Capítulo 12|
EL PUENTE
Samir descendió de su auto para estirar un poco las piernas y sacudirse un poco el adormecimiento que estaba sintiendo sobre sí. Había tratado de evitar todas las autopistas posibles, internándose por los caminos secundarios a todo lo largo de su viaje. Se había estacionado en una zona de descanso antes de entrar a la autopista que lo llevaría directamente a la frontera de Canadá. El camino había sido bastante cansado; no tanto por la enorme distancia desde Nueva York, sino por la constante presión que sentía sobre sí, por el temor de ser descubierto.
Las rutas alternas no estaban mal, pero tampoco estaban en óptimas condiciones. Había viajado por tantas carreteras, que había perdido la cuenta. Varias veces, se vio tentado a transitar por la autopista 80 ya que era mucho más rápida, pero el riesgo de ser encontrado sería altamente significativo. Al llegar a Tobyhanna, sintió que el alma se le salía del cuerpo ya que no había otra opción que subir a la autopista 380. El mapa le indicó que más adelante podría bajar a la 435, un camino alterno, que finalmente se conectaba de nuevo con la 380.
Tuvo que dar varios giros porque ni el mapa ni el GPS estaban actualizados y eso lo puso nervioso. Optó por ir hacia el oeste, hacia Scranton y tomar la carretera hasta Binghamton, donde se desvió a la izquierda hasta Batavia.
Ya en este punto, Samir era un experto en perderse por los complicados caminos de esa región de Estados Unidos. Sin embargo, estaba feliz de estar vivo. Aunque los medios ya no le daban la importancia a la explosión en los estacionamientos de la ONU, era muy seguro que el FBI y la CIA continuaban buscándolos.
En Batavia tuvo que subir a la autopista hasta Bowmansville. De ahí se dirigió hacia Buffalo. Se detuvo para descansar en el Front Park. Deseaba poder estirar las piernas, así que se bajó del auto, cerciorándose de dejarlo bien asegurado. De pronto tuvo el nervioso sentimiento de haber perdido el frasco que contenía el suero. Buscó en cada una de sus bolsas, hasta que por fin lo palpó, volviendo a respirar tranquilo.
Tenía hambre. Vio el anuncio de un restaurante de hamburguesas. No era su alimento favorito, pero eso le llenaría el estómago hasta que pudiera encontrar un buen restaurante de comida mediterránea. Se dirigió a la calle Busti. Pidió una hamburguesa con papas fritas y un café grande. Se sentó en una de las mesas y trató de disfrutar su austera comida. El auto había quedado lejos y se alegró por la oportunidad de poder caminar lo suficiente como para descansar su trasero.
La televisión mostraba comerciales, pero estaba totalmente inaudible. Luego, apareció el locutor con las noticias de deportes, luego otra mujer joven siguió con el tiempo. Otro más, anunciaba noticias nacionales e internacionales. Vio un estacionamiento destruido, gente corriendo por doquier, camiones de bomberos llegando al siniestro, pero nada más. Samir agradeció que no hubiera ninguna fotografía de él o de su compañero. Por si las dudas, se levantó y empezó a caminar de regreso a su auto.
Había tenido que dormir en moteles de mala muerte, pero tal sacrificio había valido la pena. Su misión había llegado casi a su fin. La mañana aún era joven. Subió a su auto, pero no lo puso en marcha. Reclinó el asiento y cubrió su rostro con el saco. Se acomodó y se durmió de inmediato, a pesar del bullicio de toda la gente que estaba en el lugar. Pasaron alrededor de dos horas, cuando escuchó unos suaves golpes sobre el cristal de su ventanilla.
– ¿Se encuentra bien, señor?–dijo una mujer.
Samir se despertó.
–Sí, gracias. Creo que dormí de más–contestó.
La mujer se retiró del vehículo y Samir continuó su viaje. Iba a tomar la carretera 104 para pasar a Canadá por Rainbow Bridge, pero se dio cuenta que estaba a unos cuantos metros de Peace Bridge, así que decidió tomar esa ruta. El tráfico se hizo más y más lento. Tal vez había algún accidente más adelante. Poco a poco se acercaba a un edificio en medio del puente. Leyó en uno de los letreros al lado del camino: “Buffalo & Fort Erie Public Bridge”.
Años atrás solo habían estado tres banderas en ese lugar, pero ahora había un edificio. El tráfico se detuvo totalmente. Al ver a varios policías más adelante, quiso bajar de su vehículo, pero eso lo haría sospechoso. De todas maneras debía arriesgarse.
Nerviosamente, acarició el frasco con el suero. Tomó su teléfono móvil y decidió bajarse, mientras destapaba el frasco y lo dejaba caer discretamente en el río. Dos policías corrieron hacia él, gritándole algo en francés. Samir levantó sus brazos, mostrándoles la cámara de su celular a punto de ser usada. Los policías aminoraron su paso y le ordenaron regresar a su vehículo. Samir obedeció y los oficiales regresaron a su puesto.
Inmediatamente, tuvo que obligarse a calmarse con ejercicios de respiración, antes de llegar al lugar donde estaba el puesto de revisión en el puente. Estaba seguro que su cuerpo estaba transpirando más de lo normal y eso lo delataría. Vio que algunos policías se retiraban del lugar y el tráfico era mucho más fluido. Samir sacó su pasaporte, solo en caso de que se lo requirieran. El oficial se acercó a su ventanilla, apenas vio el pasaporte en las manos de Samir y con un marcado acento francés le espetó.
–No puede bajarse de su vehículo en ese lugar para tomar fotografías. Puede hacerlo en el área designada, un poco más adelante.
–Lo siento mucho, oficial.
– ¡Malditos británicos!–masculló entre dientes–. ¡Métase a su auto y avance!
Samir se dirigió a su vehículo para luego estacionarse en el espacio que el oficial le había indicado. Bajó una vez más y se recargó en el barandal, como muchos turistas lo habían hecho. Samir había cruzado la frontera y había cumplido su misión. Ahora buscaría algún contacto que le permitiera usar un avión privado para salir de Canadá y regresar a Londres, Francia o cualquier lugar de Europa. El suero había sido vertido y la afluencia de las aguas del Niágara haría el resto.
Después de meditarlo, decidió a hacer una llamada. Una vez que hubo colgado, Samir sonrió tristemente. No era algo de lo cual estuviera cien por ciento orgulloso; pero por lo menos, lo había hecho en bien de la propia humanidad. Samir y Daniel habían trabajado juntos en ese proyecto y lo único que esperaban, era que la ONU les hubiera dado su aprobación. No deseaban gloria o fortuna, ni siquiera reclamaban que sus nombres fueran pronunciados; pero los líderes mundiales se habían negado a escucharlos y tomarlos en cuenta. Pero también Samir había trabajado en su propio “plan B”, en caso de que el suero fuera rechazado por los altos dignatarios.
Samir deseó tener un sentimiento de odio hacia esa gente, pero sus padres lo habían educado a no guardar rencor contra nadie. Su familia había sido masacrada por un ataque de Hamas, dejando a Daniel y a él, como únicos sobrevivientes en ese barrio en Palestina. Con el tiempo, Samir descubrió que el grupo terrorista Hamas, era auspiciado y entrenado por el gobierno de Israel. Después de ese incidente, Samir sintió aversión contra la sangre judía, pero al ver a su inseparable amigo Daniel, supo que ni el pueblo de Israel, ni la gente de Palestina eran enemigos. Los políticos que tanto hacían hervir el orgullo en los corazones nacionalistas, charlaban, comían y bebían juntos, repartiéndose las ganancias del armamento usado en las guerras.
Samir guardó su celular en su bolsillo, cuando sintió el doble impacto mortal sobre su pecho. Miró hacia todas partes, tratando de descubrir a su verdugo. La vio sentada en el asiento trasero del último coche de la fila de autos, con el vidrio de su ventana polarizada, subiendo automáticamente. Aun pudo ver el rostro a la mujer, quitando el silenciador del rifle, descendiendo del auto, llevando el arma asesina entre su abrigo, tirándola rápidamente a las aguas. Era la mujer que lo había despertado en aquel lugar de descanso. De seguro no se había atrevido a dispararle allí, a causa de todas las personas que estaban presentes.
La mujer le sonreía al hombre del auto rojo, quien fingía tomarle fotografías. Los guardias volvieron a maldecir y gritar en francés. La mujer se excusó y subió rápido al auto. Samir caía sin vida, al fondo de las aguas heladas del Niágara, ante el asombro de los guardias. Algunos testigos gritaron horrorizados, por lo que seguramente, era uno más de los tantos suicidios que ocurrían en esos lugares. Al menos, eso dirían los guardias en su reporte.