Capítulo 5

—Me ha robado toda mi vida —murmuró Jenn mientras miraba la portada del Chicago Tribune un poco más tarde aquella mañana.

Una foto de David y la impostora ocupaba la primera página. El titular rezaba: La hija del magnate farmacéutico se casa con un pionero de la investigación en una ceremonia privada.

El mundo entero pensaba que la mujer de la portada era Jenn pero no lo era.

—¿Por qué querría Crane llegar tan lejos? —quiso saber Delaney, que había comprado el periódico de regreso a la cabaña—. Tienes que reconocer que resulta difícil de entender.

Seguía sin creerla.

—Te estoy diciendo que mató a Russ porque sabía que algo no iba bien en el proyecto Kessler. El tío Russ me lo advirtió antes de morir, y por eso yo también estoy ahora en el punto de mira de David. Si ha asesinado a un hombre a sangre fría, esto le resultará pan comido —aseguró mostrándole a Ethan el periódico.

—De acuerdo. Imaginemos por un momento que hubiera ideado todo este montaje para disimular tu ausencia después de matarte —dijo Ethan dejando el periódico a un lado—. ¿Con qué objeto? Crane ya estaba al frente del proyecto Kessler. Y si esconde algo, ¿de qué se trata? ¿Cuál es exactamente el problema que tiene el proyecto Kessler? —preguntó mientras se servía una segunda taza de café—. Necesitamos algo más que meras sospechas.

Jenn se dejó caer en una silla de la cocina y clavó la mirada en su taza, que seguía intacta. Toda aquella situación resultaba absurda. Estaba atrapada en el bosque mientas otra mujer vivía su vida.

—No tengo todas las respuestas. Lo único que puedo pensar es que quiere hacerse con el control de toda la empresa. Sabía que una vez estuviéramos casados yo me haría a un lado porque prefiero la investigación a la dirección. Pero Russ arruinó ese plan

—aseguró encogiéndose de hombros—. No tuvo tiempo de decirme nada concreto respecto al proyecto Kessler antes de morir. Pero me advirtió que algo no iba bien y que David había mentido.

Jenn cerró los ojos para tratar de apartar de su mente el horror de su rostro... toda aquella sangre... Las manchas rojas en su vestido de novia... Soltó una carcajada amarga.

—Lo más patético de todo es que seguramente yo habría seguido confiando en David a pesar de las palabras de Russ... Si no hubiera escuchado con mis propios oídos cómo le ordenaba a aquel hombre que me matara. Así de ciega estaba.

—¿Cómo podemos averiguar cuál es el fallo del proyecto Kessler? —preguntó Delaney sentándose a la mesa con la taza de café en la mano—. ¿Hay algún modo de acceder a los archivos de Balphar desde fuera?

—Todo está protegido —aseguró ella negando con la cabeza—. No se puede entrar en ellos. Y aunque alguien lo consiguiera, el sistema de seguridad informático es impenetrable.

—Ningún sistema es impenetrable —la desafió Delaney mirándola con sus ojos oscuros por encima del borde de la taza.

Jenn se levantó de la silla y comenzó a andar. No le gustaba que la mirara así, como si tratara de ver dentro de su cabeza.

—Bueno —contestó ella con impaciencia—, ya que aquí no vive ningún pirata informático para ayudarnos por esa vía, tendremos que esperar a la medianoche para entrar por la puerta principal. Tengo que conseguir una prueba irrefutable de que yo soy Jennifer Ballard.

—Eso es un poco arriesgado, ¿no te parece? —respondió Delaney dejando la taza sobre la mesa con gesto firme—. Sobre todo para alguien que unas horas atrás ni siquiera quería acercarse al lugar.

—No veo otra solución —contestó Jenn tragando saliva para superar el miedo que le atenazaba la garganta—. Es mi única esperanza. Cada minuto que perdemos es tiempo que no pasaré al lado de mi padre. Tenemos que entrar —repitió con rotundidad.

—¿Y qué me dices de Kessler? ¿Él hablará?

—No lo sé —contestó Jenn frunciendo el ceño.

La joven se apoyó en la encimera y miró a través de la ventana.

—Conmigo tal vez no. Cuando se fue de Balphar no lo hizo de forma amistosa. Culpa a mi padre de haber permitido que David se hiciera cargo del proyecto. Si sabe algo importante no creo que quiera compartirlo conmigo.

Delaney se puso de pie y se acercó a ella. Jenn no pudo evitar fijarse una vez más en su cuerpo. Trató de no observar con tanto detenimiento el modo en que se movía, pero no podía evitarlo. Lo hacía con gracia y de manera fluida para ser un hombre tan grande.

—Vale la pena intentarlo —dijo entonces el detective deteniéndose a unos pasos de ella e inclinándose sobre la encimera para estar a la altura de sus ojos—. Me sorprendería que Crane, si realmente está detrás de esto, se hubiera dejado ese cabo suelto.

Jenn sintió cómo su rostro palidecía. No había pensado en eso. Si David estaba tratando de no dejar cabos sueltos, tal como había hecho con Russ, entonces Kessler podría ser el siguiente. Tal vez ya estuviera muerto. Era la única prueba que tenía en el exterior. Tenía que llegar hasta él antes de que lo hiciera David.

—Si nos vamos ahora mismo podremos estar en su casa antes de comer —dijo mirando el reloj digital del microondas.

Delaney le bloqueó la salida cuando intentó moverse.

—Hay otra cosa de la que tenemos que hablar antes —dijo.

Ella alzó la vista para mirarlo. Cielos, qué alto era. Y sus hombros parecían no tener fin.

—No tenemos tiempo para hablar.

—¿Qué me dices de la mujer, Jenn? —le preguntó el detective sin moverse—. Me estás pidiendo que crea tu palabra y asuma que tú eres Jennifer Ballard y la mujer que vi saliendo de la mansión Ballard una impostora. Comprenderás que no es fácil.

Así que aquella era la razón por la que el detective no había sacado el tema cuando dejaron su casa. Había decidido que la impostora era ella y quería esperar a tenerla de nuevo encerrada antes de plantearle la idea.

—Olvídalo, Delaney —le espetó furiosa—. Iré yo sola a ver a Kessler. No debería haber llamado a la Agencia Colby.

Trató de apartarse de él, pero el detective la agarró con dedos fuertes y firmes.

—No irás a ninguna parte sin mí —dijo con voz pausada—. Si de verdad crees que tu vida corre peligro, entonces no creo que salir sola sea un movimiento inteligente.

Muy a su pesar, Jenn tenía que reconocer que estaba en lo cierto. No tenía ni dinero ni medio de transporte. ¿Qué podría hacer ella sola?

—No puedo demostrar quién soy. ¿Qué es lo que quieres de mí? —le preguntó con los ojos vidriosos, luchando contra las ganas de llorar—. Podría contarte toda mi infancia, pero, ¿qué probaría eso? La única persona que puede corroborar mi historia apenas es capaz de comunicarse.

Cielos, cómo deseaba volver a casa. Sentarse al lado de la cama de su padre y ayudarlo a recuperar la salud.

—No estoy diciendo que no te crea. Estoy planteándome este asunto como lo haría la policía. Seguramente Crane habrá considerado la posibilidad de que acudieras a las autoridades. Puede argumentar que eres una antigua empleada resentida que casualmente se parece a su esposa.

Ethan la soltó en aquel momento, como si acabara de darse cuenta de que la tenía sujeta.

—Qué demonios, podría decir incluso que eres una pariente lejana en busca de venganza o que quiere hacerse con la fortuna de los Ballard.

Ella alzó los ojos azules húmedos para mirarlo.

—Piensa —la urgió el detective—. ¿Hay alguna posibilidad de que la conozcas? ¿Podría ser algún familiar?

Jenn negó con la cabeza. Se sentía confusa y agotada. Lo único que quería era irse a casa y olvidar todo aquello.

—Nunca la había visto antes. Tiene que tratarse de algún truco. Cirugía plástica o algo así.

—Una cosa más —añadió Ethan con dulzura, una dulzura inusitada que la pilló completamente por sorpresa—. ¿Hay alguna posibilidad de que tu padre tuviera algo que ver con lo que Kessler consideraba equivocado en su proyecto?

—¡No! —respondió ella al instante, ofendida—. Mi padre y yo somos las víctimas aquí.

¿Qué tengo que hacer para que te entre en la cabeza? Si no estás aquí para ayudarme,

¿por qué no me dejas donde me encontraste y dejas de fingir que mis problemas te interesan?

Estaba temblando, y eso le daba más rabia todavía que llorar. No quería parecer débil. Tenía que ser fuerte. Volver a ver a su padre dependía de lo que hiciera en aquel momento.

—De acuerdo —dijo finalmente Ethan—. Por el momento daremos por hecho que todo lo que has dicho es cierto. Ahora tenemos que demostrarlo.

—Tenemos que llegar a Kessler antes de que lo haga David —contestó Jenn—. No hay tiempo para discutir.

—Ni yo mismo lo habría dicho más claro.

El detective salió de la cocina. Para preparar las cosas, pensó Jenn sacudiendo la cabeza. ¿Habría conseguido empezar a convencerlo? ¿O sencillamente querría dejar de oírla? Seguramente se trataría de la segunda opción.

Una cosa era segura: Sobre ella recaía el peso de conseguir las pruebas.

—La siguiente a la derecha.

Ethan giró y miró de reojo a su copiloto. Había permanecido callada la mayor parte del viaje. Eso le preocupaba. Si no hablaba significaba que estaba pensando. Y

viniendo de ella aquello era sinónimo de problemas.

Los segundos que había mirado por los prismáticos aquella mañana cuando la otra mujer salió de casa de los Ballard se repitieron de nuevo en su mente. Aquella mujer se parecía a Jennifer Ballard: Era su copia exacta, al menos en apariencia. El peso, la altura, incluso los gestos eran los mismos. Era como mirar a una gemela idéntica.

Pero Jennifer Ballard no tenía hermanas ni era adoptada. Aquella mujer tendría que haber pasado por un quirófano para parecerse a la auténtica Jennifer. Podría haber visto vídeos o incluso observado a la joven para copiarle los gestos. Un tinte de pelo y lentillas de color azul explicarían el resto.

Pero eso supondría dar por hecho que la mujer que estaba sentada a su lado en el coche era la auténtica Jennifer Ballard.

—Aquí es —anunció ella con entusiasmo—. Ahí está su coche —dijo señalando un sedán gris aparcado a la entrada—. Sólo espero que quiera hablar con nosotros.

Ethan aparcó a unos metros del otro vehículo. No habían considerado la posibilidad de que Kessler se mostrara violento.

—Voy a acercarme yo primero a la puerta para comprobar que todo está bien. Tú quédate.

Ella hizo amago de protestar, como parecía ser su naturaleza. Pero se lo pensó mejor al sentir la mirada glacial que le dedicó el detective.

—¿Sabes si tiene armas de fuego en casa? —preguntó Ethan mientras se bajaba.

—Que yo sepa no —respondió Jenn encogiéndose de hombros—. Ni siquiera creo que supiera cómo utilizarlas.

Aquella afirmación no le sirvió de consuelo a Ethan. El hombre podía haber cambiado mucho el último año, sobre todo teniendo en cuenta su polémica con Balphar.

Mientras avanzaba lentamente hacia la puerta de entrada, Ethan observó la parcela vacía en busca de algún rastro de un inesperado comité de bienvenida. Nada. La casa estaba bastante alejada del camino de entrada. Era una construcción clásica de dos plantas pintada de blanco con las contraventanas verdes. Había un garaje adyacente de aspecto más moderno y otra construcción más grande y todavía más reciente que el garaje. Dado que Kessler era un científico, Ethan supuso que se trataría de su laboratorio. Una idea que se veía reforzada por el panel de seguridad de alta tecnología que tenía en la pared y del que carecía la casa. También era significativa la ausencia de ventanas.

El sol de mediodía calentaba con inusual fuerza. Ethan sintió que la frente se le perlaba de sudor. La gravilla crujía bajo las suelas de sus botas. Cuando alcanzó los escalones de madera que llevaban al porche, se detuvo y escuchó atentamente los sonidos que pudieran proceder del interior de la casa. La puerta delantera estaba abierta y resguardada únicamente por una tela metálica oscura que daba a entender que su dueño se había tomado la molestia de preservar su intimidad.

Cuando Ethan levantó el pie derecho para subir el primer escalón, sintió el inconfundible sonido del seguro de una pistola al desengancharse. El detective se quedó paralizado.

—Esto es propiedad privada.

Ethan miró a través de la tela metálica pero sólo pudo percibir una vaga sombra detrás de ella. La voz que había escuchado era inconfundiblemente masculina y pertenecería seguramente a un hombre mayor. Con un poco de suerte, se trataría de Kessler.

—Me llamo Ethan Delaney. Trabajo para la Agencia Colby. Me gustaría hablar con usted. Es importante.

—Saque su identificación y manténgala abierta de modo que yo pueda verla. Luego quiero que levante las manos.

—La tengo dentro de la chaqueta. Tengo que...

—¡Quítese la chaqueta!

Ethan percibió la ansiedad en el tono de voz del hombre. Lo que menos le apetecía del mundo era tener a un científico asustado apuntándole a la cabeza con una pistola.

—No hay problema —lo tranquilizó el detective—. Pero primero tengo que saber si es usted Lawrence Kessler.

—Eso depende.

Ethan se lo tomó como un sí. Se quitó despacio la chaqueta y la colocó en los escalones. Luego rebuscó en el bolsillo interior y sacó la identificación.

—Sé que tiene un arma —señaló Kessler—. Déjela también donde yo pueda verla.

—Claro. Tranquilo, amigo —respondió el detective sacándose la pistola de la cintura y colocándola sobre la cazadora.

Tenía la esperanza de que el anciano no fuera lo suficientemente avispado como para pensar en la funda de pistola que llevaba en el bolsillo.

—¿Está todo bien ya?

En aquel momento se abrió la tela metálica y un hombre mayor salió al porche con una pistola del calibre doce en la mano. Miró el carné de Ethan sin levantar la vista hacia su rostro.

—¿Qué quiere de mí la Agencia Colby? —preguntó Kessler malhumorado.

—Sólo quiero hacerle un par de preguntas —se explicó Ethan—. No se preocupe, no trabajo para Balphar.

Sobresaltado al escuchar aquel nombre, Kessler pareció todavía menos convencido de considerar al detective un amigo.

—Tiene un minuto para convencerme de que no le dispare —le advirtió el anciano.

Antes de que Ethan pudiera darle más explicaciones, se abrió la puerta de su coche y Kessler miró hacia allí. Jennifer se dirigía hacia la casa.

Ethan maldijo entre dientes.

—Así que no trabaja para Balphar, ¿verdad? —gruñó el anciano—. ¡No se acerque ni un milímetro más! —le advirtió a la joven—. No tengo nada que decirle.

—Mire. Dénos una oportunidad de explicarnos —le pidió Ethan con voz pausada.

—¡He dicho que no se acerque más! —le gritó el científico a Jennifer.

—Haz lo que te dije —gruño Ethan.

Para su alivio, la joven se detuvo... Para hacer algo todavía peor.

—Doctor Kessler, sé que hay un problema con el Cellneu. Necesito que me diga de qué se trata —le gritó en tono casi acusador.

Ethan volvió a maldecir. Sería un milagro que no los mataran a los dos por culpa de ella.

—No fue culpa mía —gritó Kessler con un nuevo tono de tensión en la voz—. Intenté decírselo, pero ellos no me escucharon. Ballard decidió creer a Crane antes que a mí.

Se merece lo que le pase, sea lo que sea.

—Dentro de dos semanas comenzarán a probarlo con grupos humanos —le dijo Jennifer con voz temblorosa—. Está previsto que el Ministerio de Sanidad apruebe el Cellneu antes de fin de año.

—Están locos —murmuró Kessler—. Yo ya no soy el responsable. Hice todo lo que pude para detener esto. Tengo una hija en Colorado. No arriesgaré su vida ni la de su familia. No me pidan que haga eso.

—¿Le ha amenazado alguien, doctor Kessler? —le preguntó Ethan.

—No, claramente no —contestó el anciano soltando una carcajada amarga sin asomo de humor—. Pero he entendido perfectamente el mensaje.

—Necesito su ayuda, doctor Kessler —le pidió Jennifer, que para entonces se había colocado al lado de Ethan—. Sé que mi padre cometió un error. Ahora me pregunto si no habrá sido debido a su enfermedad. Su salud se ha deteriorado muy deprisa el último año. Todavía no sabemos exactamente de qué se trata, pero puede haber afectado a su juicio. Tal ver por eso tomó partido por David en lugar de por usted.

Kessler sopesó sus palabras. Entonces bajó el arma que sujetaba con tanta fuerza.

—La gente morirá si siguen adelante con el Cellneu.

—Díganos cómo detenerlos —le urgió Jennifer.

—Tenemos que tener pruebas —intervino Ethan—. Si detenemos al responsable de esto su familia estará a salvo. Ahora mismo no lo están, ni tampoco usted.

—El responsable es Crane —aseguró el científico—. No lo dude. Está hambriento de dinero y de poder. Lo demás no le importa. Es un codicioso malnacido.

Ethan sintió una punzada de culpabilidad.

—Te lo dije —se apresuró a señalar Jennifer mirándolo—. ¿Cuándo empezarás a creerme?

—Si pudiéramos entrar un instante para hablar del asunto —dijo el detective girándose hacia Kessler—, su ayuda podría ser fundamental para resolver el caso.

—De acuerdo —cedió el anciano exhalando un suspiro y sujetando la tela metálica—.

Entren.

Ethan siguió a Jennifer por el salón en penumbra. Las cortinas estaban completamente echadas. Kessler dejó la pistola en un rincón y encendió la lámpara que había sobre una mesita. Después les hizo un gesto con la mano indicándoles el sofá para que se sentaran.

—El Cellneu parece completamente seguro al principio —dijo sin más preámbulos—. Y

los resultados son impresionantes. Pero provoca cambios irreversibles en ciertas células.

—Alteraciones genéticas —murmuró Jennifer con gesto grave—. Cielos, ¿cómo no nos dimos cuenta?

—En un principio pasa desapercibido —explicó Kessler negando con la cabeza—. Las células mutadas permanecen dormidas durante meses. Por eso se nos pasó. Cuando yo lo descubrí intenté detener el proyecto, pero nadie quiso escucharme. Crane insistió en que la incidencia sería mínima. Que lo bueno superaría con creces la parte negativa.

—¿Qué ocurre cuando esas células se despiertan? —preguntó Ethan mirando alternativamente a ambos científicos.

—Que destruyen todo a su paso —respondió Kessler—. La muerte es inevitable.

—Si David se sale con la suya, el medicamento se pondrá a disposición de miles de personas —dijo Jennifer dirigiéndose directamente a Ethan—. Imagina cuántas morirán.

—¿Es posible que Crane tenga razón respecto a la baja incidencia? —reflexionó el detective.

Tenía que asegurarse. Los cargos contra Crane eran muy graves. El hombre al que Ethan recordaba soñaba con salvar el mundo. Había compartido con él aquel sueño durante aquellas setenta y dos horas de infierno.

—La incidencia de muertes será mucho mayor que la de supervivientes. Crane lo sabe.

Algo en los ojos del anciano le hizo ver a Ethan que estaba diciendo la verdad. El detective sintió un nudo en la garganta y posó la vista sobre Jennifer. Los ojos de la joven reflejaban la misma tristeza que los de Kessler.

¿Habría ordenado Crane con tanta crueldad la muerte de la mujer a la que supuestamente amaba y con la que se iba a casar? ¿Una mujer tan joven y tan ingenua, tan poco habituada al mundo real? La habían protegido durante toda su vida, y todo para recibir un despertar que nadie merecía.

La espantosa realidad atravesó la mente de Ethan como si fuera un jet cruzando la barrera del sonido.

Aquel parecido... ¿De dónde la habría sacado Crane? ¿Cuánto tiempo llevaba planeándolo? Por lo que Ethan sabía, Crane pretendía casarse con Jennifer Ballard. El súbito cambio de actitud de Russ Gardner o su descubrimiento había sido lo único que se lo impidió. La doble debía ser una alternativa, el plan B para el caso de que las cosas se torcieran. Y sin embargo...

—Necesitamos una prueba —les recordó el detective a ambos científicos.

—¿Cómo puedes seguir sin estar convencido? —exclamó Jennifer mirándolo con desolación—. ¿Acaso no has oído suficiente? La gente morirá.

—Si no hay pruebas tenemos las manos atadas —respondió Ethan sosteniéndole la mirada—. Lo sabes tan bien como yo. No se puede acabar con un tipo como Crane sólo por un rumor. Sobre todo si procede de un antiguo empleado que tal vez sólo quiera venganza.

—De acuerdo —murmuró la joven con rabia—. ¿Conserva algún archivo de sus investigaciones? —preguntó girándose hacia Kessler.

—Siempre he creído en las ventajas de cubrirse las espaldas —respondió el anciano sonriendo—. Lo tengo todo escondido en el laboratorio. Les traeré el archivo. Esperen aquí. No permito visitas en mi laboratorio.

—Gracias por ayudarnos, doctor Kessler — dijo Jennifer acercándose a él.

El anciano asintió con la cabeza y salió por la puerta.

—Supongo que ahora me crees —le dijo la joven al detective antes de recorrer nerviosa el salón.

Ethan también se puso de pie. Había algo que lo inquietaba. Algo que no sabía definir. No dudaba de la palabra de Kessler. Qué demonios, a aquellas alturas tampoco dudaba de la de su cliente. Pero algo no encajaba. Se trataba de aquella sensación extraña que siempre lo invadía cuando las cosas se iban a poner todavía peor.

En aquel momento, el sonido de una explosión lo arrancó de sus pensamientos.

—¿Qué ha sido eso?

Jennifer se agarró a él como una lapa. Estaba aterrorizada.

—Quédate detrás de mí —exclamó Ethan dirigiéndose a la puerta.

Por primera vez desde que la encontró en aquella sórdida habitación de motel, ella le obedeció sin rechistar. Se le colgó del brazo y, a juzgar por la fuerza con que lo agarraba, parecía decidida a no soltarlo. Fuera olía a desastre. El laboratorio estaba envuelto en llamas y humo.

—¡Entra en el coche! —le ordenó Ethan.

Tenía que intentar salvar a Kessler. Ella estaría más segura en el coche.

Salió corriendo hacia el edificio en llamas. Jennifer se quedó paralizada, incapaz de moverse mientras lo veía golpear con el hombro la que parecía ser la única entrada al laboratorio. Estaba tratando de abrirse camino... al interior de un edificio que ya estaba perdido. Si entraba...

—¡Ethan! —gritó corriendo hacia él.

La puerta había cedido. Ethan estaba dentro. Ella sintió que el corazón le latía a toda prisa.

—¡Ethan! volvió a gritar.

No veía nada. Una gruesa capa de humo lo cubría todo. Tenía que hacer algo. ¿Y si se intoxicaba con el humo? ¿Y si no conseguía encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde? Tenía que entrar. No podía seguir esperando.

Cuando se disponía a entrar en el laboratorio, Ethan salió por la puerta con el doctor Kessler al hombro.

—¿Está vivo? —preguntó ayudándole a dejarlo en el suelo.

—Casi. ¡Entra y llama a urgencias!

Ethan tenía el rostro y las ropas negros por el humo. Respiraba con dificultad y no paraba de toser. Jennifer sintió un nudo en el estómago. Él también necesitaría asistencia médica.

Ayuda. Tenía que conseguir ayuda. Cuando estaba a medio camino de la casa otra explosión provocó que la tierra temblara bajo sus pies. Una fuerza invisible la tiró hacia atrás. El rostro de Ethan flotaba delante de sus ojos.

Trató de hablar, pero la oscuridad la engulló.