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Como cada noche, los aplausos subrayaron el final de la representación. El público salió satisfecho del teatrillo, comentando entre sí las incidencias de la sencilla trama, se agolpó en el mostrador de bebidas, para tomar un último trago.
Malcolm Cárter y sus compañeros de actuación regresaron a los camerinos. Esta vez la compañía del joven inglés era más amplia. Tal vez por ello, había arreglado los textos, sacando a varios personajes episódicos, lo cual daba más juego dramático a la obra, aunque no alterase sus líneas arguméntales, lógicamente.
—Bueno, de todos modos no puede negarse que sé dirigir a mis actores —bromeó Cárter al reunirse con Ed Kelly en el camerino que ambos compartían—. Killian y su hija parecen dos consumados actores, ¿no crees?
—Desde luego, no lo hacen mal —admitió burlón Ed. La gente ni puede imaginarse que sean en realidad un hacendado de Nuevo México y su hija recién puesta de largo.
—Pienso que ha sido mejor así. De quedarse en Albuquerque, la vida de ambos hubiera peligrado. Fue una buena idea la de Killian al aceptar venir con nosotros enrolados ambos en nuestra compañía. _
—No disimules, Mal —rió Ed—. Lo que tú querías era tener cerca a esa muchacha el mayor tiempo posible.
—Admito que Anne me atrae. Y que me siento feliz viéndola día tras día. Yo tampoco parezco caerle mal a ella, ¿verdad?
—No, no le caes mal, seguro —bostezó Ed—. Eres guapo, inteligente, valeroso... ¿Qué más puede pedir una chica?
—No te burles, Ed. Lo cierto es que, aunque pensé en ella, también lo hice en su padre. Puede que Zack Killian cometiera un hecho indigno en su vida. Pero no por ello merecía caer en manos de un ser tan abominable y feroz como ese Braddock. Y menos aún que Anne, casi una chiquilla aún, pudiera ser ultrajada por esa bestia... que es lo que ocurriría si Braddock pusiera sus manos encima de padre e hija.
—Claro. Estoy de acuerdo en todo eso. Pero tus sentimientos son trasparentes como el cristal, amigo mío —suspiró Kelly—. Estás enamorado de Anne Killian.
—Sí, me temo que es así... —convino Cárter parpadeando. Luego añadió, mirando con ironía a su amigo—: Igual que tú lo estás de Stella.
Ahora le tocó a Ed parpadear, sorprendido por el contragolpe. Sonrió al fin.
—¡Tocado! —admitió—. Me atrae esa chica, lo admito. Es valerosa, decidida... y muy independiente. Siempre me gustaron las mujeres así. Pero Stella, más que ninguna otra. ¿Cómo te diste cuenta?
—No hay que ser un lince para advertirlo. Como tú dices, los sentimientos son como el cristal, amigo mío.
—¿Crees que ella también se ha dado cuenta?
—No lo sé. Pero no es ninguna tonta. Ninguna mujer lo es en ese sentido, claro.
Los dos jóvenes terminaron de quitarse el maquillaje del rostro. Ed se contempló en el espejo del camerino, mientras se peinaba.
—Y de Bob Ford ni noticia —murmuró con voz ronca. No sabemos dónde andará ahora.
—Paciencia, Ed. No es tarea fácil dar con él. Un par de meses es poco tiempo para encontrar la pista de un tipo tan escurridizo como él...
En ese punto, golpearon la puerta. Ambos volvieron la cabeza.
—¡Adelante. Entro Zack Killian demudado, agitando un papel amarillo que ambos reconocieron sin dificultad. Era un telegrama de la Western Union.
—¿Ocurre algo, Zack? —preguntó Ed alarmado.
—Malas noticias, amigos míos —se lamentó Killian dejándose caer en un asiento—. Me acaban de entregar este telegrama. Ved lo que sucede...
Cárter tomó el despacho telegráfico. Lo leyó en silencio, arrugando el ceño. Sus ojos brillaron coléricos, encajó las mandíbulas tendiendo el telegrama a Ed. Sin hacer otro comentario que un gruñido sordo:
—¡Canallas! —jadeó.
Ed leyó:
« Lamento informarle reciente incendio su rancho, así como exterminado a balazos su ganado. Afirman haber visto a media docena de encapuchados asolando su propiedad de noche. Hago cuanto puedo por hallarlos. Lo siento.
Saludos,
Mark Slater
Sheriff de Albuquerque»
—Esto ha sido obra de Braddock, sin duda —murmuró Ed abatido—. Lo lamento de veras, Zack. Pero de haber estado ustedes allí para entonces, ahora estarían muertos los dos, sin duda alguna.
—Lo sé, Kelly —el hacendado metido a actor humedeció sus labios—. Pero me han dejado sin nada... Aunque tal vez sea mejor así. Lo mal adquirido, mal termina.
—Cálmese, Zack —le consoló Cárter—. Ya se arreglará todo. Sobre ruinas se puede levantar de nuevo una hacienda, si se tiene valor para ello.
—No creo tenerlo ya —se lamentó Killian abatido—. Todo lo hice por Anne... Quería dejarle algo que asegurase su futuro, Cárter.
—Su futuro... No se preocupe. Entre todos resolveremos eso —aseguró Malcolm, en tanto Ed le dirigía una mirada significativa.
Abandonaron el teatro, dirigiéndose al hotel donde se hospedaban. Anne parecía tan triste como su padre por lo sucedido en su hacienda. Cárter se puso a su lado para consolarla, en tanto que Ed se reunía con Stella.
—Vamos a tomar en esa cantina —dijo Ed parándose ante un local aún abierto e iluminado—. Yo invito, amigos.
Entraron todos, ocupando una mesa. El local estaba ya¡ casi vacío, y su dueño se disponía a cerrar. Pero atendió la petición de Ed, sirviéndole lo pedido. De repente, los ojos de Kelly se fijaron en un periódico reciente que aparecía sobre una mesa vecina. Lo tomó atraído por un recuadro publicitario bastante destacado:
¡POR VEZ PRIMERA,
VEAN AL HOMBRE QUE MATÓ A JESSE JAMES!
¡BOB FORD CUENTA SU HISTORIA!
Agitado, miró el origen de aquel periódico. Era el Flagstaff News, de la localidad del mismo nombre, en Arizona.
—¡Mirad esto! —clamó Ed, mostrando el periódico a los demás—. ¡Creo que he vuelto a encontrar a mi hombre!
Cárter tomó con rapidez el diario, leyendo el anuncio.
—Por fortuna, no es un periódico atrasado —comentó—. Ni tan siquiera un anuncio que haya caducado ya, Ed. Anuncia la presentación del teatro de Bob Ford en el Palladium de Flagstaff para dentro de diez días...
—Diez días... Suficientes para llegar hasta allí, Mal.
—Espera. Tengo una oferta de Winslow, en Arizona. Es una población bastante cercana a Flagstaff. Iba a contestar les negativamente, pero ante esto, cambia la cosa. Les telegrafiaré, aceptando su oferta. Y actuaremos en Winslow la semana próxima. Entonces podrás acercarte a Flagstaff... y resolver tus asuntos con ese hombre. ¿Qué te parece?
—Excelente —aprobó Ed con ojos brillantes de excitación.
—Ed... —Stella parecía preocupada. Puso su mano sobre el brazo de él—. ¿Por qué seguir torturándote con eso? Podrías vivir tranquilo, olvidar a Ford...
—No puedo, Stella. No puedo. Fue un juramento a un viejo amigo. Y lo cumpliré.
—Ed, podrán matarte a ti. Ford no es ningún novato en eso...
—Lo sé. Será un duelo entre ambos. Que gane el mejor.
—¿Y si yo te pidiera que dejaras eso, que lo olvidaras... aunque sólo fuese por mí? —musitó ella bajando su mano hasta ponerla sobre la rodilla de él, y luego desplazarla suave, lentamente, bajo la mesa, hasta una zona sensible de Ed, donde presionó dulce, incitantemente.
Sorprendido, Ed la miró. Los ojos de Stella brillaban de deseo, de seducción. Y sus dos dedos eran como una seda, jugueteando con su cuerpo tenso, repentinamente excitado.
—Stella, tú... —jadeó.
—Sí, Ed. Yo te amo. Te deseo intensamente... como he notado que tú me deseas y me amas a mí. Esas cosas siempre las nota una mujer. Olvida a ese hombre, seamos felices los dos desde este día... —y su mano ahora le acariciaba con más intensidad, voluptuosamente, sin que nadie lo advirtiera salvo él mismo.
Le costó dominarse, dominar sus sentimientos. Pudo más él en su afán de venganza, su promesa formal ante una tumba en Missouri...
—No. Stella. Lo siento. Esto deberá esperar. Volveré, aunque sólo sea por ti...
—¡Si vas a Flagstaff a matar a ese hombre, olvídate de mí, Ed Kelly! —clamó ella de repente, apartando su mano y poniéndose en pie de un salto. —¡Deberás elegir entre él o yo, eso es todo! ¡No soy de las que esperan a un hombre que antepone otros asuntos al amor que pueda sentir por mí!
Y ante el asombro de todos, abandonó la cantina rápidamente, dejando tras de sí las puertas oscilando violentamente.
* * *
Stacy Braddock rió entre dientes, mostrando el anuncio publicado en todos los diarios de Arizona a su interlocutor.
—Vendrá, amigo mío. Estoy seguro de que vendrá otra vez.
Bob Ford se estremeció, no demasiado seguro de sí mismo.
—¿Y si fallase todo? —sonrió Braddock—. Ese anuncio es como el cebo y el anzuelo para el pez que buscamos. Acudirá al reclamo sin vacilar. Te odia demasiado.
—¿Estás seguro de eso?
—Claro. Ed Kelly es un amigo de Jesse James. Yo también, pero él es distinto. Yo busco enriquecerme como sea. El, vengarse. Vengar a su amigo Jesse. Por eso fue a Albuquerque aquella noche. Por eso intentó matarte. ¿Es que no te das cuenta? He investigado por ahí. En todas partes preguntó por ti. Te busca como un sabueso.
—Tu idea no acaba de gustarme, Braddock—manifestó Bob.
—¿Por qué no? Cuando llegue a Flagstaff el día de tu actuación, estarán esperándole cuatro hombres, a sueldo mío. Y cuatro pagados por ti. Con nosotros dos, sumaremos diez. Ante una fuerza semejante, ni él ni sus amigos de ese teatrillo ambulante podrán hacer nada.
—Aquella noche acabaron con tres de tus hombres... —le recordó Bob.
Los ojos de Braddock brillaron furiosos, con un odio irracional.
—Maldita sea, no necesitas recordármelo —rezongó—. Nos pilló desprevenidos. Y ahora será él quien resultará sorprendido por la emboscada que le tendemos.
—¿Y tú qué ganas con eso? —dudó Ford, mirándole astutamente desde su barbilampiño rostro infantil de siempre.
—Sabía que lo preguntarías —rió Braddock—. He arrasado la propiedad de otro viejo amigo que perteneció a la banda de James, el viejo Zack Killian. Pero él se había largado ya de allí con su preciosa hija. He averiguado que va con Ed Kelly y con ese amigo suyo inglés, en esa compañía que se hace pasar por la tuya.
—Eso tampoco necesitas recordármelo—silabeó Ford irritado—. Estoy furioso por esa sucia jugarreta. Gracias a mi nombre, se forran a ganar, dinero...
—Pues ahora mataremos no dos, sino tres pájaros de un solo tiro. Y de paso, de tus competidores en esto del negocio teatral. Y lo haré pagar a Killian... y conseguiré a su hija, puesto que nadie podrá protegerles entonces. Ahí tienes lo que yo salgo ganando, Bob.
—Está bien. Adelante con tus planes, entonces. Y esperemos que realmente vengan a Flagstaff esa pandilla de comediantes de la lengua...
—Vendrán. Te aseguro que vendrán. El señuelo es demasiado bueno para que Ed Kelly deje escapar la ocasión. Y les estaremos esperando esta vez, bien dispuestos a acabar con todos ellos...