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FULGOR DE LAS CIUDADES GANADERAS

“¿Adónde te llevo?”, preguntó el conductor. “Al infierno”, dijo el cowboy. “Vale, dame dos dólares y medio y te llevaré a Dodge City”.

Conversación oída en Newton, Kansas, en los últimos años del siglo XIX, citada en el libro Trail Driving Days (1952).

EL EMPEÑO VISIONARIO DE JOSEPH MCCOY

El ganado ya había sido conducido desde Texas hasta California antes de la Guerra de Secesión, y las primeras generaciones de cowboys lo habían arreado también hasta Sedalia, Misuri, en los años cuarenta y cincuenta. Sin embargo, tras la guerra civil, California, prácticamente autoabastecida y muy desconectada por las guerras indias, dejó de ser un destino mercantil, mientras que la ruta de Sedalia estaba totalmente abandonada al prohibirse el paso de reses tejanas al estado de Misuri a causa del contagio de la fiebre de Texas. Las pocas rutas aún practicables presentaban muchos y variados problemas a medida que más y más colonos se fueron desplazando hacia el Oeste, estableciendo granjas y comunidades y plantando cosechas que interrumpían el paso de las reses.

Pese a todas las dificultades, la exigencia de acceso a los lejanos mercados se hizo cada vez más imperiosa tanto por el lado de la demanda como por el de la oferta. Entonces, cuando el exceso de ganado se estaba aglomerando inútilmente en los pastos de Texas y no se encontraba mercado suficiente donde venderlo, un tratante de ganado afincado en Springfield, Illinois, convencido de que la riqueza ganadera de Texas era el filón que le haría definitivamente rico, tuvo una idea que, a muy corto plazo, resolvería el problema y conduciría directamente a la gran era de la ganadería tejana y, en consecuencia, del cowboy.

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En 1866, Joseph McCoy, joven tratante de ganado acostumbrado a transportar ganado en vagones de tren, entendió que la fórmula adecuada para trasladar las reses tejanas era llegar a un acuerdo de tarifas con las compañías ferroviarias y situarlas en un punto de embarque accesible que enlazara con los mataderos del Este.

En 1866, Joseph McCoy (1837-1915), aquel joven tratante de ganado de Springfield, se enteró de que a un amigo, William W. Sugg, que poseía millones de cabezas de ganado, le era muy difícil ponerlas a disposición de los compradores. De hecho, Sugg acababa de llevar, con mucho esfuerzo, una manada de Texas a Baxter Springs y había sufrido, como todos los demás, fuertes pérdidas. McCoy, ya acostumbrado a transportar ganado en vagones de tren, entendió que la fórmula adecuada para trasladar las reses tejanas era llegar a un acuerdo con las compañías ferroviarias para obtener unas tarifas asequibles y situarlas a continuación en un punto de embarque accesible que enlazara con los grandes mataderos del Este. Lo que hacía falta para poner en marcha el negocio era, pues, acondicionar una estación de ferrocarril en las praderas del Oeste con instalaciones especiales para cargar esta mercancía viva, y en la que compradores y vendedores pudieran encontrarse y dar viabilidad a su negocio.

Sin embargo, aunque dichas compañías estaban tendiendo muchas nuevas vías a través de las Grandes Llanuras, en camino hacia el Pacífico, y aunque sus propietarios estaban muy dispuestos a escuchar cualquier oferta de negocio, consideraron poco menos que un soñador a McCoy al oírle sugerirles que construyeran grandes corrales en las despobladas y destartaladas estaciones de sus líneas más occidentales. ¿Corrales, para llenarlos con qué?

Hoy se sabe que la idea revolucionaria de McCoy no lo era tanto. Antes de que él la planteara, ya había nacido en numerosas charlas amistosas entre los rancheros tejanos Charles F. Gross y William W. Sugg, el amigo de McCoy. También era un hecho conocido que, en base a los planes establecidos por la línea férrea Kansas-Pacífico, una sociedad de tratantes de ganado de Kansas había decidido poner en marcha un cierto número de estaciones-mercado. El golpe de suerte que dio entidad a todos estos planes y que, paralelamente, puso en manos de Charles Thompson, fundador de Abilene y, a la sazón, miembro de la Cámara de Representantes del Estado, el monopolio del mercado de ganado, fue una ley aprobada por esta Cámara en febrero de 1867 que suavizaba la cuarentena a las reses tejanas en vigor. Gracias a ella, el tercio occidental de Kansas, formado en su mayor parte por praderas sin colonizar, se abría a los longhorns, quedando establecida la línea delimitadora de la cuarentena en la frontera oriental del condado de Dickinson, cuya capitalidad ostentaba la localidad de Abilene. Poco después de la promulgación de esta ley, la Topeka Livestock Corporation, presidida por el antiguo gobernador de Texas, Thomas Carney, y por otro Charles Thompson (sin parentesco con su homónimo de Abilene), había hecho imprimir y distribuir circulares que invitaban a los rancheros tejanos a llevar sus manadas a Kansas, donde podrían ser cargadas en vagones y llevadas al Este por vía férrea. Sin embargo, los tratantes de ganado de Topeka no disponían aún de las instalaciones requeridas y Thompson todavía no había tenido tiempo para tratar de ello con la compañía ferroviaria.

Como muchos empresarios de aquella posguerra, McCoy era una feliz mezcla de iniciativa personal, buena información, instinto y temeridad en materia económica. Nacido en el seno de una rica familia de Springfield y criado en la granja paterna, asistió a un buen colegio y no tomó parte activa en la Guerra de Secesión. Una vez terminada ésta, se dio cuenta enseguida de las posibilidades que ofrecía el mercado de la carne y se dedicó, con sus dos hermanos mayores, a enviar ganado de Nueva Orleans a Nueva York. Así consiguió su primera fortuna.

Ante los ejecutivos de los bancos a los que presentó su proyecto, McCoy era, sin duda, un soñador, pero de esa clase escasa de soñadores que tienen 2.500.000 dólares en el banco, lo que, sin duda, daba mucha más credibilidad a sus sueños. Tal vez por ello, convencidos los bancos, la Kansas Pacific Railroads hizo una contraoferta: construiría apeaderos de uso ganadero exclusivo y aplicaría unas tarifas muy bajas al transporte de ganado siempre que McCoy construyera por su cuenta los corrales y consiguiera que las vacas tejanas llegasen hasta ellos.

LA ELECCIÓN DE ABILENE

Inmediatamente, en la primavera de 1867, McCoy hizo un recorrido por Kansas para elegir el emplazamiento óptimo. La primera localidad que le pareció adecuada fue Junction City, pero las autoridades locales se negaron a venderle los terrenos necesarios. Los presbiterianos escoceses de Salina y Solomon adoptaron la misma actitud hostil: no querían tener nada que ver con los tejanos, a los que tenían por descreídos y réprobos, ni con sus reses, portadoras de una enfermedad mortal para el resto del ganado. McCoy hubo de elegir finalmente Abilene, minúsculo villorrio situado a 265 kilómetros de Kansas City, que solo había logrado reunir una docena escasa de casas en sus seis años de existencia previa y cuyos alrededores estaban totalmente deshabitados, aunque bien provistos de hierba y agua. Además, Fort Riley se encontraba cerca y su guarnición siempre tendría necesidad de carne.

Así las cosas, McCoy se dirigió a toda prisa a Saint Louis, donde obtuvo la promesa verbal por parte de los dirigentes de la compañía ferroviaria Union Pacific, propietaria de la Kansas Pacific, de que le entregarían una comisión de cinco dólares por cada vagón de ganado que partiera de una estación todavía a elegir. Solo entonces se decidió a comprar algo más de 100 hectáreas de terreno adyacente a Abilene y concluyó con la Kansas Pacific un acuerdo que le aseguraba un octavo de las sumas facturadas por el posible transporte de ganado. A cambio, construyó a sus expensas la estación, a la que añadió unos vastos corrales (capaces, inicialmente, de albergar hasta a 3.000 reses), un hotel de tres plantas, al que llamó the Drover’s Cottage (“La Casita del Arriero”), un almacén, un establo con caballerizas y un banco. Las obras, que comenzaron el 1 de julio, se terminaron en sesenta días.

A la vez, McCoy envió al sur a un hombre de su total confianza, el ya citado W. W. Sugg, para que informara en su nombre a todos aquellos cuyas manadas se encontraban en camino de que serían bienvenidos en este nuevo punto de concentración, mucho más cómodo que los por entonces existentes y de que el propio McCoy se ocuparía de que desaparecieran los problemas con los indios, los bandidos o los granjeros preocupados por el contagio de la fiebre de Texas. De hecho, McCoy se comprometió con los colonos de Kansas a hacerse cargo de cualquier gasto ocasionado por cualquier contagio. Solo en 1868 pagó en tal concepto un total próximo a los 4.500 dólares.

La primera manada en acercarse a Abilene, formada por 2.400 reses provenientes de San Antonio, Texas, estaba al mando del coronel Oliver W. Wheeler, antiguo aventurero californiano, y sus socios ganaderos, Wilson y Hicks. Su equipo se componía de 54 cowboys, armados con fusiles Henry, de los que se servían sin reticencia ni escrúpulos algunos. Sin embargo, los infundados rumores sobre una epidemia de cólera, incitaron a Wheeler a detenerse, acampar a las puertas de Abilene y esperar acontecimientos. Ello dio oportunidad a que se le adelantara un tejano apellidado Thompson, cuya manada fue la primera en llegar a la aún por entonces pequeña localidad.

El primer convoy ferroviario cargado de reses en dirección al Este partió de Abilene el 5 de septiembre de 1867 y fue celebrado con una excursión de tratantes de ganado de Illinois que llegaron en un tren especial para ver el nuevo punto de partida.

A fin de facilitar los movimientos de las manadas, de acortar al máximo la senda y de llevar al ganado lo más directo posible a Abilene, se envió un equipo de ingenieros a cargo del de obras públicas T. F. Hersey. Este, sirviéndose de una brújula, hombres con banderolas y cuadrillas de trabajadores con picos y palas, fue sembrando toda la ruta de pequeños montículos de arena para marcar el mejor camino, aquel que contara siempre con suficiente agua, buenos pastos y también lugares apropiados para acampar.

Pronto se corrió la voz sobre las muchas comodidades, servicios y entretenimientos que la ciudad ofrecía a los cowboys, por lo que los rancheros tejanos, apreciando estos esfuerzos, así como el considerable incremento de los precios del ganado en los mercados del Este, se prepararon para enviar cada vez más y más reses. Aunque el año estaba ya muy avanzado, 85.000 cabezas de ganado fueron cargadas en Abilene ese mismo 1867; el doble, el año siguiente y 300.000 en 1870. En 1871, fueron ya 1.500.000 las reses tejadas llegadas a Kansas, 600.000 a la propia Abilene y el resto a otras ciudades, como Baxter Springs y Junction City. No obstante, en aquel primer año, el negocio perdió dinero debido tanto a los daños causados por las circunstanciales crecidas de los ríos del camino, como a ataques de los indios y a las reticencias existentes todavía en el Este hacia el ganado tejano, al que consideraban demasiado salvaje para ser útil. Pero estas reticencias fueron algo transitorio y enseguida el negocio comenzó a dar muy buenos frutos a todos. Los tejanos habían encontrado salida por fin a sus reses; el Este veía alivio a sus problemas de abastecimiento; los ferrocarriles multiplicaron sus beneficios, y McCoy era más rico que nunca. Reses aparte, todos contentos.

Pronto esta verdadera riada de cornilargos en dirección a Abilene y otras ciudades de Kansas llegó a crear problemas de tráfico. Muchas millas alrededor de los principales puntos de embarque, el ganado permanecía en espera de que le llegara el turno de partir rumbo al Este. Desde cualquier loma se podían ver miles de animales, con sus ensortijados cuernos brillando bajo la luz del sol, y entre ellos docenas de vigilantes cowboys cabalgando a cierta distancia. Varios condados del centro de Kansas se convirtieron prácticamente en corrales improvisados y parecía que la industria ganadera pronto absorbería las energías de todo el estado.

Como los tejanos que, siguiendo los consejos de McCoy, llevaban sus manadas a Abilene hacían buenos tratos con los colonos para la compra de mantequilla, huevos, legumbres y forraje, la aversión de los cultivadores locales hacia los longhorns se fue atenuando poco a poco. Pronto fueron numerosos los granjeros que solicitaban a los jefes de equipo que hicieran pasar la manada por sus tierras, para que así ellos pudieran recoger las boñigas, secarlas y utilizarlas como combustible. Un representante de los colonos, que, poco tiempo antes, como todos los demás, lanzaba aún fuertes diatribas contra el ganado de Texas, no ocultó su cambio de actitud, declarando a los que le rodeaban tras concluir un buen negocio con un ranchero: “Muchachos, ésta es mi posesión: si puedo sacar algo de este comercio de ganado, no le tengo ningún miedo a la piroplasmosis; pero si no saco nada, entonces le tengo muchísimo temor al contagio”. Seguramente expresaba la opinión más generalizada entre los colonos, porque las manadas que llegaban a Abilene no solían encontrar dificultad alguna en ruta. Pese a todo, McCoy, al que le gustaba pensar en todo, estaba muy al tanto de todo ello, presto a la intervención.

LA LEGENDARIA SENDA CHISHOLM

A esas alturas ya se habían definido las principales rutas ganaderas que durante las dos décadas siguientes, con sucesivas prolongaciones y variantes, conectarían los grandes puntos de producción y consumo. La más famosa y la principal de todas fue la Senda Chisholm, así llamada en honor a Jesse Chisholm (1805?-1868), el excéntrico comerciante, transportista y ganadero que la fijó en 1864, cuando comen zó a frecuentarla con sus convoyes de provisiones que enlazaban sus puestos comerciales.

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Jesse Chisholm (1805?-1868) era un excéntrico comerciante, transportista, intérprete (conocía 14 dialectos indios) y ganadero, que fijó la gran ruta que luego seguirían gran parte de las expediciones ganaderas tejanas.

Nacido en Tennessee, Jesse Chisholm era el mayor de los tres hijos de un inmigrante escocés y su esposa cheroqui, quienes, pese a separarse, se trasladaron conjuntamente al Territorio de Arkansas. A finales de la década de 1820, Chisholm se mudó a la nación cheroqui, residente en el Territorio Indio, instalándose cerca de Fort Gibson, donde comenzó a comerciar, además de trabajar como cazador, guía y explorador. En 1836, se casó con Eliza Edwards y se reinstaló entre los creek, fundando un puesto comercial, que obtendría un gran éxito mercantil negociando con las diversas tribus instaladas en el Territorio Indio.

Debido a sus habilidades lingüísticas, pues conocía hasta 14 dialectos indios, también fue muy requerido como intérprete, participando como tal en las negociaciones de un buen número de tratados en Texas, Territorio Indio y Kansas. Durante sus constantes viajes, rescató a varios niños mexicanos cautivos de los indios comanches y kiowas, adoptándolos y hacién dolos parte de su familia. Con el tiempo, comenzó a expandir sus actividades mercantiles, abriendo nuevos puestos comerciales en lo que hoy es el condado de Cleveland, cerca de Oklahoma City, y en Wichita, Kansas. Su vasta actividad comercial se completó fletando convoyes de transportes con destino a los poblados indios y a los puestos avanzados del ejército. Durante la Guerra de Secesión, Chisholm sirvió primero al ejército confederado como delegado comercial e intermediario con los indios; sin embargo, hacia 1864, cuando se estableció en Wichita, pasó a actuar como intérprete para las fuerzas de la Unión. Fue por entonces cuando comenzó a utilizar como ruta comercial la senda que, frecuentada después por las expediciones ganaderas, llegaría a ser conocida con su nombre, pese a que, irónicamente, él nunca la utilizó para llevar ganado. Pocos meses después, el 4 de abril de 1868, Chisholm falleció de una intoxicación alimenticia.

La senda abierta por Chisholm atravesaba Texas para enlazar, a través del río Rojo, con la irregular y antigua Senda del Sur de Texas. Desde allí, Chisholm atajó hacia Kansas, seleccionando casi por instinto el que le iba pareciendo mejor camino posible. Vadeó el río Rojo cerca de la embocadura de la garganta Mud, siguió la corriente hasta su cabecera, torció al noroeste hacia el desfiladero del Caballo Salvaje, al oeste de las montañas Signal, y cruzó el río Washita en Elm Spring. La dirección norte le llevó justo al río Canadian, tras dejar el valle de Kingfisher Creek, y, a continuación, el río Cimarrón. Rozando la cabecera de Black Bear y Bluff Creeks, su siguiente corriente fluvial a cruzar fue la bifurcación Salt del río Arkansas, lo que haría a la altura del rancho Sewell, puesto comercial y postal gubernamental muy frecuentado por los indios. Entrando en Kansas por las proximidades de Caldwell, la ruta se desviaba un poco hacia el norte, para cruzar el río Arkansas y llegar a Wichita. Finalmente, como ampliación de la ruta de Chisholm, la senda giraba hacia el nordeste, rozando Newton, para continuar por la divisoria entre Smoky Hill y el río Arkansas hacia las praderas del sur de Abilene.

Con una anchura media de 180 a 350 metros, el camino rompía el pelado suelo, ascendía todas las colinas y atravesaba todos los valles durante casi 1.000 kilómetros, abriéndose paso entre las verdes praderas que unían el Sur y el Norte. A medida que las pezuñas de las reses fueron hollando la senda, que el viento la fue barriendo y que las aguas arrastraron la tierra, se fue haciendo más y más profunda su huella, hundiéndose respecto al terreno circundante y siendo flanqueada por bancos de arena acumulada por el viento. Los esqueletos y calaveras descoloridos de los animales agotados que habían perecido durante el viaje relucían a lo largo de los bordes del camino, y aquí y allí se repartían pequeños montículos que señalaban el lugar en que un cowboy había “muerto con las botas puestas”. Ocasionalmente, los restos destartalados de una carreta desvencijada relataban en silencio los estragos de una avería irreparable y, punteando los tramos verdes que bordeaban el camino, una marca más o menos circular de terreno sin vegetación señalaba para siempre el lugar donde pasó una noche una manada.

En total, la Senda Chisholm solo funcionó a pleno rendimiento unas ocho temporadas, entre 1867 y 1876, pero en ese corto periodo más de cinco millones de cabezas de ganado y un número parecido de caballos la recorrieron en su camino hacia los mataderos del Este, completando la seguramente mayor migración ganadera de la historia mundial.

LAS DIFICULTADES DEL CAMINO

Uno de aquellos con quienes McCoy había estudiado a fondo las dificultades del camino desde Texas antes de construir las instalaciones de Abilene era el coronel John Jacob Myers,un veterano de guerra de Misuri, que recordaba una marcha en la que había tomado parte, al principio del conflicto, con otros 750 soldados, a las órdenes del teniente coronel H. Emory. Su explorador, Castor Negro, viejo indio delaware muy experimentado, condujo la unidad desde San Antonio al río Rojo, que cruzaron cerca de Red River Station. A partir de allí, siguió la Senda Chisholm, que ofrecía muchas ventajas debido a los vados cuidadosamente escogidos y a los puntos de abastecimiento de agua estratégicamente situados, lo que permitió que las tropas pudieron avanzar rápidamente sin que hombres y caballos sufrieran sed. Myers prometió a McCoy que señalaría a los vaqueros tejanos esta ruta. Sin embargo, la estación ya estaba muy avanzada cuando él especificó la ruta en Lockhart, Austin y San Antonio y muy pocas manadas pudieron transitar por ella aquel primer año de 1867. La avalancha vendría después.

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Durante los primeros años, los cowboys, faltos de experiencia, tropezaron con muchas dificultades inesperadas. Los peligros constantes de los indios, los cuatreros, los colonos encolerizados, los bandidos y los supuestos comités de vigilantes hacían el viaje, además de arriesgado, muy incómodo. Estaban luego las crecidas de los ríos.

Pese a las ventajas de la ruta, durante los dos primeros años, los cowboys, faltos aún de experiencia, tropezaron con muchas dificultades inesperadas. Muchas veces, deprimidos por la nostalgia e incapaces de resignarse ante las adversidades, realizaban su trabajo con muchos altibajos; tan pronto lo hacían de mala gana, como recuperaban el optimismo y avanzaban más deprisa y con mayor facilidad y satisfacción. Por su parte, los animales, demasiado pesados al inicio del viaje, pasaban muchas dificultades para franquear hasta las más bajas de las escarpadas colinas que caracterizan el Territorio Indio a partir del río Rojo. En esas circunstancias, se producían muchas bajas y había días en que morían hasta 10 reses.

Los contactos con las tribus que habitaban entonces esas mismas tierras, sobre todo con las cinco naciones civilizadas (choctaws, chickasaws, cheroquis, creeks y seminolas), suponían otra experiencia totalmente nueva para los tejanos, acostumbrados a entrar inmediatamente en batalla ante la más mínima visión de cualquier nativo. Para ellos era totalmente nuevo que se pudiera tratar con ellos y que sus intenciones fueran más o menos pacíficas, aunque molestas y, desde su punto de vista, ciertamente curiosas: pretendían cobrar un peaje por el paso de los foráneos en aplicación de las normas de aduanas internacionales. Que policías indígenas les rogaran, con amabilidad, pero con toda firmeza, el pago de tales tasas y que, incluso, les extendieran recibos de los peajes era algo a lo que los tejanos no solo no estaban acostumbrados, sino que incluso superaba su capacidad de entendimiento, por no hablar de su nivel de urbanidad.

Superado aquel shock, a los cowboys aún les esperaba otro, cual era el de topar, camino adelante, con otras tribus indias que tampoco les atacaban, pero que no pretendían cobrarles, sino que, más asombroso aun, les mendigaban dinero y comida. Los indios llegados sobre todo del Este y encerrados en angostas reservas por el Gobierno, faltos de todo y en una situación más que desesperada, salían al paso de los cowboys y ya ni siquiera conservaban su instinto belicoso. O, al menos, eso parecía en primera instancia. Lo cierto es que comenzaban por mendigar y, si esto no les valía de nada, recurrían a una serie de trucos, algunos de los cuales eran relativamente inofensivos, como el que consistía en provocar disimuladamente una estampida y luego ofrecer sus servicios para reagrupar a los animales. Raramente atacaban, prefiriendo que cualquier jefe de equipo ya conocido les diera lo que llamaban un “buen papel”, una recomendación, que ellos pudieran enseñar, a modo de aviso, a los hombres de la siguiente expedición. Un papel en el que, por ejemplo, se leyese: “A los jefes de ruta. Este hombre es un buen indio. Lo conozco personalmente. Trátenlo bien. Denle un buey y no tendrán preocupaciones cuando atraviesen su región”.

Contratiempos aun mayores eran los causados en estas mismas regiones por los bandidos blancos, a quienes los indios dejaban hacer porque, si alguno de sus asaltos tenían éxito, los forajidos se solían mostrar muy generosos con ellos. En tales casos los tiroteos eran a menudo muy sangrientos.

Pese a todo, con toda seguridad, la idea de Joseph McCoy marcó la historia estadounidense y, en lo inmediato, evitó la bancarrota de Texas, dio un impulso inesperado a la gran migración hacia el Oeste y, de manera no intencionada, favoreció la reconciliación entre el Norte y el Sur. Sin embargo, el destino final de McCoy fue el de muchos otros pioneros del Oeste, capaces de crear un imperio de la nada, pero incapaces de conservarlo. Cuando llegó a Abilene ya era relativamente rico e hizo de la ciudad el más importante centro mundial de comercio de ganado. Pero, al final, al denun ciar la Kansas Pacific el acuerdo pactado, él perdió todo en el envite: su empresa de transportes, su hotel y su capital inmobiliario. Cuando terminó el boom, a él no le quedaba nada.

Arrastrando su ruina y su resentimiento, se estableció en Kansas City, donde moriría en 1915. Como él mismo resumió: “Coseché lo que cosecharon todos los pioneros que llegaron allí los primeros, los que emprendieron alguna cosa y los que arriesgaron el todo por el todo. O sea, un desastre financiero. Son los que vinieron después, que no habían emprendido gran cosa, que habían arriesgado muy poco, los que se embolsaron todos los beneficios”.

ABILENE, PROTOTIPO DE CIUDAD GANADERA

Entre todas las alternativas posibles, McCoy escogió Abilene porque estaba bien abastecida de agua y hierba. La ciudad languidecía desde una década antes de que el ganado comenzase a llegar a ella, pues había sido fundada en 1857 como una aldea de cabañas de troncos surgida alrededor de una parada de diligencias. La primera familia de colonos, formada por Timothy y Eliza Hersey, se había asentado tiempo atrás en la orilla occidental del arroyo Mud y dio su nombre definitivo al lugar tomándolo de un pasaje de la Biblia, con el significado de “ciudad de la llanura”. Cuando la línea de diligencias Butterfield Overland llegó a aquel lugar, Hersey se aseguró un contrato para alimentar a los pasajeros y los empleados. En su establecimiento se leía un reclamo publicitario que decía: “Última comida como Dios manda al este de Denver”. Su pequeño y modesto establecimiento consistía en dos cabañas, un establo, ambos de troncos de madera, y un corral para los caballos. El siguiente edificio que se construyó fue una posada conocida como El Hotel, propiedad de Charles H. Thompson, situada en la orilla contraria, la este, del mismo arroyo Mud, enfrente del establecimiento de los Hersey. Más colonos comenzaron a llegar al área y entre ellos un hombre conocido como “Old Man Jones”, que erigió otra cabaña de troncos que pronto convirtió en tienda, en la que vendía algunos pocos artículos, pero principalmente whisky.

En 1860, anticipando la concesión del estatus de estado al por entonces aún Territorio de Kansas, Thompson trazó apresuradamente el plano de la futura ciudad y construyó a toda prisa algunas cabañas provisionales para dar al villorrio alguna ligera apariencia urbana. El año siguiente, Abilene se convirtió en la capital del condado de Dickinson. En 1864, el doctor W. S. Moon abrió en la orilla este del arroyo un nuevo establecimiento, al que llamó Tienda de la Frontera, una especie de bazar en que vendía mercancías de todo tipo. Moon se convertiría además en el primer jefe de correos así como en el registrador municipal. No obstante, el crecimiento de la ciudad fue más bien lento hasta la llegada del ferrocarril Kansas Pacific en 1866.

Cuando comenzó a prestar servicios como cabecera de embarque del ganado no pasaba de los 300 habitantes, pero creció de la noche a la mañana hasta los 3.000. Bajo el liderazgo de McCoy, la ciudad se constituyó como el principal mercado del ganado tejano durante casi cinco años, en los que llegaron cerca de 3.000.000 de reses, que fueron embarcadas hacia los mercados del Este. En muy poco tiempo, comenzaron a establecerse en ella nuevos empresarios y, en 1870, se construyó un juzgado, el primer edificio de ladrillos y piedra, en la esquina de las calles Broadway y Segunda. Ese mismo año, Kerney y Guthie abrieron el muy necesario Merchant’s Hotel, un edificio de dos plantas que dio más apropiado alojamiento a muchos cowboys. Por entonces ya funcionaban más de una docena de salones, varios night clubs de mayor o menor glamour y no pocas casas de juego y prósperos negocios mercantiles. En poco tiempo, su famosa calle Texas fue calificada de “Broadway de las Llanuras”.

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Gracias al genocidio de los indios y a la matanza sistemática de los bisontes, las grandes llanuras del interior del subcontinente fueron quedando vacantes y expeditas para el ganado vacuno y sus cuidadores.

Abilene fue el primero de los llamados “”pueblos vaqueros” o “ciudades ganaderas” remodelado con ese propósito; después, todas sus ciudades vecinas, y rivales, siguieron poco más o menos su modelo general de distribución, organización y desarrollo. El ferrocarril pasaba más o menos por el centro del pueblo, las zonas residenciales y comerciales estaban al norte y los establecimientos de mala fama, al sur, muchas veces claramente delimitados. Los corrales del ganado solían estar situados a cierta distancia de las calles principales. Se tenía mucho cuidado en mantener bajo control a los animales durante su traslado de los corrales al tren, para que no ocurriese como en 1871 cuando un novillo se asustó y salió de estampida por la calle Texas provocando un pánico general hasta que el comisario, a la sazón el célebre pistolero Wild Bill Hickok, lo abatiera de un tiro.

Enseguida, los cowboys fueron dando vigor a la economía de la complaciente ciudad al abarrotar todo su derroche de ofertas de ocio y placer. Mientras algunos comerciantes atraían a los bravucones visitantes a malgastar sus recién recibidas pagas en las atracciones locales, la ciudad en general pasó unos primeros años de terror generado por los, para ellos, vociferantes rufianes de gatillo fácil que la invadieron. Exhibiendo su desafiante desparpajo, los vaqueros provocaban abiertamente a las autoridades locales. Durante una larga temporada, las armas fueron la única ley. Se extendió la reputación de Abilene como la más ciudad más peligrosa, dura y salvaje de todo el Oeste.

No obstante, eran tantos los que cantaban las excelentes diversiones de la ciudad que, cuando alguien llegaba a ella por primera vez, se quedaba sorprendido de su aparente escaso esplendor. Se contaba la anécdota del cowboy que llegó a la ciudad y, ansioso, preguntó a unos lugareños a cuántas millas estaba Abilene. Cuando le aclararon que estaba en el mismo centro de la ciudad, solo pudo exclamar: “Nunca he visto una ciudad tan pequeña que tenga una fama tan grande”.

Era comprensible que el ruido y el olor del ganado fueran una causa constante de irritación para los residentes no relacionados con el negocio ganadero, como también las actividades y el comportamiento de los jugadores y las prostitutas. En julio de 1871, las damas respetables de Abilene pidieron al alcalde que expulsara al “demonio de entre nosotras” y las prostitutas fueron trasladadas a otra parte de la ciudad. Pero era tal la demanda de sus servicios que los propietarios de las casas de juego y prostíbulos organizaron un servicio de omnibuses para sus clientes. En otras muchas ciudades del contorno, como Newton, se repitió esa misma situación y, para evitar conflictos con los ciudadanos más pudibundos, se alojó a las damas de la noche en una zona que empezó a ser conocida, en Newton y en otras ciudades similares, como “Hyde Park”.

Además de sus muchos nuevos hombres de negocios, Abilene se llenó de todo tipo de gente, no solo ganaderos y cowboys, sino también numerosos jugadores, forajidos y prostitutas. Hasta que la ciudad no accedió a un estatus urbano legal al ser incorporada como ciudad de tercera clase en 1869, su seguridad dependía de un par de policías y un sheriff. Pero dos años de violencia condujeron a la solicitud de incorporación y, cuando le fue concedida, celebró elecciones y eligió sus propias fuerzas policiales.

Tom “Bear River” Smith (1830-1870) fue el pri mer marshal, elegido en mayo de 1870. Smith había viajado desde Colorado para presentar su candidatura, pero el alcalde, Theodore C. Henry, no quedó suficientemente impresionado con este candidato pelirrojo de cuarenta años y origen irlandés, pese a su currículum de boxeador de éxito en el Este. El alcalde lo intentó con varios candidatos locales, que enseguida se dieron cuenta de que el reto les superaba. También probó a dos policías de Saint Louis, que no duraron ni un día. Como no le quedó más remedio, el alcalde se decidió finalmente por Smith, al que contrató el 4 de junio de 1870, por 140 dólares al mes y dos dólares más por cada persona detenida y hallada culpable en juicio.

Conocido como “el marshal sin armas”, Smith se ganó su reputación sometiendo a los alborotadores mediante sus puños. Uno de sus primeros actos oficiales fue dictar una ordenanza según la cual nadie podría llevar armas de fuego dentro de los límites de la ciudad sin un permiso especial. Su decisión no fue muy popular entre algunos elementos influyentes de la comunidad, y mucho menos aun entre los cowboys tejanos, y en los siguientes meses el marshal sobrevivió a dos intentos de asesinato. Pero, con el tiempo, la habilidad de Smith le hizo ganarse el respeto hasta de los más indómitos jugadores y pistoleros, que cumplieron sus ordenanzas. Tanto era su prestigio que se atrevió a expulsar de la ciudad a todas las prostitutas. Los ciudadanos de bien no tuvieron más que aplaudirle en público la decisión, pero otra cosa fue en privado.

Sin embargo, la carrera de Smith en Abilene acabó súbitamente el 2 de noviembre de 1870, durante el intento de arresto de Andrew McConnell, un conocido forajido acusado de asesinato. Al resistirse a su detención, McConnell disparó a Smith, quien le devolvió el fuego, hiriéndole, antes de caer él mismo al suelo. Un compinche de McConnell, llamado Moses Miles, disparó al marshal y, ni corto ni perezoso, le remató cogiendo un hacha y cortándole de un tajo el cuello. McConnell fue condenado a doce años de prisión y Miles a dieciséis por su horripilante crimen. Cuatro semanas después de la muerte del marshal Smith, las prostitutas regresaron discretamente a la ciudad. Nadie protestó.

Las autoridades de Abilene contrataron consecutivamente a varios hombres como policías temporales hasta que el pueblo celebró nuevas elecciones a comienzos de 1871. McCoy fue elegido alcalde y lo primero que hizo fue contratar al célebre pistolero James Butler “Wild Bill” Hickok (1837-1876). Problema solucionado. A cambio de un sueldo mensual de 150 dólares más un porcentaje de las multas y 50 centavos por perro sin dueño que matase, Hickok se tomó el trabajo con cierta relajación, convencido de que la simple fama de sus pistolas haría el trabajo por él. La mayor parte de su tiempo la pasaba en saloon El Álamo, sin preocuparse de granjearse la amistad de las fuerzas vivas. Como era de esperar, su previsión y la de McCoy habían sido acertadas y su reputación actuó como bálsamo: la delincuencia se redujo drásticamente, pues, al parecer, nadie se quería enfrentar al famoso y sanguinario pistolero Wild Bill Hickok.

Sin embargo, la relativa paz se truncó el 5 de octubre de 1871, cuando Hickok mató de dos tiros en el estómago a Phil Coe, copropietario de uno de los principales salones de la ciudad, respondiendo al disparo que le había dirigido el fallecido. Desgraciadamente, el tiroteo no acabó ahí, pues Hickok oyó pasos que se le acercaban por la espalda, se giró y disparó de nuevo, matando a uno de sus ayudantes, Mike Williams, que acudía presto a ayudarle. El escándalo fue tal que las autoridades de Abilene juzgaron que ya habían tenido suficiente de aquella vida sin ley ni orden. Los padres de la ciudad dijeron a los tejanos que no querían que llegasen a la ciudad más expediciones de ganado y, dos meses después, despidieron a Hickok de su puesto de marshal.

Aquel fue el último gran año de Abilene que, tras la marcha de los cowboys, languideció y se transformó en una pacífica y mortecina comunidad agropecuaria. A partir de entonces, el centro del negocio ganadero iría pasando sucesivamente a otras ciudades de Kansas.

ALTIBAJOS DE LAS CIUDADES GANADERAS DE KANSAS

Inmediatamente después de la guerra, muchas de las estaciones y apeaderos de las líneas férreas en expansión por Kansas se fueron transformando sucesivamente en rutilantes aunque efímeras ciudades ganaderas. Comenzando por Baxter Springs y Abilene, fueron brillando sucesivamente Ellsworth, Caldwell, Wichita y Dodge City, además de otros centros secundarios como Newton, Hunnewell, Great Bend, Ellis, Hays, Brookville, Coffeyville y Junction City, que también vivieron periodos de fugaz éxito como ciudades ganaderas y ganaron reputación como ciudades fronterizas salvajes.

Como las ciudades mineras de California y Nevada, casi todas las ganaderas experimentaron un corto periodo de auge, que en ningún caso paso de cinco años, seguido por un declive consecutivo igual de súbito. Brotaban cuando los especuladores iban por delante de las líneas ferroviarias en construcción y fundaban una ciudad y servicios de apoyo lo suficientemente atractivos para ganaderos y cowboys. Si los ferrocarriles se completaban, los nuevos pastos y la ciudad de apoyo podían asegurarse los beneficios del comercio ganadero. Todas ellas crecieron gracias a la recaudación de impuestos y tasas derivados de la cobertura de las demandas de los muchos cowboys que recorrían las sendas ganaderas y llegaban a ellas. Los bares y salones de baile, que casi siempre incluían además mesas de juego, así como los burdeles, eran parte indispensable de las ciudades ganaderas de Kansas y de las que surgirían posteriormente en otros estados más norteños. Mientras las manadas esperaban un comprador en los alrededores de la ciudad ganadera de turno, los cowboys la hacían algunas visitas esporádicas. Una vez vendida la manada, recibían su paga íntegra por todo el viaje y comenzaban su pequeña temporada de ocio que, por lo común, se extendía solo lo que les duraba el dinero en el bolsillo: días o, peor aun, horas. Una visita al barbero y al sastre, un paso por un restaurante e, inmediatamente, la diversión pura y dura; es decir: whisky, juego y prostitutas. Suficiente para agotar todo su dinero.

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Pasada la Guerra de Secesión, los ganaderos tejanos no tardaron en darse cuenta de que las praderas del Norte constituían un pasto excelente para sus ingentes manadas de cornilargos. Así comenzaron las grandes expediciones ganaderas desde Texas hacia el Norte.

Dadas así las cosas, no era raro que el cowboy tuviera que pedir dinero prestado para volver a Texas en tren. Una vez que el cowboy, sobre todo el más joven e inexperto, perdía todo su dinero en las barras, en las mesas y en las camas de la ciudad ganadera de turno, era cuando se volvía más irascible y violento. Cualquier mínimo pretexto le servía para tirar de revólver.

Durante los primeros años, prácticamente no se intentó hacer nada para dominar y refrenar las expansiones ociosas de los cowboys tejanos. Pero, a partir de 1869, las autoridades municipales comenzaron a promulgar ordenanzas que intentaban establecer la paz y la tranquilidad. A los bares se les exigió poseer una licencia en regla; los burdeles se sometían a revisión y vigilancia; las salas de juego, tanto o más. En algunos lugares se prohibía la tenencia de armas dentro de los límites de la ciudad, aunque esto no siempre se respetaba, entre otras razones porque al principio no pareció perentorio; al fin y al cabo, pese a los muchos disturbios, hasta 1870 no hubo muertos en tiroteos.

Curiosamente, los primeros surgirían cuando se comenzó a nombrar agentes de la ley y a construir y poner en uso calabozos, prisiones y cárceles. En Abilene, por ejemplo, cuando se estaba construyendo la cárcel de la ciudad, los cowboys lo interpretaron como una medida más contra ellos, lo cual era absolutamente cierto, y decidieron arrancar las piedras de las paredes del edificio en construcción y jugar a hacerlas rodar por las calles del pueblo. Hay que tener en cuenta que para un cowboy, acostumbrado a los espacios abiertos, la perspectiva de ser encerrado era mucho más que odiosa. Pese a todo, se acabó de erigir el edificio y su primer inquilino fue precisamente el cocinero de un equipo de cowboys tejanos, que inmediatamente fue liberado por sus colegas.

CRISIS Y RELANZAMIENTO

En última instancia, aquel primer boom ganadero en Kansas solo fue la cresta de una ola que, enseguida, comenzó su reflujo. Los precios cayeron enseguida; el tiempo húmedo y los vientos fríos perjudicaron el estado del ganado y la fiebre de Texas, que era ya endémica en las reses de aquella procedencia, comenzó a crear más problemas de los debidos. A ello se sumaron ciertos factores externos que provocaron la primera crisis grave de este casi recién inaugurado negocio.

En 1870, el comercio de ganado comenzó a entrar en crisis debido al aumento de las tarifas ferroviarias al este de Chicago. De repente, numerosos jefes de ruta tejanos no encontraron compradores en Kansas y no pudieron pagar a sus hombres. Estos siguieron, sin embargo, vigilando las manadas con sus ropas ligeras, adecuadas para el Sur, pero que allí les exponían a peligros mortales. Las manadas también esperaban y esperaban un alza de precios en los lejanos mercados del Este que no terminaba de producirse nunca, mientras pacían en los pastos cercanos, se acercaba el invierno y comenzaban a enfermar y morir. Finalmente, los embarques se interrumpieron por completo y, en 1871, más de 300.000 reses se quedaron sin vender en las praderas de Kansas. Otros años había sobrado algo de ganado, fuera porque era invendible o porque había que cebarlo con maíz antes de poder ponerlo en el mercado, pero las cifras de 1871 no tenían precedentes. Los cowboys, a falta de otro recurso, se llevaron su ganado hacia el Oeste a la región cubierta por la ahora sin uso hierba de búfalo, al resultar ya imposible conseguir heno o maíz con que alimentarlo en la región central de Kansas.

Al comienzo del invierno 1871-1872 se produjo una tormenta de nieve que recubrió con una capa de hielo todo el suelo. Miles y miles de reses y centenares de caballos murieron de frío y de hambre, sin que se llegara nunca a saber cuántos cowboys fallecieron. Como las reses no habían visto nunca la nieve, eran incapaces de encontrar la hierba que había debajo. Algunos de sus cadáveres fueron desollados, pero la gran mayoría fueron abandonados en el sitio como alimento para los lobos. Pasado el temporal, unas 100.000 pieles fueron embarcadas en varias estaciones ferroviarias con destino al Este. El invierno fue severo en todas partes y se estimó que solo lo sobrevivieron menos de 15.000 reses. De manadas que comenzaron el invierno con hasta 60.000 reses, solo unos pocos cientos sobrevivieron. Como ocurrió con tantos otros booms del Oeste, el del ganado en Kansas se derrumbó como lo que era, un inestable castillo de naipes.

A este desastre ganadero sucedió rápidamente el crack financiero de 1873, el “Gran Pánico”, que al paralizar la economía estadounidense volvió a frenar momentáneamente el negocio ganadero. Sin embargo, este, dando muestras de su vitalidad, se recuperó rápidamente y, tras tomar nuevos bríos, vivió un renovado boom sin precedentes, que alcanzaría su punto culminante diez años después.

Las noticias de ese auge llegaron rápidamente a Gran Bretaña y pronto el dinero británico, y el de otras partes de Europa, comenzó a fluir hacia el negocio del ganado tejano, volcándose sobre todo en la adquisición de manadas y de derechos de pasto. Así, la ganadería, que hasta entonces había crecido como una empresa individual, por lo común gestionada directamente por el mismo propietario, paso a convertirse en un asunto de empresas profesionalizadas, lo que acarreó las ventajas de la capitalización, pero trajo también todas las desventajas de la gestión delegada a sueldo.

A medida que los ferrocarriles seguían avanzando hacia el Oeste a través las llanuras de Kansas, fueron brillando más pueblos vaqueros: Caldwell, Hays City, Ellsworth, Wichita, Dodge City. . . Todos y cada uno de ellos se llenaron enseguida de prostitutas, jugadores, vividores y parásitos de todo tipo, cuya único objetivo era esquilmar a los obreros que trabajaban en la construcción de los ferrocarriles y, sobre todo, a los cowboys que llegaban a la ciudad, tras arrear sus manadas, con dinero fresco.

Como en el caso de Abilene, la gran mayoría de los pueblos ganaderos pasaron por un periodo de ausencia de toda ley y depravación que enseguida pasaba a indignar al resto de sus residentes. Las multas y el precio elevado de las licencias no servían de mucho para desanimar a dueños de locales de ocio, jugadores y proxenetas. De hecho, pocos ayuntamientos se hubieran atrevido a eliminar completamente esos negocios porque las multas que les imponían servían para pagar a las fuerzas de policía y para atender otras necesidades sociales que, si no, habrían tenido que salir de los bolsillos de los ciudadanos corrientes, o no hacerse. Pero lo irónico es que, una y otra vez, los ciudadanos de bien solo apreciaron la importancia económica del comercio del ganado cuando desaparecía. Hasta entonces, mientras disfrutaban de la prosperidad, solo se preocupaban de la violencia y la “corrupción social y moral” que ella aparejaba. Fue en estas ciudades ganaderas donde muchos famosos personajes del Viejo y Salvaje Oeste se ganaron o reafirmaron su reputación. Hombres como Wyatt Earp, Bat Masterson, Wild Bill Hickok, John Wesley Hardin y docenas más. En estas salvajes ciudades de la Frontera también tuvieron lugar algunos de los más famosos tiroteos del Oeste norteamericano, incluyendo el de la banda de los Dalton en Coffeyville, el de Hyde Park en Newton y el del Long Branch Saloon en Dodge City.

La prosperidad de todas estas ciudades solo se mantuvo en tanto en cuanto el ferrocarril situó en ellas una cabecera de línea. Al irse ampliando las líneas hacia el Oeste, una tras otra, las ciudades se fueron apagando, mientras otro nuevo enclave tomaba rápidamente su lugar. Algunas, como Newton, solo tuvieron un año de fulgor. Dodge City duró mucho más, pero cuando los ferrocarriles llevaron sus vías hasta Texas y más cerca de los pastos, los días de Dodge como pueblo vaquero también se acabaron, aunque en este caso, la ciudad supo evolucionar y sobrevivir.

Entre 1868 y 1869, muchas manadas se dirigieron a Waterville, pequeña localidad al norte de Abilene. A continuación, Junction City, ciudad fundada en 1854 a unos 32 kilómetros al este de donde estaría Abilene, también sirvió como destino en 1869 y 1870. Parecido fue el caso de Hays City, que destacó a partir de 1867 como embarcadero ganadero de segundo nivel. La explosiva combinación de trabajadores ferroviarios, transportistas, cazadores de búfalos y soldados, más la llegada ocasional de algún grupo de cowboys, la convirtió en una más de las ciudades más conflictivas de Kansas, con sus 37 bares y salas de baile. Un gran número de personajes bien conocidos del Oeste vivieron en ella, incluyendo a Custer, Wild Bill Hickok y William F. Cody, que adquirió su sobrenombre de “Buffalo Bill” cazando bisontes en el área de influencia de Hays.

A la vez, Chetopa y Coffeyville, dos comunidades situadas en la esquina sudeste de Kansas, cercanas a Baxter Springs, conocieron un efímero auge ganadero en 1869, que en Coffeyville, duró hasta 1873 y en Chetopa, hasta 1874. Ambas perdieron después brillo, aunque no actividad, por lo menos hasta que en 1892 se produjo en Coffeyville uno de los más famosos tiroteos de la historia del Oeste. El suceso ocurrió cuando la banda de los hermanos Dalton intentó robar dos bancos a la vez y fueron repelidos por los propios vecinos que frustraron sus planes y acabaron con la banda, a excepción de Emmett Dalton, que sorprendentemente sobrevivió pese a haber recibido 23 disparos. Tres ciudadanos, incluyendo el marshal federal Charles T. Connelly, murieron en el cruento tiroteo. La ciudad, sin embargo, siguió prosperando como importante centro agrícola y, posteriormente, ya entrado el siglo XX, industrial. Las ciudades de Salina y Solomon también sirvieron como puntos de embarque de las reses entre 1869 y 1871. Y, en 1870, cuando el ferrocarril Kansas Pacific llegó a ella, Brookville también vivió un breve periodo de auge. Pronto pudo presumir de una población de 800 personas, un banco, un periódico, telégrafo y una estafeta de correos, entre otros negocios. Igual auge vivió la localidad de Great Bend. Además, destacó también Ellis que, nacida como ciudad ferroviaria, fue finalmente olvidada por el trazado definitivo de la línea del Kansas Pacific, pese a lo cual se mantuvo como pueblo vaquero secundario entre 1875 y 1880.

Caso aparte fue el de Baxter Springs, que no dejó de recibir manadas tejanas desde 1867 a 1879. Esta localidad parecía estar idóneamente situada para convertirse en el foco principal de aquel incipiente negocio ganadero. Localizada justo al norte del Territorio Indio, en la esquina sudeste de Kansas, Baxter Springs estaba también a pocas millas al oeste de la frontera de Misuri, el territorio ahora prohibido para las reses tejanas, finalizaba en ella la llamada Vieja Senda Shawnee y poseía un embarcadero de la línea ferroviaria Fort Scott & Gulf.

Un hombre de religión llamado John Baxter y su familia se habían asentado en 1849 en una concesión de 64 hectáreas de tierra cercana al punto en que la antigua senda, hasta entonces de uso principalmente militar, cruzaba el río Spring. Los Baxter abrieron allí una tienda de suministros, pero, al poco de establecerse, el reverendo Baxter, conocido popularmente como “el predicador armado”, falleció en un tiroteo provocado por un litigio sobre su propiedad. Los posteriores residentes en el área, recordando a aquel predicador de gran envergadura y fácil gatillo, y haciendo también referencia a las numerosas cascadas de la zona, llamaron a la nueva comunidad Baxter Springs (“Cascadas Baxter”).

En el mismo momento en que Misuri pasó a ser territorio prohibido para el ganado tejano, Baxter Springs, situada justo en la frontera, le dio la bienvenida a Kansas. La comunidad construyó unos corrales bien surtidos de hierba y agua y con capacidad para alojar simultáneamente a 20.000 reses. La ciudad se autituló la “Primera Ciudad Ganadera de Kansas” y enseguida desarrolló el mismo tipo de reputación que luego tendrían todas las demás. Rápidamente se convirtió en un lugar en el que los cowboys se podían desfogar tras la austeridad de los meses de camino, con todo el licor, los juegos y las mujeres asequibles y bien dispuestas que deseasen. Así, la ciudad creció de la noche a la mañana desde los 1.500 residentes de 1868 a los 6.000 de 1872. La línea ferroviaria Misuri-Kansas-Texas llegó a la ciudad en mayo de 1870, pero, pese a ello, su esplendor ganadero sería, como todos, efímero.

Desde el mismo 1867, en cuanto los frustrados ganaderos derivaron sus manadas desde Misuri hacia Baxter Springs, la Asamblea de Kansas promulgó una ley ese mismo 1867 que extendía las restricciones de cuarentena para el ganado tejano a toda la zona que quedaba al este del meridiano situado aproximadamente a una milla de distancia de la ciudad de Ellsworth. Eso obligó a abrir una ruta alternativa más occidental para que los ganaderos llevaran sus manadas a Kansas, siempre y cuando unos y otros pudiesen encontrar una forma de embarcar esas reses camino de Saint Louis y Chicago. Cuando el ferrocarril, en su camino hacia el sur, llevó sus raíles hasta esa zona exenta, de momento, de toda restricción, la vitalidad industrial de Baxter Springs murió. Hacia 1876, la población había caído a 800 personas y su puesto estratégico había sido ocupado por Abilene.

DE CIUDAD EN CIUDAD

Tras la muerte del tejano Coe en Abilene a disparos de Wild Bill Hickok, este pasó a ser el enemigo número uno de los paisanos del fallecido. Para expresar su rechazo a Hickok, el barón del ganado “Shangai” Pierce decidió desviar en el último momento su manada, que estaba a punto de llegar a Abilene, hacia Ellsworth. Cuando buena parte de los ganaderos tejanos le imitaron, Ellsworth se convirtió de la noche a la mañana en el nuevo embarcadero principal de reses tejanas con destino al Norte. En poco tiempo, los enormes corrales de Abilene se quedaron prácticamente vacíos.

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Después de que el tejano Coe muriese en Abilene a disparos de “Wild” Bill Hickok, este último pasó a ser el enemigo número uno de los paisanos del fallecido

Antes incluso de que Ellsworth comenzara a dominar el mercado ganadero, ya era un lugar tormentoso. Dos años después de la fundación de la ciudad, sus habitantes, celosos de la prosperidad de Abilene, comenzaron a beneficiarse también del negocio ganadero, aunque de una forma ingeniosa. Durante las largas conducciones de ganado era costumbre matar a los becerros que nacían durante el viaje, pues serían incapaces de seguir el ritmo de la manada. Igual ocurría con las reses que, agotadas, se quedaban rezagadas. Los ciudadanos de Ellsworth tomaron la costumbre de salir al paso de las expediciones y comprarles a precio de saldo los becerros y las reses agotadas, que eran cuidados durante el invierno y vendidos al verano siguiente. Cuando finalmente el ferrocarril llegó a Ellsworth, la ciudad se desarrolló rápidamente y pasó a dominar sobre las demás ciudades ganaderas de Kansas desde 1871 a 1875, destacando por su enormes corrales, los mayores de toda Kansas. Con el flujo de cowboys, llegaron también, los consabidos jugadores y forajidos y las inevitables chicas alegres. Todo ello no hizo sino acentuar la mala reputación de la ciudad, que aun creció cuando se supo que el pistolero Ben Thompson se había establecido en ella en 1873. Una noche, Thompson, borracho, armó un gran escándalo, pero nadie se atrevió a detenerlo. Al día siguiente él mismo se presentó voluntariamente ante el juez Osborne, se acusó a sí mismo de haber alterado el orden público y pagó su correspondiente multa. Semanas después, el 15 de agosto de 1873, el hermano del pistolero, Billy, mató accidentalmente al marshal de la ciudad, Chauncey B. Whitney. Cuando su fulgor pasó, dos años después, Ellsworth se convirtió en una sólida comunidad eminentemente agrícola.

Parecido fue el caso de la ciudad de Newton que, antes de que el ferrocarril llegara a ella, estaba solo escasamente poblada por unos cuantos colonos. Sin embargo, al conocerse de antemano la próxima llegada del tren, una serie de hombres de negocios se establecieron y cuando el ferrocarril de Atchison, Topeka y Santa Fe llegó finalmente, en julio de 1871, Newton se convirtió durante un año en el punto de embarque de las manadas de ganado tejano que hasta entonces habían estado yendo a Abilene. Una vez más, junto al ganado y los cowboys llegó también toda la amplia gama de rufianes propios del Oeste. Para acomodar a este alborotado grupo humano, una parte de la joven ciudad conocida como Hyde Park vio crecer en ella no menos de 15 grandes edificios dedicados íntegramente al entretenimiento. En total, la ciudad contaba con 27 saloons y ocho salones de juego. Durante aquellos días, en que unas 30.000 reses salieron de Newton con destino a Chicago, la ciudad vivió sucesos solo comparables a los de Dodge City. Su reputación de ciudad sin ley nació sobre todo en agosto de 1871, cuando se produjo en ella el famoso tiroteo de Hyde Park, que acabó con un saldo de ocho muertos. Durante su única temporada de ciudad ganadera de primer orden se produjeron no menos de 12 homicidios documentados, aunque, según algunas estimaciones, en realidad fueron más bien el doble.

Los ciudadanos de bien trataron por todos los medios de frenar esa violencia, especialmente los marshals que se sucedieron en el puesto. Entre ellos destacó William F. Cody, un célebre guía y cazador de búfalos, por entonces de cuarenta años, que enseguida comenzaría a ser más conocido en todo el país con el sobrenombre de “Buffalo Bill”. Durante el corto periodo en que ocupó ese cargo se le atribuyeron 15 muertes. Los cuatro hermanos de una de sus víctimas intentaron vengarse, pero Buffalo Bill les sorprendió y les mató de una tacada. Fue tal la violencia desatada en Newton durante aquel 1871, que, para la siguiente temporada ganadera, las autoridades locales promulgaron una ordenanza que prohibía la llegada a la ciudad de más manadas, por lo que el negocio del ganado hubo de buscarse otra sede y esta vez la elegida fue Wichita.

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Entre los sheriffs que trataron de poner orden, destacó William F. Cody, un célebre guía y cazador de búfalos, por entonces de cuarenta años, que después pasó a ser más conocido en todo el país como Buffalo Bill. Durante el corto periodo en que ocupó ese cargo se le atribuyeron 15 muertes.

El enclave en que se alza Wichita fue colonizado por primera vez en 1864 cuando el pionero James R. Mead abrió allí una tienda. Al año siguiente, llegó una oleada de nuevos colonos. Un efímero puesto militar, conocido como Camp Beecher, se estableció en las cercanías en 1868, pero fue abandonado al año siguiente. En 1872, el ferrocarril llegó y Wichita se convirtió en el nuevo punto de embarque del ganado tejano. Un año después, al menos 66.000 reses fueron expedidas desde Wichita, dos veces las despachadas desde la ciudad competidora de Ellsworth ese mismo año.

El esplendor ganadero de Wichita se mantuvo hasta 1876, periodo en que la ciudad desarrolló un distrito peligroso, en la orilla opuesta del río Arkansas que bordeaba la ciudad, al que se llamó Delano, que se convirtió en el centro del juego y el ocio relacionado con el alcohol. Entre la nómina de grandes personajes que pasaron alguna temporada en Wichita hay que mencionar al propietario de salas de baile “Rowdy Joe” Lowe, que ganó cierta fama al matar a su rival John “Red Beard”, que le acusaba de robarle la clientela. También trabajó en la ciudad desde 1875 a 1876 como ayudante del marshal un joven Wyatt Earp, que ganó allí sus primeros galones como pistolero de renombre, antes de trasladarse a Dodge City. Pese a sus altas cotas de violencia, los ciudadanos de Wichita parecieron haber aprendido de las anteriores ciudades ganaderas de Kansas e intentaron dejar el máximo posible en paz a los cowboys tejanos. Gracias a ello, su nivel de criminalidad no alcanzó las cotas que en otras partes.

Pero, una vez que las tribus de indios de las Llanuras fueron sometidas y que el búfalo fue erradicado, fueron surgiendo a gran velocidad numerosas granjas de colonos a lo largo de toda la Senda Chisholm. Estos asentamientos y especialmente los de los valles de los ríos Arkansas y Ninnescah hicieron cada vez más difícil que las grandes expediciones ganaderas encontraran terreno y pastos libres para llegar a Wichita, donde las últimas grandes manadas llegaron en 1876.

En 1879, Caldwell se convirtió en una ciudad ganadera al uso que continuó dando servicio hasta 1885, con el sobrenombre de “La Reina de la Frontera” debido a su localización justo al norte de la frontera de Oklahoma. Creada por empresarios de Wichita, que la parcelaron y vendieron a 125 dólares la parcela, recibió su nombre en honor del senador federal Alexander T. Caldwell. El primer edificio fue erigido por el capitán C. H. Stone, uno de sus fundadores, que construyó una cabaña de troncos utilizada como tienda y estafeta de correos. Pronto se alzaron a su lado otros edificios, como un hotel, algunas tiendas y el saloon Red Light, famoso por admitir también clientes indios. No obstante, Caldwell siguió siendo poco más que un enclave comercial hasta 1879, cuando llegó a ella el ferrocarril de Santa Fe y la ciudad se convirtió en un nuevo centro ganadero, pasando rápidamente de 260 residentes a 2.500. De la noche a la mañana, proliferaron los bares, salas de juego y burdeles al servicio de los cowboys tejanos. Tiroteos, duelos, peleas y linchamientos se convirtieron enseguida en sucesos normales. Todo más o menos normal, salvo la alta tasa de mortalidad de sus agentes del orden. Durante este periodo, la violencia causó en Caldwell la muerte de 18 marshals, entre ellos el famoso Henry Newton Brown (1857-1884), quien tras desarrollar una brillante carrera que los ciudadanos le agradecieron, entre otros homenajes, regalándole un rifle Winchester grabado con su nombre, se destapó como lo que realmente era, un cuatrero y ladrón de bancos, al ser arrestado in fraganti en la localidad de Medicine Lodge, tras intentar robar un banco y resultar linchado.

En 1885, el comercio de ganado tejano trasladó una vez más su principal punto de embarque más hacia el oeste y Caldwell, desde donde habían salido al menos 1.000.000 de reses hacia el Este en sus años de esplendor, se hubo de conformar con transformarse en una tranquila ciudad agrícola. A partir de entonces, las manadas que antes viajaban por la senda Chisholm hasta los distintos enclaves ganaderos de Kansas, empezaron a desviarse hacia el oeste, tomando la que se llamaría Senda Occidental, de momento, camino de Dodge City, que pronto se alzaría con el estandarte de la última gran ciudad ganadera de Kansas.

DODGE CITY, “GOMORRA DE LAS PRADERAS

Tras tomar su nombre de un cercano fuerte militar, Dodge City se dio a conocer como el principal enclave ganadero y, a la vez, la más salvaje de las ciudades del Salvaje Oeste durante su apogeo, que, basado primero en los búfalo y luego en los longhorns tejanos, duró desde 1872 a 1885.

Dodge City fue fundada en 1872 como parada principal del Camino de Santa Fe y, a la vez, como centro de avituallamiento de los cazadores de búfalos y de numerosas expediciones militares contra los indios. Al principio no se vio asaltada por el flujo de inmigrantes y colonos porque la comarca que la rodea es muy árida, poco apta para las actividades y las expectativas de los colonos. La primera manada de reses tejanas llegó a ella en 1872, pero su boom no se produciría hasta 1875.

El nuevo auge del búfalo, combinado con la llegada del tren de Atchison, Topeka y Santa Fe en septiembre de 1872, estimularon el crecimiento inusitadamente rápido de la ciudad, que había sido creada solo dos meses antes. Tras el descubrimiento en 1871 por parte de unos curtidores alemanes de un procedimiento para convertir la piel de búfalo en un material lo suficientemente duradero como para usarse en la confección de zapatos, arreos y otros artículos, pasó a pagarse a 3,50 dólares la unidad, lo que provocó que nuevas hordas de cazadores profesionales, afincados en Dodge, salieran en busca de fortuna. De igual modo, la ciudad también prosperó gracias a la fabricación y el comercio de whisky. Ambos productos, pieles de búfalo y whisky, junto con la actividad ferroviaria, dominaron la economía y la política locales durante sus primeros años. Pisando los talones a los trabajadores ferroviarios y a los cazadores de búfalos llegaron los comerciantes y los especuladores inmobiliarios. Enseguida se abrió un hotel, una herrería, un restaurante, una tienda de moda, un almacén de ferretería e, incluso, una tienda de arneses. En las calles de Dodge se alineaban de la mañana a la noche carretas, cargando y descargando pieles y carne de búfalo, además de todo tipo de suministros.

Pero aquella primera prosperidad duró poco: hacia 1875, comenzaron a exportarse más pieles de búfalo de las que la demanda justificaba. Los precios se desplomaron. Solo tres años después, Dodge necesitó una nueva fuente de ingresos; una que los rancheros de Texas estaban a punto de proporcionar. Los habitantes de Dodge, preocupados por su decadencia económica, hicieron saber a los tejanos que sus animales serían bienvenidos a la ciudad con o sin sus temidas garrapatas. Asimismo, dieron publicidad a la reciente apertura de hoteles, restaurantes y salones, y a los descuentos con que se daría la bienvenida a todos los cowboys, pese a su mala fama. La estrategia comercial dio inmediatamente frutos. Ya en 1877, casi 23.000 cabezas de ganado mugieron en Dodge, más de un cuarto del total acarreado hacia el Este por el ferrocarril de Santa Fe ese año, y más que vendría a continuación. Durante diez años, más de cinco millones de reses pasarían por Dodge City. Con gran facilidad, el cazador de búfalos fue reemplazado por el cowboy. Incluso, muchos de aquéllos se establecieron y cambiaron de trabajo, reapareciendo como propietarios y empleados de bares, jugadores, agentes de la ley o, por qué no, como todo ello a la vez.

Junto a las vacas, comenzó a llegar una riada de cowboys tejanos con los bolsillos llenos de dinero que gastar y nada que hacer sino pasárselo bien tras meses de aburrido trabajo en las sendas. Cubiertas las necesidades de primera instancia, deseaban por ejemplo ver un show humorístico en el Teatro Cómico, un local que combinaba, para su satisfacción, los servicios de bar, casino y sala de espectáculos. Ahora bien, no era raro que el vaquero despreciase, de momento, esos alicientes y prefiriese invertir 25 dólares y pasar un buen rato a solas con una mujer, preferentemente una bailarina. Teniendo en cuenta que muchas de estas chicas eran decentes, eso no siempre significaba lo que significaba. Algunas de ellas no estaban pluriempleadas, salvo que terciase el capricho o el flechazo. Pero, para la mayor parte de los cowboys, la idea de pasárselo bien no contenía ningún sueño romántico, sino que consistía en trasegar todo el whisky barato posible, jugar a las cartas y pasar un buen rato con alguna chica de alquiler. Todo eso y más se podía conseguir en Dodge, si se tenía dinero para ello.

Tras las experiencias vividas en otras ciudades ganaderas, Dodge trató de prepararse para luchar contra el desorden que llevaba aparejada la llegada de la consiguiente riada de bulliciosos cowboys. Cada año, la ciudad se esforzaba en dispensarles el mejor recibimiento posible. Antes de finalizar el invierno se enviaban folletos a Texas en los que se informaba de las cifras del año anterior y de las previsiones del siguiente, recordando las muchas diversiones y servicios que se prestaban en Dodge. Las primeras manadas aparecían en las afueras de la ciudad a finales de abril y desde entonces hasta comienzos de septiembre ya no dejaban de afluir, con una punta en mayo. Durante estos meses, 2.000 o 3.000 cowboys, con los bolsillos repletos, duplicaban la población de la bulliciosa ciudad.

No obstante, el simple hecho de tratarse de una ciudad ganadera le acarreó mala prensa en todo el país, que se solía referir a ella con los epítetos de “Beoda Babilonia de las Llanuras” o “Gomorra de las praderas”. Se decía que en ella el licor corría tanto como el agua, la música atronaba desde el anochecer a la madrugada y las disputas se solucionaban sobre la marcha, generalmente mediante unas balas. Gran parte de todo esto era fama infundada. Los bares, por ejemplo, nunca pasaron de 19, cifra nada desdeñable, pero no muy distinta en proporción a la de otras ciudades de la misma época y del mismo contexto. Baste decir que en aquellas años en que pulularon por Dodge City personajes tan legendarios como Wyatt Earp, Bat Masterson, Bill Tilghman, Clay Allison, Luke Short, “Mysterious” Dave Mather, Doc Holliday y docenas más, las peleas se dirimían por lo común con los puños, no con los revólveres, y raramente eran mortales. Las historias más menos fundadas sobre el clima de violencia de la ciudad fueron muchas. Se dijo que el primer año de la riada de cowboys murieron en sus calles 25 personas, aunque las estimaciones más fiables luego rebajaron esa cifra a 14. Se aseguró que el marshal Billy Books mató a 15 hombres en treinta días, pero también que ese mismo agente de la ley en cierta ocasión salvó su vida escondiéndose tras una cuba de vino para huir de la ira asesina del cazador de búfalos, Kirk Jordan.

En 1875, el pistolero y agente de la ley Bill Tilghman, un reconocido e inveterado abstemio, abrió un saloon en la ciudad. Tres años después, aceptó el ofrecimiento de su amigo, el pistolero Bat Masterson, por entonces sheriff del condado, y se convirtió en su ayudante, mientras Ed, hermano de Masterson, se convertía en marshal de la ciudad, aunque pronto fue asesinado. Le sustituyó Charles Bassett, que pronto contrató como ayudante a Wyatt Earp. Bassett fue sustituido a finales de 1879 por Jim, el tercer hermano Masterson, que ejerció puestos de responsabilidad en Dodge City, y que sería reemplazado en abril de 1881.

En febrero de 1883, el jugador y pistolero Luke Short se mudó a Dodge City y compró el célebre saloon Long Branch, que regentó junto a su socio W. H. Harris, que pronto sería derrotado en su candidatura al puesto de alcalde por Larry Deger, protegido del editor del Dodge City Times, Nicholas B. Klaine. Nada más tomar posesión, Deger promulgó una ordenanza que prohibía la prostitución en la ciudad. Dos días después, un policía local arrestó a una de las cantantes del local de Luke Short, acusada de no cumplir con la nueva ordenanza. Esa misma noche, Short y el funcionario municipal L. C. Hartman intercambiaron disparos en la calle. Short fue arrestado y obligado a dejar la ciudad, pero el pistolero pidió ayuda a sus muchos amigos (entre ellos, Wyatt Earp, Bat Masterson, Charles Bassett, Doc Holliday y otros conocidos pistoleros), que formaron lo que se dio en llamar “Comisión de Paz”. Afortunadamente, no se llegó a producir el enfrentamiento armado entre ambas facciones. En noviembre de 1883, Short y Harris vendieron el Long Branch y se trasladaron a Fort Worth, Texas.

No obstante, los habitantes de Dodge, por regla general, sobrellevaban la violencia y ciertos excesos mucho mejor que los de otras ciudades del entorno, pues muchos eran, a su vez, aventureros y hombres duros, acostumbrados a las armas. Con todo, por el día, Dodge era tan tranquila como cualquier ciudad provinciana. Casi todos los vecinos estables practicaban con fe religiosa el “vive y deja vivir”. Además, los ingresos municipales por tasas e impuestos pronto permitieron muchas mejoras en la ciudad, como una nueva escuela alojada en un edifico de ladrillos de dos plantas. De igual modo, en 1880, se erigió una iglesia sufragada con las donaciones voluntarias de los muchos pecadores de la comunidad. No era cuestión, pues, de acabar con el negocio.

Por encima de todo, Dodge fue el paraíso de los jugadores, pese a que, paradójicamente, los juegos de azar estaban teóricamente prohibidos. En la práctica, los jugadores pagaban por adelantado la correspondiente multa a modo de tasa para poder ejercer así libremente su lucrativo, pero a la vez, peligroso negocio. Se cuenta que un cowboy, airado por haber perdido todo su dinero en un tapete, se dirigió al marshal reclamando al sentirse estafado; inmediatamente, el agente le detuvo acusándole cínicamente de participar en actividades ilícitas. Pero no solo se jugaba abiertamente, sino que hasta se organizaban concursos y competiciones, como la que en 1885 estableció que el mejor jugador de Dodge City era el célebre pistolero Bat Masterson.

Sin embargo, los días de Dodge City como próspera ciudad ganadera, al igual que los vividos como centro del negocio de los búfalos, estaban contados. El declive comenzó a notarse en 1881, coincidiendo con el inicio de un periodo de fuerte sequía y consecuente depresión económica en todo el país, que provocaría un descenso del comercio ganadero y un aumento del número de granjeros, que comenzaron a ocupar, labrar y vallar los campos circunstancialmente vacíos de reses tejanas. Cuando los rancheros tejanos reanudaron el envío de manadas en 1884, se encontraron con muchas nuevas dificultades en el camino, incluidas las alambradas y la fuerte y activa resistencia al contagio de la fiebre de Texas. Finalmente, en 1885, presionada por los granjeros, la Asamblea de Kansas extendió la cuarentena a las reses tejanas hasta la frontera occidental del estado. Esto privó a Dodge de su modo de vida. Los negocios quebraron, los pastos y el resto de propiedades se vendieron a precios de saldo y el cowboy desapareció de escena. Pero, pese a todo, la ciudad sobrevivió, lo que la permitió convertirse en un icono del Salvaje Oeste y en un símbolo imperecedero del espíritu de la gente que lo domó.

Dodge City fue la última gran ciudad ganadera de Kansas. Su declive vino a significar también el de la época de las grandes expediciones ganaderas. Al cerrarse el acceso al Este por los embarcaderos ferroviarios de Kansas y a falta de que el ferrocarril llegase hasta la misma Texas, los ganaderos tejanos buscaron una alternativa. Pronto la encontraron en las inmensas planicies desiertas de las Grandes Praderas del norte. Inmediatamente, las sendas ganaderas se ampliaron hasta alcanzar las llanuras de Nebraska, Wyoming, Montana y las Dakotas, hacia donde se trasplantó un boyante negocio ganadero con centro neurálgico en las ciudades de Ogallala (Nebraska) y Cheyenne (Wyoming). De esa forma, del Oeste norteamericano basado en el búfalo se pasaría en un abrir y cerrar de ojos, casi inadvertidamente, al basado en el buey. Comenzó entonces una nueva página de la historia norteamericana, la de los grandes espacios abiertos, la de las grandes praderas del Norte.

MITOS Y LEYENDAS DE VIOLENCIA

Ya que las ciudades ganaderas crecieron con gran rapidez, en ellas la ley y el orden tardaron a menudo más tiempo en establecerse. Fue más habitual la justicia de los vigilantes, que en muchos casos se mantuvo aun cuando se contrataron servicios de policía cada vez más adecuados. Aunque algunos comités de vigilancia sirvieron al bien común con ecuanimidad y exitosamente en ausencia de jueces y funcionarios judiciales, más a menudo actuaban motivados por la intolerancia y las emociones básicas, cuando no por los intereses ilícitos.

No obstante, las peleas a tiro limpio no fueron tan frecuentes en la realidad histórica como lo fueron después en las películas. En varias de las ciudades ganaderas, las armas estaban prohibidas dentro de los límites de la ciudad, y en muchas otras existió algún otro tipo similar de control de armas. También a diferencia de las películas, los marshals raramente disparaban a los forajidos, especialmente en mitad de la calle mayor en duelos cara a cara. En realidad, la principal actividad policial en las ciudades ganaderas consistía en detener a los borrachos y llevárselos del lugar antes de que se hiriesen a sí mismos o a los demás. También desarmar a los que violaban el control de armas, intentar prevenir los duelos y vérselas con las violaciones de las ordenanzas referentes al juego y la prostitución.

Por su parte, los jueces de paz tenían, por lo común, una muy pobre formación en leyes, eran corruptos y dependían del cobro de impuestos y multas para ganarse la vida. Los mejores eran los que regían sus actos por el sentido común y la experiencia, pero podían resultar algo incoherentes, pues no se ajustaban a un estatuto conocido que regulase sus actuaciones. Solo los jueces federales tendían a tener la formación debida y a ajustarse a la ley escrita. Los jurados honestos eran difíciles de encontrar y la mayoría se basaba en sus relaciones personales.

La leyenda negra, proclive a la exageración, dibuja unos escabrosos retratos de la anarquía y la depravación aportadas por el cowboy a las ciudades ganaderas. Sin embargo, solo reflejan una de las facetas, la menos agradable, del personaje. Estos chicos, que en su gran mayoría apenas habían salido de la adolescencia, pasaban en las travesías varios meses lejos de la civilización. Día tras día, tenían que respirar el polvo del camino; empaparse hasta los huesos con la lluvia; detener estampidas jugándose la vida a galope tendido por una pradera oscurecida plagada de madrigueras; cruzar a lomos del caballo ríos, guiando a una manada de aterrorizados bueyes semisalvajes; soportar tremendas tormentas eléctricas y contumaces sequías, y, sin importar su cansancio o su hastío, hacer cada noche una guardia sin parar de dar vueltas alrededor de la manada, sujetándose a duras penas, somnoliento, sobre el caballo. . . Por eso, a nadie debería sorprender que cuando aquellos muchachos entregaban por fin la manada en destino y se encontraban con dinero fresco en el bolsillo, lo único que deseasen fuera correrse una juerga. Su diversión resultaba a veces peligrosa, pero, en realidad, era inofensiva y siempre acababa igual: con los jóvenes desplumados por una legión combinada de camareros desaprensivos, jugadores de ventaja y mujeres profesionalmente alegres. El tópico de su transformación en un sujeto agresivo, violento y salvaje, además de borracho, jugador y mujeriego, es justamente eso, un tópico, y, por tanto, en gran medida, falso. Muchos de ellos ni fumaban ni jugaban y los borrachos tampoco abundaban. Entre otras cosas, no hubieran podido sobrevivir mucho dado el nivel de exigencia física y mental de su dura tarea diaria. Además, según su código de honor, el hombre es siempre responsable de lo que hace y no cabía aducir merma alguna de facultades por hallarse bebido.

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Hubo sheriffs muy activos que se empeñaron, muchas veces a costa de su propia vida, en garantizar la paz y el cumplimiento de la ley en su ciudad. Hubo otros, sin embargo, que mantuvieron una actitud más contemplativa.

Quizás ahí radicaba precisamente el origen del mito: su altísimo sentido del honor. En las ciudades ganaderas en las que daba rienda a su ocio y a su hartazgo de tedio, muchas convenciones sociales le eran ajenas y las exigencias de la etiqueta urbana le llevaban a menudo a una encrucijada moral: su código le exigía afrontar su responsabilidad y salvar su honor, a menudo mancillado por la actitud incompresible para él de los habitantes de la ciudad.