Capítulo 16

Había sido un día muy largo para J. Davis. Se sintió agradecido de disponer de tiempo para echar una ojeada a la prensa legal. Sorbía café y mordisqueaba una galleta con los pies sobre la mesa cuando su secretaria anunció que Rourke Kilpatrick estaba en la sala de espera.

Davis se levantó y se dirigió hacia la puerta. Tenía que comprobarlo por sí mismo. Se preguntó por qué quería verlo su peor adversario político.

Abrió la puerta y miró fijamente a Rourke. Éste pareció echar fuego por los ojos.

—Quiero hablar contigo —dijo a Davis.

Davis enarcó las cejas. Tanto por su complexión como por su actitud parecía más un profesional de la lucha libre que un abogado.

—¿Sólo hablar? —insinuó ladeando la cabeza para fijar la vista en la chaqueta abierta de Rourke—. ¿Sin navajas, pistolas o porras?

—Soy el fiscal del distrito —recordó Rourke—. No estoy autorizado a matar a mis colegas.

—Bien, en ese caso puedes tomar una taza de café y unas galletas. y dirigiéndose a su secretaria con una sonrisa, añadió—: ¿No le parece, señorita Grimes?

—Ahora mismo los traigo, señor Davis —contestó sonriendo a su vez la mujer.

Davis indicó a Rourke que se sentara en la silla reservada a las visitas y se acomodó de nuevo tras su escritorio.

—Si no has venido a matarme, ¿qué quieres?

Rourke estaba sacando un purito cuando la señorita Grimes entró con una taza de café y galletas. Le dio las gracias y volvió a colocar el cigarro en el bolsillo de su chaqueta.

—No vas a creer por qué estoy aquí —dijo tras tomar un sorbo de su taza.

—Has venido a aceptar tu derrota —sugirió Davis con una efusiva sonrisa.

Rourke negó con la cabeza.

—Lo siento. Es demasiado pronto para eso; tengo que considerar mi reputación.

—¡Vaya!

—De hecho, quiero que defiendas a Clay Cullen.

El café se derramó por todas partes y el resto de las galletas de Davis acabó en el suelo.

—Me temía que reaccionaras así.

—Te temías... por Dios, Rourke, ¡ese chico es culpable! exclamó Davis mientras secaba el café del escritorio y los periódicos con un pañuelo blanco—. ¡Ni Clarence Darrow sería capaz de salvarlo!

—Probablemente no. Pero quizá tú sí —replicó Rourke—. Asegura que los Harris lo coaccionaron para efectuar la compra y que el resto de cargos son meros montajes para convertirle en cabeza de turco y hacer que pague por sus crímenes.

—Escucha Rourke, toda la ciudad sabe que has estado saliendo con la hermana de Cullen... empezó Davis con seriedad.

—Y que a causa de ella me he ablandado con su hermano. Eso es lo que insinuaste en los diarios, maldito cobarde buscador de gloria —espetó Rourke con energía—. Pero no es cierto. Soy un funcionario de los tribunales. No negocio por debajo de la mesa y no doy la espalda al tráfico de drogas y al asesinato. En caso de que lo hayas olvidado, el intento de homicidio del que se le acusa iba dirigido a mí.

—No lo he olvidado y no soy un maldito cobarde que busca la gloria. Sólo quiero tu empleo

—se defendió Davis—. Sin embargo, siento haber metido en esto a la señorita Cullen, honestamente, no pretendía. hacerlo.

—Nunca creí que lo hicieras —contestó Rourke, y sonrió mientras terminaba su galleta—. No eres mal tipo, para ser abogado.

—Muchas gracias —se burló Davis—. Y ahí estás, comiéndote mis galletas y bebiendo mi café.

—Hace falta valor —bromeó Rourke.

Davis lo miró con interés.

—Hay veces que me caes bien. Aunque me resisto a ello en mis momentos de lucidez, claro —añadió con malicia.

—Claro. —Rourke encendió un purito, a pesar de la mirada reprobatoria de Davis—. Resulta que sé que escondes un cenicero en el cajón izquierdo de tu escritorio —presumió.

—Ya veo que el juez Morris se ha ido de la lengua otra vez. —Davis exhaló un suspiro—.

Fuma esos enormes puros. Aquí tienes, bribón. Y ahora, dime ¿por qué quieres que represente a Cullen?

Rourke se volvió hacia el cenicero.

—Porque creo que dice la verdad acerca de los Harris. Llevo años tratando de cogerles.

Sabes tan bien como yo que son los que están detrás del tráfico de drogas en las escuelas públicas locales. Otros traficantes han intentado meter baza y los han pillado, porque los Harris tienen de su lado al jefe del sindicato local. Ésa es la razón de que nunca haya conseguido llevarlos a juicio. Cullen quizá sea la llave de acceso. Creo que cooperará. Su testimonio en contra de las pruebas de la acusación puede constituir el impulso que necesito para librar a esta ciudad de los Harris.

Nadie los echaría de menos —convino Davis—. Pero podría significar un suicidio político aceptar un caso como éste.

—Sólo si lo pierdes. Y no creo que eso suceda. Además, piensa en la publicidad que conllevaría —añadió con una sonrisa—. Es un caso que Terry Mason pondría reparos en aceptar, pero ahí estás tú, arriesgando tu cuello porque crees que ese pobre chico cuyo padre tuvo problemas con la ley es inocente. ¡Es un caso de ensueño!

—Por supuesto que sí —se burló Davis—. Por eso tú has rehusado ejercer de fiscal para no verte involucrado en él.

—Sabía que me acusarías de negligencia si lo perdía. —Se encogió de hombros—. Algo que no le habría hecho ningún bien a la reputación de Becky.

—Ni a la tuya —puntualizó Davis—. Muy bien, esto es una bomba política. Además, si consiguiera que Cullen saliera libre y probara que los Harris trafican con drogas, limpiaríamos todas las calles de esta ciudad.

—Serías aclamado como un cruzado que salva al inocente y castiga al culpable. —Rourke sofocó una risilla.

—¿Por qué me ofreces este caso? —preguntó Davis—. Si lo gano, tus posibilidades de salir reelegido se verán mermadas.

—Si quieres que te diga la verdad, no estoy seguro de querer presentarme para una tercera candidatura —dijo Rourke con seriedad—. Estoy lejos de haberlo decidido.

Davis se reclinó en el asiento.

—Tendré que pensarlo con detenimiento.

—Date prisa —replicó Rourke—. La vista es el viernes.

—Muchas gracias. —Davis lo miró fijamente con el entrecejo fruncido— Los Cullen no son gente de dinero. Tienen un abogado de oficio.

Rourke asintió.

—En esta ocasión yo pagaré tus honorarios.

—Ni hablar —comentó con una sonrisa burlona, y negó firmemente con la cabeza—. Todo abogado recibe un caso de oficio de vez en cuando. Éste será el mío. Tenerte como jefe sería el colmo. Preferiría arruinarme.

—También yo te quiero mucho —ironizó Rourke.

—Dios, qué ocurrencia tan desagradable. ¿Por qué no vuelves al trabajo y me dejas hacer lo mismo? Soy un hombre ocupado.

—Ya me he dado cuenta —murmuró secamente Rourke.

—Leer la prensa legal es un trabajo duro.

—Ya. Pero ahora que lo mencionas también yo debería hacer algún esfuerzo. Éste era mi último cigarro aquí. —Lo apagó y se levantó—. Gracias —dijo sinceramente—. No creí a Cullen al principio, pero ahora sí. Me alegra que disponga de una oportunidad.

—Ya veremos. Iré a hablar con él esta tarde.

—Si precisas cualquier información, te facilitaré toda la que tengo. Cullen puede ponerte al día con el resto.

—Será suficiente para empezar. —Siguió a Rourke hasta la puerta—. He oído que tú y la hermana de Cullen habéis roto. Espero que no fuera a causa de lo que salió en los periódicos.

—Fue porque creyó que la estaba utilizando. Y al principio así fue.

—Se le pasará cuando descubra lo que estás haciendo por su hermano.

—No lo sabrá —contestó Rourke con llaneza—. Clay prometió no contárselo y tampoco lo harás tú. Ésta es la condición.

¿Puedo preguntar por qué?

—Porque si vuelve conmigo no quiero que lo haga por gratitud —explicó Rourke sin rodeos.

—Una actitud muy sabia —opinó Davis—. El amor ya es lo bastante duro cuando uno no abriga dudas al respecto. Requiere gran esfuerzo.

—¿Debo suponer que hablas por experiencia propia?

Davis esbozó una mueca.

—Bueno, no exactamente. No tengo mucha suerte con las mujeres. Digamos que Henry hace que siga soltero.

—¿Henry?

—Mi serpiente pitón —explicó Davis—. Mide cuatro metros y pesa unos cuarenta kilos. —Negó con la cabeza bajo la atenta mirada de Rourke—. Uno no puede lograr que las mujeres entiendan que son inofensivas. No comen gente.

—No parece probable que un hombre que posee una serpiente gigante consiga muchas citas —murmuró Rourke.

—Ya me he dado cuenta. Es extraño, ¿verdad?

Rourke rió.

—Supongo que a pesar de todo constituye una buena compañía.

—Estupenda. Hasta que necesito que me reparen algo. —Silbó suavemente. En una ocasión, Henry apareció en la salita mientras un técnico arreglaba mi equipo de música.

¿Has visto desmayarse alguna vez a un hombre?

—Si la gente se entera, tendrás que vivir sin electricidad, teléfono o cualquier otro artilugio doméstico.

—Por eso el técnico y yo hicimos un trato —susurró Davis—: yo no diría nada si él tampoco lo hacía.

Rourke todavía reía cuando salió de la oficina.

Becky obtuvo permiso en el trabajo para acudir a la vista de Clay en los juzgados.

El señor Malcolm debía defender un caso esa mañana y precisaba entrevistarse con su cliente, de modo que la llevó hasta allí. Becky tomó asiento en la sala con el corazón en un puño, mientras trataba de desentrañar la misteriosa escena que contemplaban sus ojos.

Para empezar, el que estaba sentado junto a Clay no era el abogado de oficio, sino J.

Lincoln Davis. Y después de lo que había dicho de ella y Clay en los periódicos no conseguía imaginar por qué. En segundo lugar, Rourke no se hallaba en el puesto correspondiente al fiscal; había un hombre mayor que él al que Becky no había visto nunca.

Los que se sentaban tras ella también se habían dado cuenta.

—¿Dónde está el fiscal del distrito? —preguntó uno de ellos—. Se suponía que llevaba este caso.

—Rehusó hacerlo —susurró su compañera—. Ése es un fiscal de distrito de fuera de la ciudad. ¿Has visto quién va a defender al chico? ¿No es J. Davis?

—Sí —replicó el otro—. Ha reemplazado al abogado de oficio esta mañana.

—Sus honorarios no son baratos. Me pregunto cómo podrá pagarle Cullen.

—Los traficantes de droga trabajan en equipo —explicó, enfurecido el otro, y Becky se sobresaltó ante el comentario y la insinuación de que Clay era culpable antes incluso de ser juzgado—. Disponen de dinero para todo.

—Ahí está el juez —susurró alguien.

Becky se retorció las manos en el regazo cuando el juez hizo su entrada y todo el mundo se levantó. Clay acababa de entrar en la sala. No miró alrededor. Becky había querido ir a verlo esa mañana, pero no había tenido ocasión.

En parte había ansiado ver a Rourke en el juzga do, pero no estaba allí. ¿Por qué no le había dicho que no ejercería de fiscal? ¿o había sido una decisión de último momento?

Estaba tan sumida en sus cavilaciones que cuando consiguió poner en orden sus pensamientos los procedimientos judiciales habituales habían concluido. Tal como esperaba Becky, Clay fue citado a comparecer ante el tribunal supremo para ser juzgado, y rechazó la fianza. Fue escoltado fuera de la sala y Becky se levantó. Se sintió vieja y agotada mientras recorría el largo pasillo para encontrarse con el señor Malcolm.

El despacho de Rourke se encontraba a mitad del corredor. No pudo evitar echar una ojeada a través de la puerta abierta al pasar. Rourke la vio, pero ni siquiera dio signos de advertir su presencia. Bajó la mirada deliberadamente hacia los papeles que tenía delante.

Becky, furiosa, apretó el paso. ¿Se atrevía a ignorarla? Bueno, pues podía esperar sentado a que ella se dignara a dirigirle la palabra. Sin embargo, quería saber por qué había rechazado el caso. Había abrigado la débil esperanza de que fuera porque por fin creía en la inocencia de Clay. Pero se negó a creerlo. De hecho, el auténtico enigma era por qué J. Davis había aceptado a Clay como cliente, y cómo eran pagados sus honorarios. Resolvió obtener respuestas para esas preguntas antes de que acabara el día.

Esperó a que concluyera la jornada de trabajo para ir a ver a Clay. Parecía más animado que nunca, y entusiasta con respecto a su nuevo abogado.

—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Becky con impaciencia.

—No lo sé —admitió Clay—. Se trata más bien de cómo él llegó hasta mí. Simplemente apareció aquí esta mañana temprano y me dijo que iba a representarme.

—El señor Malcolm dice que es el mejor abogado que hay ¿Cómo vamos a pagarle?

—No te preocupes por el dinero —dijo Clay—. Me dijo que acepta un caso de vez en cuando si cree en la inocencia de] cliente y rechaza sus honorarios. Cree que soy inocente, Becky —dijo deteniéndose en cada palabra, y tuvo que apartar la mirada de su hermana. Deseaba poder hablarle de la participación de Kilpatrick en el asunto, de que también él le creía inocente, pero había prometido no hacerlo.

—Yo he creído en tu inocencia desde el principio —le recordó Becky—. Y también Mack.

Clay suspiró con cansancio.

—Supongo que debe de ser terrible para él. Todos los niños de la escuela lo acosarán por mi culpa.

—Sólo algunos. Además, el curso finaliza la semana que viene —lo tranquilizó Becky. Luego añadió tu profesora de inglés me telefoneo. Dijo que te animara a terminar tus estudios, aunque sea por correspondencia.

—Ya habrá tiempo de pensar en eso. Por el momento tengo que superar este bache. —Se sentó junto a ella y le tomó las manos entre las suyas—. Becky, quieren que considere la posibilidad de refutar las pruebas de la acusación.

Ella permaneció sentada con rigidez.

—En otras palabras, que involucres a los Harris.

—Eso es más o menos lo que significa, sí.

La rabia parpadeó en los ojos de Becky.

—¡Me figuro de quién ha sido esa idea, aunque rehusara procesarte!

—El señor Davis dice que, si lo hago, existe la posibilidad de una sentencia reducida por los cargos de posesión y tráfico de drogas.

—Te matarían —apuntó ella—. ¿Acaso no lo sabes? Si testificas contra ellos, conseguirán que te maten, al igual que trataron de hacerlo con Rourke.

—Lo que hicieron fue una chapuza —replicó Clay—. Llevaron a cabo el atentado sin consultar con nadie, lo que no les granjeó demasiada popularidad entre los peces gordos de la ciudad. Más bien lograron que todos se pusieran nerviosos.

—A pesar de todo, supone un enorme riesgo.

—Escucha, Becky, si no lo hago pueden condenarme a diez o quince años de cárcel.

Becky palideció. Había pensado en esa posibilidad, pero al considerar en esa celda rodeada de barrotes que algo así ocurriera, sintió vértigo.

—Sí, lo sé.

—Dije al señor Davis que lo pensaría. Si decido hacerlo, será necesario tomar ciertas precauciones en cuanto a ti, Mack y el abuelo. Temo que traten de amenazaros.

El hecho de que los Harris intentaran hacerles daño la asustaba, pero aún la angustiaba más que Clay pasara años en prisión por un crimen que no había cometido. Alzó el mentón.

—Los Cullen sobrevivieron a la guerra civil y a la postguerra —dijo con orgullo—. Supongo que podremos enfrentarnos a los Harris.

—Ésta es mi Becky —dijo Clay con una sonrisa—. últimamente pareces distinta.

—He tenido mucho en que pensar —contestó Becky—. Pero lo peor ya ha pasado. Ahora sólo deseo que vuelvas a casa. Te echamos de menos.

—Y yo a vosotros. Pero, si salgo de aquí, no volveré a casa.

Becky casi se quedó sin aliento.

—¿Qué?

Él se levantó y se apoyó contra la pared. Tan sólo tenía diecisiete años, pero parecía mayor.

—He supuesto una carga para ti durante mucho tiempo. Ya tienes bastantes problemas con Mack y el abuelo. De todas formas, creo que deberías considerar la posibilidad de que Mack fuera adoptado y el abuelo fuera a vivir a un asilo o una residencia.

—¡Clay! —Becky sintió que palidecía—. ¿Qué estás diciendo?

—Tienes veinticuatro años —dijo él—. Toda tu vida te has dedicado a cuidarnos. Bueno, ninguno nos dimos cuenta del sacrificio que suponía para ti hasta que ha sido demasiado tarde, pero aún estás a tiempo. Debes pensar en tener tu propia familia, Becky. Quizá, con el tiempo, tú y Kilpatrick...

—No quiero tener nada que ver con Kilpatrick —interrumpió furiosa—. ¡Nunca más!

Clay titubeó. Parecía odiarle.

—Sólo hacía su trabajo —dijo Clay tratando de calmarla—. No me gustaba. Le consideraba mi peor enemigo y me resistía a verlo tan a menudo. Pero lo que importa es qué sientes tú por él, Becky. No puedes pasar el resto de tu vida esclavizada por nosotros tres.

—Pero no es así —protestó ella—. Clay, ¡os quiero!

—Claro que sí. También nosotros te queremos. Pero necesitas algo que ya no podemos darte —Sonrió—. Estoy loco por Francine—, ya lo sabes. Me ha enseñado mucho acerca de cómo reconciliarme con mi propia vida. Me importa lo suficiente como para querer seguir por el buen camino, y ella va a ayudarme. Tiene muchos problemas con su tío y sus primos por mi causa, pero ya ha prometido testificar en mi favor.

—Bueno, es muy considerado de su parte.

—Me quiere —puntualizó Clay, ligeramente maravillado— Quiero dárselo todo, pero la próxima vez trataré de hacerlo del modo correcto. Creo que, si lo intento, puedo conseguir que mi vida cambie.

—Me alegra que quieras intentarlo —dijo Becky—. Yo también te ayudaré.

—Ya lo has hecho, creyendo en mí. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Becky, ¿cómo está el abuelo?

—No han habido cambios. Ninguno en absoluto. Permanece postrado en la cama, sin decir una palabra.

—Vaya follón he causado —dijo Clay tristemente.

—El abuelo es viejo y está cansado —contestó Becky—. Mack y yo nos sentirnos solos sin él y sin ti, pero salimos adelante.

—No habrá cosecha este año, ¿verdad?, No tienes quien te ayude a arar y plantar, ni nadie que cuide de los animales. Si se lo pidieras a Kilpatrick, te encontraría a alguien.

El rostro de Becky se endureció.

—Moriría de hambre antes de pedirle nada.

—¿Por qué? —preguntó Clay—. ¿Sólo porque me vigilaba y me cogieron?

Ella evitó mirar a su hermano. Por supuesto que ésa no era la razón. El verdadero motivo era que Rourke la había traicionado y seducido, y luego, cuando tuvo a Clay, la había abandonado. Había tomado todo lo que ella tenía que ofrecer para después olvidarla.

Éste era el porqué. Además de la posibilidad de estar embarazada. Pero no quería pensar en ello, aún no.

Se levantó del camastro y alisó la falda de cuadros de su vestido camisero.

—Me alegra que dispongas de un buen abogado. Le ayudaré en todo lo que pueda. ¿Se lo dirás?

—Lo haré, pero ya lo sabe. —La abrazó impulsivamente, y luego se apartó, algo incómodo—.

Gracias por venir a verme Siento darte tantos problemas. Además, habrá más publicidad, lo lamento. Ya sabes que el señor Davis se presenta a fiscal de distrito y con toda seguridad utilizará este caso para favorecer su elección. De hecho, ésta debe de ser la razón de que aceptara defenderme.

—Sí —convino Becky. Ya lo había pensado. Buscó con sus ojos la mirada de Clay—. Cuídate.

Si necesitas algo, dímelo ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Y descansa, hermanita. Tienes... mal aspecto.

—Sólo estoy cansada —contestó Becky tratando de sonreír—. Voy cada día a ver al abuelo, aunque él no me vea. Y ya sabes, preparar la comida y sacar la casa adelante.

—Tendrían que meter aquí a papá —dijo Clay de repente con el entrecejo fruncido—. Es donde merece estar por dejarnos a todos a tu cuidado.

—No creo que haya que preocuparse por eso. Ya es demasiado tarde. De cualquier modo, me parece que he hecho un buen trabajo con vosotros —dijo, y añadió con una sonrisa—: Al final, tú también has resultado ser un buen chico.

Clay sofocó una risilla.

—No tan bueno. —Suspiró—. Piensa en lo que te he dicho, Becky. Estás dejando pasar tu vida.

Clay estaba convencido de que la vida había podido con su hermana.

—Pensaré en ello, pero no daré a Mack en adopción. He invertido demasiado tiempo en él.

Clay negó con la cabeza.

—Ningún hombre aceptará asumir tu carga, ya lo sabes —dijo con seriedad—. Es demasiado pedir

Becky sintió que su corazón se endurecía. Ella también había pensado mucho en ello desde que Rourke la invitó a comer la primera vez. Estaba segura de que nunca hubiera asumido la responsabilidad de sacar adelante a su familia. Probablemente por eso no había querido saber nada más de ella después de haberla seducido. El sexo era una cosa, pero un compromiso serio que significaba hacerse cargo de sus hermanos y su abuelo durante años no le interesaría a la mayoría de los hombres. Hacía años que había aceptado que tenía una familia que cuidar para toda la vida. Lamentó no haber rechazado la primera invitación de Rourke a tomar café, pues según creyó, hubiera sido la decisión más acertada de su vida. Había pagado un terrible precio por sus ansias de libertad y amor.

Besó a Clay y murmuró unas palabras de despedida. Cuando dejó el edificio de los juzgados, se aseguro de no pasar de nuevo ante el despacho de Rourke. No dispondría de otra oportunidad para humillarla.