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El cuerpo anticáncer

Tocar como una madre tocaría a su hijo

CUANDO Linda llegó al Commonweal Center de California para un retiro de siete días, estaba en las últimas. Después de una serie de operaciones, seguidas de quimio y radioterapia, se sentía como si la hubieran dejado absolutamente yerma. «Me rajaron, me envenenaron y me quemaron», decía, reduciendo a su descripción más brutal los tratamientos cuyo recuerdo había quedado impreso de forma indeleble en su carne. No había vuelto a mirarse al espejo. Su sobrecogedora imagen, con cicatrices en lugar de senos, las extremidades convertidas en huesos recubiertos de pellejo y la tez cenicienta, la tenía sumida en un profundo abatimiento.

Los masajes formaban parte del tratamiento, pero cuando llegó el momento de desnudarse, no se atrevía. ¿No era repugnante a los ojos de cualquiera? ¿Quién iba a querer tocarla? Pero en medio de la luz tamizada de la sala, envuelta en el aroma de pureza que emanaba de los aceites esenciales y calmada por la suave sonrisa y la expresión atenta de Michelle, Linda accedió finalmente a tumbarse en la camilla, tapada con una fina sábana, dejando al desnudo «sólo la espalda». Michelle empezó poniéndole las manos en la cabeza para masajear suavemente las sienes y el cráneo. Linda se relajó. Poco a poco fue cogiendo confianza, hasta que al final se atrevió a darse la vuelta y dejar que se le viese el torso. Entonces Michelle puso la mano, delicada, fuerte y tranquilizadora, sobre el corazón de Linda, en la cicatriz donde antes estuvo su pecho izquierdo. Allí la dejó unos cuantos minutos, sin moverla para nada, centrada, presente. Linda percibió el consuelo que le brindaba aquella mano. Le llegó al alma y, poco a poco, imperceptible al principio mas ganando fuerza por momentos, le salió de dentro un tremendo sollozo. Entonces Linda se agarró a la mano de Michelle como un niño que no quiere que se vaya su madre.

Abrumada ante la soledad de los largos meses de tratamiento, tomó nuevamente consciencia del miedo que había tenido que albergar en su interior durante tantísimo tiempo; solo que ahora ese miedo se mezcló con el inmenso cariño que le inspiró aquel cuerpo huesudo y magullado, su cuerpo, que con tanta valentía había resistido. Michelle no se había movido ni había dicho una sola palabra. Y tan misteriosamente como habían surgido, los sollozos fueron remitiendo. En su lugar Linda sintió ahora dentro del pecho una calma y una calidez inmensas, a las que dio la bienvenida como al sol después de una tormenta. Michelle apenas dijo nada. «Tu cara tiene más color. Ahora tienes las mejillas sonrojadas», fue lo único que comentó. Al final de la sesión, antes de despedirse, las dos mujeres se abrazaron.

Michael Lerner y la doctora Rachel Naomi Remen, codirectores del Commonweal Center, conceden mucha importancia al masaje y lo han incorporado plenamente en su programa. «El tacto es un modo antiquísimo de curación», explica la doctora Remen. «Tocar como una madre tocaría a su hijo. Porque lo que está diciendo una madre a través del tacto es: «Vive»». El tacto tiene algo que refuerza nuestras ganas de vivir. Curar es despertar en el otro el deseo de vivir. No se trata tanto de hacer algo, como de transmitirle a la otra persona que su dolor, su sufrimiento y su miedo cuentan. Que cuentan de verdad».

En los años ochenta se comprobó lo importante que era el tacto para alentar la vida en las unidades de cuidados intensivos para bebés prematuros1. A pesar de encontrarse en unas condiciones ideales (temperatura controlada, luz ultravioleta, humedad relativa y niveles de oxígeno perfectos, una alimentación calculada al miligramo y un ambiente estéril), muchas veces estos frágiles seres humanos no crecían. El contacto físico con otro ser humano no formaba parte del régimen, debido en gran parte a las instrucciones que aconsejaban a las enfermeras y a los padres no tocar a los bebés. Todo eso cambió gracias a una enfermera del turno de noche. Incapaz de soportar sus llantos de soledad, había descubierto que podía serenar a sus pequeños pacientes acariciándoles suavemente la espalda. Y, aunque al principio nadie entendió por qué, los bebés expuestos a su tacto empezaron a crecer.

El profesor Saul Schanberg y su equipo de la Universidad de Duke pusieron de manifiesto el fundamento que explicaba aquel fenómeno. A través de una serie de experimentos con crías de rata a las que apartaban de su madre nada más nacer, demostraron que en ausencia de contacto físico las células del cuerpo no querían dividirse y crecer. En cada célula dejaba de expresarse la parte del genoma responsable de producir las enzimas necesarias para el crecimiento, de manera que todo el organismo entraba en una especie de hibernación. Por el contrario, sólo con acariciar el lomo de la cría con un cepillo húmedo, imitando la forma de reaccionar de la madre al llanto de sus crías, se disparaba la producción de la enzima y, con ello, el crecimiento2. De este experimento podemos deducir que muy probablemente el contacto físico atento, como el de un masaje aplicado con afecto y esmero, estimula en el adulto la fuerza vital, no sólo en el nivel emocional, sino en el biológico, dentro de las propias células del organismo.

Como le pasó a Linda, el tacto alienta también la aceptación de nuestro propio cuerpo, por maltrecho que esté. El cuerpo reacciona a su manera al mensaje físico implícito, a esa sensación de que «cuenta», de que es aceptado y sigue ocupando su sitio entre los seres humanos. La profesora Tiffany Fields dirige un instituto de investigación sobre el masaje en la escuela de Medicina de la Universidad de Miami. Trabajando en colaboración con el laboratorio del doctor Schanberg, Fields y su equipo han demostrado que tres sesiones de masaje a la semana, de media hora cada una, reducía la producción de las hormonas del estrés y aumentaba la tasa de células NK en mujeres con cáncer de mama3,4. Además, ya después de la primera sesión estas mujeres estaban más serenas y sentían menos dolor físico, un efecto bien conocido del masaje5.

El cuerpo en movimiento

Hay muchas maneras de decirle a nuestro cuerpo que cuenta, que lo amamos y respetamos, y de hacerle percibir nuestras ganas de vivir. La mejor manera consiste en permitirle practicar aquello para lo que fue diseñado: el movimiento y la actividad física. Diversos estudios han demostrado que a través del ejercicio físico podemos estimular de forma directa los mecanismos de regulación y defensa que nos ayudan a luchar contra el cáncer.

Jacqueline tenía cincuenta y cuatro años cuando descubrió que padecía un cáncer muy poco frecuente de las trompas de Falopio. Varios parientes suyos habían muerto de cáncer y siempre pensó que algún día le tocaría el turno a ella. Su médico le dijo con toda franqueza que le quedaban pocas esperanzas de vida, pero que probarían con todos los tratamientos posibles... Después de pasar por el quirófano, inició seis meses de quimioterapia para reducir el riesgo de metástasis. Pero su oncólogo, que tenía varias ideas brillantes en mente, no se quedó ahí.

Thierry Bouillet es, además de director médico del Instituto de Radioterapia del Centro Médico Avicenne de la Universidad de París, cinturón negro de karate. En su día fue el médico del equipo francés de karate. Experto en medicina del deporte, siente una curiosidad innata por los muchos y recientes estudios que demuestran que entre los pacientes más activos físicamente se dan menos casos de cáncer, y menos recaídas entre los individuos que llevan una vida activa, comparados con otros enfermos de cáncer6-18,19,20.

El mismo había tratado a pacientes cuya práctica de ejercicio con regularidad pareció desempeñar un papel decisivo en su curación. Recordaba sobre todo a un piloto de líneas aéreas, de treinta y nueve años de edad, que había sido corredor de maratones y que tenía un cáncer metastásico de pulmón. Pese a una prognosis de dos años de vida como mucho, el hombre quería mantener su cuerpo en forma hasta el último momento. Tras un duro tratamiento de quimioterapia, con el pulmón derecho extirpado, empezó a correr prácticamente en cuanto se vio capaz. Primero estuvo corriendo 200 metros al máximo de sus fuerzas, hasta que consiguió aumentar tanto la capacidad respiratoria del pulmón que le quedaba, que pudo volver a participar en semimaratones. Lo más impresionante de todo, empero, es que siete años después seguía vivito y coleando.

Como sabía también el doctor Bouillet, existen una serie de mecanismos por los cuales el ejercicio físico hace que nuestra fisiología mejore en conjunto. En primer lugar, reduce la cantidad de tejido adiposo, el principal almacén de toxinas cancerígenas en los seres humanos (y en los osos polares; véase el capítulo 6). En la Universidad de Pittsburgh la doctora Devra Lee Davis, directora el Centro de Oncología y Medio Ambiente, describe el exceso de grasa como «el vertedero de toxinas» del cuerpo humano. Según ella, cualquier forma de actividad física que nos sirva para reducir grasa, llevándose con ella su acumulación de sustancias contaminantes, es el primer método para «desintoxicar» el organismo.

Además, el ejercicio físico modifica nuestro equilibrio hormonal, al reducir el exceso de estrógenos y testosterona que estimulan el crecimiento del cáncer (en concreto, el cáncer de mama, de próstata, de ovarios, de útero y de testículos)21. Por otra parte, el ejercicio reduce también los niveles de azúcar en sangre y, como resultado, la secreción de insulina e IGF, que contribuyen de forma tan decisiva a la inflamación de los tejidos y al avance y expansión de los tumores (véase el capítulo 6)15,22,23. Es más, el ejercicio físico tiene un efecto directo en las citoquinas responsables de la inflamación, al reducir su nivel en la sangre24. Por último, el ejercicio físico, igual que la meditación, posee un efecto directo en el sistema inmunológico, como si lo protegiera del estrés que desencadenan las malas noticias.

En la Universidad de Miami el doctor Arthur La Perriére analizó el efecto protector del ejercicio frente al estrés. Para ello, decidió estudiar una experiencia particularmente dolorosa: el momento en que se le comunica a una persona que es seropositiva. En la época en que llevó a cabo su estudio, mucho antes del desarrollo de la triple terapia antirretroviral, este diagnóstico equivalía a una sentencia de muerte. Lo único que podía hacer el enfermo era tratar el asunto lo mejor posible desde el punto de vista psicológico. En la mayoría de los casos, al recibir la noticia caía rápidamente el nivel de células NK de los enfermos. Sin embargo, esta reacción no se detectó en un grupo de pacientes, seleccionados aleatoriamente, que antes de conocer el diagnóstico habían estado todo un mes realizando un programa de entrenamiento físico, en concreto: cuarenta y cinco minutos de bici en un gimnasio tres veces a la semana25. En otro estudio del mismo grupo, el efecto del ejercicio físico en la mejora del sistema inmune (mayor recuento de CD4) era comparable en magnitud al del AZT, el fármaco del SIDA26.

El doctor Bouillet sabía que, si incorporaba este dato a su plan de tratamiento para Jacqueline, la paciente se quedaría perpleja. También sabía que bastantes colegas suyos no «creían» plenamente en ello. Pero los datos científicos le llamaban mucho la atención. «Jacqueline, igual te parece una locura, pero cuando empieces la quimioterapia tendrás también que ponerte a hacer ejercicio». Le recomendó un club de karate especializado en atender a pacientes de cáncer[46]. A Jacqueline la idea le pareció un disparate. Había hecho gimnasia en su día, pero nunca se había imaginado practicando un arte marcial y no estaba muy dispuesta precisamente a participar en un grupo compuesto únicamente por enfermos de cáncer. De hecho, era lo último que habría querido hacer en su tiempo libre.

Una energía marcial

Nada más llegar al dojo, la sala de entrenamiento en aquel club de las afueras de París, lo que primero llamó la atención de Jacqueline fue lo jóvenes que eran las personas que, enfundadas en sus kimonos blancos, la saludaban con una sonrisa en los labios. Muchos apenas llegaban a los cuarenta. Excepto uno cuya cabeza afeitada delataba sus sesiones de quimio, nada en su aspecto o en su actitud hacía pensar en la enfermedad. Entonces cayó en la cuenta de que tampoco su propio aspecto sugería que la tuviese. Ya eso la tranquilizó. Antes de iniciar los ejercicios físicos, y siguiendo el ritual nipón, todos los alumnos se arrodillaron en fila mirando al profesor. A continuación, imitando al maestro, inclinándose hacia delante en una reverencia saludaron lo que se disponían a hacer juntos: llevar a cabo un acto de respeto hacia su propio cuerpo, en contacto con la fuerza vital de cada uno. Al percibir la serena determinación de estas personas que habían sufrido igual que ella, que habían optado por luchar igual que ella, y que estaban llenas de esperanza igual que ella, Jacqueline no pudo por menos de emocionarse. En ese preciso instante supo que había hecho bien en acudir.

El joven maestro, un ex campeón de Europa, se puso de pie y le indicó que estaba encorvada hacia el suelo. Jacqueline se miró en el espejo y vio que era verdad. Desde las dos operaciones había adoptado la postura de una «ancianita». También por dentro se sentía envejecida. El maestro se puso a su lado y le enseñó los movimientos de golpes. Jacqueline observaba los movimientos: primero lentos y finalmente a toda velocidad. Los gestos eran rápidos, limpios, intensos, llenos de fuerza, y el joven los acompañaba con el tradicional grito, el Kai, que le salía de las entrañas. Jacqueline sonrió. Aquello no era para ella. Nunca había luchado en su vida, ni siquiera para decir un «no» a su familia o a sus amigos, que siempre se habían aprovechado de ella. Definitivamente, ella no era una karateka. Pero desde que empezó el tratamiento, la voz del doctor Bouillet había estado ahí para apoyarla. Él le había dicho: «Ya verás. Es una pasada». Y como todo lo que le había dicho se había cumplido, decidió mover el cuerpo y pegar el puñetazo imaginario al tiempo que lanzaba un tímido gritito. Aun siendo apenas audible, para ella supuso un paso de gigante.

Cuando terminó la primera sesión, estaba empapada en sudor. Nunca había imaginado que se podía mover el cuerpo, empujar y tirar de él, como había estado haciendo todo ese rato: había golpeado el aire con las manos, con los pies, había estado dando gritos, y había notado su propia... fuerza. Jacqueline estaba completamente pasmada ante la energía que había descubierto dentro de su cuerpo, una energía que jamás había sospechado que existiese. Gracias a aquella agotadora sesión de trabajo físico, se sentía reanimada.

A lo largo de los seis ciclos de quimioterapia a que tuvo que someterse, no faltó ni un solo día a clase, dos veces por semana. Aun así, a veces era tan grande el agotamiento que sentía que tenía visiones de la muerte. En el trayecto en metro hasta el club de karate solían darle náuseas. O bien le costaba mantenerse en pie. En esos momentos dudaba del éxito de la empresa. Pero nunca tiró la toalla. Hoy se da cuenta de que los amigos que hizo en el club la ayudaron a no perder el valor. Incluso cuando la asaltaban las dudas, el ver a esas personas que ella sabía agobiadas también por el peso de la enfermedad y, pese a ello, tan activas y llenas de vigor, le recordaba que todavía estaba viva. Mover el cuerpo, gritar desde lo más profundo de su ser (gritar contra la enfermedad, contra todo lo que estaba atravesando), le devolvió la fuerza física. En las clases de karate sentía como si estuviera luchando contra sus enemigos, una y otra vez, contra todos los enemigos invisibles que habían tratado de robarle la vida. Al final, al terminar cada clase se notaba menos cansada que antes. Muchos pacientes recuerdan haber sentido un agotamiento extremo en determinados momentos de la quimioterapia, sobre todo durante las dos semanas siguientes a la inyección de las sustancias químicas líquidas que curan y envenenan a la vez. Recuerdan ir de la cama al sofá y viceversa, tirando de su cuerpo. El agotamiento que produce el cáncer, sumado al cansancio que provocan los tratamientos, es uno de los aspectos más desalentadores de la enfermedad y llega a afectar a nueve de cada diez pacientes. A veces incluso se prolonga durante años, después de haber terminado el tratamiento. Descansar no sirve de nada, ni dormir. El cuerpo entero está como metido en una funda de plomo.

Hace cuarenta años todavía se les decía a los pacientes de enfermedades cardiacas que su cansancio se debía a que tenían el corazón débil. Era la manera de decirles que eran unos «tullidos cardiacos». Se les recetaba reposo absoluto, pero era inútil: seguían agotados y con la moral por los suelos. Hoy a los pacientes cardiacos se les recomienda ponerse a hacer ejercicio cuanto antes. La oncología está aún en mantillas en lo tocante a esta misma revolución en la manera de pensar» y a muy pocos pacientes se les aconseja algo así. A pesar de esto, como dice Amit Sood, médico de la Clínica Mayo de Estados Unidos, está demostrado que d ejercicio físico es uno de los mejores métodos para aliviar el cansancio resultante de la enfermedad o de su tratamiento27.

Cuidado: algunos ejercicios pueden resultar demasiado peligrosos

Algunos tipos de cáncer pueden afectar determinadas partes del cuerpo que hacen peligrosos ciertos ejercicios, como mover los brazos después de haber sido operado en la axila, o correr en el caso de pacientes de metástasis en los huesos, etc. Es imperativo que el paciente consulte a su oncólogo antes de elegir una actividad física, con el fin de adaptarla lo mejor posible a su dolencia.

En cuanto a Jacqueline, nunca ha dejado de practicar karate. Cuatro años y medio después del diagnóstico inicial, su oncólogo le dijo que se había librado de la enfermedad. Sobrevivir al tipo de cáncer que ella tenía era extremadamente infrecuente y quería decir que había derrotado a la enfermedad. Pero además había acabado gustándole esta nueva relación con su cuerpo y con su vida, redescubrir su propio cuerpo al final de cada sesión, percibir que tenía la capacidad de actuar en él y de buscar energía en lo más profundo de su ser interior. Jacqueline se lo toma como una manera de mantener a raya la enfermedad. Dos veces a la semana, ataviada con su kimono blanco, se coloca en posición de combate; de pie, recta, con la mirada inflexible. Y se oye a sí misma decir firmemente al fantasma de su cáncer: «Allá vamos: Fuera de aquí», por si aún tuviera la más remota idea de volver.

Jacqueline hace bien en seguir. En la actualidad hay razones de sobra para creer que la práctica habitual de ejercicio reduce sustancialmente el riesgo de sufrir una recaída. En lo que respecta al cáncer de mama, en un editorial aparecido en la publicación internacional más importante de oncología, The Journal of Clinical Oncology, Wendy Demark-Wahnerfried, profesora de la Universidad de Duke, apuntaba a que haciendo ejercicio se conseguía reducir la tasa de recaídas entre un 50 y un 60 por 100. El efecto es tan impresionante que no duda en compararlo con los potentes efectos de la quimioterapia con Herceptin (para tumores de mama HER 2 Positivos), un revolucionario fármaco calificado en 2005 como «un paso fundamental en la erradicación del sufrimiento y de la muerte por cáncer»[47]. Sin embargo, a diferencia de los tratamientos farmacológicos antihormonas, el efecto protector del ejercicio no se limita al cáncer de mama estrógeno-positivo.

Dos estudios, uno realizado por la Clínica Mayo y otro por la Universidad de Carolina del Norte, muestran efectos similares del ejercicio físico en los cánceres de mama estrógeno-negativos14,18. Es más, mejor aún que el Herceptin, el ejercicio físico aporta beneficios a pacientes de una amplia variedad de cánceres. Se ha mostrado un nivel comparable de protección frente a la recurrencia o el agravamiento del cáncer de próstata (hasta un 70 por 100 menos de riesgo de muerte en hombres de más de sesenta y cinco años), de colon y de recto. También se ha registrado un efecto protector contra el cáncer de ovarios, de útero, de testículos y de pulmón16.

Cómo levanta la moral

«Nunca lo lograré... Da igual, no sirve de nada intentarlo... No va a funcionar... Nunca he tenido suerte... Es culpa mía... Estoy fallándole a todo el mundo al caer enferma... Puede que otra gente lo supere, pero yo no tengo ni suficiente energía, ni fortaleza, ni valor; ni fuerza de voluntad, etc.». Muchas veces se asocia el cáncer con pensamientos sombríos, pesimistas, que degradan el ser e incluso a otros. Estas ideas se toman tan automáticas que cuesta determinar hasta qué punto son reflejo de la enfermedad, más que de una verdad objetiva.

Desde los años sesenta, desde el estupendo trabajo del psiquiatra de Filadelfia Aaron Beck, creador de la terapia cognitiva, sabemos que el simple hecho de repetir este tipo de frases hace que la depresión se prolongue en el tiempo. Por el contrario, Beck ha demostrado que el acto de cesar voluntariamente de decir (o pensar) esas afirmaciones coloca al paciente en el camino hacia un mejor equilibrio psicológico[48]. Uno de los beneficios del esfuerzo físico continuado es que puede ayudar a poner fin al incesante flujo de cavilaciones, al menos temporalmente. Rara vez afloran de manera espontánea los pensamientos pesimistas mientras se está practicando ejercicio. Y cuando surgen, los ahuyenta el flujo del movimiento físico con solo centrar nuestra atención en la respiración, o en el contacto de los pies con el suelo o en la sensación de estar estirados, rectos.

Los aficionados a correr, por ejemplo, afirman que al cabo de veinte o treinta minutos de esfuerzo continuado entran en un estado en el que brotan de manera espontánea pensamientos positivos e incluso creativos. Al estar menos pendientes de sí mismos, acaban metiéndose en el ritmo del esfuerzo que los sostiene y los hace seguir avanzando. Es lo que suele llamarse vulgarmente el «subidón del corredor». Se puede conseguir al cabo de unas semanas de perseverancia. Aun siendo sutil, este estado puede volverse adictivo. Hay quien ya no puede pasar sin sus veinte minutos de jogging al día. Según una serie de estudios, el subidón del corredor es un ejemplo del efecto del ejercicio físico en el estado de ánimo. Dicho efecto es tan llamativo que en la actualidad el Ministerio de Sanidad de Reino Unido recomienda el ejercicio físico junto con los antidepresivos químicos como primera medida de intervención ante una depresión30.

Las claves del éxito

He aquí unos cuantos secretos sencillos que facilitarán la transición hacia esta nueva relación con nuestro propio cuerpo:

Empezar lenta y suavemente

Cuando los principiantes vuelven de la tienda de deportes con sus flamantes zapatillas deportivas, el error más grande que pueden cometer es pretender correr demasiado rápido y demasiada distancia. No hay una velocidad ni una distancia «milagrosas», válidas para todo el mundo. Como tan brillantemente ha demostrado Mijaíl Csikszentmihalyi, que estudió los «estados de flujo», lo que nos permite acceder al estado óptimo de «flujo» mental y físico es perseverar en un esfuerzo que nos mantenga al límite de nuestra capacidad31. Al límite, no más allá. Para quien se proponga empezar a correr, esto significa, ineludiblemente, correr una pequeña distancia y a zancadas cortas. Más adelante significará correr más deprisa y durante más tiempo, para alcanzar y mantener el «flujo», pero la progresión llevará su tiempo. En el footing se suele recomendar no sobrepasar una velocidad que nos permita hablar; pero no cantar. Se trata de comprobar que después de haber practicado ejercicio nos sintamos menos cansados que antes, no lo contrario.

Haga ejercicio en cualquier parte, en todas partes. El primer paso es damos cuenta de que no es necesario hacer un montón; a continuación, lo importante es convertirlo en un hábito. Los estudios sobre el cáncer de mama muestran que andar a una velocidad normal entre dos y cinco horas a la semana influye mucho en la prevención de las recaídas. No hace falta embutirse en unas mallas que nos hagan sudar. Cuenta igual andar por los pasillos del metro o ir andando a la oficina o hacer los recados del día. Es mucho mejor incluir un poco de ejercicio físico regular que agotarse en un fitness center un día y no volver nunca más. Algunos pacientes que conozco cambiaron literalmente el coche por la bicicleta, cosa que yo mismo he hecho. En París ir de un lado a otro en bici me lleva el mismo tiempo que si cogiera el metro, sólo que así paso ese rato al aire libre y sintiendo vivo todo el cuerpo. Al final de la jornada, en lugar de haber utilizado minutos de mi vida para viajar en un vagón de metro, he hecho cincuenta minutos de ejercicio físico, y encima con la sensación de haber disfrutado de un rato de ocio.

Probar con actividades fáciles

Prácticamente todos los pacientes de cáncer, sea cual sea su situación y dolencia concreta, pueden practicar ejercicios como el yoga o el Tai chi. No hay ningún estudio que indique que sean tan eficaces como otras actividades más intensas, pero nos permiten mantener un contacto atento con el cuerpo y sus energías. Además, nos son de gran ayuda a la hora de profundizar y armonizar la respiración y, por ende, la coherencia cardiaca. Diversos estudios apuntan a que además nos ayudan a elevar la moral32-34,35,36,37.

En grupo

El aliento y el apoyo de otras personas, o la simple emulación dentro de un grupo dedicado a una misma actividad, suponen una gran diferencia en lo que respecta a nuestra capacidad para seguir un programa. Una actividad en grupo nos ayuda a vencer el desánimo los días de lluvia o cuando tenemos tareas atrasadas que reclaman nuestra atención o cuando ponen una «peli» buena en la tele. Las personas que practican ejercicio en grupo son más conscientes de lo importante que es mantener la regularidad, algo fundamental para lograr nuestro objetivo.

Pasarlo bien

Es esencial elegir una actividad física que nos guste. Cuanto más entretenido sea el deporte, más fácil será mantener la perseverancia. En Estados Unidos, por ejemplo, un buen puñado de empresas organizan equipos informales de baloncesto; juntarse una hora después de trabajar; tres veces a la semana, puede ejercer un efecto enorme. Lo mismo vale para el vóleibol o el fútbol, siempre y cuando los entrenamientos sean regulares (¡y no hagamos siempre de portero!). Si aborrecemos correr pero nos encanta nadar, no nos obliguemos a hacer footing, pues seguramente lo dejaríamos enseguida.

Meternos en la historia

He descubierto que este consejo ha resultado muy útil a varios de mis pacientes y a mí mismo. Se trata de transformar en un rato de esparcimiento el pedaleo en una bici estática, o el jogging en una máquina de entrenamiento en casa, gracias a un reproductor de DVD. Lo único que hay que hacer es practicar el ejercicio físico que sea mientras vemos una película de acción, con la condición de dejar de verla si paramos. Este método reúne varias ventajas: en primer lugar, las «pelis» de acción, al igual que la música animada, nos activan fisiológicamente. Nos entran ganas de movernos. En segundo lugar, una buena película posee un efecto hipnótico que hace que perdamos un poco la noción del tiempo. La clásica sesión de entrenamiento de veinte minutos se nos pasa volando y ni siquiera nos acordamos de mirar la hora. Por último, si cumplimos la condición y dejamos de ver la película al detener el ejercicio, la intriga hará que queramos reanudarlo al día siguiente, aunque solo sea para averiguar cómo termina la historia.

Calcular la dosis

Los estudios demuestran que la actividad física ayuda a combatir el cáncer. Pero la dosis requerida no es igual para todos los casos de cáncer. Estas dosis se calculan en unidades denominadas «MET»[49]. Al parecer; caminar a velocidad normal entre tres y cinco horas a la semana (9 MET semanales) tiene un efecto mensurable en el caso del cáncer de mama. En cuanto al cáncer de colon y de recto, hace falta el doble (18 MET semanales) para conseguir un efecto similar; lo cual quiere decir caminar el doble de distancia o el doble de rápido, o bien realizar actividades que exijan un mayor esfuerzo, como montar en bici a una velocidad que nos exija un esfuerzo, que vendría a ser el doble de MET que cuando caminamos. Dos sesiones semanales del karate que practican los pacientes del doctor Bouillet equivalen a una dosis de 18 MET a la semana. Por último, en el caso del cáncer de próstata hacen falta 30 MET semanales, o sea, el equivalente a tres horas de jogging repartidas a lo largo de la semana (por ejemplo, en seis sesiones de treinta minutos cada una).

La energía de la vida

Mi quimioterapia se prolongó trece meses. Cada cuatro semanas tenía que ingerir una dosis diaria de medicamentos, cinco días seguidos. Por suerte para mí, no eran tan dañinos como puedan ser otros. Además, quizá por todo lo que estaba haciendo a la vez que el tratamiento, pude seguir trabajando casi hasta el final. Mis colegas, generosamente, organizaron nuestro trabajo de tal manera que no tuviera que presentarme hasta el medio día. Y aunque en general me quedaba en el hospital hasta las ocho de la tarde, mis jornadas eran mucho más llevaderas. Por las noches dormía en una habitación aparte con nuestro perro, Mishka, un pastor alemán blanco de ojos castaños. Cuando me despertaba con náuseas, y a veces con un nudo de miedo en el estómago, Mishka se acercaba y apoyaba la cabeza en mis rodillas. Yo le acariciaba hasta que me sentía mejor. Por la mañana meditaba junto a mí. (¿Acaso los perros no están siempre en proceso de meditación, conectados con el aquí y ahora sin hacer el menor esfuerzo?). Luego se desperezaba con los ojos entornados, como si el yoga fuese lo más natural para él. Entonces me miraba, ladeando la cabeza hacia la calle. Eso quería decir que era hora de salir a correr juntos.

Aquel año salimos a correr todas las mañanas, si no recuerdo mal. Siempre veinte minutos. Así nevase —envuelto en un montón de capas de lana y con orejeras— o lloviese —con un impermeable—, tanto en primavera —con camiseta— como en los húmedos y calurosos días del estío de la costa Este —con una cinta en la frente para que no me entrase el sudor en los ojos. Si no lo hacía por mí mismo, lo hacía por él. Corríamos al mismo ritmo, pero él tiraba de mí. Yo notaba la virulencia de los medicamentos en mi cuerpo, que hacían aumentar mis pulsaciones y me dejaban sin energía. Pero cada paso que daba, cada bocanada de aire que tomaba, me proporcionaban la sensación de estar ganándole el pulso a la enfermedad. Creía poder percibir el poder curativo de los medicamentos recorriéndome el cuerpo entero, penetrando en mis células, eliminando las sustancias tóxicas. Tenía la sensación de que el medicamento, mi organismo y yo formábamos un equipo.

Era muy afortunado al tener un perro. No todo el mundo encuentra tan fácilmente el tipo de ejercicio físico que mejor le va. Hasta para los más convencidos, no hay nada más difícil que incluir en su vida cotidiana la práctica diaria de ejercicio físico. Y más aún cuando la enfermedad o los tratamientos los dejan abatidos. Pero sin duda es una de las cosas más importantes que podemos hacer para ayudamos a nosotros mismos. Al final se trata de decidir entre claudicar ante la enfermedad o acompañar a las fuerzas de la vida.

Actividades diarias
Estar sentado sin hacer nada 1,0
Estar sentado viendo la tele 1,0
Estar sentado cosiendo 1,5
Ir andando al bus o al coche, desde casa 2,5
Cargar / descargar el coche 3,0
Sacar la basura 3,0
Sacar al perro 3,0
Tareas domésticas, esfuerzo moderado 3,5
Pasar el aspirador 3,5
Levantar objetos de manera continuada 4,0
Rastrillar el césped 4,0
Jardinería (sin levantar peso) 4,4
Cortar el césped (con cortadora eléctrica) 4,5
Actividades suaves (<3 MET / hora)
Tocar el piano 2,3
Canoa (lentamente) 2,5
Golf (con cochecito) 2,5
Caminar (despacio, 3 km/h) 2,5
Baile (suave) 2,9
Actividades moderadas (3 a 7 MET / hora)
Caminar (un poco más deprisa, 5 km/h) 3,3
Montar en bici (tranquilamente) 3,5
Musculación (sin pesas) 4,0
Golf (sin cochecito) 4,4
Nadar (despacio) 4,5
Marcha (6,5 km/h) 4,5
Cortar leña 4,9
Actividades intensas (5 a 12 MET/ hora)
Tenis (por parejas) 5,0
Baile rápido (bailes de salón) 5,5
Montar en bici (a velocidad moderada) 5,7
Aerobic 6,0
Monopatín 6,5
Esquiar (esquí alpino o de fondo) 6,8
Montañismo (sin llevar peso) 6,9
Nadar 7,0
Marcha rápida (8 km/h) 8,0
Artes marciales (entrenamiento adapatado a pacientes con cáncer) 8,0
Jogging (10 km/h) 10,2
Saltar a la comba 12,0
Artes marciales (entrenamiento sostenido) 12,0
Squash 12,1
Anticáncer. Prevenir y vencerlo estimulando nuestras defensas naturales.
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