CAPÍTULO VIII
La partida de dados detrás de la separación establecida por el tabique en el fondo del salón, se había desarrollado como de costumbre desde el atardecer. El sitio estaba desprovisto de muebles, con excepción de un alto taburete de madera de un metro y medio de alto y una larga mesa cubierta por un paño. Algunos calendarios de brillantes colores adornaban las paredes, ostentando fotografías de mujeres desnudas en poses tentadoras. Los únicos otros objetos que contenía el lugar eran una media docena de salivaderas esparcidas sobre el piso sin barrer, lleno de basuras. Los vidrios de las ventanas habían sido cubiertos con pintura blanca para impedir que los que transitaban por la callejuela pudieran mirar hacia adentro; y, como siempre, el aire sin ventilar olía a humo rancio de tabaco. La mayor parte de los presentes se encontraba junto a la mesa desde las cuatro; durante el resto de la tarde y el anochecer llegaban otros parroquianos que jugaban durante media hora o más. La puerta que unía el salón con el recinto destinado al billar se mantenía cerrada con llave, ya que solo los conocidos podían entrar allí.
Durante la última hora, Nobby había intentado, sin éxito, conseguir dinero prestado de cada uno de los que rodeaban la mesa, y Vince Wood, el inspector de la casa, que se encontraba encaramado en el alto taburete, ya le había hecho varias veces señas inequívocas con la cabeza. Una regla inquebrantable establecía que cuando un hombre quedaba sin dinero debía retirarse o lograr que se lo proporcionara un prestamista voluntario. Nobby sabía que iban a expulsarlo por la fuerza en cualquier momento si no se apresuraba a retirarse por propia iniciativa. También era posible que, si se demoraba mucho, Vince Wood le prohibiera la entrada cuando volviera, aun en el caso de que hubiera conseguido dinero para seguir jugando; y no quería correr ese riesgo. Había perdido cuarenta dólares de su propio peculio, o sea todo el dinero que poseía, incluyendo los cinco dólares de mascota que guardaba en el bolsillo del reloj y los veinte dólares que había pedido prestados a Ben Humphrey, temprano en la noche, en una desesperada tentativa de quebrar su racha de mala suerte. Luego de perder por su cuenta quince dólares, Ben se había negado a prestarle más dinero, retirándose para reanudar su vigilia nocturna en la empresa de pompas fúnebres. No había ningún otro alrededor de la mesa capaz de escuchar sus ruegos; de modo que Nobby se sentía malhumorado e iracundo. Escupió vengativo contra el suelo, mirando fijamente a Vince Wood con rencor y desafío. Vince no perdió tiempo en descender del taburete, pero Nobby giró sobre sus talones y salió del salón de dados antes de que Vince pudiera ponerle las manos encima. Nobby sabía que era mejor jugador de billar que tirador de dados; pero este juego lo fascinaba porque los dados permitían ganar dinero más rápidamente en mejores cantidades. Cada vez que obtenía una ganancia de diez o quince dólares apostando en las partidas de billar, se trasladaba invariablemente al otro lado del tabique con la convicción de que esta vez sí ganaría pilas de dinero. Cuando le tocaba tirar los dados, Vince lo observaba con mucha atención. En una ocasión lo había sorprendido haciendo trampas; Vince le había notificado que si volvía a hacerlo le prohibirían para siempre la entrada al salón de juego.
Después de abandonar la sala de juego, caminó lentamente calle arriba, con los puños crispados y sudorosos en los bolsillos, maldiciendo con odio, en voz baja, a Vince Wood por obligarlo a abandonar el local y maldiciendo también a todos los que le habían rehusado dinero. No valía la pena descender la calle para ir a la sala de recibo de la empresa de pompas fúnebres y tratar de convencer a Ben de que le proporcionara más dinero, porque este había manifestado en forma clara y terminante que no le prestaría un solo dólar hasta que no le devolviera los que ya le debía.
Nobby se detuvo en la esquina y, con los labios moviéndose espasmódicamente a medida que maldecía con voz gruesa y rabiosa, miró la entrada del cine, en la vereda de enfrente, que brillaba iluminada. Eran aproximadamente las nueve y la noche se hacía fresca. El cine no terminaría hasta las once o más tarde y pocas personas andaban por la calle. Estuvo parado en la esquina un rato, esperando que pasara alguien a quien pedir dinero; pero después de unos momentos volvió a maldecir y se puso nuevamente a marchar por la Calle Mayor.
Se detuvo frente al Café Rainbow, apoyó el rostro contra el vidrio frío de la ventana y, protegiéndose los ojos con ambas manos del brillo de la luz, trató de encontrar a Vickie. Divisó a Pauline, la otra camarera nocturna, que atendía a un cliente en el mostrador; y todavía buscaba a Vickie cuando Nick Dopolous se aproximó a la puerta y quedó observándolo, pero sin decir una palabra. Nobby se apartó de la ventana y lo maldijo. Nick permaneció en silencio; poco después Nobby escupió ostensiblemente sobre la acera y se puso en marcha, calle arriba.
No se le ocurría ningún otro lado donde ir, aunque recién eran las nueve; se apartó de la Calle Mayor y anduvo en dirección a su casa. Al pasar frente a la Iglesia Presbiteriana iba maldiciendo furiosamente a Vince Wood, Nick Dopolous, Ben Humphrey, y a todos los que recordaba.
Cuando entró en la casa, Jarvis y el abuelo Crockett, asombrados de verlo regresar a hora tan temprana, lo observaron como si se tratara de un desconocido. Nobby le mostró la lengua a Jarvis, haciéndole una mueca. Luego, olvidándose de ambos, marchó a su habitación y cerró la puerta con un fuerte portazo.
Jarvis corrió a la cocina para comunicar a Dorisse que Nobby había vuelto. Ella y Jane acababan de concluir el lavado de los platos y estaban de pie, charlando junto a la pileta. Jarvis le tironeó de un brazo para llamarle la atención.
—Nobby me hizo una mueca, hermana. También me sacó la lengua.
—¿De qué estás hablando, Jarvis? —dijo ella, mirándolo con sorpresa.
—Acaba de llegar —explicó Jarvis, señalando con el pulgar hacia el dormitorio—. Y da la impresión de estar muy rabioso.
—¿Estás seguro de que Noble ha vuelto, Jarvis?
—Claro que sí. Te digo que acabo de verlo. ¿Cómo podría saber, si no, que me hizo una mueca? Y además está furioso por algún motivo. Me di cuenta.
Dorisse dirigió una rápida mirada a Jane, mientras se secaba cuidadosamente las manos en la toalla; pero ninguna de las dos dijo una palabra. Luego salió apresuradamente de la cocina y se dirigió a su pieza.
Cuando abrió la puerta y entró, pudo ver a Nobby sentado en la cama. Estaba dándole la espalda, un poco inclinado hacia adelante, la cabeza entre las manos. Su sombrero se encontraba en el suelo, en el lugar que había caído luego de ser lanzado a través de la habitación.
Tuvo el impulso de correr hacia él, abrazarlo y decirle cuán contenta estaba de verlo; pero ignoraba el estado de ánimo de Nobby y no quería hacer nada que pudiera molestarlo. Dio algunos pasos y se detuvo al llegar al pie de la cama.
—Hola, Noble —murmuró, tratando de dominar su ansiedad. Esperó a que él se volviera; luego fue a sentarse a su lado en la cama—. No te esperaba tan temprano, Noble —agregó con cautela. Durante algunos minutos estudió la expresión de la cara de Nobby—. ¿Has comido, Noble? ¿Quieres que te prepare algo? Solo me llevaría un momento. Me gustaría prepararte algo, si es que quieres comer. —Aguardó, minuto tras minuto; pero él no abrió la boca—. ¿Pasa algo malo, Noble? —preguntó por fin, angustiada—. ¿Qué pasa, Noble? —suplicó ahora—. ¡Dímelo, por favor!
Él extrajo un cigarrillo y lo encendió nerviosamente. Ella esperó paciente, a su lado, con las manos fuertemente unidas sobre la falda. Nobby lanzó el fósforo apagado hacia el otro lado de la habitación.
—Necesito dinero —fueron sus primeras palabras.
Ella tuvo la tentación de decirle que tendría dinero si trabajara; pero sabía que era peligroso hablar de eso en aquel momento. En cambio, colocó una mano sobre su brazo y trató de que él la mirara. Nobby la apartó.
—Es necesario que consiga dinero. Necesito dinero —dijo—. No tengo ni siquiera una moneda. Estoy absolutamente limpio. Quiero dinero en seguida.
—Noble, sabes bien que te daría cualquier cosa que tuviera —repuso ella con ternura. Se inclinó, tratando de mirar rectamente a su cara—. Tú lo sabes, Noble.
—Si es así, dame dinero.
—Pero no tengo, Noble. Y carezco de toda manera de conseguir dinero, salvo que me lo des tú.
Nobby señaló con el pulgar, por encima de su hombro.
—Entonces, trata de conseguir algo de ellos.
—Ni el abuelo ni Jane tienen nada. Y papá no está, Noble.
Nobby rio para sí mismo.
—Diablos, no haría mucha diferencia el hecho de que estuviese. Si le pidiera un cigarrillo, tu padre ni siquiera me arrojaría humo en la cara. Para él no existo, desde que le dije que no tenía interés en andar tropezando toda la noche por ahí, en la oscuridad, mientras sus malditos perros cazan zarigüeyas. Desde entonces me tiene rencor. —Se levantó y anduvo unos pasos; volvió a la cama—. Esto no tiene nada de gracioso —dijo con aspereza—. Necesito dinero y lo necesito pronto. Ahora, haz algo por conseguirlo.
Dorisse se sentía temblar bajo su mirada despiadada. Estaba rígida, sentada en un costado de la cama, mientras los ojos inmóviles de Nobby parecían atravesarla cruelmente. Apretó con más fuerza sus manos entrelazadas.
—Muévete y haz algo —ordenó él—. No te quedes quieta como un tronco. Ocúpate del asunto.
Obedientemente, ella se puso de pie.
—¿Qué quieres decir, Noble? —preguntó en voz débil.
—Sabes qué quiero decir. Déjate de dilaciones. Necesito dinero e irás a buscarlo. ¿Está bastante claro para ti?
Ella meneó, suplicante, la cabeza.
—Pero, Noble, dónde…
—¿Dónde? Diablos, eso es cuestión tuya. No pretenderás que piense por ti.
—Pero es que no tengo la menor idea de dónde… —Se detuvo, conteniendo el aliento. Trató de adivinar qué era lo que Noble esperaba de ella—. Noble, ¿cómo…?
—¿Cómo se consigue el dinero? ¿De dónde crees que viene? ¿Cómo consigue dinero Vickie cuando lo necesita?
—Pero, Noble, no puedes decir eso. —Sacudió la cabeza, desamparada—. Noble, no puedes… Estás bromeando… debes estar bromeando, Noble.
—No bromeo cuando te digo que necesito dinero.
Ella se sintió momentáneamente aliviada. Trató de sonreír.
—Sabes que no podría hacer eso, Noble —dijo—. Estaba casi segura de que bromeabas.
—Tal vez creas eso; pero yo no, yo hablaba en serio. —La miró con dureza—: Te daré unas bofetadas si no te callas y haces lo que te ordeno.
—¡Pero, Noble, no querrás que salga a la calle a mendigar!
—¡No me importa cómo consigas el dinero! —gritó—. ¿Entiendes?
La tomó de un brazo y la empujó hacia la puerta.
—¿Harás lo que te digo o quieres que te dé unas bofetadas primero?
—Noble, por favor… —gritó ella, asustada.
—¡Cállate! —gritó él, dando un paso hacia adelante—. ¡Ya te he oído demasiados pretextos!
Volviendo la cabeza y sin mirarlo de nuevo, ella abrió la puerta y atravesó la casa. El abuelo la miró inquisitivamente mientras cruzaba el vestíbulo; pero ella no quiso dirigir sus ojos hacia él. Mientras marchaba por la calle trataba de no llorar; pero una vez que hubo perdido de vista la casa se sorprendió al comprobar que ya no deseaba hacerlo. Caminó por la calle arbolada hacia la ciudad, repitiéndose una y otra vez que Nobby no la obligaría a hacer una cosa semejante a menos que estuviera desesperado por el dinero. Se preguntó qué ocurriría si se volviera sin llevar el dinero; pero al imaginar la cólera de Nobby abandonó tales ideas.
Pasó frente a la Iglesia Presbiteriana y descendió por la Calle Mayor. Se cruzó con varios hombres desconocidos que se volvieron para mirarla con interés mientras se dirigía al café Rainbow. Le desagradaba pedir dinero a Vickie, pero sabía que era necesario recurrir a su hermana.
Vickie la vio entrar y sentarse al mostrador. Un momento después se sentó a su lado y le preguntó por qué había venido sola al centro a esas horas de la noche. Dorisse le explicó que necesitaba diez dólares de inmediato. Vickie la observó un instante y luego se echó a reír.
—No me engañas, Dorisse —dijo meneando la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—Nobby te mandó a buscarlos, ¿verdad?
Dorisse afirmó de mala gana, moviendo la cabeza.
—Sí —admitió.
—¿Qué ocurrió? ¿Perdió todo el dinero jugando a los dados?
—No sé, Vickie. No me lo dijo.
—Sé más sobre Nobby Hair que tú misma, Dorisse. Me dijo Nick que le vio hace media hora espiando por la ventana; pero desapareció cuando Nick se puso a observarlo.
—Nada tiene que ver una cosa con la otra —protestó Dorisse—. No me gusta que nadie hablé así de Noble.
—Sí, tiene que ver, Dorisse —repuso Vickie—. ¿Qué ha hecho por ti Nobby Hair, aparte de convertir tu vida en un infierno? ¿Por qué no lo abandonas, Dorisse? Deberías hacerlo antes de que ocurra algo terrible. Podrías marcharte, olvidarlo, y más adelante casarte con otro. Toda la ciudad sabe que no vale nada, que nunca podrá conseguir un trabajo decente, aun en el caso de que quisiera ganar dinero honradamente. Ya no podrás corregirlo, por más que te sacrifiques por él. Está demasiado corrompido para que nadie pueda ayudarlo. Déjalo, Dorisse, por tu propio bien. Sé lo que te digo. Nobby está absolutamente pervertido y te arrastrará también a ti si no te apartas de él a tiempo. Hazlo, por favor, Dorisse, antes de que ocurra algo terrible. No esperes a que sea demasiado tarde. Este es el momento de dejarlo. Si esperas, todo estará perdido. No te engañes por más tiempo.
—Pero es que continúo amándolo —repuso Dorisse, mirando francamente a los ojos de su hermana—. ¿No lo comprendes, Vickie? No sería capaz de hacer nada que hiriera a Noble mientras lo ame. Y supongo que lo amaré siempre, haga él lo que haga. Es mi esposo. Sé que, en ocasiones, Noble hace cosas horribles; pero igual lo amo. Será una persona del todo distinta en cuanto tengamos una casa para nosotros solos. Estoy segura de eso.
—Creo que lo amas de verdad —comentó Vickie con desánimo—. Solo amándolo es posible que toleres que te trate de esa manera. No cabe otra explicación.
Permanecieron un rato sentadas en silencio hasta que Nick se levantó de su asiento detrás de la caja registradora y se les acercó.
—¿Por qué están tan tristes, chicas?
—No se trata de nada de tu incumbencia —repuso Vickie, haciéndole señas que se alejara.
Nick las observó durante un momento.
—De todas maneras, Vickie, no podrás abandonar tu trabajo otra vez esta noche —le advirtió, amenazándola con un dedo y volviendo a la caja registradora—. Dice Pauline que tiene que trabajar demasiado cuando tú sales de paseo. No lo olvides, Vickie.
Dorisse aguardó a que Nick estuviera lo suficientemente lejos como para no oír sus palabras.
—No sé qué hacer, Vickie —dijo con desaliento—. Es absolutamente necesario que consiga diez dólares esta noche… ¡Absolutamente necesario!
—Yo haría una apuesta de diez dólares —contestó Vickie, mirando a su hermana.
—¿Qué quieres decir?
—Apuesto a que Nobby Hair fue a casa y te envió a la ciudad para que le consiguieras diez dólares. Y después, cuando le preguntaste cómo podrías lograrlos, te dijo que lo hiciera como pudieras. Es de esa calaña.
—Pero necesita el dinero. Y su intención no era mala.
—¿Te ordenó venir a la ciudad, verdad? —Observó cómo Dorisse apartaba la cabeza—. Ni siquiera tú, Dorisse, crees que sus intenciones no eran malas.
—Sea como fuere, quiero ayudarlo, Vickie. En un momento así necesita ayuda. Si tú estuvieras enamorada también harías todo lo posible.
—Si es así, que Dios te proteja —repuso Vickie, sacudiendo la cabeza.
Dicho esto se levantó y fue hacia la parte delantera del restaurante, donde Nick atendía la caja registradora. Le habló con fervor durante varios minutos y él la escuchaba negando con la cabeza, sin apartar la vista del diario que estaba leyendo. Finalmente Vickie logró convencerlo; abrió el cajón de la máquina, marcando el signo «No Venta» y le dio diez dólares. Ella colocó su firma sobre un papel y se acercó a Dorisse. Pauline, que había estado parada junto al extremo del mostrador, las observaba con una sonrisa sardónica.
—Nunca pensé que sería capaz de hacer esto por Nobby Hair —dijo Vickie al sentarse junto a Dorisse y darle el dinero—. Pero puedes decirle de mi parte que lo hice por ti; no por un tipo que manda a su mujer a la calle a conseguirle dinero.
—Gracias, Vickie —dijo Dorisse, agradecida.
Se levantó y salió rápidamente del restaurante, sin mirar a Nick al pasar a su lado. Caminó velozmente por la Calle Mayor, evitando las miradas audaces de los hombres parados en las esquinas; frente a la Iglesia Presbiteriana, iba corriendo con todas sus fuerzas.
Nobby estaba reclinado en la cama, fumando un cigarrillo, cuando ella abrió la puerta y entró en la habitación. Se detuvo durante un momento, mientras Nobby la observaba inquisitivamente. Luego corrió hacia la cama y se sentó a su lado. Le vio mirarla con el ceño fruncido hasta que ella abrió la mano y le dio el dinero. La cara de Nobby se iluminó instantáneamente. Tomó el billete con ambas manos, palpándolo, con una gran sonrisa de alegría. Echó una última mirada al dinero antes de meterlo en el bolsillo del reloj.
—No creí que fueras capaz de conseguirlo —dijo con una risita nerviosa—. No creí que tuvieras bastante coraje para hacerlo.
Dorisse no contestó; pensaba en lo que le había dicho Vickie en el restaurante.
—¿Cómo lo conseguiste, Dorisse? —preguntó después.
Ella trató de eludir la pregunta y bajó los ojos.
—¿Lo pediste prestado a alguien? —Ella no contestó—. ¿Qué te pasó? ¿Estás tratando de guardar el secreto?
Antes de que ella pudiera pensar una respuesta, Nobby se incorporó con impaciencia y se puso el sombrero. Se observó en el espejo y dobló el ala del sombrero sobre la frente. Cuando lo vio dirigirse hacia la puerta, tuvo el impulso de correr tras él y suplicarle que no se marchara; pero le era imposible moverse o hablar. Cuando Nobby llegó a la puerta, se volvió para mirarla.
—Muchísimas gracias. —Le oyó decir Dorisse—. La verdad es que me sacaste de un aprieto.
Salió de la habitación y cerró la puerta. Ella se sentó en el borde de la cama, aferrando con las manos la gruesa colcha, hasta que dejó de oírlo. Entonces se dejó caer de cara sobre el lecho.