CAPÍTULO XIII
EL GRUPO DEL MAR DE ROSS

Ahora me refiero a la suerte y la desgracia del grupo del mar de Ross y el Aurora. A pesar de las dificultades extraordinarias ocasionadas por el alejamiento del Aurora de sus cuarteles de invierno antes de que se desembarcaran provisiones y equipos suficientes, el capitán Asneas Mackintosh y el grupo que tenía a cargo lograron su objetivo en este lado de la expedición. Dado que el depósito, que era la meta principal de la expedición, se colocó en el punto que yo había indicado, y si el grupo transcontinental hubiera tenido la suficiente suerte cómo para cruzar, hubiera encontrado la ayuda vital, en forma de provisiones, para el éxito de su empresa. Debido a la escasez de provisiones, ropa y trineos, el grupo de los depósitos se vio forzado a viajar con mayor lentitud y dificultad de lo que hubiera sido el caso. El resultado fue que, para hacer este viaje, se requirieron las mejores cualidades de resistencia, abnegación y paciencia, y el requerimiento no fue en vano, como notará el lector a lo largo de las siguientes páginas. Es más que lamentable que, después de haber pasado tantos meses de penuria y de trabajo agotador, Mackintosh y Hayward se hayan perdido. Durante esos largos días, Spencer-Smith, arrastrado por sus camaradas en el trineo, sufriendo, pero nunca quejándose, se convirtió en un ejemplo para todos los hombres. En ese viaje, Mackintosh y Hayward le debieron sus vidas al cuidado incesante y al arduo esfuerzo de Joyce, Wild y Richards, quienes, también con escorbuto, pero en mejor estado que sus camaradas, los arrastraron en los trineos a través de la profunda nieve y las ventiscas. Creo que no se ha divulgado una historia de esfuerzo humano más notable que el relato de esa larga travesía que he recopilado a partir de diversos diarios. Desafortunadamente, el diario del líder de este lado de la expedición se perdió con él. La característica sobresaliente del lado del mar de Ross fue el viaje que realizaron estos seis hombres. Los viajes anteriores, realizados durante el primer año, no produjeron ninguna señal de las cualidades de liderazgo entre los otros. Mackintosh tuvo suerte en el largo viaje en cuanto a que tenía a estos tres hombres con él: Ernest Wild, Richards y Joyce.

Antes de continuar con las aventuras de este grupo, quiero dejar claro en estas páginas cuánto aprecio la ayuda que recibí en Australia y en Nueva Zelanda, en especial en este último país. Y entre los muchos amigos de allí, no es de mala fe por mi parte poner un énfasis especial en el nombre de Leonard Tripp, que ha sido mi mentor, consejero y amigo durante muchos años y que, cuando la expedición se encontraba en una situación precaria y difícil, dedicó su energía, pensamiento y todo su tiempo y consejo para el mayor beneficio de nuestra causa. También debo agradecer a Edward Saunders que, por segunda vez, me ha ayudado enormemente en la preparación de un registro de la expedición para su publicación.

Al gobierno de Nueva Zelanda, le hago llegar mi más sincero agradecimiento. Al pueblo neozelandés, en especial a aquellos muchos amigos (demasiado numerosos para mencionarlos aquí) que nos ayudaron cuando nuestra suerte menguaba, deseo decirles que su amabilidad es un recuerdo eterno que tengo. Si alguna vez un hombre tuvo razones para estar agradecido por la ayuda recibida en días oscuros, ese soy yo.

El Aurora, bajo el mando del capitán Asneas Mackintosh, partió de Hobart rumbo al mar de Ross el 24 de diciembre de 1914. El buque había sido reacondicionado en Sydney, donde el Estado y los Gobiernos Federales habían aportado su generosa contribución, y, si fuera necesario, podría pasar dos años en la Antártica. Mis instrucciones al capitán Mackintosh, en síntesis, fueron que procediera al mar de Ross, estableciera una base en algún punto conveniente en el estrecho de McMurdo o cerca de él, desembarcara las provisiones y los equipos y colocara depósitos en la Gran Barrera de hielo en dirección al glaciar Beardmore para que fueran usadas por el grupo que yo pensaba llevar por tierra desde la costa del mar de Weddell. Este programa supondría viajar en trineo por lugares de difícil acceso, pero el terreno que había que atravesar era familiar, y no era previsible que el trabajo presentara grandes dificultades. El Aurora llevaba materiales para armar una cabaña, equipos para los grupos que desembarcarían y que se trasladarían en trineos, provisiones y ropa de cualquier tipo que se necesitara y un amplio suministro de trineos. También había grupos de perros y uno de los tractores de motor. Le había dicho al capitán Mackintosh que era posible que se intentara realizar el viaje transcontinental en el invierno de 1914-15 en caso de que el desembarco en la costa del mar de Weddell resultara ser inesperadamente fácil, y sería su tarea, entonces, colocar de inmediato los depósitos hacia el sur después de llegar a su base. Le había ordenado que colocara un depósito de comida y de combustible en la latitud 80° S en 1914-15, con montículos de piedras y banderas como guías para un grupo con trineos que se acercara desde el Polo. Ubicaría los depósitos más hacia el sur en la temporada 1915-16.

El Aurora tuvo un viaje sin incidentes hacia el sur. Ancló frente a las cabañas de los cazadores de focas en la isla Macquarie el día de Navidad, 25 de diciembre. La estación de radio establecida por la Expedición Antártica Australiana de Sir Douglas Mawson podía verse sobre una colina hacia el noroeste, y la cabaña de la expedición estaba en la base de la colina. Esta cabaña aún estaba ocupada por personal de meteorología, y más tarde ese día, el meteorólogo, Sr. Tulloch, vino hasta el barco y cenó a bordo. El Aurora tenía algunas provisiones para el grupo de la isla Macquarie, y estas se enviaron a tierra en botes durante los días posteriores. El lugar de desembarco era una playa escarpada y llena de algas laminariales, donde yacían los restos de la barca Clyde de Nueva Zelanda. Los ancladeros de la isla Macquarie son traicioneros, y varios buques dedicados al comercio de focas y de ballenas dejaron sus esqueletos en las rocosas costas, donde toman el sol grandes manadas de focas y de elefantes marinos. El Aurora partió de la isla el 31 de diciembre y, tres días después, avistaron el primer témpano, un enorme trozo de hielo tubular que se elevaba ochenta metros sobre el mar. Esto sucedió a 62° 44' latitud S, 169° 58' longitud E. Al día siguiente, a 64° 2,7′ 38″ latitud S, el Aurora pasó por el primer cinturón de la banquisa. A las 9:00 del 7 de enero, se avistó el Monte Sabine, poderoso pico de las montañas Admiralty, sur de Tierra Victoria, a setenta y cinco millas de distancia.

Se había propuesto que un grupo conformado por tres hombres viajara al cabo Crozier desde los cuarteles durante los meses de invierno a fin de asegurar huevos de pingüino emperador. El buque debía llegar al cabo Crozier, desembarcar las provisiones y levantar una pequeña choza de láminas de fibrocemento para que la usara este grupo. El barco partió del cabo por la tarde del 9 de junio, y salió un bote con Stenhouse, Cope, Joyce, Ninnis, Mauger y Aitken para buscar un lugar donde desembarcar.

«Navegamos hacia la Barrera», escribió Stenhouse, «y encontramos una bahía que llevaba hacia una gran ensenada que volvía a salir hacia el este en dirección de la Barrera. Intentamos sin éxito trepar la pronunciada nieve helada al pie del glaciar, debajo de los acantilados, y luego continuamos por la bahía. Arrastrándonos por el borde del hielo vertical, giramos en una bahía en el acantilado de hielo y llegamos a un cul-de-sac, en cuya cabeza había una gruta. En la cabeza de la gruta y sobre un saliente de nieve, había algunos pingüinos de Adelia. Los hermosos tintes verdes y azules en el hielo hacían del lugar un cuadro tan irreal como si fuese una puesta en escena. Volviendo a lo largo del borde de la ensenada hacia la tierra, atrapamos y matamos un pingüino, para gran sorpresa de otro, que se zambulló en un agujero en el hielo y, después de mucho graznar, fue sacado con un gancho del bote y capturado. Volvimos al lugar de desembarco y tuvimos suerte de haberlo hecho, porque apenas nos alejamos de la saliente en que Ninnis se había colgado para cazar el pingüino, la barrera se partió y un trozo de unos cientos de toneladas se desprendió y cayó en el mar.

»Desde que dejamos el buque, se había levantado una niebla del sur y, cuando regresamos a la entrada de la bahía, apenas se podía ver el barco. Encontramos una pendiente en la nieve helada al pie del glaciar, y Joyce y yo logramos, cortando escalones, trepar hasta un saliente de escombros entre los acantilados y el hielo, que pensamos que podría llevar cerca de la colonia de pingüinos emperador. Ordené que el bote volviera al buque para informarle al capitán sobre nuestro fracaso en encontrar un lugar donde levantar la cabaña y guardar las provisiones y luego, con Joyce, fuimos a caminar a lo largo de la angosta tierra que había entre los acantilados y el hielo que daba hacia el sur, con la esperanza de encontrar la colonia. Caminamos más de kilómetro y medio a lo largo de los pies de los acantilados, sobre sendas ondulantes, a veces arrastrándonos con cuidado debajo de una hondonada y luego sobre las rocas y los escombros que habían caído de las pronunciados acantilados que se erguían sobre nosotros como torres, pero no vimos señales de una colonia o ningún lugar donde pudiera haber una colonia. Cerca de los acantilados y separada de ellos por la senda en que caminábamos, la Barrera en su movimiento hacia el mar se había roto y mostraba señales de presión. Al ver una curva en los acantilados, que pensamos que llevaba a una perspectiva mejor, avanzamos con dificultad y fuimos recompensados con una escena que Joyce admitió que era una de las más extraordinarias que nunca hubiera visto. La Barrera había entrado en contacto con los acantilados y, desde nuestro punto de vista, parecía que los témpanos habían caído en una tremenda caverna y yacían mezclados en un gran desorden. Al mirar hacia ese grandioso cuadro más abajo, uno se percataba de lo “eterno” de las cosas.

»No tuvimos que esperar mucho y, a pesar de que queríamos continuar, tuvimos que regresar. Entré en una pequeña grieta; no hubo daños. Al llegar al lugar donde habíamos dejado el bote, vimos que no había regresado, entonces nos sentamos debajo de un saliente y fumamos y disfrutamos de la sensación de soledad. Al poco tiempo, volvió a aparecer el bote entre la niebla, y la tripulación tenía muchas novedades para nosotros. Después de que dejamos el barco, el capitán maniobró para acercarse a la Barrera pero, por desgracia, los motores eran reacios a que se los pusiera en reversa cuando se necesitaba retroceder, y el buque chocó de lleno contra la Barrera. Aquí la Barrera tiene unos seis metros de altura, y el botalón de foque sufrió el peso y golpeó el tamborete. Cuando regresé, Thompson estaba ocupado llevando el botalón y los aparejos rotos a bordo. Por suerte, el tamborete no se rompió, y no hubo daños en lo alto, pero fue una introducción bastante mala a la Antártica. No hay lugar donde desembarcar la choza y las provisiones provenientes del cabo Crozier, por lo que debemos construir una choza en el invierno aquí, lo que implicará muchas travesías extra en trineo desde los cuarteles de invierno. Mal comienzo, buen final. Joyce y yo subimos hasta el nido de cuervo, pero no pudimos ver ninguna abertura en la Barrera hacia el este, por donde pudiera entrar un buque y seguir más hacia el sur».

Mackintosh navegó hacia el estrecho de McMurdo. El hielo sólido a la deriva demoró el buque unos tres días, y el 16 de enero llegó a un punto frente al cabo Evans, donde desembarcó diez toneladas de carbón y noventa y ocho contenedores de aceite. Los días subsiguientes, el capitán Mackintosh llevó el Aurora hacia el sur y, el 24 de enero, estaba a nueve millas de Hut Point. Allí amarró el buque al hielo marino, luego se separó rápidamente y procedió a disponer los grupos de los trineos. Sus intenciones eran dirigir él mismo la colocación de los depósitos y dejar a su primer oficial, el Teniente J. R. Stenhouse, a cargo del Aurora, con instrucciones de elegir una base y desembarcar a un grupo.

El primer objetivo era Hut Point, donde se yergue la cabaña levantada por la Expedición Discovery de 1901. Un grupo de avanzada, formado por Joyce (a cargo), Jack y Gaze, con perros y trineos completamente cargados, abandonó el barco el 24 de enero; Mackintosh, con Wild y Smith, lo hicieron al día siguiente; y un grupo de apoyo, con Cope (a cargo), Stevens, Ninnis, Haywood, Hooke y Richards, abandonó el buque el 30 de enero. Los dos primeros grupos tenían equipos de perros. El tercer grupo se llevó el tractor de motor, que no parece haber prestado tan buen servicio como yo había esperado. Estos grupos pasaron momentos difíciles las semanas que siguieron. Los hombres, recién desembarcados, no estaban en sus mejores condiciones, y lo mismo sucedía con los perros. Era una lástima que a estos se los tuviera que hacer trabajar tan pronto tras su llegada a la Antártica. Estaban en malas condiciones y no habían aprendido a trabajar juntos como equipo. El resultado fue que se perdieron muchos perros, y esto resultó ser un asunto serio la siguiente temporada. El registro del capitán Mackintosh sobre el uso de los trineos en los primeros meses de 1915 es bastante completo. No será necesario aquí seguir el destino de los diversos grupos al detalle, puesto que aunque los hombres enfrentaban dificultades y peligros, se encontraban en territorio bien recorrido, con el cual la mayoría de los lectores se ha familiarizado a través de historias de expediciones previas.

El capitán Mackintosh y su grupo abandonaron el Aurora la noche del 25 de enero. Tenían nueve perros y un trineo muy cargado, y se pusieron en marcha enérgicamente con el acompañamiento de una ovación de sus camaradas del barco. Los perros estaban tan ansiosos por hacer ejercicio después de su largo confinamiento en el buque que arremetieron a toda velocidad, y fue necesario que un hombre se sentara sobre el trineo para moderar el ritmo. Mackintosh había esperado llegar a Hut Point esa noche, pero la suerte no estaba con él. El tiempo empeoró después de que recorrieron irnos ocho kilómetros, y la nieve, que oscurecía por completo los hitos, hizo que tuvieran que acampar en el hielo marino. La mañana siguiente, aún había poca visibilidad, y el grupo, que había comenzado a andar después del desayuno, equivocó el camino. «Determinamos un rumbo hacia donde yo imaginaba que estaba Hut Point, escribió el capitán Mackintosh en su diario, pero cuando el medidor del trineo señaló veintiún kilómetros, que son más de seis kilómetros en exceso de distancia desde la bajada hasta Hut Point, decidí que debíamos detenernos otra vez. La superficie estaba cambiando de manera considerable, y la tierra aún estaba oscurecida. Habíamos estado viajando sobre una superficie de nieve gruesa, en la que nos hundíamos mucho, y los perros no estaban muy contentos con esto». Volvieron a emprender la marcha el mediodía del 27 de enero, cuando el tiempo había aclarado lo suficiente para revelar la tierra, y llegaron a Hut Point a las 16:00. El medidor mostraba que la distancia total recorrida había sido de más de veintisiete kilómetros. Mackintosh encontró en la cabaña una nota de Joyce, que había estado allí el 15, en la que informaba que uno de sus perros había muerto en una pelea con sus compañeros. En la cabaña, había provisiones que habían dejado expediciones previas. El grupo pasó la noche allí. Mackintosh le dejó una nota a Stenhouse en la que le decía que dejara provisiones en la cabaña en caso de que los grupos con trineos no regresaran a tiempo para que los llevara el buque. La mañana siguiente temprano, Joyce llegó a la cabaña. Había encontrado hielo en malas condiciones y había regresado para consultarle a Mackintosh qué ruta seguir. Mackintosh le dio instrucciones de que se dirigiera hacia la isla Black en el cruce de la cabeza del estrecho más allá de Hut Point.

Mackintosh partió de Hut Point el 28 de enero. Había llevado algunas provisiones extra, y menciona que el trineo ahora pesaba quinientos cincuenta kilogramos. Se trataba de una carga pesada, pero los perros tiraban bien, y él pensó que se podía lograr. Encontró dificultades casi de inmediato después de descender por la pendiente hasta el hielo marino, puesto que el trineo se atascaba en la nieve blanda, y el grupo tuvo que aliviar la carga y hacer relevos hasta que encontraron una superficie mejor. Estaban teniendo problemas con los perros, que no tiraban con entusiasmo, y la distancia total recorrida durante el día fue de poco más de seis kilómetros. El tiempo estaba cálido y, por consiguiente, la nieve estaba blanda. Mackintosh había decidido que sería mejor viajar durante la noche. Una nevada retuvo al grupo durante todo el día, y no salieron del campamento hasta poco antes de la medianoche. «La superficie estaba abominablemente floja», escribió Mackintosh. «Nos pusimos los arneses del trineo y emprendimos la marcha con los perros, pero tuvimos que esforzarnos para salir. No habíamos ido muy lejos cuando nos paramos en seco en nieve más profunda. Por más que lo intentamos, no pudimos hacer ningún movimiento. Reacios, descargamos el trineo y comenzamos la tediosa tarea de hacer relevos. El trabajo, a pesar de que la carga del trineo era más liviana, resultó terrible para nosotros y para los perros. Luchamos durante horas y luego montamos el campamento para esperar la tarde, cuando el sol no estuviera tan fuerte y la superficie mejorara. Debo decir que me siento de algún modo desanimado, dado que no nos está yendo tan bien como esperábamos ni tampoco lo encontramos tan fácil como uno pensaría al leerlo».

Los dos grupos volvieron a reunirse ese día. Joyce también se había visto obligado a trasladar su carga mediante relevos, y todos los hombres trabajaron con ahínco y avanzaron con lentitud. Llegaron hasta el extremo de la Barrera por la noche del 30 de enero y treparon una pendiente fácil hasta la superficie de la Barrera, casi diez metros por encima del hielo marino. Los perros estaban mostrando señales de fatiga, y cuando Mackintosh acampó a las 6:30 el 31 de enero, calculó que la distancia cubierta en doce horas y media había sido de cuatro kilómetros. Los hombres habían matado una foca en el borde del hielo marino y colocado la carne sobre un montón de piedras para usarla en el futuro. Un perro, que se había negado a tirar, había sido dejado atrás con una buena porción de carne, y Mackintosh esperaba que el animal los siguiera. Las experiencias del grupo durante los días que siguieron pueden indicarse mediante algunos fragmentos del diario de Mackintosh.

«Domingo 31 de enero.- Partimos hoy a las 15:00. La superficie estaba demasiado mala para expresarlo con palabras. A veces, nos hundimos en la nieve hasta las rodillas, los perros forcejean para salir de ella jadeantes y haciendo grandes esfuerzos. Pienso que la nieve puede explicarse por un verano fenomenalmente bueno sin mucho viento. Tras avanzar aproximadamente un kilómetro, divisé unos palos a estribor. Nos dirigimos hacia ellos y encontramos el Safety Camp del capitán Scott. Descargamos un relevo aquí y volvimos con el trineo vacío para el segundo. Nos llevó cuatro horas recorrer esta corta distancia. Era exasperante. Después de subir el segundo cargamento, almorzamos. Luego, cavamos alrededor de los palos mientras nevaba y, tras escarbar hasta un metro encontramos: primero, una bolsa de avena y más [17] abajo, dos cajas de galletas para perros, una con una ración para una semana completa y la otra con carne de foca. Buen hallazgo. A unos cuarenta pasos, encontramos una tapa de madera laminada que sobresalía de la nieve. Smith sacó la nieve de su alrededor con su piolet y enseguida encontró uno de los trineos con motor que el capitán Scott había usado. Todo estaba como había sido dejado, el tanque de gasolina estaba por la mitad y, al parecer, no había sufrido deterioros. Marcamos el lugar con un palo. Como la nieve estaba aclarando, continuamos con un relevo. Solo hicimos ochocientos metros, aún luchando en la profunda nieve, y luego volvimos para buscar el segundo cargamento. Todavía podemos ver el montón de piedras levantado en el borde de la Barrera y un punto negro que creemos que es el perro.

»1 de febrero.- Nos levantamos a las 7:30, y después de comer, levantamos campamento. Hicimos un relevo de cuatro kilómetros. El medidor del trineo se detuvo durante este tramo. Quizá sea por eso que no podemos ver los kilómetros recorridos. En total recorrimos doce kilómetros para desplazar el cargamento solo cuatro. Después del almuerzo, como la superficie estaba mejorando, decidimos intentar viajar con toda la carga. Se trataba de un trabajo agotador. Wild encabezó el grupo, mientras Smith y yo tiramos del arnés. El gran problema es volver a hacer andar el trineo después de cada una de las innumerables e inevitables paradas. Logramos recorrer algo más de kilómetro y medio. Esto incluso es mejor que hacer relevos. Luego acampamos; los perros estaban totalmente exhaustos, pobres bestias.

»2 de febrero.- Esta tarde nos despertaron, cuando estábamos en nuestros sacos de dormir, los ladridos de los perros de Joyce. Les fue bien, y nos alcanzaron. Pronto se oyó la voz de Joyce, que preguntaba por la hora. Es el responsable de todo el cargamento. Lo desafiamos a ver quién llegaba antes a Bluff, y aceptó. Cuando nos levantamos a las 18:30, vimos su campamento unos cinco kilómetros más adelante. A eso de las 20:00, después del hoosh, nos pusimos en marcha y llegamos al campamento de Joyce a la 1:00. Los perros habían tirado bien, ya que veían el campamento más adelante, pero cuando nos acercamos, no quisieron seguir. Tras cierta persuasión y esfuerzo, volvimos a avanzar, pero no por mucho tiempo. Esta tarea de volver a empezar es terrible. Tenemos que zarandear el trineo y su gran carga, al tiempo que les gritamos a los perros para que arranquen. Si no tiran todos juntos, es inútil. Cuando logramos que el trineo empiece a deslizarse, estamos en ascuas por temor a que vuelva a detenerse en la próxima colina con nieve blanda, lo cual ocurre a menudo. Avanzar en trineo es un trabajo realmente difícil, pero lo estamos logrando».

La superficie estuvo mejor el 2 de febrero, y el grupo recorrió diez kilómetros sin hacer relevos. Acamparon en nieve blanda, y cuando comenzaron al día siguiente, estuvieron haciendo relevos durante dos horas en ciento cuarenta metros. Entonces, siguieron las huellas de Joyce, y esto les facilitó la tarea. Mackintosh se adelantó a Joyce la mañana del 4 de febrero y siguió adelante; su grupo abrió la huella durante la siguiente marcha. Atravesaron dieciséis kilómetros la noche del 4. Un perro se había «dado por vencido» durante la marcha, y Mackintosh menciona que tenía intenciones de aumentarle la ración de comida. La superficie estaba más dura, y durante la noche del 5 de febrero, Mackintosh recorrió casi dieciocho kilómetros, pero terminó con dos perros en el trineo. Joyce viajaba de día, por lo que los grupos se adelantaban uno al otro todos los días durante la marcha.

Una ventisca llegó del sur el 10 de febrero, y los grupos estuvieron confinados en sus tiendas durante más de veinticuatro horas. El tiempo se moderó la mañana del día siguiente, y a las 11:00, Mackintosh acampó al lado de Joyce y se encargó de reorganizar los grupos. Uno de sus perros había muerto el 9, y varios otros habían dejado de ser muy útiles para tirar. Había decidido llevar los mejores perros de los dos grupos y continuar la marcha con Joyce y Wild, mientras que Smith, Jack, y Gaze regresaban a Hut Point con el resto de los perros. Esto significaba que había que ajustar las cargas de los trineos a fin de que las provisiones adecuadas estuvieran disponibles para los depósitos. Él tenía ocho perros, y Smith tenía cinco. Se colocó un depósito de aceite y de combustible en este punto y se señaló con un montón de piedras y un palo de bambú que se elevaba tres metros sobre él. El cambio tuvo como resultado un mejor progreso. Smith regresó de inmediato, y el otro grupo avanzó con bastante rapidez, ya que los perros pudieron tirar del trineo sin mucha ayuda de los hombres. El grupo formó un montículo de nieve después de cada hora de viajar, que les servía como guías para el depósito y como hitos para el viaje de regreso. Otra tempestad retuvo a los hombres el 13 de febrero, y pasaron un mal rato en sus sacos de dormir, debido a la baja temperatura.

Durante los días subsiguientes, el grupo avanzó con dificultad. Pudieron recorrer entre ocho y veinte kilómetros por día, según la superficie y el tiempo. Hacían montículos en forma regular y verificaban la ruta calculando la posición de, las montañas que tenían hacia el oeste. Pudieron recorrer entre ocho y veinte kilómetros diarios, porque los perros tiraban bastante bien. Llegaron a la latitud 80° S la tarde del 20 de febrero. Mackintosh había esperado encontrar un depósito colocado en esos alrededores por el capitán Scott, pero no se vieron rastros de él. La superficie había estado muy dura por la tarde, y por esa razón, el depósito que había que hacer se llamó Depósito Rocky Mountain. Colocaríamos las provisiones en un montículo más prominente, y se harían montículos más pequeños que formarían las aspas de una imaginaria «X» con los ángulos rectos y coincidentes con los puntos cardinales, cuyo centro sería el montículo del depósito de las provisiones, para que sirvieran de guía al grupo que viniera por tierra. «Tan pronto terminamos de desayunar», escribió Mackintosh al día siguiente, «Joyce y Wild partieron con un trineo liviano y los perros para preparar los montículos y colocar banderas hacia el este, erigiéndolas a cada kilómetro y medio. El montículo exterior de cada aspa tenía una bandera grande y una nota que indicaba la posición del depósito. Permanecí detrás para obtener los ángulos y fijar nuestra posición con el teodolito. La temperatura estaba muy baja esa mañana, y manejar el teodolito no era una tarea muy cálida para los dedos. El pelo de mi barba se pegó al metal congelado mientras echaba un vistazo. Después de cinco horas, llegaron los demás. Habían recorrido dieciséis kilómetros, ocho para alejarse y otros ocho de regreso. Durante la tarde, terminamos el montículo, que llegó a tener dos metros y medio de altura. Es una construcción cuadrada sólida que debería soportar las condiciones climáticas, y en la parte superior colocamos un palo de bambú con una bandera, lo que hacía que la altura total fuera de casi ocho metros. Armar los montículos era buena tarea para entrar en calor, pero el hielo en nuestras barbas a veces tardaba unos diez minutos en derretirse. Mañana esperamos armar los montículos hacia el oeste y, luego, encauzar nuestro rumbo hacia Bluff».

El tiempo volvió a empeorar durante la noche. Una ventisca hizo que los hombres permanecieran en sus sacos de dormir el 21 de febrero, y la tarde del 23, Mackintosh y Joyce hicieron el intento de construir los montículos hacia el oeste. Encontraron que dos de los perros habían muerto durante la tormenta, por lo que quedaban siete perros para tirar del trineo. Caminaron dos kilómetros y medio en dirección oeste y construyeron un montículo, pero había muy poca visibilidad y pensaron que no sería prudente alejarse mucho. No podían ver más allá de cien metros, y enseguida la tienda desapareció de su vista. Regresaron al campamento y estuvieron allí hasta la mañana del 24 de febrero, cuando emprendieron el camino de regreso mientras nevaba. «Pudimos salir de nuestro campamento», dice Mackintosh, «pero solo habíamos avanzado unos cien metros cuando la niebla se tornó tan espesa que apenas podíamos ver a un metro, entonces tuvimos que volver a montar la tienda y, ahora, estamos sentados dentro esperando que aclare el tiempo. Volvemos con provisiones solo para diez días, lo que significa que tenemos que aplicarnos con todas nuestras fuerzas. Estas paradas son realmente molestas. Los pobres perros sienten hambre, comen su arnés o cualquier correa que encuentren a su alrededor. No podemos darles más que su provisión de tres galletas a cada uno, ya que ahora nosotros mismos tenemos pocas raciones; pero estoy seguro de que requieren más que medio kilogramo diario. Eso es lo que les damos ahora… Después del almuerzo, vimos que había aclarado algo, pero había muy mala luz. Decidimos seguir. Es extraño viajar con esta luz. No hay contraste ni contornos; el cielo y la superficie son uno, y no podemos distinguir las ondulaciones, con las que nos encontramos con resultados desastrosos. Divisamos el primero de nuestros montículos del viaje de ida. Fue una suerte. Después de pasar un segundo montículo, toda la visión quedó bloqueada y, entonces, tuvimos que acampar, después de recorrer siete kilómetros. Los perros están sintiendo los dolores causados por el hambre y devoran todo lo que ven. Comen cualquier cosa, salvo la soga. Si no hubiésemos perdido esos tres días, podríamos haberles dado una buena comida en el depósito de Bluff, pero ahora resulta imposible. Nieva copiosamente».

Las experiencias de los días siguientes fueron poco felices. Otra ventisca trajo nieve pesada y detuvo al grupo del 25 al 26. «Afuera, la escena es un caos. La nieve, que forma remolinos con el viento, hace desaparecer todo. Los perros están completamente enterrados, solo un montículo con un esquí que sobresale indica dónde está el trineo. Deseamos partir, pero el aullido del viento nos dice que es imposible. Los sacos de dormir están húmedos y pegajosos, igual que nuestra ropa. Por suerte, la temperatura es bastante alta, y no se congelan. Uno de los perros ladró, y Joyce salió a investigar. Encontró que Major, al sentir hambre, se había arrastrado hasta el esquí de Joyce y se había comido la correa de cuero. Otro perro se comió todo el arnés, lona, soga, cuero, metal y remaches. Temo que los perros no lo logren; están todos flacos, y estas tormentas no mejoran las cosas… Tenemos provisiones para una semana y doscientos sesenta kilómetros que recorrer. Parece que tendremos que sacar provisiones del depósito para otra semana, pero no queremos hacerlo. Veremos qué nos depara el día siguiente. Por supuesto, en Bluff podemos reabastecernos».

«Ahora hemos reducido las comidas a una en veinticuatro horas», escribió Mackintosh un día después. «Esto de andar sin comida nos hace sentir más frío. El tiempo es espantoso, terrible. Ya es suficiente con esta espera, pero también tenemos el pensamiento desgraciado de tener que usar las provisiones que ya están en el depósito, después de los difíciles trances por los que hemos pasado». El tiempo aclaró el 17, y por la tarde Mackintosh y Joyce volvieron al depósito, mientras que Wild se quedó para construir un montículo e intentar secar los sacos de dormir al sol. Las provisiones que se habían dejado en el depósito eran dos latas y cuarto de galletas (diecinueve kilogramos la lata), raciones para tres hombres para tres semanas en bolsas, previstas para la última semana, y tres latas de aceite. Mackintosh tomó una de las bolsas semanales del depósito y regresó al campamento. El grupo reanudó el viaje de regreso la mañana siguiente, y con una vela en el trineo para aprovechar la brisa del sur, recorrió más de quince kilómetros durante el día. Sin embargo, los perros habían alcanzado casi el límite de su resistencia; tres cayeron, incapaces de seguir trabajando, durante el camino. Esa noche, por primera vez desde que dejamos el Aurora, los hombres vieron esconderse el sol en el horizonte, en el sur, un recordatorio de que el verano antártico estaba acercándose a su fin.

Los cuatro perros restantes se desplomaron el 1 de marzo. «Después de almorzar, avanzamos bastante bien durante media hora. Entonces, Nigger comenzó a tambalearse, sus piernas cedían bajo su peso. Le quitamos el arnés y lo dejamos caminar a nuestro lado, pero nos ha dado todo lo que puede, y ahora solo puede echarse. Después de Nigger, cayó mi amigo Pompey. La ventisca, pienso, tuvo bastante que ver en ello. Pompey había estado espléndido últimamente, tiraba bien y en forma sostenida. Luego Scotty, el penúltimo perro, se rindió. Están todos recostados en nuestras huellas. Tienen una muerte sin dolor, ya que se acurrucan en la nieve y entran en un sueño del que nunca despertarán. Nos queda un solo perro, Pinkey. No ha sido uno de los que más tiraba, pero no es despreciable. Podemos darle muchas galletas. Debemos alimentarlo y ver si podemos regresar por lo menos con un perro. Ahora tiramos nosotros, con la vela (la tela que hacía de suelo en la tienda) puesta y Pinkey que nos echaba una mano. De pronto, sopló una terrible ráfaga y dio vuelta el trineo. La vela se soltó del trineo, de sus obenques, y nos preparamos para acampar, pero el viento volvió a convertirse en una brisa moderada; entonces, reparamos el trineo y continuamos.

»Sopla un fuerte viento esta noche, también hace frío. Otro maravilloso atardecer. Colores dorados iluminan el cielo. La luna despide hermosos rayos en combinación con los más vividos provenientes del sol que se esconde. Si todo fuera tan hermoso como la escena, podríamos considerar que estamos en alguna especie de paraíso, pero está oscuro y frío en la tienda, y estoy tiritando dentro de un saco de dormir congelado. La piel interior es una masa de hielo, congelada todos flacos, y estas tormentas no mejoran las cosas… Tenemos provisiones para una semana y doscientos sesenta kilómetros que recorrer. Parece que tendremos que sacar provisiones del depósito para otra semana, pero no queremos hacerlo. Veremos qué nos depara el día siguiente. Por supuesto, en Bluff podemos reabastecernos».

«Ahora hemos reducido las comidas a una en veinticuatro horas», escribió Mackintosh un día después. «Esto de andar sin comida nos hace sentir más frío. El tiempo es espantoso, terrible. Ya es suficiente con esta espera, pero también tenemos el pensamiento desgraciado de tener que usar las provisiones que ya están en el depósito, después de los difíciles trances por los que hemos pasado». El tiempo aclaró el 27, y por la tarde Mackintosh y Joyce volvieron al depósito, mientras que Wild se quedó para construir un montículo e intentar secar los sacos de dormir al sol. Las provisiones que se habían dejado en el depósito eran dos latas y cuarto de galletas (diecinueve kilogramos la lata), raciones para tres hombres para tres semanas en bolsas, previstas para la última semana, y tres latas de aceite. Mackintosh tomó una de las bolsas semanales del depósito y regresó al campamento. El grupo reanudó el viaje de regreso la mañana siguiente, y con una vela en el trineo para aprovechar la brisa del sur, recorrió más de quince kilómetros durante el día. Sin embargo, los perros habían alcanzado casi el límite de su resistencia; tres cayeron, incapaces de seguir trabajando, durante el camino. Esa noche, por primera vez desde que dejamos el Aurora, los hombres vieron esconderse el sol en el horizonte, en el sur, un recordatorio de que el verano antártico estaba acercándose a su fin.

Los cuatro perros restantes se desplomaron el 2 de marzo. «Después de almorzar, avanzamos bastante bien durante media hora. Entonces, Nigger comenzó a tambalearse, sus piernas cedían bajo su peso. Le quitamos el arnés y lo dejamos caminar a nuestro lado, pero nos ha dado todo lo que puede, y ahora solo puede echarse. Después de Nigger, cayó mi amigo Pompey. La ventisca, pienso, tuvo bastante que ver en ello. Pompey había estado espléndido últimamente, tiraba bien y en forma sostenida. Luego Scotty, el penúltimo perro, se rindió. Están todos recostados en nuestras huellas. Tienen una muerte sin dolor, ya que se acurrucan en la nieve y entran en un sueño del que nunca despertarán. Nos queda un solo perro, Pinkey. No ha sido uno de los que más tiraba, pero no es despreciable. Podemos darle muchas galletas. Debemos alimentarlo y ver si podemos regresar por lo menos con un perro. Ahora tiramos nosotros, con la vela (la tela que hacía de suelo en la tienda) puesta y Pinkey que nos echaba una mano. De pronto, sopló una terrible ráfaga y dio vuelta el trineo. La vela se soltó del trineo, de sus obenques, y nos preparamos para acampar, pero el viento volvió a convertirse en una brisa moderada; entonces, reparamos el trineo y continuamos.

»Sopla un fuerte viento esta noche, también hace frío. Otro maravilloso atardecer. Colores dorados iluminan el cielo. La luna despide hermosos rayos en combinación con los más vividos provenientes del sol que se esconde. Si todo fuera tan hermoso como la escena, podríamos considerar que estamos en alguna especie de paraíso, pero está oscuro y frío en la tienda, y estoy tiritando dentro de un saco de dormir congelado. La piel interior es una masa de hielo, congelada por mi aliento. Uno se mete en el saco, tantea con los dedos semicongelados y oye el crujir del hielo. Enseguida, gotas del hielo que se derrite caen en la cabeza de uno. Luego llegan los ataques de frío. Uno se frota y da vuelta para calentar la parte interior del saco que ha estado hacia afuera. Debajo del cuerpo, se forma un charquito de agua. Después de unas dos horas, es posible que uno se duerma, pero siempre me despierto con la sensación de que no pegué ojo».

El grupo avanzó solo cinco kilómetros y medio el 3 de marzo. Parecía que el trineo era demasiado pesado, y Mackintosh decidió quitar los patines externos y raspar la parte inferior. Estos patines debían de haberse quitado antes de que el grupo iniciara la marcha, y los patines más bajos debían de haberse pulido hasta dejarlos bien lisos. También abandonó todo aparejo de repuesto, incluidos los arneses de los perros, para reducir el peso y encontró que el trineo más liviano era más fácil de tirar. La temperatura esa noche fue -33,3 °C, la más baja registrada durante el viaje hasta ese momento. «Estamos avanzando con dificultad a poco más de un kilómetro y medio por hora», escribió Mackintosh el día 5. «Es muy difícil tirar, ya que la superficie está muy pegajosa. Pinkey aún nos acompaña. Esperamos que logre llegar. Le damos de comer todo lo que quiere. Debería lograrlo». Las condiciones del viaje cambiaron al día siguiente. Un viento del sur hizo posible que usáramos la vela, y el problema fue evitar que el trineo fuera a saltos por los duros sastrugi[18] y volcara. El manejo de las sogas y la vela provocó muchas quemaduras por el hielo y, de tanto en tanto, los hombres eran arrastrados por el trineo a lo largo de la superficie nevada. El perro que quedaba se desplomó durante la tarde, y tuvimos que dejarlo. Mackintosh consideraba que no podía darse el lujo de disminuir el ritmo. El marcador del trineo se había estropeado, de modo que no se registró la distancia recorrida durante el día. El viento aumentó por la noche, y la mañana del 6 soplaba una fuerte ventisca. El grupo no se volvió a mover hasta la mañana del 8. El trineo aún les resultaba muy pesado, y estaban desalentados por su lento progreso, ya que sus avances eran de unos diez o doce kilómetros diarios. El día 10, Bluff Peak se alineó con el monte Discovery. Mis instrucciones habían sido que el depósito de Bluff debía ubicarse en esta línea, y como el depósito había sido colocado al norte de la línea en el viaje de ida, debido a que la poca visibilidad había hecho imposible levantar los hitos, Mackintosh intentó entonces llevar las provisiones al lugar adecuado. Avistó la bandera del depósito a unos seis o siete kilómetros de distancia, y después de acampar en el nuevo sitio del depósito, caminó con Joyce y Wild y encontró las provisiones donde las había dejado.

«Cargamos el trineo con las provisiones, colocamos la gran bandera de señalización en el trineo y regresamos a nuestra tienda, que ahora estaba fuera de la vista. De hecho, no era prudente alejarnos como lo hicimos sin una tienda o un saco. Nos habíamos arriesgado, ya que el tiempo prometía ser bueno. A medida que avanzábamos, se puso cada vez más oscuro y, al final, solo nos guiábamos con la luz de las estrellas, ya que el sol se había puesto. Después de cuatro horas y media, vimos la pequeña tienda verde. Fue difícil avanzar durante las últimas dos horas y extraño caminar en la oscuridad. Habíamos teñido un buen día, ya que habíamos caminado catorce horas sin parar. Ahora estamos sentados aquí y disfrutamos de un hoosh excelente y espeso. Se improvisó una luz con una vieja lata con alcohol metílico».

El grupo pasó el día siguiente en los sacos de dormir, mientras que afuera rugía una ventisca. El tiempo volvió a estar bien el 12 de marzo, y construyeron un montículo para el depósito. Las provisiones que colocaron en ese montículo constituían el suministro de galletas para seis semanas y una ración completa para tres hombres que duraría tres semanas, y tres latas de aceite. A primera hora de la tarde, los hombres reanudaron su marcha hacia el norte y recorrieron casi cinco kilómetros antes de acampar. «Nuestros sacos están adquiriendo un mal estado», escribió Mackintosh, «ya que ha pasado bastante tiempo desde que tuvimos la posibilidad de secarlos. Usamos nuestro cuerpo para secar las medias e indumentaria similar, metiéndolas dentro de nuestros suéteres y sacándolas cuando las necesitamos. Wild lleva un guardarropa entero de ese modo, y es gracioso verlo buscar un par de medias en la parte interior de su ropa. Salir por la mañana es el momento más amargo. Ponernos las Jinneskoe es una pesadilla, ya que siempre están rígidas por la helada, y tenemos que hacer un gran esfuerzo para calzarnos. El sennegrass helado alrededor de los dedos es otro castigo que causa mucho dolor. Nos sentimos desdichados hasta que, de hecho, comenzamos a avanzar, entonces el calor vuelve con el trabajo. Nuestra conversación ahora son principalmente conjeturas acerca de lo que puede haber sucedido a los otros grupos. Tenemos diversas ideas».

El sábado 13 de marzo, también lo pasaron en los sacos de dormir. Rugía una ventisca, y todo estaba oscuro. Los hombres ahorraban alimentos comiendo solo una vez al día y sentían el efecto de la escasez de raciones en su vitalidad, que había disminuido. Tanto Joyce como Wild tenían los dedos de los pies congelados cuando estaban en los sacos, y les resultaba sumamente difícil restablecer la circulación. Wild sufría en particular por ello, y sus pies estaban muy doloridos. El tiempo aclaró un poco la mañana siguiente, pero la ventisca volvió a azotarlos antes de que pudieran levantar el campamento, y tuvieron que pasar otro día en los sacos congelados.

Se reanudó la marcha el 15 de marzo.

«Alrededor de las 13:00 de anoche, la temperatura comenzó a bajar, y el vendaval también amainó. La temperatura más baja hizo que los sacos, que estaban mojados, se congelaran y endurecieran. No dormimos y pasamos la noche retorciéndonos y dando vueltas. La mañana trajo el sol y el contento, ya que el hoosh nos calentó el cuerpo y provocó un rubor muy agradable. El sol había salido, el tiempo estaba bueno y claro, pero frío. A las 8:30, comenzamos. Nos llevó un largo tiempo ponernos las jinneskoe, aunque nos levantamos más temprano a fin de tener tiempo para hacerlo. Esta mañana, estuvimos más de cuatro horas preparándonos para partir. La superficie por la mañana estaba bien para caminar, pero no avanzamos mucho. Recorrimos los habituales seis o siete kilómetros antes del almuerzo. La temperatura era -30,5 °C. Un espejismo hizo que pareciera que los sastrugi bailaban como duendes de nieve. Joyce los llama “virutas danzarinas”. Después del almuerzo, viajamos bien, pero la distancia de ese día fue de solo once kilómetros y seiscientos metros. Culpamos al medidor del trineo por el lento progreso. Es extraordinario que los días que consideramos que estamos avanzando a una buena velocidad, no recorremos más que los días que tenemos contratiempos.

»15 de marzo.- La temperatura esta mañana fue de -37,2 °C. Ayer fue una de las peores noches que experimenté alguna vez. Para colmo, me empezó a doler una muela, quizá como resultado de una mejilla lastimada por el frío. Agonizaba. Gemía y me quejaba, busqué la caja de primeros auxilios, pero no pude encontrar nada para detener el dolor. Joyce, que se había levantado, sugirió alcohol metílico, entonces empapé un poco de algodón y lo coloqué en la muela, con el resultado de que me quemé la parte interior de la boca. Todo este tiempo, mis dedos, al estar expuestos (debe de haber hecho, al menos, irnos -45,5 °C), tenían que ser revividos continuamente. Después de colocar el alcohol metílico, volví al saco que, por supuesto estaba duro por la congelación. Me retorcí y me quejé hasta que la mañana trajo alivio y me pude levantar. Joyce y Wild habían pasado una mala noche, pues sus pies les molestaban. Mis pies no me molestaban tanto como los de ellos. Se me despellejó la piel dentro de la boca y dejó expuesta una llaga en carne viva, causada por el alcohol metílico. No obstante, mi muela está mejor. Tuvimos que reducir nuestra ración diaria. Como consecuencia, las congelaciones son frecuentes. La superficie se puso muy difícil por la tarde, y la luz, también, era muy mala, debido a las nubes que se amontonaban por delante del sol. Nos caemos continuamente, ya que no podemos distinguir las partes altas y las bajas de la superficie de los sastrugi. Avanzamos con nuestros esquíes. Acampamos a las 18:00, después de viajar nueve kilómetros y setecientos metros. Estoy escribiendo esto sentado sobre el saco. Es la primera oportunidad en que he podido hacerlo durante algún tiempo, ya que, por lo general, el frío penetra a través de todo si uno tiene el saco abierto. La temperatura es algo más alta esta noche, pero aún es de -29,4 °C. Los fósforos, entre otras cosas, están escaseando, y he dejado de usarlos a menos que sea para encender el Primus».

El grupo encontró que la luz volvía a ser mala el día siguiente. Tras andar a tropezones entre los sastrugi durante dos horas, los hombres descartaron los esquíes y avanzaron mejor; no obstante, sufrieron muchas caídas, debido a la imposibilidad de distinguir las colinas y las irregularidades en la superficie gris y sin sombras, de la nieve. Ese día avanzaron más de quince kilómetros, y lograron recorrer dieciséis kilómetros y medio el día siguiente, 18 de marzo, una de las mejores marchas del viaje. «Estoy ansioso por ver el buque. Todos llevamos marcas de nuestro andar. Wild se lleva el primer puesto. Su nariz es un cuadro del que el títere Punch estaría celoso; sus orejas también están lastimadas, y el dedo gordo del pie es una llaga negra. Joyce tiene lastimada la nariz y muchas pequeñas llagas menores. Mi mandíbula está hinchada por la congelación de la mejilla, y también mi nariz… Descartamos los esquíes, que hemos estado usando hasta ahora, y viajamos con las finneskoe. Esto hace que el trineo se deslice mejor, pero no es tan cómodo para viajar como los esquíes. Encontramos una superficie muy alta y dura de sastrugi, notablemente alta, y sentimos la brisa fría sobre la cara durante la caminata. Nuestras barbas y bigotes son masas de hielo. Me encargaré de estar bien afeitado la próxima vez que salga. El bigote congelado hace que los lóbulos de la nariz se congelen con mayor facilidad que si no hubiera hielo a lo largo de ellos… Me pregunto por qué demonios uno viene a estas partes del mundo. Aquí estamos, congelados durante el día, helados por la noche. ¡Qué vida!». La temperatura a las 13:00 ese día fue de -30,5 °C.

Los hombres acamparon al lado de Comer Camp, donde habían estado el 1 de febrero y la noche del 19 de marzo. Al día siguiente, después de ser demorados durante unas horas por el mal tiempo, regresaron hacia Castle Rock y atravesaron la zona alterada donde la Barrera impacta sobre la tierra. Joyce pisó sobre una grieta cubierta de nieve bastante grande, y tuvimos que cambiar el rumbo para evitar ese peligro. La caminata de ese día fue solo de cuatro kilómetros. Mackintosh consideraba que el ritmo era demasiado lento, pero era incapaz de aligerarlo debido a las malas superficies. La comida había sido reducida a cerca de casi media ración, y a este menor ritmo, las provisiones que aún teníamos se terminarían en dos días. El grupo recorrió doce kilómetros y ochocientos metros el día 21, y esa noche el hoosh «no fue más espeso que un té».

«El primer pensamiento de esta mañana fue que tenemos que avanzar bastante», escribió Mackintosh el 22 de marzo. «Una vez que podamos llegar a Safety Camp (en la intersección de la Barrera con el hielo marino) estaremos bien. Por supuesto, como último recurso podemos abandonar el trineo y llegar hasta Hut Point, a unos treinta y cinco kilómetros… Hemos logrado hacer una caminata bastante respetable antes del almuerzo. La superficie estaba dura, y la aprovechamos al máximo. Con nuestra poca comida, el frío es penetrante. Almorzamos a las 13:00, y luego nos quedaba una comida completa y una pequeña cantidad de galletas. La temperatura a la hora del almuerzo era de -21,1 °C. El volcán Erebus está despidiendo grandes cantidades de humo, que va en dirección sureste, y también se puede distinguir un resplandor rojo. Después del almuerzo, también volvimos a avanzar bastante, puesto que el viento estuvo a nuestro favor durante dos horas. Con ansiedad, buscamos Safety Camp». La distancia del día fue de catorce kilómetros y trescientos metros.

«23 de marzo de 1915.- Tan pronto acampamos anoche, se levantó una ventisca que hacía volar la nieve y no ha cesado desde entonces. La mañana nos encuentra prisioneros. La nieve azota los lados de la tienda, y todo afuera está oscuro. Este tiempo es bastante alarmante, ya que si continúa, nos veremos mal. Acabamos de prepararnos una comida con cacao mezclado con migas de galletas. Esto nos ha calentado algo, pero con el estómago vacío, el frío es penetrante».

El tiempo mejoró por la tarde, pero demasiado tarde para que los hombres se movieran ese día. Comenzaron a las 7:00 del día 24 después de una comida de cacao y migas de galletas.

«Tenemos algunas migas de galletas en la bolsa, y eso es todo. Reanudar la marcha se hizo en las más amargas circunstancias, puesto que a todos nos había afectado la congelación. Era un esfuerzo desnudar las manos por un instante. Después de frotarnos mucho y “revivir” las extremidades, emprendimos la marcha. Wild tiene todo el cuerpo lastimado, y todos estamos en malas condiciones. Persistimos, pero el calor no vuelve a nuestros cuerpos. Habíamos estado caminando unas dos horas cuando los agudos ojos de Joyce vieron una bandera. Nos abrimos paso con todas las fuerzas y, a medida que nos acercábamos, con seguridad, las cajas de provisiones empezaron a aparecer. Entonces nos prometimos comer de todo. No tardamos mucho en poner nuestra capacidad gastronómica a prueba. Bajamos pemmican del depósito, con harina de avena para que fuera más denso, y también le pusimos azúcar. Mientras Wild encendía el Primus, nos llamó y nos dijo que creía que había perdido la oreja. Era la única parte de la cara que le quedaba entera: la nariz, las mejillas y el cuello estaban llenos de llagas. Entré en la tienda y eché un vistazo. Tenía la oreja de un color verde pálido. Enseguida puse la palma de la mano cerca de ella y la reviví. Luego sintió que perdía los dedos y, para impedirlo y para que les volviera la circulación, los puso sobre el Primus encendido, lo que fue algo terrible de ver. Como resultado, sintió un fuerte dolor. Revivimos su oreja perfectamente, y el hoosh caliente hizo que el calor subiera por todo nuestro cuerpo. Nos sentimos como nuevos. Simplemente comimos hasta que estuvimos llenos, tazón tras tazón. Cuando estuvimos bien satisfechos, volvimos a guardar las cajas que habíamos sacado del depósito y nos dirigimos hacia el desfiladero al que llamábamos Gap. Justo antes de partir, Joyce descubrió una nota que habían dejado Spencer-Smith y Richards. Decía que los otros dos grupos habían regresado a Hut y que, al parecer, todo estaba bien. Eran buenas noticias. Cuando llegamos al borde de la Barrera, encontramos que el acantilado de hielo sobre el hielo marino recientemente formado no era bastante seguro para soportarnos, entonces tuvimos que desviarnos a lo largo del borde de la Barrera y, si el hielo marino no era transitable, deberíamos encontrar una manera de subir por Castle Rock. A las 19:00, al no haber encontrado un lugar adecuado para descender al hielo marino, acampamos. Esta noche, el Primus funcionaba y daba calor a nuestros cuerpos congelados. Espero llegar a Hut Point mañana».

Mackintosh y sus compañeros levantaron campamento por la mañana del 2.5 de marzo; el termómetro registraba -30,5 °C y, tras otra inútil búsqueda de un camino a través del acantilado de hielo hasta el hielo marino, avanzaron hacia Castle Rock. Durante el camino, encontraron huellas de trineo y las siguieron; llegaron a una ruta que bajaba al hielo marino. Mackintosh decidió dejar el trineo sobre una ondulación bien marcada y seguir sin aparejos. Un poco después, los tres hombres, tras subir con dificultad los acantilados de Hut Point, llegaron a la puerta de la cabaña.

«Gritamos. No se oía nada. Volvimos a gritar y, finalmente, apareció algo oscuro. Resultó ser Cope, que estaba solo. Los otros miembros del grupo habían ido a buscar los aparejos de su trineo, que también habían dejado. Cope había estado enfermo, por lo que no fue con ellos. Enseguida comenzamos a contarnos nuestras aventuras, y entonces oímos cómo el buque había llegado aquí el 11 de marzo y se había llevado a Spencer-Smith, Richards, Ninnis, Hooke y Gaze; los hombres que habían quedado aquí eran Cope, Hayward y Jack. Enseguida preparamos una comida. Aquí encontramos incluso un fuego de grasa, lujoso, pero ¡cuánta suciedad y grasa! Sin embargo, el calor y la comida son, en la actualidad, nuestros principales objetivos. Mientras comíamos, llegaron Jack y Hayward… Esa noche, tarde, nos acostamos en sacos secos. Como solo hay tres sacos aquí, los usamos por turnos. Nuestro grupo tiene el privilegio… Recibí una carta de Stenhouse en la que resumía sus hazañas desde que lo dejamos. El grupo del buque tampoco tuvo momentos de color de rosa».

Mackintosh se enteró de que Spencer-Smith, Jack y Gaze, que habían regresado el 10 de febrero, habían llegado a Hut Point sin dificultad. El tercer grupo, encabezado por Cope, también había ido a la Barrera, pero no había logrado gran cosa. Este grupo había intentado usar el tractor de motor, pero no había conseguido que le brindara un servicio efectivo y no se había aventurado lejos. El motor ahora estaba en Hut Point. El grupo de Spencer-Smith y el grupo de Cope habían regresado a Hut Point antes de finales de febrero.

Los seis hombres que ahora se encontraban en Hut Point estaban separados de los cuarteles de invierno de la expedición que estaba en el cabo Evans, por las aguas abiertas del estrecho de McMurdo. Naturalmente, Mackintosh estaba ansioso por cruzar y tener contacto con el barco y los otros miembros del grupo de la costa, pero no podía hacer ningún movimiento hasta que el hielo marino se volviera firme y, según sucedieron las cosas, no llegó al cabo Evans hasta principios de junio. Salió con Cope y Hayward el 29 de marzo para buscar su trineo y lo trajo hasta Pram Point, en la parte sur de Hut Point. Tuvo que dejar el trineo allí debido a las condiciones del hielo marino. Él y sus compañeros tuvieron una vida sin grandes acontecimientos en condiciones primitivas en la cabaña. El tiempo era malo, y aunque las temperaturas registradas eran bajas, el joven hielo marino se rompía continuamente. La cocina de grasa que se usaba en la cabaña parecía haber producido hollín y grasa en las grandes cantidades usuales, y los hombres y sus ropas sufrían en consecuencia. El blanco de los ojos contrastaba vívidamente con la negrura densa de su piel. Wild y Joyce tuvieron grandes problemas con sus congelaciones. Joyce tenía ambos pies ampollados, las rodillas hinchadas y las manos también ampolladas. Jack diseñó unas lámparas de grasa, que producían una luz incierta y mucho humo adicional. Mackintosh registra que los miembros del grupo estaban bastante satisfechos, pero «indeciblemente sucios», y escribe con añoranza acerca de baños y de ropa limpia. Las provisiones de grasa de foca comenzaron a disminuir a principios de abril, y todos los hombres estaban atentos a ver si encontraban focas. El 15 de abril, vieron y mataron varias focas. Las operaciones de matarlas y desollarlas empeoró el estado de la ropa engrasada y ennegrecida de los hombres. Es lamentable que, aunque había una gran bibliografía disponible, en especial sobre esta región en particular, los líderes de los diversos grupos no la habían aprovechado para complementar sus conocimientos. Joyce y Mackintosh, por supuesto, tenían experiencia antártica previa, pero todos tuvieron la posibilidad de estudiar con cuidado las instrucciones detalladas publicadas en los libros de las últimas tres expediciones realizadas en esta área.