CAPÍTULO XVIII
Hacía una hora que Dorisse esperaba que Ross volviera del Tribunal, y cuando atravesó la puerta y la encontró sentada en su oficina eran más de las cinco, y oscurecía rápidamente. Encendió las luces, tiró el sombrero sobre una silla y dejó el portafolio sobre el escritorio. Al volverse para mirar a su hermana lo primero que notó fue la desusada palidez de su rostro y sus manos que se retorcían nerviosas, una dentro de la otra. Dorisse trataba de sonreír a través de sus lágrimas cuando él acercó una silla y se sentó a su lado. Pensó que sabía por qué la había encontrado llorando en su oficina, y en lugar de interrogarla, esperó que ella hablara. Después de un rato, Dorisse levantó la cabeza.
—¡Oh, Ross! —gritó.
Él le tomó una mano.
—Ross, no sé qué será de mí.
—¿Tan mal está todo? —dijo él sonriendo y tratando de darle ánimos.
—Sí —dijo ella solemnemente.
Ross se apoyó en el respaldo de su silla y la miró preocupado. Al mismo tiempo, no quería que ella se diera cuenta de su inquietud.
—¿Te mandó a buscar dinero otra vez?
Ella lo miró apenas antes de bajar la cabeza y continuó con los ojos fijos en sus manos.
—¿Hizo eso, Dorisse?
—Sí —contestó ella, casi sin voz.
—Ha llegado el momento de ponerle fin a todo esto, Dorisse —dijo él, apoyándose en cada palabra como para darles fuerza. Después ya no pudo ocultar su preocupación—. No podemos permitir que esto continúe. La situación es peligrosa. Tenemos que hacer algo. ¿Lo comprendes, verdad, Dorisse?
—No sé —replicó ella con un sentimiento de impotencia. Cerró los ojos y movió la cabeza, confusa—. Pero yo quiero ayudar a Noble.
—Supongo que no vale la pena que te diga otra vez, como no sé cuántas otras veces, que Nobby no merece ayuda de nadie… ni siquiera de ti, Dorisse. Nobby se ha convertido en un sujeto peligroso. Debería estar encerrado en alguna institución. Cuando un hombre se encuentra acorralado como él, ya no se puede saber lo que hará; y no importa quién sea responsable de su situación. Por eso te digo que es peligroso. No deberías volver con él, Dorisse.
Ella continuaba con los ojos cerrados y las lágrimas le corrían por sus mejillas.
—Déjame que te mande a alguna parte, Dorisse. Donde Nobby no te pueda encontrar para abusar de ti como lo hace ahora. Es la única manera que tienes de poder pensar tranquilamente cómo saldrás de esto. Mientras él esté cerca tuyo, continuará dominándote y abusándose de ti. ¿Me harás caso aunque solo sea esta vez? ¿Te irás en seguida?
Ella se cubrió la cara con las manos y permaneció sentada en silencio largo rato. Ya no lloraba cuando miró a Ross.
—No —dijo con calma—. No puedo irme y esconderme de Noble. Es mi marido. No sería justo, Ross.
—¿Ni siquiera por tu propia seguridad?
Ella negó con la cabeza.
—No, Ross. Voy a seguir intentando hasta el último minuto.
Ross se levantó y se paró junto a la ventana mirando la creciente oscuridad. El viento hacía rodar y girar a las hojas otoñales. Comenzaba a caer una fina niebla, y ya el negro asfalto relucía tocado por los rayos de luz de los faros de los automóviles. En la vereda de enfrente cerraban las oficinas y se apagaban las luces una por una. Sintió un ligero estremecimiento al bajar la cortina metálica de la ventana.
Luego se volvió, y en ese mismo momento la puerta se abrió y entró Nobby. Ross vio a Dorisse apretar nerviosamente los brazos de la silla. Nobby recorrió el cuarto con una mirada cargada de sospecha.
—Noble… —dijo Dorisse cohibida.
—Hola, Nobby —dijo Ross elevando la voz sobre la de su hermana—. Entra. —Señaló una silla—. Siéntate, Nobby.
—Me imaginé que estarías aquí —dijo Nobby, dirigiéndose a Dorisse e ignorando a Ross.
—Noble, tuve que hablar con Ross.
—Yo lo entendí de otra manera. ¿Qué te hizo pensar que tenías que venir a verlo?
Nobby enterró las manos en los bolsillos y miró a Ross con una sonrisa torcida.
—¿Se puede saber qué estás tramando contra mí? —preguntó agresivo—. Cuando ustedes dos se juntan es porque algo va a pasar. —Se volvió hacia Dorisse—. No quiero que te vuelvas a acercar a él después de esto. ¿Me oyes? Si algo quieres saber, me preguntas a mí. Yo soy el que te dice lo que tienes que hacer. No lo quiero ver a él entremetiéndose en mis asuntos.
Dorisse estaba por decir algo, pero se detuvo a tiempo.
—Nunca podrás ser más vivo que yo, picapleitos.
—Un momento, Nobby —dijo Ross—. Basta ya de hablarle así a mi hermana. No voy a permitir que sigas abusando de ella. Hay leyes que te vendrían muy bien a ti, y el Tribunal está muy cerca. Si te vuelvo a oír amenazarla con malos tratos te voy a dar una tan rápido que no sabrás qué fue lo que te golpeó. ¿Entendido?
—Con eso no me asustas. No temo a los picapleitos como tú, que abren un agujero en la pared y caminan con túnicas creyéndose Dios todopoderoso.
—No importa lo que pienses de mí, Nobby; pero recuerda que Dorisse es mi hermana. Eso significa que me ocuparé de que ni tú ni nadie la maltrate. Piénsalo un poco.
Nobby miró a Ross con el ceño fruncido y tomó a Dorisse por la muñeca. Ella miró a Ross por un instante, indecisa; pero cuando Ross le indicó con un gesto que lo siguiera, se levantó rápidamente y se paró a su lado. Nobby se rio en la cara de Ross.
—Espera, Dorisse —dijo Ross—. Quiero hablar con Nobby, no te vayas todavía.
—No tienes nada que decir que yo quiera escuchar, picapleitos —dijo Nobby con una sonrisa despectiva.
—Tal vez Dorisse quiera escuchar lo que tengo que decir.
—Ya has interferido más de lo que puedo aguantar. Vete a dar consejos a los idiotas que no saben nada mejor que escucharte, picapleitos.
—Dorisse, por favor, no te vayas —dijo Ross—. Arreglemos esta cuestión de una vez por todas.
Ella miró a su hermano como si fuera a quedarse, pero Nobby la empujó hacia la puerta. Dorisse salió de la oficina sin mirar hacia atrás. Nobby, con una carcajada insolente, la siguió, cerrando con un portazo que hizo temblar el edificio.
Durante todo el camino de vuelta a la casa, Nobby no le habló. Caminaron uno al lado del otro a través de la plaza y por la calle Mayor, pasando frente a la iglesia Presbiteriana. Mucho antes de llegar, Dorisse había quedado atrás y tenía que correr para alcanzar a Nobby.
En el vestíbulo las luces estaban encendidas; pero ella no vio ni al abuelo ni a su padre cuando lo atravesaron para entrar en su habitación. Nobby echó llave a la puerta y la guardó en el bolsillo del pantalón. Luego enfrentó a Dorisse, pálido de ira. Dorisse retrocedió.
—¡Creo que te dije que no te acercaras a ese hermano trapisondista que tienes! —le gritó—. ¿Qué estás tratando de hacerme… alguna trampa?
—Pero, Noble…
—¡Cállate! ¡Ahora hablo yo! ¿Qué están tramando ustedes contra mí? —Encendió un cigarrillo con manos temblorosas—. Yo sé que pasa algo. ¿Piensa acusarme de que no te mantengo? ¿O qué es? Si eso es lo que planean, más vale que lo olviden, y rápido, porque sabes muy bien lo que te haré si le permites intentar semejante maniobra. Le voy a romper la cabeza si se le ocurre hacer algo contra mí.
—Noble, fui a verlo para pedirle dinero para ti.
—¿Estás tratando de arreglarlo, no?
—Pero, Noble…
—¿Por qué le pides a él?
—Porque no sabía qué otra cosa hacer, Noble —contestó Dorisse dulcemente—. No había nadie más a quien pudiera pedirle. Tenía que ver a Ross. ¿No comprendes, Noble?
—Mientes.
—Sabes que siempre te digo la verdad.
Noble se reclinó contra los pies de la cama.
—Hay muchos otros lugares donde conseguir dinero en esta ciudad, y tú lo sabes.
—Por favor, Noble…
—¿Qué tramaban ustedes dos ahí?
—Nada, Noble. No tramaba nada contra ti.
—Mientes. Algo hacían.
—Ross habló de algo, pero yo no lo quise escuchar. Le dije que quería quedarme contigo.
—Es lo que yo pensaba. Es algo muy propio de un trapisondista como él. ¿De modo que una vez usaste la cabeza y no quisiste complicarte en sus sucios manejos?
—No quiero dejarte, Noble. Te quiero demasiado para hacerte eso.
—Él es como todos los abogados: un tramposo. Convencerían a su propia madre de que debe divorciarse si con eso ganaran algo. —Noble gritaba—. ¿Verdad o no?
Ella asintió, sin atreverse a hablar. Nobby se le acercó.
—¿Dónde está el dinero?
—No lo tengo, Noble.
—¡No lo tienes! ¿No conseguiste nada?
—Noble, no conseguí ningún dinero para ti. ¿No ves? Esperé a Ross casi una hora y él recién aparecía cuando tú llegaste. Por eso no le pude pedir. Iba a hacerlo, pero tuve miedo de pedirle mientras tú estabas allí. De veras, Noble.
—Tienes más excusas que un abogado bolsillos para guardar la plata que roba. Haces que cualquiera sospeche de ti. Estás mintiendo. ¡Y yo lo voy a saber!
Le arrancó la cartera de la mano y buscó el dinero. Después de tirar al suelo todo el contenido de la cartera, la arrojó a un lado. Entre las cosas que tiró al piso había una pequeña foto de ellos tomados del brazo. Ella quiso levantarla antes que él la pisara, pero tuvo miedo de moverse. Lentamente la fotografía fue desapareciendo ante sus ojos.
—¡No trataste de conseguir el dinero o lo escondes! —gritó—. ¡Crees que me puedes jugar sucio! ¡Yo te enseñaré!
Instantáneamente ella supo que le iba a pegar. Cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos. Nobby la abofeteó brutalmente con la mano abierta. Ella cayó pesadamente contra una silla. El golpe quemante la solivió. Por primera vez desde que se habían casado se sintió incapaz de soportar el castigo que él le infligía. Algo en ella se rebelaba contra la voluntad de soportar tanto la indignidad como el dolor. Abrió los ojos y lo miró por un instante. Nobby era otro hombre. De repente descubrió que no había razón alguna para que este extraño la atormentara y la humillara.
Se refugió tras la silla derribada.
—Noble, sentémonos para hablar de esto —le dijo con calma—. Quiero decirte qué es lo que creo que debemos hacer. Es importante, Noble.
—¡Cállate! Ya he escuchado todo lo que me vas a decir.
—Te hablo en serio, Noble —dijo sin cambiar la voz—. Esto es importante.
Fue hasta la cama y se sentó. Dorisse cerró los ojos por un momento y apretó las manos sobre la falda. Nobby se acercó.
—¿Por qué no sigues y dices algo? —preguntó—. Dijiste que estabas loca por hablar. Oigamos.
Ella lo miró y vio la sonrisa torcida y hosca que tan bien conocía. La embargó un sentimiento de infinita tristeza al comprobar que ya no lo amaba.
—¡Rápido! —dijo él, impaciente—. ¡Habla de una vez!
—Noble, ¡me voy!
La sonrisa desapareció de su rostro. Los ojos se le empequeñecieron.
—¿Qué? —preguntó. No podía creer lo que oía—. ¿Qué dijiste?
—Me voy, Noble.
Entre la mejilla y el ojo de Noble un músculo comenzó a contraerse.
—¡Al demonio te irás! ¿Quién te crees que eres?
—Estoy decidida. Nada me hará cambiar de parecer ya.
—¡Yo te lo voy a cambiar tan rápido que ni siquiera vas a saber quién te lo cambió!
Ella lo vio acercarse, pero esta vez no sintió deseos de suplicar. Cuando levantó la mano para pegarle, Dorisse saltó a un costado y corrió hacia la puerta. Llegaron a ella los dos al mismo tiempo, y él la hizo a un lado antes que tuviera tiempo de llamar al abuelo. Ella esperaba sentir el golpe de su mano en cualquier momento, pero él la volvió a empujar con tanta fuerza que tropezó y cayó sobre la silla.
—No puedes detenerme ahora, Noble —dijo Dorisse con tanta calma como pudo—. No puedo quedarme más contigo. Nada que hagas me hará cambiar de idea. Tengo que irme, Noble.
Noble palideció. Se mojó los labios secos con la lengua.
—¿Qué pasará conmigo si te vas? —dijo lentamente—. No puedes irte y dejarme. Tu viejo me echará a patadas en seguida. Déjame ir contigo, Dorisse. Conseguiré trabajo. Te lo juro.
Ella lo miró pero no pronunció palabra.
—No puedes irte y dejarme aquí, Dorisse —le dijo en tono suplicante—. ¿Qué será de mí? Conseguiré trabajo. Te juro que lo haré. ¿No me crees, Dorisse?
Dorisse se decía una y otra vez que, sucediera lo que sucediera, no iba a alterar su decisión. Él la miraba fijamente, pero ella no quería devolverle la mirada. Sabía que si él decía una palabra más, le iba a dar tanta lástima que le echaría los brazos al cuello para prometerle que no lo abandonaría nunca. Cerró los ojos y oró en silencio para que él no dijera nada.
Nobby miró a su alrededor. Ella había estado planchando un vestido aquella tarde y la plancha de hierro todavía estaba sobre la mesa en el rincón. En cuanto la vio, corrió a buscarla. Dorisse, al ver que se le aproximaba, trató de incorporarse; pero Nobby ya estaba a su lado. Cuando comprendió lo que estaba haciendo, Dorisse lanzó un grito con todas sus fuerzas.
El abuelo estaba golpeando la puerta con su pesado báculo de roble. Chism, que también había oído, vino corriendo desde el patio trasero para enterarse de lo qué pasaba. Él y el abuelo forzaron la cerradura y entraron en la habitación. Encontraron a Nobby de pie al lado de Dorisse. El abuelo lo golpeó con su pesado bastón mientras Chism le arrancaba la plancha de las manos. Ninguno de ellos comprendió bien lo que había pasado, hasta que Chism empujó a Nobby a través de la habitación. Fue entonces cuando el abuelo, balanceándose pesadamente, trató de apoyarse en la cama. Ante de que pudiera alcanzarla con la mano, cayó al suelo. Nobby había retrocedido hasta el ángulo de la habitación y estaba parado allí, con la espalda contra la pared. El abuelo no volvió a moverse.
—¡Nobby lo hizo! —gritó Chism señalando a Nobby con un dedo acusador—. ¡Yo lo vi! ¡La estaba golpeando con la plancha! ¡El abuelo también lo vio! ¿Verdad, abuelo? —Miró a su padre—. ¡Pa! —Se volvió, buscando a Ross—. Ross, está muerto…
—Me lo temía —dijo Ross, frotándose la cara con la mano—. Por eso me di prisa en venir. Debería haberlo hecho antes. —Miró a Jarvis—. ¡Jarvis, corre lo más rápido que puedas a lo de Ed Mitchell y telefonea al médico, a cualquier médico! ¡Dile que venga rápido! —En cuanto Jarvis salió, Ross se acercó al abuelo.
—Fue su corazón —dijo Chism—. Nobby no lo golpeó. Papá cayó muerto, nada más. Su corazón no pudo soportarlo.
Nobby estaba saliendo cautelosamente del rincón.
—No lo hice adrede —dijo temblando—. ¡Lo juro, por Dios, que no quise hacerlo, Ross! No sabía lo que hacía. No quería hacerle daño.
—Nunca supe qué hacer contigo, Nobby Hair —dijo Chism—, desde el día en que supe que no querías salir a cazar conmigo. Cuando te casaste con Dorisse, pensé que tendría alguien que me acompañara cada vez que yo quisiera. Si yo hubiera sabido antes que preferías jugar al billar a salir de caza, hubiera hecho que se casara con algún otro. Pero aún después de eso te pedí, no sé cuántas veces, que me acompañaras; y nunca quisiste hacerlo.
Nobby levantó una silla y la arrojó contra la ventana. Todavía estaban cayendo los trozos de vidrio cuando Nobby saltó por el hueco y echó a correr hasta perderse en la noche.
—¡Nobby se escapó, Ross! —dijo Chism, excitado, al tiempo que corría hacia la ventana.
—Lo encontrarán —contestó Ross a su padre—. Los sabuesos del sheriff lo encontrarán cuando llegue la mañana.
—Lo tiene merecido; que los perros lo persigan hasta el fin —dijo Chism.
Los dos sabían que el médico ya no podía hacer nada por el abuelo ni por Dorisse cuando llegara. Ross se sentó en la cama y se tapó la cara con una mano. Al rato Chism salió de la habitación, caminando pesadamente, y se fue al porche trasero. Se sentó en la oscuridad. Después de varios minutos oyó que un auto frenaba frente a la casa y que alguien entraba apresuradamente. Oyó al doctor y a Ross que hablaban en voz baja, pero no hizo ningún esfuerzo para oír lo que decían. Sentado en los escalones en la densa oscuridad, con la cabeza abatida sobre los brazos y los ojos cerrados, se sentía solo en el mundo.
Pasó un cuarto de hora antes de que Ross saliera al porche. Jarvis estaba con él.
—No digas nada, Ross —dijo Chism, sin cambiar de posición—. Ha sucedido lo peor. Podía haber sido peor si alguien hubiera tratado de averiguar cuánto daño podía hacerse a los Crockett. Dos de las muchachas escaparon de casa y Dorisse está muerta. Y papá se ha ido también.
Ross se sentó al lado de su padre.
—¿Qué vas a hacer, papá? —preguntó con voz serena.
Chism dijo que no sabía lo que iba a hacer.
—Jarvis vivirá conmigo de ahora en adelante —dijo.
Jarvis se acercó y se sentó junto a su padre.
—Papá trató de cargar con la culpa de todo lo sucedido —dijo Chism lentamente—, pero no era su culpa. El culpable soy yo. Esto de tener una familia era mucho para mí. Hubiera sido lo mismo con el pequeño negocio o con el empleo del gobierno que Dan Blalock me prometió. En realidad, yo nunca quise unirme a ellos; pero ellos me dijeron que más me valía hacerles caso y vender la chacra y mudarme a la ciudad, porque querían para sus mítines toda la gente que fuera posible reunir. Quisiera no haber conocido nunca a los del Klux. Ellos fueron mi ruina. Me parece que todo lo que me interesa en el mundo es salir de caza. Las únicas veces en mi vida que me he sentido feliz, fue cuando salí a cazar con los sabuesos. Algunos dirán que yo no tengo ambición; pero qué le voy a hacer si las cosas simples son las que más me gustan en la vida. Sé que debe haber mucha gente como yo; y demasiado avergonzado de su condición para admitirla, como yo. Esa fue siempre mi desgracia. Me avergonzaba ser lo que era. Yo sé que eso nos lleva muy lejos en un mundo como este, donde todos luchan para hacerse ricos o famosos o algo por el estilo. Pero ahora estoy orgulloso de lo que soy y no avergonzado de lo que no soy. Si hubiera comprendido esto veinte años atrás…
Palmeó a Jarvis en el brazo. Después, sin decir más, se agachó para atarse los zapatos, haciendo nudos, y silbó para que se acercaran los perros manchados. Liz, Rocky y Margie vinieron saltando del cobertizo, y Chism estiró el brazo para golpearlos afectuosamente antes de levantarse y salir al callejón.