Capítulo 14

Hacia medianoche, Mitch estaba descansando cómodamente. Alex lo observaba dormir, inmensamente agradecida de que su diagnóstico fuera tan bueno. Sus heridas eran menores comparadas con lo que podían haber sido. El golpe de la cabeza sólo era una contusión de mediana importancia. Los análisis de tomografía no habían revelado ninguna lesión grave.

Cerró los ojos y suspiró. Se sentía tan cansada y aliviada a la vez... Aunque todavía no había recuperado completamente la memoria, retazos de aquí y allá empezaban a encajar en un todo. Ahora recordaba que la tarde anterior al asesinato de Miller había conocido a Roy y a los Malloy. Cuando preguntó a Miller por Roy, aquél se derrumbó. Y le prometió que se lo contaría todo aquella misma noche.

Nada mas llegar al punto de encuentro, Miller se había comportado de una manera harto extraña. No había dejado de insistirle que la culpa no era suya, que Roy lo había organizado todo. Que había sido él quien había difundido aquella mentira sobre la presunta adicción de Marija a la cocaína. Y que incluso había hecho que Miller le pasara mensajes a Marija en el club para que pareciera que ambos estaban juntos. Miller no se había dado cuenta hasta después que Roy sólo lo había utilizado para evitar que lo vieran en público con la chica. En aquel momento no había sabido exactamente por qué su compañero había hecho eso... hasta que Jasna apareció buscando a su hermana.

Alex recordaba ahora con claridad la noche en que Roy se reunió con Miller y con ella. Miller se había quedado tan asombrado como Alex cuando lo vio con el pasamontañas negro. Nada más saludarla, había empezado a pegarle despiadadamente. Su compañero había intentado contenerlo, pero Roy le advirtió que se mantuviera al margen. Después de aquello sí que no recordaba nada, excepto un relámpago de recuerdo en el que alguien, Roy por supuesto, le había puesto una pistola en la mano y la había obligado a disparar. Y luego la visión horrible del cadáver de Miller al volante de su coche.

Recordaba vagamente que la habían subido al asiento del copiloto, al lado de Miller, seguido de un disparo dirigido hacia ella, la estridente música de rap, y después nada. Todo lo posterior quedaba sumido en el más absoluto olvido.

Pero Alex también recordaba todos los acontecimientos anteriores a aquella noche, incluida la cena con Mitch. Aunque jamás había creído en el amor a primera vista, algo especial había sucedido entre ellos durante la velada. Algo mucho más especial que una simple atracción.

Abrió los ojos y sonrió, con la vista nublada por las lágrimas. Sí, Mitch la amaba, y ella lo amaba a él. No estaba muy segura de lo que ambos iban a hacer al respecto, pero sí de que se trataba de amor. Miró el reloj de la pared.

Zach ya debería estar allí. Cuando llamó a Victoria para informarla de todo mientras Mitch seguía en proceso de recuperación, Zach había insistido en reunirse con ella.

Alex intentó disuadirlo. Fue en vano. Se tocó la herida de la cabeza. El doctor Reynor había intentando convencerla de que se hiciera todo tipo de análisis. Pero aquel último golpe no era grave. Esperaba no volver a recibir más en el futuro, al menos por una buena temporada...

Unos ligeros golpes en la puerta la hicieron levantarse como un resorte. Se apresuró a abrir, esperando que fuera Zach. Pero no era él, sino Ethan.

—¿Puedes salir un momento al pasillo, Al?

—¿Dónde está Zach? —susurró mientras salía. Por supuesto que se alegraba de ver a Ethan, pero Zach había insistido tanto en hacerle compañía...

—¿Cómo te encuentras? —le dio un rápido abrazo.

—Bien, pero... ¿qué le ha pasado a Zach? — se mordió el labio, preocupada. Aquello no era propio de su amigo.

—¿Quieres decir que no te alegras de verme a mí? —sonrió, malicioso.

Alex no pudo menos que sonreír a su vez. Ethan era un tipo muy especial. Era el único investigador de Colby que había conseguido, y trabajo le había costado, poder llevar el pelo largo y vestir de manera informal. Su atuendo solía sacar de quicio al estirado Ian Michaels, el segundo de Victoria en la empresa. Pero la jefa se lo permitía debido a sus cualidades. Experto tirador, con formación militar, era famoso por su inmensa capacidad de seducción.

—Por supuesto que sí —repuso Alex, suspirando—. Supongo que estoy cansada. Y

bastante afectada por todo lo que ha pasado.

—Lo pareces, desde luego —de repente se puso muy serio, casi solemne—. Y lo cierto es que detesto añadir una nueva preocupación a tu larga lista.

—¿Qué pasa, Ethan? —inquirió con el corazón acelerado. Se temía lo peor—. ¿Le ha pasado algo? Dímelo, por favor...

—No, no, está perfectamente. Pero su madre ha sufrido un ataque cardíaco y él ha tenido que volver a casa a toda prisa.

—Oh, no —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Es el único pariente que le queda...

—Hablé con Victoria nada más aterrizar en Nashville. El estado de la señora Ashton es estable. Se pondrá bien.

—Gracias a Dios —se pasó una mano por el pelo. Le dolía la cabeza y estaba completamente exhausta. No estaba preparada para recibir más malas noticias por esa noche.

—Mira, ¿por qué no duermes unas pocas horas? Lo necesitas. Yo me quedaré con el sheriff —le tendió su teléfono móvil—. Te llamaré si pasa algo.

Alex se quedó mirando el teléfono por unos segundos y sacudió la cabeza.

—No puedo dejarlo.

—Está dormido, no hay razón para que no puedas permitirte descansar un poco. Te llamaré si se produce algún cambio en su estado. O si se despierta.

Alex se dispuso a protestar, pero al instante cambió de idea. El argumento de su amigo y compañero estaba cargado de lógica.

—De acuerdo. Iré a casa de Mitch y dormiré unas horas. Pero tienes que prometerme que me llamarás en cuanto se despierte. No me gustaría que lo hiciese y no me encontrase a mí cerca.

Ethan sonrió.

—Así que es eso, ¿eh?

Alex recogió las llaves que él le ofreció a continuación.

—Es exactamente eso.

—Es el Sedán blanco aparcado justo delante de la puerta.

—Gracias. Hasta luego entonces —asomó la cabeza por la puerta por última vez. No quería marcharse, pero necesitaba un buen baño caliente y dormir un poco. Apuntó a Ethan con el dedo—. Y llámame, ¿eh?

Su compañero le hizo un saludo burlón.

De camino a la casa de Mitch, mientras conducía por las oscuras y desiertas calles, cedió a la tentación y se permitió llorar. Jasna y Marija, con el niño que llevaba en las entrañas, estaban muertas. Roy se había llevado por delante cuatro vidas más en su esfuerzo por borrar sus huellas, y la habría matado también a ella si Mitch no hubiera acudido en rescate. Soltó un tembloroso suspiro. Mitch. ¿Cómo se suponía que iba a volver a Chicago y fingir que no se había enamorado de él? Aunque él todavía no le había confesado que la amaba, sabía que sus sentimientos por ella eran profundos.

Todo había comenzado aquella primera noche. Un recuerdo que su cerebro había enterrado con la conmoción sufrida y los dramáticos sucesos del tiroteo, pero que su corazón se negaba a olvidar. Aparcó el coche frente a la oscura casa de Mitch. Y se estremeció de aprehensión.

—Tienes que seguir adelante, Alex. Todo ha terminado. Roy ha muerto. Ya no tienes nada más que temer.

Una punzada de dolor le atravesó las entrañas. Soltó un gruñido y se levantó lentamente. Tardó aún más en abrir los ojos y parpadeó varias veces antes de poder enfocar la vista. Cerró un puño y sintió el pinchazo de la aguja que llevaba en el dorso del brazo derecho, conectada a un tubo. Alzó la mano izquierda y se palpó la cadera vendada. Tenía una sed terrible.

Los sucesos ocurridos en el sótano de Roy desfilaron por su cerebro como un tren a toda velocidad. Roy estaba muerto. Cerró los ojos de nuevo. Había tenido que matarlo. Se preguntó cómo se tomarían Nadine y Phillip la noticia. Perder a su hijo ya era una desgracia, pero enterarse de que había sido un asesino con media docena de muertes a su espalda sería casi aún peor. Evocó al Roy que había conocido desde que era niño. ¿Cómo podía haberse convertido en un asesino tan sanguinario?

¿Cómo podía ese proceso haberlo tomado tan de sorpresa? ¿Cómo no había podido darse cuenta antes? Era absurdo.

Lo único de todo aquello que tenía algún sentido eran sus sentimientos por Alex. La amaba. El pensamiento no le sorprendió demasiado. Aunque enamorarse y sentar la cabeza con una mujer era algo que siempre había dejado para el futuro. No había tenido tiempo para ello.

Pero el destino había intervenido. Y le había llevado a Alex. Se había quedado a su lado durante toda la noche: había sentido su presencia. En aquel momento se volvió para mirarla, con una sonrisa asomando a sus labios. Una sonrisa que murió instantáneamente cuando su mirada aterrizó sobre el desconocido. Hombre, para más señas.

—¿Dónde está Alex? —inquirió con voz ronca.

Una vez despierto, el hombre se incorporó del sillón donde estaba sentado.

—¿Alex? La mandé a que durmiera un poco. Estaba a punto de caerse de cansancio

—se desperezó antes de tenderle la mano—. Ethan Delaney, de la Agencia Colby.

Mitch se negó a estrechársela con un gesto, como indicando que no estaba para ceremonias.

—Lo recuerdo. Estaba en la conferencia telefónica que mantuvimos con la agencia.

—Ése era yo.

—¿Qué le ha pasado a Ashton? —se preguntó por qué no había ido corriendo tan pronto como se enteró de lo sucedido. Su imagen reconfortando a Alex le suscitó una punzada si no de dolor, sí de amargura.

—Tuvo una emergencia familiar.

Aquella respuesta lo hizo arrepentirse de su reacción.

—Lo siento.

—Su madre sufrió un ataque cardíaco —le explicó Delaney—. Pero se pondrá bien.

—Me alegro.

—Se supone que tenía que llamar a Alex cuando se despertara —se levantó para descolgar el teléfono de la mesilla.

—Es tarde. Seguro que está dormida.

—Lo siento, pero no quiero exponerme a su furia cuando descubra que no la he llamado. Al fin y al cabo es una compañera de trabajo y no quiero agriar la relación profesional.

Aquel último comentario le hizo sentirse terriblemente solo, vacío. Delaney tenía razón. Alex trabajaba en Chicago. Le encantaba su trabajo. No era probable que renunciara a esa vida por otra con él. Y... ¿acaso no le sucedía a él lo mismo? Mitch no podía imaginarse haciendo otra cosa que trabajando de sheriff en el condado Raleigh. Una relación condicionada por la distancia estaba destinada a no durar. Al menos lo suficiente.

—Tome —Ethan le tendió el auricular.

—Hola, Alex —con sólo oír su voz, el corazón empezó a latirle acelerado.

—Hey, ¿te sientes bien? Salgo en seguida. En diez minutos estaré en el hospital.

—No, tú descansa. No es necesario que vengas hasta mañana.

El suave y acariciador murmullo de su voz le llegó al fondo del alma. Y consoló aquel inmenso vacío que había empezado a experimentar ante el temor de perderla para siempre.

—¿Sabes lo que estoy haciendo ahora mismo?

Mitch se tensó.

—No, dímelo —miró de reojo a Delaney, que se había puesto a hojear una revista.

—Acabo de quitarme la ropa —explicó con un suspiro—. Tengo un baño de espuma preparado y estoy a punto de disfrutarlo.

Soltó un suspiro de deleite mientras se metía en el agua. Y Mitch casi gimió al imaginarse la erótica escena.

—Es una sensación tan maravillosa...

Mitch podía imaginársela perfectamente con el agua hasta la barbilla, cerrando los ojos de placer, los pezones endurecidos... Tragó saliva.

—Me gustaría estar ahora mismo allí.

—A mí también. Mmmm.

—Buenas noches, Alex —se despidió con tono suave, excitado a pesar de sus heridas.

—Buenas noches —musitó ella, y colgó.

Mitch cerró los ojos para evocar mejor la imagen de Alex completamente desnuda y en sus brazos en lugar de en la bañera.

—¿Todo bien?

Delaney le quitó el auricular de la mano y volvió a colgarlo.

—Sí. Estupendamente.

De pronto recordó las palabras de Roy: «luego estarás muerta y yo ni siquiera habré disparado esta pistola. Nadie oirá nada. Como cuando acabé con Marija en este mismo sótano. Ni un solo sonido». Roy le había dicho a Alex que había matado a Marija en silencio. Nadie había oído nada. No había tenido necesidad de disparar su pistola. Pero eso era imposible. A Marija le dispararon en la nuca.

Una punzada de terror le atravesó el pecho. Si Roy no había disparado a la chica, entonces lo había hecho alguien más. ¿Algún cómplice? Eso no tenía sentido.

¿Alguien que había querido encubrirlo?

—¡Ayúdame a levantarme! —arrancándose el esparadrapo, se sacó la aguja del brazo.

—¿Qué diablos está haciendo, Hayden?

—Ayúdame a levantarme, maldita sea —se esforzó por incorporarse, pero el dolor era tan intenso que se derrumbó de nuevo sobre la almohada.

—No puede ir a ninguna parte en ese estado. ¿Necesita una enfermera?

—Mira —pronunció con voz ronca, sudando copiosamente—. Creo que hay alguien más involucrado en todo esto. No tengo tiempo de explicarte cómo ni por qué, pero tienes que confiar en mí. Algo va mal. Y ahora, ayúdame a salir de aquí. Tenemos que ir a buscar a Alex ahora mismo.

—Tiene que quedarse donde está —se opuso Delaney—. Si cree que Alex puede estar en peligro, dígame cómo llegar a su casa y yo iré a buscarla.

Pero Mitch lo agarró con fuerza, apretando los dientes para resistir el dolor.

—¡Mi ropa! ¡Date prisa!

Aparentemente resignado, Delaney asintió a regañadientes. Estaba claro que no iba a convencerlo.

—Muy bien, muy bien...

—¡Rápido! —le ordenó al ver que no se daba la prisa que le exigía. Abrió un cajón de la mesilla y sacó su arma. Tenía la desesperante sensación de que aquel asunto aún no había terminado.

Casi se había quedado dormida en la bañera cuando un ruido la hizo abrir los ojos.

Frunció el ceño, aguzando los oídos. El lento goteo del grifo era el único sonido que turbaba aquel absoluto silencio

Procuró volver a relajarse, pero no pudo. Su sexto sentido seguía urgiéndola a salir de la bañera y echar un vistazo a la casa. Había cerrado la puerta con llave nada más entrar. Irritada por su paranoia, salió de todas formas y se secó. Afortunadamente había dejado su camisón en el cuarto de baño. Se lo puso rápidamente.

Sintiéndose algo estúpida, pero decidida a satisfacer la exigencia de aquella insistente voz interior, abrió la puerta y salió al pasillo. Sigilosamente se dirigió a la cocina y la encontró vacía. Suspirando de alivio, volvió al corredor.

Fue allí donde encontró a Nadine Malloy, apuntándola con una pequeña pistola.

—Tú mataste a mi hijo.

La mujer tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar. La mano le temblaba ligeramente.

—Y ahora yo voy a matarte a ti.

—Espere un momento, señora Malloy... — pronunció Alex con tono suave, cauto—...

yo no maté a su hijo. Él iba a matarme a mí y...

—No tienes que explicarme nada —la interrumpió—. Lo asesinaste. Nunca debiste haber venido aquí para meter las narices en cosas que no eran de tu incumbencia.

—Pero tenía que encontrar a la hermana de mi cliente —intentó razonar Alex mientras calculaba las posibilidades que tenía de esquivar el disparo.

—La muy zorra... —un brillo de furia asomó a sus ojos—... Yo no quise traerla. Fue idea de Phillip. Qué estúpido. Nunca debió meter aquella tentación en nuestra propia casa. Ya había cometido aquel error una vez. ¿Qué clase de ejemplo podía ofrecerle a mi hijo cuando no podía dejar de revolotear en torno a una mujerzuela así?

—Estoy segura de que el señor Malloy no pretendía que las cosas terminaran de esa manera... —murmuró Alex, confiando en no decir algo que la hiciera montar en cólera.

—¿Cómo podía esperar que mi Roy se resistiera cuando él no lo había hecho años atrás? —sacudió la cabeza—. La culpa de todo la tuvo él, pero ya ha pagado ese error. Ahora te ha tocado a ti la hora de pagar.

¿Habría asesinado a Phillip Malloy? Un escalofrío le recorrió la espalda, erizándole el vello de la nuca. Después de que Nadine la matara a ella, ¿intentaría hacer también lo mismo con Mitch? Afortunadamente Ethan estaba con él.

—Si hace esto, Nadine, lo lamentará. Piense. Ahora mismo está muy alterada.

¿Realmente quiere ir a la cárcel por matarme a mí? Eso no le devolverá a Roy. Phillip la necesita —«si aún sigue vivo», añadió para sus adentros.

La mujer se echó a reír.

—Él ya no necesita a nadie. Y lo mismo te pasará a ti —la apuntó con mayor cuidado, dominando su temblor—. Además, ya he matado una vez antes y no me atraparán...

Alex resistió el impulso de echar a correr.

—No puede estar hablando en serio...

—Sabía que él no lo haría bien, y que volvería a repetir el mismo error que cometió contigo. Cuando descubrí lo que le había hecho a Marija, fui a donde la había enterrado para asegurarme de que había hecho bien el trabajo. Tal y como sospechaba, la había dejado viva. O moribunda al menos —se encogió de hombros—. La rematé. Le aconsejé que se buscara una mejor manera de deshacerse de ti, pero volvió a fracasar. En cualquier caso, ahora sí que no te escaparás...

El disparo resonó en el corredor. Alex se echó hacia atrás y se miró para descubrir donde la habían herido. Pero no había sangre. Nada.

Nadine estaba tendida en el suelo. Al alzar la vista, vio a Mitch en el umbral de la puerta, apoyado pesadamente en el marco y con un arma en la mano. Con su mano libre se apretaba el costado herido. Echó a correr hacia él, esquivando el cuerpo de la mujer.

—¿Qué estás haciendo aquí? —tenía que tocarlo. La cara, el cuerpo, los brazos—. ¿Estás bien?

—Ahora sí —asintió débilmente con la cabeza.

—¿Por qué diablos no me dijiste que la puerta trasera tenía cerrojo?

Alex se volvió para descubrir a Ethan saliendo de la cocina... y frotándose un hombro dolorido.

—Me temo que necesitarás una puerta nueva —añadió.

¿Cómo podía no haber oído el ruido de la puerta cuando la derribó con el hombro?

Sacudió la cabeza. Enfrentada a la perspectiva de una muerte inminente, su cerebro no debía de haber registrado ningún sonido exterior. Y como Nadine se había hallado justo delante, tampoco había visto entrar a Mitch por la puerta principal.

Frunció el ceño, sin comprender todavía del todo lo que acababa de suceder.

—¿Cómo habéis llegado los dos hasta aquí?

Ethan señaló a Mitch con la cabeza.

—Cuando la enfermera nos sorprendió marchándonos, él sacó su estrella y se incautó de un vehículo.

Alex se echó a reír, una carcajada nerviosa, casi histérica. Se volvió de nuevo hacia Mitch, que estaba demasiado pálido. Se había puesto sus vaqueros y había tomado prestada una bata blanca.

—Dime que es una broma.

—No lo es —sacudió la cabeza—. De repente recordé lo que había dicho Roy acerca de que no había tenido necesidad de utilizar su pistola cuando mató a Marija, y comprendí que debía de haber alguien más involucrado —suspiró—. Lo que jamás pude imaginar fue que se trataba de Nadine.

Alex se dijo que tenía razón. La reacción de Roy había sido de sorpresa cuando ella le mencionó que había disparado contra Marija. Con todo lo que había sucedido, se había olvidado de aquel importantísimo detalle. Había estado demasiado concentrada en la recuperación de Mitch. Las palabras de Nadine resonaron de pronto en sus oídos.

—Creo que también ha matado a Phillip.

Mitch intentó erguirse, pero tuvo que volver a apoyarse en el marco de la puerta.

—Que envíen alguien allí —le pidió a Ethan, y le dio la dirección.

Mientras Ethan marcaba el número de la policía, Alex se ocupó de sujetar a Mitch de la cintura.

—Vamos, te llevaré de vuelta al hospital. Ethan se ocupará de lo demás.

No discutió. Una vez que llegaron ante el coche, se detuvo antes de subir. Mirándola directamente a los ojos, le confesó:

—No quiero que esto se termine.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de Alex mientras las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas. Se puso de puntillas y le dio un beso cargado de una exquisita ternura.

—No terminará. Te quiero, Mitch.

—Y yo también.

—¿Vas a llevarlo al hospital?—le gritó Ethan a Alex desde el porche—. ¿O piensas quedarte ahí de pie hasta que se te caiga de bruces? La enfermera me dio un plazo de cuarenta y cinco minutos para traerlo de vuelta —le lanzó unos vaqueros y unas zapatillas—. Pensé que podrías necesitar esto.

Alex se ruborizó al darse cuenta de que estaba en camisón, sin nada debajo. Le dio un último y rápido beso a Mitch en los labios.

—Será mejor que salgamos ya. Te quiero perfectamente recuperado... muy pronto.

Tengo grandes planes que incluyen una excelente forma física.

—En ese caso... —repuso con tono suave—... no nos entretengamos más.

Epílogo

Es una preciosidad, Ian —comentó Victoria mientras admiraba las últimas fotografías de la bebé de Ian, antes de devolvérselas a su padre. La niña era realmente preciosa, pero no pudo evitar una cierta punzada de amargura al pensar en todo lo que se había perdido en su vida.

Sobreponiéndose, hizo a un lado aquellas reflexiones para concentrarse en los dos hombres que estaban sentados ante su escritorio.

—¿Volverá mañana Zach? —le preguntó a Ian, su mano derecha en la agencia.

—Sí. Su madre se está recuperando bien y no ve razón para quedarse por más tiempo.

—Me alegro —se interrumpió un momento para contemplar a los dos hombres que tenía delante. Ian Michaels, de una belleza clásica, lo mismo que su vestimenta, exquisitamente correcta. Y al lado Ethan Delaney, el tipo exactamente opuesto.

Excepto en el atractivo, del que no carecía en absoluto.

—¿Y Alex está disfrutando de sus vacaciones? —Victoria lanzó la pregunta a Ethan.

—Se lo está pasando en grande —sonrió—, aunque no creo que vuelva muy descansada....

La agencia no estaba escatimando esfuerzos para facilitar la relación de Alex con Mitch Hayden. No podían permitirse perderla: era un miembro demasiado valioso.

Pero, aparte de ello, Victoria estaba inmensamente satisfecha de que Alex y Mitch se hubieran encontrado. Un amor semejante no se veía todos los días.

La imagen de Lucas Camp, su amigo de tantos años, asaltó su cerebro. Su leve sonrisa y sus ojos de mirada inteligente. Parpadeó varias veces, sobreponiéndose.

Aquél no era ni el momento ni el lugar adecuado para deleitarse pensando en Lucas.

—Muy bien. Entonces... ¿cómo vamos con la carga de trabajo, teniendo en cuenta la ausencia de Alex?

—Todo está bajo control —le aseguró Ian—. Tenemos un par de casos potenciales que pienso encargarle a Ethan. Creo que es el más adecuado para ello, dado el ambiente en que se mueve nuestro cliente.

Victoria se volvió hacia Ethan.

—¿Ya has terminado con tu último caso?

—Sí. Precisamente acabo de entregar el informe.

—Excelente. ¿Algo más? —le preguntó a Ian.

—Esta mañana recibí una llamada de Sloan.

Victoria se sorprendió. No había vuelto a saber de él desde que se casó con Rachel.

—¿Algún problema?

—Ha escuchado un rumor referente a la Agencia Colby. Quería avisarnos de que Leberman está haciendo indagaciones sobre algunos de nuestros casos.

Leberman. Un nombre nada grato a oídos de Victoria. Era la maldad personificada, que le había costado a la Agencia Colby dos de sus mejores hombres. Pero eso había sido nada más hacerse cargo de la empresa, al poco de la muerte de James. A esas alturas su experiencia era mucho mayor. El asunto Leberman no se volvería a repetir.

—En los archivos tenemos dos casos por resolver que guardan algún tipo de relación con Leberman —explicó, pensativa—. Revísalos a ver qué es lo que puedes encontrar, Ian. Haz que Quinn nos haga un estudio sobre ambos. Si Leberman está haciendo preguntas sobre nosotros, tendremos que estar bien preparados.

—A Quinn le encantará —repuso Ian, arqueando una ceja.

William Quinn era el nuevo fichaje de la Agencia. Un joven policía de Chicago que había colgado el uniforme para volver a la facultad de Derecho, deseoso de mejorar la administración de justicia de su país. A sus veintidós años, rebosaba actividad y dinamismo. Si había algo que descubrir en aquellos antiguos casos sin resolver, Victoria estaba segura de que Quinn acabaría encontrándolo.

—Mantenme informada de sus progresos — le dijo a lan—. Llamaré a Sloan para darle las gracias por lo de Leberman.

—¿Quién es Leberman? —preguntó Ethan, mirando a uno y a otra.

—Un tipo muy peligroso —le confesó Victoria—. Si Leberman se saliera con la suya, la Agencia Colby desaparecería del mapa.

—Y nuestro trabajo... —añadió Ian con tono convencido—... es precisamente procurar que no se salga con la suya.

—Desde luego —sonrió Victoria.

La Agencia Colby contrataba a los mejores... como aquellos dos hombres que estaban sentados frente a ella.

Fin