Capítulo 1
MATTIE Russell sostenía una humeante taza de té en la mano, sin poder creer la forma tan abrumadora en que se había comportado cuando se alejó corriendo de aquel indio tan guapo que la había sorprendido la noche anterior.
¿Por qué motivo habría aceptado que un extraño la reconfortara de una manera tan íntima? ¿Y en qué estaría pensando para lanzarse y besarlo como lo había hecho?
Estaba demasiado afligida para pensar con claridad. Ese había sido el problema.
Su trabajo le resultaba gratificante, pero a menudo salía con una sensación de soledad y vulnerabilidad. El sacrificio. La discreción. A veces conseguía sacar lo mejor de sí misma, como había ocurrido la noche anterior.
Mattie bebió un poco de té. Sí, ese había sido el problema la otra noche.
Bueno... eso y el hecho de que aquel hombre había sido maravilloso. Como un príncipe surgido de un oscuro y misterioso mundo de fantasía. Su príncipe en la noche.
El recuerdo de aquel beso y del calor que la recorrió al escuchar el sonido de su voz, la hacía estremecer incluso en ese momento. Se había sentido poderosamente atraída hacia él con la fuerza de las mareas que sacuden el océano.
¿Quién era aquel hombre? ¿Y qué estaba haciendo en lo que se suponía era el extremo más apartado de la Reserva de Smoke Valley?
El caso es que ella lo había visto antes de aquella noche. Estaba segura de que era el mismo hombre. Incluso había hablado con el jefe de policía encargado de la reserva Kolheek, Nathan Thunder, de la presencia de aquel hombre. Nathan le había contestado que lo investigaría, pero que no tenía nada que temer y ella había intentado quitárselo de la cabeza. No le resultó demasiado difícil ya que en las últimas semanas había tenido que enfrentarse a algunos problemas «más reales». Finalmente había resuelto sus problemas y ahí estaba otra vez, mirando por la ventana, preguntándose dónde estaría aquel hombre; buscándolo; el escurridizo extranjero.
El pequeño acre de tierra que rodeaba su posada lindaba con la reserva india. No tenía más que un breve paseo hasta el lago Smoke, que adoraba. Le encantaba que permaneciera inalterado porque aquel lugar era donde estaban sus raíces y eso la reconfortaba.
Ella y su hermana, Susan, habían pasado su infancia nadando en ese lago verano tras verano y patinando sobre la superficie helado en invierno. Muy rara vez se habían encontrado con algún indio nativo que viviera allí, ya que el área principal de la reserva estaba en el otro extremo del lago.
Mattie sabía que había una cabaña de cazadores cerca de allí. Tenía unos nueve años cuando ella y su hermana la descubrieron en una de sus excursiones. Apenas si era un pequeño cobertizo, pero las niñas no se aventuraron en su interior. Su padre las habría encerrado una semana entera si se hubiera enterado de que habían estado en la reserva, qué decir si hubieran entrado en la cabaña de alguien sin permiso.
¿Acaso podría estar el príncipe indio en la cabaña? Pero, ¿por qué habría de aislarse del resto de Kolheek que vivían en la reserva? Los indios estaban muy unidos y de esa unión y de su fuerte sentido de la comunidad sacaban su fuerza para vivir. Pero parecía que el extraño, su príncipe, era un solitario.
La curiosidad de Mattie volvió a removerse en su interior mientras hacía esas conjeturas y antes de darse cuenta se estaba dirigiendo hacia el patio trasero de la casa que la conducía a los bosques.
Mattie consideraba aquella zona montañosa rodeada de lagos el lugar más hermoso del mundo, todo serenidad. La seducían la tranquilidad de los olmos majestuosos y los robles. Y el lago de un azul-verdoso parecía respirar como si tuviera vida propia. De niña no consiguió acostumbrarse a estar lejos de aquel lugar cuando su padre le prohibió adentrarse en la reserva, y tampoco lo había conseguido al hacerse adulta.
Sin control sobre sí, se adentró por la senda del bosque. La tierra pertenecía a los Kolheek y ella debería respetarlo. Suspiró pero siguió adelante escuchando la llamada interna de aquella tierra.
Por muy profundo y romántico que pueda sonar no se trataba de una llamada esotérica. No, simplemente quería desvelar la identidad de su príncipe nocturno, el hombre que le había derretido el corazón con un beso.
Mattie se sentía empujada a volver hasta la orilla del lago, al lugar en el que se habían encontrado la noche anterior, igual que una abeja hacia una fragante flor.
Los pájaros cantaban en las ramas de los árboles y otras pequeñas criaturas se movían entre la maleza a su paso. Delgados rayos de sol se filtraban a través de las hojas, convirtiendo en oro todo lo que rozaban. Escuchó el correr del agua de uno de los pequeños manantiales que alimentaban el lago Smoke y sonrió. Había algo en aquel lago que le calmaba el alma.
Siguió el sendero adornado de zarzas que bordeaba el lago. Igual que siempre, dejó escapar un suspiro ante la vista. La exuberante vegetación enmarcaba a la perfección el agua y, antes de exhalar el aire por completo, un movimiento inesperado la hizo retroceder velozmente hacia los matorrales. A menos de cien metros de la orilla, vio a un hombre nadando. Aunque no podía verle la cara, sabía que era su príncipe.
La luz del sol lanzaba destellos sobre la espalda escultural. Con amplias brazadas se deslizaba por la superficie del lago sin apenas esfuerzo.
Pensó que debía estar congelado. Era cierto que hacía muy bueno para estar en octubre, pero el lago debía estar bastante frío después de muchos días otoñales bastante frescos y noches todavía más frías.
Sin embargo, pronto dejó de preocuparse, pero notó que el pulso se le embravecía en el pecho. Ciertamente era digno de contemplar. Mattie lo observaba mientras se alejaba a nado cada vez más, y se dio cuenta de que estaba sonriendo. Casi era una mueca. Los hombros se le relajaron y se sintió cálida y receptiva.
«¿Cálida y receptiva? Seamos realistas, Mattie».
Debería darle vergüenza. Ella no era así. Se estaba comportando como un vulgar voyeur. Era vergonzoso. Finalmente se rindió a la evidencia y una risa interior la invadió. Se llevó los dedos a los labios en un intento de contener la risa y al hacerlo recordó el beso que había compartido con el extraño. El pulso se le aceleró vertiginosamente.
«Tranquila, Mattie, tranquila».
Rio nerviosa. Por todos los santos, ¿qué demonios le estaba ocurriendo? A lo lejos, el hombre ya estaba saliendo del agua. Tenía unos hombros poderosos que dejaban adivinar unos músculos tensos por el ejercicio, los brazos balanceándose en los costados a cada paso. Un verdadero cuerpo de atleta.
La piel de un tono ocre relucía con las gotas que resbalaban por su cuerpo, reflejando la luz del sol. El pelo era como un río negro que le cruzaba la espalda. En ese momento, Mattie abrió los ojos desmesuradamente, asombrada al darse cuenta de que estaba... ¡completamente desnudo!
Le temblaron las rodillas cuando reparó en los adorables hoyuelos que se le formaban en la parte baja de la espalda, justo encima de aquel...
«Vete ahora mismo. Vuelve la cabeza. Ese hombre necesita intimidad».
Además, tenía un montón de cosas que hacer en casa. Dirigir una posada le llevaba mucho trabajo y tiempo. Debía irse, y empezar a hacer todas las tareas que la aguardaban. Y aun así, permaneció allí, mirando.
No podía retirar la vista de aquellos glúteos musculosos. No había un gramo de grasa en ese cuerpo y la parte trasera estaba tan bronceada como el resto del cuerpo.
Entonces el más endiablado pensamiento cruzó por su mente: aquel cuerpo debería exhibirse en un museo... donde los visitantes interesados pudieran tocar los fibrosos muslos, los abdominales tan marcados, la definición de aquel cuerpo...
Volvió a sonreír. Cambió de postura sin darse cuenta y de pronto se quedó quieta, el corazón latiéndole con fuerza, al ver que el hombre alzaba la cabeza, prestando atención, oteando la orilla. ¿Acaso la habría oído? ¿Tal vez intuyese la presencia de un intruso?
Mattie agradeció estar cubierta por la densa vegetación y se relajó cuando vio que el hombre volvía a zambullirse en el agua. Era una locura. Lo tenía tan claro como que se llamaba Mattie.
«Mattie Russell, no deberías estar aquí. Debería darte vergüenza, y estoy hablando en serio».
Pero a pesar de la reprimenda, lo único que hizo fue retirar una rama para poder tener mejor visibilidad. Sabía sin lugar a dudas que aquello la excitaba, sencillamente. No podía evitarlo a la vista de su exuberante príncipe.
«Eres despreciable, lo sabes, ¿verdad? No eres más que una mirona, y eso es atroz».
—No es tan malo —se defendió de sus propios pensamientos.
«Va contra la ley».
—Eso no es cierto. Está nadando, desnudo, en público, ahí, donde todo el mundo puede verlo.
«¿Todo el mundo? Está dentro de la reserva Kolheek, donde se supone que tú no puedes entrar».
Mattie apretó los labios. Su conciencia tenía razón. Estaba dentro de una propiedad privada. Pero, ¿cerró los ojos por ello? ¿Acaso se dio la vuelta para irse a casa? No, no lo había hecho. En lugar de eso le había gritado a su conciencia que la dejara en paz disfrutar de aquella maravillosa vista.
El sol se reflejó de nuevo en la poderosa espalda del hombre justo antes de que se zambullera bajo el agua. Mattie esperó durante lo que le pareció una eternidad. Pero empezó a impacientarse. Nadie podía aguantar tanto tiempo debajo del agua. Quizá se hubiera quedado enganchado con un tronco hundido. Tal vez se hubiera golpeado la cabeza y en ese momento estaría inconsciente en el fondo. Esperó un poco más, alrededor de unos diez latidos de su desbocado corazón. Entonces salió de su escondite para acercarse a la orilla.
El agua lamió la punta de sus zapatillas de lona. Oteó la superficie del lago, pero no veía ni rastro de burbujas. Una oleada de pánico la invadió mientras se preguntaba si debería lanzarse al agua o correr a casa a pedir ayuda.
De pronto, oyó a sus espaldas un sutil carraspeo masculino que la hizo girarse sobre sus talones. Se encontró con unos ojos negros como el onix, tal como los recordaba, y el corazón se le quedó trabado en la garganta. La aparición tan repentina la dejó perpleja y un montón de sentimientos distintos se agolparon en su interior. Tenía el estómago hecho un nudo por los nervios, pero a la vez la aliviaba comprobar que estaba sano y salvo... que ninguna de las múltiples desgracias que había imaginado mirando al lago había tenido lugar.
Pero era también deseo lo que se movía por sus venas al contemplar aquel cuerpo mojado... Inconscientemente se sintió agradecida aunque también decepcionada al ver que llevaba puestos unos pantalones cortos que ocultaban su masculinidad. Estaba claro que sus pensamientos eran un auténtico caos.
Señor, la avergonzaba tremendamente que la hubiera pillado observándole a hurtadillas, mirándolo escondida entre los arbustos como una vulgar...
Aunque... tal vez él no supiera que ella lo había estado observando. Tal vez pensara que simplemente...
Buen intento pero en vano. El brillo de diversión en los ojos negros como la noche de aquel hombre le decían que había sido descubierta con las manos en la masa. La única forma de salvar la situación era contraatacar con una ofensiva.
—Me has asustado —lo acusó ella, los brazos en jarras—. Pensé que te había ocurrido algo malo ahí dentro cuando no salías a tomar aire.
Conner enarcó las cejas oscuras. A Mattie le agradó darse cuenta de que su comentario le había pillado desprevenido. Aunque acto seguido, el hombre pareció recobrarse.
—Como ves... —comenzó él sin preocuparse de ocultar la diversión que aquella situación le causaba—, el protagonista del, veamos, espectáculo... —dijo guiñándole un ojo—, está bien.
«Es evidente que estás bien, pero que muy bien».
Mattie tuvo que morderse el labio para evitar sonreír. Debería darle vergüenza. Pero por alguna razón, no era así. En vez de ello, parecía como si su parte más traviesa estuviera luchando por salir y mostrarse.
—Sí, ya lo veo —murmuró finalmente.
Él tomó el cumplido tal como ella esperaba, y le sonrió, y fue como si el sol mismo ardiera en su interior, por primera vez en su vida. Tenía una sonrisa preciosa, deliciosa. Una sonrisa que podía volver loca a una mujer.
—Supongo que te debo una disculpa. Pero, ¿sabes una cosa? No deberías nadar como Dios te trajo al mundo, en un lugar donde todo el mundo puede verte —continuó Mattie.
—¿Todo el mundo? —preguntó él enarcando de nuevo las cejas.
—Está bien —accedió ella, consciente de que esa observación era la misma a la que se había enfrentado con su conciencia minutos antes—. Donde yo puedo verte —corrigió.
El hombre se rio y el sonido de su risa la hizo estremecer. Finalmente, ella acabó riendo también.
—Tomaré nota —dijo él finalmente.
—Mattie Russell —dijo ella, tendiéndole la mano.
En el momento en que deslizó su palma dentro de la mano de él se sintió agradablemente resguardada.
—Soy la dueña de una posada no muy lejos de aquí —continuó la joven, tratando de que la confusión de sentimientos no se le notara en la voz.
—¿La posada Libertad?
—¿Has oído hablar de ella? —preguntó Mattie, sorprendida.
—Yo crecí en la reserva. La posada lleva funcionando muchos años, ¿no es así? —preguntó él.
—Libertad ha sido siempre mi hogar —asintió ella—. Mis padres se conocieron cuando mi madre tenía treinta y tantos, y mi padre ya rozaba los cuarenta. Se casaron y compraron la posada. Mi hermana y yo nacimos aquí —sonrió—. Nos criamos correteando por estos parajes.
—¿Tus padres dirigen la posada todavía?
—No —respondió ella—. Están jubilados y viven en Florida —trató de olvidar los recuerdos del funeral que había cambiado las vidas de todos de una forma tan drástica.
—Entonces, ¿eres tú quien la dirige ahora con tu hermana?
Era una observación lógica e inocente. Mattie apretó los labios e inspiró profundamente.
—No, mi hermana murió hace cinco años.
—Lo siento.
Una mirada llena de comprensión se asentó en los ojos del hombre. Mattie temía que empezara a hacerle preguntas sobre Susan... preguntas que no estaba muy segura de poder contestar sin sentirse culpable y sin que los ojos se le llenaran de lágrimas. Lo mejor que podía hacer era cambiar de tema lo más rápidamente posible.
—¿Y cómo debería llamarte?
«Aparte de mi príncipe nocturno, claro».
—Discúlpame. Me llamo Conner Thunder.
Ella conocía a la familia Thunder. Eran miembros destacados de la Reserva de Smoke Valley y ella conocía a los primos de Conner, Grey y Nathan, y a su abuelo Joseph. Pero el nombre de Conner le resultaba más familiar de lo normal y no podía decir bien por qué.
Entonces le vino a la cabeza. Conner Thunder había sido mencionado en el periódico local cuando se ideó el Centro de la Comunidad Kolheek. Él y su empresa constructora habían tenido mala prensa al negarse a venir desde Boston para ayudar a la construcción del centro. Después hacía poco que había leído de nuevo algo relacionado con un trágico accidente que había ocurrido en una de las obras llevadas a cabo por la constructora. Un accidente que había llegado incluso a los tribunales. El periodista había tenido la audacia de sugerir que el destino pagaba así a Conner el haber rechazado la obra del centro. Y todo aquello le había dejado muy mal sabor de boca cuando lo leyó.
Mattie recordaba haber pensado que había sido una pena que el reportero escribiera algo tan despreciable sobre alguien, alguien que era incapaz de defenderse. Y aun así, también recordaba lo extraño que le había resultado que un miembro del clan Kolheek, una comunidad generalmente muy unida, se hubiera negado a ayudar a su gente.
Mattie sonrió a Conner Thunder y sin embargo tenía la sospecha de que todos esos pensamientos la habían hecho fruncir el ceño.
Conner se consideraba bastante sociable. En su trabajo tenía que relacionarse constantemente con todo tipo de gente. Se le daba bien reconocer la buena disposición de las personas. Podía leer los rostros, descifrar el lenguaje corporal, y había visto a Mattie Russell pasar por toda una gama de emociones distintas esa mañana.
Le había encantado ver cómo su blanca piel se teñía de rosa cuando la sorprendió. La joven había intentado ponerse a la defensiva, pero aquellos ojos azules habían flirteado con él y Conner lo sabía. Estaba claro que era una mujer muy vivaz. No le había costado nada relajarse y contarle cosas sobre su negocio familiar. Pero en ese preciso instante, se la veía preocupada por algo.
El interés que tenía en ella había aumentado desde su encuentro la noche anterior en ese mismo sitio. Verla sollozar le había partido el alma. Deseaba saber qué le habría podido causar semejante dolor, pero no se lo preguntó. Cuando se acercó a ella para reconfortarla, solo quería eso, reconfortarla, ofrecerle un hombro en el que llorar. El Gran Espíritu en las alturas sabía que aquella mujer le necesitaba, pero algo había barrido toda lógica fuera de su mente y había terminado besándola.
El beso que habían compartido lo había conmovido hasta los cimientos. Ella había estado en su mente toda la noche, incluso en sueños, lo cual había sido para él una bendición y también una maldición. La invasión en su mente, en sus sueños, había borrado la horrible pesadilla que lo perseguía. Pero a pesar de que un sueño enteramente carnal con ella le había hecho olvidar la pesadilla, había terminado despertando con el corazón sobresaltado y el cuerpo tenso aunque esta vez por otras razones: necesitaba respuestas.
Y ahora, en ese instante, le estaba respondiendo a algunas de las preguntas que se hacía sobre ella, como su nombre o dónde vivía. Se alegraba de que la oscuridad y la niebla que colgaba sobre el lago la noche anterior, no le hubieran jugado una mala pasada. Era tan maravillosa como recordaba. Era menuda y delgada aunque mostraba unas suaves y generosas curvas. La noche anterior, cuando trataba de calmarla, no debería haber reparado en la firmeza de sus senos pegados a su cuerpo, ni en la estrecha cintura ni en la exuberante curva de sus caderas. Pero lo había hecho.
—Nunca te he visto por el pueblo —comentó ella.
Conner volvió a tener la impresión de que estaba preocupada por algo. Desde el momento en que le había dicho su nombre, parecía haberse puesto tensa. Pensó que era algo muy curioso.
—He estado fuera mucho tiempo —contestó él, mirando hacia el lago—. Y nunca me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos el lago y la reserva.
La reserva estaba cerca del pueblo de Mountview, en el extremo suroeste del Parque Nacional de Green Mountain, en Vermont. Conner pensó que siempre había disfrutado mucho en aquel lugar y se preguntó qué podía haberlo tenido retenido fuera tanto tiempo.
—De hecho, he estado fuera varios años —continuó Conner, inquieto después de decirlo.
Mattie alzó una mano para colocarse un mechón de pelo detrás de la oreja. Ladeó la cabeza unos segundos, la mirada radiante y él pensó que algún travieso espíritu del bosque lo había golpeado dejándolo sin aliento.
—Entonces, apuesto a que tu abuelo se ha alegrado mucho de verte.
Conner pensó que con aquella sonrisa, Mattie Russell podía conquistar a cualquiera.
—¿Conoces a mi abuelo?
—Sí, lo conocí una vez —asintió ella.
—Todavía no lo he visto —confesó Conner.
—¿Y a qué esperas? —preguntó ella, evidentemente sorprendida.
—Por lo que sé, él todavía no sabe que estoy aquí.
—No te entiendo —contestó ella, cada vez más asombrada.
Conner inspiró profundamente intentando ganar tiempo para pensar en las palabras apropiadas, en lo que podía confesar.
—Para serte sincero, yo... bueno, estoy evitando a la gente —comenzó con un tono claramente dubitativo—. Mientras soluciono algunos asuntos —se humedeció los labios—. Este es el lugar perfecto para reflexionar.
La expresión de Mattie le dijo que ella entendía perfectamente de qué hablaba, de la serenidad que ofrecían las montañas de Nueva Inglaterra. Pero también se dio cuenta de que su contestación un tanto fría había azuzado la curiosidad de la chica. Se endureció un poco más para ver hasta dónde podía llegar.
—Es bueno reflexionar y pensar para solucionar los problemas —dijo ella, pillándolo totalmente por sorpresa.
Conner se relajó. Era evidente que ella podía notar que no tenía ganas de hablar del tema y que le parecía bien. Era una mujer perceptiva.
—No puedo alejarme de Boston durante mucho tiempo. Tengo un negocio que dirigir —dijo él—. Soy contratista —continuó, animado por el interés que había despertado en ella—. Me encanta trabajar con las manos. Empecé trabajando como carpintero...
Allí estaba, poniéndola al corriente de sus logros personales. Mattie Russell parecía invitarle a hablar.
—Sobre todo construyo casas, pero poco a poco he empezado a ocuparme de proyectos de mayor envergadura. Edificios de oficinas. Centros comerciales. Ese tipo de construcciones.
Los ojos de Mattie se iluminaron como si se le acabara de ocurrir una gran idea y Conner sintió que la sangre circulaba más rápido por sus venas. Debido a esta reacción física hacia ella, sus palabras quedaron reducidas a un susurro.
—¿Qué? —preguntó finalmente—. ¿Acaso he dicho algo divertido? —preguntó, incapaz de soportar por más tiempo aquella sonrisa.
—Oh, no —contestó ella sacudiendo la cabeza, y las puntas de su cabello parecieron acariciar sus mejillas—. Estaba pensando, eso es todo.
Conner ni siquiera se molestó en protestar, limitándose a inclinar un poco la cabeza y esperar a que ella le diera una explicación. Y no lo defraudó.
—Así es que eres...muy...mañoso. Sabes construir cosas —continuó ella.
No formuló sus pensamientos como una pregunta. Igual que a un médico se le hacen constantemente preguntas sobre asuntos profesionales, Conner estaba acostumbrado a que le pidieran algún tipo de consejo sobre carpintería. Pero Mattie Russell era demasiado educada para hacerlo sin recibir antes permiso. Conner sonrió.
—Parece que necesitas un carpintero.
—¡No sabes cuánto! —contestó con el rostro resplandeciente por la animación.
Conner no pudo evitar pensar lo deliciosa que era aquella mujer.
—Junto a la posada están las antiguas cocheras —continuó Mattie—, y llevo tiempo queriendo convertirlas en suite nupcial. Algo así como una cabaña para pasar la luna de miel. Eso les daría un poco más de intimidad a los recién casados que vinieran a la posada. Sería estupendo si pudieras venir por allí a echar un vistazo al edificio. Podrías decirme si crees que merece la pena reformarlo. Algo de consejo experto me vendría bien.
El primer impulso de Conner fue el de aprovechar la oportunidad para estar cerca de la vivaz y hermosa Mattie, pero la lógica lo frenó. Se había tomado unos días sabáticos para poder solucionar el misterio de los sueños que no dejaban de perseguirlo. El caso es que llevaba ya unas semanas en la reserva y aún no había avanzado nada en el asunto, no había tenido ninguna gran revelación. El aislamiento se estaba apoderando de él, y estaba cada vez más agitado, más tenso. ¿Acaso no había sido por aquella terrible frustración por lo que había salido en medio de la noche?
Quizá estaba concentrándose demasiado en sus problemas. Tal vez si tuviera algo más en lo que pensar, la respuesta que tanto estaba buscando llegaría por si sola. Lo único que ella le estaba pidiendo era que echara un vistazo a un cobertizo. ¿Qué podía suponerle a él? Nada en absoluto.
El silencio que sobrevino desde que ella le hiciera la sugerencia dejó el ambiente tenso. Mattie retrocedió unos pasos.
—Lo siento —dijo levantando las manos en gesto de disculpa—. He sido demasiado directa. Obviamente estás aquí porque necesitas intimidad. Lo último que necesitas es que alguien venga pidiéndote consejo profesional...
—Mattie —interrumpió él suavemente, saboreando su nombre—, no te disculpes. Simplemente me has pedido una opinión.
Ella lo miró y Conner se incendió.
—¿Estás libre el sábado por la tarde? —preguntó Mattie pasados unos segundos—. No tengo clientes este fin de semana. Podrías echarle un vistazo rápido, y después podríamos cenar. Me encantaría prepararte algo especial. Digamos que me gustaría compensarte...
Los ojos de Mattie volvieron a relucir con picardía y Conner pensó que eran ciertamente fascinantes.
—Digamos que querría expiar mis pecados, por decirlo de alguna manera —dijo ella finalmente.
Conner sabía que se refería al entretenimiento gratuito que le había ofrecido antes, mientras nadaba desnudo.
—Bueno, no sabía que eso era un pecado —dijo él.
Mattie se acaloró, roja hasta las orejas.
—Bueno, seguro que mi madre sí lo llamaría así —contestó ella.
Conner se rio y rápidamente ella se le unió.
—Entonces, ¿vendrás a cenar el sábado?
Conner miró aquel hermoso rostro. ¿Cómo podría negarse?