Capítulo 22

Becky siempre pensaba en secreto que la parte más aburrida del sistema legal la constituían las instrucciones que el juez impartía al jurado. Eran incomprensibles, se hacían eternas y con un bebé impaciente en el regazo llegaban a ser irritantes.

Echó una ojeada a Todd, sentado junto a ella, que ya tenía ocho años y se portaba muy bien. Observaba admirado a su padre, pues era la primera vez que lo dejaban asistir a un juicio sumario. En realidad, se dijo Becky, por primera vez lo consideraban suficientemente maduro como para permanecer sentado todo el proceso. Era un chico brillante, pero había heredado la impulsiva e impaciente naturaleza que Rourke y Becky compartían. La pequeña Teresa, que se retorcía en el regazo de su madre, también parecía tener el mismo carácter.

Al otro lado de Todd, estaban Clay y Francine. Todavía no tenían niños. Sólo llevaban casados dos años. Clay estaba pendiente de un ascenso en la cadena de supermercados donde trabajaba como ayudante del director de compras y Francine casi había terminado sus cursos en un instituto de belleza.

Mack, sentado junto a Clay, era media cabeza más alto que su hermano. Estudiaba el primer año de derecho en la Universidad de Georgia, siguiendo los pasos de su adorado cuñado. Becky no cabía en sí de orgullo. Él y Rourke estaban muy unidos, lo que hacía que en casa las cosas fueran mucho más fáciles.

El abuelo vivía en una residencia. Unos días estaba lúcido y otros apenas los conocía.

Todos acudían a verlo con regularidad y eso hacía llevadero el dolor de la separación. Se hallaba demasiado débil para tenerlo en casa sin una enfermera que lo atendiera. De hecho, había sido suya la idea de ir a una residencia. Dos de sus camaradas de guerra estaban allí, y hasta el año anterior había disfrutado de su estancia. Ahora sólo era cuestión de tiempo. La vieja semilla se hundiría en la tierra para que pudieran brotar las nuevas y el invierno se llevaría los vestigios de los viejos para hacer sitio a la nueva generación. Se trataba, en otras palabras, del ciclo de la vida en toda su fiera belleza. Al final, todo volvía a la tierra de donde había brotado. Era ley de vida.

Rourke se lo había explicado a Todd una noche.

—Brotamos de una semilla —dijo sonriente a su hijo—. Crecemos, florecemos y damos fruto.

Luego el fruto se seca y cae a la tierra para producir la siguiente cosecha. No es tanto que la vieja planta muere como que se entrega a la tierra para nutrir a la nueva planta. Ya que la energía no se crea ni se destruye, sólo se altera, la muerte es la otra cara de la moneda de la vida. En realidad, no tiene por qué inspirar miedo. Después de todo, hijo mío, todos pasamos de esta etapa a otra. Es inevitable, igual que el arco iris después de la tormenta.

—Qué bonito —había dicho el niño— ¿El abuelo se convertirá en un arco iris?

—Espero —había contestado Rourke con expresión solemne— que se convierta en el más espléndido de todos.

Al mirar a Todd, Becky se sintió agradecida por la habilidad que su marido tenía para explicar las cosas. En el rostro del niño ya no se percibía la expresión compungida que había adoptado desde que le habían dicho que al abuelo no le quedaba mucho tiempo de vida. Becky sonrió. Rourke también conseguía que para ella las cosas fueran más fáciles.

Él probablemente lo sabía. Era un hombre muy sensible, capaz de leer sus pensamientos la mayoría de las veces.

El jurado se retiró a deliberar y el juicio se aplazó hasta que se alcanzara un veredicto.

Rourke recogió su maletín, estrechó la mano del sonriente J. Lincoln Davis y se reunió con su familia.

—El padrino de los niños quiere que vayamos a cenar esta noche —dijo a Becky mientras la besaba con dulzura—. Él y Maggie tienen que anunciarnos algo.

—Está embarazada —susurró Becky en su oído. Rió ante su expresión—. Increíble, ¿verdad?

Está impresionada, encantada y muerta de miedo. Pero ambos lo desean, y mucho.

—Todo irá bien. Davis se asegurará de ello —comentó Rourke sofocando una risilla. Se dirigió a toda la familia—. Muy bien, pandilla ¿quién se apunta a una hamburguesa?

—Para mí con queso —dijo Mack arrollando casi a su hermano cuando salía—. Por cierto, ¿por qué no protestaste cuando el señor Davis se refirió a ese viejo caso? Estoy seguro de que podrías haber dicho que...

—Dios nos libre de los estudiantes de derecho —le interrumpió Rourke con una mirada crítica—. ¡Dos meses en la universidad y ya se cree F. Lee Bailey!

—Tres meses —corrigió Mack—. Y tengo un profesor muy bueno. Ahora, dime, sobre ese caso...

—Francine y yo tenemos que volver corriendo al supermercado —interrumpió Clay con prisas. Apretó la mano de Francine—. ¿Verdad, cariño?

—Sí, claro —tartamudeó, y mientras Clay tiraba de ella, añadió—. ¡Te llamaré luego, Becky!

—Cobardes —gruñó Mack viendo cómo se alejaban—. No tenéis estómago para las arengas, ¿eh?

—Después de la barbacoa exclamó Clay volviéndose—. ¡Quizá haya arengas de postre!

—¿Podéis creerlo? —Mack alzó las manos mientras se sumergían en la multitud—. ¡Mi hermano cree que una arenga es algo que se toma con el café!

—No todo el mundo comparte tu fervor por las leyes, viejo amigo —dijo Davis con una sonrisa al unirse a ellos. Palmeó a Mack en la espalda y añadió—: ¿Qué tal te va?

—¡Estupendamente! Hasta ahora voy derecho por el sobresaliente.

—Más te vale después del tiempo que Rourke y yo hemos invertido en ti —replicó Davis, y luego dirigiéndose a Rourke con el semblante serio, dijo—: Quiero hablar contigo del caso Lindsey. Quizá seamos capaces de encontrar alguna solución.

—No durante la comida —rogó Becky, alzando en brazos a Teresa mientras Todd jugueteaba con Mack.

Davis miró a la escurridiza chiquilla y sonrió. Tendió los brazos y Teresa se arrojó riendo en ellos.

—La estás malcriando —lo acusó Becky cuando Davis sacó un caramelo.

—Silencio —intervino Rourke —con severidad—. No le ofendas hasta después de que negocie la declaración de culpabilidad.

—Lo siento —dijo Becky tapándose la boca con una mano.

—Vayamos a comer ¿eh? —se quejó Mack—. ¡Estoy muerto de hambre!

—¿Alguna vez no lo estás? —dijo Rourke sonriendo—. Todd, deja ya de dar patadas de karate a tu tío.

—Aprendí viendo Karate Kid —protestó Todd, al tiempo que demostraba de nuevo sus habilidades con otra patada—. Es estupendo.

—Ve a ver Batman —sugirió Mack—. Aprenderás a volar.

—Cómprame una batcapa y ya verás qué bien lo hago —prometió Todd—. Mami, ¿puedo tomar un batido con la comida? ¿Por qué no vamos a un restaurante? Estoy cansado de las hamburguesas. Mira, ¿no es ése Big Bob Hauser, el campeón de lucha libre? —dijo señalando a un hombre corpulento que se hallaba al otro lado de la sala.

Todd y Mack discutían sobre la identidad del hombre y J. Lincoln Davis le hablaba en un extraño lenguaje a Teresa, mientras se sumergieron en la multitud camino del pasillo.

Becky se colocó junto a Rourke y se apretó contra su hombro. Él le dirigió una mirada posesiva y en sus ojos oscuros parecieron reflejarse suaves y dulces recuerdos. Su mirada se concentró en la boca de Becky.

—No puedes —susurró ella sonriendo.

—Sí, sí que puedo —replicó él inclinándose.

Y la besó.

FIN