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HAROLD J. MOROW1TZ
El redescubrimiento de la mente[4]
Algo raro viene aconteciendo en la ciencia desde hace unos cien años. Muchos investigadores no tienen conciencia de ello y otros no lo admiten aun a sus propios colegas. Hay, no obstante, algo raro en el ambiente.
Lo que ha sucedido es que los biólogos que en un momento señalaron como privilegiado el papel de la mente humana en las jerarquías de la naturaleza, vienen desplazándose en forma implacable hacia el materialismo sin concesiones que caracterizó la física del siglo XIX. Al mismo tiempo los físicos, frente a una evidencia experimental abrumadora, han ido alejándose de los modelos estrictamente mecánicos del universo en dirección a un punto de vista según el cual la menee juega un papel integral en todos los fenómenos físicos. Es como si las dos disciplinas viajasen en trenes veloces que van en direcciones opuestas y no advirtieran lo que pasa en la vía opuesta.
Esta inversión de papeles por parte de biólogos y físicos ha dejado al psicólogo de hoy en una posición de ambivalencia. Desde la perspectiva de la biología, el psicólogo estudia fenómenos muy alejados del dominio de la certeza, es decir, del mundo submicroscópico de los átomos y las moléculas. Desde la perspectiva de la física, el psicólogo se ocupa de «la mente», un elemento indefinido al parecer esencial e impenetrable a la vez. Es obvio que ambos puntos de vista encierran cierto grado de verdad y que la resolución del problema es fundamental para profundizar y ampliar las bases de la ciencia de la conducta.

Ilustraciones de Victor Juhasz.
El estudio de la vida en todos los niveles, desde la conducta social hasta la molecular, se ha apoyado en la época moderna en el reduccionismo como principal instrumento para la explicación. Este enfoque de la ciencia intenta comprender un nivel de fenómenos científicos en términos de conceptos que se colocan en un nivel de base más bajo y según cabe presumir, más fundamental. En química, las reacciones en gran escala se explican mediante el análisis de la conducta de las moléculas. En forma semejante, los fisiólogos estudian la actividad de las células vivas en términos de procesos desarrollados por organelas y otras entidades subcelulares. En geología, en fin, las formaciones y propiedades de los minerales se describen utilizando las características de los cristales que los constituyen. La esencia de todos los ejemplos citados es que se busca una explicación en las estructuras y actividades subyacentes.
El reduccionismo en un nivel psicológico aparece ejemplificado en el punto de vista de la obra de Carl Sagan, gran éxito de librería, llamada “Los dragones del Edén”. Sagan escribe: “Mi premisa básica sobre el cerebro es que sus mecanismos —lo que a veces llamamos mente”— son consecuencia de su anatomía y fisiología y nada más». Como demostración adicional de este tren de pensamiento, señalemos que el glosario de la obra de Sagan no incluye los términos mente, conciencia refleja; percepción, conciencia, o pensamiento, sino que contiene más bien palabras como sinapsis, lobotomía, proteína y electrodos.
Tales intentos de reducir la conducta humana a su base biológica tienen una larga historia, que comenzó con los principios del darvinismo y de los contemporáneos de Darwin en sus trabajos sobre psicología fisiológica. Antes del siglo XIX, la dualidad de mente y cuerpo, elemento central de la filosofía cartesiana, había tendido a ubicar la mente humana fuera del dominio de la biología. Luego el énfasis puesto por los evolucionistas en nuestro carácter de «primates» nos convirtió en objeto de estudio biológico según métodos apropiados para primates no humanos y por extensión, a otros animales. La escuela de Pavlov reforzó el enfoque, que se convirtió en piedra fundamental de muchas teorías de la escuela conductista. Si bien no ha surgido ninguna especie de acuerdo entre los psicólogos en cuanto a los límites que debe ponerse al reduccionismo, la mayoría admite de inmediato que nuestros actos tienen componentes hormonales, neurológicos y fisiológicos. Aunque la premisa de Sagan se encuentra dentro de una tradición general de la psicología, resulta radical al pretender explicar en forma completa los procesos, en términos del nivel subyacente. Entiendo que éste es el sentido que debemos dar a su expresión «y nada más».
Mientras varias escuelas de psicología intentaban reducir su ciencia a biología, otros científicos que estudiaban la vida estaban buscando niveles de explicación más básicos. Su punto de vista puede apreciarse en la obra de un divulgador popular de la biología molecular, Francis Crick. En su libro «De moléculas y hombres», —un ataque al vitalismo, o doctrina según la cual es necesario explicar la biología en términos de fuerzas vitales que se encuentran fuera del dominio de la física— Crick afirma: «La meta final del movimiento moderno de la biología es, en realidad, explicar en los términos de la física y de la química toda la biología». Continúa diciendo que por física y química entiende estas disciplinas en el nivel atómico, en el cual nuestro conocimiento tiene bases firmes. Mediante el uso de todo , expresa la posición de reduccionismo radical que ha sido el punto de vista preponderante en una generación entera de bioquímicos y biólogos moleculares.
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Ahora bien, si combinamos el reduccionismo psicológico y biológico y suponemos que se superponen, terminamos con una serie de explicaciones que van desde la mente hacia la anatomía y la fisiología, a la fisiología celular, a la biología molecular y a la física atómica. Se presupone que todo este conocimiento descansa en un sólido basamento, la comprensión de las leyes de la mecánica cuántica, la teoría más nueva y completa de las estructuras y procesos atómicos. Dentro de tal contexto, la psicología se transforma en una rama de la física, resultado que no puede menos que provocar cierta inquietud entre ambos grupos de especialistas.
Esta tentativa de explicar todo lo referente al hombre de acuerdo con los principios fundamentales de la ciencia física no es una idea nueva y alcanzó ya una posición definitiva en la opinión de los fisiólogos europeos de mediados del siglo XIX. Un representante de esa escuela, Emil Du Bois-Reymond, expuso sus opiniones extremas en la introducción a un libro sobre la electricidad animal en 1848. Afirmaba que «si nuestros métodos fuesen tan sólo suficientes, sería posible contar con una mecánica analítica (física newtoniana) de los procesos vitales en general y se llegaría aun al problema del libre albedrío».
Hay cierto grado de soberbia en los términos de estos primeros sabios, soberbia que recogieron más tarde Thomas Huxley y sus colegas en su defensa del darwinismo, y que aun hoy resuena en las teorías de los reduccionistas actuales, quienes desearían desplazarse desde la mente hacia los principios básicos de la física atómica. En la actualidad se la observa más claramente en los escritos de los sociobiólogos, cuyos argumentos confieren animación al panorama intelectual contemporáneo. De todos modos, las opiniones de Du Bois-Reymond concuerdan con las de los reduccionistas radicales de hoy, salvo que la mecánica cuántica ha reemplazado a la newtoniana como disciplina de base.
Durante el período en que los psicólogos y los biólogos se dirigían sin cesar hacia la reducción de sus respectivas disciplinas a ciencias físicas, no tenían mayor conciencia en muchos casos de ciertas perspectivas que surgen de la física y arrojan una luz enteramente nueva en sus interpretaciones. Hacia fines del siglo pasado la física presentaba un cuadro sumamente ordenado del mundo, en el cual los hechos se desarrollaban en forma característica y regular, obedeciendo a las ecuaciones de Newton sobre mecánica y a las de Maxwell sobre electricidad. Estos procesos actuaban en forma inexorable, independiente del científico, que era un simple espectador. Muchos físicos consideraban su materia como completa en lo esencial.
Con la introducción de la teoría de la relatividad por Albert Einstein en 1905, este cuadro ordenado sufrió radicales alteraciones. La nueva teoría postulaba que distintos observadores en sistemas diferentes y moviéndose en relación el uno con el otro percibían el mundo en forma distinta. El observador se veía así envuelto en la tarea de establecer la realidad física. El científico perdía su papel de espectador para transformarse en participante activo en el sistema bajo estudio.
Con el desarrollo de la mecánica cuántica, el papel del observador adquirió una posición más central todavía en la teoría física y se convirtió en componente esencial en la definición del hecho. La mente del observador surgía ahora como elemento necesario en la estructura de la teoría. Las implicaciones del paradigma creado provocaron gran sorpresa entre los primeros físicos expertos en mecánica cuántica y los llevaron al estudio de la epistemología y de la filosofía de la ciencia. Nunca con anterioridad en la historia científica, dentro de mi conocimiento, habían producido los autores más destacados libros y trabajos en los que se expusiera el significado humanista y filosófico de sus resultados.
Werner Heisenberg, uno de los fundadores de la nueva física, se involucró profundamente en los problemas de la filosofía y el humanismo. En Problemas filosóficos de la física cuántica, aludió a la necesidad de que los físicos renunciasen a los conceptos de escala de tiempo objetiva comunes a todos los observadores y a sucesos en el tiempo y en el espacio independientes de nuestra capacidad de observarlos. Heisenberg subrayó que las leyes de la naturaleza no trataban ya de partículas elementales, sino de nuestro conocimiento de dichas partículas, es decir, del contenido de nuestra mente. Erwin Shrödinger, el hombre que formuló la ecuación fundamental de la mecánica cuántica, escribió un breve libro, extraordinario, en 1958, llamado Mente y materia. En esta serie de ensayos, pasó de los resultados de la nueva física a una visión algo mística del universo, que identificaba con la «filosofía perenne» de Aldous Huxley. Schödinger fue el primero de los físicos cuánticos en manifestar simpatía por los Upanishads y por el pensamiento filosófico oriental. Hoy un volumen creciente de literatura expone tal perspectiva, y entre ésta se incluyen dos obras populares, El Tao de la física de Fritjof Capra y Los Maestros danzantes Wu Li de Gary Zukav.

El problema encarado por los físicos cuánticos se evidencia con mayor claridad en la famosa paradoja «¿Quién mató al gato de Shrödinger?». En un planteo hipotético, se coloca a un gato en una caja cerrada, con un frasco de veneno y un martillo ubicado como para destrozar el frasco. El martillo es activado por un contador que registra hechos diversos, tales como el deterioro radioactivo. El experimento dura sólo el tiempo suficiente para que exista una probabilidad de un cincuenta por ciento de que el martillo funcione. La mecánica cuántica representa matemáticamente el sistema como la suma de un gato vivo a un gato muerto, cada uno de los cuales funciona con una probabilidad de un cincuenta por ciento. El problema es si el acto de mirar (la medición) mata o bien salva al gato, ya que antes de que el experimentador observe el interior de la caja ambas probabilidades son igualmente posibles.
Este ejemplo frívolo refleja una profunda dificultad conceptual. En términos más formales, sólo es posible describir un sistema complejo mediante la aplicación de una distribución de probabilidades que relacione los posibles resultados de un experimento. Para decidir entre las diferentes alternativas se requiere una medición. Dicha medición constituye un evento, que distinguimos de la probabilidad, que es una abstracción matemática. Sin embargo, la única descripción sencilla y consistente que los físicos pudieron atribuir a una medición involucraba la adquisición de una conciencia del resultado por parte del observador. Así el evento físico y el contenido de la mente humana eran inseparables. Este lazo obligó a muchos investigadores a considerar seriamente a la conciencia refleja como parte integral de la estructura de la física. Tal interpretación llevó a la ciencia a la concepción idealista de la filosofía, en contraste con la realista.
Los puntos de vista de un número considerable de científicos físicos se resumen en el ensayo «Comentarios sobre la cuestión mente-cuerpo», obra del premio Nobel Eugene Wigner. Wigner comienza por señalar que la mayoría de los físicos han vuelto a reconocer que el pensamiento —es decir, la mente— es primario. Prosigue luego: «no era posible formular las leyes de la mecánica cuántica en forma enteramente consistente en hacer referencia a la conciencia». Termina diciendo que es notable que el estudio científico del mundo haya llevado al contenido de la conciencia como realidad final.
Un nuevo desarrollo en otro campo más de la física refuerza el punto de vista de Wigner. La introducción de la teoría informática y su aplicación a la termodinámica ha llevado a la conclusión de que la entropía, concepto básico de dicha ciencia, es la medida de la ignorancia del observador en cuanto a los aspectos atómicos del sistema. Cuando medimos la presión, volumen y temperatura de un objeto tenemos una falta de conocimiento como residuo en cuanto a la posición exacta y a la velocidad de los átomos y moléculas que lo componen. El valor numérico del volumen de información que no obtenemos es proporcional a la entropía. En los tiempos iniciales de la termodinámica la entropía representaba, desde el punto de vista de la ingeniería, la energía del sistema de la cual no se dispone para efectuar trabajo exterior. Según el punto de vista moderno, la mente humana interviene otra vez aquí y la entropía tiene relación no sólo con el estado del sistema, sino también con nuestro conocimiento de dicho estado.
Los fundadores de la teoría atómica moderna no comenzaron imponiéndole al mundo un cuadro «mentalista». Comenzaron, más bien, por el punto de vista opuesto y luego se vieron obligados a tomar la posición actual con el fin de explicar resultados experimentales.
Hoy estamos en condiciones de integrar las perspectivas de tres grandes campos: la psicología, la biología y la física. Mediante una combinación de las posiciones de Sagan, Crick y Wigner, como voceros de cada punto de vista, logramos una imagen del todo que resulta enteramente inesperada.
Primero, es posible explicar la mente humana, incluida la conciencia refleja y el pensamiento reflexivo, a través de las actividades del sistema nervioso central, el cual a su vez, puede reducirse a la estructura y función biológica de dicho sistema fisiológico. Segundo, los fenómenos biológicos en todos los niveles resultan comprensibles en términos de la física atómica, es decir, a través de la acción e interacción de los átomos componentes de carbono, nitrógeno, oxígeno y demás. Tercero y último punto, la física atómica, que hoy comprendemos en sus mayores alcances por medio de la mecánica cuántica, debe formularse incluyendo a la mente como componente primitivo del sistema.
Tenemos así, en tres pasos separados, un círculo epistemológico que parte de la mente y vuelve a la mente. Los resultados de esta cadena de razonamiento proporcionará, quizá, mayor apoyo y consuelo a los nósticos orientales que a los neurofisiólogos y biólogos moleculares. A pesar de ello, el arco cerrado es consecuencia de la combinación directa de procesos de explicación cumplidos por expertos reconocidos en las tres ciencias consideradas por separado. Puesto que los investigadores individuales rara vez trabajan con más de uno de estos paradigmas, el problema general ha sido objeto de escasa atención.

Si rechazamos esta circularidad epistemológica, nos quedan dos campos antagónicos: una física que afirma ser completa por describir la totalidad de la naturaleza, y una psicología que abarca todo porque se ocupa de la mente, nuestra única fuente de conocimiento en el mundo. Dados los problemas existentes en ambos puntos de vista, será tal vez conveniente volver al círculo y considerarlo con mayor detenimiento. Si bien nos priva de absolutos firmes, por lo menos cubre todo el problema mente-cuerpo y proporciona un marco de referencia dentro del cual pueden comunicarse las disciplinas individuales. El cierre de este círculo ofrece el mejor enfoque posible para el psicólogo teórico.
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El enfoque estrictamente reduccionista a la conducta humana, tan característico de la sociobiología, también encuentra dificultades por razones de orden más propias del campo biológico. En efecto, incluye el presupuesto de la continuidad en la evolución desde los primeros mamíferos hasta el hombre, lo cual implica que la mente, o conciencia de uno mismo, no fue un punto de partida radical. Tal presupuesto no se justifica cuando consideramos las consecuencias dramáticas de la discontinuidad en la evolución. El origen del universo mismo, la «gran explosión», es un ejemplo cósmico de discontinuidad. El comienzo de la vida, si bien menos cataclísmico, es sin duda un ejemplo más.
La codificación de los datos en las moléculas genéticas introdujo la posibilidad de provocar profundas alteraciones en las leyes que regían el universo. Antes del advenimiento de la vida genética, por ejemplo, se establecía el promedio de la temperatura o del ruido, lo cual daba lugar a leyes precisas de evolución planetaria. Más tarde, en cambio, un hecho molecular aislado en el nivel del ruido térmico pudo llevar a consecuencias macroscópicas. Si el hecho, en efecto, era una mutación en un sistema que hacía réplicas de sí mismo, era posible alterar todo el curso de la evolución biológica. Un único hecho molecular podía matar una ballena al introducirle cáncer, o destruir un sistema ecológico al generar un virus virulento que atacase a una especie de importancia crucial dentro de dicho sistema. El origen de la vida no anula las leyes fundamentales de la física, sino que incorpora una nueva característica: las consecuencias en gran escala de los hechos moleculares. Este cambio en las reglas da un carácter de indeterminada a la historia de la evolución y por ello constituye un ejemplo claro de discontinuidad.
Un número de biólogos y psicólogos de hoy cree que el origen del pensamiento reflexivo que tuvo lugar durante la evolución de los primates es asimismo un caso de discontinuidad que cambió las reglas. Una vez más, tal posición no implica abrogar las leyes biológicas fundamentales, sino añadir un elemento que exige formas nuevas de encarar el problema. El biólogo evolucionista Laurence B. Slobodkin ha denominado a la nueva característica la «autoimagen introspectiva». Esta propiedad, afirma, altera la respuesta a los problemas de la evolución y ofrece la posibilidad de asignar a los hechos históricos importantes causas inherentes a las leyes biológicas evolucionarías. Slobodkin dice, en otros términos, que las leyes han cambiado y que no es posible comprender al hombre según leyes aplicables a otros mamíferos cuyos cerebros tienen una fisiología muy semejante.
Este rasgo emergente del hombre ha sido tema de estudio, en una forma u otra, de numerosos antropólogos, psicólogos y biólogos. Es parte del volumen de datos empíricos que no es posible archivar con el único objeto de proteger la pureza del reduccionismo. La discontinuidad requiere un estudio detenido y una evolución profunda, pero antes es necesario reconocerla. Los primates son muy diferentes del resto de los animales y los seres humanos son muy diferentes de los primates.
Podemos comprender ahora las inquietantes derivaciones que trae comprometerse en un reduccionismo indiscriminado como solución para los problemas de la mente. Hemos considerado ya los puntos débiles de dicha posición. Además de la debilidad señalada, es un punto de vista peligroso, ya que la forma en que respondemos a nuestros semejantes depende de la manera en que conceptualizamos nuestras formulaciones teóricas. Si visualizamos a nuestros semejantes exclusivamente como animales o máquinas, quitamos a nuestras relaciones mutuas su riqueza humanística. Si buscamos nuestras normas conductistas en el estudio de las sociedades animales, dejamos de tener presentes esos rasgos humanos únicos que enriquecen nuestra vida. El reduccionismo radical ofrece muy poco en el campo de los imperativos morales. Más aun, el glosario de términos que ofrece para los fines del humanismo no es el adecuado.
La comunidad científica ha alcanzado notables progresos en el conocimiento del cerebro y yo comparto el entusiasmo frente a la neurobiología que caracteriza la investigación actual. A pesar de ello, debemos ser cautelosos antes de permitir que el impulso de entusiasmo dé lugar a declaraciones poco científicas y nos encierre en posiciones filosóficas que empobrecen nuestra humanidad al negar el aspecto más fascinante de nuestra especie. Subestimar la importancia y originalidad del pensamiento reflexivo es pagar un precio demasiado alto por cumplir el compromiso de liberar a la ciencia de la teología, como lo hicieron nuestros antecesores reduccionistas hace varias generaciones. La psiquis humana es parte de los datos de la ciencia observados. Podemos conservarlos sin dejar por ello de ser buenos biólogos y psicólogos empíricos.
Reflexiones.
«El jardín de senderos que se bifurcan» es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía T‘ui Pen. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempo, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa red de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarcan todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas palabras, pero soy un error, un fantasma.
Jorge Luis Borges.
«El jardín de senderos que se bifurcan».
Las realidades parecen flotar en un mar de posibilidades más extenso, del cual cada realidad fue elegida. Y en algún punto, señala el indeterminismo, tales posibilidades existen, forman parte de la verdad.
William James.
Es atrayente pensar que los misterios de la física cuántica y los misterios de la conciencia refleja son de algún modo una sola cosa. El círculo epistemológico descrito por Morowitz contiene las proporciones adecuadas de ciencia inobjetable, belleza, originalidad y misticismo como para «sonar bien». Sin embargo, se trata de una posición que en muchos aspeaos opone un tema de importancia a nuestra obra, según el cual los modelos de computación mecánico no cuánticos de la mente (y de todo lo que se asocia con la mente) son posibles en principio. Pero equivocadas o no —y es demasiado pronto para determinarlo— las ideas que presenta Morowitz merecen nuestra reflexión, ya que ciertamente no cabe duda de que el problema de la interacción del punto de vista subjetivo y el objetivo es una dificultad conceptual en el fondo de la mecánica cuántica. En particular, la mecánica cuántica tal como se la propone habitualmente confiere una condición causal privilegiada a ciertos sistemas conocidos como «observadores» (sin definir con precisión si la conciencia refleja es un ingrediente necesario a la condición de observador). Para esclarecer este punto conviene presentar un panorama rápido del «problema de la medición» en la mecánica cuántica y con este fin proponemos la metáfora de «la canilla de agua cuántica».
Imaginemos una canilla con dos llaves —para agua caliente y fría— cada una de las cuales es posible hacer girar continuamente. El agua brota de la canilla, pero el sistema tiene una propiedad extrafia: el agua está siempre totalmente caliente o bien totalmente fría y no hay un término medio. Se llama a éstas las dos «temperaturas eigenstates» del agua. La única manera de determinar en qué eigenstate está el agua es colocando la mano bajo el chorro. En realidad, en la mecánica cuántica ortodoxa es algo más complicado. Es el acto de colocar la mano bajo la canilla, la que arroja el agua en uno o el otro eigenstate. Hasta ese instante preciso, se dice que el agua se encuentra en una superposición de estados (o, en términos más exactos, en una superposición de estados sólidos).
Según el giro que se da a las llaves, la probabilidad de obtener agua fría variará. Desde luego, si hacemos girar solamente la llave marcada «C», siempre nos tocará agua caliente, y si hacemos girar tan sólo la marcada con «F» siempre obtendremos agua fría. Pero si abrimos ambas llaves, se creará una superposición de estados. Al hacer ensayos repetidos con una de las llaves es posible medir la probabilidad de obtener agua fría con ese movimiento. Luego podemos cambiar la posición y hacer un nuevo ensayo. Se producirá algún punto de superposición en el que habrá probabilidad de obtener agua fría o caliente. Será entonces equivalente a jugar a cara o cruz con una moneda. (Esta canilla de agua cuántica nos hace recordar con tristeza muchas canillas de ducha). Por fin habremos reunido un número suficiente de datos como para trazar un gráfico de la probabilidad de obtener agua fría como función de la forma de manipular las llaves.
Los fenómenos cuánticos son algo parecido. Los físicos pueden mover llaves y colocar sistemas en superposición de estados, semejante a la de nuestra agua caliente y fría. Mientras no se efectúa ninguna medición del sistema el físico no puede saber en qué estado sólido está el sistema. En verdad puede demostrarse que en un sentido muy fundamental el sistema mismo no «sabe» en qué estado sólido está y que lo decide —al azar— sólo en el instante en que se coloca bajo el chorro la mano del observador, «para probar el agua», por así decir.
Podemos imaginarnos realizando una cantidad de experimentos con el agua que sale de una canilla de agua cuántica para determinar si está realmente caliente o realmente fría sin meter la mano bajo el chorro (desde luego presuponemos que no hay datos reveladores como, por ejemplo, vapor de agua). Por ejemplo, podemos hacer funcionar nuestro lavarropas con el agua que sale de la canilla. Sin embargo, no sabremos si nuestro suéter se ha encogido o no hasta el momento en que abramos el lavarropas (medición hecha por el observador consciente). Preparemos té con agua de la canilla. Tampoco sabremos si lo que hemos obtenido es té helado o no hasta que lo probemos (otro ejemplo de interacción con observador consciente). Fijemos un termómetro a la base de la canilla. Hasta que veamos lo que registra el termómetro o las marcas de tinta en la hoja adherida a él, no podremos conocer la temperatura. No podemos estar más seguros de que la tinta está sobre el papel de lo que estamos que el agua tiene una temperatura definida. El punto crítico aquí es que el suéter y el té y el termómetro, por no tener ellos mismos categoría de observadores conscientes, no tienen otro remedio que participar en la broma y tal como lo hizo el agua, entrar en su propia superposición de estados: encogido o no encogido, té helado o té caliente, marca de tinta alta o marca de tinta baja.
Esto puede dar la impresión de no tener nada que ver con la física en sí, sino simplemente con esos acertijos filosóficos del pasado, como: «¿Hace ruido en el bosque un árbol al caer, cuando no hay nadie que oiga tal ruido?». Sucede que el aspecto de mecánica cuántica en estos acertijos es que existen consecuencias de observación de la realidad en tales superposiciones, consecuencias diametralmente opuestas a las que se registrarían si un estado de apariencia mixto fuese realmente siempre un auténtico estado sólido, que se limita a esconder su identidad de los observadores hasta el instante de la medición. En términos concretos, un chorro de agua quizá caliente o quizá fría actuaría en forma diferente de la de un chorro de agua que está en realidad caliente o en realidad fría, porque las dos alternativas se «interfieren» mutuamente en el sentido de olas superpuestas (como cuando parte de la estela de una lancha de motor cancela momentáneamente otra parte reflejada por un muelle, o cuando los rebotes sucesivos de un canto rodado lanzado a las aguas de un lago plácido forman ondas que se entrecruzan y dibujar diseños relucientes en la superficie). Resulta que tales efectos de interferencia son sólo estadísticos, de modo que el efecto sería manifiesto sólo al cabo de una serie de lavados de suéteres o infusiones de té Los lectores interesados pueden consultar la hermosa exposición que hace de esta diferencia Richard Feynman en su obra «Carácter de la ley física».

El gato de Shrödinger es una superposición de estados(del The many-Worlds of Quantum Mechanics. Bryce S. DeWitt y Neill Graham, Editores).
La suerte del gato de Shrödinger lleva esta idea más lejos aun: hasta un gato podría estar en una superposición cuántico —mecánica de estados hasta que tiene lugar la intervención del observador. Podríamos poner objeciones y decir: «¡Un momento! ¿No es un gato vivo un observador consciente tanto como un ser humano?». Es probable que lo sea, pero recordemos que este gato es, posiblemente, un gato muerto, que decididamente no es un observador consciente.
¡En efecto hemos creado, en el gato de Shrödinger, una superposición de dos eigenstates una de las cuales tiene categoría de observador y la otra, no! ¿Qué hacer ahora? La situación trae reminiscencias de un acertijo Zen, (contado en Zen Flesh, Zen Bones, o sea «Carne zen, huesos zen» por Paul Reps), que plantea el maestro Kyogen:
El zen es tomo un hombre colgado de un árbol por los dientes, sobre un precipicio. Sus pies no se apoyan en rama alguna y debajo del árbol otra persona le pregunta: «¿Por qué fue Bodhidharma a la China de la India?». Si el hombre colgado del árbol no responde, pierde. Si responde, cae y pierde la vida. Ahora bien. ¿Qué debe hacer?
Para muchos físicos la distinción entre los sistemas y la categoría de observador parece algo artificial y aun repelente. Además, la idea de que la intervención de un observador provoque el «colapso de la función onda» —un salto en un eigenstate puro y elegido al azar— introduce el elemento del capricho en las leyes definitivas de la naturaleza. «Dios no juega a los dados». («Der Hergott würfelt nicht») fue siempre la creencia de Einstein.
El intento radical de salvar tanto la continuidad como el determinismo en la mecánica cuántica se conoce como «interpretación de mundos múltiples» de la mecánica cuántica, propuesta por primera vez por Hugh Everett III en 1957. Según esta teoría, sumamente insólita, ningún sistema salta en forma discontinua en un eigenstate. Lo que sucede es que la superposición se desenvuelve con uniformidad, desdoblándose sus diversas ramas en forma paralela. Cuando es necesario, el estado desarrolla ramas adicionales portadoras de las varias alternativas nuevas. Por ejemplo, hay dos ramas en el caso del gato de Shrödinger y ambas se desarrollan en forma paralela. «¿Bien, qué ocurre con el gato? ¿Se siente vivo, o bien muerto?» cabe preguntar. Everett respondería: «Depende de la rama que contemplemos. En una rama se siente vivo, en la otra no hay gato que sienta nada». Con un principio de rebeldía en cuanto a nuestra intuición, preguntamos entonces: “Bien, pero ¿qué hay de los pocos instantes anteriores a la muerte del gato de la rama fatal? ¿Cómo se sentía el gato entonces? ¡Sin duda un gato no puede sentir dos cosas opuestas a la vez! ¿Cuál de las dos ramas contiene al verdadero gato?”.
El problema se intensifica más aun a medida que advertimos las implicaciones de esta teoría tal como se aplica a nosotros aquí y en este momento. Por cada punto de rama de mecánica cuántica en nuestra vida (y han existido billones y billones), nos hemos dividido en dos o más «yos», que se desplazan por ramas paralelas pero desconectadas de una gigantesca «función universal». En el punto crítico de su artículo, Everett incluye con gran tranquilidad la siguiente nota al pie de página:
En este punto nos vemos frente a una dificultad de lenguaje. Mientras que antes de la observación teníamos una sola categoría de observador, había una cantidad de teorías diferentes sobre el observador, todas ellas existentes en superposición. Cada uno de estos estados separados es un estado para el observador, de modo que podemos referirnos a los diferentes observadores descritos por diferentes estados. Por otra parre, está involucrado el mismo sistema físico, y desde este punto de vista es el mismo observador, que está en estado diferente para los diferentes estados de la superposición (es decir, tiene experiencias diferentes en los elementos individuales de la superposición). En esta situación, utilizaremos el singular cuando deseemos destacar que está involucrado un único sistema físico, y el plural cuando deseemos destacar las diferentes experiencias para los elementos separados de la superposición. (Por ejemplo: «El observador hace la observación de la cantidad A, después de lo cual cada uno de los observadores de la superposición resultante ha percibido un valor eigen»).
Todo esto se enuncia con la mayor seriedad. El problema de lo que se siente subjetivamente no está tratado: se diría que lo barrieron debajo de la alfombra. Seguramente se considera que carece de significado.
A pesar de todo, no podemos menos que preguntarnos: «¿Por qué, entonces, siento que estoy en un solo mundo?». Pues bien, diría Everett, no estamos en un solo mundo: no sentimos en forma simultánea todas las alternativas, sino que es solamente éste de mis yos que va por esta rama el que no experimenta todas las alternativas. Consideramos tal afirmación sencillamente escandalosa. Las vividas citas con que presentamos nuestras reflexiones vuelven a nuestra memoria y penetran hondamente. La pregunta fundamental última es: «¿Por qué, entonces, está éste de mis yos en esta ramal? ¿Qué me hace, o mejor dicho, qué hace que este yo se sienta… ¿cómo expresarlo?… ¿No desintegrado?».
El sol se pone un atardecer sobre el océano. Estoy con un grupo de amigos de pie en varios puntos a lo largo de la playa de arena mojada. Mientras el agua nos lame los pies, contemplamos silenciosos el globo rojo que cae cada vez más en el horizonte. Al contemplar, algo hipnotizado en mi caso, el espectáculo, noto cómo el reflejo del sol sobre las crestas de las olas forma una línea recta compuesta de millares de reflejos fugaces de color rojo anaranjado, y que… ¡Es una línea recta que está señalándome! «¡Qué suerte tengo al estar ubicado precisamente dentro de esa línea!» pienso. «Lástima que todos nosotros no podamos estar parados en este mismo lugar y experimentar esta perfecta unidad con el sol». Y en el mismo momento, cada uno de mis amigos está pensando precisamente lo mismo… ¿O acaso no?
Estas cavilaciones forman el fondo de la cuestión de los sondeos del alma. ¿Por qué está esta alma en el cuerpo? ¿O en esta rama de la función de onda universal? ¿Por qué, cuando existen tantas posibilidades, está ésta mente atada a este cuerpo? ¿Por qué no puede mi «condición de ser yo» pertenecer a otro cuerpo? Evidentemente es un círculo vicioso y poco satisfactorio afirmar algo como «estás en ese cuerpo porque es el que te crearon tus padres». Pero ¿por qué son ellos mis padres, en lugar de otra pareja? ¿Quiénes habrían sido mis padres si hubiese nacido en Hungría? ¿Cómo habría sido si hubiese sido otro? ¿O si alguien más hubiese sido yo? O, en fin… ¿Soy alguien más? ¿Soy todos los demás? ¿Existe una única conciencia universal? ¿Es una ilusión sentirse como alguien separado, como un individuo? Es un poco espeluznante descubrir estos temas insólitos, reproducidos en el seno de lo que suponemos ser la más estable y menos errática de nuestras ciencias.
Y sin embargo, en cierto modo no resulta sorprendente. Existe una clara conexión entre los mundos imaginarios de nuestra mente y los mundos alternativos que se crean en forma paralela a los que nosotros experimentamos. El consabido joven de la margarita, que la deshoja mientras murmura: «Me quiere, no me quiere» está manteniendo en la mente dos mundos diferentes (por lo menos) basados en dos modelos diferentes de la mujer amada. ¿O bien sería más exacto decir que existe un modelo mental de su amada que se encuentra en una analogía mental con la superposición de estados de la mecánica cuántica?
Y cuando un novelista lleva a un mismo tiempo en la imaginación varias maneras posibles de terminar una historia, ¿no están los personajes, en términos metafóricos, en una superposición mental de estados? Si la novela nunca llega a escribirse, es posible que estos personajes fraccionados puedan continuar desplegando sus múltiples historias en la mente del autor. Más aun, resultaría extraño, inclusive, preguntar cuál de las historias es la versión genuina. Todos los mundos son igualmente genuinos.

Ilustración de Rich Granger.
Tal vez una forma de pensar el problema de la función de la onda universal sería la de concebirla como la mente —o cerebro, si se prefiere— de Dios, en la cual pueden coexistir todas las ramas posibles del ser. Nosotros seríamos simples subsistemas del cerebro de Dios, y tales versiones de nosotros no resultan más privilegiadas o auténticas que nuestra galaxia cuando la consideramos como la única galaxia genuina. El cerebro de Dios, concebido en tales términos, se desenvuelve de modo uniforme y determinista, como lo sostuvo siempre Einstein. El físico Paul Davies, al referirse a este tópico, precisamente, en su reciente obra.
Otros mundos, afirma: «Nuestra propia conciencia teje una ruta al azar por la vía evolucionarla de infinitas ramificaciones del cosmos, de modo que somos nosotros, más bien que Dios, quienes jugamos a los dados».
Con todo, queda aún por responderse al interrogante más fundamental, inevitable en cada uno de nosotros: «¿Por qué este sentimiento unitario de ser yo se propaga por esta rama cualquiera más bien que por otra? ¿Qué ley gobierna las elecciones al azar que yo siento que estoy recorriendo? ¿Por qué mi sentimiento de mí mismo no acompaña a mis otros yos cuando se separan para seguir otras rutas?». «¿Qué liga el carácter de yo al punto de vista de este cuerpo que existe en esta rama del universo en este momento del tiempo?». La cuestión es tan fundamental que llega a resistirse a una formulación clara en palabras. Y la respuesta no parece estar pronta a ser dada por la mecánica cuántica. En verdad, se trata ni más ni menos que del colapso de la función de onda que reaparecía, al parecer, en un extremo de la alfombra debajo de la cual la barrió Everett. Se vuelve ahora un problema de identidad personal, no menos desconcertante que el problema original que reemplaza.
Es posible hundirse más aun en el pozo de la paradoja cuando advertimos que existen ramas de esta función de onda universal con su gigantesca ramificación en la cual no hay elemento alguno de juicio para la mecánica cuántica, ramas en las cuales no existe un Everett ni tampoco la interpretación de múltiples mundos de la mecánica cuántica. Existen ramas sobre las cuales no se escribió la historia de Borges. Existe, inclusive, una rama en la cual todas estas «Reflexiones» se escribieron tal como las vemos aquí, salvo que terminaban de un modo diferente.
D. R. H.