Capítulo 6
Alex siguió a Hayden al interior del pequeño supermercado de la esquina de Commerce y Main Street. Le había dicho que necesitaba comprar algunas cosas si pensaban cenar aquella noche en casa. Aunque ella seguía sin tener apetito, no parecía que a él le sucediera lo mismo. Se llevó una mano a la frente intentando recordar lo sucedido la noche del asesinato de Miller. Fue en vano. Sólo recordaba al hombre del pasamontañas negro. El mismo que le había pegado sin compasión.
Frunció el ceño al evocar el dolor del golpe que recibió en la nuca cuando la arrojó contra el tronco de árbol. El golpe que le había provocado la amnesia.
La voz. Había oído una voz de hombre. Que no había reconocido en ninguna de las que había escuchado últimamente.
De repente, la voz furiosa de Hayden resonó en sus oídos. De alguna manera su cerebro conservaba el eco de sus acaloradas palabras mezcladas con lo sucedido aquella noche. Se volvió para mirarlo, preguntándose de nuevo por su vacilante respuesta a su pregunta de si había hablado o no con él la tarde anterior al asesinato de Miller.
Había reconocido haber mantenido aquel encuentro. Había llegado incluso a admitir que habían discutido por culpa de su investigación en la vida privada de su tío.
Ahora recordaba Alex claramente la orden que dictó al pueblo para que nadie hablara con ella. Y, efectivamente, nadie habló. También se acordaba de que se había puesto furiosa.
Su discusión debía de haber sido muy vehemente, aunque solamente recordaba retazos. Según Hayden, se había marchado dando un portazo y no había vuelto a verla hasta la mañana siguiente, cuando llegó a la escena del crimen.
—¿Tienes algo en contra de los espaguetis? —le preguntó Mitch, sacándola de su ensimismamiento.
—¿Qué? —parpadeó varias veces. Vio que acababa de retirar un tarro de salsa de un estante.
—¿Te gustan los espaguetis para cenar? — volvió a preguntarle.
—Perdona. Estaba... distraída. Sí que me gustan —intentó concentrarse—. Siempre y cuando los acompañe con ensalada.... ¿Tienes tú algo en contra de las ensaladas? —
añadió, contraatacando.
Hayden sonrió. Si ya antes lo había considerado guapo, aquella sonrisa dejó corto aquel calificativo. El corazón le dio un vuelco y sintió el alocado impulso de despeinarlo y acariciarle el pelo...
—No. De hecho, creo que es una gran idea. Tú te encargarás de prepararla.
Alex, a su vez, no pudo disimular una sonrisa.
—¿Dónde están las verduras?
—Por aquí —la guió por el pasillo.
—¿Mitch? —lo llamó de repente una voz de mujer.
Alex se volvió para descubrir a una mujer de unos cincuenta años, que empujaba un carrito. Hayden se dirigió directamente hacia ella y la besó en las mejillas.
—¿Cómo está mi dama favorita?
Se recriminó a sí misma por la ridícula punzada de celos que acababa de experimentar. No le pasó desapercibida la tensión de la mujer cuando sus miradas se encontraron.
—¿No es ésa...? —se interrumpió, aparentemente incapaz de terminar la frase.
Esa vez la punzada que experimentó Alex fue de inquietud.
—Alex Preston, te presento a mi tía Nadine —se adelantó Hayden, algo vacilante—. Nadine Malloy —añadió al ver su expresión.
La esposa de Phillip. Ahora la recordaba. La mujer que le había abierto la puerta de su casa a Marija.
—Hola, señora Malloy —le tendió la mano. Pero Nadine se negó a estrechársela. En vez de ello, la fulminó con la mirada.
—Mantente alejada de mi familia.
Obviamente se había enterado de las intenciones de Alex antes de que llegara a perder la memoria.
—Yo sólo estoy intentando averiguar lo que le sucedió a Marija —explicó.
Un brillo de puro odio asomó a los ojos de la mujer.
—Nosotros acogimos a esa chica y la tratamos como si fuera nuestra hija. Y tú has tenido el descaro de venir aquí para acusarme a mí y a mi marido. No estoy dispuesta a consentirlo. Si algo le sucedió a esa chica después de que dejara nuestra casa... no tiene absolutamente nada que ver con nosotros.
Instintivamente, Alex retrocedió un paso.
—Entonces debería alegrarse de que yo me esté esforzando por descubrir la verdad.
De lo contrario, siempre planeará una sospecha sobre su familia.
Furiosa, la mujer avanzó el paso que ella acababa de retroceder.
—La única persona que está lanzando alguna sospecha eres tú. Si te preocuparas más por ti...
—¡Nadine! —Mitch se interpuso entre las dos.
—Desde que llegó al pueblo, no ha hecho otra cosa que causarnos dolor —replicó fríamente Nadine—. ¿Cómo se te ocurre defenderla?
Mitch sabía que el inusual tratamiento que había dado a aquel caso había sido motivo de disensión en su familia. Se sentían traicionados, y los entendía. Pero tenía que cumplir con sus obligaciones.
—Es mi trabajo procurar que recupere la memoria para que podamos descubrir quién mató a Miller y a Saylor. Si no lo hago, nunca lo sabremos —Mitch sabía que Alex estaba escuchando y analizando cada palabra que decía. Aquel pequeño episodio podía dañar la frágil confianza que habían empezado a construir. Pero Nadine era su familia. Y no podía darle la espalda.
—Tú ya tienes a tu asesino —le espetó su tía—. Y ella debería estar encerrada en una celda.
—Vamos a dejarlo, Nadine. No montemos una escena.
Como si de repente hubiera recuperado la cordura, la mujer pareció arrepentirse de su actitud.
—Lo siento, Mitch. No es culpa tuya —le dijo, emocionada—. Por supuesto que estás haciendo lo mejor posible tu trabajo. Terminarás resolviendo el caso y entonces las cosas volverán a ser como antes —se volvió para lanzar una última y fulminante mirada a Alex—. Antes de que llegara ella.
Se alejó con su carrito. Mitch esperaba que aquel disgusto no fuera el desencadenante de una nueva depresión. Nadine llevaba ya mucho tiempo padeciendo largos períodos depresivos, pero durante los dos últimos años había evolucionado bien.
Suspirando profundamente, se volvió de nuevo hacia Alex. Vio que se disponía a decir algo, pero la interrumpió:
—No digas nada. Terminemos con las compras y salgamos de aquí.
Todo en aquella investigación apestaba, reflexionó Mitch mientras conducía a casa.
Dos hombres buenos habían muerto. Sus tíos estaban destrozados por las sospechas que flotaban en el ambiente. Y, en aquel momento, él no ansiaba otra cosa que consolar a Alex por el comportamiento de Nadine. Aquello era una verdadera locura.
Alex era sospechosa a la vez que testigo. Una mujer dispuesta a hacer daño a su familia. Una mujer que había traicionado su confianza, aunque sólo fuera por unas pocas horas, aquella noche. Y que había desencadenado todo aquel caos. Pero aun así quería protegerla, cuidarla y hacerla feliz como si significara para él mucho más que...
¿A quién estaba engañando? Verdaderamente, Alex significaba para él mucho más de lo que debería. Sacudió la cabeza, abatido. Había perdido completamente la perspectiva. ¿Cómo diablos se suponía que iba a ser objetivo cuando solamente podía pensar en... sexo? En hacer el amor con Alex. Había simulado que era su bienestar lo que le preocupaba cuando en realidad era ella, así de sencillo.
La deseaba. Lo provocaba como nunca le había provocado mujer alguna antes.
Aunque había mantenido unas cuantas relaciones, ninguna le había durado. Alex era diferente. El simple hecho de mantener una conversación con ella lo estimulaba, lo excitaba. La miró de reojo. La fina venda de la frente y la marca de la mejilla le daban un aspecto vulnerable, pero él sabía que no lo era. En absoluto. Era dura, tenaz, lista.
Sabía tanto sobre leyes y sobre investigación de delitos como él, si no más.
Ese día lo había dejado asombrado cuando le soltó todo lo que sabía sobre él. Se preguntó si habría recordado su cena juntos. Alex Preston era un tipo de mujer muy diferente de aquél con quien había esperado sentar la cabeza algún día. Su padre había encontrado aquel perfil de mujer en su madre. Una mujer que amaba locamente a su marido y que se había sacrificado para entregarse a su familia. Pero Alex, por mucho que él ansiara relacionarse con ella, no estaría dispuesta a renunciar a su fantástico y emocionante trabajo en la ciudad para retirarse al campo. Estaba demasiado concentrada en su misión, y decidida a hacer todo lo necesario para cumplirla. Incluso mentirle.
Y Mitch tampoco estaba dispuesto a relacionarse con una mujer así. Ya había visto derrumbarse a su hermano por culpa de sus propias contradicciones. Y él no tenía intención de seguir el mismo camino. Mientras giraba por la pista de grava que llevaba a su casa, reflexionó sobre el rumbo que habían tomado sus pensamientos.
Alex se hallaba detenida bajo custodia. Y allí estaba él, analizando un hipotético futuro juntos... Resultaba casi grotesco.
Aparcó el todoterreno frente a la puerta y tomó una decisión. A partir de aquel momento, ya no pensaría en Alex como la mujer que era. Sería simplemente una sospechosa, una testigo, una parte fundamental de un caso abierto. Él no tenía tiempo para la vida social. Sobre todo hasta que el caso no se hubiera resuelto.
—A no ser que tengas mucha prisa por cenar —le dijo en aquel instante Alex, sacándolo de sus reflexiones—. Me gustaría tomar un buen baño caliente. Estoy agotada.
La imagen de su cuerpo desnudo, con sus largas y esbeltas piernas, relajándose en una bañera llena de espuma, asaltó su cerebro. La reacción física fue inmediata.
—Claro —pronunció con voz ronca—. Tómate tu tiempo. Yo prepararé la cena.
Se dijo que lo último que necesitaba era tenerla al lado, en la cocina. Necesitaba distancia para poder pensar con coherencia.
Hayden apenas dijo nada durante la cena. Luego terminó de comer y se refugió en su estudio como si se sintiera incómodo de estar en una misma habitación con ella. Alex supuso que sería por el comportamiento que había tenido su tía Nadine en el supermercado.
De vuelta en la cocina, se dijo que Nadine tenía razón... hasta cierto punto. Las cosas habían experimentado un giro brutal desde que ella llegó al pueblo. Marija continuaba desaparecida. Jasna estaba muerta. Dos policías habían perdido la vida.
Se llevó una mano a la cintura con el estómago hecho un nudo de nervios y de miedo.
Musitó una maldición. ¿Por qué no podía recordar lo sucedido aquella noche? ¿O en cualquier momento desde su llegada a Shady Grove? Necesitaba recordarlo. De ello dependía que el asesino siquiera suelto o fuera capturado. Su intuición le decía que, quienquiera que fuera, estaba decidido a eliminarla con tal de que no se le ocurriera arruinar su perfecta orgía de crímenes. ¿Cómo podía recordar el rostro de aquel Hombre? La imagen de su rostro enmascarado acudió a su mente. Su rostro no, pero sus ojos... debería recordarlos. O su voz. Recordaba, sí, una voz, pero no le parecía que pudiera pertenecer al hombre del pasamontañas....
—Maldita sea.
Se frotó la nuca. Era una suerte que la cabeza hubiera dejado de dolerle. Se había cambiado la venda por un par de tiritas. La marca que le había dejado Waylon Gilí en la mejilla ya casi había desaparecido, según había notado cuando se secó el pelo aquella tarde, después del baño. Y las heridas de las rodillas estaban cicatrizando bien. Si al menos su memoria pudiera regenerarse con la misma facilidad...
—Piensa, Alex —se ordenó, masajeándose las sienes—. ¿Qué es lo que viste? —pero no veía nada—. Esto es ridículo...
Se apoyó en el mostrador, contemplando la noche por la ventana que se abría encima del fregadero. Había estado muy oscuro, como ahora. Se había encontrado frente a un paisaje nada familiar, como en aquel preciso instante. Cerró los ojos e hizo un nuevo intento por recordar. Nada.
Abrió los ojos y soltó otra maldición. Tenía que mantenerse ocupada en algo si no quería volverse loca. Hayden estaba trabajando y no quería que lo molestaran. No tenía ganas de leer ni de ver la televisión. Sólo podía evocar los sucesos de aquel día como una película rebobinada. El mal en los ojos de Gilí. El miedo que experimentó al ser atacada. Los ojos muy abiertos y sin vida de Jasna.
Era demasiado. Miró por encima del hombro el cuaderno de notas que seguía sobre la mesa. Lo había examinado una y otra vez, pero las páginas fundamentales no estaban. Habían desaparecido. La deliciosa brisa que entraba por la ventana la distrajo momentáneamente de sus pensamientos. Respiró profundamente. Ésa era una de las ventajas de vivir en el campo: todo olía tan bien, tan fresco...
De repente un sonido la sobresaltó. Se apartó bruscamente del mostrador. Un segundo después volvió a oírlo. Se asomó por la ventana. Estaba demasiado oscuro para poder distinguir nada, solamente unas siluetas borrosas. El ruido parecía estar asociado a la fuerza de la brisa. Era más bien como un aleteo. Como el de un papel agitado por el viento.
Curiosa, caminó sigilosamente hacia la puerta trasera y se asomó por el cristal.
Seguía sin ver nada. Encendió la luz del porche. El haz amarillo se derramó sobre el suelo de tablas. Durante unos segundos contempló el par de viejas mecedoras y el cubo de basura al otro extremo, con la tapa medio caída. Y la hoja de papel asomando, agitada por la brisa: origen del ruido que la había sobresaltado. Era una hoja arrancada de cuaderno, con el borde roto. Del mismo tipo de cuaderno que solía utilizar para apuntar los detalles de un caso...
Abrió la puerta y atravesó el porche. Con el corazón acelerado, temblándole la mano, recogió el papel y lo alisó cuidadosamente. Lo levantó a la luz para poder leerlo: Martes 3 de septiembre, siete y media la tarde. Cita con el agente Miller.
—Oh, Dios…
Cuando retiró del todo la tapa, un par de hojas más echaron a volar como pájaros escapados de sus jaulas. Las recogió. Todas estaban escritas con su letra. Sacudió la cabeza, incrédula. Mitch Hayden le había mentido. Había sido él quien había arrancado aquellas páginas. Había...
Se quedó sin aliento. ¿En qué más le habría mentido?
Las hojas escaparon súbitamente de sus dedos para volar al suelo de madera y luego al césped del jardín, fuera de su alcance. Bajó los escalones a oscuras, en su busca.
Logró recuperar una, y corrió por otra.
Una fuerte mano le tapó entonces la boca mientras un brazo le aferraba la cintura.
Una punzada de pánico le atravesó el pecho. Intentó gritar, pero el sonido murió en su garganta.
El hombre la sujetó con mayor fuerza. Tenía que liberarse. Podía sentir el roce de su pasamontañas de lana. Clavó los talones en un intento por entorpecer sus movimientos mientras la arrastraba al bosque que se levantaba tras el jardín. El terror rugía en sus venas.
¡Tenía que detenerlo! Lanzó patadas hacia atrás, buscando sus espinillas. Lo alcanzó en una, arrancándole un gruñido. Acto seguido le propinó un codazo en el estómago, seguido de una nueva patada. Volvió a gruñir. Alex se retorció violentamente, dando coces y agitando los brazos. Le mordió una mano con todas sus fuerzas.
¡Estaba libre! Echó a correr hacia la casa. Los pulmones le ardían. Tenía que moverse con rapidez. Se estrelló contra un pecho duro. Retrocedió. Tenía que seguir corriendo...
La alcanzó en seguida. Unos fuertes brazos la agarraron de la cintura. No dejaba de chillar y de soltar patadas.
—¡Deja de forcejear, maldita sea! Soy yo.
Hayden. Alex se quedó inmóvil, estremecida. El pecho le ardía y temblaba de manera incontrolable.
—Tranquila —murmuró Mitch—. Voy a meterte en casa.
Se dejó llevar, apoyándose en él. Apenas podía sostenerse. Una vez dentro, se dejó caer en una silla. Cerró los ojos e intentó calmar su pulso acelerado. Habían estado a punto de atraparla. Si así hubiera sido, en aquel momento estaría muerta. Como Jasna.
—¿Qué diablos ha pasado? —Hayden cerró la puerta con llave y se sentó frente a ella
—. ¿Qué estabas haciendo ahí fuera?
Tragó saliva. Por un instante fue incapaz de pronunciar palabra. Un remolino de imágenes y sensaciones agitaba su cerebro.
—Era él. Intentó... —cerró de nuevo los ojos, esforzándose por calmarse—. Encontré las...
De repente lo miró. Las hojas. Las hojas que necesitaba para reconstruir sus movimientos aquel día. Las páginas que Mitch le había robado con la intención de nacerlas desaparecer.
—Tú —susurró, saltando como un resorte de la silla—. Fuiste tú quien me robó las notas.
Mitch se levantó también, perplejo.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Estaban en tu cubo de basura —pronunció, retrocediendo—. Fue por eso por lo que salí al porche. Y entonces él apareció de la nada y me agarró. O quizá fuiste tú...
¿De qué lo estaba acusando?, se preguntó Mitch. Sus gritos lo habían alertado. La había encontrado fuera de la casa corriendo por el jardín como alma que llevara el diablo, pero no había visto a nadie detrás.
—¿Qué notas? ¿Las que decías que habían desaparecido de tu cuaderno?
Alex se miró entonces las manos, como esperando que estuvieran allí. Ya no estaban.
—Se me debieron de caer fuera...
Mitch intentó recordar si las había visto fuera. Fue en vano. Había estado tan concentrado en sujetarla que... Alex dio un paso hacia la puerta y se tambaleó.
—Están allí —señaló la puerta trasera antes de volverse de nuevo hacia él, entrecerrando los ojos—. Tú deberías saberlo. Fuiste tú quien me las robó.
—Eso es ridículo. Ya te dije que no había mirado el sobre antes de entregártelo. No sabía siquiera que tuvieras un cuaderno de notas.
—¿Entonces cómo desaparecieron las páginas?
Lo estaba acusando de haber intentado destruir una prueba. Se sacó el revólver de debajo de la camisa. Se lo había guardado en la cintura del pantalón cuando oyó su grito. Al verlo, Alex ahogó una exclamación. De miedo.
Mitch la miró airado. ¿Pensaba acaso que iba a dispararle?
—No te muevas.
Furioso consigo mismo y con ella, abrió la puerta y salió al porche. Revisó el jardín y no vio a nadie. Ni encontró nada. Ni intruso ni papeles. La tapa del cubo de basura estaba en el suelo. Dentro no había más que las bolsas de plástico blanco que solía utilizar. Echó un nuevo vistazo al jardín antes de volver a entrar.
Alex esperaba ansiosa al otro lado de la habitación. Mitch cerró la puerta con llave y se volvió hacia ella.
—No hay nada ahí fuera.
—No es posible —sacudiendo la cabeza, se levantó—. Yo sé lo que vi. Las tuve en mis manos...
—Bueno, pues ahora ya no están —se frotó el cuello. Estaba terriblemente cansado—. Mira, no sé lo que viste o lo que crees que viste, pero ahora no hay nada, así que dejemos el asunto en paz hasta mañana por la mañana.
—No pienso quedarme aquí. No confío en ti. Yo sé lo que vi —repitió.
Mitch maldijo entre dientes. Sabía que si hacía algún gesto agresivo, por mínimo que fuera, ella huiría. Y no podía consentirlo porque estaba bajo custodia. Para no hablar de lo que podría suceder si lo que le había dicho acerca de su supuesto ataque era cierto. Aunque lo dudaba, teniendo en cuenta su afirmación acerca de las hojas desaparecidas de su cuaderno. Tenía que haberse imaginado el episodio. Pensó que lo primero que haría al día siguiente sería llamar al neurólogo.
—¿Adonde te gustaría ir? —dio un paso hacia ella—. ¿De vuelta al hospital... o tal vez a una celda?
—No me hables de esa manera, Hayden — retrocedió a su vez—. No sé qué es lo que me estás ocultando.
—No te estoy ocultando nada —continuó acercándose—. Tienes dos opciones, Alex.
O confías en mí o te instalas en una celda hasta que hayamos precisado tanto la amenaza que pende sobre ti como tu relación con los dos homicidios.
—¿Cómo esperas que confíe en ti ahora? — retrocedió hasta quedar con la espalda contra la pared. Un brillo de pánico asomó a sus ojos ambarinos—. Yo... estoy confundida. Las hojas estaban ahí fuera. Tú tuviste que haberlas metido en el cubo.
Mitch terminó acorralándola entre su cuerpo y la pared.
—Si hubiera querido hacerte algún daño, te lo habría hecho cuando te quedaste a dormir anoche, o la noche antepasada. Debes convencerte de que aquí estás a salvo.
Ya lo discutiremos por la mañana, ahora mismo necesitas tranquilizarte. Puedes confiar en mí. Yo no te robé esas hojas.
Alex alzó la mano derecha como para protegerse.
—Yo... yo no lo sé, Hayden.
Fue entonces cuando Mitch descubrió los arañazos de la parte interior de su brazo.
—¿Qué es esto? —la agarró de la muñeca para poder examinárselos. Intentó soltarse, pero él se lo impidió.
—Cuando me atrapó, me resistí. Supongo que me arañó en el forcejeo.
Mitch masculló un insulto. A no ser que se hubiera arañado a sí misma, y ése no parecía ser el caso, se lo había hecho otra persona. La adrenalina comenzó a correr por sus venas.
—No vuelvas a salir si no es acompañada.
—¿Significa eso que me crees ahora?
—Todavía no sé qué pensar, pero no quiero correr riesgos.
—¿Y las páginas de mi cuaderno? ¿Y mis anotaciones?
Le sostuvo la mirada, preocupado.
—¿Es posible que fueran un cebo?
Alex pareció sobresaltada por su sugerencia.
—Desde luego, no habría salido si no hubiera sido por las páginas.
En aquel momento Mitch no supo qué hacer: si quedarse a cuidar de ella o salir en pos del canalla que la había atacado. Pero no podía arriesgarse a dejarla sola.
—Vamos, te curaré esos arañazos.
Todavía parecía algo reacia, pero lo siguió de todas formas al cuarto de baño. Mitch buscó en su botiquín y sacó todo lo necesario. Alex se quedó en el umbral, temerosa de acercarse.
—Ven aquí.
Vio su mirada asustada. Detestaba que le tuviera miedo. Si en algún momento llegaba a recordar lo que le había dicho aquella noche... Maldijo entre dientes. Eso no sería nada bueno, a juzgar por su estado actual y la poca confianza que parecía demostrarle. Al final decidió acercarse, valiente y vulnerable a la vez, lo cual lo hizo aún más consciente de su casi feroz deseo de protegerla. Un deseo que trascendía con mucho sus obligaciones profesionales.
Se detuvo a un paso de él y extendió el brazo. Mitch procedió a desinfectarle las heridas, arrancándole una mueca de dolor.
—Lo siento —murmuró.
La tersura de su piel le nublaba los sentidos. Ansiaba tocarla, besarla... La mirada que veía en sus ojos no hacía sino excitar aún más aquel anhelo.
—Con esto debería bastar —pronunció, tenso; sin soltarla.
—Gracias.
Incapaz de resistir la tentación, alzó su mano libre y le delineó con el dedo la marca ya casi desaparecida que Gilí le había dejado en la mejilla. La sintió estremecerse, pero no se apartó.
—No sé qué pensar de ti, Alex —murmuró—. No sé si eres increíblemente valiente o increíblemente temeraria.
—Después de lo de esta noche... —sonrió débilmente—... me temo que tal vez sea ambas cosas.
—¿Realmente piensas que te robé esas cosas y qué además fui lo suficientemente estúpido como para dejarlas en el cubo de la basura? — le acarició con el pulgar la sensible piel del interior de la muñeca. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía evitarlo.
Alex cerró los ojos y suspiró.
—No sé qué pensar. Sólo sé que alguien quiere hacerme desaparecer, y me gustaría saber por qué.
—No te preocupes. Esto no volverá a suceder. A partir de ahora no irás a ninguna parte sin mí.
—Eso podría ser un poco difícil —sugirió con una sonrisa que en esa ocasión sí que llegó hasta sus ojos—. A no ser, por supuesto, que estés pensando en pedirme que duerma contigo.
—¿Quieres que te lo pida?
Le sostuvo la mirada durante un segundo o dos antes de contestar. Alex podía ver en sus ojos la batalla que estaba librando por dentro. Era la misma que estaba librando él.
—No quiero complicar aún más las cosas — repuso ella con tono suave—. Sobre todo ahora.
—Quieres decir que sigues teniendo motivos para sospechar de mí.
Volvió la palma, permitiéndole que cerrara los dedos sobre su mano.
—Quiero decir que dado que no sé lo que está pasando aquí... —se llevó la otra mano a la sien—. Estoy demasiado confusa. No puedo pensar con claridad.
—Esperaré.
Alex se humedeció los labios y le lanzó otra de sus temblorosas sonrisas.
—Por extraño que pueda parecerte después de lo que te he dicho hace unos minutos... me siento mucho más segura contigo cerca —se encogió de hombros—. No sé qué es lo que tienes —le tocó la estrella de sheriff que llevaba prendida en un bolsillo de la camisa—. Quizá sea porque eres el sheriff. Ya sabes, uno de los buenos.
—Me lo tomaré como un cumplido —bromeó.
Al ver que lo soltaba y se disponía a marcharse, resistió el impulso de retenerla.
—Una cosa más.
Alex se detuvo para mirarlo, expectante.
No pudo evitarlo: le acunó el rostro entre las manos y le dio un beso fugaz, apenas un simple roce. Ignoraba lo que se había apoderado de él en aquel preciso instante.
Tenía que saborearla. Tenía que sentir sus labios sobre los suyos.
Porque su boca tenía el sabor tan exquisitamente dulce y refrescante que había esperado. Ansiaba, más que cualquier cosa en el mundo, perderse en ella. Se excitó de inmediato. Justo entonces supo que no le bastaría con besarla. Y sin embargo eso era lo que necesitaba Alex en aquel momento: que la besara.
Y lo hizo. Había desaprovechado la oportunidad de besarla la primera vez que la vio, pero no aquella noche. Aquella noche seguiría los dictados de su corazón. Por muy absurdos que fueran.
Fue ella la primera en apartarse, sin aliento, ruborizada. Se humedeció los labios.
—Quiero irme a la cama.
—Me reuniré contigo en seguida —la observó mientras se marchaba. Ya empezaba a reprenderse a sí mismo por haber cedido a la tentación de aquel beso. Y por su convencimiento de que nunca, jamás sería suficiente. Una cosa era segura: tenía que recuperar el control antes de poner un pie en aquel dormitorio. La imagen de Alex yaciendo entre las sábanas medio desnúdale...
El repentino timbre del teléfono hizo añicos aquella erótica imagen.
—Hayden —descolgó bruscamente el auricular.
—Soy Talkington.
Mitch frunció el ceño, mirando su reloj. Era tarde.
—¿Qué ocurre, Talkington?
—Parece que hemos encontrado a otra de las víctimas de Gilí. Ahora mismo estoy en medio de un bosque. Hasta que amanezca no sabremos nada sobre seguro, pero pensé que querrías enterarte cuanto antes. Podría tratarse de tu chica desaparecida.
Al parecer lleva aquí el tiempo suficiente como para que sea la misma que estás buscando.
—¿Marija Bukovak?
—Todavía no puedo asegurártelo. Volveré a llamarte en cuanto sepa algo.