Capítulo 10
Kilpatrick estuvo cavilando durante toda la noche y prácticamente no durmió. Algunos domingos acudía a la iglesia, pero esa mañana no se encontraba muy bien. Había tomado dos whiskys sin hielo al volver a casa la noche anterior y le dolía la cabeza.
La mirada de los dulces ojos de Becky lo atormentaba. Había dicho que se ocuparía de él cuando estuviera enfermo. Cerró los ojos y se lamentó en voz alta. Ni siquiera su tío, que había cuidado de él, había sido un hombre abiertamente afectuoso. Kilpatrick no sabía cómo reaccionar ante el afecto. Nunca se había encontrado en semejante tesitura. Becky estaba cambiando su vida, y no podía permitirlo. Se equivocaba de pleno con esa muchacha tan inocente. La deseaba con intensidad, lo suficiente como para seducirla. No podía dejar que eso sucediera, porque Becky tenía ya demasiados problemas.
Preparó café y tomó una taza mientras leía el periódico del domingo. Desde que Gus había muerto, la casa estaba demasiado tranquila. Echaba mucho de menos al animal.
Quizá fuera una buena idea comprar un cachorro. Recordó que Becky había dicho que le gustaban los basset hound y sonrió. Le gustaría tener uno. Bien, seguro que había cosas peores que recorrer las tiendas de animales, aunque, desde luego, no podía llamar a Becky para que lo acompañara. Era curioso cómo eso mermaba su entusiasmo. Pero no permitiría que se viera atada a él. Era demasiado vulnerable, ni mucho menos, la clase de mujer con quien pudiera tener una aventura.
Dejó el periódico y cogió su maletín, lleno a rebosar de informes de casos que debía revisar antes de que fueran a juicio al día siguiente. Pensó que, dada su actitud reflexiva, lo mejor era trabajar.
Becky se vistió para ir a la iglesia tras una larga noche en vela. Quizá había sido mejor que Kilpatrick se marchara sin mirar atrás, pues eso haría su vida menos complicada, aunque le costaba hacerse a la idea de que lo había perdido.
Sabía que el abuelo no acudiría a la iglesia, y Clay nunca lo hacía, a pesar de que en muchas ocasiones le había pedido que la acompañara. Pero Mack disfrutaba de su cita de los domingos y era el único que estaba siempre levantado y vestido cuando ella se marchaba.
De mala gana, Becky llamó a la puerta de Clay y asomó la cabeza.
—Si no te importa, vigila al abuelo mientras estoy fuera —dijo fríamente al tiempo que advertía que parecía resacoso. No iba a preguntarle a qué hora había vuelto.
Clay se incorporó medio dormido sobre un codo y la miró.
—Eres una traidora, Becky —acusó con aspereza—. ¿Cómo puedes salir con ese hombre después de lo que me hizo?
Ella ni siquiera parpadeó.
—¿Lo que te hizo él? —inquirió—. ¿Y qué hay de lo que hiciste tú solito para meterte en líos?
¿o eso no cuenta?
—Si vuelves a traerlo aquí, yo...
—Tú ¿qué? —le interrumpió nerviosa—. Si no te gusta vivir aquí, ya sabes dónde está la puerta. Pero no esperes que dé la cara por ti en el juzgado por segunda vez. Si te vas, me aseguraré de que las autoridades tutelares se enteren.
Clay palideció ostensiblemente. Ya le había amenazado con lo mismo en otra ocasión y parecía determinada a hacerlo. Se sintió mareado. Los Harris lo tenían bien cogido con sus amenazas, y su pasión por Francine lo ataba a ellos aún más. No quería perderla, tampoco deseaba ver disminuir su nueva fuente de ingresos, ni por supuesto, que Kilpatrick fuera tras él. Pero dejar que ese hombre anduviera merodeando por su casa era invitar al desastre.
—Becky...—empezó
—Un niño de diez años de la escuela de Curry Station ha muerto de sobredosis
—interrumpió ella observando detenidamente la expresión de su hermano.
Clay pareció contener el aliento. No pudo leer nada en su rostro, pero Becky advirtió un atisbo de miedo en sus ojos y quiso gritar. Había tratado de convencerse de que no estaba implicado en el tráfico de drogas, pero la actitud de Clay la inquietó.
—¿Sabes salgo sobre eso? —preguntó.
Él apartó la mirada.
—¿Por qué he de saber algo sobre ese niño? Ya te lo dije: no quiero ir a la cárcel, Becky.
La respuesta de su hermano no la tranquilizó. Dirigió a Clay una larga mirada y salió cerrando la puerta tras de sí.
Mack apareció repentinamente tras ella. Becky se volvió y se percató de su rostro enrojecido y sus ojos muy abiertos y asustados.
—Era Bil y Dennis —dijo—. El niño que murió. Era amigo mío. Anoche, cuando tú no estabas, llamó John Gaines y me lo contó. —Bajó la mirada—. Billy nunca le había hecho daño a nadie. Era un solitario. Nadie le apreciaba mucho, pero yo sí.
—¡Oh, Mack! —dijo Becky con suavidad.
Mack miró hacia la habitación de Clay y abrió la boca, pero no consiguió reunir el valor suficiente para hablar, y se alejó de su hermana.
Becky se despidió del abuelo después de ayudarlo a sentarse en la mecedora, luego se dirigió en el coche junto con Mack a la pequeña iglesia baptista a que acudía desde que era niña. En la Georgia rural, la baptista era la Iglesia predominante, y así había sido durante más de cien años. Fuego y azufre llovían desde los púlpitos de casi todas las iglesias civilizadas y los domingos por la mañana los bancos siempre estaban llenos.
Becky adoraba la pequeña y blanca iglesia campestre con su alta aguja y su enclave pintoresco. Pero sobre todo le gustaba la paz y seguridad que se respiraban entre sus muros espartanos. Su madre, su abuela y sus bisabuelos estaban enterrados en el cementerio de detrás de la iglesia. Uno de sus parientes había donado la cantidad de dinero necesaria para alzar su estructura, que tenía más de setenta años. Becky sabía que el sentido de la tradición que hacía del Sur rural un círculo tan cerrado era una de las razones por las que los vecinos de la comunidad acudían a la iglesia cada domingo y financiaban sus programas de expansión. Quizá se criticaran unos a otros durante la semana, pero los domingos se esforzaban en alcanzar una mayor nobleza de la que poseían.
—Estás muy guapo —dijo Becky a Mack mientras descendían del coche y se dirigían a la puerta.
—Tú también. —Esbozó una amplia sonrisa.
Llevaba los pantalones de los domingos, los únicos que tenía, una de sus dos camisas blancas y su única corbata. Calzaba zapatillas deportivas porque no tenían dinero para comprarle unos mocasines de piel.
Becky llevaba un traje chaqueta blanco, con una blusa de punto azul y unos zapatos blancos de tacón ligeramente desgastados. Por suerte, allí nadie criticaba la forma en que la gente vestía, nadie miraba por encima del hombro a los miembros menos afortunados de la congregación. Cuando su madre murió, aquellas personas habían acudido a su casa con platos llenos de comida y ofertas de ayuda. Era gente que vivía según sus creencias.
Becky se sentía tan cómoda en la iglesia como en su propio cuarto de estar. Quizá eso era lo que convertía las celebraciones religiosas en algo divertido, para ella no se trataba de una obligación semanal.
Mientras escuchaba el sermón, pensó en Clay y confió en que no fuera demasiado tarde para ayudarlo. No sabía qué hacer. Ceder a sus amenazas no resolvería nada, pero ¿y si al negarse le empujaba a hacer algo que le hiciera acabar en la cárcel? Apretó los dientes. Si pudiera pedir ayuda a Kilpatrick. Lo había intentado, pero se habían interpuesto sus emociones. A partir de ese momento debía arreglárselas sola de alguna manera.
El lunes por la mañana llegó demasiado pronto. Había pasado el resto del domingo cocinando, planchando ropa para toda la semana y viendo la televisión con Mack y el abuelo. Clay había desaparecido cuando ella y Mack regresaron de la iglesia. Apareció en casa a última hora de la noche, cuando ya todos se habían acostado.
—¿Piensas ir hoy a la escuela? —preguntó Becky con aspereza mientras acompañaba a Mack hasta el recibidor.
Clay se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
Parecía abatido, y de hecho lo estaba. La muerte del niño le había afectado profundamente. Clay nunca pensó que podría ocurrir algo así. Él no le había facilitado la droga al chico, pero se sentía culpable porque había pedido información a uno de los mayores, y se había enterado de que a Dennis, el niño muerto, lo conocía el hermano menor de alguien. En realidad, había sido Bubba quien había efectuado la venta, pero si hablaba se vería implicado en el asunto. Además, los Harris ya habían insinuado que podían inculparle con sus testimonios. Lo tenían atrapado, y las cosas habían empeorado desde que Mack había rehusado participar en lo que estaban llevando a cabo. Había sudado a mares temiendo que su hermano pequeño se fuera de la lengua, pero el chico no había dicho nada. Sin embargo, últimamente Mack ni siquiera le dirigía la palabra, y desde la muerte de Dennis lo miraba con desprecio. Le dolía que Mack, que antes lo idolatraba, ahora lo odiase. A Becky también parecía haber dejado de importarle. Era como un barco sin timón, a la deriva hacia arrecifes y bancos de arena, sin nadie lo suficientemente leal en quien confiar.
Francine lo había consolado la noche anterior. "No te preocupes —había dicho—, nadie sabrá que tuviste algo que ver con la muerte de ese niño." Pero sus palabras no lo habían tranquilizado. Se preguntó si volvería a disfrutar de paz alguna vez. Tenía que ir a la escuela, porque si se quedaba en casa enloquecería.
Becky llegó abatida a la oficina. Su abuelo tenía mal aspecto esa mañana, y estaba preocupada. No había dicho una palabra acerca de Kilpatrick desde el sábado, algo poco usual en él, pues siempre solía decir lo que pensaba, excepto cuando estaba demasiado enfermo para que le importara lo que ocurría alrededor. Becky temió una recaída.
—Bueno, ¿qué tal fue? —susurró Maggie cuando Becky entró en la oficina.
—Fuimos a cenar y a bailar y nos divertimos mucho —mintió sonriendo, al tiempo que daba a Maggie una bolsa de papel con el bolso de lentejuelas y los zapatos—. Muchas gracias por dejármelos. Estaba muy guapa, al menos eso dijo él.
—Me alegro de que te lo pasaras bien. Tienes derecho a un poco de diversión.
Becky sujetó en el moño un mechón de cabello suelto y se alisó el vestido camisero a cuadros. Se la veía pulida y limpia, pero su aspecto no era espectacular.
—Me parece que este vestido va más con mi estilo campesino. —Suspiró—. Maggie, ¿por qué la vida es tan complicada?
—Tendré que responderte más tarde —susurró la mujer indicando con la cabeza la oficina del jefe—. Está de mal humor. Esta mañana se reúne el tribunal y tiene que defender dos casos, uno de ellos contra tu amigo Kilpatrick. Se está devanando los sesos para lograr vencerle, pero apuesto a que Kilpatrick ya va por delante. Y él también lo cree.
A Becky le dio un vuelco el corazón al oír el nombre de Kilpatrick, pero no le convenía entusiasmarse. El interludio era agua pasada. Y aunque hubiera sido maravilloso, tenía que vivir en el presente, no en un pasado de ensueño. Descubrió la máquina de escribir y se dispuso a trabajar.
A última hora de la tarde Kilpatrick regresó a la oficina de los juzgados. Él en persona había llevado un caso relacionado con el tráfico de drogas, mientras que sus colegas se habían encargado de las acusaciones en otros juicios en que los cargos iban desde el abuso de menores al homicidio. Estaba cansado y de mal humor, y no le alegró mucho que Dan Berry le estuviera esperando.
Dejó el maletín junto al escritorio y permaneció de pie para estirar sus músculos doloridos por tantas horas sentado en la misma postura.
—Bien, ¿de qué se trata? —preguntó con aspereza.
Berry se levantó y cerró suavemente la puerta.
—Es algo personal —replicó—. Acerca de la bomba.
Kilpatrick se sentó en el borde del escritorio y encendió un purito.
—Suéltalo ya.
—¿Recuerdas que te mencioné que Harvey Blair había salido de la cárcel y que había prometido ir por ti? —preguntó.
Kilpatrick asintió.
—La oficina de bomberos del estado ha seguido la pista del detonador de la bomba hasta una tienda local de repuestos de radio. Al parecer, el propietario era un buen amigo de Blair.
—Lo que no quiere decir que él hiciera la bomba o la encargara. Y la mayoría de tiendas de electrónica venden el material necesario para realizar una bomba. —Negó con la cabeza frunciendo las oscuras cejas. Dio una calada con expresión ausente—. No, creo que fueron el viejo Harris y sus chicos; maldita sea, estoy casi seguro de ello.
—¿Has olvidado lo que te dije sobre el chico Cullen y su habilidad con la electrónica?
—No lo he olvidado. Simplemente no creo que sea tan estúpido.
Berry aguzó la mirada.
—Mira, todos sabemos que has estado saliendo con la hermana de Cullen...
—Lo que no tiene maldita relación con el modo en que dirijo esta oficina —interrumpió Kilpatrick con tono enérgico y áspero—. No voy a pasar por alto nada de lo que ese chico haga sólo porque salga de vez en cuando con su hermana. Si está implicado lo procesaré, ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! —exclamó Dan con un ademán—. Me has convencido, de verdad.
Kilpatrick lo miró fijamente.
—Y tampoco creo que se trate de Blair. Pero si eso hace que te sientas mejor, iré a verlo y tendré una charla con él.
—¿Desarmado? —preguntó Berry.
Los ojos oscuros de Kilpatrick echaron chispas.
—Sería muy imprudente que intentara matarme a plena luz del día y en su propia casa.
Hasta Blair es capaz de caer en la cuenta de eso. —Se levantó y consultó su reloj—. Iré ahora. No tengo juicio hasta mañana. ¿Has averiguado algo más sobre el caso de Dennis?
Berry asintió.
—He interrogado a varios niños que le conocían en la escuela primaria, entre ellos a un hombrecito llamado Mack Cullen, que era uno de sus amigos.
Kilpatrick apretó los dientes.
—¿He de suponer que no lo sabías? —preguntó Berry al percibir el gesto significativo de su jefe—. Creí que la hermana te lo habría mencionado.
Rourke negó con la cabeza.
—Pero tendré buen cuidado de preguntárselo —dijo, resuelto a hacer algo que se había jurado que no haría: se había prometido que dejaría en paz a Becky, pero el fin de semana había pasado muy despacio y echaba de menos su compañía, su sonrisa, el sonido de su voz. Esa mañana temprano había estado a punto de levantar el auricular para llamarla, pero había reunido el valor suficiente para no hacerlo. Sin embargo, después de lo que le había dicho Berry, contaba con una buena excusa para tranquilizar su conciencia. Su humor mejoró sensiblemente.
—Por favor, mira bajo el capó antes de marcharte aconsejó Berry con seriedad—. No queremos que vueles en pedazos antes de ponerle las manos encima al autor del atentado, ¿de acuerdo?
—De acuerdo— dijo Kilpatrick sonriendo con el cigarrillo entre los dientes—. Estoy seguro de que tendría un aspecto horrible en pedacitos.
Berry empezó a hablar, pero Kilpatrick ya había salido y se encaminaba directamente a la oficina de Becky. "Al infierno con los nobles principios", se dijo.
Abrió la puerta y entró. Becky estaba inclinada sobre la máquina de escribir. Las otras secretarias dejaron de trabajar para mirarlo.
Kilpatrick se apoyó en el escritorio de Becky y esperó hasta que ella alzó la vista, primero con expresión de asombro, y enseguida de radiante alegría.
Él esbozó una amplia sonrisa.
—¿Te alegra verme? Yo estoy encantado de verte de nuevo. Esta semana tengo mucho trabajo en los juzgados, pero podríamos cenar juntos el viernes. ¿Comida china o griega?
Siempre disfruto de una buena moussaka y un buen vino resinado, pero también me gusta el cerdo agridulce
—Nunca he comido en un restaurante griego... ni en uno chino —admitió Becky, sin poder disimular su confusión.
—Lo discutiremos por el camino. Tengo que marcharme. Voy a interrogar a un hombre que amenazó con sacarme las tripas y colgarlas en un poste de teléfonos.
Becky reprimió un grito.
—Tranquila— dijo él al tiempo que se ponía derecho. —No creo que lo haga. No tiene idea de electrónica, ni desea complicarse la vida
—¿Ya miras el coche antes de ... ? empezó Becky.
—Tú y Berry —interrumpió Kilpatrick mirándola—. Por el amor de Dios, ¿acaso creéis que no me gusta vivir? Por supuesto que miro el coche antes de montarme en él, y mi puerta, y mi lavabo, e incluso tengo un gato que cata mi comida antes de que yo la pruebe.
¿Satisfecha?
Becky rió a su pesar, y se percató de que Maggie ahogaba una risita.
—Ya he vivido casi treinta y seis años solito —murmuró—. Y pienso llegar a los cuarenta.
—Luego añadió: ¿Se enfadaron contigo en casa?
—Al principio, hasta que dije a Clay que podía marcharse y arreglárselas solo a partir de ahora. Estuvo furioso el resto del fin de semana. También Mack estaba abatido. —Emitió un largo suspiro y añadió—— Conocía al niño que murió. Pobre pequeño, qué edad tan terrible para morir.
—Cualquier edad lo es, si la muerte no tiene sentido.
La miró fijamente y percibió la pena que la afligía. "Le importan incluso los extraños", pensó, y se preguntó si la otra noche había malinterpretado sus palabras. Eso le preocupó, pues sabía que deseaba mucho más de ella que una distante actitud compasiva.
—Tengo que irme —dijo bruscamente—. Ya nos veremos.
—Sí —contestó Becky de corazón mientras observaba cómo se alejaba. Le pareció una buena señal que no mirara atrás. Sonrió y después se echó a reír. Había estado triste todo el fin de semana creyendo que la despedida del sábado había sido definitiva, y había resultado tan sólo un principio.
—Bueno, bueno, así que tengo a Cenicienta en mi propio despacho —se burló Maggie, y añadió—:Me parece que le gustas.
—Espero que así sea —dijo Becky con suavidad—. El tiempo lo dirá.
Los días siguientes pasaron volando. Con el tribunal reunido, Becky estuvo muy atareada archivando y pasando informes a máquina, al igual que Maggie y las otras empleadas de la oficina. Pero el exceso de trabajo la ayudó en cierto modo, pues desvió sus pensamientos de Kilpatrick.
En casa la situación era distinta. No lograba concentrarse en nada. La sorprendía cuán nuevo y maravilloso parecía el mundo desde que tenía alguien con quien soñar. El abuelo y Mack no hicieron comentario alguno cuando les dijo que iba a salir con Kilpatrick el viernes. Clay tampoco dijo nada, aunque la sangre se le congeló en las venas. No sabía qué ocurriría, pero el hecho de que el fiscal del distrito saliera con su hermana iba a causarle un montón de problemas. Se preguntó qué serían capaces de hacer los Harrís cuando se enteraran. Si alguien se metía en líos, él sería la primera persona de la que sospecharían.
Desde el principio, Kilpatrick estuvo prácticamente seguro de que Harvey Blair no pretendía matarle, pero esta creencia se convirtió en certeza después de visitar al ex presidiario.
Blair, un hombre corpulento y desmañado, de cabello oscuro y ojos claros, ni siquiera se mostró hostil cuando abrió la puerta de su apartamento en el destartalado edificio de protección oficial y se encontró cara a cara con Kilpatrick.
—No quiero problemas, Kilpatrick ——dijo al instante—. Leo los periódicos y sé qué te pasó.
Pero yo no lo hice.
Nunca he creído que fueras tú —dijo—. Pero comprobar todas las posibles pistas es parte de mi trabajo. ¿Qué tal van las cosas?
Blair se apartó para dejar entrar al fiscal, que le sobrepasaba en altura. Era un apartamento limpio y ordenado, pero ruidoso. Una mujer delgada y tres niños pequeños estaban sentados en el suelo jugando con bloques de construcción. Alzaron la vista y sonrieron con timidez, luego siguieron con su fascinante ocupación.
—Mi hija y mis nietos —explicó Blair con una sonrisa radiante—. Vivo con ellos. Mi yerno murió en un accidente de trabajo el año pasado y desde entonces yo me ocupo de ellos.
Es sorprendente cómo la responsabilidad hace que el instinto criminal desaparezca de las personas. —Suspiró profundamente y metió las manos en los bolsillos—. He conseguido un empleo público de camionero. Pagan bien y no les importa que sea un ex presidiario.
Incluso tengo seguridad social. —Dirigió una sonrisa a Kilpatrick—. ¿Qué te parece como pago por mis crímenes?
Kilpatrick no pudo contener la risa.
—Me alegra que te hayan salido bien las cosas —dijo. De todos los casos que he llevado, el tuyo fue el que más sentí ganar.
—Gracias, pero, aunque al final obtuviera el perdón, era más culpable que el demonio. El caso es que quiero conservar este trabajo —añadió con seriedad—. Me han dado una segunda oportunidad para convertirme en alguien respetable; esta vez no la desperdiciaré.
—No, no creo que lo hagas.
Kilpatrick tendió la mano y Blair se la estrechó.
Dejo el apartamento seguro de que su antiguo enemigo no había puesto la bomba en su coche.
Tenía demasiado que perder— Sin embargo, Clay Cullen seguía siendo sospechoso, y no podía decir a Becky que las evidencias lo implicaban como cómplice en ese asunto y en la muerte de Dennis. ¡Dios, algunos días eran especialmente duros!
Pasó el resto de la semana sentado en los juzgados asistiendo con cansancio al procedimiento de las tomas de juramento de los miembros del jurado hasta que sintió deseos de gritar. El proceso requería que formulara a cada jurado las preguntas que atañían a las habituales consideraciones judiciales. ¿Tiene usted alguna relación con el fiscal, alguno de los testigos o alguno de los abogados? ¿Está familiarizado con el caso en cuestión? ¿Tiene algún pariente que estuviera involucrado? Una y otra vez formuló las mismas cuestiones a los cinco jurados de doce miembros de manera alternativa y durante la mayor parte de las jornadas. Debía recordar el nombre de cada miembro de los jurados y tomar nota inmediata de cualquier detalle que pudiera utilizarse contra su caso.
Entonces venía el golpe decisivo, en que él y el abogado de oficio recorrían las filas de los jurados y eliminaban a las personas que consideraban perjudiciales para el caso, hasta que ambos estaban convencidos de la imparcialidad de los restantes hombres y mujeres que compondrían el jurado.
Un jurado imparcial era importante, pero también lo era un juez imparcial. Tuvo suerte de que se tratara del juez Lawrence Kentner, un hombre mayor, gran conocedor de las leyes.
Confería credibilidad al foro y Kilpatrick lo respetaba. Si obtenía un veredicto de culpabilidad bajo la batuta de Kentner, existían muy pocas posibilidades de que algún abogado defensor hábil encontrara el más mínimo detalle impropio en los procedimientos judiciales.
J. Lincoln Davis había aparecido en el juzgado durante un receso para presentar una moción de continuidad de uno de sus propios casos. Se detuvo arrogante ante el asiento de Kilpatrick y dijo:
—Supongo que te has enterado de que voy a presentar mi candidatura.
Kilpatrick sonrió ampliamente.
—Me he enterado. Buena suerte.
—Espero que luches limpiamente —musitó David.
—¿Por qué lo dices, Jasper? ¿Acaso no lo he hecho siempre? —preguntó Kilpatrick con expresión inocente.
—No utilices ese nombre —gruñó Davis, y miró alrededor para asegurarse de que los ujieres y el ayudante del fiscal, que hablaba con el encargado del archivo, no le habían oído—. Ya sabes que lo detesto.
—A tu madre le gustaba. Debería avergonzarte esconderlo tras una inicial.
—Espera a que nos enfrentemos en un debate televisivo —amenazó Davis sonriendo ante la perspectiva—. Mi personal está investigando todos tus casos.
—Diles que se diviertan —se burló Kilpatrick con tono amable.
—Para ser un hombre que pretende salir reelegido, tu actitud es insufriblemente despreocupada.
Kilpatrick no pretendía salir reelegido, pero ¿por qué estropear la diversión de Davis admitiéndolo? Tan sólo sonrió.
—Que pases un buen día —dijo.
Davis esbozó una mueca y se alejó balanceando el maletín.
Kilpatrick se sintió ligeramente avergonzado por hostigarle. Davis era un buen tipo y, desde luego, un estupendo abogado. Pero a veces resultaba bastante insoportable.
Recogió sus papeles y dejó el juzgado. Eran las cinco y todavía le quedaban dos horas de trabajo rutinario en la oficina antes de que pudiera irse a casa. Pero era viernes y le había prometido a Becky llevarla a cenar. No quería decepcionarla, pero no podía hacer nada.
El trabajo era lo primero.
De camino a su oficina se detuvo en la de Becky, donde todos, excepto ella, que aún estaba inclinada sobre la máquina de escribir, se preparaban para marcharse. Habló un momento con Bob Malcolm y luego tomó asiento en el escritorio junto al de Becky.
—Tengo al menos para dos horas más en mi despacho —dijo con tono irritado—. Ha sido una semana de locos.
—Y no puedes salir esta noche —aventuró Becky sonriendo para no mostrar su decepción—.
No importa, de verdad.
Él suspiró con acritud.
—Sí, sí que importa. Ve a casa y prepara la cena a tu familia. —Contempló su pálido rostro—.
Quizá cenemos un poco tarde —titubeó—, pero si después quieres volver y sentarte conmigo mientras termino, todavía podremos ir a tomar algo.
El corazón de Becky dio un vuelco y la tristeza desapareció de su cara.
—Me encantaría. A menos que estés muy cansado para...
—También yo tengo que cenar algo, Becky —interrumpió—. No estoy tan cansado. Pon los seguros del coche cuando vuelvas. Yo te seguiré hasta casa cuando terminemos.
—Muy bien. No tardaré mucho.
Kilpatrick se levantó sonriendo; parecía tan contenta como un niño en el circo.
—Y no dejes que te encierren en un armario.
—Ni en broma — respondió ella con toda sinceridad.
Se marchó a casa segura de que habría discusiones. Ya había advertido la noche anterior que saldría a cenar con Kilpatrick, pero esta vez el abuelo dijo encontrarse mal y gimió y se lamentó.
Becky fue presa del pánico. Lo ayudó a acostarse y se retorció las manos, sin saber qué decisión tomar. El médico vendría si lo llamaba, pero significaría un buen pellizco del presupuesto de la casa, que no quería gastar si el abuelo sólo estaba fingiendo, y era imposible saber si lo hacía o no.
Le dijeron que Clay había salido y no sabían dónde estaba. Mack estaba viendo la televisión y sería imposible arrancarlo de la pantalla. Todo parecía indicar que Becky no acudiría a su cita.