Capítulo Siete
La fiesta era muy elegante. Afortunadamente para Merlyn, solamente una. persona la reconoció. El caballero entrado en años que acaparó en el buffet era un amigo de su padre, y le conocía desde era una niña.
—¿Por qué no quieres que nadie se entere de quién eres? —preguntó James Dunfey muy confuso—. No lo comprendo, Merlyn.
—Porque estoy llevando a cabo una interesantísima investigación sobre las costumbres sociales —mintió ella—. No puedes delatarme. Dunnie.
El caballero suspiró.
—Bueno, muy bien —dijo mirando a Cameron— Pero tu amigo sospecha. ¿Es Cameron Thorp, verdad? He hecho algunos negocios con su banco. Es un ejecutivo muy sagaz. Supongo que será capaz de aumentar considerablemente el capital del banco con unos pocos años más de trabajo. Tuvo mala suerte, porque su padre liquidó toda su fortuna. Si hubiera dejado las cosas en las manos de Thorp hace unos años, en vez de aventurarse en una empresa arriesgada las cosas le habrían ido mucho mejor.
—¿Está muy endeudado el banco? —preguntó ella.
—No, el banco no. Es Thorp. Pero creo que ya ha pagado un cuarto de millón en deudas. Es un muchacho que vale mucho, lo conseguirá.
Merlyn suspiró. Ya sabía que Cameron tenía, sus buenas razones para casarse con Delle. Estas buenas razones la hacían sentir un inmenso vacío.
Cameron le preguntó por Dunfey en cuanto estuvieron un momentos solos.
—¿Es amigo tuyo?
—¿Por qué? ¿Estás celoso? —preguntó ella con una sonrisa—. Es un hombre con mucha vitalidad.
Cameron sonrió.
—Sí, ya lo he notado. Pero, ¿es fogoso?
—No lo sé. ¿Y tú? ¿Lo eres tú?
A Cameron le brillaron los ojos.
—¿Es eso una proposición?
—¡Ni soñarlo! Al fin y al cabo tengo que pensar en mi reputación.
—Yo estoy pensando en tu reputación... Y creo que le vendrían bien algunas manchas.
Merlyn se dio cuenta de que le temblaban las manos al llevarse la copa a los labios. Casi se atragantó con el vino.
—¿Te pasa algo, Merlyn?
—Como si no lo supieras, lobo —le acusó ella.
—Pues esta tarde me ha parecido que este lobo te gustaba bastante.
—¿Tú crees?
Cameron bebió un trago de whisky, pensativo.
—Me está dando la impresión de que pretendes seducirme y al mismo tiempo mantenerme a una distancia prudencial.
—Puede ser una forma de defenderme —dijo ella con sinceridad.
Cameron lo era todo para ella. Intentó respirar con tranquilidad, pero le fue más dificil conseguirlo cuando él le cogió un mechón de pelo y lo acarició con los dedos.
—Tengo un apartamento aquí, en la ciudad. —dijo después de un momento—. Por motivos de negocios. Nunca he llevado a ninguna mujer allí.
Parecía que le importaba mucho que Merlyn se enterase de aquello último.
Merlyn le deseaba. Le amaba. ¿Sería un gran error? Su mirada vagó por su hermoso cuerpo. Vivía en el siglo XX, como siempre le decían sus amigos. Quizás le hiciera comprender que la respuesta no estaba en casarse con Delle. Quizás pudiera comunicarle que era infinitamente mejor casarse por amor...
Cameron se rió de su propia locura.
—Dios mío. ¿te das cuenta de lo que estoy diciendo? Aquí, en medio de una fiesta llena de gente, estoy tratando de llevarme a la cama a una mujer.
—¿Entonces no me deseas? —dijo Merlyn con los ojos fijos en su copa.
Cameron se quedó sin respiración. Merlyn le miró. Respiraba agitadamente, parecía abrumado por una emoción violenta.
—Sí, te deseo —dijo. Luego sonrió—. Sólo por saberlo, ¿qué harías si estuvieras en el apartamento a solas conmigo? ¿Tendrías miedo?
—No estamos en el apartamento, así que no hay motivo para hacer suposiciones, ¿no? ¿Por qué no nos marchamos ahora? Al fin y al cabo —añadió—, Delle se horrorizaría de lo que me estás diciendo.
—Delle se horroriza ante todo lo relacionado con el sexo, y tú lo sabes, ¿verdad? —preguntó con una fría sonrisa.
—Sí, tengo una imagen muy clara de ella. Podrás conseguir que sea una esposa sensible y práctica, pero nunca te dará satisfacción en la cama. Tú eres un hombre apasionado, y no soportarías vivir con una mujer de hielo.
—Por lo menos, con ella, no seré vulnerable —replicó Cameron.
—¿Vulnerable?
Sus ojos verdes se ensombrecieron.
—Ni siquiera estarás vivo.
Se dio la vuelta y se marchó. Le odiaba. Odiaba a Delle. Odiaba aquella situación. Y como todo le repugnaba, bebió y bebió. Sentía la mirada de Cameron sobre ella mientras iba de grupo en grupo. Sabía que estaba enfadado por lo que había dicho. Pero era la verdad. Se casaría con su valiosa Delle, y se pasaría el resto de su vida arrepintiéndose.
Terminó su cuarta copa de vino y la dejó encima de la mesa. ¡Qué hombre tan estúpido!, pensó. ¡Le amaba, sufría por su culpa y ella era diez veces más rica que aquella maldita Delle! Si quería dinero, ¿por qué no se casaba con ella? Estaba a punto de empezar con la quinta copa, cuando apareció Cameron y la cogió del brazo.
—Ya has bebido suficiente —dijo bruscamente—. Vámonos.
—Si acabo de empezar.
—No me hagas una escena, cariño.
—¿Es que te da, vergüenza?
Merlyn se echó el pelo hacia atrás riendo.
—¡Qué emocionante! —exclamó.
—Parece que no te acuerdas de que estoy acostumbrado a pasar vergüenza —dijo él con frialdad—. Mi difunta esposa no tenía rival en lo de provocar escándalos en público.
Aquello la hizo ponerse seria de inmediato. Recordó las confidencias que le había hecho sobre la madre de Amanda, de qué forma le había hecho sufrir. Había sido una prueba de confianza el contarle todo aquello. Se sintió avergonzada. No podía tratarle como su mujer, a pesar de su provocación. Por nada del mundo quería hacerle daño deliberadamente.
—Perdona, Cameron —dijo mirándole a los ojos—. Creo que he bebido un poco más de la cuenta.
—No pasa nada. Vamos.
La cogió del brazo y se encaminaron a la puerta. En medio de una bruma imprecisa para Merlyn, se despidieron de los anfitriones. Merlyn salió sin pararse a considerar la tormenta que había fuera, y cuando quiso darse cuenta estaba bajo la lluvia. Lanzó una exclamación. En cuestión de segundos ya. estaba empapada de la cabeza a los pies.
—Vaya por Dios, no me había dado cuenta de que estaba lloviendo.
Cameron vaciló antes de salir, pero al ver cómo el vestido; empapado, se le pegaba a Merlyn al cuerpo, fue a su lado.
—¡Qué diablos!
La cogió en brazos y la llevó por la acera abajo hacia el coche.
—Bueno, ahora sí que no tenemos más remedio que ir a mi apartamento. No podemos ponernos de viaje así de mojados. —No —asintió ella en voz baja—. No podemos.
Se metieron en el coche y avanzaron un par de manzanas. Aparcaron frente a unos— apartamentos lujosísimos. Un momento después estaban subiendo en el ascensor.
—Lo único que siento es que te he estropeado el vestido —dijo Cameron—. Pero te compraré otro igual.
Merlyn tenía el vestido completamente pegado al cuerpo.
Sabía que estaba atractiva. Tenía ganas de aventura.
Cameron abrió la puerta de su apartamento y la condujo al cuarto de baño. La miró.
—No creo que puedas meterlo en la secadora. Mamá tiene por aquí unos vaqueros y una camisa. Tú estás sólo un poco más delgada que ella. ¿Quieres ponértelos?
—Sí, por favor.
Merlyn intentaba parecer sofisticada e indiferente, pero su voz delataba su nerviosismo.
Miró a Cameron. También tenía las ropas pegadas al cuerpo. Él debió notar su silencioso escrutinio.
—Sécate antes con una toalla —dijo finalmente—. Yo esperaré. Merlyn no dejó de mirarle a los ojos cuando Cameron le desabrochó la cremallera y lentamente, con facilidad, le bajó el vestido hasta la cintura, por las caderas, hasta dejarlo finalmente en el suelo. Merlyn terminó de quitarse lo demás. El corazón le latía a un ritmo salvaje al darse cuenta de la mirada maravillada de Cameron.
—¿Sabías —musitó con voz entrecortada, acercándose lentamente—, sabías que algunas veces una mujer virgen puede seducir a un hombre?
Sin pensarlo, Merlyn le quitó la chaqueta, luego la corbata y finalmente la camisa.
Cameron respiraba con dificultad. Sin decir palabra, con una especie de fatalismo, no dejó de mirarla a los ojos mientras terminaba de desnudarse.
Merlyn fue a él sin miedo, sin reservas: le deseaba.
—Cameron —murmuró con voz trémula.
Se apretó contra él. Si Cameron la apartaba, moriría por su rechazo.
—¡Cameron! —murmuró, sintiendo su piel en aquel contacto trémulo.
Cameron le puso las manos en los hombros. Estaba tenso, como si no supiese bien qué hacer.
—Tú no eres una persona seria.
—Eso... ayudará, ¿verdad? —preguntó ella con voz temblorosa. Lentamente, haciendo acopio de todo su valor, le miró a los ojos. Le cogió de la cabeza y le besó. Fue como el estallido de los fuegos artificiales. Cameron se estremeció cuando ella abrió la boca. La cogió por la cintura y le acarició las caderas y la espalda. Merlyn se apartó, completamente segura de sí misma y de su poder. Delle no iba a conseguirle sin luchar. En su aturdimiento, aquella era una de las cosas que tenía claras.
Le cogió de la mano y le condujo al dormitorio. Cameron se sentó en la cama, y ella le hizo tumbarse sobre las almohadas. Con más entusiasmo y amor que habilidad, se tumbó a su lado y empezó a besarle. Le encantaba su sabor, la magia de estar así con él, viéndole como sabía que Delle nunca le había visto.. Y lo más increíble era que él la dejaba. Permanecía quieto, con los ojos muy abiertos, brillantes de deseo y de asombro, mientras ella le recorría con las manos y con los labios.
—¡Merlyn! —susurró él con dolor.
—No te preocupes.
Rió con una última demostración de buen humor y le besó suavemente en los labios.
—No voy a hacerte daño, Cam —le prometió con un amoroso susurro.
—Dios mío, cariño, voy a ser yo quien te haga daño a ti. Pero al mismo tiempo la cogió por la cintura.
—¡Merlyn...!
—No, tú no. Déjame a mí —susurró ella.
Se sentó y se inclinó sobre él. Le besó, dudó, gimió.
—Ahora estoy dispuesta —dijo llevándole las manos a sus caderas—. Ayúdame, Cam.
—Vas a odiarme.
Pero la fiebre del deseo le quemaba. Estaba en sus ojos, en los movimientos involuntarios de su cuerpo, en sus manos, que le pedían más.
—No. Te amo.
Le sintió estremecerse cuando le volvió a besar con un ardor inocente e ignorante, de una forma que acabó con su control.
—¿Cam...?
Le sostuvo la mirada, y luego se le alteró el rostro. Cerró los ojos. Se le tensó el cuello. Empezó a respirar a un ritmo salvaje, lanzando gemidos entrecortados.
—Merlyn —susurró temblando, moviéndose—. ¡Merlyn! Todos sus músculos se pusieron en tensión y se recostó en las almohadas en medio de la agonía de la satisfacción completa. Merlyn había estado conteniendo la respiración, y se relajó inmediatamente, asombrada por lo fácil que había sido y por lo salvaje de la reacción de Cameron. Se recostó sobre su pecho tembloroso, y, cogiéndole entre las manos el sudoroso rostro, le besó dulcemente en los párpados, en la nariz, en la barbilla, en todas partes, alegrándose por el placer y la paz que le había dado.
—¡Cariño! —susurró Cameron roncamente. Abrió los ojos maravillados—. ¡Cariño, cariño!
La estrechó contra sí y se volvió completamente hasta ponerla bajo su cuerpo. La besó en el rostro con. una ternura que Merlyn nunca había soñado en él.
—No te he dado nada. ¡Nada!
—Me lo has dado todo. Lo único que quería era complacerte.
—¿Por qué?
Merlyn le acarició los labios.
—Te amo —dijo sencillamente—. Quería que tú fueras el primero y el único. Oh, Cam, ¡te amo!
—¿Me amas? —preguntó él, incrédulo.
—Sí —gimió ella—. Quería demostrarte que las relaciones no pueden ser calculadas.
Le acarició el pecho.
—¿Estás arrepentido? —preguntó de pronto.
—Estoy demasiado cansado para arrepentirme —dijo dulcemente—. Túmbate. Voy a hacerlo agradable para ti.
—¿Ahora? —preguntó aturdida, viéndole esbozar una sonrisa muy débil.
—Sí —repuso él suavemente.
Se inclinó y le trazó el contorno de los labios con besos, sonriendo al sentir su reacción ante aquella caricia. Le acarició los senos, y Merlyn gimió y arqueó el cuerpo, aferrándose con las manos a sus brazos.
—Ven a mí —dijo Cameron con voz ronca—. Si me amas, demuéstramelo.
Merlyn ya sabía que había mucha pasión en él, pero la pasión que ahora le demostraba a ella era tan arrolladora como un maremoto. Durarte unos minutos que le parecieron horas, la recorrió y la atormentó de arriba abajo con los labios y con las manos. Merlyn se retorcía entre gemidos, adorando la fuerza y el sentimiento de Cameron. Pero cuando le besó los senos, Merlyn se sacudió.
—Estate quieta—susurró él—. No voy a hacerte daño, es el juego del amor. ¿Te gusta?
—Sí —susurró ella con un gemido que era casi un sollozo—. Bésame ahí.
Le cogió la cabeza y se la atrajo hacia sí. Y las caricias se prolongaron hasta lo imposible.
—Eres tan apasionada como yo, ¿verdad? Fuego y magia. Y yo voy a satisfacerte, cariño, ahora mismo.
Merlyn le entregó su corazón. Veía el brillo de sus ojos, y sus maravillosas manos en su cuerpo. Y supo que no habría ningún otro hombre. Nunca. Le amaba. Si aquella noche era lo único que podía tener de él, ella iba a convertirla en una noche que durase para siempre. Para toda la vida. Y si se concebía un hijo, aún sería más maravilloso. Tendría una parte de él que no sería de Delle.
En sus ojos se reflejaba aquella nueva certeza. Se incorporó suavemente para encontrarse con él. Le entregó su boca y su tembloroso cuerpo, todo en un salvaje y dulce movimiento. Y ella se elevó, gimió, ardió de pasión cuando él le devolvió el placer absoluto que ella le había dado. Y aún más.
Debieron quedarse dormidos entonces. Cuando despertó aún era de noche.
Entreabrió los ojos. Estaba arropada con las sábanas, y había una silueta junto a la ventana, mirando afuera. Se sentó y recordó lo que había ocurrido. Se ruborizó intensamente al reconocer la espalda de Cameron. Estaba vestido y fumaba tranquilamente un cigarrillo.
Cameron debió oírla moverse. Se volvió y la expresión de su rostro casi la hizo llorar. Porque entonces no era de felicidad y de amor. Reflejaba amargo arrepentimiento. Casi angustia. Merlyn supo, sin que él dijera nada, que había fracasado.
—Vístete —dijo Cameron en voz baja—. Son más de las doce. Será mejor que volvamos.
Merlyn no le miró. No podía. Permaneció inmóvil mientras él salía y cerraba la puerta.
Como una sonámbula se puso la camisa y los pantalones de Lilian. Le quedaban grandes, pero no importaba. Tendría que ponerse sus zapatos de tacón. Lilian tenía los pies mucho más grandes que los suyos. Se miró al espejo y se sintió fatal. Parecía una fulana. Tenía los labios irritados por los apasionados besos de Cameron y había una marca inconfundible en su cuello. Sacó un cepillo del bolso y se peinó tratando de taparla.
Cuando abrió la puerta, le temblaba la mano. Se sentía enferma, ardiendo de arrepentimiento, miedo y de desprecio hacia sí misma. Recordaba vagamente haberle dicho que le amaba. ¿Cómo iba a poder mirarle a la cara? ¿Cómo podría seguir viviendo después de aquella noche? Las dudas y la preocupación la atormentaban. Si tenía alguna posibilidad con él, aquella noche la había perdido. ¿Cómo había sido tan... tan... libertina?
Evitó mirarle a los ojos cuando se reunió con él en el salón.
—¿Estás lista? —preguntó Cameron con indiferencia.
Si le hubiera mirado, habría visto que en sus ojos había cualquier cosa menos indiferencia.
—Sí.
Le siguió afuera. La cabeza parecía que quería estallarle de dolor.
Hasta que no estuvieron en el coche, Cameron no la miró. Merlyn levantó la cabeza; y él murmuró algo entre dientes. Estaba pálido, y su mirada era fría y amarga.
—¿Me odias por lo que ha ocurrido? —preguntó ella en voz baja.
Rió amargamente cuando él le iba a contestar.
—Bueno, no te preocupes, seguramente no puedes odiarme tanto como yo me odio a mí misma en estos momentos. Debe haber sido el vino. Siento no haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo.
Cameron encendió un cigarrillo. Su imagen era la imagen viva del dolor y el arrepentimiento.
—Yo tampoco me di cuenta —dijo después de un momento—. Por lo que a mi me parece no tomas nada, ¿verdad?
Merlyn cerró los ojos.
—No.
—Supongo que te darás cuenta que...
—Si pasa algo, yo asumiré la responsabilidad —dijo Merlyn.
—¿Cómo? —demandó Cameron mesándose el pelo—. ¡Oh, Dios, vaya lío!
Cameron no podía ver las amargas lágrimas que rodaban por las mejillas de Merlyn porque ella había vuelto la cara. Nunca había pensado que pudiera ser así, que sentiría aquel vacío después, que la pasión pudiera transformarse en amargura tan pronto.
—¿Podríamos volver al lago? —preguntó con voz ronca, pero serena.
—Preferiría que acabásemos con esto primero. No podemos hablar de ello con testigos.
Lo dijo como si se tratase de un episodio que mancharía su nombre para siempre.
—Me tendré que marchar de inmediato —dijo un momento después—. Le diré a mi padre que me llame, y haré creer a tu madre que me necesitan en casa. Será la mejor manera. Ahora está muy lejos para... ¡Cameron!.
Cameron había inclinado la cabeza para mirarla. Apretó los dientes al verla llorar.
—¡Oh, Dios, cariño! —exclamó apenado. —La culpa fue mía.
Se apoyó en la puerta, con los labios temblorosos y los ojos brillantes por las lágrimas,
—Tú no tienes... por qué sentirte culpable. Alguna vez tenía que ser la primera, ¿no?
Cameron suspiró profundamente, con amargura,
—Tú me dijiste que sólo te entregarías por amor, y para siempre. ?No te acuerdas?
Merlyn reprimió un sollozo y desvió la mirada. Se había entregado por amor. Pero Cameron nunca lo sabría porque ella no se lo iba a decir. Cerró los ojos.
—Sólo quiero olvidarte —dijo ella. A Cameron se le alteró el rostro.
—Espero que sea tan fácil como tú pareces pensar que va a ser.
—Sí, me imagino que tú lo olvidarás enseguida.
Merlyn se secó las lágrimas.
—¿Qué quieres decir?
—Tu madre me lo contó. Lo de tus problemas financieros. Cameron, ¿no te das cuenta de que, si te casas por dinero, nunca podrás vivir en paz contigo mismo?
—¡Yo no me caso por dinero!
—¿No? ¿Y qué otra cosa tiene Delle que a ti te interese? Cameron se volvió.
—Será mejor que te pongas el cinturón de seguridad.
—¡No me trates como a una niña!
—Entonces deja de portarte como si fueras una cría. Mi vida es asunto mío.
—Tienes razón —dijo Merlyn abrochándose el cinturón—. Entonces considera que mi interferencia en tu vida ha terminado para siempre.
Cameron puso el coche en marcha.
—Tenía la esperanza de que esta noche quedasen aclaradas algunas cosas. Pero esto no era precisamente lo que yo tenía en mente.
—¿Es que hay alguna otra cosa?
Merlyn intentaba mantener enterrado en su cabeza el recuerdo de su noche de amor. Cameron había sido tierno, tan apasionado...
—Tu pasado. Hablé un momento con James Dunley antes de quitarte la última copa de las manos.
Merlyn se quedó helada.
—¿Sí? ¿Qué te dijo?
—Que tú estabas aquí de incógnito y que él no pensaba contarme nada. Luego sonrió y me comentó que todas mis penurias financieras terminarían si te conquistaba.
Su expresión se endureció.
—Aquello me enloqueció. Por eso fue tan fácil seducirme. Yo ya estaba desconcertado. El que luego te quitases la ropa y vinieses a mí fue la gota que colmó el vaso. No tenía una maldita posibilidad. Merlyn apretó los puños. ¡Maldito Dunnie!
—¿Te dijo quién era yo? —preguntó.
—No. Me dijo que tú misma me lo confesarías cuando pudieras. ¿Tan poca confianza te inspiro? Por el amor de Dios, ¿es que es tan difícil hablar conmigo?
—Había desafiado a mi padre a que era capaz de conseguir un trabajo normal y corriente sin echarme atrás —dijo entre dientes—. Verás, normalmente los hombres sólo buscan en mí mi dinero.
—Qué diablos. Tu cuerpo es dote suficiente.
Merlyn se ruborizó. En aquel momento sólo se sentía traicionada y llena de vergüenza. Ahora ya no podía estar segura de si él estaba interesado en ella o en su dinero. Aunque no sabía quién era, le bastaría la certeza de que era rica. Además ella era apasionada, mientras que Delle no debía serlo, así que quizás querría hacer un arreglo. Pero Merlyn no le quería de esa forma, quería que la amase por sí misma, pero ahora, por culpa de Dunnie, nunca podría saber si la quería de verdad. Le invadió una oleada de tristeza. Cerró los ojos. Ahora que había pertenecido a él completamente, le amaba más que nunca.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó él.
—¿Y qué voy a decir? Si quieres casarte por dinero, yo puedo comprar, si quiero, a tu novia. ¿Qué sientes por mí ahora, Cameron? —añadió con una fría sonrisa.
—Me siento decepcionado. Yo creía que tú sabrías juzgar mejor mi carácter. Ha sido un error mío.
No volvió a pronunciar palabra hasta que estuvieron ya en la casa, en el garaje.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente.
—Sí, gracias.
Merlyn salió del coche y se dirigió a entrada de la cocina con paso firme. Él la detuvo.
—No, así no —estalló Cameron—. ¡Por el amor de Dios, no podemos dejarlo...!
—Déjame pasar, por favor—dijo ella con una tranquilidad inhumana.
—¿No vas a escucharme un momento?
—No hay nada más que decir. Considérame una aventura de una noche. Déjame pasar, por favor.
—¡Maldita seas!
Fue a agarrarla, pero ella se escabulló como un animal herido. Estaba llorando de dolor, de arrepentimiento, de miedo.
—¡Estaba borracha! —exclamó—. No sabía lo que hacía; fui una tonta, ¿te enteras? ¡Siento mucho, muchísimo, haberte seducido! Ahora, ¿me dejas entrar en la casa? Tengo frío.
Cameron la miró con cólera.
—¡Merlyn, tenemos que hablar!
—Te odio. ¡No eres más que un individuo inflexible que tiene una caja registradora por cerebro! No serías capaz de reconocer el amor ni aunque hiciese nido en tu propio corazón. ¡Me odio a mí misma por lo que he hecho esta noche, y te odio a ti por dejarme hacerlo, lo único que querías era mi dinero, y la prueba es que Dunley ya te había dicho que yo era rica! Bueno, es vergonzoso, pero ahora sé la verdad, y nunca más volverás a acercarte a mí. ¡No quiero verte jamás mientras viva, Cameron! Cásate con Delle y con la empresa inversora de su padre, espero que seas muy feliz.
Cameron retrocedió como si sintiese deseos de abofetearla, y ella subió por las escaleras como si estuviese loca. Cerró de un portazo su habitación, y echó la llave. Lloró hasta sentir que el corazón se le desgarraba por el dolor. Era una ironía que el primer hombre al que amaba de verdad tuviera que ser como Adam, que sólo la quisiera por su fortuna.
Ella había superado lo de Adam, pero sabía que nunca olvidaría a Cameron. No lo olvidaría mientras viviera.