Capítulo 18

—¿De veras era Azash? —preguntó asombrado Kalten.

—Era su voz —repuso Sephrenia.

—¿Habla realmente así? ¿Con silbidos?

—No totalmente. La boca del Buscador tergiversa el sonido.

—Infiero que ya habíais tenido algún encuentro con él —señaló Tynian, moviendo los espaldares de su pesada armadura.

—En una ocasión —respondió concisamente la estiria—, hace mucho tiempo. —Sparhawk tuvo la impresión de que no quería hablar de ello—. Ya podemos volver al montículo —añadió—. Tomemos lo que hemos venido a buscar y partamos antes de que el Buscador regrese con nuevos refuerzos.

Desandaron camino bajo un sol que ya calentaba el aire, pero Sparhawk sentía frío pese a ello. El encuentro con el dios mayor, aun con la interposición de un representante, le había helado la sangre e incluso parecía haber amortiguado el brillo del sol.

Al llegar al túmulo, Tynian tomó la cuerda y ascendió a la cabeza su empinada pendiente. Una vez más representó el mismo extraño diseño en el suelo.

—¿Estáis seguro de que no despertaréis a uno de los criados por equivocación? —le preguntó Kalten.

Tynian sacudió la cabeza.

—Lo llamaré por su nombre. —Dio inicio al encantamiento y lo concluyó juntando bruscamente las manos.

En un principio no hubo respuesta alguna, pero a los pocos minutos el rey fallecido siglos antes comenzó a brotar del túmulo. Su arcaica cota de mallas presentaba numerosas hendiduras de espada y hacha, el escudo aparecía abollado y su antigua espada estaba mellada. Era muy alto, pero no llevaba corona.

—¿Quién sois? —preguntó con voz cavernosa al espectro.

—Soy Tynian, majestad, un caballero alcione de Deira. El rey Sarak le asestó una severa mirada con sus hundidos ojos.

—Esto es impropio de vos, sir Tynian. Devolvedme de inmediato al lugar donde duermo o de lo contrario excitaréis mi ira.

—Os ruego que me perdonéis, majestad —se disculpó Tynian—. No habríamos turbado vuestro reposo de no mediar un asunto de extrema urgencia.

—Nada es tan urgente que preocupe a los muertos.

Sparhawk se adelantó unos pasos.

—Mi nombre es Sparhawk, alteza —se presentó.

—Un pandion, a juzgar por vuestra armadura.

—Así es, majestad. La reina de Elenia está gravemente enferma y sólo Bhelliom es capaz de restablecer su salud. Hemos venido a solicitaros permiso para utilizar esa joya para curarla. La devolveremos a vuestra sepultura en cuanto hayamos concluido nuestra tarea.

—Devolvedla o quedáosla, sir Sparhawk —respondió con indiferencia el fantasma—. Sin embargo, no es en mi tumba donde la hallaréis.

Sparhawk sintió como si le hubieran propinado un violento golpe en el estómago.

—Esa reina de Elenia, ¿qué dolencia tan grave tiene que sólo Bhelliom pueda sanarla? —Había un leve asomo de curiosidad en la voz del espectro.

—Fue envenenada, majestad, por aquellos que querían arrebatarle el trono.

El semblante de Sarak, completamente imperturbable hasta entonces, expresó una súbita indignación.

—Una auténtica felonía, sir Sparhawk —dijo con voz áspera—. ¿Conocéis a quienes la perpetraron?

—En efecto.

—¿Y les habéis dado castigo?

—Todavía no, majestad.

—¿Aún tienen la cabeza sobre los hombros? ¿Acaso los pandion han perdido carácter con el paso de los siglos?

—Pensamos que sería mejor devolver la salud a la reina, majestad, para que así tuviera ella el placer de pronunciar su sentencia.

Sarak pareció rumiar tal posibilidad.

—Es justo que así sea —sentenció al fin—. Muy bien, sir Sparhawk, os ayudaré. No desesperéis porque Bhelliom no se halle en el lugar donde yazgo, ya que yo os encaminaré al sitio donde reposa escondido. Cuando perecía en este campo, mi pariente, el conde de Heid, tomó mi corona y huyó para impedir que cayera en manos de mis enemigos. Gravemente herido, padeció un implacable acoso. Llegó a las orillas de este lago y allí murió, y me ha jurado en la morada de los muertos que con su último hálito arrojó la corona en las cenagosas aguas y que nuestros enemigos no la encontraron. Buscadla allí por lo tanto, en ese lago, pues sin duda es allí donde todavía se encuentra el Bhelliom.

—Gracias, majestad —replicó Sparhawk con profunda gratitud.

—Soy Ulath de Thalesia —declaró el corpulento genidio— y tengo un lejano parentesco con vos, mi rey. Es impropio que vuestra definitiva sepultura se halle en suelo extranjero. Si Dios me concede la fuerza para llevarlo a cabo, juro ante vos que con vuestro consentimiento llevaré vuestros huesos a nuestra patria para que reposen en el sepulcro real de Emsat.

Sarak observó al genidio de rubias trenzas con aire aprobador.

—Que así sea, pariente mío, pues en verdad mi sueño ha sido inquieto en este rudo lugar.

—Dormid aquí sólo por un tiempo más, mi rey, porque tan pronto haya concluido nuestra misión, regresaré para llevaros a casa. —Había lágrimas en los azules ojos de Ulath—. Dejad que repose, Tynian —indicó—. Su último viaje será largo.

Tynian dejó que el rey Sarak volviera a hundirse en la tierra.

—Decidido pues —afirmó ansiosamente Kalten—. Cabalguemos hacia el lago para nadar un rato.

—Es más fácil que cavar —aseguró Kurik—. Sólo habremos de preocuparnos por el Buscador y ese troll. Sir Ulath —inquirió, frunciendo el entrecejo—, si Ghwerig sabe exactamente dónde está Bhelliom, ¿por qué no lo ha recuperado en todos estos años?

—Según tengo entendido, Ghwerig no puede nadar —respondió Ulath—. Tiene el cuerpo demasiado deformado. Es probable que debamos pelear con él, no obstante. Nos atacará tan pronto como saquemos el Bhelliom.

Sparhawk dirigió la mirada a poniente, donde la luz del recién nacido sol resplandecía en las aguas del lago. La alta hierba que crecía cerca del montículo se agitaba al compás de la brisa matinal en verdes oleadas que morían en las proximidades del lago con las grisáceas juncias y plantas acuáticas que cubrían las turberas.

—Ya nos preocuparemos de Ghwerig cuando lo veamos —dijo.

Bajaron por la herbosa pendiente del montículo y montaron a caballo.

—Bhelliom no puede estar lejos de la orilla —opinó Ulath mientras cabalgaban hacia el lago—. Las coronas son de oro y ése es un material pesado. Un moribundo no podría lanzarla a mucha distancia. He buscado objetos sumergidos con anterioridad —agregó, rascándose la barbilla—. Hay que obrar metódicamente. De poco sirve andar de un lado a otro sin más.

—Cuando estemos allí, enseñadnos la manera de hacerlo —respondió Sparhawk.

—De acuerdo. Cabalguemos en dirección oeste hasta la ribera. Si el conde Heid estaba agonizando, ha de haber caminado en línea recta sin desviarse.

Siguieron cabalgando. El júbilo de Sparhawk se veía ensombrecido por cierta ansiedad. No había modo de saber cuánto tardaría el Buscador en regresar con una horda de hombres de mentes embotadas, y era consciente de que ellos no podrían explorar las profundidades del lago, con la armadura puesta, lo cual los dejaría indefensos. A ello había que añadir el hecho de que, tan pronto como el espíritu de Azash los divisara en las aguas, sabría sin lugar a dudas qué estaban haciendo, y lo mismo ocurriría con Ghwerig.

La ligera brisa continuaba soplando, impulsando las blancas nubes que surcaban el azul del cielo con majestuoso movimiento.

—Hay un bosque de cedros allá —anunció Kurik, señalando una mancha verde situada a unos trescientos metros—. Habremos de construir una balsa. Venid, Berit. Comenzaremos a talar troncos. —Condujo la reata de caballos de carga hacia la arboleda seguido del novicio.

Sparhawk y sus amigos llegaron al lago a media mañana y permanecieron parados unos instantes, contemplando el agua que rizaba la brisa.

—Esto va a dificultar mucho la búsqueda de algo en el fondo —observó Kalten, apuntando en dirección a las fangosas profundidades veladas por los sedimentos de turba.

—¿Algún atisbo del punto en que debió de llegar a la orilla el conde Heid? —preguntó Sparhawk a Ulath.

—La crónica del conde Ghasek contaba que después llegaron unos caballeros alciones y lo enterraron —repuso el genidio—. Dado que tenían poco tiempo, es probable que apenas trasladaran sus despojos del lugar donde falleció. Veamos si encontramos una sepultura.

—¿Después de quinientos años? —dijo con escepticismo Kalten—. Ya no quedarán marcas, Ulath.

—Me parece que os equivocáis, Kalten —disintió Tynian—. Los deiranos ponen un montón de piedras cuando entierran a alguien. Es posible que la tierra se allane sobre una tumba, pero las piedras son más duraderas.

—De acuerdo —concedió Sparhawk—, diseminémonos en busca de una señal.

Fue Talen quien halló la sepultura, un aplanado túmulo de piedras pardas medio cubiertas por el limo que habían acumulado siglos de marea alta. Tynian marcó su emplazamiento clavando en el fondo la lanza rematada con su estandarte.

—¿Nos ponemos manos a la obra? —propuso Kalten.

—Esperemos a Kurik y Berit —respondió Sparhawk—. El fondo del lago es demasiado cenagoso para vadearlo. Necesitaremos la balsa.

Media hora más tarde el escudero y el novicio llegaron con los animales de carga tirando de una docena de troncos de cedro.

Poco después de mediodía terminaron de unir los troncos con cuerdas. Los caballeros se habían despojado de sus armaduras y trabajaban en taparrabos, sudando bajo el caluroso sol.

—Os estáis quemando mucho —señaló Kalten al genidio de pálida piel.

—Siempre me ocurre lo mismo —repuso Ulath—. Los thalesianos no conseguimos broncearnos fácilmente. —Se enderezó tras acabar de atar el último nudo de la cuerda que unía el extremo de la balsa—. Bien, botémosla a ver si flota.

Impulsaron la rudimentaria embarcación por la fangosa playa hasta el agua.

—No me gustaría viajar por mar con este artefacto —confesó Ulath, mirando con ojo crítico la balsa—, pero bastará para cumplir el cometido actual. Berit, id a ese bosquecillo de sauces y cortad un par de troncos jóvenes.

El novicio regresó al cabo de unos minutos con un par de largas y enhiestas varas.

Ulath se encaminó a la tumba y tomó dos piedras algo más grandes que su puño. Las sopesó un par de veces, una en cada mano, y luego lanzó una a Sparhawk.

—¿Qué os parece? —preguntó—. ¿Tendrán el peso aproximado de una corona de oro?

—¿Cómo voy a saberlo? —replicó Sparhawk—. Nunca he llevado una corona.

—Imaginadlo, Sparhawk. El día está próximo a su ocaso y pronto harán aparición los mosquitos.

—De acuerdo. Probablemente éste es el peso de una corona, con una margen de error de unos cientos de gramos.

—Eso es lo que pensaba. Bien, Berit, coged las varas y adentraos en el lago con la balsa. Vamos a marcar el área que queremos explorar.

Berit pareció algo desconcertado, pero hizo lo que le indicaban.

—Ya estáis bastante alejado, Berit —avisó Ulath al novicio y, alzando una de las piedras, la arrojó hacia la inestable embarcación—. ¡Marcad ese punto! —gritó.

Berit se enjugó las salpicaduras de agua que había levantado la piedra al caer.

—Sí, sir Ulath —asintió, dirigiendo la balsa hacia los círculos concéntricos que se agitaban en la superficie.

Después hundió uno de los troncos de sauce en el cenagoso fondo.

—Ahora moveos hacia la izquierda —indicó Ulath—. Tiraré la piedra más lejos.

—¿A vuestra izquierda o a la mía, sir Ulath? —inquirió Berit.

—Como os plazca. Lo único que quiero es no daros en la cabeza. —Ulath hacía saltar la piedra de una mano a otra, observando con ojos entornados las pardas aguas del lago.

Cuando Berit hubo apartado la balsa, Ulath arrojó la piedra con un tremendo impulso.

—¡Dios! —exclamó Kalten—. Ningún moribundo podría lanzar algo a esa distancia.

—Eso era lo que me proponía —explicó con humildad Ulath—. Ése es el límite definitivo del área donde buscaremos. ¡Berit! —tronó—, señalad ese punto y luego sumergíos. He de saber qué profundidad tiene y con qué tipo de fondo deberemos trabajar.

Berit titubeó después de marcar el lugar donde se había hundido la segunda piedra.

—¿Querréis pedirle a lady Sephrenia que se gire de espaldas? —solicitó con tono lastimero y un súbito rubor en el rostro.

—Si alguien osa reírse, pasará el resto de sus días convertido en sapo —amenazó Sephrenia, volviéndose resueltamente al tiempo que hacía girarse también a la curiosa Flauta.

Berit se desnudó y se zambulló como una nutria para volver a la superficie al cabo de un minuto. Sparhawk cayó entonces en la cuenta de que todos habían contenido el aliento mientras el ágil novicio había permanecido sumergido. Berit exhaló el aire ruidosamente.

—Tiene unos dos metros y medio de profundidad, sir Ulath —informó, agarrándose al borde de la balsa—, pero el fondo tiene fango… de un grosor de unos sesenta centímetros como mínimo… y mucha suciedad. El agua está tan marrón que casi no se ve nada.

—Era lo que me temía —murmuró Ulath.

—¿Cómo está el agua? —preguntó Kalten.

—Muy fría. —A Berit le castañeteaban los dientes.

—También me lo temía —comentó sombríamente Kalten.

—Bien, caballeros —decidió Ulath—, es hora de remojarse.

Pasaron el resto de la tarde dedicados a la desagradable tarea de bucear en las cenagosas y frías aguas.

—No queráis palpar el fondo con las manos —aconsejó Ulath—. Sondeadlo con los pies.

No encontraron nada. Cuando el sol se ponía, estaban todos exhaustos y pálidos de frío.

—Hemos de tomar una decisión —advirtió seriamente Sparhawk después de haberse secado y vestido con túnicas y cotas de malla—. ¿Cuánto tiempo podemos quedarnos aquí sin incurrir en peligro? El Buscador sabe casi con exactitud dónde nos hallamos y su olfato lo conducirá directamente hasta nosotros. En cuanto nos vea en el lago, Azash sabrá dónde está Bhelliom y ésa es una información que no podemos permitirnos revelarle.

—Tenéis razón, Sparhawk —acordó Sephrenia—. El Buscador tardará un tiempo en reunir sus fuerzas y traerlas hasta aquí, pero creo que deberíamos establecer un límite temporal a nuestra estancia en este lugar.

—¡Pero estamos tan cerca…! —objetó Kalten.

—De nada nos servirá encontrar Bhelliom para dejar que caiga en manos de Azash —observó la estiria—. Si partimos, alejaremos al Buscador del lago. Ahora sabemos dónde está Bhelliom y siempre podemos regresar en condiciones más aconsejables.

—¿Mañana al mediodía? —sugirió Sparhawk.

—Me parece bien.

—De acuerdo pues —zanjó Sparhawk—. A mediodía nos pondremos en marcha y volveremos a Venne. Tengo la impresión de que el Buscador no hará entrar a sus hombres en una ciudad, pues su aspecto despertaría muchas sospechas.

—Un bote —dijo Ulath, con la cara enrojecida a la luz del fuego.

—¿Dónde? —preguntó Kalten, escrutando el lago envuelto en sombras.

—No. Lo que quería proponer es cabalgar hasta Venne y alquilar un bote. El Buscador nos seguirá el rastro hasta allí, pero no podrá percibir nuestro olor sobre el agua, ¿no es así? Acampará fuera de Venne aguardando a que salgamos, pero nosotros ya habremos regresado aquí y podremos buscar tranquilamente el Bhelliom hasta dar con él.

—Es una buena idea, Sparhawk —apoyó Kalten.

—¿Está en lo cierto? —consultó Sparhawk a Sephrenia—. ¿No podrá el Buscador seguirnos el rastro navegando?

—Creo que no —repuso la mujer.

—Bien. En ese caso lo intentaremos.

Tomaron una magra cena y se acostaron.

Se levantaron al amanecer y, tras un desayuno rápido, llevaron la balsa hasta las marcas que indicaban hasta dónde habían explorado el día anterior y, una vez anclada, volvieron a zambullirse en las gélidas aguas para sondear sus cenagosas profundidades con los pies.

Era casi mediodía cuando Berit emergió a corta distancia del lugar donde Sparhawk chapaleaba en el fondo.

—Me parece que he encontrado algo —anunció el novicio, aspirando con fruición.

Entonces volvió a sumergirse cabeza abajo y, tras un largo minuto, salió de nuevo a la superficie. No era, sin embargo, una corona lo que llevaba en la mano, sino una calavera manchada de barro. Nadó hasta la balsa y la depositó en ella. Sparhawk miró la altura del sol y profirió un juramento. Luego siguió a Berit hacia la balsa.

—Ya basta —gritó a Kalten, que acababa de asomar la cabeza en el agua—. No podemos quedarnos más. Llama a los otros y regresemos a la orilla.

Ya en tierra, Ulath examinó con curiosidad la calavera.

—Parece extrañamente larga y estrecha —comentó.

—Eso se debe a que era un zemoquiano —observó Sephrenia.

—¿Se ahogó? —inquirió Berit.

Ulath rascó parte del fango y luego introdujo un dedo en un orificio de la sien izquierda.

—No con este agujero en la cabeza. —Se encaminó a la orilla del lago y lavó el fango acumulado en el transcurso de los siglos. Después volvió y agitó los huesos, produciendo un repiqueteo en su interior. El fornido thalesiano los depositó en las piedras apiladas de la tumba del conde de Heid, cogió una piedra y cascó la calavera con tanta facilidad como habría partido una nuez—. Lo sospechaba —dijo—. Alguien lo traspasó con una flecha, probablemente desde tierra. —Entregó la oxidada punta del proyectil a Tynian—. ¿La reconocéis?

—Es de forja deirana —dictaminó Tynian tras observarla.

—Según los datos reunidos por Ghasek —recordó Sparhawk—, los caballeros alcione de Deira pasaron por aquí y exterminaron a los zemoquianos que perseguían al conde de Heid. Es casi seguro que los zemoquianos vieron que el conde arrojó algo al lago, en cuyo caso hubieran ido a buscarlo, ¿no es cierto? Y al punto preciso donde cayó al agua. Ahora encontramos esta calavera con una flecha deirana. No hay que tener gran imaginación para reconstruir lo sucedido. Berit, ¿podéis señalar el sitio exacto donde habéis encontrado los huesos?

—Con un margen de error de unas decenas de centímetros, sir Sparhawk. Tomaba referencia en los objetos de la ribera. Estaba en línea recta desde ese tronco sumergido de ahí a unos diez metros de la orilla.

—Estupendo —comentó Sparhawk—. Los zemoquianos iban en pos de la corona y los alciones llegaron y los acribillaron con flechas desde tierra. Es posible que esa calavera se encontrara a unos pocos metros de Bhelliom.

—Ahora sabemos dónde está —zanjó Sephrenia—. Volveremos a buscarlo más adelante.

—Pero…

—Debemos partir de inmediato, Sparhawk, y sería demasiado peligroso tener Bhelliom en nuestro poder con el Buscador pisándonos los talones.

Sparhawk hubo de admitir de mala gana que no carecía de razón.

—De acuerdo pues —concedió con desencanto—, levantemos el campamento y vayámonos de aquí. Llevaremos cota de malla en lugar de armadura para no llamar tanto la atención. Ulath, impulsad la balsa hacia el interior del lago. Borraremos las huellas de nuestra estancia y cabalgaremos hacia Venne.

Media hora después emprendieron la marcha rumbo norte al galope. Como de costumbre, Berit cabalgaba a la zaga, atento para detectar señales de persecución.

Sparhawk estaba de humor melancólico. Se le antojaba que durante todas aquellas semanas había tratado de correr sobre arenas movedizas. Por más que se acercara al objeto que salvaría a su reina, siempre había algo que se interponía, obligándolo a apartarse de su meta. Comenzaron a asaltarlo sombrías aprensiones supersticiosas. Como elenio y caballero de la Iglesia, Sparhawk se hallaba en teoría sujeto a los dictados de la fe elenia y a su rígido rechazo de todo cuanto se encontrara relacionado, aunque fuera remotamente, con lo que la Iglesia denominaba «paganismo». Pero Sparhawk había permanecido mucho tiempo en el extranjero y visto demasiadas cosas como para aceptar como irrefutables los preceptos de su religión. Advirtió que, en muchos sentidos, se mantenía suspendido entre una fe sin tacha y un total escepticismo. En algún lugar había algo que trataba desesperadamente de mantenerlo alejado de Bhelliom y tenía la casi absoluta certeza de qué se trataba… Pero ¿por qué motivo profesaría Azash tan encarnizada enemistad a la reina de Elenia? Sparhawk se imaginó tristemente ejércitos e invasiones y se juró que, si Ehlana moría, arrasaría Zemoch hasta dejar a Azash sollozando entre sus ruinas sin ningún humano para rendirle adoración.

Llegaron a la ciudad de Venne a primera hora de la tarde del día siguiente y regresaron entre las oscuras calles a la posada que ya les era familiar.

—¿Por qué no compramos este establecimiento? —sugirió Kalten mientras desmontaban en el patio—. Ya casi siento como si hubiera vivido toda la vida aquí.

—Ve adentro y habla con el posadero —le indicó Sparhawk—. Kurik, vayamos al puerto a ver si encontramos un bote antes de que anochezca.

El caballero y su escudero salieron del patio y se encaminaron al lago por las adoquinadas callejas.

—Esta ciudad no resulta más bonita cuando se llega a conocerla —observó Kurik.

—No estamos aquí para observar el paisaje —gruñó Sparhawk.

—¿Qué os pasa, Sparhawk? —inquirió Kurik—. Lleváis una semana con un mal humor tremendo.

—El tiempo, Kurik —repuso Sparhawk con un suspiro—, el tiempo. A veces casi siento como si se me escapara de las manos. Estábamos a pocos metros de Bhelliom y hemos tenido que renunciar a tomarlo. Mi reina está muriéndose con cada día que transcurre y no paro de topar con obstáculos. Estoy comenzando a sentir un furioso deseo de enzarzarme en una pelea con alguien.

—No me miréis a mí.

Sparhawk esbozó una leve sonrisa.

—Creo que estáis a salvo, amigo mío —afirmó, poniendo afectuosamente una mano sobre el hombro de Kurik—. Detestaría una riña entre nosotros, aunque sólo fuera por la dificultad de apostar por el desenlace.

—Sí, claro —acordó Kurik. Entonces señaló con el dedo—. Por allí —dijo.

—¿Qué es lo que hay por allí?

—Esa taberna. Los patrones de barcos van allí.

—¿Cómo lo sabes?

—Acabo de ver entrar a uno. Como los botes suelen hacer agua, sus propietarios impermeabilizan las junturas con brea. Siempre que veáis un hombre con la túnica manchada de brea, podéis estar seguro de que de algún modo está relacionado con barcos.

—Eres una inconmensurable fuente de información en ocasiones, Kurik.

—He recorrido mundo durante bastante tiempo, Sparhawk, y si uno mantiene los ojos bien abiertos puede aprender mucho. Cuando estemos dentro, dejad que sea yo quien hable. El trato será más rápido. —Kurik adoptó de improviso un peculiar contoneo al caminar y abrió la puerta de la taberna con fuerza innecesaria—. Buenos días, paisanos —dijo con voz carrasposa—. ¿Por ventura hemos dado con un lugar donde acostumbran reunirse los hombres que trajinan en el agua?

—Habéis encontrado el sitio preciso, amigo —respondió el camarero.

—Dios sea loado —se congratuló Kurik—. Odio beber con hombres de tierra adentro. Sólo saben hablar del tiempo y de sus cosechas y, en cuanto uno ha dicho que está nublo y que los nabos van creciendo, ya se ha acabado la plática.

Los parroquianos rieron de buena gana.

—Disculpad la intromisión —se excusó el camarero—, pero parecéis tener el habla de los marinos de agua salada.

—Así es —contestó Kurik— y válgame Dios si no añoro el olor de la mar y la suave caricia de su espuma en las mejillas.

—Estáis muy lejos del agua salada, amigo —observó con una curiosa nota de respeto en la voz un hombre manchado de brea sentado en una mesa de un rincón.

Kurik lanzó un profundo suspiro.

—Perdí el barco, amigo —replicó—. Tomamos puerto en Apalia, de vuelta de Yosut, allá arriba en Thalesia, y salí a la ciudad y el ponche me jugó una mala pasada. Ese capitán no era de los que esperan a los rezagados y levó anclas y se fue con la pleamar, dejándome en tierra. Por buena fortuna me encontré a este hombre —dio familiarmente una palmada a Sparhawk en el hombro— y él me dio empleo. Dice que necesita alquilar un barco aquí en Venne y que precisaba alguien que conozca el manejo de los navíos para estar seguro de que no acabará en el fondo del lago.

—Y bien amigo —sondeó el marino de la esquina con mirada calculadora—, ¿cuánto estaría dispuesto a pagar vuestro patrón por alquilar un bote?

—Sólo sería un par de días —recordó Kurik—. ¿Qué os parece, capitán? —preguntó, dirigiéndose a Sparhawk—. ¿Causaría estragos en vuestra bolsa media corona?

—Podría permitírmelo —repuso Sparhawk, tratando de ocultar la sorpresa que le producía el cambio de modales de Kurik.

—¿Dos días decís? —caviló el hombre del rincón.

—Eso depende del viento y del tiempo, amigo, pero siempre es así en el agua, ¿no es cierto?

—Claro está. Podría ser que llegáramos a algún trato. Tengo un bote pesquero de buen tamaño y la pesca no ha sido buena últimamente. Podría alquilároslo y pasar un par de jornadas remendando las redes.

—¿Por qué no vamos al puerto y echamos una ojeada a ese barco? —propuso Kurik—. A lo mejor podría ser que cerráramos un acuerdo.

El individuo de túnica manchada de brea apuró su cerveza y se puso en pie.

—Vamos pues —accedió, encaminándose a la puerta.

—Kurik —advirtió quedamente Sparhawk con tono pesaroso—, no vuelvas a asaltarme con sorpresas de este tipo. Ya no tengo los nervios templados como antes.

—La variedad mantiene el interés en la vida, capitán. —Kurik dirigió una sonrisa a los pescadores antes de abandonar la taberna.

El bote tenía unos nueve metros de eslora y se hundía bastante en la superficie del agua.

—Parece que tiene un par de vías de agua —apuntó Kurik, señalando el agua que se acumulaba en el casco.

—Precisamente estábamos calafateándolo —se disculpó el pescador—. Choqué con un tronco sumergido y se abrió una juntura. Los hombres que trabajan para mí querían comer algo antes de acabar y achicarlo. —Dio una afectuosa palmada a la barandilla—. Es un buen barco —proclamó con modestia—. Responde bien al timón y es capaz de resistir cualquier temporal en este lago.

—¿Y lo tendréis arreglado para mañana?

—No tiene por qué haber problemas.

—¿Qué decís, capitán? —preguntó Kurik a Sparhawk.

—A mí me parece bien —respondió Sparhawk—, pero yo no soy un experto. Por eso os empleé a vos.

—De acuerdo entonces, lo probaremos, amigo —comunicó Kurik al pescador—. Volveremos mañana a la salida del sol y acabaremos de cerrar el trato. —Escupió en la mano y luego la estrechó al pescador—. Vamos, capitán —dijo Kurik a su amo—. Busquemos dónde nos den cama y cena. Mañana será un largo día. —Acto seguido, con el mismo contoneo, se alejó de la orilla del lago.

—¿Tendrás la amabilidad de explicarme toda esta escena? —inquirió Sparhawk cuando se hallaban a cierta distancia del propietario del bote.

—Es muy sencillo, Sparhawk —replicó Kurik—. Los hombres que navegan en los lagos profesan siempre un gran respeto por los marinos de agua salada y hacen cualquier cosa por granjearse su simpatía.

—Ya he reparado en ello, pero ¿cómo aprendiste a hablar de ese modo?

—Trabajé de marinero cuando tenía dieciséis años, ya os lo había contado.

—No que yo recuerde.

—Seguro que sí.

—Tal vez lo olvidé. ¿Qué fue lo que te impulsó a embarcarte?

—Aslade. —Kurik soltó una carcajada—. Ella tenía catorce años entonces y ya estaba convirtiéndose en toda una mujer. Tenía ese aire de chica casadera y, como yo no estaba preparado para dar el paso, me escapé. Fue la mayor equivocación que haya cometido nunca. Tomé empleo como marinero de cubierta en el cascarón con más vías de agua de toda la costa occidental de Eosia. Pasé seis meses achicando agua de la sentina. Cuando volví a tierra, me juré no volver a poner los pies en un barco. Aslade se puso muy contenta al verme, pero, claro, siempre fue una chica muy emotiva.

—¿Fue entonces cuando decidiste casarte con ella?

—Poco tiempo después. Cuando llegué a casa, me llevó al pajar de su padre y utilizó métodos bastante convincentes. Aslade puede ser muy persuasiva cuando se lo propone.

—¡Kurik! —Sparhawk estaba realmente estupefacto.

—No seáis niño, Sparhawk. Aslade es una mujer de campo y a la mayoría de las muchachas campesinas ya ha comenzado a crecerles la barriga cuando se casan. Es una forma un tanto directa de cortejar, pero tiene sus compensaciones.

—¿En un pajar?

Kurik esbozó una sonrisa.

—A veces uno tiene que improvisar, Sparhawk.