Nota del autor

Mientras Joan Gort navega por el Mediterráneo a finales de marzo de 1860, tal vez sea el momento de precisar qué hay de Historia en mayúsculas y qué hay de historia en minúsculas en esta obra. En esencia, muchos de los rasgos básicos del libro son ciertos. Jeroni Tarrés fue el jefe de la Ronda de Vigilancia de Barcelona, bajo el control político de Ramon Serra Monclús. Tarrés, tal como explica el libro, era un antiguo delincuente que fichó a un grupo de hombres de pasado muy turbio para su particular policía. A cambio de la exclusiva en el juego, la prostitución y el tráfico de alcohol, Tarrés aseguraba al Gobierno Civil el control político de una ciudad excesivamente turbulenta para el gusto de sus mandatarios. A Tarrés empezaron a irle mal las cosas cuando se le ordenó matar a Francesc de Paula Cuello. El relato del asesinato está recogido con todo detalle en el sumario judicial que se hizo a raíz del atentado y, en buena medida, he procurado recogerlo en esta novela.

Y también he procurado no apartarme de los hechos con respecto a las consecuencias de aquel asesinato, sobre todo en lo que se refiere a los miembros de la Ronda. Tarrés y dos compañeros suyos fueron condenados un par de años después por otro asesinato, y todo parece indicar que Serra Monclús manipuló el juicio. Aquellos tres hombres fueron destinados a cumplir la pena en Ceuta, lo que los libró de la suerte que corrieron los demás miembros de la Ronda, masacrados en las calles de la ciudad por los barceloneses un año después del juicio de Tarrés. Tarrés luchó en la guerra de África y murió en la batalla de Wad-Ras, puede que no de la forma que describo en la novela.

Y en cuanto a los Voluntarios de Cataluña, en líneas generales me he basado tanto en los numerosos escritos de la época, oficiales o no, como en los estudios realizados posteriormente, no tan abundantes, quizá, como merecerían. Tanto el comandante Sugrañes como Marià de Moxó, que en realidad era subteniente y no teniente, murieron el cuatro de febrero en el asalto a las posiciones de Muley Ahmed, menos de veinticuatro horas después de haber pisado la playa de Tetuán. El discurso de Prim, la situación de los campamentos, el avance en punta hacia Tetuán, y, en general, las incidencias bélicas que se relatan, están basadas en la documentación de la época. Y episodios tan increíbles como el asalto de las murallas de la alcazaba por parte de los voluntarios de Valls y Vilafranca haciendo un castillo humano, también.

En algunos casos, he trasladado de fecha y de lugar hechos que se produjeron en un contexto distinto. Por ejemplo, no está documentado que el joven conde de Eu, presente en Tetuán, coleccionara restos humanos de los enemigos, pero este mismo aristócrata, que llegaría a ser heredero consorte del trono imperial de Brasil, demostró una crueldad inusual en la guerra que enfrentó a ese país con Paraguay. Ordenó ejecuciones a degüello de miles de personas, muchas madres con sus hijos pequeños, y muy a menudo quiso presenciarlas. Según dicen, se reía del sufrimiento de las víctimas. No es extraño, pues, que en Tetuán, cuando el angelito solo tenía dieciocho años, sacara ya a relucir un poco su carácter.

Todos los nombres de los soldados que aparecen en la novela, salvo los de Gort y Bocanegra, que tienen historia propia, corresponden a personas reales que, más o menos, tuvieron una participación en los hechos muy similar a la que se cuenta en el relato.

¿Significa eso que esta historia sucedió tal como la explica esta novela? En la vida me atrevería a afirmarlo. El responsable del episodio de las mochilas en la batalla de los Castillejos fue Joan Prim y no Jeroni Tarrés, del mismo modo que de la muerte de los dos oficiales de los Voluntarios de Cataluña fueron responsables las balas y la metralla lanzadas por las fuerzas marroquíes y no los revólveres robados por tres soldados psicópatas de su propio batallón.

Gort, con su nariz torcida, tiene la suerte o la desgracia de vivir en un mundo que está apenas iniciando un par de décadas de grandes cambios. Las guerras que conducirán a la unificación de Italia ya han empezado; Bismarck ya planea la creación del Imperio alemán a través del enfrentamiento con el Imperio austrohúngaro y el Imperio francés; solo faltan unos meses para el principio de la guerra de Secesión norteamericana; los franceses pronto impondrán un emperador títere a México, Maximiliano de Habsburgo, que tendrá un mal final… Y esta es solo una muestra del panorama con el que Gort y sus coetáneos se encontrarán a lo largo de los siguientes años.

Pero dejemos que el joven de Reus navegue plácidamente a bordo del Madonna della Cava hacia Marsala, porque ni él, ni la gente de su época, ni siquiera este autor, sabemos realmente qué nos espera en el futuro. ¡Buen viaje, Joan Gort!

Barcelona-Altafulla, 2013