Capítulo 23

Era la misma melodía extrañamente adormecedora que Flauta había interpretado en los muelles de Vardenais y fuera del castillo pandion de Cimmura.

—¿Qué está haciendo ahora? —susurró Talen a Sparhawk mientras permanecían agazapados tras la balaustrada del gran porche levantado delante del palacio del rey Obler.

—Está durmiendo a los centinelas —respondió Sparhawk, sin detenerse en dar más aclaraciones—. No nos harán caso cuando pasemos. —Sparhawk llevaba su cota de malla y una capa de viaje.

—¿Estáis seguro de ello? —inquirió dubitativamente Talen.

—He visto cómo daba resultado varias veces.

Flauta se irguió y comenzó a descender la amplia escalera que conducía al patio. Todavía con el instrumento en la mano, Flauta les hizo señas para que la siguieran.

—Vamos —indicó Sparhawk, levantándose.

—Sparhawk —le avisó Talen—, estáis a la vista.

—No pasa nada, Talen. No nos van a prestar ninguna atención.

—¿Queréis decir que no nos ven?

—Sí pueden vernos —le explicó Sephrenia—, al menos con los ojos, pero nuestra presencia carece de significado para ellos.

Sparhawk los condujo al patio en pos de Flauta.

Uno de los soldados thalesianos apostado al pie de los escalones apenas si les dedicó una ojeada con mirada apagada e indiferente.

—Esto me pone los nervios de punta —susurró Talen.

—No tienes por qué hablar en voz baja, Talen —le aseguró Sephrenia.

—¿Tampoco nos oyen?

—Nos oyen perfectamente, pero no registran nuestras voces.

—No os importaría que me preparara para echar a correr, ¿verdad?

—No es necesario.

—Aun así lo haré.

—Cálmate, Talen —recomendó Sephrenia—. Estás poniendo trabas al trabajo de Flauta.

Se dirigieron a los establos, ensillaron los caballos y los sacaron al patio al tiempo que Flauta continuaba tocando el caramillo. Después salieron por la puerta, delante de los impasibles centinelas del rey Obler y la patrulla del rey Wargun que vigilaba fuera del palacio.

—¿Por dónde vamos? —preguntó Kurik a su hijo.

—Por ese callejón que hay allá adelante.

—¿Está muy lejos ese sitio?

—Hay que atravesar media ciudad. A Meland no le gusta estar demasiado cerca de palacio porque estas calles están patrulladas.

—¿Meland?

—Nuestro anfitrión. Controla a los ladrones y mendigos aquí en Acie.

—¿Es de fiar?

—Por supuesto que no, Kurik. Es un ladrón. Pero no nos traicionará. He solicitado derecho de asilo de bandidos. Está obligado a acogernos y ocultarnos de cualquiera que nos busque. Si se hubiera negado, habría tenido que responder de ello ante Platime en el próximo consejo de ladrones en Chyrellos.

—Hay todo un mundo ante nosotros del que lo ignoramos todo —comentó Kurik a Sparhawk.

—Ya me había percatado de ello —respondió Sparhawk.

El chiquillo los guió por las sinuosas calles de Acie hasta un barrio pobre no muy alejado de las puertas de la ciudad.

—Quedaos aquí —les indicó al llegar a una sórdida taberna. Entró y volvió a salir al cabo de un momento con un hombre cuyo aspecto semejaba el de un hurón—. Él se ocupará de nuestros caballos.

—Tened cuidado con éste, compadre —le advirtió Sparhawk al entregarle las riendas de Faran—. Es juguetón. Faran, pórtate bien.

Faran sacudió las orejas con irritación y Sparhawk retiró la lanza de Aldreas de la falda de la silla.

Talen los llevó al interior de la taberna, iluminado por humeantes velas de sebo y ocupado por largas y rayadas mesas y destartalados bancos en los que se sentaban varios hombres de ruda apariencia. Ninguno de ellos dedicó especial atención a Sparhawk y sus amigos a pesar de la vivacidad de su mirada. Talen se encaminó a la escalera del fondo.

—Es arriba —les informó.

El gran ático al que daba la escalera le resultó curiosamente familiar a Sparhawk. Entre su escaso mobiliario se contaban jergones de paja en el suelo junto a las paredes, en distribución similar a los del sótano que utilizaba Platime allá en Cimmura.

Meland era un hombre delgado, con una terrible cicatriz en la mejilla izquierda. Estaba sentado delante de una mesa con una hoja de papel y un tintero y un montón de joyas al lado de su mano izquierda, de las que al parecer trazaba el inventario.

—Meland —anunció Talen, acercándose—, éstos son los amigos de quienes os he hablado.

—Creía que habías dicho que serían diez. —Meland tenía una voz gangosa y desagradable.

—Se han modificado los planes. Éste es Sparhawk, el responsable, por así decirlo.

Meland emitió un gruñido.

—¿Cuánto tiempo pensáis estar aquí? —preguntó sin ceremonias a Sparhawk.

—Si consigo encontrar un barco, sólo hasta mañana.

—No tendréis dificultades en encontrarlo. Hay navíos de toda Eosia occidental en el puerto, thalesianos, arcianos, elenios e incluso algunos de Cammoria.

—¿Están abiertas de noche las puertas de la ciudad?

—Por lo general no, pero, como hay ese ejército acampado afuera de las murallas, los soldados entran y salen y las puertas están abiertas. —Meland miró con desaprobación al caballero—. Si vais a bajar al puerto, será mejor que no llevéis esa malla… ni la espada. Talen dice que queréis pasar inadvertido y la gente de allí recordaría a alguien vestido de esa guisa. Hay algunas ropas colgadas en esos clavos de ahí. Buscad algo de vuestra talla. —El tono de Meland era brusco.

—¿Cuál es el mejor camino para ir al puerto?

—Salid por la puerta norte. Hay un camino de carros que conduce al agua y se bifurca del camino principal a la izquierda a un kilómetro de la ciudad.

—Gracias, compadre —dijo Sparhawk.

Meland volvió a gruñir y se sumió nuevamente en su tarea de catalogación.

—Kurik y yo iremos al puerto —comunicó Sparhawk a Sephrenia—. Será preferible que os quedéis aquí con los niños.

—Como queráis —respondió la mujer.

Sparhawk encontró un jubón algo andrajoso, el cual se vistió en sustitución de la cota de malla y, dejando la espada, volvió a ponerse la misma capa.

—¿Dónde está vuestra gente? —preguntaba Talen a Meland.

—Es de noche —repuso Meland—. Están afuera trabajando… o al menos eso deberían hacer.

Sparhawk y Kurik bajaron a la taberna.

—¿Queréis que vaya a buscar los caballos? —inquirió Kurik.

—No. Iremos a pie. La gente se fija más en los jinetes.

—De acuerdo.

Dejaron atrás la ciudad por el camino principal hasta el camino de carros indicado por Meland y luego caminaron hasta el puerto.

—Parece un lugar sórdido —señaló Sparhawk, mirando los establecimientos que bordeaban los muelles.

—Los puertos suelen serlo —afirmó Kurik—. Preguntemos. —Se dirigió a un viandante que tenía apariencia de marinero—. Buscamos un barco que vaya a Thalesia —anunció, volviendo a adoptar el acento que había utilizado en Venne—. Decidme, amigo, ¿podríais por ventura decirnos si hay por aquí una taberna donde se reúnen los capitanes de barco?

—Mirad en La Campana y el Ancla —respondió el marinero—. Está por allí a un par de calles…, justo al lado del agua.

—Gracias, amigo.

Sparhawk y Kurik se encaminaron hacia los largos muelles que se asomaban a las oscuras aguas cubiertas de desperdicios del golfo de Acie.

—Sparhawk —señaló Kurik, deteniéndose de repente—, ¿no os suena de algo ese barco que está al final del embarcadero?

—Esos mástiles me resultan algo familiares —convino Sparhawk—. Vayamos a observarlo de cerca.

—Es cammoriano —afirmó Kurik mientras se aproximaban.

—¿Cómo lo sabes?

—Por las jarcias y la inclinación de los mástiles.

—No pensarás… —Sparhawk se calló entonces, mirando incrédulamente el nombre del navío pintado en la proa—. Bueno, no cabe duda —dijo—. Éste es el barco del capitán Sorgi. ¿Qué está haciendo tan al norte?

—¿Por qué no lo buscamos y se lo preguntamos? Si se trata realmente de Sorgi y no de alguien que le compró el barco, él podría dar solución a nuestro problema.

—Con tal que vaya a navegar en la dirección que nos interesa. Vayamos a La Campana y el Ancla.

—¿Recordáis todos los detalles de la historia que le contasteis a Sorgi?

—Los suficientes para no delatarme, creo.

La Campana y el Ancla era una taberna limpia y tranquila, como correspondía a un lugar frecuentado por capitanes de navío, los cuales solían ofrecer un marcado contraste con los ruidosos locales a que acudían los marineros, con frecuencia pendencieros. Sparhawk y Kurik entraron y permanecieron unos instantes junto a la puerta, observando.

—Ahí —anunció Kurik, señalando un fornido individuo de pelo rizado y canoso que bebía con un grupo de hombres con aspecto de acaudalados en una mesa de un rincón—. Es Sorgi, seguro.

Sparhawk miró al hombre que los había trasladado de Madel, en Cammoria, a Cippria, en Rendor, y asintió en silencio.

—Caminemos por allí —propuso—. Sería mejor que nos viera él primero. —Atravesaron la sala, esforzándose por adoptar el ademán de quien mira en derredor sin perseguir nada en concreto.

—¡Vaya, que me quede ciego si ése no es maese Cluff! —exclamó Sorgi—. ¿Qué hacéis aquí en Deira? Pensaba que os quedaríais en Rendor hasta que todos esos primos se cansaran de buscaros.

—Hombre, me parece que es el capitán Sorgi —dijo con simulada sorpresa Sparhawk a Kurik.

—Sentaos con nosotros —invitó amistosamente Sorgi—. Traed a vuestro criado también.

—Sois muy amable, capitán —murmuró Sparhawk, tomando asiento junto a los marinos.

—¿Qué os ocurrió, amigo mío? —inquirió Sorgi.

Sparhawk puso cara de pesar.

—Los primos me siguieron el rastro de algún modo —respondió—. Tuve la suerte de ver a uno de ellos en una calle de Cimmura antes de que él me descubriera, y me marché de inmediato. He vagado de un sitio a otro desde entonces.

—Maese Cluff tiene un pequeño problema —informó riendo Sorgi a sus compañeros—. Cometió el error de cortejar a una heredera antes de verle la cara. La dama resultó ser extremadamente fea y él huyó despavorido.

—Bueno, tampoco estaba exactamente despavorido, capitán —objetó Sparhawk—. Sin embargo, confieso que tuve los pelos de punta durante cerca de una semana.

—El caso es que —prosiguió Sorgi, sonriendo— la dama tiene una multitud de primos que llevan meses persiguiendo al pobre maese Cluff y si lo atrapan lo llevarán a Cammoria y lo obligarán a casarse con ella.

—Me parece que antes me suicidaría —observó Sparhawk con voz pesarosa—. Pero ¿qué hacéis vos en estas tierras norteñas, capitán? Creía que hacíais el trayecto del estrecho de Arcium y el mar Interior.

—Me hallaba en el puerto de Zenga, en la costa sur de Cammoria —explicó Sorgi—, cuando se me presentó la ocasión de comprar un cargamento de satén y brocados. No hay demanda para esa clase de mercancía en Rendor, pues ya sabéis que todos llevan esas horribles túnicas negras. El mejor mercado para las telas cammorianas está en Thalesia, lo cual no parece avenirse con el clima, pero a las damas thalesianas les entusiasman los satenes y los brocados. Espero obtener espléndidas ganancias con la transacción.

Sparhawk sintió un acceso de júbilo.

—¿Vais a Thalesia pues? —inquirió—. ¿Tendríais espacio para unos cuantos pasajeros?

—¿Queréis ir a Thalesia, maese Cluff? —preguntó, algo sorprendido, Sorgi.

—Me da igual a donde vaya, capitán Sorgi —contestó Sparhawk con tono desesperado—. Tengo un grupo de primos siguiéndome los pasos a menos de dos días de camino. Si fuera a Thalesia, tal vez podría esconderme en las montañas.

—Yo iría con cuidado, amigo —le aconsejó uno de los capitanes—. Hay bandidos en las montañas de Thalesia… por no mencionar a los trolls.

—Puedo burlar a los asesinos, y los trolls no serán más feos que la dama en cuestión —repuso Sparhawk, simulando estremecerse—. ¿Qué decís, capitán Sorgi? —rogó—. ¿Volveréis a sacarme de apuros?

—¿El mismo precio? —inquirió astutamente Sorgi.

—Lo que pidáis —respondió Sparhawk con aparente desesperación.

—Trato hecho pues, maese Cluff. Mi barco está en la punta del tercer embarcadero contando desde aquí. Zarparemos hacia Emsat con la marea de la mañana.

—Allí estaré, capitán Sorgi —prometió Sparhawk—. Ahora, si nos excusáis, mi criado y yo debemos ir a preparar el equipaje. —Se puso en pie y tendió la mano al marino—. Me habéis salvado una vez más, capitán —manifestó con genuina gratitud. Después él y Kurik abandonaron la taberna.

Kurik fruncía el entrecejo cuando caminaban por la calle.

—¿No tenéis la sensación de que alguien está manipulando los acontecimientos? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—¿No es extraño que hayamos topado con Sorgi de nuevo…, el único hombre con quien podemos contar para sacarnos del atolladero? ¿Y no es aún más raro que se dirija precisamente a Thalesia…, al mismo sitio adonde queremos ir?

—Creo que te dejas llevar por imaginaciones, Kurik. Ya lo has oído. Es perfectamente lógico que se encuentre aquí.

—Pero ¿justo en el momento adecuado en que podíamos encontrarlo nosotros?

Ésa era una pregunta algo más perturbadora.

—Se lo comentaremos a Flauta cuando hayamos regresado a la ciudad —propuso.

—¿Creéis que podría ser ella la que mueve los hilos?

—En realidad no, pero ella es la única persona que conozco que sería capaz de preparar circunstancias como ésta…, aunque dudo que ni siquiera ella podría arreglar algo así.

Mas, una vez de vuelta al ático situado sobre la sórdida taberna no tuvieron ocasión de hablar con Flauta, puesto que frente a Meland se hallaba sentado un individuo de poblada barba, vestido con una anodina capa que les resultó conocido. Era Platime, que regateaba afanosamente con su anfitrión.

—Sparhawk —lo saludó a voz en grito el corpulento rufián.

Sparhawk lo observó un tanto asombrado.

—¿Qué hacéis aquí en Acie, Platime?

—Varias cosas en realidad —respondió Platime—. Meland y yo siempre comerciamos con joyas robadas. Él vende lo que yo robo en Cimmura y yo hago lo mismo con su botín. Como la gente suele reconocer sus propias pertenencias, es más seguro colocarlas en otra ciudad.

—Esta pieza no vale el precio que exigís, Platime —declaró sin miramientos Meland, asiendo un brazalete con piedras engastadas.

—Bien, hacedme una oferta —sugirió Platime.

—¿Otra coincidencia, Sparhawk? —preguntó suspicazmente Kurik.

—Ya lo veremos —replicó el caballero.

—El conde de Lenda se encuentra en Acie, Sparhawk —declaró Platime con aire grave—. Es el hombre más honesto del consejo real y está asistiendo a una especie de conferencia en palacio. Algo está tramándose y quiero saber de qué se trata. No me gustan las sorpresas.

—Yo puedo informaros de lo que sucede —manifestó Sparhawk.

—¿De veras? —Platime parecía algo sorprendido.

—Si el precio es correcto. —Sparhawk esbozó una sonrisa.

—¿Dinero?

—No, algo más valioso. Yo he estado presente en la conferencia de que habláis. Estaréis al corriente de la guerra que se libra en Arcium, ¿no es cierto?

—Naturalmente.

—¿Y no propagaréis la información que os voy a dar?

Platime hizo una señal a Meland para que se alejara de la mesa. Luego miró a Sparhawk y sonrió.

—Sólo me valdré de ella para los negocios, amigo mío.

No era aquélla una respuesta del todo tranquilizadora.

—Habéis profesado cierto grado de patriotismo en el pasado —apuntó cautelosamente Sparhawk.

—De vez en cuando me asaltan tales sentimientos —admitió a desgana Platime—. Siempre que no se interpongan con la obtención de honestas ganancias.

—Bien, necesito vuestra colaboración.

—¿Qué os proponéis? —preguntó con recelo Platime.

—Mis amigos y yo intentamos restaurar a la reina Ehlana en el trono.

—Hace tiempo que lo procuráis, Sparhawk, pero ¿realmente es capaz esa pálida muchacha de gobernar un reino?

—Creo que sí está capacitada, y yo la apoyaré en todo momento.

—Eso da algunas garantías. ¿Qué vais a hacer con el bastardo Lycheas?

—El rey Wargun quiere ahorcarlo.

—Por lo general no apruebo la horca, pero en el caso de Lycheas haría una excepción. ¿Creéis que podría llegar a hacer un trato con Ehlana?

—Yo no arriesgaría dinero apostando por ello.

—Valía la pena intentarlo —explicó, sonriendo, Platime—. Decidle sólo a mi reina que soy su más fiel servidor y ella y yo ya concretaremos más tarde los detalles.

—Sois un tunante, Platime.

—Nunca he pretendido ser lo contrario. Bien, Sparhawk, ¿qué es lo que precisáis? Cooperaré con vos… hasta cierto punto.

—Más que nada necesito información. ¿Conocéis a Kalten?

—¿Vuestro amigo? Por supuesto.

—Se encuentra en palacio en estos momentos. Ataviaos con algo que os dé una apariencia respetable, id allí y preguntad por él. Llegad a un acuerdo con él para transferirle información. Tengo entendido que disponéis de medios para enteraros de gran parte de lo que sucede en el mundo conocido.

—¿Os interesaría saber qué ocurre ahora mismo en el imperio Tamul?

—No. Por ahora ya tengo suficientes quebraderos de cabeza con lo que acontece en Eosia. Ya nos ocuparemos del continente daresiano en su momento.

—Sois ambicioso, amigo mío.

—No tanto. Por el momento sólo quiero restablecer a nuestra reina en su trono.

—Contribuiré a ello —aseguró Platime—. Cualquier cosa con tal de librarnos de Lycheas y Annias.

—En ese caso todos perseguimos el mismo fin. Hablad con Kalten. Él dispondrá los medios para que le paséis la información para después transferirla a otras personas.

—Me estáis convirtiendo en un espía, Sparhawk —observó Platime con voz quejumbrosa.

—Es una profesión tan honorable como la de ladrón.

—Lo sé. Lo que ignoro, no obstante, es si resulta igual de lucrativa. ¿Adónde iréis vos?

—Hemos de ir a Thalesia.

—¿Al propio reino de Wargun? ¿Después de que acabáis de escapar de su lado? Sparhawk, sois más valeroso o bien más estúpido de lo que os consideraba.

—¿Sabíais pues que nos habíamos escabullido de palacio?

—Talen me lo ha dicho. —Platime reflexionó un momento—. Supongo que desembarcaréis en Emsat, ¿no es así?

—Ésa es la intención de nuestro capitán.

—Talen, ven aquí —llamó Platime.

—¿Para qué? —replicó con descaro el chiquillo.

—¿Todavía no le habéis quitado esa mala costumbre, Sparhawk? —preguntó acremente Platime.

—Sólo era para recordar los viejos tiempos, Platime —dijo Talen con una sonrisa.

—Escucha con atención —indicó Platime al muchacho—. Cuando llegues a Emsat, busca a un hombre llamado Stragen. Él es el que organiza las cosas allí…, como lo hago yo en Cimmura y Meland aquí en Acie. Él estará en condiciones de suministrarte la ayuda que necesitéis.

—De acuerdo —convino Talen.

—Pensáis en todo, ¿no es cierto, Platime? —señaló Sparhawk.

—En mi oficio, uno no puede descuidarse o de lo contrario acaba mal.

Llegaron al puerto al día siguiente, poco después del alba, y tras cargar los caballos subieron a bordo.

—Veo que habéis tomado otro criado a vuestro servicio, maese Cluff —observó Sorgi al ver a Talen.

—Es el hijo menor de mi ayudante —respondió Sparhawk, haciendo honor a la verdad.

—Sólo para demostraros la amistad que os profeso, maese Cluff, no os cobraré una tarifa añadida por el chico. Y, ya que he mencionado el tema, ¿por qué no arreglamos las cuentas antes de zarpar?

Sparhawk se llevó la mano a la bolsa con un suspiro.

Tuvieron un buen viento en popa al abandonar el golfo de Acie y bordear el promontorio que se alzaba más al norte. Después se adentraron en el estrecho de Thalesia y perdieron la tierra de vista. Sparhawk se quedó en cubierta conversando con Sorgi.

—¿Cuánto calculáis que tardaremos en llegar a Emsat? —preguntó al marino de pelo rizado.

—Seguramente atracaremos mañana al mediodía —repuso Sorgi—, si se mantiene el viento. Arriaremos velas y echaremos anclas esta noche. No estoy tan familiarizado con estas aguas como con las del mar Interior y el estrecho de Arcium, de modo que prefiero no correr riesgos.

—Me agrada la prudencia en el capitán de un barco en el que navego —aprobó Sparhawk—. Oh, hablando de prudencia, ¿creéis que podríamos encontrar alguna cala apartada antes de llegar a Emsat? Las ciudades me ponen muy nervioso, no sé por qué.

Sorgi se echó a reír.

—Veis a esos primos por todas partes, ¿eh, maese Cluff? ¿Es por eso que vais armado? —Sorgi lanzó una significativa ojeada a la cota de malla y la espada de Sparhawk.

—En mis circunstancias, toda preocupación es buena.

—Os encontraremos una cala, maese Cluff. La costa de Thalesia es una larga ensenada apartada. Localizaremos una tranquila playa y os dejaremos en ella para que podáis escabulliros hacia el norte a visitar los trolls sin el inconveniente de que esos primos os anden pisando los talones.

—Os lo agradezco, capitán Sorgi.

—¡Eh, tú! —gritó Sorgi a uno de los marineros de la arboladura—. ¡Mira lo que haces! ¡Estás ahí arriba para trabajar, no para pensar en las musarañas!

Sparhawk caminó por la cubierta y se acodó en la barandilla, contemplando distraídamente las olas de intenso azul que refulgían bajo el sol. Los interrogantes planteados por Kurik le habían producido desasosiego. ¿Habían sido meras coincidencias los fortuitos encuentros con Sorgi y Platime? ¿Por qué habían de encontrarse ambos en Acie en el tiempo preciso en que Sparhawk y sus amigos habían logrado huir de palacio? Si Flauta podía modificar el tiempo, ¿era también capaz de extender su influencia a lugares extremadamente distantes para atraer a las personas que necesitaban en el momento oportuno? ¿Hasta dónde llegaba su poder?

Como si sus pensamientos la hubieran convocado, Flauta subió por la escalera de toldilla y miró en derredor. Sparhawk atravesó la cubierta y se acercó a ella.

—Tengo un par de preguntas que hacerte —le anunció.

—Ya me parecía.

—¿Has tenido algo que ver con la presencia de Platime y Sorgi en Acie?

—No personalmente.

—¿Pero sabías que estarían allí?

—Los tratos son más fluidos con las personas que ya nos conocen, Sparhawk. Formulé algunas peticiones y ciertos miembros de mi familia concretaron los detalles.

—Otra vez mencionas a tu familia. ¿Qué es exactamente…?

—¿Qué demonios es eso? —exclamó la niña, apuntando a estribor.

Sparhawk miró hacia donde señalaba y vio cómo, de la superficie encrespada, surgía una enorme cola plana que volvió a sumergirse levantando una gran nube de rocío.

—Una ballena, me parece —respondió.

—¿Se hacen tan grandes los peces?

—No creo que sea en realidad un pez…, al menos eso he oído.

—¡Está cantando! —señaló Flauta, batiendo palmas con alborozo.

—Yo no oigo nada.

—No estáis escuchando, Sparhawk. —La pequeña corrió hacia la popa y se asomó.

—¡Flauta! —gritó Sparhawk—. ¡Ten cuidado! —Se precipitó hacia la barandilla para sostenerla.

—Dejadme —lo conminó Flauta.

Entonces se llevó el caramillo a los labios, pero un repentino bandazo del barco lo hizo caer al mar.

—¡Oh, caramba! —exclamó. Luego hizo una mueca—. Oh, bueno, de todas maneras lo sabríais tarde o temprano.

Alzó la carita, y el sonido que brotó de su garganta fue el mismo que emitía aquella tosca flauta de pastor. Sparhawk estaba estupefacto. El instrumento no había sido más que un camuflaje. Lo que habían oído durante todo aquel tiempo había sido el sonido de la propia voz de Flauta. Su canción se elevaba sobre las olas.

La ballena volvió a emerger y se giró ligeramente de costado para fijar su enorme ojo en la niña. Flauta le dedicó su vibrante canto. La enorme criatura se acercó nadando y uno de los vigías gritó alarmado:

—¡Hay ballenas aquí, capitán Sorgi!

Una tras otra, fueron surgiendo más ballenas de las profundidades, como si respondieran a la canción de la niña. El barco se balanceó en la estela que habían dejado mientras los animales se congregaban en torno a la popa, proyectando al aire grandes surtidores por los orificios nasales de la cabeza.

Un marinero se acercó con ojos despavoridos asiendo un largo arpón.

—Oh, no seáis tonto —le dijo Flauta—. Sólo están jugando.

—Eh…, Flauta —propuso con voz temerosa Sparhawk—, ¿no crees que deberías decirles que se vayan a casa? —Mientras hablaba cayó en la cuenta de lo absurdo de su propuesta, pues las ballenas estaban ya en su casa.

—Pero me gusta verlas —protestó la pequeña—. Son hermosas.

—Sí, lo sé, pero las ballenas no son apropiadas como mascotas. En cuanto lleguemos a Thalesia te compraré un gatito. Por favor, Flauta, despídete de tus ballenas y hazlas marchar. Están entorpeciéndonos la marcha.

—Oh. —Su semblante reflejaba desilusión—. De acuerdo pues.

Volvió a elevar la voz con una peculiar nota de vibrante pesar. Las ballenas se apartaron y luego se oyó el choque de sus vastas aletas, que convirtieron en espumosos jirones la superficie del mar.

Sparhawk miró en torno a sí. Los marineros observaban boquiabiertos a la niña. Sería extremadamente difícil darles una explicación creíble en ese momento.

—¿Por qué no volvemos a la cabina y comemos? —sugirió.

—Está bien —convino Flauta. Entonces le tendió los brazos—. Podéis llevarme si queréis.

Dado que ésa era la manera más rápida de alejarla de las curiosas miradas de la tripulación de Sorgi, Sparhawk la levantó y se la llevó en brazos por la escalera de toldilla.

—De veras me gustaría que no os pusierais esto —dijo ella, rozando su cota de malla con una diminuta uña—. Huele muy mal.

—En mi oficio, es necesario. Es una protección, ¿comprendes?

—Existen otros modos de protegerse, Sparhawk, y no resultan tan ofensivos.

Al llegar a la cabina, hallaron a Sephrenia sentada con semblante pálido y consternado y una espada de ceremonia en el regazo. Kurik se encontraba a su lado con la mirada algo extraviada.

—Era sir Gared, Sparhawk —le informó en voz baja—. Ha atravesado la puerta como si no estuviera ahí y le ha entregado la espada a Sephrenia.

Sparhawk sintió una oleada de dolor, dado que Gared había sido amigo suyo. Después se enderezó con un suspiro. Si todo iba bien, aquélla sería la última espada que Sephrenia se vería obligada a acarrear.

—Flauta —inquirió—, ¿puedes ayudarla a conciliar el sueño?

La niña asintió con expresión grave.

Sparhawk tomó en brazos a Sephrenia, que parecía liviana como una pluma, la llevó a su litera y la tendió suavemente en ella. Flauta se acercó y comenzó a cantar una especie de nana. Sephrenia suspiró y cerró los ojos.

—Necesita descanso —señaló Sparhawk a Flauta—. Será un duro viaje a caballo hasta encontrar la cueva de Ghwerig. Mantenla dormida hasta que avistemos la costa de Thalesia.

—Por supuesto, querido.

Alcanzaron la costa thalesiana hacia mediodía del día siguiente y el capitán Sorgi puso el barco al pairo en una pequeña cala situada al oeste de la ciudad portuaria de Emsat.

—No tenéis idea de hasta qué punto aprecio vuestra ayuda, capitán —agradeció Sparhawk a Sorgi mientras él y los demás se disponían a desembarcar.

—Ha sido un placer, maese Cluff —contestó Sorgi—. Los solteros hemos de ser solidarios en estas cuestiones.

Sparhawk respondió con una sonrisa.

El reducido grupo hizo bajar los caballos por una larga pasarela hasta la playa y luego montaron, al tiempo que los marineros maniobraban con cuidado para sacar el barco de la cala.

—¿Queréis venir conmigo a Emsat? —preguntó Talen—. Yo he de ir a hablar con Stragen.

—Será mejor que no —repuso Sparhawk—. Wargun ha tenido tiempo de enviar un mensajero a Emsat, y yo soy una persona fácil de describir e identificar.

—Yo lo acompañaré —se ofreció Kurik—. De todas formas necesitaremos provisiones.

—De acuerdo. Retirémonos a la espesura y preparemos antes el campamento para la noche.

Tras instalarse en un pequeño claro del bosque, Kurik y Talen partieron alrededor de media tarde.

Sephrenia, sentada junto al fuego con semblante macilento y demacrado, sostenía entre los brazos la espada de sir Gared.

—Me temo que esto no será fácil para vos —advirtió pesarosamente Sparhawk—. Deberemos cabalgar aprisa si queremos llegar a la cueva antes de que Ghwerig selle la entrada. ¿Existe algún método mediante el cual podríais transferirme la espada de Gared?

—No, querido. No estabais presente en la sala del trono. Únicamente puede hacerse cargo de la espada de Gared uno de los que estaban allí cuando invocamos el hechizo.

—Lo sospechaba. Supongo que habré de preparar la cena.

Kurik y Talen regresaron sobre la medianoche.

—¿Algún contratiempo? —inquirió Sparhawk.

—Nada digno de mención —respondió Talen—. El nombre de Platime abre toda clase de puertas. Stragen nos ha prevenido de que la zona rural del norte de Emsat está infestada de bandidos. Nos proporcionará una escolta armada y caballos de reserva… Los caballos han sido idea mía.

—Podemos avanzar más rápido si reponemos los caballos cada hora aproximadamente —explicó Kurik—. Stragen también enviará provisiones junto con los hombres que nos acompañarán.

—¿Veis qué agradable es tener amigos, Sparhawk? —preguntó con descaro Talen, a lo cual hizo caso omiso Sparhawk.

—¿Vendrán aquí los hombres de Stragen? —inquirió.

—No —repuso Talen—. Nos reuniremos con ellos antes del amanecer en el camino que va en dirección norte a poco más de un kilómetro de Emsat. —Miró en derredor—. ¿Qué hay para cenar? Me muero de hambre.