SEGUNDA PARTE

«El cáncer: una herida que no se cura».

La doble percepción de la inflamación

Un caballo de Troya para invadir el organismo

Todo organismo vivo tiene la capacidad natural de reparar sus tejidos después de sufrir una herida. En los animales y los hombres, el mecanismo básico de dicho proceso es la inflamación.

Dioscórides, cirujano griego del siglo I de nuestra era, describió la inflamación en unos términos tan sencillos que en todas las facultades de medicina se siguen utilizando todavía hoy para enseñar qué es una inflamación: «Rubor, tumor; calor, dolor», es decir, es roja, está hinchada, está caliente y duele. Bajo estas simples manifestaciones externas, tienen lugar toda una serie de complejas y poderosas operaciones.

En cuanto una lesión afecta un tejido (por un golpe, un corte, una quemadura, un veneno o una infección) las plaquetas de la sangre la detectan, se agolpan alrededor del segmento dañado y liberan una sustancia química denominada PDGF, por platelet-derived growth factor (factor de crecimiento derivado de las plaquetas). El PDGF alerta a los glóbulos blancos del sistema inmunitario. A su vez, estos producen una serie de sustancias transmisoras, de extraños nombres y variados efectos. Son las citoquinas, quimioquinas, prostaglandinas, leucotrienos y tromboxanos. Estas sustancias orquestan el proceso de reparación: primero, dilatan los vasos de la zona dañada para facilitar el aflujo de otras células inmunes, que acuden como refuerzo. A continuación, sellan la herida activando la coagulación de la sangre alrededor de la acumulación de plaquetas. Después, hacen permeable el tejido circundante con el fin de que puedan entrar las células inmunes y perseguir a los intrusos allá donde hayan podido alojarse. Finalmente, estimulan el crecimiento de las células del tejido dañado para que este reconstruya el fragmento que falta y fabrique pequeños vasos sanguíneos donde sean necesarios para permitir la llegada de oxígeno y nutrientes a la zona en reconstrucción.

Estos mecanismos son absolutamente esenciales para la integridad del cuerpo y para su incesante reconstrucción frente a las inevitables agresiones. Cuando dichos procesos están bien regulados y se ajustan a las demás funciones de las células, presentan una preciosa armonía y se limitan ellos solos, es decir, que el crecimiento de nuevo tejido se detiene en cuanto se han hecho las reparaciones esenciales. Las células inmunes activadas para combatir contra los invasores retornan a su estado de vigilancia, algo fundamental ya que se evita así que las células inmunes prosigan indefinidamente con su labor y pasen a atacar tejidos sanos. En los últimos años nos hemos enterado de que el cáncer se aprovecha de este proceso de reparación, como si de un caballo de Troya se tratase, para invadir el organismo y llevarlo a la destrucción. Es la otra cara de la inflamación: aunque su función es ayudar a la curación creando tejido nuevo, puede también servir para facilitar el crecimiento del cáncer.

Heridas que no se curan

El doctor Rudolf Virchow fue un gran médico alemán, el padre de la patología actual. La patología es la ciencia que estudia las relaciones entre la enfermedad y los procesos que afectan a los tejidos. En 1863 observó que una serie de pacientes desarrollaban aparentemente un cáncer justo donde habían sufrido un golpe o donde les rozaba el zapato o una herramienta. Mirando los tumores cancerosos con el microscopio, se fijó en que contenían también muchos glóbulos blancos. A raíz de esta observación, planteó la hipótesis de que el cáncer quizá fuese un intento fallido del organismo por reparar una herida. Nadie se tomó muy en serio su descripción, tal vez demasiado anecdótica, demasiado poética. Pero en 1986, más de ciento veinte años después, Harold Dvorak, profesor de Patología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, retomó aquella hipótesis. En un artículo titulado «Tumors: wounds that do not heal» [Tumores: heridas que no curan] presentaba una serie de poderosos argumentos a favor de la teoría original de Virchow. En aquel artículo, Dvorak demostraba el asombroso parecido entre unos mecanismos espoleados por inflamaciones producidas de forma natural y la fabricación de los tumores cancerosos. También señalaba que más de un cáncer de cada seis está relacionado directamente con una inflamación crónica (véase la tabla 2). Esto es así en el caso del cáncer de cuello del útero, que suele producirse a raíz de una infección crónica por el papilomavirus. Y lo mismo cabe decir del cáncer de colon, que en muchas ocasiones se encuentra en sujetos que padecen una enfermedad inflamatoria crónica del intestino. El cáncer de estómago se relaciona con la infección producida por la bacteria Helicobacter pylori, la misma que provoca úlceras. El cáncer de hígado tiene que ver con la infección por Hepatitis B o C; el mesotelioma, con la inflamación causada por el asbesto; el cáncer de pulmón, con la inflamación bronquial provocada por la gran cantidad de aditivos tóxicos del humo de cigarrillo.

Tipo de cáncer Causa de la inflamación
Linfoma MALT Helicobacter pylori
Bronquios Sílice, amianto, humo de cigarrillo
Mesotelioma Amianto
Esófago Metaplasia de Barrett
Hígado Virus de la hepatitis (B y C)
Estómago Gastritis causada por Helicobacter pylori
Sarcoma de Kaposi Virus del herpes humano tipo 8
Vejiga Esquistosomiasis
Colon y recto Enfermedades inflamatorias del intestino
Ovarios Enfermedad Inflamatoria Pélvica, talco, remodelación de los tejidos
Cuello del útero Papilomavirus

Tabla 2. Diferentes tipos de cáncer directamente asociados a enfermedades inflamatorias. (Según Balkwill & Mantovani, Lancet, 2001)24.

Casi veinte años después del rompedor artículo de Harold Dvorak el National Cancer Institute de Estados Unidos ha elaborado un informe para llamar la atención sobre este tipo de investigación, que los oncólogos suelen desconocer25. Dicho informe describe de manera detallada los procesos mediante los cuales las células cancerosas se las ingenian para llevar por el mal camino los mecanismos de reparación del organismo. Igual que las células inmunitarias se ponen en marcha para reparar lesiones, las células cancerosas necesitan generar inflamación para sostener su crecimiento. Para ello, se ponen a fabricar en abundancia las mismas sustancias altamente inflamatorias que aparecen durante el proceso natural de reparación de heridas: citoquinas, prostaglandinas y leucotrienos[6]. Dichas sustancias actúan como fertilizantes que facilitan la reproducción celular o, en este caso, de las células cancerosas. Los tumores se sirven de estas sustancias para desarrollarse y para hacer más permeables las barreras que lo rodean. El mismo proceso por el cual el sistema inmunitario consigue reparar lesiones y perseguir invasores hasta en el último rincón del cuerpo se pervierte en beneficio de las células cancerosas, que lo explotan para su propia expansión y reproducción. Gracias a la inflamación que generan, penetran en los tejidos vecinos, se cuelan en el flujo sanguíneo, migran y establecen colonias en lugares remotos, denominadas metástasis.

Un círculo vicioso en el corazón del cáncer

En el caso de lesiones que se curan de manera normal la producción de sustancias químicas inflamatorias se detiene en cuanto el tejido ha sido restaurado. En el caso del cáncer la producción de estas sustancias prosigue interminablemente. A su vez, el exceso de sustancias químicas inflamatorias en los tejidos vecinos bloquea el proceso natural de apoptosis o, lo que es lo mismo, el suicidio de las células. La apoptosis es un proceso programado genéticamente dentro de cada célula y su objetivo es evitar la anarquía producida por una superproducción de tejidos. Las células inician la apoptosis de manera natural como respuesta a una serie de señales que les indican que un tejido sano ha creado ya suficientes células. Por lo tanto, además de estimular su propio crecimiento, las células cancerosas están protegidas ante la muerte. La combinación de ambos factores hace que el tumor vaya expandiéndose gradualmente.

Ilustración 7. Proceso inflamatorio normal. Una lesión producida en un tejido atrae a las células inmunitarias, que persiguen y destruyen las bacterias y estimulan la generación de células y vasos sanguíneos con el fin de reparar la herida. En cuanto se completa la reparación, la situación vuelve rápidamente a la normalidad.

Al echar leña al fuego de la inflamación, el tumor produce otro grave efecto: «desarma» a las células inmunes de los alrededores. Dicho de forma sencilla, el exceso de producción de factores inflamatorios vuelve locos a los glóbulos blancos de la zona26,27. Las células NK y otros glóbulos blancos quedan neutralizados. Ni siquiera intentan luchar contra el tumor, que prospera y crece a ojos vistas28.

Ilustración 8. El círculo vicioso del cáncer. Las células cancerosas actúan como una herida que no se cura: producen sustancias inflamatorias (citoquinas y quimioquinas), las cuales estimulan el crecimiento local del tumor, el desarrollo de nuevos vasos sanguíneos (angiogénesis) y atraen células inmunes «desactivadas» que, a su vez, producen más sustancias inflamatorias.

En gran medida, la fuerza motriz de los tumores es el círculo vicioso que consiguen generar las células cancerosas. Al provocar a las células inmunitarias a crear la inflamación, el tumor logra que el organismo le proporcione el combustible que necesita para crecer e invadir los tejidos cercanos. Cuanto mayor es el tumor, más inflamación causa y mejor sostiene su propio crecimiento.

Esta hipótesis ha quedado ampliamente corroborada por investigaciones recientes, aparecidas en Science. Y se ha demostrado que cuanto mejor provoca el cáncer una inflamación local, más agresivo será el tumor y más capacidad de extenderse tendrá, hasta alcanzar los ganglios linfáticos y sembrar la metástasis29.

Cómo medir la inflamación

El proceso inflamatorio causado por un cáncer es tan importante que en muchos casos (en el cáncer de colon, de mama, de próstata, de cuello del útero y de cerebro) se puede usar la medición de la producción de agentes inflamatorios para predecir el tiempo de supervivencia30.

Los oncólogos del hospital de Glasgow, en Escocia, llevan desde los años noventa midiendo los indicadores de inflamación que contiene la sangre de los pacientes, y han visto que los que presentan menores niveles de inflamación pueden llegar a vivir el doble de tiempo que los demás pacientes. Se trata de indicadores bastante fáciles de medir[7], y para pasmo de los oncólogos de Glasgow, resultan mejores indicadores de las probabilidades de supervivencia que el propio estado general de salud del paciente en el momento del diagnóstico31-33. Es como si el estado subyacente crónico de inflamación del organismo fuese un factor mucho más determinante de la salud. Esto es cierto incluso cuando la inflamación no parece grave ni muestra señales fáciles de detectar como dolores articulares o dolencias cardiovasculares.

Numerosos estudios han podido demostrar que las personas que toman regularmente antiinflamatorios (Advil, Brufeno, Nuprofeno, Ibuprofeno, Indocid, Nifruril, Upfen, Voltarén, etc.) son menos vulnerables al cáncer que las personas que no los toman34-36. Por desgracia, estos medicamentos tienen efectos secundarios nada desdeñables, como el peligro de generar úlcera de estómago o gasrritis. La aparición de nuevos medicamentos como el Vioxx o el Celebrex, inhibidores de la calamitosa COX-2 (la enzima producida por el tumor para acelerar la producción de sustancias proinflamatorias), ha suscitado nuevas esperanzas. Varios proyectos de investigación han analizado los efectos protectores de dichos medicamentos frente al cáncer, con resultados alentadores. Sin embargo, en 2004 quedó demostrado que incrementaban los riesgos cardiovasculares, lo que ha reducido considerablemente el entusiasmo inicial, y no se utilizan clínicamente contra el cáncer.

El caballero negro del cáncer

Gracias al esfuerzo de los investigadores, hoy en día sabemos con certeza cuál es el talón de Aquiles del mecanismo del cáncer que induce la inflamación. Se ha demostrado con los ratones del laboratorio del doctor Michael Karin, profesor de Farmacología de la Universidad de San Diego, que trabaja en colaboración con la Deutsche Forschungsgemeinschaft, una importante fundación alemana. El crecimiento y la expansión de las células cancerosas se valen en gran medida de un único factor proinflamatorio secretado por las células del tumor, algo así como un caballero negro sin el cual los tumores se vuelven mucho más frágiles. Este factor se conoce como NF-kappaB, o Nuclear Factor kappa B, y la inhibición de su producción consigue que la mayoría de las células cancerosas se vuelvan «mortales» de nuevo, además de impedir que provoquen metástasis37. Hoy está tan claro que el factor NF-kappa B desempeña un papel crucial en el cáncer, que el doctor Albert Baldwin, profesor de la Universidad de Carolina del Norte, afirmaba lo siguiente en la revista Nature: «Prácticamente todos los agentes anticancérigenos son inhibidores del NK-kappa B»29.

Pues bien, muchos métodos naturales son capaces de bloquear la acción inflamatoria de esta sustancia clave. Ese mismo artículo de Nature señala, no sin ironía, que en la actualidad la industria farmacéutica al completo está tratando de fabricar medicamentos que inhiban el NF-kappa B, cuando lo cierto es que las moléculas conocidas por su acción contra dicha sustancia están ya al alcance de nuestra mano. El artículo solo menciona dos de estas moléculas calificadas como low-tech: las «catequinas» del té verde y el «resveratrol» del vino tinto29. De hecho, un buen puñado de este tipo de moléculas se encuentra en los alimentos, y algunas son aún más activas. Volveremos sobre ellas con más detalle en el capítulo dedicado a la alimentación anticáncer.

El estrés: echar leña al fuego

Una de las causas de la repentina producción de sustancias inflamatorias, rara vez mencionado cuando hablamos del cáncer, es el estrés psicológico. Cada estallido emocional, cada sentimiento de pánico o de ira provoca la secreción de noradrenalina (la hormona que nos hace plantar cara o poner los pies en polvorosa) y de cortisol. Estas hormonas preparan el cuerpo para la posibilidad de que se produzca una herida, entre otras cosas estimulando los factores de inflamación necesarios para reparar tejidos. Al mismo tiempo, estas hormonas son un abono para los tumores cancerosos, latentes o ya declarados38, 39.

El descubrimiento del papel crucial que desempeña la inflamación en el crecimiento y la expansión del cáncer es relativamente reciente. Si echamos un vistazo a la gran base de datos Med-Line en busca de artículos en inglés sobre este tema, veremos que el interés científico en el asunto apenas acaba de surgir: dos artículos en 1990 y treinta y siete en 2005. Esta es una de las razones por las que cuando se nos asesora sobre la manera de evitar el cáncer o sobre cómo tratarlo, rara vez se nos dice qué pasos podríamos dar para controlar la inflamación dentro de nuestro organismo. Además, los medicamentos antiinflamatorios tienen demasiados efectos secundarios como para considerarlos una solución válida al problema. Sin embargo, mediante una serie de métodos naturales al alcance de todos podemos actuar para reducir la inflamación.

Simplemente es cuestión de eliminar de nuestro entorno aquellas toxinas que favorecen la inflamación, de adoptar una alimentación anticáncer, de tratar de encontrar el equilibrio emocional y de satisfacer las necesidades de nuestro cuerpo de ejercicio físico. En los siguientes capítulos retomaremos estos temas.

No es muy probable que nuestro médico nos sugiera seguir ninguno de estos métodos. Como por definición es imposible patentar modos de vida, no se pueden convertir en un medicamento y ni es posible prescribirlos con receta, lo cual quiere decir que los médicos no los consideran dentro de sus competencias y que en nuestras manos está el incorporarlos a nuestra vida.

Agrava Reduce
Alimentación tradicional occidental Dieta mediterránea, alimentación tradicional india, cocina asiática
El estrés, la ira, la depresión La risa, el buen humor; la serenidad
Menos de 20 minutos de ejercicio físico al día Un paseo de 30 minutos seis veces a la semana
El humo del tabaco, la contaminación atmosférica, los productos domésticos contaminantes Un ambiente limpio

Tabla 3. La inflamación juega un papel clave en el desarrollo del cáncer. Podemos reducirla mediante métodos naturales al alcance de todos.

Anticáncer. Prevenir y vencerlo estimulando nuestras defensas naturales.
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