Capítulo 7
—Ya sé que va contra tu naturaleza —le dijo Ethan a la mañana siguiente—. Pero, ¿me aseguras que te quedarás sentada en el coche? ¿Que no bajarás la ventanilla ni saldrás para nada?
—Claro —respondió ella encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no?
Ethan se obligó a apartar la vista de la joven hasta que hubiera recuperado el control.
Le estaba costando trabajo mantener aquel asunto en un plano absolutamente profesional. El baile de la noche anterior no había servido de gran ayuda. Lo había excitado tanto que estuvo a punto de aceptar la oferta que le había hecho antes.
—Si te ve alguno de los hombres de Crane te matará —le dijo con la voz más serena que pudo.
—Ya te he dicho que no voy a salir del coche, ¿de acuerdo? —gruñó Jenn—. No me moveré a menos que salga volando por los aires como la casa de Kessler.
—Y no utilices el revólver que te he dado á menos que estés absolutamente segura de que la persona a la que apuntas supone una verdadera amenaza. Esta sí está cargada.
—Que sí, que sí —respondió ella con impaciencia.
Jenn observó cómo Ethan Delaney desaparecía en el interior del restaurante y trató al instante de borrar de su memoria su modo de caminar. No debía sucumbir. Había demasiadas cosas en juego. Ahora lo tenía claro. Se trataba de una relación puramente profesional.
Y hablando de profesionalidad: Aquél era el plan más absurdo que había oído en su vida, pero tal vez funcionaría. Por mucho que le costara admitirlo, seguramente él haría que funcionara. Uno de sus compañeros de la Agencia Colby había conseguido colarse en la agenda informática de la otra Jennifer Ballard y había averiguado que aquel día había quedado para comer con un socio en aquel restaurante. Ethan se aseguraría de sentarse en la mesa de al lado y cuando ella se marchara él se llevaría algo de lo que hubiera utilizado durante la comida. Un tenedor serviría, le había dicho, pero sería mucho mejor un vaso.
De él podrían extraerse con facilidad huellas dactilares y muestras de ADN. A Jenn debería habérsele ocurrido, pero la idea era de Delaney.
Victoria Colby enviaría a alguien a recoger el vaso para llevarlo a analizar a un laboratorio especial que entregaría los resultados en un plazo máximo de cuarenta y ocho horas.
Entonces Jenn tendría su prueba y podría ir públicamente contra David y contra aquella mujer. Así terminaría por fin todo y ella podría volver a estar con su padre.
Estaba preocupadísima por él. Pero no había nada que pudiera hacer excepto esperar.
El elegante Mercedes de David se detuvo justo delante del lujoso restaurante. Jenn contuvo la respiración y se deslizó instintivamente, en el asiento. Aunque cuatro coches las separaban y el vehículo de Ethan tenía los cristales ahumados, nunca había estado tan cerca de aquella mujer.
Se abrió la puerta, pero Jenn no pudo ver nada hasta que salió la mujer. A pesar de haberse preparado mentalmente para aquello, Jenn gimió. La mujer era igual que ella. Exactamente igual. Y llevaba puesta su ropa.
—Mi traje favorito de Donna Karan — murmuró—. Zorra.
Y también los zapatos. Cielos. Aquella mujer era una réplica de ella de los pies a la cabeza.
Jenn se estremeció. Era como si alguien anduviera sobre su tumba. Y ni siquiera estaba muerta... Todavía.
Porque si David se salía con la suya, lo estaría pronto. Muy pronto.
Ethan vio cómo el maitre le mostraba a la doble su mesa. Un hombre al que Ethan no conocía la estaba esperando sonriendo de pie.
Cuando el maitre regresara, el detective le pediría la mesa de al lado y entonces comenzaría el juego de la espera. Sólo esperaba que Jenn cumpliera su palabra y se estuviera quieta. Por una vez.
Una hora más tarde, Ethan salió del restaurante con el vaso de la doble en el bolsillo de la chaqueta. Jenn lo estaba esperando en el coche, tal y como prometió que haría.
—Lo tengo —dijo con una sonrisa cuando se deslizó tras el volante—. Abre la bolsa de plástico.
—Ahora sólo tenemos que sacar mis huellas y hacerme un análisis de sangre —dijo ella exhalando un profundo suspiro de alivio mientras hacía lo que él le pedía—. Para compararlos con los archivos de Balphar.
—No te preocupes —la tranquilizó Ethan—. Ya encontraré la manera.
Jenn deseó que así fuera. Pero en aquel momento no se le ocurría la manera de que ninguno de los dos pudiera entrar en Balphar. Era un lugar demasiado protegido.
Seguramente David habría manipulado los datos de seguridad para que coincidieran con los de la otra mujer. La mujer a la que había contratado para que fingiera que era ella. Su esposa.
Ethan aparcó cerca de un coche blanco de alquiler. Estaba claro que el tipo al que Victoria había contratado para recoger el vaso que había que examinar ya había llegado. Victoria no le había dicho su nombre, pero Ethan conocía la contraseña.
—Tenemos compañía —dijo Jenn.
El detective la miró de soslayo. Parecía cansada, igual que él. Hasta aquel momento no había vuelto a hablar desde que salieron del restaurante. Ethan suponía que estaría preocupada por su padre y por lo que Crane le estaba haciendo a su empresa.
A él también le preocupaban aquellos asuntos, pero sobre todo le inquietaba ella.
Después de haberla visto bailar con aquellos movimientos sinuosos había abandonado toda esperanza de mantener bajo el fuego de la hoguera que ardía entre ellos. Podría considerarse afortunado si conseguía que pasara otra noche sin cometer ninguna estupidez.
—Es el tipo que ha enviado Victoria —la tranquilizó esforzándose por concentrarse en el caso.
—¿Estás seguro?
—Lo estaré en cuestión de minutos —respondió Ethan bajando del coche no sin antes sacar su arma—. Tú mantente detrás de mí.
Ethan recorrió la pequeña parcela que rodeaba la casa y la hilera de árboles. Nada.
No se escuchaba ningún ruido a excepción de los pasos que Jenn daba a trompicones a su espalda. ¿Cómo era posible que alguien que bailara con tanta delicadeza hiciera semejante ruido al pisar el suelo?
Cuando Ethan subió los escalones del porche, la puerta delantera se abrió hacia dentro. Él alzó instintivamente el arma hacia la figura que tenía delante. El hombre que estaba en el umbral reaccionó igual.
—¿Delaney?
—Este verano estamos teniendo muy buen tiempo —dijo Ethan.
Un brillo de complicidad asomó a los ojos del otro hombre.
—Pero no tan bueno como el del verano pasado.
Ethan bajó el arma y le entregó la bolsa de plástico que contenía la prueba y que llevaba en la mano izquierda.
—Misión cumplida.
—Bien —dijo el otro hombre, que era algo mayor que él, aceptando la bolsa y extendiendo la mano en gesto de saludo—. Soy Lucas Camp, un viejo amigo de Victoria.
—He oído hablar de ti —aseguró el detective con interés, estrechándole la mano—. Te presento a Jennifer Ballard.
—Encantada —dijo la joven mostrándole la mejor de sus sonrisas—. Puedes llamarme Jenn.
La joven observó a Lucas Camp con extrema curiosidad. Ni siquiera la pequeña cicatriz que tenía sobre el ojo derecho iba en detrimento de su atractivo. Se había presentado a sí mismo como un viejo amigo de Victoria Colby. Jenn no podía evitar preguntarse si habría algo entre aquel hombre maduro tan distinguido y la viuda Colby. Cielos, nunca en toda su vida había invertido tanto tiempo en pensar en el sexo. Miró de reojo a Ethan, su perdición. Tenía que ser culpa del detective. David nunca la había perturbado de aquella manera.
Y dudaba mucho que lo hubiera conseguido nunca.
Los hombres como Ethan Delaney eran una raza aparte.
Jenn se estremeció. Eran el tipo de hombres contra los que los padres advertían a sus hijas jovencitas.
Jovencita.
El hecho de recordar que Ethan la llamara así la hacía enfurecerse de nuevo.
La conversación continuó en la mesa del comedor. Jenn no pudo evitar pensar si la charla no sería una manera de ayudarla a relajarse antes de que Lucas hiciera lo que había irlo a hacer: Obtener de ella las muestras necesarias.
Lucas y Ethan hablaron de los tiempos de éste en el ejército. Ethan había estado en las Fuerzas Especiales y estaba especializado en la liberación de rehenes. Por mucho que le costara reconocerlo, sintió que su respeto por él crecía todavía más. Según el relato de Lucas, Ethan había entrado en numerosas ocasiones en territorio enemigo para salvar vidas sin pensar en su propia seguridad. Jenn supuso que sería muy bueno en su trabajo, pero no por eso le caía mejor. Podía respetarlo, confiar en él incluso sin necesidad de que le cayera realmente bien.
Confiar. ¿De verdad confiaba en Ethan Delaney? Su padre confiaba en Victoria Colby y ella confiaba en su padre. Jenn supuso que en cierta medida también lo hacía en Ethan, pero no más allá. No estaba muy segura de poder volver a confiar nunca más en nadie a nivel personal.
Lucas Camp abrió lo que parecía ser un maletín. Al parecer, estaba preparado para entrar en materia.
—¿Quieres que sea yo quien tome las muestras o prefieres que Ethan haga los honores? —le preguntó.
—Puedes hacerlo tú —se apresuró a responder ella.
Primero le tomó las huellas. No fue un proceso tan sucio como ella lo recordaba. A continuación le hurgó suavemente en la boca con una bastoncillo y después le extrajo un poco de sangre. Ethan se mantuvo misteriosamente desaparecido durante todo el proceso.
—Seguramente no necesitarán la sangre, pero ya que estoy aquí llevaré una muestra —
explicó Lucas con una sonrisa que era todo encanto.
—¿Dentro de cuánto estarán los resultados? —preguntó Ethan entrando en la habitación.
¿Por qué respondía su cuerpo al mero sonido de su voz? A Jenn no le gustaba la sensación de hormigueo que le provocaba. Quería seguir fingiendo que no le importaba.
—Cuarenta y ocho horas como máximo —le respondió Lucas—. Un avión alquilado me llevará de regreso a Washington. Me puedes enviar esta noche por fax las huellas y la secuencia de ADN. Estaré toda la noche disponible.
¿Huellas? ¿Secuencia de ADN? Los archivos de Balphar.
—¿Cómo piensas sacar esos archivos de Balphar? —le preguntó Jenn a Ethan, que le rehuía sospechosamente la mirada.
—Alguien se quedará contigo mientras yo voy esta noche a por ellos.
—De ninguna manera vas a ir sin mí —aseguró ella poniéndose bruscamente de pie.
—Es demasiado peligroso, Jennifer —respondió Ethan con firmeza—. Simon Ruhl te mantendrá a salvo hasta que yo llegue. Es bueno en lo que hace. Estarás segura con él.
—¿Y si te pillan? —quiso saber ella.
Ethan le sostuvo la mirada sin vacilar. Había tomado una decisión irrevocable.
—Entonces Simon se hará cargo del caso. En cualquier caso estarás a salvo.
Lucas Camp contemplaba aquella conversación con interés. Jenn lo aprovechó a su favor.
—Dile que está loco, Lucas. Es demasiado peligroso.
—Lo es, eso es cierto, pero...
—Es un lugar muy protegido —insistió Jenn poniéndose en jarras mientras sentía crecer su furia—. Nunca conseguirás entrar. Además, yo sé exactamente dónde están los archivos.
—Entonces hazme un mapa —contraatacó el detective—. No te necesito por el medio.
Jenn sintió otra oleada de rabia. Pero un recuerdo lejano ya casi olvidado le pintó una sonrisa en el rostro.
—Tú no vas a ir —le aseguró con firmeza—. Iré yo. Y no tendré que entrar a la fuerza.
Tengo acceso.
Ethan se puso de pie y se acercó hasta ella con expresión amenazante. Jenn nunca lo había visto así.
—El acceso que tuvieras antes habrá sido inutilizado —gruñó.
Jenn negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Estaba disfrutando del momento. Tenía un as en la manga y él no lo sabía.
—Tengo otra identificación.
—¿Cómo? —inquirió Ethan.
Lucas Camp se limitó a sonreír. Le divertía aquel enfrentamiento.
—Cuando estaba en la universidad me gustaba colarme en el laboratorio a deshora para trabajar en un proyecto secreto que estaba llevando a cabo.
Ethan se cruzó de brazos con gesto decisivo y esperó a que le contara algo más consistente.
—Pero el sistema de seguridad lleva un registro de todas las entradas y salidas. Un registro que mi padre leía cada mañana. Así que creé el perfil de una nueva empleada de mantenimiento.
Jenn alzó las cejas en gesto pícaro.
—Un empleado ficticio. Nunca llegué a borrarlo. Puedo entrar. Sin apuros.
—¿Qué tipo de controles tienen? —preguntó Lucas.
—Escáneres de la palma de la mano y la retina —intervino Ethan—. Sigue siendo demasiado arriesgado. No me importa no entrar por la puerta principal. Estoy encantado de hacerlo por la de atrás. Solo. Sobre todo ahora que Simon está disponible para echar una mano.
——Dile que yo tengo razón y él está equivocado —le pidió Jenn a Lucas Camp—. ¿Por qué hacerlo del modo más difícil?
—Ella tiene razón —reconoció Lucas arqueándole una ceja a Ethan.
El detective maldijo entre dientes. Estaba realmente enfadado.
—De acuerdo —dijo finalmente de malos modos—. Lo haremos a tu manera. Pero recuerda que no ha sido idea mía —concluyó mirando duramente a Jenn.
—Estaré esperando tu fax —se despidió Lucas agarrando el maletín que contenía las muestras.
Ethan salió a acompañarlo. Jenn no había observado hasta aquel momento que el hombre cojeaba ligeramente. Se preguntó a qué se debería.
Cuando Ethan regresó sus ojos oscuros se clavaron en ella como espadas.
—Será mejor que descanses un poco. Dentro de siete horas nos iremos.
—Estaré preparada —aseguró ella dedicándole la más exuberante de sus sonrisas.
A media noche, Ethan detuvo el coche en la cuesta que había a medio kilómetro de la puerta principal de Balphar. Aquello no le gustaba nada.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntó a Jenn por enésima vez.
—Completamente —respondió ella en la penumbra con una sonrisa.
Ambos iban vestidos con trenkas negras, jerséis oscuros de cuello vuelto, guantes negros, y botas y pantalones del mismo color. Ethan no quería arriesgar ni lo más mínimo. Si tenían que salir huyendo, estarían preparados. Linternas, un decodificador de seguridad electrónico y todo lo que fuera necesario. La mayoría de las cosas iban en la mochila que llevaría a la espalda.
—De acuerdo. Hagámoslo.
Se cambiaron de sitio para que Jenn ocupara el lugar del conductor en caso de que hubiera alguna cámara. Cuando llegaron a la puerta, ella salió del coche y colocó la mano en el escáner que había dentro de una taquilla pequeña con aspecto de cabina de teléfono. Jenn se inclinó hacia delante y se quedó muy quieta para el escáner de retina. Cinco segundos más tarde, la puerta se abrió.
Tres minutos después estaban en el interior del edificio. Llevaban puesta la capucha de la trenka para cubrir sus rostros al máximo sin obstruirles la visión mientras atravesaban las zonas vigiladas por cámaras.
Sin decir palabra, Jenn abrió camino hacia el archivador que estaba en el sótano.
Balphar tenía tres plantas subterráneas. Jenn le explicó en un susurro que las dos plantas inferiores se utilizaban para trabajar con virus extremadamente peligrosos o con sustancias tóxicas.
Ethan siguió observando atentamente a su alrededor mientras Jenn localizaba los archivos. El escáner de temperatura que había llevado consigo no mostraba signos de vida en los alrededores.
—Aquí está el archivo de seguridad de hace tres años, cuando me convertí en vicepresidenta primera.
Ethan colocó las hojas del archivo que necesitaba en una bolsa de pruebas que luego metió en la mochila. Después le devolvió la carpeta a Jenn.
Transcurrieron quince minutos hasta que ella encontró el archivo que contenía su secuencia de ADN procedente de aquel estudio realizado cuatro años atrás. Un estudio del que Crane no podía tener constancia, le había asegurado a Ethan. El detective colocó las páginas en la bolsa de plástico junto a sus huellas.
Jenn hizo amago de salir corriendo hacia el ascensor, pero él la detuvo.
—Tómatelo con calma —la advirtió en un susurro—. Estamos a punto de salir de aquí.
No querrás que nos descubran ahora... En algún lugar del edificio hay un guardia de seguridad nocturno. No podemos arriesgarnos. ¿Lo entiendes?
Ella asintió con la cabeza.
Ethan sintió entonces creer en él una nueva oleada de respeto. Aquella jovencita era mucho más valiente de lo que nunca hubiera imaginado. Y eso le hacía desearla más.
Suspiró. Ella frunció el ceño, interrogándolo con sus grandes ojos azules.
—Vamos —le dijo Ethan.
Con expresión todavía confundida, Jenn se dio la vuelta y lo guió hacia la salida.
El teléfono sonó suavemente.
David Crane se despertó de su sueño y lo descolgó. Se puso en alerta al instante. Una llamada a aquellas horas de la noche no podía significar nada bueno.
—¿Diga?
—Señor Crane, lamento llamarlo a estas horas.
Era Graham, el jefe de seguridad nocturno de Balphar.
—Ha hecho lo correcto —aseguró Crane aclarándose la garganta—. ¿Qué ha ocurrido?
—Usted nos pidió que si ocurría algo inusual en el edificio se lo comunicáramos personalmente.
Así es —dijo Crane sentándose y sintiendo una oleada de adrenalina.
—Una empleada de mantenimiento ha entrado en el edificio —explicó Graham—. No me hubiera sorprendido de no ser porque se trata de una empleada a la que no conozco.
Busqué su expediente y he visto que es bastante antiguo. Lleva tres años inactivo.
Una sonrisa lenta se dibujó en el rostro de Crane.
—¿Sigue todavía en el edificio?
—Sí, señor.
—Quiero que coloque un dispositivo de seguimiento en el vehículo en el que ha llegado. Hágalo ahora. No quiero que se marche sin él.
—Pero, señor, podría detenerla ahora. Está en el sótano. Puedo hacer que cuatro hombres bajen allí en treinta segundos.
—No —respondió David con sequedad. Con tanta sequedad que la mujer que dormía a su lado se quejó suavemente.
—No se acerquen a ella. Repito: No se acerquen a ella. No quiero ningún incidente en el edificio.
Ni tampoco quería que nadie se acercara lo bastante a Jenn como para hacerse preguntas.
—Haga exactamente lo que le he dicho. Si ese vehículo desaparece sin un rastreador le costará el empleo.
—Sí, señor.
David colgó el teléfono con suavidad.
—Ya te tengo —murmuró entre dientes—. Esta vez no te escaparás, cariño.
Luego apartó las sábanas y se levantó de la cama. Todavía estaba de mal humor por el fracaso del día anterior. Si sus hombres no eran capaces de orquestar una sencilla explosión a dos bandas, entonces tal vez tendría que pensar en jubilarlos.
Permanentemente.
Por la mañana tendría a aquella zorra exactamente donde quería verla. A dos metros bajo tierra. Crane se rió ante aquella idea. Se lo había puesto más difícil de lo que debió haber sido. Y cuando se hubiera asegurado de que tanto ella como su amigo estaban fuera de circulación, entonces ataría el último cabo.
Entró en la habitación de Austin Ballard con el sigilo de un ratón. Encendió la luz y se acercó a sentarse en la cama del anciano agonizante.
David se inclinó para asegurarse de que todavía respiraba. El anciano gimió y abrió los ojos. Tardó unos instantes en centrar la mirada, y entonces el miedo se abrió paso en aquellas profundidades azul pálido.
—Pronto —le advirtió David—. Muy pronto terminará tu agonía. Y entonces yo tendré todo lo que siempre te ha importado.
Austin Ballard gimió con desesperación. Por sus ojos resbalaron las lágrimas. A pesar de su incapacidad para levantar la cabeza de la almohada, era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
David le palmeó el brazo cuando el anciano levantó una mano temblorosa hacia él.
—No te preocupes —dijo con sonrisa amenazadora—. También me ocuparé de ella.
Al regresar a su habitación, David hizo una última llamada antes de meterse en la cama.
—¿Los tienes?
Al otro lado de la línea, una voz respondió afirmativamente.
—Bien. Si viven para ver otro día, entonces serás tú quien no lo vea.