolidar la banquisa. El hielo joven se engrosaba rápidamente y, aunque en ocasiones se veían canales desde el barco, cerca de nosotros no aparecía ninguna abertura de tamaño considerable. Temprano, en la mañana del 1 de abril, intentamos escuchar nuevamente las señales de radio de Puerto Stanley. La tripulación había atado tres ramilletes de varas de seis metros a las galletas del mástil a fin de aumentar la extensión de nuestras antenas, pero aun así no pudimos oír nada. Entonces hubo que bajar los ramilletes de varas, puesto que descubrimos que el aparejo no podía cargar con el peso acumulado de la escarcha. Los sondeos demostraron que el mar seguía perdiendo profundidad, a medida que el Endurance derivaba hacia el noroeste. La profundidad el 2 de abril era de 479 metros, con un fondo de barro glacial. Cuatro semanas más tarde, un sondeo dio 314 metros. La presencia de arenilla en las muestras del fondo hacia fines de mes sugirió que, nuevamente, nos estábamos acercando a tierra.
El mes no transcurrió sin incidentes. Durante la noche del 3, oíamos el rechinar del hielo hacia el este, y por la mañana, vimos que el hielo joven estaba amontonado a una altura de entre dos y tres metros en ciertos lugares. Este fue el primer murmullo del peligro que, en meses posteriores, alcanzaría proporciones amenazadoras. Se oyó el hielo rechinar y crujir durante el 4, y el barco vibró un poco. El movimiento de la placa fue lo bastante pronunciado para interferir en el trabajo magnético. Di órdenes de despejar las acumulaciones de nieve, hielo y basura junto al Endurance, para que, en caso de presión, no hubiera peso contra las partes superiores que impidiera que el barco se levantara por encima del hielo. Todos los hombres estuvieron ocupados con picos y palas durante el día y movieron muchas toneladas de material. Nuevamente, el 9 hubo signos de presión. Hielo joven se había apilado hasta alcanzar una altura de más de tres metros en la popa del barco, y la vieja placa se resquebrajó en algunos sitios. El movimiento no fue grave, pero me di cuenta de que podría ser el comienzo de un problema para la expedición. Trajimos algunas provisiones a bordo e hicimos espacio en la cubierta para los perros en caso de que tuvieran que abandonar la placa con poco tiempo. Habíamos colocado un cable de acero de mil metros alrededor del barco, de las barracas que estaban en la nieve y de las perreras, con un lazo hacia el canal que se encontraba delante, donde se usaba la draga. Este cable estaba apoyado sobre pilares de hielo y servía de guía durante el mal tiempo, cuando la nieve impedía ver, y un hombre podría haberse perdido por completo. Hice cortar este cable en cinco lugares, puesto que, de otra forma, podría haber sido arrastrado a través de nuestra sección de la placa y causado daños en caso de que el hielo se partiera de repente.
Los perros habían sido divididos en seis grupos de nueve perros cada uno. Wild, Crean, Macklin, McIlroy, Marston y Hurley estaban cada uno a cargo de un grupo y eran plenamente responsables de ejercitar, entrenar y alimentar a sus perros. Llamaban a uno de los cirujanos cuando un animal estaba enfermo. Seguíamos perdiendo algunos perros a causa de los parásitos, y era una desgracia que los médicos no tuvieran los medicamentos apropiados. El instructor de perros experto de Canadá que yo había contratado antes de zarpar hacia el Sur debió haber suministrado polvos antiparasitarios, y cuando este hombre no se unió a la expedición, el asunto se pasó por alto. Teníamos cincuenta y cuatro perros y ocho cachorros a principios de abril, pero varios estaban enfermos, y el número de perros adultos se redujo a cincuenta a finales de mes. Nuestras provisiones de carne de foca ahora ascendían a unos dos mil doscientos kilogramos, y yo calculé que teníamos suficiente carne y grasa para alimentar a los perros durante noventa días sin tener que recurrir a las raciones para los viajes en trineo. Los grupos estaban trabajando bien, muchas veces con cargas pesadas. El perro más grande era Hércules, que pesaba cuarenta kilogramos. Samson pesaba cinco kilogramos menos, pero un día justificó su nombre cuando comenzó a andar a un ritmo ligero con un trineo que cargaba noventa kilogramos de grasa y a un conductor.
Un nuevo témpano que nos daría motivos de preocupación apareció el 14. Era un témpano grande, y notamos, al verlo en el horizonte noroeste, que tenía un aspecto amonticulado y agrietado en el extremo este. Durante el día, este témpano aumentó su evidente altitud y cambió en cierta medida su marcación. Era claro que estaba varado y estaba manteniendo su posición contra la banquisa a la deriva. Un sondeo realizado a las 11:00 arrojó 360 metros, con un fondo duro y pedregoso o rocoso. Durante las siguientes veinticuatro horas, el Endurance se desplazó constantemente hacia el agrietado témpano, que para entonces había duplicado su altitud. Desde lo alto del mástil, podíamos ver que el banco se estaba apilando y amontonando contra la masa de hielo, y era fácil imaginar cuál sería el destino del barco si entraba en el área de alteración. Quedaría aplastado como una cáscara de huevo entre las devastadoras masas.
Worsley estaba en el nido de cuervo la tarde del 15, mirando en busca de signos de tierra hacia el oeste, e informó sobre un interesante fenómeno. El sol se puso entre un resplandor de colores prismáticos sobre una línea de nubes justo por encima del horizonte. Un minuto más tarde, Worsley vio un brillo dorado, que se expandió cuando lo miraba, y enseguida el sol volvió a aparecer y la mitad de su disco se elevó por encima del horizonte occidental. Llamó a Crean que, desde una posición en la placa de casi treinta metros por debajo del nido de cuervo, también vio al sol que había vuelto a salir. Un cuarto de hora más tarde, desde la cubierta, Worsley vio el sol ponerse por segunda vez. Este extraño fenómeno se debía a un espejismo o refracción. Lo atribuimos a una grieta en el hielo hacia el oeste, donde la banda de aguas abiertas había calentado el estrato de aire.
La deriva del banco no era constante, y durante los días siguientes, el témpano agrietado avanzó y retrocedió alternativamente a medida que el Endurance se desplazaba con la placa. El domingo 18 de abril, estaba solo a once kilómetros de distancia del barco.
«Es un gran témpano, de alrededor de mil doscientos metros de largo del lado que da hacia nosotros y, probablemente, de mucho más de sesenta metros de altura. Está muy agrietado, como si hubiera sido un serac de un glaciar. Dos simas especialmente anchas y profundas que lo cruzaban de sureste a noroeste le dan la apariencia de haber roto su parte trasera en el banco. Enormes masas de hielo bajo presión se apilan contra sus acantilados hasta alcanzar una altura de unos veinte metros, lo cual muestra la formidable fuerza que ejerce sobre él el banco a la deriva. El témpano debe de estar firmemente varado. Con frecuencia, hacemos girar la flecha del medidor de corriente y observamos con mucha atención dónde se detendrá. ¿Apuntará directamente al témpano, mostrando que nuestra deriva es en esa dirección? Gira con lentitud. Apunta al extremo noreste del témpano, luego cambia lentamente al centro y parece detenerse; pero vuelve a moverse y gira veinte grados en dirección opuesta a nuestro enemigo, al suroeste… Notamos que dos témpanos conocidos, “La Muralla” y “El Pico”, se han alejado del barco. Es probable que también estén varados o sean arrastrados por el banco».
Una fuerte deriva hacia el oeste durante la noche del 18 alivió nuestra preocupación al llevar el Endurance a sotavento del témpano agrietado, que pasó y se perdió de vista antes de finales de mes.
Nos despedimos del Sol el 1 de mayo e ingresamos en un período de crepúsculo al que seguiría la oscuridad de pleno invierno. El sol, con la ayuda de la refracción, se elevaba en el horizonte a mediodía y se ponía poco antes de las 14:00. Una bella aurora por la tarde era atenuada por la luna llena, que había salido el 27 de abril y no volvería a ponerse hasta el 6 de mayo. La desaparición del sol tiende a ser un acontecimiento deprimente en las regiones polares, donde los largos meses de oscuridad suponen una tensión mental además de física. Sin embargo, la compañía del Endurance se negó a abandonar la jovialidad acostumbrada, y un concierto por la noche convirtió al Ritz en una escena de ruidoso regocijo, en extraño contraste con el mundo frío y silencioso del exterior.
«Uno siente su impotencia a medida que la larga noche de invierno se cierne sobre nosotros. Para ese momento, si la fortuna hubiera sonreído a la expedición, estaríamos cómoda y seguramente instalados en una base en la costa, con depósitos instalados en el sur y planes hechos para la larga marcha que habríamos de realizar en la primavera y el verano. ¿Dónde desembarcaremos ahora? No es fácil pronosticar el futuro. El hielo puede abrirse en la primavera, pero para entonces, estaremos lejos, hacia el noroeste. No creo que podamos regresar a la bahía de Vahsel. Posiblemente haya lugares donde desembarcar en la costa occidental del mar de Weddell, pero ¿podremos llegar a algún sitio apropiado con suficiente tiempo para intentar el viaje por tierra el año próximo? Solo el tiempo lo dirá. No creo que ningún miembro de la expedición esté desalentado por nuestra desilusión. Todos están contentos y ocupados, y darán todo de sí cuando llegue el momento de la acción. Mientras tanto, debemos esperar».
La posición del barco el domingo 2 de mayo era 75° 23' latitud S, 42° 14' longitud O. La temperatura a mediodía era de -20,5° C, y el cielo estaba cubierto. Vimos una foca desde lo alto del mástil a la hora del almuerzo, y cinco hombres con dos grupos de perros salieron en busca de su trofeo. Tuvieron un incómodo viaje cuando salieron, por la luz débil y difusa que no proyectaba sombras y, por lo tanto, no advertía de las irregularidades en la superficie blanca. Es una extraña sensación estar corriendo sobre nieve aparentemente suave y caer de pronto en un hueco invisible o chocarse contra un cordón de hielo.
«Después de haber avanzado casi cinco kilómetros hacia el Este», escribió Worsley al describir la caza de la foca, «recorremos el lugar y no encontramos nada hasta que, en un montículo, creo ver algo aparentemente a kilómetro y medio de distancia, pero es probable que sea un poco más de la mitad de esa distancia. Corrí hacia allí, encontré la foca y con un grito llamé a los demás de inmediato. Se trataba de una foca de Weddell grande, de casi tres metros de largo y con un peso de unos cuatrocientos kilogramos. Pero Soldier, uno de los líderes del grupo, se abalanzó a su cuello sin dudarlo un momento, y tuvimos que alejar a los perros antes de poder disparar a la foca. Obtuvimos unos veinte litros de sangre en una lata para los perros y permitimos al grupo beber un poco de la sangre fresca de la foca. Durante nuestro regreso, la luz estaba más débil que nunca, y volvimos de noche. Sir Ernest nos recibió con un farol y nos guio hasta el canal a popa y, de ahí, hasta el barco».
Esta fue la primera foca que cazábamos desde el 19 de marzo, y la carne y la grasa acrecentaron de buena gana las provisiones.
El 3 de mayo aparecieron tres pingüinos emperador en un canal al oeste del barco. Asomaron la cabeza a través del hielo joven mientras dos de los hombres estaban de pie junto al canal. Los hombres imitaron la llamada de los pingüinos y se alejaron del canal lentamente. Las aves, una tras otra, dieron un magnífico salto de un metro desde el agua hasta el hielo joven. De allí, se lanzaron como en un tobogán hasta la orilla y siguieron a los hombres que se alejaban del canal. Su retirada pronto se vio interrumpida por una línea de hombres.
«Nos acercamos a ellos, hablando en voz alta y asumiendo un aspecto amenazador. A pesar de nuestros malos modales, los tres pájaros giran hacia nosotros y se inclinan ceremoniosamente. Luego, después de una mayor inspección, llegan a la conclusión de que somos amistades no deseadas y se alejan por la placa. Los alcanzamos y, finalmente, los arreamos cerca del barco, donde los frenéticos ladridos de los perros los aterrorizan tanto que hacen un decidido esfuerzo por atravesar la línea. Los atrapamos. Un pájaro de semblante filosófico se va en silencio, con una aleta hacia delante. Los otros se muestran belicosos, pero todos terminan encerrados en un iglú durante la noche… Por la tarde, vemos cinco pingüinos emperador en el canal occidental y capturamos uno. Kerr y Cheetham luchan con valentía con dos pájaros grandes. Kerr se abalanza contra uno, lo captura y enseguida es derribado por el pingüino enfurecido, que le salta sobre el pecho antes de retirarse. Cheetham va en ayuda de Kerr, y entre los dos atrapan otro pingüino, le atan el pico y lo llevan, profiriendo protestas ahogadas, al barco, como si fuera un hombre ebrio entre dos policías. Pesa cuarenta kilogramos, o dos menos que el emperador más pesado capturado previamente. Kerr y Cheetham insisten en que no es nada al lado del enorme ejemplar que se les escapó».
El estómago de este pingüino estaba lleno de peces recién atrapados de hasta veinticinco centímetros de largo. Algunos de ellos eran de la variedad de la costa o del litoral. Otros dos pingüinos emperador fueron capturados al día siguiente y, mientras Wordie estaba conduciendo uno de ellos hacia el barco, Wild llegó con su grupo. Los perros, por un momento incontrolables, se abalanzaron, frenéticos, sobre el pájaro, y casi estaban sobre él cuando su arnés se enganchó en un poste de hielo que habían intentado pasar por ambos lados a la vez. El resultado fue un furioso enredo de perros, riendas y hombres, y un trineo volcado, mientras el pingüino, a tres metros, observaba tan campante e indiferente los disturbios. Nunca había visto nada parecido y no tenía idea de que el extraño desorden podía tener que ver con él. Cerca del barco se habían abierto varias grietas, y los pingüinos emperador, gordos y de plumaje brillante, aparecían en número considerable. Capturamos nueve de ellos el 6 de mayo, un aumento importante a nuestra provisión de comida fresca.
El sol, que había hecho «positivamente su última aparición» hacía siete días, nos sorprendió levantando más de la mitad de su disco por encima del horizonte el 8 de mayo. Un destello en el horizonte norte se convirtió en el sol a las 11:00 de aquel día. Un cuarto de hora más tarde, el poco razonable visitante volvió a desaparecer y solo volvió a salir a las 11:40 se puso a las 13:00, salió a las 13:10 y se puso rezagadamente a las 13:20. Estos curiosos fenómenos se debían a la refracción, que era de 2° 37 a las 13:20. La temperatura era de -26° C, y calculamos que la refracción era 2° por encima de lo normal. En otras palabras, el sol era visible doscientos kilómetros más al sur de lo que indicaban las tablas de refracción. El oficial de navegación naturalmente estaba contrariado. Había informado a la tripulación, el 1 de mayo, que no volverían a ver el sol por setenta días, y ahora tuvo que aguantar los abucheos de amigos que fingieron creer que sus observaciones eran imprecisas por unos pocos grados.
El Endurance estaba derivando hacia el NNE bajo la influencia de una sucesión de brisas del oeste y del suroeste. La proa del barco, al mismo tiempo, se balanceaba gradualmente hacia la izquierda, lo cual indicaba que la placa en donde estaba atrapado estaba girando. Durante la noche del 14 hubo un balanceo muy pronunciado, y cuando llegó la luz del día a mediodía del 15, vimos un gran canal que iba del horizonte noroeste hacia el barco, hasta que daba con el canal oeste, hacía un círculo por delante del barco y, luego, continuaba hacia el SSE. Un canal a popa se conectaba con el nuevo canal a cada lado del Endurance y separaba, así, por completo, nuestra placa del cuerpo principal de la banquisa. Durante el 16, sopló una ventisca del sureste. A las 13:00, la ventisca se calmó durante chico minutos; luego, la dirección del viento viró rápidamente hacia el cuadrante opuesto, y el barómetro se elevó de repente. El centro de un movimiento ciclónico había pasado sobre nosotros, y la brújula registró un balanceo extraordinariamente rápido de la placa. No pude ver nada a través de la niebla y la nieve, y pensé que era posible que una tormenta magnética o una zona de atracción magnética local hubiera causado que la brújula, y no la placa, oscilara. Nuestra placa ahora tenía unos cuatro kilómetros de largo de norte a sur y casi cinco kilómetros de ancho de este a oeste.
Todo mayo transcurrió sin mayores incidentes. Hurley, nuestro hombre para todo, instaló nuestra pequeña planta de energía eléctrica y colocó luces para uso ocasional en el observatorio, la estación meteorológica y diversos otros puntos. No podíamos darnos el lujo de usar las lámparas eléctricas libremente. Hurley también instaló dos luces potentes en postes que se proyectaban desde el barco hacia babor y estribor. Estas lámparas iluminarían bien los iglúes para perros en los días más oscuros de invierno y serían inapreciables en caso de que la placa se rompiera durante esos sombríos días. Nos queríamos imaginar lo que significaría subir a bordo a cincuenta perros sin luces mientras la placa se rompía y se amontonaba bajo nuestros pies. El 24 de mayo, Día del Imperio, lo celebramos con canciones patrióticas en el Ritz, donde todos los hombres nos reunimos para desear una pronta victoria a las divisiones británicas. No podíamos saber cómo estaba progresando la guerra, pero esperábamos que los alemanes ya hubieran sido echados de Francia y que los ejércitos rusos hubieran sellado el éxito de los Aliados. La guerra era un tema constante de discusión a bordo del Endurance, y muchas campañas se pelearon en el mapa durante los largos meses de deriva. La luna, hacia fines de mayo, barría continuamente nuestro cielo iluminado por las estrellas en grandes y elevados círculos. El tiempo en general era bastante bueno, con constantes temperaturas bajo cero. La bitácora del 17 de mayo registró:
«Tiempo brillantemente bueno y claro con una resplandeciente luz de luna en todo momento. Los rayos de la luna son maravillosos y fuertes y hacen que la medianoche esté tan iluminada como un mediodía normal nublado en climas templados. Es probable que la gran claridad de la atmósfera justifique que tengamos ocho horas de crepúsculo con un hermoso y suave resplandor dorado hacia el norte. En lo alto, se puede encontrar un poco de escarcha y de hielo acristalado. La temperatura es de -2.8,8° C. Se ven algunas volutas de nubes cirros y, en una o dos direcciones, aparece un poco de niebla helada, pero las grietas y los canales cerca del barco parecen haberse vuelto a congelar».
Crean había empezado a llevar los cachorros a correr, era muy divertido verlos con su agitado trote tratar de mantenerse uno al lado del otro junto al trineo y, en ocasiones, aguzar la vista con una mirada suplicante con la esperanza de ser subidos a él para un paseo. Además de a su padre adoptivo, Crean, los cachorros habían adoptado a Amundsen. Lo tiranizaban con crueldad. Era muy común verlo a él, el perro más grande de la jauría, sentado afuera, en medio del frío, con un aire de filosófica resignación, mientras que un corpulento cachorro ocupaba la entrada de su iglú. El intruso en general era el cachorro Nelson, que solo mostraba sus patas delanteras y su cara, y casi siempre estaban también Nelly, Roger y Toby enroscados cómodamente detrás de él.
A la hora de recibir el hoosh[7]. Crean tenía que vigilar al lado de la comida de Amundsen, puesto que, de otra manera, los cachorros se comían la ración del gran perro mientras él retrocedía para darles vía libre. En ocasiones, su conciencia los golpeaba duramente y, entonces, arrastraban la cabeza de una foca, medio pingüino o un gran trozo de carne o grasa congelada a la perrera de Amundsen para desgarrarlos. Era interesante observar al gran perro jugar con ellos, atraparlos por la garganta o el cuello en lo que parecía una forma feroz, mientras que, en realidad, era muy delicado con ellos, y todo el tiempo les enseñaba a defender lo propio en el mundo y todos los trucos de la vida canina.
La deriva del Endurance atrapado por la banquisa continuó sin incidentes de importancia durante junio. En ocasiones, se informaba que había presión, pero el hielo en los alrededores inmediatos del barco permanecía firme. La luz ahora era muy mala, excepto en el período en que la amistosa luna estaba por encima del horizonte. Un débil crepúsculo alrededor del mediodía de cada día nos recordaba la presencia del sol y nos ayudaba en el importante trabajo de ejercitar a los perros. El cuidado de los grupos era nuestra mayor responsabilidad aquellos días. El movimiento de las placas estaba más allá de todo control humano, y no se ganaba nada dejando que la mente luchara con los problemas del futuro, aunque por momentos era difícil evitar la ansiedad. El acondicionamiento y el entrenamiento de los perros parecía esencial, cualquiera que fuera nuestro destino, y los grupos eran sacados por sus conductores cada vez que el tiempo lo permitía. Surgieron rivalidades, como era de esperarse, y el 15 del mes tuvo lugar una gran carrera, el «Derby Antártico». Fue un evento notable. Las apuestas habían sido fuertes, y toda la tripulación a bordo del barco se arriesgó a ganar o perder según el resultado de la contienda. Se había apostado algún dinero, pero las apuestas que más entusiasmaban eran las que incluían provisiones de chocolate y cigarrillos. El recorrido se había establecido desde el paso Khyber, en el extremo este del viejo canal que se extendía frente al barco, hasta un punto alejado del botalón del bauprés, una distancia de seiscientos cuarenta metros. Cinco grupos salieron en el oscuro crepúsculo de mediodía con temperaturas bajo cero y una aurora que brillaba en forma intermitente hacia el sur. La señal de salida sería dada por el destello de una luz en la estación meteorológica. Yo fui nombrado juez de salida, Worsley era el juez y James era el cronometrador. El contramaestre, con un sombrero de paja añadido a su atuendo antártico usual, se subió a una caja cerca de la meta y fue asistido por un par de dudosos personajes para gritar los puntos de ventaja, que eran exhibidos en una pizarra colgada de su cuello: «6 a 4 para Wild, doble apuesta para Crean, 2 a 1 contra Hurley, 6 a 1 contra Macklin y 8 a 1 contra McIlroy». Pañuelos de lona ondeaban desde una improvisada tribuna, y los cachorros, que nunca antes habían visto acontecimientos tan extraños, permanecían sentados y aullaban excitados. Los espectadores no podían ver a lo lejos con la débil luz, pero oían los gritos de los conductores cuando los grupos se acercaban y vitorearon la victoria de los favoritos con un rugido de alegría que debió sonar, sin duda, extraño para alguna foca o pingüino que estuviera cerca. El tiempo de Wild fue de dos minutos y dieciséis segundos, a una velocidad de 16,90 kilómetros por hora para el trayecto.
Celebramos el solsticio de invierno el 22. El crepúsculo se extendió por un período de unas seis horas aquel día, y hubo buena luz de luna a mediodía y también un resplandor del norte con volutas de hermosas nubes rosadas a lo largo del horizonte. Un sondeo dio 479 metros con fondo de barro. No había tierra a la vista desde lo alto del mástil, aunque nuestro rango de visión probablemente se extendía un grado completo hacia el oeste. El día era considerado festivo, solo se realizaba el trabajo necesario y, después de la mejor cena que el cocinero pudo ofrecer, la tripulación se reunió en el Ritz, donde discursos, canciones y brindis ocuparon la noche. Después de cenar, a medianoche cantamos Dios salve al Rey y nos deseamos éxito en los días de sol y esfuerzo que nos esperaban. A esta altura, el Endurance estaba derivando en forma inusualmente rápida hacia el norte bajo la influencia de una brisa fresca del sur al suroeste. Viajamos sesenta y dos kilómetros hacia el norte en cinco días antes de una brisa que solo una vez alcanzó la fuerza de un vendaval y durante menos de una hora. La ausencia de fuertes vientos, en comparación con las casi incesantes ventiscas de invierno del mar de Ross, fue una característica del mar de Weddell que se me quedó grabada durante los meses de invierno.
Unos días después del «Derby», hubo otra carrera. Los dos mejores grupos, conducidos por Hurley y Wild, se unieron en una carrera desde el paso Khyber. El grupo de Wild, que tiraba de cuatrocientos trece kilogramos, o cincuenta y nueve kilogramos por perro, cubrió los seiscientos cuarenta metros en dos minutos y nueve segundos, a una velocidad de 16,25 kilómetros por hora. El grupo de Hurley, con la misma carga, recorrió la distancia en dos minutos y dieciséis segundos. El juez adjudicó la carrera a Hurley, debido a que Wild no tenía el «peso» correcto. Resulta que yo era parte de la carga de su trineo, y un patinazo en un montón de nieve nueva a menos de cincuenta metros de la meta hizo que yo terminara en la nieve. Para hacer justicia a los perros, debería decirse que este accidente, si bien justificó la descalificación, no podría haber marcado ninguna diferencia fundamental en el tiempo.
La cercanía del sol que regresaba fue indicada por los hermosos resplandores del amanecer que se vieron en el horizonte los primeros días de julio. El 10 tuvimos nueve horas de crepúsculo, y el cielo septentrional, cerca del horizonte, estuvo teñido de un color dorado durante unas siete horas. Numerosas grietas y canales se extendían en todas las direcciones hasta una distancia de casi trescientos metros del barco. Unas finas y oscilantes líneas negras cerca del horizonte septentrional eran probablemente canales lejanos refractados en el cielo. En ocasiones, llegaban a nuestros oídos sonidos de moderada presión, pero el barco no estaba comprometido. A la medianoche del 11, se abrió rápidamente una grieta en el canal delante del Endurance y, para las 2:00, tenía cerca de doscientos metros de ancho en algunos lugares con una superficie de aguas abiertas hacia el suroeste. Se oían ruidos de presión a lo largo de este canal, que enseguida se cerró hasta tener un ancho de unos treinta metros, y luego se congeló otra vez. La temperatura en ese momento era de -30,5 °C.
La ventisca más severa que habíamos experimentado en el mar de Weddell azotó el Endurance la noche del 13, y para la hora del desayuno, la mañana siguiente, las perreras de barlovento, o parte sur del barco, quedaron sepultadas bajo un metro y medio de nieve acumulada. Di órdenes de que ningún hombre se aventurara más allá de las perreras. El barco era invisible a una distancia de cincuenta metros, y era imposible preservar el sentido de la dirección en medio de un viento furioso y una nevisca sofocante. Caminar contra el vendaval estaba fuera de toda cuestión. El rostro y los ojos se llenaban de nieve en menos de dos minutos, y el castigo por intentarlo habría sido sufrir congelaciones. Los perros permanecieron en sus perreras durante la mayor parte del tiempo, y los «viejos» ocasionalmente sacaban una pata a fin de mantener abierto un agujero por donde respirar. Por la noche, el vendaval había alcanzado una fuerza de cien o ciento diez kilómetros por hora, y el barco se estremecía bajo el embate. Pero nosotros permanecimos cómodos en nuestras dependencias a bordo hasta la mañana del 14, cuando los hombres se dedicaron a despejar la nieve de la cubierta y de las perreras. El viento seguía soplando fuerte y penetrante, con una temperatura de alrededor de -34, 4 °C, y era necesario que estuviéramos en guardia contra la congelación. Contra la proa y a babor, había apiladas por lo menos cien toneladas de nieve, donde el peso de los sedimentos había inclinado la placa hacia abajo. El canal que había adelante se había abierto durante la noche, rajó el banco de norte a sur y se volvió a congelar, lo cual agregó casi trescientos metros a la distancia entre el barco y el paso Khyber. Para la hora del almuerzo, el grupo de auxilio había completado su trabajo. El vendaval estaba amainando, y la luna de tres días apareció como una medialuna roja en el horizonte septentrional. La temperatura durante la ventisca había oscilado entre -19,4 °C y -36,3 °C. Es común que la temperatura suba durante una ventisca, y la incapacidad de producir algún efecto de viento John de esta naturaleza sugirió la ausencia de tierra alta durante por lo menos trescientos kilómetros al sur y al suroeste. El tiempo no aclaró hasta el 16. Entonces vimos que el aspecto de la banquisa que nos rodeaba había sido alterado por completo a causa de la ventisca. La placa «isla» que atrapaba al Endurance aún seguía firme, pero se podían ver grietas y masas de hielo levantadas por la presión en todas las direcciones. Un área de aguas abiertas se veía en el horizonte hacia el norte, con un indicio de agua visible en el cielo septentrional.
La presión del hielo, indicada por estruendos lejanos y la aparición de formidables cordones de hielo, causaba cada vez más preocupación. Las áreas de disturbios se estaban acercando gradualmente al barco. Durante el 21 de julio soportamos el rechinamiento y el choque de placas en movimiento hacia el suroeste y el oeste, y vimos que se abrían grietas que se movían y se cerraban más adelante.
«El hielo se está amontonando hasta alcanzar una altura de entre tres y cinco metros en algunos lugares, las placas opuestas se mueven unas contra otras a razón de unos ciento ochenta metros por hora. El ruido parece el rugido del mar revuelto y distante. De pie en el agitado hielo, uno puede imaginar que lo perturban la respiración y los movimientos de un poderoso gigante debajo de él».
A primera hora de la tarde del 22, una grieta de sesenta centímetros que iba de suroeste a noreste a lo largo de unos tres kilómetros, se aproximó a unos treinta metros de la aleta de babor. Yo había mandado traer a bordo los trineos y había establecido una guardia especial en caso de que fuera necesario sacar los perros de la placa a toda prisa. Esta grieta fue el resultado de una pesada presión a doscientos ochenta metros sobre la proa a babor, donde enormes bloques de hielo se apilaban en salvaje y amenazadora confusión. La presión a esa altura era enorme. Bloques que pesaban muchas toneladas fueron levantados cinco metros sobre el nivel de la placa. Dispuse dividir las guardias nocturnas con Worsley y Wild, y ninguno de nosotros descansó mucho. El barco fue estremecido por pesados golpes, y debíamos estar alertas para asegurarnos de que ningún perro se hubiera caído en las grietas. La luz matinal mostró que nuestra isla se había reducido en forma considerable durante la noche. Nuestros largos meses de descanso y de seguridad parecían llegar a su fin, y había empezado un período de tensión.
Durante el día siguiente hice llevar una reserva de provisiones de los trineos, aceite, fósforos y otros productos esenciales, a la cubierta superior para que estuvieran cerca del bote ubicado en la aleta de estribor en caso de una emergencia repentina. El hielo no dejaba de rechinar y de moverse hacia el sur, y por la noche aparecieron algunas grietas grandes en la aleta de babor, mientras que se abrió una grieta de catorce metros al costado. La ventisca parecía estar empujando fuertemente el hielo hacia el norte, y los vientos del SOE y del OSO que predominaron dos de tres días mantuvieron la deriva. Yo esperaba que esto continuara sin detenerse, puesto que nuestra posibilidad de salir de la banquisa a comienzos de la primavera parecía depender de que pudiéramos dirigirnos hacia el norte. Los sondeos en esos momentos arrojaron profundidades de entre 340 y 347 metros, con un fondo de barro glacial. No había tierra a la vista. La luz estaba mejorando. Durante el 25, se oyó y se observó mucha presión del hielo en todas direcciones, y gran parte de ella era cerca de la aleta de babor del barco. En la proa de estribor enormes bloques de hielo, que pesaban muchas toneladas y de un metro y medio de espesor, eran empujados sobre la vieja placa hasta una altura de entre cuatro y seis metros. La placa que aprisionaba el Endurance se había balanceado hacia delante y atrás por la presión durante el día, pero antes de la medianoche, volvió a su antiguo rumbo.
«El hielo que se ve a kilómetros a nuestro alrededor está mucho más flojo. Hay numerosas grietas y canales cortos hacia el noreste y el sureste. Los cordones de hielo son empujados hacia arriba en todas direcciones, y hay un cielo de agua hacia el sureste. Sería un alivio poder hacer un esfuerzo por nuestra cuenta; pero no podemos hacer nada hasta que el hielo libere el barco. Si las placas siguen aflojándose, tal vez podamos salir dentro de las próximas semanas y reanudar la lucha. Mientras tanto, la presión sigue estando, y es difícil pronosticar el desenlace. Justo antes del mediodía de hoy, 26 de julio, la parte superior del sol apareció por refracción durante un minuto, setenta y nueve días después de nuestro último ocaso. Algunos minutos antes, una pequeña parte del sol había aparecido en una de las rayas negras por encima del horizonte. Los hombres se alegraron por el indicio de que el final de la oscuridad invernal estaba cerca… Clark opina que, con el regreso de la luz del día, las diatomeas están volviendo a aparecer. Sus redes y su línea están teñidas de un pálido amarillo, y la mayor parte del hielo recién formado también tiene un débil tinte castaño o amarillo. Las diatomeas no pueden multiplicarse sin luz, y el hielo formado desde febrero puede distinguirse en los cordones de hielo de presión por su color azul claro. Las masas más viejas de hielo tienen un color marrón tierra oscuro, amarillo opaco o marrón rojizo».
La rotura de nuestra placa ocurrió, de pronto, el domingo 1 de agosto, justo un año después de que el Endurance zarpara del muelle South-West India en su viaje al lejano Sur. La posición era 71° 26' latitud S, 48° 10' longitud O. La mañana trajo un moderado vendaval del suroeste con copiosa nieve y, a las 8:00, después de algunos movimientos de advertencia del hielo, la placa se rajó treinta y seis metros frente a la proa de estribor. Dos horas más tarde, el bandejón comenzó a romperse a nuestro alrededor bajo la presión, y el barco se inclinó más de 10 grados a estribor. Hice que los perros y los trineos fueran subidos a bordo de inmediato y levanté la pasarela. Los animales se comportaron bien. Subieron a bordo nerviosos, como si se dieran cuenta del peligro, y fueron llevados a sus perreras en la cubierta sin que ocurriera una sola pelea. La presión estaba rajando la placa con rapidez, la amontonaba cerca del barco y empujaba masas de hielo debajo de la quilla. Enseguida, el Endurance se inclinó en gran medida hacia babor contra el vendaval y, al mismo tiempo, era empujado hacia delante, hacia atrás y a los costados varias veces por las crujientes placas. Recibió uno o dos pellizcos fuertes, pero los resistió sin siquiera un chirrido. Por un momento, parecía que el barco iba a convertirse en un juguete del hielo, y yo sentí alivio cuando se detuvo con un gran trozo de nuestro viejo «muelle» debajo de la sentina de estribor. Hice que despejaran los botes y los alistaran para bajar, ordené que se subieran algunas provisiones adicionales y establecí una doble guardia. La tripulación fue advertida para que estuviera preparada, durmiera lo que pudiera y tuviera a mano la ropa más abrigada que encontrara. A nuestro alrededor, yacían las ruinas de la «Ciudad de los Perros» entre los restos de cordones de hielo de presión. Algunas de las pequeñas viviendas habían sido aplastadas debajo de bloques de hielo; otras habían sido tragadas y pulverizadas cuando el hielo se abrió debajo de ellas y volvió a cerrarse. Era una triste imagen, pero mi mayor preocupación en ese momento era la seguridad del timón, que era atacado repetidamente por el hielo. Logramos empujar con un palo un gran trozo que se había atascado entre el timón y el codaste, pero pude ver que había causado daño, aunque no fue posible realizar un examen minucioso aquel día.
Una vez que el barco se detuvo en su nueva posición, se sintió una presión muy fuerte. Algunas de las cabillas se torcieron, y las vigas se doblaron levemente bajo las terribles tensiones. Sin embargo, el Endurance había sido construido para soportar los ataques del hielo y se levantaba con valentía cuando las placas se metían debajo de él. Los efectos de la presión a nuestro alrededor eran abrumadores. Enormes bloques de hielo, apresados entre placas que chocaban entre sí, se levantaban lentamente hasta que saltaban como carozos de cerezas apretadas entre dos dedos. La presión de millones de toneladas de hielo en movimiento causaba un daño y una destrucción inexorables. Si el barco era apresado una vez con firmeza, su destino estaría sellado.
El vendaval del suroeste sopló toda la noche y se moderó durante la tarde del 1 hasta convertirse en una fuerte brisa. La presión casi había cesado. Al parecer, el vendaval había empujado la banquisa del sur hacia nosotros y había causado congestión en nuestra área; la presión se había detenido cuando toda la banquisa se puso en movimiento. El vendaval nos había dado cierto desplazamiento hacia el norte, pero había asestado al Endurance, lo que resultó un golpe severo. El timón había sido empujado con fuerza a estribor, y la paleta fue parcialmente arrancada de la cabeza del timón. Grandes masas de hielo seguían atascadas contra la popa, y era imposible estimar el alcance del daño en ese momento. Sentí que sería imposible, de cualquier forma, hacer reparaciones en la banquisa en movimiento. El barco se mantuvo firme toda la noche, y el único signo de que la presión seguía fueron leves y ocasionales sacudidas retumbantes. Instalamos refugios y perreras para los animales en el interior del barco.
El 3 de agosto, el tiempo estaba nublado y neblinoso. Tuvimos nueve horas de crepúsculo, con buena luz a mediodía. No había tierra a la vista a unos quince kilómetros, desde lo alto del mástil. La banquisa, hasta donde llegaba la vista, estaba en una condición caótica, amontonada y consolidada, con enormes cordones de hielo de presión en todas las direcciones. A las 2.1:00, una altitud aproximada de Canopus marcó 71° 55′ 17″ latitud S. La deriva, por lo tanto, había sido de unos sesenta kilómetros hacia el norte en tres días. Cuatro de los perros que estaban en peor estado fueron sacrificados ese día. Estaban sufriendo mucho por los parásitos, y no podíamos permitirnos tener perros enfermos en esas nuevas condiciones. El 4, el sol se asomó a través de las nubes en el horizonte septentrional durante una hora. No se veían aguas abiertas desde arriba en ninguna dirección. Desde lo alto del mástil, vimos hacia el OSO algo con aspecto de barrera, tierra o de un témpano muy extenso, a unos treinta kilómetros, pero el horizonte se cerró antes de que pudiéramos determinar su naturaleza. Aquel día, intentamos dos veces hacer un sondeo, pero no tuvimos éxito en ninguna ocasión. La máquina Kelvin no arrojó ningún fondo con toda la línea extendida, 676 metros. Después de mucho trabajo, hicimos un hoyo en el hielo cerca del codaste, lo suficientemente grande para la máquina Lucas, con una sonda de quince kilogramos, pero esta parecía demasiado liviana. La máquina se detuvo a 82.6 metros y nos dejó con la duda de si habíamos llegado al fondo. Luego, al levantarla, perdimos la sonda; el delgado cable se abrió camino por el hielo y se rompió. Ese día, la tripulación y el carpintero estuvieron ocupados haciendo y colocando las perreras en la cubierta superior, y para el anochecer, los perros estaban alojados cómodamente, listos para cualquier clima. El sol asomó a través de las nubes por encima del horizonte septentrional durante casi una hora.
Los restantes días de agosto pasaron, relativamente, sin incidentes. El hielo alrededor del barco se volvió a congelar con firmeza, y hubo poco movimiento cerca de nosotros. El entrenamiento de los perros, incluidos los cachorros, continuó activamente y proporcionó ejercicio además de ocupación. La deriva hacia el noroeste continuó a ritmo constante. No tuvimos suerte con los sondeos; el tiempo interfirió por momentos, y el equipo se rompió en varias ocasiones, pero un gran aumento en la profundidad mostró que habíamos pasado el extremo de la planicie del mar de Weddell. Un sondeo de unos 3100 metros realizado el 10 de agosto concordó bastante bien con la profundidad medida por Filchner de 1924, unos doscientos kilómetros al este de nuestra posición de ese momento. Una observación realizada el mediodía del 8 nos había dado 71° 23' latitud S, 49° 13' longitud O. Seguían prevaleciendo las temperaturas bajo cero, pero la luz del día aumentaba. Capturamos algunos pingüinos emperador que se dirigían al suroeste. Diez pingüinos atrapados el 19 estaban en muy mal estado, y sus estómagos no tenían más que piedras y algunos picos de sepias. Un sondeo que se hizo el 17 dio 3. 065, unos quince kilómetros al oeste de la posición trazada de la Tierra de Morell. No podía verse tierra desde lo alto del mástil, y decidí que la Tierra de Morell debía añadirse a la larga lista de islas antárticas y costas continentales que, investigadas con detenimiento, se han convertido en témpanos. Los días claros podíamos obtener una vista extensa en todas las direcciones desde lo alto del mástil, y la línea de la banquisa solo era interrumpida por témpanos conocidos. En un día claro, podían verse alrededor de cien témpanos, y prácticamente parecían los mismos que cuando habían comenzado su deriva con nosotros hacía casi siete meses. Los científicos deseaban inspeccionar algunos de los témpanos vecinos de cerca, pero el viaje en trineo fuera del área ya recorrida inmediatamente alrededor del barco resultó difícil y, en ocasiones, peligroso. El 20 de agosto, por ejemplo, Worsley, Hurley y Greenstreet salieron para «La Muralla» y llegaron a un canal de hielo joven que ondulaba peligrosamente debajo de sus pies. Un rápido giro los salvó.
El 20 de agosto, vimos un maravilloso espejismo del tipo Fata Morgana. El día estaba claro y luminoso, con un cielo azul y algo de escarcha en el aire.
«El lejano témpano se yergue como una altísima barrera de acantilados que se reflejan en lagos azules y vías de agua en su base. Grandes ciudades blancas y doradas de aspecto oriental a breves intervalos a lo largo de estos acantilados muestran témpanos distantes, algunos que nunca habíamos visto. Flotando sobre estos, hay temblorosas líneas de color violeta y crema de témpanos y bancos aún más remotos. Las líneas se elevan y caen, tiemblan, se disipan y reaparecen en una escena de interminable transformación. La banquisa y los témpanos meridionales, que atrapan los rayos del sol, son dorados, pero hacia el norte, las masas de hielo son púrpuras. Aquí los témpanos adoptan formas cambiantes, primero un castillo, luego un globo alejado del horizonte, que se convierte rápidamente en un inmenso hongo, una mezquita o una catedral. La principal característica es el alargamiento vertical del objeto, un pequeño cordón de presión con el aspecto de una línea de almenas o altísimos acantilados. El espejismo es producido por la refracción y se intensifica por las columnas de aire relativamente caliente que sube de varias grietas y canales que se han abierto de diez a treinta kilómetros al norte y al sur».
Ese día, notamos que había tenido lugar un cambio considerable en nuestra posición relativa a «La Muralla». Parecía que se hubiera abierto un gran canal y que hubiera habido algún movimiento correlativo en la banquisa. El movimiento de abertura podría presagiar una renovada presión. Algunas horas más tarde, los grupos con los perros, al regresar de su ejercicio, cruzaron una estrecha grieta que había aparecido delante del barco. Esta grieta se abrió rápidamente hasta alcanzar veinte metros y nos habría dado problemas si los perros se hubieran quedado del lado equivocado. Se cerró el 25 y la presión siguió cerca de ella.
El 24 de agosto, nos encontrábamos en un punto tres kilómetros al norte de la posición más meridional alcanzada por Morell y a más de 10° de longitud, excediendo los trescientos kilómetros al oeste de esa posición. Desde lo alto del mástil no se veía tierra en treinta kilómetros a la redonda. En esas circunstancias, ninguna masa de tierra de más de ciento cincuenta metros de altura podría haber escapado a nuestro avistaje desde donde nos encontrábamos, bordeando los 52° longitud O. Un sondeo de 3474 metros realizado el 25 de agosto fue una mayor evidencia de la inexistencia de Nueva Groenlandia del Sur. Hubo un poco de movimiento del hielo cerca del barco durante los últimos días del mes. Los hombres fueron llamados la noche del 26 de agosto, puesto que se habían oído ruidos de presión seguidos del resquebrajamiento del hielo junto al barco, pero el problema no sobrevino de inmediato. Ya bien entrada la noche del 31, el hielo comenzó a moverse delante del barco y a lo largo de la banda de babor. Los chirridos y los quejidos de las cuadernas, acompañados de fuertes chasquidos a proa y a popa, hablaban de tensión. La presión continuó durante el día siguiente, y las vigas y los listones de cubierta en ocasiones se combaban ante la presión. Las pesadas placas chocaban unas contra otras bajo la influencia del viento y la corriente, y nuestro barco parecía ocupar, por el momento, una posición poco deseable cerca del centro de los disturbios, pero resistió con obstinación y no mostró signos de agua en la sentina, aunque no había sido bombeada desde hacía seis meses. La banquisa se extendía hasta el horizonte en todas las direcciones. Calculé que había cuatrocientos kilómetros desde la tierra conocida más cercana hacia el oeste, y más de ochocientos kilómetros desde el puesto avanzado de civilización más cercano, bahía Wilhelmina. Yo esperaba que no tuviéramos que emprender una marcha a través de los campos de hielo en movimiento. Sabíamos que el Endurance era sólido y leal, pero ningún barco jamás construido por el hombre podría sobrevivir si era atrapado completamente por las placas y se le impedía que se elevara hasta la superficie del hielo que rechinaba[8]. Fueron días muy angustiosos. Temprano por la mañana del 2 de septiembre, el barco saltó y se estremeció al acompañamiento de crujidos y gemidos, y algunos de los hombres que habían estado en sus cuchetas se apresuraron a la cubierta. La presión cedió algo más tarde aquel día, cuando el hielo de la banda de babor se separó del barco hasta detrás de los aparejos principales. El Endurance seguía atrapado en el sector popel y por el timón, y se podía ver una gran masa de hielo adherida a la proa de babor, elevándose a casi un metro de la superficie. Me pregunté si este hielo habría logrado atravesar el forro del casco.