Capítulo 8
MATTIE no podía olvidar el sentimiento de culpabilidad que la perseguía mientras se dirigía a su coche. Conner estaba tan cerca de ella que podía percibir el calor que despedía su cuerpo. En realidad no le estaba mintiendo, tan solo le estaba ocultando parte de la verdad sobre su forma de vida, su labor con las mujeres, y se avergonzaba de ese comportamiento.
«Pronto llegará mañana. Brenda y Scotty estarán a salvo camino de Albuquerque. Tus razones para mantener silencio se habrán ido. Entonces podrás confesárselo todo a Conner, descargar tu alma de este sentimiento de culpabilidad».
Pero hasta entonces Mattie solo podía ofrecerle una cosa, algo que era muy importante para ella. Alzó la vista hacia el cielo cubierto de puntitos brillantes mientras reunía el valor para contarle la historia de su familia sin derrumbarse. Lo último que quería era ponerse a llorar.
—Cuando nos conocimos —comenzó lentamente—, me preguntaste por Susan. Mi hermana —se detuvo y girándose para mirar a Conner se apoyó en el coche—. Sé que te diste cuenta de que yo... bueno, de que cambié de tema, y creo que no lo hice de una forma muy elegante, además —dijo y rio sin alegría—. Me cuesta mucho hablar de Susan. Lo que le ocurrió me afectó tremendamente. A mí y a todos los que la queríamos.
Conner se dio cuenta rápidamente de que el pulso de Mattie se había acelerado muchísimo y extendiendo la mano le acarició el brazo.
—No tienes que contármelo si te disgusta tanto —le dijo con suavidad.
—Es que quiero hacerlo, para que me comprendas mejor. Quién soy y a lo que me dedico. Por qué hago las cosas que hago y a lo que estoy destinada.
Comprendiendo la enorme importancia de lo que estaba a punto de decirle, Conner retiró la mano y la metió en el bolsillo de sus pantalones negros.
Mattie pensó que estaba guapísimo con aquel jersey verde oscuro y el cuello de la camisa cuidadosamente colocado debajo. La prenda marcaba su pecho fuerte y sintió el deseo o la necesidad de apoyar allí su cabeza para que la reconfortara igual que había hecho la noche que se conocieron junto al lago.
—Susan era mi hermana mayor. Nos llevábamos cinco años. Yo la respetaba mucho —sonrió porque, a pesar del trágico final de su hermana, no podía evitar sonreír cuando recordaba su infancia en las montañas de Vermont—. Nuestros padres estaban muy ocupados haciendo que la posada prosperase y Susan y yo teníamos mucha libertad para ir donde quisiéramos. Creí morir cuando mi hermana se fue a la universidad. Boston me parecía una ciudad muy lejana y cuando venía a casa parecía muy cambiada. No tenía tiempo para pasear hasta el lago. Solo pensaba en fiestas y en chicos.
Mattie se abrazó a sí misma porque estaba llegando al punto donde aparecía el hombre al que todavía luchaba por no odiar.
—Jim era el capitán del equipo de fútbol —continuó—. Él disfrutaba de una beca de deportes para estar en la universidad. Era el chico que les gustaba a todas. Era guapo y divertido y Susan perdió la cabeza por él.
La brisa refrescaba las mejillas de Mattie, pero parecía estar ajena a ello.
—La familia de Jim era del norte, de Burlington. Su padre había hecho un próspero negocio organizando viajes de pesca desde el lago Cambplain hasta Canadá. Parecía lo más natural que cuando Susan y Jim se casaron se quedaran a vivir en Burlington, donde Jim trabajaba con su padre.
Mattie inspiró con dificultad, incapaz de ocultar el temblor. La historia se ponía mal.
—La primera vez que Susan vino a casa con magulladuras...
El horror de los recuerdos la hizo callar. Retiró la vista de Conner y se llevó los dedos a los labios. Hasta el silencio nocturno le parecía atronador. Pero se obligó a continuar.
—Jim la había pegado horriblemente —dijo Mattie con un hilo de voz—. Tenía cortes y rasguños por todo el cuerpo. Pero nos dijo que lo peor... era que no había sido esa la primera vez.
Mattie necesitó algo de apoyo y se abrazó con más fuerza. Era como estar viéndolo todo otra vez, como si el horrible mal trago le estuviera ocurriendo de nuevo. Otra vez las lágrimas de su hermana, el miedo de sus padres. Su propia impotencia para ayudar a Susan.
—Lo que más me sorprendió fue que volviera con él. Perdonó a aquel bastardo y volvió con él a Burlington. Con Jim. Muchas veces.
Un fino dolor la avisó de que se estaba mordiendo con fiereza el labio inferior, e inmediatamente después le empezó a temblar la barbilla.
—Él la mató, Conner —dijo, pero la voz se le rasgó como un papel—. Jim mató a Susan. Él la empujó y ella se golpeó la cabeza. Y no pudimos hacer nada para evitar la tragedia.
Los ojos negros de Conner brillaron llenos de compasión. Pensar que él podía sentir el mismo dolor que ella, que la acompañaba en el sentimiento, era realmente un consuelo. A continuación se sintió envuelta en sus fuertes brazos y sus manos le acariciaban la nuca.
—Oh, Mattie —recitó en voz baja—, mi Mattie. Ojalá el Gran Espíritu pueda consolarte.
La bendición la hizo sentir mejor apoyada en el hombro de Conner. Cerró los ojos y absorbió su aroma, su calor. Se acomodó en el consuelo que aquel cuerpo le brindaba.
—Debe haber sido una tortura para ti —continuó él, susurrándole al oído—. Y lo mismo para tus padres.
Mattie asintió. Estaba contenta de poder seguir con su historia desde aquella posición, hecha un ovillo contra la protección de Conner, cuyo abrazo no cedió ni un ápice.
—Papá y mamá no pudieron soportar seguir viviendo aquí, así es que se marcharon a Florida y me dejaron a mí al cargo de la posada. Les va bien y hacen lo que pueden para curar la herida —al decirlo, una lágrima resbaló por su mejilla—. Pero no podrán olvidarlo nunca. No pueden. Ninguno de nosotros podrá olvidarlo jamás.
—Mi amor... —Conner la retiró un poco de sí y la obligó a levantar el rostro. Siguió acariciándole la barbilla con ternura sin dejar de mirarla directamente a los ojos—. Nadie espera algo así de ti. Sería imposible.
—A...a veces desearía poder olvidar —admitió Mattie, en un momento de debilidad—. Desearía poder borrar el recuerdo de mi cerebro. Me duele tanto saber que mi hermana lo estaba pasando mal, que corría un terrible peligro, y no pude hacer absolutamente nada por ella.
Conner guardó silencio, pero había comprensión en su acto, en la suavidad de sus ojos profundos. El tiempo pareció detenerse. Mattie miró con detenimiento el hermoso rostro de Conner y se dio cuenta de que ya estaba más tranquila, un lujo que escaseaba en su vida.
—La noche que nos conocimos —continuó ella con una voz más fuerte—, era el aniversario de la muerte de Susan y estaba muy triste. Pero... tú me ayudaste aquella noche —sonrió—. Me ayudaste a superarlo y quiero darte las gracias.
La boca enormemente sensual de Conner dibujó una sonrisa.
—Me hace feliz oírlo. ¿Y qué pasó con él? Con el marido de tu hermana, quiero decir.
—Jim está en la cárcel. Cadena perpetua. No todos los que, a consecuencia de sus malos tratos, han terminado matando obtienen una condena tan larga, sobre todo si el crimen cometido no se considera premeditado, pero tuvimos suerte. Se hizo justicia para Susan.
Conner pasó los dedos por las mejillas de Mattie, y la acarició también debajo de la mandíbula. Mattie tenía la impresión de que él sabía que se iban a separar en breve, y necesitaba saborear cada momento cerca de ella. Aquello le dio muchos ánimos.
Mattie acarició con sus manos el pecho de Conner y a continuación empujó levemente para separarse de él.
—Y ahora de verdad tengo que irme, pero gracias por escucharme. Yo... bueno, quería que comprendieras.
—¿Comprender?
Por la forma en que arqueó las cejas, era evidente que aquello le había sorprendido mucho.
—A mí.
Aquello era lo único que podía decirle por el momento. Al día siguiente sería libre para contarle toda la verdad.
La expresión de Conner se iluminó al ocurrírsele lo que podía ser la respuesta a sus propias preguntas.
—Eso explica por qué no tienes pareja —dijo, retrocediendo un paso y asintiendo con la cabeza, satisfecho de haber comprendido lo que le ocurría—. Por qué no... estás unida a nadie.
Aquella conclusión era verdad solo a medias. El quid de la cuestión era que le había contado aquello porque se sentía culpable de no haberle contado a lo que verdaderamente se dedicaba. Se lo había contado para ofrecerle un poquito de ella. Algo que lo ayudara a comprenderla. Algo que lo ayudara a apreciar el resto de lo que tenía intención de contarle al día siguiente.
—Mattie, no estarás dejando que lo que le pasó a tu hermana...
Pero se interrumpió y apretó los labios y Mattie supo que le costaba trabajo encontrar las palabras adecuadas. Dirigió la vista hacia la calle y luego volvió a mirarla a ella.
—Si dejas de vivir tu propia vida —continuó Conner con suavidad—, te estarás condenando a la misma sentencia de por vida que el asesino de Susan.
Unas lágrimas ardientes le quemaron a Mattie en los ojos al tiempo que el asombro ante lo que acababa de escuchar paralizaba todo su cuerpo. Nunca habría esperado que Conner la pusiera a ella al nivel que el marido de Susan.
Hasta entonces, había creído en todo momento que ella simplemente huía de las relaciones con hombres porque su trabajo con las mujeres maltratadas requería el secretismo más estricto. Una confidencialidad absoluta. Y era su compromiso con su labor lo que hacía que las mujeres a las que ayudaba confiaran en ella.
Mujeres como Brenda. Pero Conner la había hundido al decir que su estilo de vida era como estar prisionera. Igual que Jim. Mattie se separó del coche, a la defensiva.
—No soy estúpida —dijo—. No creo que todos los hombres que conozco sean capaces de una violencia como la que Susan sufrió con Jim.
La ira que demostró en sus palabras hizo que Conner retrocediera.
—Espera un momento. No estaba cuestionando tu inteligencia, Mattie.
Mattie ya había abierto la puerta de su coche.
—Espera —Conner la miraba sin moverse del sitio—. Nunca dije que...
—No siempre he vivido como una monja, sabes —explotó, pero a continuación se avergonzó de la estúpida justificación que le estaba dando—. He salido con hombres. Para que lo sepas, machito, he tenido muchas citas. Pero hay cosas que son más importantes que... que... los hombres.
¿Por qué demonios se había puesto así con Conner? ¿De verdad le había dicho que no siempre había vivido como una monja? ¿Y le había llamado machito?
Sí que lo había hecho y se quejó en voz alta mientras giraba para entrar en la autovía. Bueno, él la había dejado atónita con sus palabras. Mattie siempre había pensado que su aislamiento era por causas muy honestas. Se mantenía recluida para poder mantener la discreción que era tan vital en su trabajo. Aquellas mujeres se veían forzadas a huir y esconderse... forzadas a vivir en el anonimato para salvar su vida. Consideraba que el estilo de vida que llevaba era necesario, incluso admirable.
Sin embargo, Conner la había acusado de vivir prisionera, igual que su cuñado estaba prisionero acusado de asesinato. Para Mattie había sido como si la abofeteasen.
Detuvo el motor pero se quedó sentada dentro del coche. Acarició con los dedos el volante, y se apoyó sobre él. ¿Acaso Conner tendría razón? ¿Era posible que se hubiera sentenciado a sí misma a una vida en soledad? ¿Que la muerte de su hermana la hubiera hecho mostrar su compasión hacia las mujeres heridas y cerrar su corazón al amor?
Inconscientemente se llevó los dedos a los labios, con el recuerdo del beso de Conner todavía grabado y capaz de hacer que se le acelerara el corazón a pesar de estar sentada en medio de la oscuridad, sola.
Mattie pareció recordar que cada vez que los dos habían estado juntos, cada vez que la atracción entre ellos tiraba de ella como una cuerda invisible, se había buscado una excusa para no sucumbir a las delicias de las sensaciones que recorrían su cuerpo cuando él la miraba o la tocaba.
Buscó su bolso en el asiento del copiloto y después abrió la puerta del coche y salió. Había pasado cinco años dedicada a aquella causa. ¿Iba a dejar que un hombre la hiciera cuestionarse lo que hacía, o cómo y por qué lo hacía?
El piso irregular le resultaba muy incómodo para andar con los zapatos de tacón.
Había sido muy cuidadosa al hablarle a Conner en la fiesta. En un punto él había intentado convencerla de que había descubierto la raíz de sus pesadillas, pero ella no había estado de acuerdo con él. Otra vez.
Tal como Joseph le había dicho, caminaba por una cuerda floja. Lo que ella quería hacer era decirle a Conner todo lo que sabía, hacerle ver, de una vez por todas, que su abuelo no era el enemigo que Conner pensaba, sino un protector abnegado dispuesto a cargar con una culpa falsa con tal de que Conner conservara solo buenos recuerdos de su padre.
Sin embargo, Joseph le había dicho que Conner no estaba preparado para escuchar la verdad, que tal vez no lo estuviera nunca. Mattie sintió que no era asunto suyo obligarle a que hiciera algo para lo que no estaba preparado. Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta principal.
—¿Brenda? —llamó.
Quedaba poco para marcharse. Tenía que olvidarse de sus asuntos personales y centrarse en lo que estaba ocurriendo en ese momento en su casa. En las horas siguientes su principal objetivo sería sacar a Brenda y a su hijo, de la ciudad, sanos y salvos.
Brenda bajó las escaleras. Era realmente maravillosa la determinación que había en el rostro de la mujer. También había algo de ansiedad, pero se mostraba decidida a ocultarla apretando la mandíbula. No hacía tanto que la moral de Brenda no era más fuerte que un papel mojado. Mattie había tenido sus dudas respecto a la capacidad de la mujer para manejarse por sí misma.
Pero una vez más, Mattie se dio cuenta de que el anciano chamán lo había expresado con total exactitud al decir que Scotty era la razón por la que Brenda había sobrevivido. Era asombroso cómo el instinto maternal se imponía cuando se trataba de proteger a un hijo, a pesar del miedo.
—¿Estáis Scotty y tú listos? Es casi hora de irnos.
—Scotty está viendo la tele arriba. He preparado café. Vamos a la cocina. Pensé que podríamos sentarnos y tomarnos una taza antes de que nos marchemos. Tengo algo que decirte, Mattie —dijo tímidamente.
Allí, entre humeantes tazas de café, Brenda le expresó su más sincero agradecimiento.
—No sé qué habría hecho sin ti —continuó Brenda—. Nos acogiste. Nos ofreciste un hogar sin pedir nada a cambio. Nos alimentaste. Nos compraste ropa. Hasta maletas —dijo la mujer y unas gruesas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas—. Y hablaste conmigo. Me hiciste ver que hay gente que se preocupa por mí. Gente que quiere verme feliz. Gente que quiere verme libre.
Brenda tomó aire y su cuerpo tembló, pero continuó hablando.
—Nunca he conocido a nadie tan bueno como tú, Mattie. Nunca.
Mattie dejó su taza en la mesa y se inclinó hacia Brenda, ofreciéndole una mano en señal de que aceptaba las gracias. Pero una sombra se alargó sobre el suelo de la cocina.
Aunque Brenda intentó reprimirse, un agudo chillido hizo estremecer a Mattie al tiempo que se le erizaba todo el vello y la adrenalina se disparaba por su sistema nervioso. Las piezas de porcelana quedaron hechas añicos por el suelo y el café desparramado por el suelo de madera de roble.
El cerebro de Mattie discurría a toda velocidad pensando en un plan para salvar a Brenda, a Scotty y a sí misma de un Tommie Boy enfurecido. De momento, se levantó interponiéndose entre Brenda y la puerta de la cocina, y alzó la vista para... encontrarse con el rostro atónito de Conner mirándola fijamente.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó, el ceño fruncido mientras asimilaba la situación. Un pánico descontrolado flotaba en el aire, una mujer, Brenda, llena de magulladuras amarillentas en su rostro brutalmente golpeado, una taza rota, las maniobras nerviosas pero claramente protectoras de Mattie hacia aquella mujer.
El tiempo pareció detenerse. Mattie sintió un enorme peso en el pecho que no la dejaba respirar. Era un alivio cobrar conciencia de que no había ningún peligro real, pero estaba furiosa.
—¿Qué haces aquí, Conner? —preguntó—. No puedes entrar a hurtadillas aquí...
—Llamé a la puerta, pero estaba abierta —contestó él.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Había dejado la puerta abierta para que cualquiera pudiera entrar en su casa.
—Vine a traerte esto que te dejaste en casa de Grey y Lori —continuó él mostrándole el cárdigan, y lo dejó sobre la encimera, antes de volver su mirada azabache hacia Mattie.
—No he oído tu camioneta —dijo ella, con un tono acusador inconfundible. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué lo estaba atacando? Pero no tenía la respuesta.
—Vine corriendo desde la cabaña —contestó él—. Hace una noche clara —su mirada se dirigió a Brenda y después volvió a Mattie—. Entonces... ¿vas a decirme qué está pasando?
Comprender que los motivos de Conner habían sido totalmente inocentes, que solo había ido para devolverle el suéter, debería haber bastado para calmar los nervios, pero no fue así. Destilaba una especie de furia por todos los poros de su piel, unas llamas ardientes aderezadas con una ración extra de adrenalina y restos del miedo que había pasado. Lo único que sabía era que en aquel estado infernal la razón había quedado reducida a cenizas.
—No —contestó Mattie, incapaz de contener el volumen de su voz—. No voy a contarte nada, Conner. No es asunto tuyo.
Un silencio abrumador inundó la estancia, como si hubiera cobrado vida propia. Y, sorprendentemente, fue Brenda la que lo rompió.
—Mattie me está ayudando —dijo en voz baja pero resuelta—. Mi marido... é...él no es bueno. Esta noche tomaré un autobús y Mattie va a pagarme el billete.
Los ojos negros de Conner no abandonaron el rostro de Mattie en ningún momento, a pesar de su expresión ilegible. Pasó un segundo, y otro. Mattie no podía respirar ni tragar. Sin más palabras, Conner giró sobre sus talones y salió de la habitación. El sonido de la puerta al cerrarse hizo que Mattie volviera en sí.
—Oh, Mattie —dijo Brenda—. Está enfadado. Tienes que ir y hablar con él. Explicarle las cosas para que comprenda. Ahí va, corriendo hacia el bosque —dijo señalando a la ventana.
—No hay que ir corriendo detrás de un hombre porque esté enfadado, Brenda —espetó Mattie irritada—. Lo único que puedes conseguir es meterte en un problema mayor. Te he estado sermoneando sobre esto desde el primer día que viniste.
Brenda se enderezó, su expresión llena de resentimiento.
—Con mi marido, tal vez —dijo—. Pero él no es como Tommie Boy. Lo sabes igual que yo. Lo único que ha hecho es venir a hacerte un favor, Mattie, y no dejas de espantarle por mi culpa.
Al instante dejó de verlo todo borroso y Mattie consiguió tragar.
—Iba a contárselo todo cuando te hubieras marchado. Mañana —confesó Mattie, mirando hacia la ventana, por donde veía cómo se alejaba Conner.
—Bueno, anda y ponte las zapatillas —se apresuró a decir Brenda—. Ese hombre se merece una explicación.
Sin que las mujeres lo supieran, la salida de Conner estaba siendo observada por alguien más: un pequeño y asustado niño que miraba fijamente desde la ventana de la habitación de arriba.