Capítulo 7
Alex se despertó sobresaltada. Sus dedos se cerraron sobre las sábanas mientras se desvanecían los últimos ecos de su sueño erótico, dejándola excitada y anhelante.
Suspiró. Había sido un sueño demasiado real. Revivió las imágenes, escena a escena.
Max sonriéndole. Atrayéndola hacia sí cuando ya estaba demasiado cerca.
Abriéndole la puerta del coche... El Sedán gris.
Se sentó, abrazándose las rodillas. El Sedán gris era el coche que ella había alquilado.
El que le habían requisado como prueba. Cerró los ojos y volvió a verse a sí misma bajando de aquel vehículo, en el claro donde Miller había sido asesinado...
¿Significaba eso que su sueño era real? ¿Existía algún otro vínculo entre Mitch y ella?
Frunció el ceño. ¿Cuándo había empezado a llamarlo Mitch? Recordando la promesa que le había hecho de no apartarse de ella, se volvió hacia el sillón del otro lado de la mesilla. La lámpara iluminaba sus rasgos. Estaba durmiendo. Largas guedejas habían escapado de su coleta para descansar sobre sus anchos hombros. Tenía las piernas extendidas y no se había quitado la sobaquera con la pistola.
Bajó la mirada a su arma. Por primera vez desde que empezó todo aquello, deseó haber recuperado la suya. Pero también se la habían incautado como prueba. Sacudió la cabeza, horrorizada por el hecho de que Miller hubiera sido asesinado con su pistola. Sus huellas estaban allí... aunque ella no había realizado el disparo mortal. Lo sabía a ciencia cierta, estaba completamente segura. No sabía por qué había concertado aquella cita con Miller, pero ella no lo había matado. Sus intenciones, fueran cuales fueran, figuraban en aquellas hojas desaparecidas. Las hojas que había visto esa noche. Cerró los ojos. Se sentía tan confusa... No sabía lo que era real y lo que no. ¿Se habría imaginado todo el episodio que había vivido en el jardín de Mitch? Se acordó de sus arañazos y se consoló con la idea de que al menos tenía una prueba de aquel ataque.
Pero... ¿y las páginas?
La imagen de la maravillosa sonrisa de Mitch asaltó de nuevo su mente, llenándola de un delicioso calor, imponiéndose a sus miedos e inseguridades. Contempló una vez más a su protector. ¿Habría sucedido algo entre ellos? ¿Algo aparte de la discusión que le había confesado habían tenido? ¿Algo... íntimo?
Apartó las sábanas y bajó los pies al suelo. Se quedó sentada durante un buen rato en el borde de la cama, observándolo simplemente, recordando su sonrisa, su contacto, el sonido de su voz. Sintió el impulso de delinear los rasgos de aquel rostro tan hermoso. El cuadrado perfil de su mandíbula, sus labios llenos y suaves, el diminuto hoyuelo de su mentón. Bajó la mirada, deslizándola por su cuello y por los contornos de su pecho, bien definidos bajo la camiseta. Los viejos y gastados vaqueros se le ceñían a la cintura y a las piernas musculosas. El detalle de que llevara los calcetines cambiados le arrancó una sonrisa.
—¿No puedes dormir?
El sonido de su voz ronca la hizo levantar la mirada. Aquellos ojos azules parecían traspasarle el alma, imposibilitándola para disimular sus sentimientos.
—He tenido un sueño —admitió—. Contigo.
Mitch se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.
—¿De veras?
Asintió con un nudo en la garganta, incapaz casi de hablar.
—Cuando me desperté, estabas aquí. Como si te hubiera conjurado con la imaginación.
—¿Estábamos discutiendo en tu sueño?
Negó con la cabeza. El deseo que veía arder en sus ojos le aceleró el pulso. Se humedeció los labios en un gesto instintivo, a la espera de sentir el contacto de su boca, de paladear su sabor. Él siguió su movimiento con la mirada. Y su expresión la hizo temblar.
La renovada ansia que inflamó su pecho se transmutó en un dolor casi físico. Quiso decirle que su sueño había sido real... que tenía que serlo, porque ningún sueño podía ser tan verosímil. Pero tenía miedo de romper el hechizo de aquel instante colmado de calidez y anhelo. Como si el resto del mundo hubiera dejado de existir.
Como si nada más importara.
—Me estabas sonriendo. Me acompañaste hasta mi coche y me abriste la puerta. Me pareció tan... real.
Algo cambió de pronto en su mirada. Un cambio tan sutil que no pudo descifrarlo.
¿Tristeza quizá?
—Fue real.
Se preguntó si le habría hecho daño de algún modo, aparte de las implicaciones de su investigación en la vida de su tío. La simple idea le traspasaba el corazón. Le hacía ansiar abrazarlo, borrar aquel dolor. Se mordió el labio, concentrada en rememorar cada instante de su sueño.
—¿No me besaste aquella noche?
En aquel preciso instante comprendió lo que quería. Levantándose de la cama antes de que tuviera tiempo de pensar sobre ello y cambiar de idea, se arrodilló frente a él y lo miró fijamente a los ojos. Estaba tan cerca que podía oler su aroma fresco y masculino, sentir el calor de su cuerpo duro, fuerte.
La necesidad que leyó en su mirada la dejó aturdida, mareada. Tuvo que apoyarse en sus rodillas para sostenerse.
—¿Sucedió algo más entre nosotros que todavía no haya recordado? —le preguntó con voz temblorosa.
—No lo que tú piensas —murmuró.
Alex cerró los ojos por un momento, esforzándose por sobreponerse al caos de emociones que la abrumaban. Sintió su contacto: la había tocado. Contuvo el aliento.
Apenas el leve roce de la punta de sus dedos en su mejilla.
Abrió los ojos y la batalla interior terminó. Se sentía demasiado débil para luchar.
Extendió las manos y le acunó el rostro, sintiendo el áspero contacto de su barba en las palmas. Y lentamente, dándole tiempo suficiente para pensar, alzó el rostro ofreciéndole sus labios.
Mitch enterró los dedos en su pelo. Tenía los labios muy cerca de los suyos, pero no la besaba, se contenía. Soltó un profundo suspiro. Abrió la boca como para decir algo, pero en lugar de ello... la besó.
Fue un beso pausado, meticuloso, profundo. Y tan largo que Alex tuvo que apartarse para tomar aire. Cuando volvió a atraerla hacia sí, la cercanía de su aliento la inflamó de deseo. Le acarició la melena y terminó de soltarle la coleta. Se hizo hacia atrás con la intención de admirarlo, pero él tenía otros planes. Le mordisqueó sensualmente el labio inferior y deslizó la lengua en el interior de su boca.
Acto seguido la abrazó con tanta fuerza que Alex tuvo la sensación de que se fundía con su cuerpo, como si formaran una sola persona. Sus dedos se abrieron paso hacia su camisa, y logró deslizársela hombros abajo. Mitch se incorporó, entonces, levantándola consigo. Sintió su peso balanceándose de un lado a otro mientras se quitaba los calcetines.
Alex acabó de despojarle de la camisa y la dejó caer al suelo. La sobaquera con la pistola siguió el mismo camino. Lo oyó ahogar una exclamación cuando recorrió con las palmas su pecho desnudo, recreándose en el delicioso tacto de su fino vello rubio.
Tenía un cuerpo tan hermoso...
De repente Mitch le agarró el borde de la camiseta y se la sacó por la cabeza, dejándola completamente desnuda a excepción de la diminuta braga. El brillo que vio en su mirada le dio el coraje necesario para mantenerse inmóvil hasta que se hartó de contemplarla. Lentamente, como temiendo que fuera a echar a correr en cualquier momento, extendió una mano hacia ella... y se apoderó de un seno. Alex cerró los ojos para saborear mejor la sensación. Sintió el roce de su pelo justo antes de la caricia de sus labios en el pezón endurecido.
Se lo succionó con fuerza. Cayendo de rodillas ante ella, se concentró seguidamente en el otro seno, lamiéndoselo y mordisqueándoselo hasta enloquecerla de placer.
Alex hundió a su vez los dedos en su pelo, urgiéndolo a continuar.
Le bajó la braga por los muslos mientras sus labios se abrían camino hacia su vientre.
Luego empezó a acariciarle el ombligo con la lengua al tiempo que deslizaba las manos por sus costados, por su espalda, por sus nalgas. La oyó reprimir un gemido.
Cuando su boca continuó descendiendo, Alex echó la cabeza hacia atrás y soltó un grito.
Mitch le hizo apoyar la espalda en el borde de la cama, sin dejar de acariciarla con los labios. Y se dedicó a saborearla íntima, ávidamente.
Ya no se contenía a la hora de gemir, aferrada a las sábanas. Con cada caricia de su lengua se acercaba inevitablemente al clímax.
Hasta que, apretándole las nalgas, Mitch deslizó aún más profundamente la lengua.
El orgasmo fue rápido, violento.
Todavía no habían cesado los espasmos cuando trazó un sendero de besos hasta sus senos. Debilitada por aquella explosión de los sentidos, sus dedos buscaron el botón de sus vaqueros, desesperada por tocarlo. Le bajó la cremallera e introdujo las dos manos. Tenía el miembro increíblemente duro, a la vez que suave. Lo rodeó con los dedos, ansiosa de sentirlo dentro. Incapaz de esperar, comenzó a bajarle el pantalón con el calzoncillo al tiempo que le sembraba el cuello de besos.
Se concentró en acariciarlo a placer. Mitch soltó un gruñido y se apartó para mirarla a los ojos, antes de besarla en la boca. Aferrándola de la cintura y levantándola como si pesara menos que una pluma, la acomodó delicadamente contra las almohadas. Acto seguido terminó de quitarse los vaqueros hasta quedar completamente desnudo.
Aquellos ojos azules parecían adorarla. Le besó la barbilla, la nariz, los párpados cerrados. Cuando volvió a abrirlos, era ya un crudo y fiero deseo lo que ardía en ellos. De rodillas ante ella, le separó los muslos y se colocó en posición. La sensación de la punta de su miembro grueso y satinado contra su sexo la hizo estremecerse. Se arqueó hacia él, anhelante. Al ver que se contenía, lo agarró de la cintura para acercarlo hacia sí. Todavía se resistía. Quiso protestar, pero él la acalló con sus labios, besándola hasta que no pudo hacer otra cosa que gemir de renovada necesidad.
Finalmente se deslizó con extremada lentitud en su interior. La sensación de la dureza de su sexo le provocó una explosión instantánea. Esa vez la marea de sensaciones resultó abrumadora, implacable. No podía pensar. Ni siquiera respirar.
Sólo podía sentir. El ritmo, lento al principio, fue ganando velocidad. Quiso gritar, chillar. Necesitaba tocarlo. Le rodeó la cintura con las piernas al tiempo que deslizaba las palmas de las manos por su torso. Le ardían los pezones al contacto de su pecho desnudo. Se sentía saciada y necesitada a la vez. Era como si jamás pudiera hartarse de él. Quería más y más...
Intentó concentrarse en el contacto de su piel, en la concentrada expresión de su rostro, pero fue inútil. Con aquel ritmo frenético, la estaba arrastrando a un remolino de puras sensaciones. Se aceleró aún más y lo sintió latir dentro de ella. Vio que cerraba los puños sobre la almohada, a cada lado de su cabeza, en el instante en que alcanzaba el orgasmo... que coincidió exactamente con el suyo.
Soltó un grito, incapaz de contenerse. Y Mitch la besó, embebiéndose de su aliento, de sus gemidos de alivio, de delicia.
Minutos después, recobrado el aliento, la abrazó con fuerza. Los dos estaban sudando. Ninguno dijo nada. No existían palabras que pudieran describir con justicia lo que acababan de compartir.
Incluso mucho después de desaparecidas aquellas maravillosas sensaciones, Alex sabía en el fondo de su corazón que no había cometido un error. Hacer el amor con Mitch Hayden nunca podría ser considerado un error. Arrebujándose contra su pecho, cerró los ojos y se dejó finalmente vencer por el cansancio.
El amanecer lo despertó con su brusca realidad. ¿Qué había hecho?
Apoyó la frente contra la fría pared de la ducha, dejando que el chorro de agua le cayera por la espalda. ¿Qué diablos había hecho? Había perdido el control y había mantenido relaciones sexuales con Alex. Una sospechosa, una testigo. Maldijo entre dientes. Y lo peor de todo era que no sólo había sido sexo. Habían hecho el amor.
Irguiéndose, cerró el grifo y empezó a secarse. Tras levantarse de la cama aquella mañana, había permanecido durante casi una hora sentado en el sillón, mirándola.
Pero tenía que concentrarse en su trabajo. Talkington había encontrado otro cadáver.
Mitch no sabía bien por qué el agente de la Oficina de Investigación sospechaba que se trataba de la chica Bukovak, pero sus razones tendrían. No pensaba decírselo a Alex. Estaba tan segura de que Gilí no tenía nada que ver con la desaparición de la joven...
Su intuición le había advertido de que no se tomara las conclusiones de Alex demasiado a la ligera. Pero los hechos hablaban por sí solos. Los análisis de las piezas dentales identificarían a la chica. Se ató la toalla a la cintura. Esa mañana no se afeitaría. Ya se le había hecho bastante tarde.
—Buenos días.
Vio a Alex en el umbral, observándolo con descarado interés. Parecía como si llevara contemplándolo durante un buen rato. Con aquella camisa que le había tomado prestada estaba endiabladamente sexy. Sobre todo teniendo en cuenta que no llevaba nada debajo.
—Buenos días.
—¿Te importa si me ducho yo ahora?
Se hizo a un lado para dejarla pasar.
—Para nada —pensó que, después de todo, quizá sí que se afeitaría...
Mientras ella agarraba una toalla y la colgaba de la puerta de la ducha, Mitch borró el vaho del espejo para seguir sus movimientos a través del cristal esmerilado. Los recuerdos de sus caricias y de su sabor se fueron sucediendo a toda velocidad.
Cuando la vio quitarse la camisa, se quedó paralizado. La vista de su cuerpo esbelto le suscitó un renovado deseo, pero los arañazos de la espalda lo inflamaron de rabia.
Cerró los ojos. El hombre que lo miraba desde el espejo no era ni mucho menos tan inteligente como debería ser. Sabía perfectamente que no estaba pensando con coherencia. Pero, fuera como fuere, tanto si terminaba resolviendo ese caso como si no, jamás permitiría que nadie volviera a hacerle daño a Alex. Si a alguno se le ocurría intentarlo, se aseguraría de que fuera la última vez.
Mitch se esforzó por concentrarse en el informe que le había presentado Dixon.
Seguían sin tener nada. Tanto el coche de Miller como el de Alex estaban limpios. A excepción de la droga, no habían encontrado nada extraordinario. Y ninguna huella tampoco, a excepción de las de sus respectivos dueños.
En el camino habían encontrado otras rodadas pertenecientes a un vehículo distinto, por lo demás muy difícil de identificar. Talkington llamaría a Mitch tan pronto como hubiera comprobado la identidad del último cadáver, presuntamente el de Marija Bukovak. Mientras no lo supiera con absoluta seguridad, había decidido no informar a Alex.
Recostándose en su sillón, desvió la mirada hacia el despacho de Dixon, donde Alex estaba hablando con una camarera que la había atendido en su cafetería en varias ocasiones. Stella. Su nombre había figurado en su cuaderno. Mitch había insistido en que entrevistara en comisaría a toda persona con quien quisiera hablar, ya que no quería perderla de vista en ningún momento. Frunció el ceño, frustrado y disgustado a la vez, cuando pensó en las hojas desaparecidas de su cuaderno. Esa misma mañana, a primera hora, había registrado a fondo el jardín y no había encontrado nada.
—Sheriff Hayden, lo necesitan en tierra —se burló Roy.
Mitch salió de su ensimismamiento.
—¿Me he perdido algo importante?
—Oh, sólo los diez últimos minutos o así... —terció Dixon, reprimiendo una sonrisa.
Irritado, soltó un profundo suspiro y se levantó del sillón. Tenía que dejar de obsesionarse con Alex.
—Si me he perdido algo importante, repetídmelo. Y si no es así, largaos de una vez de aquí y volved con un testigo que haya visto u oído algo que nos proporcione alguna pista. Tiene que haber alguno.
Willis y Roy intercambiaron una sonrisa de complicidad. Y lo mismo Dixon.
—¿Qué pasa? ¿Me estoy perdiendo algo más? —quiso saber Mitch, desafiándolos.
—No, no —Dixon se levantó también, y se volvió hacia sus subordinados inmediatos
—. Vamos, chicos. En marcha.
Mitch apretó los dientes mientras los veía salir del despacho. Si hubiera estado seguro de que realmente Roy estaba difundiendo rumores, a esas alturas ya le habría propinado una buena patada en el trasero. Aunque ésa no habría sido la mejor reacción. Porque su primo la habría interpretado como prueba de que sus sospechas sobre Alex y sobre él eran ciertas.
Y eso era lo último que deseaba Mitch. Incluso aunque esas sospechas estuvieran plenamente justificadas.
—Hey, Stella, tienes buen aspecto.
Tan sorprendida como disgustada, Alex se volvió para mirar a Roy Becker. Había asomado la cabeza por la puerta entreabierta, interrumpiendo su entrevista con Stella Craner. Ignoraba por qué, pero desconfiaba de aquel tipo. Quizá fuera su manera de mirarla. No pudo evitar una ligera punzada de temor.
—Hola, Roy —le sonrió Stella, batiendo sus larguísimas pestañas—. ¿Qué tal va todo?
—Bien, Stel, bien —se dedicó a admirar descaradamente sus esbeltas piernas, destacadas por la minifalda—. ¿Piensas pasarte por el club esta noche?
—Seguro. Estará mi banda favorita y además es viernes. Una chica no puede quedarse en casa un viernes por la noche...
—Te veré allí entonces —se llevó dos dedos a la frente. Después de despedirse de Alex con un movimiento de cabeza, se marchó.
Alex se estremeció a su pesar, contenta de que se hubiera marchado. Miró a Stella.
Quizá fuera esa actitud abiertamente machista lo que la molestaba de él. En cualquier caso, no le gustaba lo más mínimo.
—¿El club? —le preguntó, curiosa por saber de cualquier lugar que Marija pudiera haber frecuentado.
—Sí, el Down Under. Ya sabes: música, baile, copas... —puso los ojos en blanco—. Y
montones de tíos buenos.
—¿Viste alguna vez allí a Marija Bukovak?
Stella reflexionó sobre su pregunta durante unos segundos.
—Sí, una o dos veces —se encogió de hombros—. Dado que todos los polis y los chicos bien del instituto se pasan por allí, es un lugar frecuentado por muchas chicas.
—¿Roy también lo frecuenta? —Alex no sabía muy bien por qué se lo había preguntado, pero tenía que saberlo.
—Desde luego —sonrió Stella—. Todo el tiempo.
Una vez que su entrevistada se hubo marchado, Alex se dedicó a examinar sus notas.
Antes había estado llamando a Victoria. Cualquier cosa con tal de distraer sus pensamientos de Mitch Hayden. Incluso el eco mental de su nombre la hacía temblar.
Sabía que estaba caminando por la cuerda floja...
—¿Tienes un minuto?
Su voz profunda y sensual la sacó de sus reflexiones. Allí estaba. Forzando una sonrisa, intentó sobreponerse a la reacción de su cuerpo.
—Claro. ¿Qué pasa?
Había visto a Mitch reuniéndose con los agentes encargados de la investigación del caso. De alguna manera siempre se las arreglaba para celebrar aquellas reuniones cuando ella estaba ocupada en algo. Aunque al final siempre se preocupaba de informarla. Al menos de las partes que él quería que supiera.
Mitch se sentó en la esquina del escritorio de Dixon, mirándola fijamente. No le pasó desapercibido el brillo de ternura de sus ojos. Lo ocurrido la noche anterior... ¿le habría afectado a él tanto como a ella? Probablemente no. Pero la química seguía presente.
—Siento tener que decirte esto, pero han encontrado el cuerpo de Marija Bukovak.
Se quedó helada. Aturdida.
—¿Dónde?
—En las afueras de Nashville —Mitch desvió brevemente la mirada antes de continuar—: El modus operandi es el de Gilí, Talkington está convencido de que fue él.
De estupefacta pasó a furiosa. Y escandalizada.
—No me lo creo.
Mitch soltó un suspiro de impaciencia.
—Las evidencias son irrefutables. Había un detalle sobre Gilí que no se filtró a la prensa.
—¿Cuál?
—Se llevaba un recuerdo de cada víctima. Un imitador no se habría llevado nada.
Tuvo que ser Gilí.
—Quiero verla —se levantó de su asiento—. Quiero ver la escena del crimen —lo miró a los ojos, desafiante—. Y también quiero volver a hablar con Gilí.
Mitch también se incorporó, con los puños cerrados:
—Ni hablar.
—Entonces hablaré personalmente con Talkington. Seguro que podré convencerlo —
no le había pasado desapercibido el interés personal que le había demostrado. Estaba convencida de que conseguiría persuadirlo.
Un brillo de ira asomó a los ojos de Mitch.
—Antes te arrestaré y te encerraré en una celda.
—Zach Rae sacará en cuestión de horas.
—Muy bien —se encogió de hombros, fingiendo un gesto de indiferencia—. Pero entonces te perderás la entrevista con Phillip y Nadine. Pretendo informarlos de la noticia. Si tienes algo que preguntarles, ésa sería la mejor ocasión. Pero supongo que no podrás, dado que tendré que detenerte.
Estaba jugando sucio. Sabía lo mucho que deseaba aquella oportunidad. Alex tuvo que replantearse sus prioridades.
—Eso no será necesario, sheriff —replicó—. Siempre y cuando me permitas mantener una entrevista con Talkington para hablar de la autopsia y de las evidencias encontradas en la escena del crimen.
—De acuerdo —sonrió casi a su pesar, admirado de su tenacidad—. Y ahora, vámonos. Comeremos de camino.
Phillip y Nadine Malloy vivían en una lujosa mansión de estilo rústico que ilustraba bien su posición social. Alrededor de la casa, eran dueños de toda la tierra que abarcaba la vista.
El ama de llaves los hizo pasar a un salón decorado enteramente en color blanco.
Cinco minutos después, los Malloy hicieron su entrada. Phillip era un hombre de unos cincuenta y tantos años y porte distinguido. Alex pudo reconocerle cierto parecido con Mitch, de quien era tío por parte de madre.
Ambos eran muy guapos, de cabello castaño rojizo y ojos azules. Phillip exhibía un comportamiento aún más cálido y encantador, por delicado, que su sobrino. Nadine, sin embargo, era otra historia. Era fría y estirada. Y estaba claramente disgustada con Mitch por haberse presentado con Alex para la entrevista.
Durante cerca de media hora, y en beneficio de Alex, Mitch les estuvo preguntado por las últimas semanas que habían pasado con Marija, hasta el día en que la acompañaron al aeropuerto. Los Malloy describieron una relación perfecta y una despedida de lo más cordial.
Pero Alex no se lo creyó ni por un momento.
—¿La policía tiene la completa seguridad de que la joven que han encontrado muerta es ella? —quiso saber Nadine, enjugándose delicadamente las lágrimas con la punta de su pañuelo.
—Sí —afirmó Mitch—. Su identidad ha quedado confirmada por las piezas dentales.
Y su permiso de conducir estaba en la escena del crimen.
Le había ahorrado a Alex el detalle del permiso de conducir. ¿Pero por qué habría dejado Gilí aquella prueba tan clara de la identidad de su víctima? Según el informe de Talkington, eso era algo que nunca había hecho antes.
—¿Pone eso fin entonces a su investigación, señorita Preston? —le preguntó Phillip Malloy.
Alex volvió a la realidad. Se había quedado distraída.
—Yo... no estoy segura —respondió, vacilante. ¿Era aprehensión lo que le parecía leer en el semblante de aquel hombre? ¿Estaría acaso deseando que frenara la investigación de inmediato?
—Tenemos que irnos —dijo Mitch, deseoso de dar por terminada la entrevista—. Sólo quería que os enterarais por mí.
—Gracias, Mitch —Phillip le estrechó la mano y le dio unas palmaditas en la espalda
—. Te agradezco que te hayas pasado por aquí.
—Una cosa más —pronunció Alex antes de que Mitch la acompañara fuera del salón.
Todas las miradas se volvieron hacia ella. La de Mitch era claramente de advertencia.
Le había dicho que podía hacerles sólo una pregunta.
—¿Alguno de ustedes era consciente de que Marija estaba embarazada? —les espetó a la espera de su reacción.
Phillip Malloy tuvo que sujetar a su mujer, que de pronto pareció a punto de desmayarse. Se volvió hacia Mitch, pálido.
—¿Qué está diciendo?
—Alex, éste no es el momento.
Lo fulminó con la mirada. A esas alturas ya no estaba dispuesta a dar marcha atrás.
—¿Por qué no? Supongo que al señor Malloy no le importará despejar cualquier duda sometiéndose voluntariamente a un test de ADN.
El indignado estupor del matrimonio fue mayúsculo.
—Vamos —Mitch la agarró del codo y se la llevó hacia la puerta. Su expresión era implacable—. Ya hablaremos de esto después.
—¿Cómo has podido traerla a esta casa? — chilló Nadine—. ¡Esa mujer está destrozando a nuestra familia!
—Un momento.
El ruego de Phillip, pronunciado en un murmullo, hizo que Mitch y Alex se detuvieran en seco. Mitch se volvió hacia su tío.
—No debí haber permitido todo esto. Nadine tiene razón. Me equivoqué al traerla aquí.
—No —sacudió la cabeza—. Yo no tengo nada que esconder.
—¡Phillip! —exclamó su mujer—. No vuelvas a dirigirle la palabra a... a esa mujer.
—¿Qué diablos está pasando aquí?
Alex se giró en redondo para descubrir a Roy Becker en el umbral. Esa vez fue ella la sorprendida. ¿Qué tendría que ver él con los Malloy?
—¿Podría alguien explicarme qué significa todo esto? —insistió Roy.
—Esta mujer... —Nadine señaló a Alex—... acaba de acusar a tu padrastro de haber dejado embarazada a esa zorra de Marija.
¿Su padrastro? Alex miró asombrada a Phillip y a Roy, que parecía haber montado en cólera.
—Sácala de aquí —bramó, dirigiéndose a Mitch—. No quiero que le haga más daño a mi familia. ¿No te parece que ya ha hecho suficiente?
¿Roy formaba parte de la familia? Alex estaba asombrada. ¿Cómo se le había podido pasar por alto un detalle semejante? O tal vez sí que lo había sabido... y simplemente no pudiera recordar lo que había averiguado sobre Roy.
—¡Todo esto es culpa tuya! —añadió Roy—. ¡Debí haberla dejado morir, y entonces nada de esto habría sucedido!
¿Dejarla morir? ¿Acaso Roy le había salvado la vida?